Colegio San José Barranquilla

El Mensaje del Domingo 26 de Julio

XVII Domingo del Tiempo Ordinario Ciclo B – Julio 26 de 2015 Por: Gabriel Jaime Pérez, S.J. Pasó Jesús a la otra orilla del lago de Galilea. Y mucha gente lo seguía, porque habían presenciado las maravillas que hacía en favor de los enfermos. Pero Jesús se retiró a la parte montañosa y se sentó allá con sus discípulos. Estaba cerca la fiesta judía de la Pascua. Alzando la vista y viendo el gentío que había venido, le dijo a Felipe: “¿Con qué vamos a comprar pan para que esta gente coma?” Esto lo dijo para ver qué respondía, pues bien sabía Jesús lo que iba a hacer. Felipe le contestó: “Aunque gastáramos doscientos jornales, no alcanzaría para darle un mendrugo de pan a cada uno”. Uno de los discípulos de Jesús, Andrés, el hermano de Simón, le dijo: “Aquí hay un muchacho que tiene cinco panes de cebada y dos pescados. ¿Pero qué es esto para tanta gente?”. Jesús les dijo: “Hagan que la gente se siente en el suelo”. En ese sitio había mucha hierba. La gente se sentó en el suelo. Solamente los hombres eran como cinco mil. Jesús tomó los panes, dio gracias a Dios y les repartió pan y pescado cuanto quisieron. Y cuando quedaron satisfechos, dijo a sus discípulos: “recojan las sobras; que no se desperdicie nada”. Ellos las recogieron y llenaron doce canastos con las sobras que quedaron de los cinco panes de cebada. Y los que fueron testigos del milagro decían: “¡Este sí es el profeta que debía venir al mundo!” Pero Jesús, dándose cuenta de que iban a llevárselo a la fuerza para hacerlo rey, se retiró otra vez Él solo a la montaña. (Juan 6, 1-15). Todos los Evangelios narran el milagro de la multiplicación de los panes y peces: dos veces los de Mateo, Marcos y Lucas, y una vez el de Juan. Apliquemos este relato a nuestra vida, teniendo en cuenta también las otras lecturas de hoy [2 Reyes 4, 42-44; Salmo 145 (144); Efesios 4, 1-6.] 1.-“¿Con qué vamos a comprar pan para que esta gente coma?” Esta pregunta de Jesús podemos considerarla hoy como hecha a cada uno de nosotros. Según las estadísticas realizadas por la Organización de las Naciones Unidas para la Agricultura y la Alimentación (FAO), se estima que unos 800 millones de personas en el mundo sufren de hambre y desnutrición. Si los habitantes del planeta somos hoy alrededor de 7.310 millones, esto quiere decir que aproximadamente 11 de cada 100 seres humanos se encuentran en esta grave situación. La desnutrición y las enfermedades relacionadas con el hambre son la causa del 60 por ciento de las muertes. Según el “Proyecto Hambre” de las Naciones Unidas, unas 24.000 personas mueren cada día por causa del hambre, siendo el 75% de ellas niños y niñas menores de 5 años. La mayoría de las muertes por hambre se deben a desnutrición crónica. Las familias sencillamente no consiguen suficientes alimentos. Esto, a su vez, se debe a la extrema pobreza. Y si bien se han venido haciendo esfuerzos que han logrado reducir la magnitud del problema, aún falta mucho para remediar la tragedia del hambre en el mundo. Ante esta situación, el mensaje del Evangelio es un llamado a compartir. Mientras pocos que tienen mucho sigan despilfarrando en forma egoísta lo que tienen, mientras el mal uso que se hace de los recursos naturales –como nos lo ha dicho el Papa Francisco en su reciente Encíclica Laudato Si’ sobre “El cuidado de la casa común”– siga haciendo que tales recursos sean cada vez más escasos -como el agua, por ejemplo-, mientras no tomemos todos conciencia de que cada cual es responsable para bien o para mal de la suerte de la humanidad según esté dispuesto o no a contribuir al cuidado de la naturaleza y a compartir constructivamente la mesa de la creación con los demás, la pregunta de Jesús seguirá siendo un llamado a la reflexión de todos para ver qué y cómo respondemos. 2.-Tomó los panes, dio gracias a Dios y les repartió pan y pescado cuanto quisieron El milagro de la multiplicación de los panes y peces expresa el cumplimiento de las promesas anunciadas por Dios a través de sus profetas: la abundancia de un alimento renovador que Él mismo haría posible para todos los que acogieran su mensaje y lo invocaran sinceramente. Tal es el sentido de la primera lectura y el salmo de este domingo. En este mismo sentido, la multiplicación de los panes y peces es una prefiguración del sacramento de la Eucaristía, signo visible de la presencia de Jesús que nos alimenta con el pan de su propia vida entregada y resucitada. Él iba a ser representado desde los comienzos de la historia de su Iglesia, no sólo con la imagen del pan, sino también con la del pez, “ictus” en griego, cuyas letras son las iniciales del nombre y de varios títulos de Jesús: Iesous, Christos, Theos, Uios, Soter (Jesús, Cristo, Dios, Hijo, Salvador). La enseñanza de este milagro es que donde existe voluntad de compartir, aunque haya poco alcanza para todos y hasta sobra; en cambio, donde no existe esa voluntad, aunque haya mucho, unos pocos lo acaparan todo y las mayorías padecen hambre. El sacramento de la Eucaristía, llevado a la práctica, expresa la voluntad de compartir entre todos la creación, significada en las ofrendas de pan y vino, para que así se realice entre nosotros la presencia de Dios, que es Amor, que se nos revela en Jesucristo y nos alimenta con su propia vida. 3. Dándose cuenta de que iban a llevárselo a la fuerza para hacerlo rey, se retiró… Jesús había iniciado su predicación proclamando la cercanía del reino de Dios. Sus milagros mostraban la verdad de esta proclamación: como dice el Evangelio, mucha gente lo seguía, porque habían presenciado las maravillas que hacía. Ahora, después de la multiplicación de los panes y peces, quieren hacerlo rey, pero Jesús se opone a

