Colegio San José Barranquilla

homilia

El Mensaje del Domingo 21 de Junio

Domingo XII del Tiempo Ordinario – Ciclo B Por: Gabriel Jaime Pérez, S.J. Al anochecer, Jesús dijo a sus discípulos: -Vamos al otro lado del lago. Entonces dejaron a la gente y llevaron a Jesús en la barca en que ya estaba; y también otras barcas lo acompañaban. En esto se desató una tormenta, con un viento tan fuerte que las olas caían sobre la barca, de modo que se llenaba de agua. Pero Jesús se había dormido en la parte de atrás, apoyado sobre una almohada. Lo despertaron y le dijeron: -Maestro: ¿no te importa que nos estemos hundiendo? Jesús se levantó y dio una orden al viento, y dijo al mar: -¡Silencio! ¡Quédate quieto! El viento se calmó y todo quedó completamente tranquilo. Después dijo Jesús a los discípulos: -¿Por qué están asustados? ¿Todavía no tienen fe? Ellos se llenaron de miedo, y se preguntaban unos a otros: -¿Quién será éste, que hasta el viento y el mar le obedecen? (Marcos 4,35-41). Este relato del Evangelio nos invita a la fe en la presencia y la acción salvadora de Jesús en los momentos difíciles. Tanto en la vida personal como en la de toda comunidad humana, pueden sobrevenir y de hecho sobrevienen tempestades que amenazan con hundirnos y destruir nuestras esperanzas. Pero como dice el refrán popular, “después de la tempestad viene la calma”, y esto se cumple cuando no nos dejamos vencer por la desesperación y recurrimos al Señor, sin dejar por ello de poner cuanto esté de nuestra parte. Meditemos en el Evangelio, teniendo en cuenta también los otros textos bíblicos de hoy [Job 38, 1. 8-11; Salmo 107 (106), 23-26.28-31; 2 Corintios 5, 14-17]. 1. Jesús dijo a sus discípulos: Vamos al otro lado del lago (…). Se desató una tormenta (…). Jesús se levantó y dio una orden (…), y todo quedó tranquilo. Cuando Jesús dice en este pasaje del Evangelio “vamos al otro lado el lago”, se refiere al pueblo pagano de los llamados “gerasenos”, situado en la orilla oriental del lago de Tiberíades, llamado también, por su tamaño y la fuerza de su oleaje, el “mar de Galilea”. Esta acción de dirigirse a la orilla opuesta es muy significativa para los estudiosos de los textos bíblicos, quienes ven en ella una referencia a la misión que Jesús le iba a dar a su Iglesia de proclamar la Buena Noticia más allá de las fronteras nacionales del pueblo de Israel. Las primeras comunidades cristianas, al escuchar este relato que encontramos con distintos matices en los Evangelios de Marcos, Mateo y Lucas, seguramente lo asociaban a la imagen de la tempestad empleada con frecuencia en los textos bíblicos, como por ejemplo en el Salmo 107 (106), que invita a dar gracias a Dios por su misericordia, evocando con la imagen de la tempestad la historia de Israel en la que, a pesar de las constantes dificultades e incluso de las infidelidades propias de la debilidad humana, se había manifestado en favor de su pueblo el poder salvador de Dios, que aplacaba los vientos y con la suave brisa de su Espíritu lo conducía seguro al puerto de la tierra prometida. El mismo poder salvador de Dios iban a reconocer los discípulos de Jesús que estaba presente y actuante en Él, pero tal reconocimiento sólo sería posible gracias a la fe pascual en Cristo resucitado, quien con la energía del Espíritu Santo les daría la fuerza necesaria para afrontar el oleaje de las persecuciones. La barca de Pedro, símbolo de la Iglesia o comunidad de los discípulos de Jesús, estaría constantemente amenazada por las tormentas del mal, pero siempre sería defendida por la presencia de su Maestro. 2. Las preguntas de los discípulos: -Maestro, ¿no te importa que nos estemos hundiendo? (…) -¿Quién será éste, que hasta el viento y el mar le obedecen? Estas dos preguntas de los discípulos son muy significativas. Muchas veces, en medio de los problemas que nos toca afrontar, nos parece que Dios se desentiende y nos deja a la deriva, como si no le importáramos. Y también otras muchas, cuando encontramos la solución a los problemas, puede suceder que no reconozcamos claramente la presencia salvadora del Señor. Eso mismo les ocurrió a los discípulos de Jesús que iban con Él en la barca, e incluso después del milagro “se llenaron de miedo”, porque juzgaban con criterios humanos, como escribe el apóstol Pablo en la segunda lectura de hoy. Necesitamos que Dios mismo abra nuestras mentes y nos haga experimentar y comprender desde la fe su presencia amorosa y su acción salvadora. Este es el sentido del pasaje bíblico de la primera lectura, cuando “El Señor le habló a Job de en medio de la tempestad (…), diciéndole: Yo le puse un límite al mar y cerré con llave sus compuertas. Y le dije “llegarás hasta aquí, y de aquí no pasarás; aquí se romperán tus olas arrogantes”. El mismo Dios todopoderoso que en todo el capítulo 38 del libro que lleva el nombre de Job le habla así a este personaje simbólico del Antiguo Testamento, es el que se nos revela en la persona de Jesús. 3. Las preguntas de Jesús: -¿Por qué están asustados? ¿Todavía no tienen fe? El miedo proviene de la falta de fe. Los primeros seguidores de Jesús tardaron un buen tiempo en tener la fe que requerían para afrontar las dificultades inherentes a la misión que iban a recibir de proclamar el Evangelio con una perspectiva universal. Iban a ser necesarias la iluminación y la energía del Espíritu Santo, después de la muerte y resurrección de Cristo, para que pudieran enfrentarse al oleaje de las incomprensiones y persecuciones confiando en el poder del amor infinito de Dios. También nosotros necesitamos de esa fe, una fe que nos haga posible luchar sin desfallecer en medio de las situaciones difíciles, siendo impulsados por el amor de Cristo, como dice el apóstol Pablo en la segunda lectura. Pidámosle al Señor que nos conceda y nos aumente la

