Colegio San José Barranquilla

El mensaje del domingo

Mensaje del Domingo – Junio 22

EL MENSAJE DEL DOMINGO El Cuerpo y la Sangre de Cristo Por: Gabriel Jaime Pérez, S.J. Ciclo A – Junio 22 de 2014 En aquel tiempo, dijo Jesús: «Yo soy el pan vivo que ha bajado del cielo; el que coma de este pan vivirá para siempre. Y el pan que yo daré es mi carne para la vida del mundo.» Disputaban los judíos entre sí: «¿Cómo puede éste darnos a comer su carne?» Entonces Jesús les dijo: «Les aseguro que si no comen la carne del Hijo del hombre y no beben su sangre, no tienen vida en ustedes. Quien come mi carne y bebe mi sangre tiene vida eterna, y yo le resucitaré en el último día. Mi carne es verdadera comida, y mi sangre es verdadera bebida. La persona que come mi carne y bebe mi sangre habita en mí y yo en ella. El Padre que vive me ha enviado, y yo vivo por el Padre; del mismo modo, quien me come vivirá por mí. Éste es el pan que ha bajado del cielo: no como el de los antepasados de ustedes, que lo comieron y murieron; quien come de este pan vivirá para siempre.»(Juan 6, 51-58). La fiesta del Cuerpo y la Sangre de Cristo comenzó a celebrarse el año 1246 en la ciudad belga de Lieja y fue extendida luego a toda la Iglesia por el papa Urbano IV en 1264, para proclamar la fe en la presencia real de Jesucristo en las especies de pan y de vino consagradas en la Eucaristía. Era preciso reafirmar así la adhesión a esta verdad de fe, con el fin de contrarrestar los planteamientos de quienes negaban dicha presencia y enseñaban que el pan y el vino consagrados eran sólo un símbolo conmemorativo de la cena del Señor. 1. La Eucaristía es sacrificio y sacramento La Eucaristía es un sacrificio y un sacramento. Como sacrificio es memorial que no sólo recuerda sino que además actualiza el misterio pascual de la pasión, muerte y resurrección de Jesucristo, nuestro Redentor. Como sacramento es signo sensible de la acción salvadora de Dios por medio de su hijo Jesucristo, su Palabra hecha carne que nos reveló su amor infinito con sus enseñanzas, sus actos sanadores, su compasión, su muerte en la cruz y su resurrección; que nos alimenta espiritualmente al comunicarnos su propia vida, y que nos une en comunidad con Él y con los demás por la acción del Espíritu Santo. Esto es lo que nos muestran precisamente las lecturas bíblicas en la fiesta del Cuerpo y la Sangre de Cristo (Deuteronomio 8, 2.3.14b-16a; I Corintios 10, 16-17; Juan 6, 51-58). Y el Salmo 148 (147), por su parte, dice que el Señor nos alimenta con el pan de su Palabra. 2. La Eucaristía es presencia de Cristo resucitado, la Palabra de Dios que nos alimenta La presencia de Cristo en la Eucaristía no es aparente, es real. Pero esta realidad no es la de un fenómeno material verificable por los sentidos o por una experimentación físico-química, sino la de un misterio de orden espiritual, sólo captable por la fe. Esto es precisamente lo que nos enseña el Discurso del Pan de Vida pronunciado por Jesús en el Evangelio de Juan después de la multiplicación de los panes. Los versículos con los que continúa el capítulo 6 de este Evangelio (59-63) son claros al respecto, sobre todo cuando Jesús explica que las palabras que ha dicho “son espíritu y vida” (6, 63), refiriéndose al sentido de lo que Él quiere significar cuando dice “mi carne es verdadera comida y mi sangre es verdadera bebida” (6, 55), y evocando como una prefiguración de esta realidad el “maná”, aquél “pan bajado del cielo” con el que, como nos cuenta el libro del Deuteronomio en la primera lectura, Dios había alimentado a los israelitas en su camino hacia la tierra prometida. Ahora bien, esa presencia espiritual suya después de su muerte y resurrección, quiso invitarnos el Señor a reconocerla en las especies del pan y el vino consagrados en la Eucaristía con el rito y las palabras que Él mismo, en la última cena antes de su pasión, les dijo a sus primeros discípulos que repitieran después en conmemoración suya. En este sentido, el pan y el vino, en virtud de la consagración así realizada, gracias la acción del mismo Espíritu Santo por cuya obra y gracia la Palabra se hizo carne en el seno de la Virgen María, se convierten para nosotros en el cuerpo y la sangre de Cristo, es decir, en la presencia viva de Jesús que nos entrega su vida. Él es la Palabra de Dios que nos alimenta no sólo con sus enseñanzas, sino con su propia vida resucitada, siempre disponible para nosotros en lo que llamamos el Santísimo Sacramento. Tal es el sentido de la adoración a las hostias consagradas que quedan en el Sagrario después de la celebración de la Santa Misa. 3. La Eucaristía es sacramento de Jesucristo resucitado que nos une en comunidad Al partir y comer el mismo pan, y al beber conjuntamente del mismo cáliz, compartiendo así la presencia de Jesucristo que se nos comunica alimentándonos con su vida resucitada, su Espíritu Santo nos une en un solo cuerpo, nos hace una comunidad de amor que celebra y vive la “Acción de Gracias”, que es lo que significa en griego la palabra “Eucaristía” (Segunda Lectura: 1 Corintios 10, 16). Así sucedió con los primeros discípulos de Jesús unidos en oración con María, su madre, y así también sucede con nosotros cuando en la Eucaristía se hace presente Cristo resucitado y nos alimenta con su Cuerpo y su Sangre. Terminemos evocando la última Carta Apostólica que dejó el Papa San Juan Pablo II como su testamento para el Año de la Eucaristía (2005), en el cual pasó a la vida eterna: “La Iglesia es el cuerpo de Cristo: se camina «con Cristo» en la medida en que se está en relación «con

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Mensaje del domingo – Junio 15