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Mensa del domingo19072015

EL Mensaje del Domingo 19 de Julio

XVI Domingo del Tiempo Ordinario Ciclo B – Julio 19 de 2015 Por: Gabriel Jaime Pérez, S.J. Cuando los apóstoles regresaron de su misión y se reunieron con Jesús, le contaron todo lo que habían hecho y enseñado. Entonces les dijo: “Vengan ahora ustedes a un lugar solitario y despoblado y descansen un poco”. Porque eran tantos los que iban y venían que no les quedaba tiempo ni para comer. Se fueron, pues, en la barca a un lugar despoblado y solitario. Pero muchos los vieron irse y se dieron cuenta, y a pie fueron corriendo desde todos los pueblos y llegaron allá antes que ellos. Al desembarcar Jesús y ver toda esa multitud, sintió compasión por ellos porque andaban como ovejas sin pastor; entonces empezó a darles muchas enseñanzas (Marcos 6, 30-34). 1. “Vengan ahora ustedes a un lugar solitario y despoblado y descansen un poco” El domingo pasado recordábamos cómo Jesús llamó a sus primeros doce discípulos y los hizo sus apóstoles, es decir sus enviados para proclamar la Buena Noticia. Ahora los apóstoles regresan de su recorrido y, al contarle lo que han hecho y enseñado, Él los invita a descansar un poco. Necesitamos sentirnos activos y útiles, no sólo para nuestro sustento diario, sino también para nuestra propia realización personal. Pero también toda persona que trabaja necesita descansar. Por eso el ideal es poder combinar el trabajo con el descanso. Quienes trabajan en situaciones de responsabilidad en las que otros dependen de ellos, no pocas veces tienen que atender a las continuas solicitudes que les llegan en tiempos previstos para el reposo. También muchas personas se ven obligadas a multiplicar sus esfuerzos, privándose del descanso para poder conseguir el sustento propio y de sus familias. Y no faltan los adictos al trabajo que desconocen la necesidad de descansar, negándose cualquier posibilidad de re-creación. Pero el descanso es necesario, y para que sea verdaderamente re-creativo, es decir renovador, supone y exige la búsqueda de espacios y tiempos tanto de silencio interior para rehacernos espiritualmente, como de encuentro y relación con las personas en ambientes constructivos de distensión y diálogo. ¿Existen estos espacios y tiempos en mi vida? ¿Qué factores me pueden estar impidiendo una satisfacción equilibrada de la necesidad de un descanso renovador? ¿Qué debo y puedo hacer al respecto? 2. Al desembarcar Jesús y ver toda esa multitud, sintió compasión por ellos El segundo tema del Evangelio de hoy es la compasión de Jesús por la gente. Com-pasión significa sentir o padecer-con el que sufre o experimenta una situación difícil. En la lengua griega en la cual fueron redactados originalmente los Evangelios, el término empleado para expresar que Jesús se conmovió o sintió compasión equivale a “se le revolvieron las tripas”, una imagen viva de lo que significa el amor de Dios hecho hombre para compartir con nosotros las situaciones dolorosas y acompañarnos ayudándonos a superarlas. Ahora bien, el Evangelio no sólo nos invita a reconocer el amor compasivo de Dios ofrecido personalmente por Jesucristo, sino también a sentir y actuar como Él lo hizo, especialmente en relación con las personas más necesitadas. Una de las causas más profundas de la situación de injusticia social y de todas las demás formas de violencia en que se encuentra nuestro país es la falta de com-pasión, la indiferencia que lleva a muchos a desentenderse de los problemas de los demás, encerrándose en el egoísmo. Surgen así otras preguntas para la revisión personal. ¿Cómo me afectan los problemas de los demás? ¿Siento compasión por los que sufren? ¿Me importan los demás, o me desentiendo de ellos y sólo pienso en mis propios intereses? 3. Andaban como ovejas sin pastor; entonces empezó a darles muchas enseñanzas… El tercer tema del Evangelio de este domingo es la imagen del pastor como modelo de la misión encomendada por Jesús a sus apóstoles. Esta misma misión es la que los obispos, sucesores de ellos con el sucesor de Pedro a la cabeza -el Papa-, y también todos los que ejercemos distintos ministerios o servicios en la Iglesia de Cristo, estamos llamados a cumplir. Por eso a esta misión se le da el calificativo de “pastoral”. La situación descrita por el Evangelio al referirse a la multitud que andaba como ovejas sin pastor, no es sólo de aquel tiempo, cuando ni las autoridades romanas ni los jefes religiosos judíos se preocupaban por el auténtico bienestar de la gente del pueblo. Es de todas las épocas y se había dado, por ejemplo, en tiempos del profeta Jeremías, quien predicó en Jerusalén unos 650 años antes de Cristo. Ay de los pastores que dejan que se pierdan y dispersen las ovejas de mi rebaño, dice el profeta en la primera lectura de este domingo, refiriéndose a los reyes descendientes de David que habían promovido no sólo la idolatría, sino también la corrupción y la injusticia social en el pueblo de Dios (Jeremías 23, 1-6). Nosotros podemos aplicar esta denuncia profética también al nuevo Pueblo de Dios, iniciado por Jesucristo como una comunidad que supera la antigua división entre judíos y gentiles o paganos, en virtud de la reconciliación que Él mismo hizo posible gracias a su sacrificio redentor, y a la que se refiere el apóstol san Pablo en la segunda lectura de hoy (Efesios 2, 13-18). Jesús, que es nuestro Buen Pastor al que puede aplicarse en todo su sentido el Salmo 23 -el de la Misa de este domingo-, quiso contar con colaboradores que continuaran después de su vida terrena la misión pastoral que recibió de su Padre celestial. Sin embargo, hoy también podemos decir con el evangelista que mucha gente anda “como ovejas sin pastor”, no sólo porque escasean los sacerdotes, sino también por la falta de fidelidad y entrega de los que no cumplen debidamente con su misión pastoral. Y asimismo por la falta de líderes que den ejemplo de vida y sepan orientar a las personas hacia la verdadera felicidad. Pidamos, pues, a la luz del Evangelio de este domingo,