EL MENSAJE DEL DOMINGO Domingo de la Santísima Trinidad Por: Gabriel Jaime Pérez, S.J.       1ª Lectura (Éxodo 34, 4 b – 6. 8-9): En aquellos días, Moisés subió de madrugada al monte Sinaí, como le había mandado el Señor, llevando en la mano las dos tablas de piedra. El Señor bajó en la nube y se quedó con él allí, y Moisés pronunció el nombre del Señor. El Señor pasó ante él, proclamando: “Señor, Señor, Dios compasivo y misericordioso, lento a la ira y rico en clemencia y lealtad”. Moisés, al momento, se inclinó y se echó por tierra. Y le dijo: “Si he obtenido tu favor, que mi Señor vaya con nosotros, aunque éste es un pueblo de cerviz dura; perdona nuestras culpas y pecados y tómanos como heredad tuya”.  2ª Lectura (2ª Corintios 13, 11-13): Alégrense, enmiéndense, anímense; tengan un mismo sentir y vivan en paz. Y el Dios del amor y de la paz estará con ustedes. Salúdense con el beso ritual. Los saludan todos los santos. La gracia del Señor Jesucristo, el amor de Dios y la comunión del Espíritu Santo estén siempre con todos ustedes.  Evangelio (Juan 3, 16-18): En aquel tiempo, dijo Jesús a Nicodemo: “Tanto amó Dios al mundo que entregó a su Hijo único para que no perezca ninguno de los que creen en él, sino que tengan vida eterna. Porque Dios no mandó su Hijo al mundo para juzgar al mundo, sino para que el mundo se salve por él”. 1. La Santísima Trinidad: un solo Dios, pero no un Dios solitario Cuenta el filósofo y teólogo san Agustín de Hipona (354-430 d.C.) que en cierta ocasión caminaba por la playa, cuando de repente vio a un niño en la orilla que intentaba vaciar toda el agua del mar en la concha de un caracol. Esta experiencia le sirvió para comprender que la mente humana, por más esfuerzos que haga, es incapaz de abarcar la infinitud del misterio de Dios. Por eso con nuestro limitado lenguaje recurrimos a imágenes, símbolos o figuras poéticas para expresar la realidad divina. Y por eso mismo el lenguaje bíblico, al intentar describir a Dios -no para definirlo, porque el Infinito es indefinible-, lo hizo con una palabra también imposible de definir, pero que corresponde a lo que mejor puede caracterizar la experiencia de Dios: Dios es Amor (1 Juan 4, 8.16). Ahora bien, si Dios es Amor, tiene que ser plural, pues para que exista el amor tiene que haber alguien que ama, alguien que es amado y que le corresponda amando, y la relación misma de amor entre ambos. Este es justamente el sentido del misterio de la Trinidad divina: Dios nuestro Creador que es el Padre ha sido revelado por su Hijo Jesucristo, el mismo Dios hecho hombre y que es nuestro Salvador- y está presente en la acción del Espíritu Santo, el mismo Dios que es Amor: un solo Dios que es pluralidad en la perfecta comunidad de amor, unidad del ser en la diversidad de personas. Es así como Dios Padre se nos revela en las enseñanzas y en la obra salvadora de su Hijo Jesucristo, su Palabra hecha carne, y en la acción del Espíritu Santo que nos anima y nos hace posible comprender y reconocer el amor que Dios nos tiene, correspondiendo a él en el cumplimiento de su voluntad, amándonos unos a otros como hermanos. 2. Los símbolos de la Santísima Trinidad Muchos símbolos se han empleado para tratar de expresar la realidad de Dios uno y trino, aunque todos se quedan cortos. Uno de esos símbolos es el triángulo. Otro es el sol, que en sí mismo es fuego, luz y calor. Pero el que tal vez más llama la atención es el que usó San Patricio (387-461 d.C.), quien para enseñarles la idea de un solo Dios en tres personas a los paganos que en su época habitaban la isla de Irlanda, tomó en sus manos un trébol y señaló en ella los tres componentes que lo forman. Con este sencillo ejemplo, quienes lo escuchaban podían acercarse a la comprensión del sentido de la fe en la unitrinidad divina, completamente distinta de las creencias politeístas por cuanto no se trata de varios dioses, sino de uno solo cuyo ser único opera y se manifiesta pluralmente. 3. La fe en Dios uno y trino nos mueve a realizar lo que significa el misterio de su ser  “La gracia de nuestro Señor Jesucristo, el amor de Dios (Padre) y la comunión del Espíritu Santo estén siempre con ustedes” (primera lectura), es la frase con que el apóstol Pablo solía saludar y despedir a los cristianos de las comunidades que había formado a partir de su predicación y a las que dirigía sus cartas. Este es el origen del saludo con el que el sacerdote que preside la Eucaristía, después de que todos nos santiguamos con la señal de la santa cruz invocando el nombre del Dios uno y trino, suele iniciar la celebración del misterio del amor infinito de Aquél a quien en el himno del Gloria alabamos, bendecimos, adoramos, glorificamos y damos gracias, llamándolo Padre, Hijo y Espíritu Santo. Luego, en la oración inmediatamente anterior a las lecturas bíblicas, nos dirigimos a Dios Padre invocando la mediación de Jesucristo, su Hijo, que vive y reina con Él en la unidad del Espíritu Santo. Más adelante, a continuación de la homilía en la Misa dominical y en las de las grandes fiestas de la Iglesia, proclamamos con el Credo nuestra fe en la Santísima Trinidad reconociendo su acción creadora, salvadora y santificadora. Asimismo, inmediatamente antes de la consagración, después de haberle cantado nuestra alabanza al tres veces Santo, le pedimos a Dios Padre que santifique con su Espíritu el pan y el vino para que se conviertan sacramentalmente en el Cuerpo y la Sangre de su Hijo Jesucristo. Y al terminar la plegaria eucarística hacemos el brindis con el que por Cristo, con Él y en Él,

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El mensaje del Domingo – Junio 8

EL MENSAJE DEL DOMINGO Domingo de Pentecostés Por: Gabriel Jaime Pérez, S.J.   Al llegar el día de Pentecostés, estaban todos reunidos en el mismo lugar. De repente, un ruido del cielo, como de un viento recio, resonó en toda la casa donde se encontraban. Vieron aparecer unas lenguas como llamaradas que se repartían, posándose encima de cada uno. Se llenaron todos de Espíritu Santo y empezaron a hablar en lenguas extranjeras, cada uno en la lengua que el Espíritu le sugería. Se encontraban entonces en Jerusalén judíos devotos de todas las naciones de la tierra. Al oír el ruido, acudieron en masa y quedaron desconcertados, porque cada uno los oía hablar en su propio idioma. Enormemente sorprendidos, preguntaban: “¿No son galileos todos esos que están hablando? Entonces, ¿cómo es que cada uno de nosotros los oye hablar en la propia lengua nativa? Entre nosotros hay partos, medos y elamitas, otros vivimos en Mesopotamia, Judea, Capadocia, en el Ponto y en Asia, en Frigia o en Panfilia, en Egipto o en la zona de Libia que limita con Cirene; algunos somos forasteros de Roma, otros judíos o prosélitos; también hay cretenses y árabes; y cada uno los oye  hablar de las maravillas de Dios en la propia lengua”(Hechos 2, 1-11). La palabra pentecostés, que en griego significa el número cincuenta, proviene de una antigua fiesta agrícola que se celebraba cada año en Israel con motivo de la cosecha del trigo y la cebada. Era llamada “Fiesta de la de las Siete Semanas” y tenía lugar 50 días después de la ofrenda de los primeros frutos. Los judíos le dieron un significado histórico al conmemorar la promulgación de la Ley de Dios en el monte Sinaí, 50 días después del acontecimiento de la Pascua con el que habían sido liberados de la esclavitud en Egipto. Para quienes creemos en Jesucristo, Pentecostés es la fiesta del Espíritu Santo. El libro de los Hechos de los Apóstoles nos cuenta que, 50 días después de la Resurrección del Señor, sus  discípulos a quienes Él había llamado “apóstoles” o enviados, reunidos en oración junto con María, la madre de Jesús, recibieron el Espíritu Santo prometido para realizar la misión de proclamar la Buena Noticia de una nueva Ley -la ley del amor universal-, ya no sólo para un pueblo particular, sino para toda la humanidad.  1. El Espíritu Santo es el aliento vital y vivificador de Dios Los relatos bíblicos de la creación dicen que “el Espíritu (en hebreo la Ruah) deDios aleteaba sobre las aguas” (Génesis 1, 2) y que el Señor “formó al hombre de la tierra, sopló en su nariz y le dio vida” (Génesis 2, 7). La palabra ruah -en hebreo de género femenino- significa viento, aliento, soplo. En los Hechos de los Apóstoles se habla de un viento fuerte, en el Salmo 104 del aliento de Dios dador de vida, y en el pasaje del Evangelio según san Juan (20, 19-23) escogido para este domingo, del soplo de Jesús sobre sus discípulos al decirles “reciban el Espíritu Santo”. Hay otros signos que también emplea el lenguaje bíblico para referirse al Espíritu Santo: El fuego significa la energía divina que da luz y calor, transforma, dinamiza. En la fiesta de Pentecostés los ornamentos de color rojo simbolizan el fuego del Espíritu Santo. El agua, signo de vida, expresa el nuevo nacimiento realizado en el Bautismo. El óleo o aceite de oliva, que significa fortaleza, se emplea en los sacramentos del Bautismo, la Confirmación, el Orden y la Unción de los Enfermos. La paloma, que aparece en el Bautismo de Jesús (Juan 1, 32), evoca al Espíritu de Dios que “aleteaba sobre las aguas” (Génesis 1, 2), y a su vez al ave que regresó al arca de Noé con una ramita de olivo en el pico a terminar el diluvio y comenzar así una nueva creación (Génesis 8, 11). Con la imposición de las manos, abiertas y unidas por los pulgares representando a un ave con las alas desplegadas, se expresa la comunicación del Espíritu Santo.  2. El Espíritu Santo produce el nacimiento de la Iglesia e impulsa su desarrollo  Pentecostés es la fiesta del nacimiento de la Iglesia, nuevo Pueblo de Dios y Cuerpo Místico de Cristo compuesto por muchos y distintos miembros –todos los bautizados-, animado por el Espíritu Santo, del que provienen, como dice san Pablo (1 Corintios 12, 3b-7. 12-13), los dones o carismas para realizar los servicios o ministerios que el Señor asigna a cada cual según su propia vocación. Estos dones son siete: Sabiduría para conocer la voluntad de Dios y tomar las decisiones correctas. Entendimiento para saber interpretar y comprender el sentido de la Palabra de Dios. Ciencia para saber descubrir a Dios en su creación y desarrollarla. Consejo para orientar a otros cuando lo solicitan o necesitan ayuda. Fortaleza para luchar sin desanimarnos a pesar de los problemas y las dificultades. Piedad para reconocernos hijos de Dios y hermanos entre nosotros. Respeto a Dios (llamado también temor de Dios, pero con un sentido diferente del miedo), para evitar las ocasiones de pecado y cumplir a cabalidad sus mandamientos. San Pablo dice también (Romanos 8, 8-7) que el Espíritu que recibimos en nuestro bautismo no es el de la esclavitud que nos llena de miedo, sino el de la libertad de los hijos de Dios, en virtud del cual podemos llamarlo papá, que es lo que significa abba, el término familiar con el que Jesús se dirigía a Dios Padre. Jesús mismo había prometido a sus discípulos que Dios Padre les enviaría en su nombre al Espíritu Santo, al que también llama “defensor” (Juan 14, 15-16.23b-26), el que está junto al creyente para darle fuerza. Esto fue lo que experimentaron los primeros cristianos en medio de las persecuciones que tuvieron que sufrir por causa de su fe, y lo que nosotros podemos experimentar nosotros al reconocer la presencia actuante del amor de Dios, que es justamente el “Espíritu  Santo”. 3. El Espíritu Santo hace

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Mensaje del Domingo – Mayo 25

EL MENSAJE DEL DOMINGO VI Domingo de Pascua – Ciclo A     Por: Gabriel Jaime Pérez, S.J. En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos: -«Si ustedes me aman, guardarán mis mandamientos. Yo le pediré al Padre que les dé otro defensor, que esté siempre con ustedes, el Espíritu de la verdad. El mundo no puede recibirlo, porque no lo ve ni lo conoce; ustedes, en cambio, lo conocen porque vive en ustedes y está con ustedes. No los dejaré huérfanos, volveré. Dentro de poco el mundo no me verá, pero ustedes me verán y vivirán, porque yo sigo viviendo. Entonces sabrán que yo estoy con mi Padre, y ustedes conmigo y yo con ustedes. El que acepta mis mandamientos y los guarda, ése me ama; al que me ama lo amará mi Padre, y yo también lo amaré y me revelaré a él.» (Juan 14, 15-21). Las lecturas bíblicas de hoy [Hechos de los Apóstoles 8, 5-8.14-17; Sal 66 (65), 1ª  Pedro 3, 15-18 y Juan 14, 15-21] nos invitan a prepararnos para las grandes fiestas de los próximos dos domingos que cierran el tiempo pascual: el de la Ascensión y el de Pentecostés. Meditemos sobre lo que en estas lecturas nos dice la Palabra de Dios, aplicándola a nuestra vida. 1. “Si ustedes me aman, guardarán mis mandamientos” Cuando Jesús alude a los que Él llama “mis mandamientos”, está hablando como el mismo Dios que no sólo les dio a los israelitas el “decálogo” hace unos 32 siglos a través de Moisés en el monte Sinaí (Ex 20, 1-17), sino que desde mucho antes había impreso interiormente su Ley en las conciencias de todos los seres humanos, en lo que constituye su esencia: hacer el bien y evitar el mal tratando cada quien a los demás como quisiera que lo trataran a sí mismo. La exhortación de Jesús a guardar sus mandamientos -que son los mismos mandamientos de Dios porque, como acababa de decirle al apóstol Felipe, “quien me ve a mí ve al Padre” (Juan 14, 9)-, forma parte del testamento de Jesús en la cena de despedida en la que nos dejó el “mandamiento nuevo” de amarnos unos a otros como Él mismo nos ha amado (Juan 13, 34; 15,12.17). Lo que también nos dice la primera carta de san Juan: “No amemos con puras palabras o de labios para afuera, sino de verdad y con hechos” (1 Juan 3, 18), corresponde a lo que Jesús les había dicho a sus discípulos en la última cena y que nos recuerda el texto del Evangelio de hoy: “Si ustedes me aman, guardarán mis mandamientos”. Poco más de quince siglos después, san Ignacio de Loyola escribiría en sus Ejercicios Espirituales: “el amor se debe poner más en las obras que en las palabras” [EE 230], lo cual equivale a su vez al conocido refrán que dice: “obras son amores, que no buenas razones”. No faltan quienes ni siquiera tienen una palabra de cariño para los demás. Pero, aun si decimos que amamos, mostrarlo en la práctica resulta cuesta arriba cuando tenemos que renunciar a nuestro egoísmo y a nuestra comodidad. Por eso tenemos que pedirle constantemente al Señor que nos dé su Espíritu, que es “el Espíritu de la Verdad”, para que haya coherencia entre lo que decimos y lo que hacemos. 2. “Les imponían las manos y recibían en Espíritu Santo”  La primera lectura de este domingo nos muestra a los apóstoles Pedro y Juan orando por los creyentes en Jesucristo resucitado que habían sido bautizados en su nombre pero todavía “no habían recibido el Espíritu Santo”, e imponiéndoles luego las manos para que lo recibieran. Esto quiere decir que habían recibido el sacramento del Bautismo, pero les faltaba el de la Confirmación, que para cada cristiano o creyente en Cristo equivale a la actualización del acontecimiento de Pentecostés en su propia vida. Teniendo esto en cuenta, preguntémonos cómo estamos viviendo nuestra Confirmación, y preparémonos interiormente para celebrar dentro de dos semanas la gran fiesta de Pentecostés, en la cual se actualiza para cada uno de los confirmados en la fe cristiana el acontecimiento de la venida del Espíritu Santo, que les hizo posible a los primeros discípulos de Jesús, y nos hace también posible a nosotros, si lo dejamos actuar en nuestra existencia concreta, el cumplimiento cabal del compromiso que significa creer en Él y proclamar su resurrección dando testimonio de esta fe con nuestras obras. 3. “Estén siempre prontos para dar razón de su esperanza” Esta exhortación de la segunda lectura de hoy, tomada de la 1ª Carta de san Pedro, constituye una invitación a dar testimonio de que nuestra fe no es irracional, sino razonable. En efecto, la fe en Jesucristo resucitado no se opone a la razón, y por lo mismo el hecho de creer en Él no implica actitudes ni conductas fanáticas. No es con sentimentalismos ni con fenómenos espectaculares como se da razón de la esperanza que nos da la fe en Jesucristo, sino con la coherencia entre lo que afirmamos que creemos y lo que hacemos, es decir, con la honestidad y la rectitud de nuestro comportamiento: un comportamiento orientado a la comprensión, a la tolerancia, a la compasión, a la construcción de la paz en nuestras relaciones cotidianas con los demás. Una de las formas de dar razón de nuestra esperanza es asumir con paciencia, sin devolver mal por mal, las dificultades que nos pueden sobrevenir como consecuencia del cumplimiento de nuestro deber de creyentes, tal como les sucedió a los primeros cristianos, que tuvieron que padecer la persecución por dar testimonio de su fe. Ellos padecieron la incomprensión siguiendo el ejemplo de Jesús, y también nosotros tenemos que estar dispuestos a afrontar todo lo que implica dar testimonio de nuestra fe. Ahora bien, pensemos cuánto sufren a la larga quienes se pasan la vida engañando, envidiando, haciendo daño, alimentando odios, desarrollando rencores, maquinando venganzas. A este respecto son significativas las palabras de la primera carta de Pedro en