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EL Mensaje del Domingo 12 de Julio

XV Domingo del Tiempo Ordinario Ciclo B Por: Gabriel Jaime Pérez, S.J. Llamó Jesús a los Doce y empezó a enviarlos de dos en dos, dándoles poder sobre los espíritus malignos. Les encargó que no llevaran nada para el camino, fuera de un bastón; que no llevaran pan, ni provisiones, ni dinero. Que podían llevar sandalias, pero que no llevaran dos túnicas. Y les decía: “Cuando se hospeden en una casa, quédense allí hasta que se vayan de aquel lugar. Y si en algún lugar no los reciben ni quieren escucharlos, al salir sacudan de sus pies hasta el polvo que se les haya pegado: será una acusación contra esa gente”. Los discípulos se fueron, y con su predicación llamaron a todos a volver a Dios, expulsaban muchos demonios, y ungían con aceite a muchos enfermos y los curaban. (Marcos (6, 7-13). 1. Dios elige, llama y envía a cada cual para realizar una tarea específica En el siglo VIII antes de Cristo, un “pastor y cultivador de higos” de nombre Amós, quien nos cuenta su propia vocación en la primera lectura (Amós 7, 12-15), fue llamado y enviado por Dios para realizar la tarea de los auténticos profetas -porque también existían entonces los profetas falsos-. En dicha primera lectura se cuenta que Amasías, sacerdote del Templo de Betel (centro del culto en el reino del norte llamado Israel que después de Salomón se había separado del reino del sur llamado Judá, donde estaba el Templo de Jerusalén), le dijo a Amós que se fuera al sur porque su predicación le resultaba incómoda a Jeroboam, el rey del norte (Amós 7, 10-11). Y la respuesta de Amós significa que él no era ningún vidente o adivino ordinario -como lo eran los falsos profetas que adulaban al rey en su palacio-, sino que había sido llamado por Dios para hablar en su nombre, y esto es lo que quiere decir el término profeta, proveniente del griego. Así lo hizo, denunciando la idolatría y la injusticia, como también anunciando la salvación para quienes se convirtieran a Dios. Siete siglos después, Jesús escoge a doce de entre sus discípulos o seguidores, a quienes llama apóstoles -otro término proveniente del griego que significa enviados-, y les confía la misión de invitar a todas las personas a convertirse, es decir, a reorientar sus vidas hacia Dios, y de liberarlas del mal con el poder del Espíritu Santo. En el siglo I de la era cristiana, san Pablo, que no había formado parte de los primeros Doce, recibiría asimismo el título de apóstol al ser escogido por Cristo resucitado para proclamar su mensaje salvador a los llamados “gentiles”, es decir los que no pertenecían al pueblo judío. Entre ellos se contaban los primeros cristianos de la ciudad de Éfeso en el Asia Menor (hoy Turquía), a quienes dirigió la carta de la cual está tomada la segunda lectura (Efesios 1, 3-14) y que justamente comienza, en sus dos primeros versículos, con una presentación que hace Pablo de sí mismo como “apóstol de Cristo Jesús por voluntad de Dios” (Efesios 1, 1). También nosotros los bautizados y confirmados en la Iglesia o comunidad de los seguidores de Jesucristo en este siglo XXI, hemos sido elegidos y llamados por Él a realizar una misión concreta, una tarea específica que el Señor le ha señalado a cada cual para colaborar con Él en el cumplimiento de su plan universal de salvación. Reconozcamos esta misión y preguntémonos cómo la estamos cumpliendo. 2. Jesús envía a sus apóstoles de dos en dos, dándoles poder para predicar y sanar En la tradición jurídica del judaísmo, para que fuera válido y creíble un testimonio tenía que ser dado al menos por dos personas que coincidieran en su contenido. Este es el sentido originario de esta forma de enviar Jesús a sus discípulos -de dos en dos-, a lo que podemos agregar el de ayudarse mutuamente para la realización de la tarea. Otro tema que llama la atención es la instrucción que les da para llevar a cabo la misión. En cuanto a qué pueden y qué no deben llevar, es significativo que lo permitido sea lo relacionado con el hecho de ponerse en camino –el bastón, las sandalias y una sola túnica-, mientras que todo lo demás que necesiten se supone que van a obtenerlo de las comunidades a las que se dirigen, como contribución por el trabajo que realicen en ellas. Pero más allá de estas especificaciones, lo que en el fondo significa la instrucción de Jesús es que deben ir ligeros de equipaje, sin apegos materiales que les impidan la agilidad requerida para el camino, confiados plenamente en el poder de Dios que les da la energía espiritual necesaria. Termina la instrucción de Jesús a sus enviados con el símbolo de sacudirse el polvo de los pies. Es una forma de expresar, con un gesto, que la Buena Noticia que están llamados a proclamar puede ser rechazada en determinados ambientes, pero no por ello deben desanimarse en su trabajo. Por el contrario, deben buscar otros horizontes, con nuevos ánimos y dejando atrás todo lo que les impida proseguir su tarea. 3. Llamaron a todos a volver a Dios; expulsaban muchos demonios, ungían con aceite a muchos enfermos y los curaban El pasaje del Evangelio termina con una breve descripción de la tarea que comenzaron a realizar aquellos primeros discípulos enviados por Jesús a proclamar su mensaje de salvación. Para describir esa tarea, se hace referencia a tres elementos esenciales: la invitación a la conversión, la “expulsión de los demonios” -es decir, de las fuerzas del mal-, producida por la acción renovadora del Espíritu Santo, y la unción de los enfermos con el óleo o aceite consagrado como signo de sanación -no sólo física, sino sobre todo espiritual y que corresponde a uno de los siete sacramentos de la Iglesia-. Pidámosle al Señor que nos disponga a cumplir la misión que nos ha encomendado. En especial pidamos por el Papa y