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Mensaje del Domingo – Mayo 18

EL MENSAJE DEL DOMINGO V Domingo de Pascua – Ciclo A Por: Gabriel Jaime Pérez, S.J. En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos: «No pierdan la calma, crean en Dios y crean también en mí. En la casa de mi Padre hay muchas estancias; si no fuera así, ¿les habría dicho que voy a prepararles sitio? Cuando vaya y les prepare sitio, volveré y los llevaré conmigo, para que donde estoy yo, estén también ustedes. Y adonde yo voy, ya saben el camino.» Tomás le dice: «Señor, no sabemos adónde vas, ¿cómo podemos saber el camino?» Jesús le responde: «Yo soy el camino, y la verdad, y la vida. Nadie viene al Padre, sino por mí. Si ustedes me conocen a mí, conocerán también a mi Padre. Ahora ya lo conocen y lo han visto.» Felipe le dice: «Señor, muéstranos al Padre y nos basta.» Jesús le replica: -«Hace tanto que estoy con ustedes, ¿y no me conoces, Felipe? Quien me ha visto a mí ha visto al Padre. ¿Cómo dices tú: “Muéstranos al Padre”? ¿No crees que yo estoy en el Padre, y que el Padre está en mí? Lo que yo les digo no lo hablo por cuenta propia. El Padre, que permanece en mí, él mismo hace sus obras. Créanme: yo estoy en el Padre, y el Padre está en mí. Si no, crean a las obras. Les aseguro: el que cree en mí, también él hará las obras que yo hago, y aún mayores. Porque yo me voy al Padre.» (Juan 14, 1-12). Hoy la palabra de Dios nos invita en el Evangelio (Juan 14, 1-12) a no perder la calma en las situaciones difíciles y a renovar nuestra esperanza, confiando en Jesús resucitado como el camino, la verdad y la vida. Las otras lecturas [Hechos 6, 1-7; Salmo 33 (32); 1 Pedro 2, 4-9] nos traen también un mensaje de optimismo a la luz de nuestra fe pascual. 1. “No pierdan la calma” Esta frase que Jesús dirige a sus discípulos durante la cena pascual en la que instituye la Eucaristía, llega hoy hasta nosotros como una invitación a no angustiarnos ni desesperarnos en medio de los problemas que tenemos que afrontar, no sólo en el plano individual o familiar sino también en el social. Es significativo que en varios pasajes de los Evangelios, cuando los discípulos de Jesús están pasando por momentos difíciles, Él los tranquiliza animándolos a confiar en su poder sobre las fuerzas del mal: “no teman”, “no se acobarden”, “levanten la cabeza”, “no pierdan la calma”, “la paz les dejo, la paz les doy”. Sintamos y recibamos en lo más hondo de nuestros corazones este mensaje de invitación a recibir el don de la paz interior que nos comunica el Señor resucitado y que también nosotros, como creyentes en Él, estamos llamados a comunicar a todas las personas con las que nos encontremos en nuestra vida. 2. “En la casa de mi Padre hay muchas habitaciones”   La “casa del Padre” es una sugestiva metáfora que emplea el lenguaje bíblico para hacer referencia al futuro de felicidad eterna que el Señor nos tiene preparado si aceptamos su invitación a vivir de acuerdo con su mandamiento del amor y siguiendo sus enseñanzas. Esa vida plena y feliz en la eternidad es lo que tradicionalmente llamamos el cielo, que no es un lugar físico sino un estado de existencia en una forma de vida nueva distinta de la terrena, no ligada a las condiciones materiales. A ese estado somos llamados todos sin discriminaciones, y esto es precisamente lo que significa la imagen de las múltiples habitaciones de la “casa del Padre”: es una casa en la que podemos caber todos, sin exclusiones ni discriminaciones, y a la que podremos llegar si seguimos el camino que nos conduce a ella. Pero, ¿cuál es ese camino? 3. “Yo soy el camino la verdad y la vida” A la pregunta que le hace el apóstol Tomás -«Señor, no sabemos adónde vas, ¿cómo podemos saber el camino?»-, Jesús responde con una de las frases más recordadas con las que Él se describe a sí mismo: «Yo soy el camino, la verdad y la vida.» La expresión Yo soy empleada por Jesús en el Evangelio de san Juan (Yo soy la luz del mundo, Yo soy el buen pastor, Yo soy la puerta, Yo soy la resurrección y la vida, Yo soy el pan de vida, Yo soy la vid, ustedes los sarmientos, Yo soy el árbol, ustedes las ramas, Yo soy, el que habla contigo -como le dijo a la Samaritana cuando ésta le preguntaba por el Mesías-, o simplemente Yo soy -como se identificó a sí mismo ante quienes se disponían a apresarlo en el huerto de Getsemaní-), es una referencia directa al nombre con el cual se le había revelado Dios a Moisés: Yahvé, que eh hebreo significa Yo soy. – Jesucristo se nos presenta como el camino. Su ejemplo es el sendero que conduce a la felicidad eterna. Pero entonces, ¿quienes no lo conocen no pueden ser felices? ¿Para quienes son de otras religiones o no profesan ningún credo religioso, es imposible la felicidad? La respuesta la da el propio Jesús en otro Evangelio cuando, en la parábola del “Juicio Final” (Mateo 25, 31-46), a quienes le pregunten cuándo lo vieron a Él necesitado, les dirá: “todo lo que hicieron por uno de estos hermanos míos más humildes, por mí mismo lo hicieron.” Por tanto, seguir a Jesús como el camino conducente a la felicidad plena es poner en práctica para con nuestros prójimos el amor compasivo del que Él es ejemplo y que Dios mismo ha puesto como una ley interior en cada conciencia humana, cualquiera que sea su condición o situación con respecto a lo religioso. – Jesucristo se nos presenta como la verdad. Él es la revelación plena de un Dios que no miente -como muchos políticos-, sino que cumple sus promesas de salvación, y a quien precisamente por

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Mensaje del Domingo – Mayo 11

EL MENSAJE DEL DOMINGO Domingo IV de Pascua – Ciclo A Por: Gabriel Jaime Pérez, S.J. En aquel tiempo, dijo Jesús: -«Les aseguro que el que no entra por la puerta en el redil de las ovejas, sino que salta por otra parte, es un ladrón y un bandido; pero el que entra por la puerta es el pastor de las ovejas. A éste le abre el guarda, y las ovejas atienden a su voz, y él va llamando por el nombre a sus ovejas, las saca del redil, y cuando ha sacado todas las suyas, camina delante de ellas, y las ovejas lo siguen, porque conocen su voz; a un extraño no lo seguirán, sino que huirán de él, porque no conocen la voz de los extraños.» Jesús les puso esta comparación, pero ellos no entendieron de qué les hablaba. Por eso añadió Jesús: -«Les aseguro que yo soy la puerta de las ovejas. Todos los que han venido antes de mí fueron ladrones y bandidos, por eso las ovejas no les hicieron caso. Yo soy la puerta: quien entre por mí se salvará y podrá entrar y, salir, Y encontrará pastos. El ladrón no entra sino para robar y matar y hacer estrago; yo he venido para que tengan vida y la tengan en abundancia.» (Juan 10, 1-10). 1. La imagen del pastor en el Antiguo y en el Nuevo Testamento La imagen del pastor que cuida y conduce a las ovejas es constante en el Antiguo Testamento. El libro del Génesis describe los orígenes de Israel a partir de los patriarcas Abraham, Isaac, Jacob y sus doce hijos -de los cuales provenían las doce tribus israelitas-, quienes trashumaban en busca de agua y pastos para sus rebaños de ovejas y cabras. Varios siglos después hacia el XII a.C., encontramos en el libro del Éxodo a Moisés, quien junto al monte Sinaí aprende el oficio de pastor y es escogido por Dios como instrumento para liberar al pueblo de la esclavitud y conducirlo a través del desierto hacia la tierra prometida. Y dos siglos más tarde -hacia el siglo X a.C.-, tal como nos lo cuenta el primer libro de Samuel, Dios mismo escoge a David, un joven pastor que cuidaba el rebaño de su padre Jesé, para ser consagrado rey de Israel a quien se atribuye, entre otros el Salmo 23 (22): El Señor es mi pastor, nada me falta… También la imagen del pastor es empleada por los profetas. En el capítulo 34 de Ezequiel (siglo VI a.C.), Dios reprueba a los jefes del pueblo por haberse aprovechado de las ovejas para sus propios intereses egoístas y anuncia la promesa de un Mesías descendiente de David que será su verdadero pastor. Finalmente, en los comienzos de la era cristiana, los Evangelios anteriores al de Juan nos presentan la parábola contada por Jesús acerca del pastor que va en busca de la oveja perdida, la encuentra y la carga sobre sus hombros (Mateo 18,12-14; Lucas 15,3-7), mostrando así la misericordia infinita de Dios. Esta imagen del pastor misericordioso, pintada en las catacumbas de Roma, es la más antigua representación figurativa del cristianismo. Y en todo el capítulo 10 del Evangelio según san Juan, al que pertenece el texto de este domingo, Jesús se presenta como el Buen Pastor 2. “Camina delante de las ovejas y ellas lo siguen, porque conocen su voz” Una de las características de los pastores en el cercano oriente es que suelen ir delante del rebaño, lo cual los diferencia de los arrieros que golpean y empujan desde atrás. Por eso Jesús, al manifestarse como la presencia personal y salvadora de Dios entre nosotros, se aplica con toda razón la imagen del pastor para invitarnos a seguirlo confiando en su misericordia. Esta metáfora juega con otro de los símbolos que emplea Jesús para explicar su misión: “Les aseguro que el que no entra por la puerta en el redil de las ovejas, sino que salta por otra parte, es un ladrón y un bandido; pero el que entra por la puerta es el pastor de las ovejas (…) Yo soy la puerta de las ovejas”. Esta otra imagen podemos aplicarla a la labor pastoral que iba a continuar la Iglesia después de la muerte y resurrección de Jesús: esta labor, para ser auténtica, tiene que pasar por Él, que es la puerta. Por otra parte, existe el peligro de malentender la imagen del pastor y el rebaño cuando se hace de la Iglesia una organización autoritaria en la cual unos jefes gobiernan desde arriba a unos borregos pasivos que se comportan gregariamente, sin libertad ni iniciativa propia. Por el contrario, la Iglesia surgida de la vida y las enseñanzas de Jesucristo tiene que ser una comunidad en la que todos sus integrantes sean reconocidos como el pueblo de Dios, y en la que sus pastores vivan y actúen como verdaderos servidores, a imagen del propio Jesús. 3. “Yo he venido para que tengan vida, y la tengan abundante” Esta misión de Jesús como buen pastor corresponde a su vez a lo que dice la 1ª Carta de Pedro, en la segunda lectura de este domingo, a quienes se habían convertido a la fe en Jesucristo: Ustedes andaban como ovejas descarriadas, pero ahora han vuelto al pastor y guardián de sus vidas (1 Pedro 2, 25). El propio Pedro, que en su discurso después de haber recibido energía del Espíritu Santo el día de Pentecostés, tal como aparece en la primera lectura, anunció a Jesús resucitado como Señor y Mesías, había recibido de éste la misión de representarlo en la tierra como supremo pastor de su Iglesia, según nos lo cuenta en otro pasaje el Evangelio según san Juan: apacienta mis corderos (…), apacienta mis ovejas (Juan 21, 15-17). Este IV Domingo de Pascua o “Domingo del Buen Pastor” lo dedica la Iglesia Católica a celebrar la Jornada Mundial de Oración por las Vocaciones. Al celebrarse en esta fecha la 51ª edición de

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Mensaje del Domingo – Mayo 4