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EL Mensaje del Domingo 5 de Julio

XIV Domingo del Tiempo Ordinario Ciclo B Por: Gabriel Jaime Pérez, S.J. En aquel tiempo Jesús fue a su propia tierra, y sus discípulos fueron con él. Cuando llegó el sábado, comenzó a enseñar en la sinagoga. Y muchos oyeron a Jesús, y se preguntaron admirados: -¿Dónde aprendió éste tantas cosas? ¿De dónde ha sacado esa sabiduría y los milagros que hace? ¿No es éste el carpintero, el hijo de María y hermano de Santiago, José, Judas y Simón? ¿Y no viven sus hermanas también aquí, entre nosotros? Y no tenían fe en él. Pero Jesús les dijo: – En todas partes se honra a un profeta, menos en su propia tierra, entre sus parientes y en su propia casa. No pudo hacer allí ningún milagro, aparte de poner las manos sobre unos pocos enfermos y sanarlos. Estaba asombrado porque aquella gente no creía en él. Y recorría las aldeas cercanas, enseñando. (Marcos 6, 1-6). 1. Sólo podemos conocer de verdad a las personas si superamos los prejuicios Los prejuicios siempre constituyen un muro que impide reconocer la verdad de las personas. Para aquellos paisanos suyos, Jesús no podía ser más que el carpintero -o el hijo del carpintero, el hijo de José, como dicen respectivamente los textos paralelos de Mateo (13, 53-58) y Lucas (4, 16-30)-. Y el Evangelio según san Juan cuenta que uno de quienes iban a ser sus primeros discípulos, Natanael, también llamado Bartolomé, cuando oyó de qué lugar provenía Jesús, antes de conocerlo exclamó: “¿Puede salir algo bueno de Nazaret?” (Juan 1, 46)

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El Mensaje del Domingo 28 de Junio