EL MENSAJE DEL DOMINGO III Domingo  de Pascua – Ciclo A      Por: Gabriel Jaime Pérez, S.J.  Dos discípulos de Jesús iban andando aquel mismo día, el primero de la semana, a una aldea llamada Emaús, distante unas dos leguas de Jerusalén; iban comentando todo lo que había sucedido. Mientras conversaban y discutían, Jesús en persona se acercó y se puso a caminar con ellos. Pero sus ojos no eran capaces de reconocerlo. Él les dijo: «¿Qué conversación es esa que traen ustedes mientras van de camino?» Ellos se detuvieron preocupados. Y uno de ellos, que se llamaba Cleofás, le replicó: «¿Eres tú el único forastero en Jerusalén, que no sabes lo que ha pasado allí estos días?» Él les preguntó: «¿Qué?» Ellos le contestaron: «Lo de Jesús, el Nazareno, que fue un profeta poderoso en obras y palabras ante Dios y ante todo el pueblo; cómo lo entregaron los sumos sacerdotes y nuestros jefes para que lo condenaran a muerte, y lo crucificaron. Nosotros esperábamos que él fuera el futuro liberador de Israel. Y ya ves: hace dos días que sucedió esto. Es verdad que algunas mujeres de nuestro grupo nos han sobresaltado: pues fueron muy de mañana al sepulcro, no encontraron su cuerpo, e incluso vinieron diciendo que habían visto una aparición de ángeles, que les habían dicho que estaba vivo. Algunos de los nuestros fueron también al sepulcro y lo encontraron como habían dicho las mujeres; pero a él no lo vieron.» Entonces Jesús les dijo: «¡Qué necios y torpes son para  creer lo que anunciaron los profetas! ¿No era necesario que el Mesías padeciera esto para entrar en su gloria?» Y comenzando por Moisés y siguiendo por los profetas, les explicó lo que se refería a él en toda la Escritura. Ya cerca de la aldea donde iban, él hizo ademán de seguir adelante; pero ellos le apremiaron, diciendo: «Quédate con nosotros, porque ya cae la tarde.» Y entró para quedarse con ellos. Sentado a la mesa con ellos, tomó el pan, pronunció la bendición, lo partió y se lo dio. A ellos se les abrieron los ojos y lo reconocieron. Pero él desapareció. Ellos comentaron: «¿No ardía nuestro corazón mientras nos hablaba por el camino y nos explicaba las Escrituras?»  Y, levantándose al momento, volvieron a Jerusalén, donde encontraron reunidos a los Once con sus compañeros, que decían: «Era verdad, ha resucitado el Señor y se ha aparecido a Simón.» Y ellos contaron lo que les había pasado por el camino y cómo lo habían reconocido al partir el pan (Lucas 24, 13-35). Las lecturas de este domingo (Hechos 2, 14.22-33), Salmo 16 (15), 1ª Pedro 1, 17-21; Lucas 24, 13-35) nos invitan a meditar sobre el mensaje central de nuestra fe: Jesús de Nazaret, el Hijo de Dios, Dios hecho hombre, está vivo después de su muerte en la cruz y actúa por su Espíritu Santo. 1. “Jesús en persona se acercó y se  puso a caminar con ellos” Aquellos dos discípulos que se dirigían a Emaús no formaban parte de los doce iniciales o, mejor dicho, de los once que habían quedado después del suicidio de Judas Iscariote. Entre los seguidores de Jesús durante su vida terrena, además de los doce llamados apóstoles (término procedente del griego que significa enviados), hubo un buen número de hombres y mujeres. El propio Lucas, que no dice su propio nombre pero sí el de su amigo Cleofás, podría haber sido uno de los “otros 72 discípulos” (del latín discípuli que significa aprendices y corresponde al griego mathetoi), mencionados en el capítulo 10 de su Evangelio. Como a Lucas y Cleofás después de los hechos del Calvario, también a nosotros nos pueden surgir sentimientos de desánimo provenientes de experiencias dolorosas o de la sensación del fracaso, cuando las cosas no nos han salido como esperábamos. En medio de estas situaciones, Jesús resucitado viene a caminar con nosotros. A veces nos resulta inicialmente difícil reconocerlo, y por ello necesitamos de la fe para descubrir su presencia que puede manifestarse de muchas maneras, por ejemplo a través de una persona que nos quiere de verdad o de alguien que solicita nuestra atención. Pero es especialmente al celebrar la Eucaristía cuando Jesús nos sale al encuentro para que podamos escuchar y comprender en comunidad la Palabra de Dios y alimentarnos de ella. Esto es lo que ocurre en la primera parte de la Misa: escuchamos las lecturas bíblicas y Él mismo nos ayuda a entender su sentido en relación con nuestra vida. 2. “Quédate con nosotros…” Este es el título de la última carta apostólica que escribió el Papa San Juan Pablo II  al proclamar el año 2005 -último de su pontificado- como “Año de la Eucaristía”. Como los discípulos que se dirigían a Emaús, también nosotros necesitamos que el Señor permanezca con nosotros. Él ya se hizo presente en la historia humana como Palabra de Dios, mostrándonos con sus enseñanzas y su ejemplo el camino que nos conduce a la verdadera felicidad: el sendero de la vida  al que se refiere el Salmo responsorial de este domingo [Salmo 16 (15), 11]. Ahora es  necesario que Él mismo llene nuestra existencia alimentándonos con su propia vida resucitada. Por eso le decimos, como los discípulos de Emaús: “Quédate con nosotros”. Como se acostumbraba hacer con los huéspedes, al detenerse en una posada del camino aquellos dos discípulos le ofrecieron a quien todavía no habían reconocido un poco de pan y de vino. Nosotros, en el ofertorio de la Eucaristía, después de oír la Palabra de Dios, ofrecemos el pan y el vino que representan cuanto ha sido creado por Dios y fabricado por el trabajo humano para compartirlo como hermanos. Como ocurrió con los discípulos de Emaús, nuestra disposición a compartir nos prepara para reconocer la presencia real de Cristo resucitado entre nosotros y alimentarnos con su vida  nueva. 3. “Contaron lo que les había pasado y cómo lo habían reconocido al partir el pan” La fracción el pan era el nombre que

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Mensaje del Domingo – Abril 27

EL MENSAJE DEL DOMINGO II Domingo de Pascua – Ciclo A Gabriel Jaime Pérez, S.J.    Al anochecer de aquel día, el primero de la semana, estaban los discípulos en una casa, con las puertas cerradas por miedo a los judíos. Y en esto entró Jesús, se puso en medio y les dijo: -«La paz esté con ustedes» Y, diciendo esto, les enseñó las manos y el costado. Y los discípulos se llenaron de alegría al ver al Señor. Jesús repitió: -«La paz esté con ustedes. Como el Padre me ha enviado, así también los envío yo.» Y, dicho esto, exhaló su aliento sobre ellos y les dijo: -«Reciban el Espíritu Santo; a quienes les perdonen los pecados, les quedan perdonados; a quienes se los retengan, les quedan retenidos. » Tomás, uno de los Doce, llamado el Mellizo, no estaba con ellos cuando vino Jesús. Y los otros discípulos le decían: -«Hemos visto al Señor.» Pero él les contestó: -«Si no veo en sus manos la señal de los clavos, si no meto el dedo en el agujero de los clavos y no meto la mano en su costado, no lo creo.» A los ocho días, estaban otra vez dentro los discípulos y Tomás con ellos. Llegó Jesús, estando cerradas las puertas, se puso en medio y dijo: -«La paz esté con ustedes.» Luego dijo a Tomás: -«Trae tu dedo, aquí tienes mis manos; trae tu mano y métela en mi costado; y no seas incrédulo, sino creyente.» Contestó Tomás: « ¡Señor mío y Dios mío! » Jesús le dijo: « ¡Señor mío y Dios mío!» Jesús le dijo: « ¿Porque me has visto has creído?  Dichosos los que crean sin haber visto.» Muchos otros signos, que no están escritos en este libro, hizo Jesús a la vista de los discípulos.  Éstos se han escrito para que ustedes crean que Jesús es el Mesías, el Hijo de Dios, y para que, creyendo, tengan vida en su nombre. (Juan 20, 19-31). Las lecturas de este domingo [Hechos de los Apóstoles 2, 42-47; Salmo 118 (117) 1ª Carta de san Pedro (1, 3-9); Evangelio según san Juan, 20, 19-31] nos invitan a proclamar nuestra fe en la resurrección de Jesús, a dar testimonio de la esperanza que nos anima y a construir la civilización del amor en coherencia con lo que creemos y esperamos.   1. “Dichosos los que crean sin haber visto” Los relatos evangélicos de las apariciones de Cristo resucitado nos remiten a experiencias de fe que se sitúan en un nivel distinto del que captan físicamente los sentidos. Aunque emplean imágenes que se refieren a los hechos de ver, oír y tocar, la realidad a la que se refieren es de orden espiritual. Por eso nos presentan a Jesús entrando en un recinto con las puertas cerradas y realizando acciones que les permiten a sus discípulos reconocerlo en su vida nueva, ya no condicionada por la materia ni por las dimensiones del espacio y del tiempo. En su encuentro con el apóstol Tomás, la referencia a las señales de los clavos en sus manos y en sus pies, y de la lanza en su costado, significa que se trata del mismo Jesús que había muerto en la cruz, pero ahora con una presencia captable sólo por la fe. La frase de Jesús a Tomás -Dichosos los que crean sin haber visto (Juan 20, 29)-, y la que leemos en la 1ª Carta de san Pedro –Ustedes no han visto a Jesucristo y lo aman, no lo ven y creen en Él (1 Pedro 1, 8)- se hacen realidad en nosotros cuando, sin exigir pruebas de laboratorio propias de las ciencias físicas y químicas, reconocemos la presencia de Cristo resucitado en su nueva realidad espiritual y decimos ante las especies consagradas del pan y del vino: “Señor mío y Dios mío” (Juan 20, 28). 2. “Nos ha hecho nacer de nuevo para una esperanza viva” La 1ª Carta de san Pedro también nos hace una invitación a la esperanza fundada en la resurrección de Cristo, prenda de nuestra resurrección futura, que nos impulsa a vivir con alegría incluso en medio de las dificultades presentes: Por eso estén alegres, aunque por un tiempo tengan que ser afligidos con diversas pruebas (1 Pedro 1, 6). Este gozo pascual se manifiesta especialmente cuando la comunidad realiza la fracción del pan, término con el cual se designa la Eucaristía, como nos lo cuenta el libro de los Hechos de los Apóstoles: comían juntos alabando a Dios con alegría (Hechos 2, 46). Así debe ser no sólo nuestra celebración eucarística, sino también nuestra vida entera: un testimonio vivo de alabanza gozosa a Dios como en los principios de la Iglesia. En el Evangelio encontramos tres veces la frase la paz esté con ustedes. Este saludo de Cristo resucitado es especialmente significativo después de los hechos sangrientos del Calvario que habían dejado a sus discípulos sumidos en el miedo (Juan 20, 19). También nosotros, a pesar de la violencia que nos rodea, desde la fe pascual expresamos la esperanza en un porvenir de paz, la paz que nos deseamos mutuamente y que proviene del perdón, gracias al Espíritu Santo que Él mismo nos comunica: Exhaló su aliento sobre ellos y les dijo: «Reciban el Espíritu Santo; a quienes les perdonen los pecados, les quedan perdonados.» (Juan 20, 22-23). Y esta paz será posible en la medida en que cada cual desarme su corazón, para que todos nos reconciliemos y nos abramos con esperanza activa a la construcción de una sociedad en la que podamos vivir nuestra condición de hijos de Dios. 3. “Los creyentes vivían todos unidos y lo tenían todo en común” Jesús resucitado envió a sus discípulos a proclamar la Buena Noticia: «Como el Padre me ha enviado, así también los envío yo.» Acogiendo esta buena noticia, los primeros cristianos formaron una comunidad a partir del ágape, palabra que en griego significa amor, en el sentido de una disposición desinteresada a compartir, con la