En aquel tiempo, Jesús atravesó de nuevo en barca a la otra orilla, se reunió mucha gente a su alrededor y Él se quedó junto al lago. Se acercó un jefe de la sinagoga, que se llamaba Jairo, y, al verlo, se echó a sus pies, rogándole con insistencia: -Mi niña está en las últimas; ven, pon las manos sobre ella para que se cure y viva. Jesús se fue con él, acompañado de mucha gente […]. Y llegaron de la casa del jefe de la sinagoga para decirle: -Tu hija ha muerto. ¿Para qué molestar más al Maestro? Jesús alcanzó a oír lo que hablaban y le dijo al jefe de la sinagoga: -No temas, basta que tengas fe. No permitió que lo acompañara nadie más que Pedro, Santiago y Juan, el hermano de Santiago. Llegaron a casa del jefe de la sinagoga y encontró el alboroto de los que lloraban y se lamentaban a gritos. Entró y les dijo: -¿Qué estrépito y qué lloros son éstos? La niña no está muerta, está dormida. Y se reían de Él. Pero Él los echó fuera a todos y, con el padre y la madre de la niña y sus acompañantes, entró donde estaba la niña, la tomó de la mano y le dijo: -Talitá kumi (que significa “Contigo hablo, levántate”). La niña se puso en pie inmediatamente y echó a andar; tenía como doce años. Y se quedaron viendo visiones. Les insistió en que nadie se enterase, y les dijo que le dieran de comer (Marcos 5, 21-24 y 35b-43). El mensaje central de este relato del Evangelio es la invitación a la fe en el Dios de la vida, a cuya acción resucitadora se refieren también la primera lectura (Sabiduría 1, 13-15; 2, 23-24) y el Salmo 30 (29). Al compartir esta misma fe, dispongámonos también a compartir con las personas necesitadas lo que tenemos, como se nos invita a hacerlo en la segunda lectura (2 Corintios 8, 7. 9. 13-15). 1. Jesús le dice al jefe de la sinagoga: -No temas, basta que tengas fe. La “sinagoga” era entonces y sigue siendo hoy para los judíos un recinto destinado a las reuniones de la comunidad para escuchar las sagradas escrituras, orar e instruirse acerca de las prescripciones morales y rituales de la Ley de Dios promulgada a través de Moisés. Ante la noticia que le dan al jefe de la Sinagoga de Cafarnaúm -el puerto pesquero de Galilea, donde Jesús inició su vida pública y su predicación-, Jesús lo invita a no desanimarse. Las palabras “no temas, basta que tengas fe”, son dirigidas también hoy a nosotros, especialmente en las situaciones difíciles, en las que se oscurece el horizonte de nuestra vida y nos envuelve el temor ante los problemas. 2. Jesús les dice a quienes lloran: -La niña no está muerta, está dormida […]. Luego entra donde está la niña, la toma de la mano y le dice: […] Levántate. Los relatos de milagros de resucitación obrados por Jesús durante su vida terrena (este de la hija de Jairo, el del hijo de la viuda de Naím y el de Lázaro de Betania, amigo de Jesús) -como también los de aquellos que habían sido realizados por los profetas Elías y Eliseo -narrados en el primer libro de los Reyes del Antiguo Testamento- y los que cuenta el libro de los Hechos de los Apóstoles que realizaron los apóstoles Pedro y Pablo-, difieren del misterio de la resurrección gloriosa a una vida eterna. La vida terrenal de esas personas, después de haber sido revivificadas, iba a terminar definitivamente algún día. Sin embargo, todos podemos tener la esperanza en una vida eterna después de nuestra existencia en este mundo, y éste es precisamente el núcleo del mensaje pascual de la resurrección de Cristo, prenda de nuestra resurrección futura. Jesús dice que la niña no está muerta, sino dormida. En otro pasaje de los evangelios, con respecto a la muerte de su amigo Lázaro, les comentará a sus discípulos “Nuestro amigo Lázaro se ha dormido, pero voy a despertarlo” (Juan 11, 11). La Iglesia emplea también en su liturgia la metáfora del sueño para referirse a la muerte, como cuando al rezar por los difuntos en la Misa decimos: “Acuérdate también Señor de nuestros hermanos y hermanas que durmieron en la esperanza de la resurrección”, pidiéndole por su “descanso eterno” al Dios que “creó al ser humano para la inmortalidad y lo hizo a imagen de su propio ser”, como dice la primera lectura. La resucitación de la hija de Jairo en el Evangelio de este domingo nos invita a reconocer con fe el poder creador y renovador del Espíritu de Dios, que se manifiesta presente en Jesús. Animados por la fe en este poder del Dios que da la vida, podemos decir, a pesar de nuestras experiencias dolorosas, la frase del Salmo: Cambiaste mi luto en danzas. Señor, Dios mío, te daré gracias por siempre. 3. Vida después de la vida Los relatos evangélicos de resucitación nos presentan hechos de reanimación o revivificación después de experiencias que podrían ser asimiladas a las que presentan las narraciones contemporáneas de personas que han “vuelto a la vida” y dicen que Dios les ha dado “una segunda oportunidad”. No son pocos los relatos de quienes han tenido la llamada experiencia del túnel, después de haber sido declarados muertos o haber sufrido estados de catalepsia, o de haberse detenido por un tiempo considerable los latidos de sus corazones, y han vuelto a la vida. Tales relatos, como los de un famoso libro que recopila hechos de esta índole bajo el título Vida después de la vida, tienen en común la vivencia de una especie de túnel oscuro y una luz al final que atrae a quienes están dejando la vida material. De todos modos, el paso de esta vida a la eternidad sigue siendo un misterio que sólo podremos comprender a la luz de la fe en el Dios de la vida.

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El Mensaje del Domingo 21 de Junio