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Mensaje del Domingo – Abril 20

EL MENSAJE DEL DOMINGO Domingo de Resurrección – Ciclo A    Por: Gabriel Jaime Pérez, S.J. Abril 20 de 2014 El primer día de la semana, María Magdalena fue al sepulcro al amanecer, cuando aún estaba oscuro, y vio la losa quitada del sepulcro. Echó a correr y fue donde estaba Simón Pedro y el otro discípulo, a quien tanto quería Jesús, y les dijo: -«Se han llevado del sepulcro al Señor y no sabemos dónde lo han puesto.» Salieron Pedro y el otro discípulo camino del sepulcro. Los dos corrían juntos, pero el otro discípulo corría más que Pedro; se adelantó y llegó primero al sepulcro; y, asomándose, vio las vendas en el suelo; pero no entró. Llegó también Simón Pedro detrás de él y entró en el sepulcro: vio las vendas en el suelo y el sudario con que le habían cubierto la cabeza, no por el suelo con las vendas, sino enrollado en un sitio aparte. Entonces entró también el otro discípulo, el que había llegado primero al sepulcro; vio y creyó. Pues hasta entonces no habían entendido la Escritura: que él había de resucitar de entre los muertos. (Juan 20, 1-9). La Pascua de Resurrección es la más importante y alegre de todas las celebraciones de nuestra fe. Comienza en la noche del Sábado Santo con el encendimiento del Cirio Pascual que representa a Jesús resucitado, luz del mundo, principio y fin de la historia -Alfa y Omega-. En la liturgia de esa misma noche, la bendición del agua evoca el sacramento del Bautismo por el cual hemos renacido a una vida nueva en Cristo, y la Eucaristía manifiesta la presencia real y la acción salvadora del Señor que nos alimenta espiritualmente con su vida resucitada. En la siguiente reflexión me referiré a las lecturas bíblicas de la Misa del Día correspondiente al Domingo de Resurrección: Hechos de los Apóstoles 10, 34-43, Carta de san Pablo a los Colosenses 3, 1-4 y Evangelio según san Juan 20, 1-9.  1. Los discípulos de Jesús encuentran el sepulcro vacío Lo primero que experimentan los discípulos de Jesús después de su muerte en el Calvario es que no está allí donde han ido a buscar su cuerpo. “Se han llevado del sepulcro al Señor y no sabemos dónde lo han puesto“, dice María Magdalena. En todos los relatos evangélicos la narración del misterio de la resurrección de Cristo comienza por la experiencia del sepulcro vacío, y son las mujeres las primeras en notar esta ausencia, verificada luego por los demás discípulos. Ellas eran las que se habían encargado de embalsamar el cuerpo de Jesús, según las costumbres judías de la época, en aquella tumba que era una especie de cueva cuya entrada se sellaba con una piedra rodante, y no habían alcanzado a terminar su labor en la tarde del viernes por haber comenzado desde las seis el descanso sabático. El mensaje del sepulcro vacío consiste en una invitación a no buscar al Señor en la tumba, es decir, en el lugar destinado a los muertos, pues no está allí. Sólo se le puede encontrar en otra dimensión distinta de la física o material, y esto es precisamente lo que constituye el sentido de la fe de los primeros discípulos, expresada en la frase sugestiva del relato de Juan, “el otro discípulo” que, después de María Magdalena, llegó con Simón Pedro al sepulcro: “vio… y creyó”. ¿Qué vio? Un sudario, unas vendas y el sepulcro vacío. ¿Qué creyó? Lo que Jesús ya les había anunciado antes de su muerte: que iba a resucitar. 2. Jesucristo resucitado se manifiesta a sus discípulos La primera lectura bíblica nos describe la experiencia que tuvieron los primeros discípulos de Jesús, ya no de su ausencia del sepulcro, sino de su presencia resucitada: “Dios lo resucitó al tercer día e hizo que se nos apareciera a nosotros”, dice Simón Pedro en su discurso, en el texto de los Hechos de los Apóstoles (10, 34-43). Esta experiencia se da especialmente en la celebración de la Eucaristía: “Nosotros comimos y bebimos con Él después de su resurrección“. Cuando los primeros discípulos se reúnen para compartir el pan y el vino consagrados en memoria suya, experimentan su presencia resucitada, distinta de la física anterior a su muerte. Es una presencia espiritual que corresponde a una dimensión trascendente. Si bien la experiencia pascual de aquellos discípulos tuvo unas características especiales, algo similar ocurre para nosotros cuando celebramos la Eucaristía: Jesucristo resucitado se hace presente en el sacramento de su Cuerpo y Sangre gloriosos, con los que Él mismo nos alimenta comunicándonos su propia vida nueva. 3. La resurrección de Cristo, prenda de nuestra resurrección futura Los primeros cristianos vivieron el anuncio pascual de la resurrección de Jesucristo como el contenido central de la Buena Noticia que desde entonces comenzó a difundirse desde Jerusalén hasta los confines de la tierra: Jesús de Nazaret, el Hijo de Dios hecho hombre, el Mesías, el Cristo -es decir, el ungido, consagrado por Dios Padre para realizar su designio de salvación en favor de toda la humanidad-, ha resucitado y está vivo, con una vida nueva en un cuerpo glorioso que pertenece a una dimensión trascendente espiritual, y como Señor del universo ha querido hacernos partícipes de su resurrección, de modo que también nosotros vivamos y seamos eternamente felices. Esta Buena Noticia -que es lo que significa el término Evangelio (Eu-angelion) proveniente del griego- constituye a su vez para nosotros una invitación a poner nuestra mirada en las realidades eternas, no quedándonos en lo meramente terreno, que es transitorio. Tal es el sentido de la exhortación que hace san Pablo en la segunda lectura, tomada de su carta a los Colosenses –los primeros cristianos de la ciudad de Colosas, en el Asia Menor- (3, 1-4), y que reconocemos como palabra de Dios dirigida aquí y ahora a cada uno de los bautizados en la fe que proclama la resurrección de Jesucristo. Poner la mirada en las realidades eternas, que son “las de arriba” -teniendo

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Mensaje del Domingo – Abril 13

EL MENSAJE DEL DOMINGO Domingo de Ramos – Ciclo A Por: Gabriel Jaime Pérez, S.J. Abril 13 de 2014 Cuando se acercaban a Jerusalén y llegaron a Betfagé, junto al monte de los Olivos, Jesús mandó a dos discípulos, diciéndoles: «Vayan  a la aldea de enfrente, encontrarán en seguida una burra atada con su pollino, desátenlos y tráiganmelos. Si alguien les dice algo, contéstenle que el Señor los necesita y los devolverá pronto.» Esto ocurrió para que se cumpliese lo que dijo el profeta: «Díganle  a la hija de Sión: “Mira a tu rey, que viene a ti, humilde, montado en un asno, en un pollino, hijo de una burra”.» Fueron los discípulos e hicieron lo que les había mandado Jesús: trajeron la burra y el pollino, echaron encima sus mantos, y Jesús se montó. La multitud extendió sus mantos por el camino; algunos cortaban ramas de árboles y alfombraban la calzada. Y la gente que iba delante y detrás gritaba: « ¡Hosanna al Hijo de David! ¡Bendito el que viene en nombre del Señor! ¡Hosanna en el cielo!» Al entrar en Jerusalén, toda la ciudad preguntaba alborotada: « ¿Quién es éste?» La gente que venía con él decía: «Es Jesús, el Profeta de Nazaret de Galilea.» (Mateo 21, 1-11). La Semana Santa o Semana Mayor comienza con el Domingo de Ramos, llamado también de Pasión. En este año, la lectura que antecede a la bendición de los ramos con los cuales se aclama a Jesús inmediatamente antes de la Misa al conmemorar su entrada en Jerusalén pocos días antes de su pasión y muerte, es la del Evangelio según san Mateo. En la Misa se toma de este mismo Evangelio el relato de la pasión y muerte de Cristo (26,14 – 27,66), precedido de los textos de Isaías 50, 4-7, el Salmo 22 [21] y la carta de san Pablo a los Filipenses (2, 6-11). Centremos nuestra reflexión en tres temas que se relacionan con cada una de las frases que aparecen a continuación como títulos de las respectivas secciones, y que encontramos en los textos mencionados del Evangelio. El tema 1 se refiere específicamente a la entrada de Jesús en Jerusalén que conmemoramos el Domingo de Ramos. Los temas 2 y 3 de pueden también aplicarse respectivamente a las conmemoraciones de los días Jueves Santo y Viernes Santo, que tienen sus propias lecturas bíblicas pero cuya temática ya se anticipa desde este domingo. 1. “¡Hosanna! ¡Bendito el que viene en nombre del Señor!” La palabra Hosanna, proveniente del hebreo, era también empleada en el idioma arameo, la lengua popular hablada en tiempos de Jesús, y significa originariamente Sálvanos ahora. Unida a la frase Bendito el que viene en nombre de Yahvé (o en nombre de Señor, como dice el Evangelio y también el canto litúrgico de la Misa que comienza con la invocación Santo, Santo, Santo…), está tomada del Salmo 118 (117), un himno de acción de gracias a Dios que se cantaba junto al Templo de Jerusalén en la llamada “Fiesta de las Tiendas” (es decir, de las Carpas, también llamada “Fiesta de los Tabernáculos”), y que en sus versículos 25 al 27 expresa así el reconocimiento a la acción salvadora de Dios: “Sálvanos ahora, Yahvé, haz que nos vaya bien… Bendito el que viene en el nombre de Yahvé… Yahvé es Dios, Él nos ilumina. Cierren la procesión con ramos en la mano…” Con el tiempo, la misma palabra “hosanna” se convirtió en un saludo de aclamación y bendición, frecuentemente unido al canto del “hallel-u-yah”, término que en su significado original hebreo quiere decir “alabemos a Yah”, o sea “alabemos a Yahvé” (Yahvé es el nombre con el que Dios se le reveló a Moisés al elegirlo y enviarlo como su instrumento para liberar a los israelitas de la esclavitud que sufrían en Egipto). Un detalle significativo constituye el mensaje central del relato del Evangelio acerca de le entrada de Jesús en Jerusalén: Jesús, a quien las gentes sencillas aclaman como el Mesías esperado, descendiente del rey David, no entra arrogante en un carro de guerra tirado por caballos, sino manso y humilde, cabalgando sobre un asno. El Reino que ha anunciado desde el inicio de su predicación es distinto de los de este mundo, y eso es precisamente lo que va a manifestarse en el proceso de su pasión y muerte, que culminará con el acontecimiento pascual de la resurrección, no como un hecho espectacular sino como una experiencia espiritual que sólo viven quienes se abren con fe a la revelación de Dios. 2. “Tomen y coman, esto es mi cuerpo… Beban, esto es mi sangre que se derrama por todos para el perdón de los pecados” (Mt 26, 27) El relato de la pasión según San Mateo, inmediatamente después de la escena en que Judas Iscariote vende a su Maestro por treinta monedas de plata -el precio que valía un esclavo-, nos presenta, en la cena pascual que Jesús celebra con sus discípulos en la noche de la víspera de su pasión, que conmemoraremos solemnemente en la Misa vespertina del Jueves Santo: la institución de la sagrada Eucaristía, memorial del sacrificio redentor de Cristo que nos entrega su cuerpo y su sangre  para darnos vida eterna. Memorial que no es un simple recuerdo, sino la actualización salvadora para nosotros de su misterio pascual -pasión, muerte y resurrección-, cada vez que participamos debidamente y con fe en la Eucaristía, alimentándonos con su propia vida. En este sentido, la Eucaristía es “el sacramento de nuestra fe” en el que anunciamos su muerte, proclamamos su resurrección y expresamos nuestra esperanza en su venida gloriosa. Igualmente es el sacramento del amor de Dios manifestado en la ofrenda que Jesús, Dios hecho hombre, hace de sí mismo para la salvación de la humanidad, y que implica a su vez el mandamiento del amor: amor a Dios sobre todas las cosas, y a nuestros prójimos no sólo como a nosotros mismos, sino como Él nos ha mostrado que nos

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