Domingo XII del Tiempo Ordinario – Ciclo B Por: Gabriel Jaime Pérez, S.J. Al anochecer, Jesús dijo a sus discípulos: -Vamos al otro lado del lago. Entonces dejaron a la gente y llevaron a Jesús en la barca en que ya estaba; y también otras barcas lo acompañaban. En esto se desató una tormenta, con un viento tan fuerte que las olas caían sobre la barca, de modo que se llenaba de agua. Pero Jesús se había dormido en la parte de atrás, apoyado sobre una almohada. Lo despertaron y le dijeron: -Maestro: ¿no te importa que nos estemos hundiendo? Jesús se levantó y dio una orden al viento, y dijo al mar: -¡Silencio! ¡Quédate quieto! El viento se calmó y todo quedó completamente tranquilo. Después dijo Jesús a los discípulos: -¿Por qué están asustados? ¿Todavía no tienen fe? Ellos se llenaron de miedo, y se preguntaban unos a otros: -¿Quién será éste, que hasta el viento y el mar le obedecen? (Marcos 4,35-41). Este relato del Evangelio nos invita a la fe en la presencia y la acción salvadora de Jesús en los momentos difíciles. Tanto en la vida personal como en la de toda comunidad humana, pueden sobrevenir y de hecho sobrevienen tempestades que amenazan con hundirnos y destruir nuestras esperanzas. Pero como dice el refrán popular, “después de la tempestad viene la calma”, y esto se cumple cuando no nos dejamos vencer por la desesperación y recurrimos al Señor, sin dejar por ello de poner cuanto esté de nuestra parte. Meditemos en el Evangelio, teniendo en cuenta también los otros textos bíblicos de hoy [Job 38, 1. 8-11; Salmo 107 (106), 23-26.28-31; 2 Corintios 5, 14-17]. 1. Jesús dijo a sus discípulos: Vamos al otro lado del lago (…). Se desató una tormenta (…). Jesús se levantó y dio una orden (…), y todo quedó tranquilo. Cuando Jesús dice en este pasaje del Evangelio “vamos al otro lado el lago”, se refiere al pueblo pagano de los llamados “gerasenos”, situado en la orilla oriental del lago de Tiberíades, llamado también, por su tamaño y la fuerza de su oleaje, el “mar de Galilea”. Esta acción de dirigirse a la orilla opuesta es muy significativa para los estudiosos de los textos bíblicos, quienes ven en ella una referencia a la misión que Jesús le iba a dar a su Iglesia de proclamar la Buena Noticia más allá de las fronteras nacionales del pueblo de Israel. Las primeras comunidades cristianas, al escuchar este relato que encontramos con distintos matices en los Evangelios de Marcos, Mateo y Lucas, seguramente lo asociaban a la imagen de la tempestad empleada con frecuencia en los textos bíblicos, como por ejemplo en el Salmo 107 (106), que invita a dar gracias a Dios por su misericordia, evocando con la imagen de la tempestad la historia de Israel en la que, a pesar de las constantes dificultades e incluso de las infidelidades propias de la debilidad humana, se había manifestado en favor de su pueblo el poder salvador de Dios, que aplacaba los vientos y con la suave brisa de su Espíritu lo conducía seguro al puerto de la tierra prometida. El mismo poder salvador de Dios iban a reconocer los discípulos de Jesús que estaba presente y actuante en Él, pero tal reconocimiento sólo sería posible gracias a la fe pascual en Cristo resucitado, quien con la energía del Espíritu Santo les daría la fuerza necesaria para afrontar el oleaje de las persecuciones. La barca de Pedro, símbolo de la Iglesia o comunidad de los discípulos de Jesús, estaría constantemente amenazada por las tormentas del mal, pero siempre sería defendida por la presencia de su Maestro. 2. Las preguntas de los discípulos: -Maestro, ¿no te importa que nos estemos hundiendo? (…) -¿Quién será éste, que hasta el viento y el mar le obedecen? Estas dos preguntas de los discípulos son muy significativas. Muchas veces, en medio de los problemas que nos toca afrontar, nos parece que Dios se desentiende y nos deja a la deriva, como si no le importáramos. Y también otras muchas, cuando encontramos la solución a los problemas, puede suceder que no reconozcamos claramente la presencia salvadora del Señor. Eso mismo les ocurrió a los discípulos de Jesús que iban con Él en la barca, e incluso después del milagro “se llenaron de miedo”, porque juzgaban con criterios humanos, como escribe el apóstol Pablo en la segunda lectura de hoy. Necesitamos que Dios mismo abra nuestras mentes y nos haga experimentar y comprender desde la fe su presencia amorosa y su acción salvadora. Este es el sentido del pasaje bíblico de la primera lectura, cuando “El Señor le habló a Job de en medio de la tempestad (…), diciéndole: Yo le puse un límite al mar y cerré con llave sus compuertas. Y le dije “llegarás hasta aquí, y de aquí no pasarás; aquí se romperán tus olas arrogantes”. El mismo Dios todopoderoso que en todo el capítulo 38 del libro que lleva el nombre de Job le habla así a este personaje simbólico del Antiguo Testamento, es el que se nos revela en la persona de Jesús. 3. Las preguntas de Jesús: -¿Por qué están asustados? ¿Todavía no tienen fe? El miedo proviene de la falta de fe. Los primeros seguidores de Jesús tardaron un buen tiempo en tener la fe que requerían para afrontar las dificultades inherentes a la misión que iban a recibir de proclamar el Evangelio con una perspectiva universal. Iban a ser necesarias la iluminación y la energía del Espíritu Santo, después de la muerte y resurrección de Cristo, para que pudieran enfrentarse al oleaje de las incomprensiones y persecuciones confiando en el poder del amor infinito de Dios. También nosotros necesitamos de esa fe, una fe que nos haga posible luchar sin desfallecer en medio de las situaciones difíciles, siendo impulsados por el amor de Cristo, como dice el apóstol Pablo en la segunda lectura. Pidámosle al Señor que nos conceda y nos aumente la

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El Mensaje del Domingo 14 de Junio

Domingo XI del Tiempo Ordinario – Ciclo B Por: Gabriel Jaime Pérez, S.J. En aquel tiempo, Jesús decía a la gente: “El Reino de Dios es como un hombre que echa el grano en la tierra; duerma o se levante, de noche o de día, el grano brota y crece, sin que él sepa cómo. La tierra da el fruto por sí misma; primero hierba, luego espiga, después trigo abundante en la espiga. Y cuando el fruto lo admite, en seguida se le mete la hoz, porque ha llegado la siega”. Decía también: “¿Con qué compararemos el Reino de Dios o con qué parábola lo expondremos? Es como un grano de mostaza que, cuando se siembra en la tierra, es más pequeña que cualquier semilla que se siembra en la tierra; pero una vez sembrada, crece y se hace mayor que todas las hortalizas y echa ramas tan grandes que las aves del cielo anidan a su sombra”. Y les anunciaba la Palabra con muchas parábolas como éstas, según podían entenderle; no les hablaba sin parábolas; pero a sus propios discípulos se lo explicaba todo en privado (Marcos 4, 26-34). Jesús proclamó desde el inicio de su predicación la llegada del Reino de Dios, y también decía que éste podía estar dentro de cada persona que acoge su buena noticia con sencillez de corazón. Y para explicarnos cómo llega a nosotros su Reino, es decir, de qué modo actúa Dios con el poder de su amor en nuestra existencia personal y en la historia humana, nos presenta sus parábolas, muchas de las cuales, como las que contiene el Evangelio de hoy, empiezan con una frase sugestiva: “El Reino de Dios se parece a…”. Veamos cómo podemos aplicar a nuestra vida lo que nos enseña Jesús en las dos parábolas del Evangelio de hoy (Marcos 4, 26-34), y tengamos también en cuenta para nuestra reflexión las otras lecturas bíblicas de este domingo (Ezequiel 27, 22-24; 2 Corintios 5, 6-10). 1. Como un hombre que echa el grano en la tierra En esta primera parábola, el Reino de Dios es Dios mismo que siembra y deja que la semilla se desarrolle. La primera lectura, tomada del libro del profeta Ezequiel, del Antiguo Testamento, nos presenta precisamente a Dios como un sembrador: “Así dice el Señor: Yo también tomaré un renuevo de lo más alto de la copa del cedro… y lo plantaré en un monte alto y eminente…; extenderá sus ramas y dará fruto, y llegará a ser un cedro majestuoso. Debajo de él anidarán toda clase de aves, a la sombra de sus ramas…” Seguramente Jesús estaba evocando esta profecía, referida originariamente a la acción de Dios en favor del pueblo de Israel, cuando les decía a sus discípulos que el Reino de Dios es como un hombre que siembra, y este mismo fue el sentido de otra de sus parábolas que aparecen en los Evangelios, la del sembrador que va esparciendo las semillas que caen unas en tierra mala y otras en tierra buena. Ahora nuestro Señor aplica el anuncio profético no sólo a aquél pueblo, sino a toda la humanidad, pues su Buena Noticia acerca de la llegada del Reino de Dios es un mensaje universal. Lo que Jesús nos quiere mostrar ante todo es la paciencia infinita de Dios. Él ha sembrado en nosotros la semilla con su Palabra encarnada, que es Jesús mismo, nos comunica su Espíritu y nos invita a seguir sus enseñanzas para que nuestra vida se desarrolle espiritualmente y produzca frutos. Sin embargo, Él mismo sabe que este desarrollo tiene su tiempo, y por eso espera pacientemente hasta que llegue el momento de la cosecha. 2. Como la tierra que da su fruto por sí misma Dios es el sembrador, pero no pretende hacerlo todo. Él deja que la tierra realice su labor dando fruto “por sí misma”. De esta forma lo que Jesús nos está enseñando es que la gracia de Dios no excluye la acción del ser humano, que es precisamente a lo que Jesús se refiere en la segunda parte de la primera parábola. Él espera que nosotros correspondamos a sus cuidados esforzándonos por cumplir su voluntad, que es voluntad de amor, porque el Reino de Dios es el poder del Amor que es Él mismo. En consecuencia, el desarrollo del plan salvador de Dios para cada uno y cada una de nosotros implica la colaboración de nuestra parte. Dios realiza lo que le corresponde y está siempre dispuesto a ayudarnos, pero deja en nosotros respetuosamente la autonomía responsable para que nos esforcemos por crecer espiritualmente y dar fruto. 3. Como la semilla más pequeña La otra de las parábola que nos trae el Evangelio de hoy tiene en común con la anterior la invitación a la paciencia, y por lo mismo a la esperanza en un Dios que sabe esperar a que lo comenzado en una semilla tan pequeña como el grano de mostaza, termine en el árbol grande y frondoso en cuyas ramas y a cuya sombra puedan anidar las aves. El Reino de Dios, en efecto, comienza por lo pequeño por lo sencillo, y va creciendo gracias a la acción continua y pacientemente transformadora de su Espíritu Santo. En este sentido, la parábola del grano de mostaza consiste en una invitación a no desanimarnos a pesar de la sensación de la lentitud con que parece obrar Dios mismo en medio de un mundo que le rinde culto a la eficiencia instantánea y mágica del éxito fácil y sin esfuerzo. Esta mentalidad nos impulsa a querer los resultados inmediatos. Pero, así como un árbol necesita tiempo para crecer y desarrollarse, así también el desarrollo de nuestra vida en el Espíritu no puede darse en plenitud de la noche a la mañana. Necesitamos tiempo para crecer en el amor, para que la acción del Espíritu Santo nos vaya transformando y vaya produciendo en nosotros los frutos esperados. Dios es paciente con nosotros. Por eso también nosotros debemos ser pacientes unos

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El Mensaje del Domingo 7 de Junio

Domingo de El Cuerpo y la Sangre de Cristo- Ciclo B Por: Gabriel Jaime Pérez, S.J. El primer día de la fiesta en que se comía el pan sin levadura, cuando se sacrificaba el cordero de Pascua, los discípulos de Jesús le preguntaron: Dónde quieres que vayamos a prepararte la cena de Pascua? Entonces envió a dos de sus discípulos, diciéndoles: Vayan a la ciudad. Allí encontrarán a un hombre que lleva un cántaro de agua; síganlo, y donde entre, digan al dueño de la casa: El Maestro pregunta: ¿Cuál es el cuarto donde voy a comer con mis discípulos la cena de Pascua? Él les mostrará en el piso alto un cuarto grande, arreglado y ya listo para la cena. Prepárennos allí lo necesario¡. Los discípulos salieron y fueron a la ciudad. Lo encontraron todo como Jesús les había dicho, y prepararon la cena de Pascua. Mientras comían, Jesús tomó en sus manos el pan y, habiendo pronunciado la bendición, lo partió y se lo dio a ellos, diciendo: -Tomen, esto es mi cuerpo. Luego tomó en sus manos una copa y, habiendo dado gracias a Dios, se la pasó a ellos, y todos bebieron. Les dijo: -Esto es mi sangre, con la que se confirma la alianza, sangre que es derramada en favor de muchos. Les aseguro que no volveré a beber del producto de la vid, hasta el día en que beba el vino nuevo en el reino de Dios. Después de cantar los salmos, se fueron al Monte de los Olivos. (Mateo 14, 12-16. 22-26). La fiesta del Cuerpo y la Sangre de Cristo, que comenzó a celebrarse en la ciudad belga de Lieja en el año 1246, fue extendida en el 1264 a toda la Iglesia Católica por el papa Urbano IV para proclamar la presencia real de Jesucristo en la Eucaristía, contrarrestando así las enseñanzas de quienes la negaban y decían que el pan y el vino consagrados eran simplemente un símbolo conmemorativo de la última cena del Señor. 1. La Eucaristía es sacrificio y sacramento Como sacrificio, la Eucaristía es el memorial que no sólo recuerda, sino además actualiza el misterio pascual de la pasión, muerte y resurrección de Jesucristo. La primera lectura (Éxodo 24, 3-8) evoca lo que desde nuestra fe reconocemos como una prefiguración de este sacrificio redentor de Jesús, quien iba a cambiar con la entrega de su propia vida el antiguo rito llamado “sacrificio de comunión” realizado con la sangre de animales para establecer la alianza o pacto de amistad entre Dios y el pueblo escogido de Israel. Con su sacrificio redentor, Jesús se constituye en “mediador de una alianza nueva”, tal como nos lo indica la segunda lectura (Hebreos 9, 11-15), y como el propio Jesús nos lo dice en el texto del Evangelio: “esta es mi sangre, sangre de la alianza, derramada en favor de muchos”. La palabra “muchos” significa aquí que, aunque la acción redentora de Jesús tiene como destinataria a toda la humanidad, sólo reciben sus efectos quienes se esfuerzan, con la ayuda de la gracia divina, por vivir de acuerdo con el contenido de sus enseñanzas, que se resumen en la Ley del Amor a Dios sobre todas las cosas y al prójimo como Jesús mismo nos mostró que Dios nos ama a todos. Como sacramento, la Eucaristía es por excelencia el signo sensible de la presencia salvadora de Jesucristo, que nos alimenta espiritualmente con su propia vida entregada y resucitada, y que por la acción del Espíritu Santo nos une en comunidad. “Comunión” significa precisamente tanto el hecho de participar por este sacramento de la vida eterna del Señor, como también el de formar con Él y entre nosotros, al compartir su Cuerpo y su Sangre -es decir, su vida- una comunidad fraterna de hijos e hijas de Dios. 2. En la Eucaristía se hace realmente presente Jesucristo resucitado La presencia de Jesús en la Eucaristía no es aparente, es real. Pero esta realidad no es la de un fenómeno material verificable por los sentidos, sino la de un misterio de orden espiritual, sólo captable por la fe. Esa presencia suya en medio de nosotros después de su muerte y resurrección, quiso invitarnos Él a reconocerla en las especies del pan y el vino consagrados con el rito que, en la última cena antes de su pasión, les dijo a sus primeros discípulos que repitieran después en conmemoración suya. En este sentido, el pan (las “hostias” hechas de pan ácimo o sin levadura) y el vino, en virtud de su consagración, se convierten para nosotros, gracias a la acción de su Espíritu Santo, en la presencia viva de Jesús. Él es la Palabra de Dios hecha carne que nos alimenta no sólo con sus enseñanzas, sino con su propia vida entregada y resucitada que está siempre disponible para nosotros en lo que llamamos el Santísimo Sacramento. Tal es el sentido de las hostias consagradas que se guardan en el sagrario para nuestra adoración y para la comunión de quienes, por enfermedad u otra razón similar, no han podido o no pueden participar presencialmente en la celebración eucarística. 3. Celebrar la Eucaristía es expresar que somos y queremos ser comunidad Al compartir en la comunión la vida entregada y resucitada de nuestro Señor Jesucristo, su Espíritu nos une en un solo cuerpo, una comunidad llamada a realizar el mandamiento del amor. La Encíclica Dios es Amor, publicada por el Papa Emérito Benedicto XVI al finalizar el año en que inició su pontificado (2005), nos ofrece una reflexión muy apropiada para meditar hoy en el significado de la Eucaristía, que a su vez guarda una estrecha relación con la fiesta del Sagrado Corazón de Jesús que celebraremos el próximo viernes: “Poner la mirada en el costado traspasado de Cristo, del que habla Juan (cf. 19, 37), ayuda a comprender lo que ha sido el punto de partida de esta Carta Encíclica: «Dios es amor» (1 Juan 4, 8). Es allí, en la cruz, donde puede

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¡Vamos al Circo!

Por:Olga Bermúdez Un escenario lleno de luz, color y fantasía, recreando la vida y el sentimiento de un circo, donde personajes como: Animales, domadores, payasos, mimos, malabaristas, bailarines, y una espectacular banda, hicieron de este un momento mágico, con vestuarios coloridos y la alegría de nuestros niños que iluminaban y le daban sentido a la puesta en escena, cantando y danzando con el alma; cada uno apropiado de su papel en esta historia, demostrando así toda su entrega, talento y amor por el arte.

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Día de las Madres en Preescolar 2015

Por: Maria Claudia Echeverria El mes de Mayo se celebra un día muy especial para todas las Madres y en el Preescolar se les hace un reconocimiento por todo el amor, dedicación y compromiso hacia sus hijos. En los salones de clase las profesoras con los niños prepararon un acto significativo para ellas en su día, fiestas temáticas, mariachis, bailarines, canciones, manualidades y más. Todos se esmeraron por organizar las diferentes presentaciones, que fueron ensayadas durante varios días para darles lo mejor a sus mamitas. “FELICITACIONES A TODAS LAS MADRES”

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