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El Mensaje del Domingo 7 de Junio

Domingo de El Cuerpo y la Sangre de Cristo- Ciclo B Por: Gabriel Jaime Pérez, S.J. El primer día de la fiesta en que se comía el pan sin levadura, cuando se sacrificaba el cordero de Pascua, los discípulos de Jesús le preguntaron: Dónde quieres que vayamos a prepararte la cena de Pascua? Entonces envió a dos de sus discípulos, diciéndoles: Vayan a la ciudad. Allí encontrarán a un hombre que lleva un cántaro de agua; síganlo, y donde entre, digan al dueño de la casa: El Maestro pregunta: ¿Cuál es el cuarto donde voy a comer con mis discípulos la cena de Pascua? Él les mostrará en el piso alto un cuarto grande, arreglado y ya listo para la cena. Prepárennos allí lo necesario¡. Los discípulos salieron y fueron a la ciudad. Lo encontraron todo como Jesús les había dicho, y prepararon la cena de Pascua. Mientras comían, Jesús tomó en sus manos el pan y, habiendo pronunciado la bendición, lo partió y se lo dio a ellos, diciendo: -Tomen, esto es mi cuerpo. Luego tomó en sus manos una copa y, habiendo dado gracias a Dios, se la pasó a ellos, y todos bebieron. Les dijo: -Esto es mi sangre, con la que se confirma la alianza, sangre que es derramada en favor de muchos. Les aseguro que no volveré a beber del producto de la vid, hasta el día en que beba el vino nuevo en el reino de Dios. Después de cantar los salmos, se fueron al Monte de los Olivos. (Mateo 14, 12-16. 22-26). La fiesta del Cuerpo y la Sangre de Cristo, que comenzó a celebrarse en la ciudad belga de Lieja en el año 1246, fue extendida en el 1264 a toda la Iglesia Católica por el papa Urbano IV para proclamar la presencia real de Jesucristo en la Eucaristía, contrarrestando así las enseñanzas de quienes la negaban y decían que el pan y el vino consagrados eran simplemente un símbolo conmemorativo de la última cena del Señor. 1. La Eucaristía es sacrificio y sacramento Como sacrificio, la Eucaristía es el memorial que no sólo recuerda, sino además actualiza el misterio pascual de la pasión, muerte y resurrección de Jesucristo. La primera lectura (Éxodo 24, 3-8) evoca lo que desde nuestra fe reconocemos como una prefiguración de este sacrificio redentor de Jesús, quien iba a cambiar con la entrega de su propia vida el antiguo rito llamado “sacrificio de comunión” realizado con la sangre de animales para establecer la alianza o pacto de amistad entre Dios y el pueblo escogido de Israel. Con su sacrificio redentor, Jesús se constituye en “mediador de una alianza nueva”, tal como nos lo indica la segunda lectura (Hebreos 9, 11-15), y como el propio Jesús nos lo dice en el texto del Evangelio: “esta es mi sangre, sangre de la alianza, derramada en favor de muchos”. La palabra “muchos” significa aquí que, aunque la acción redentora de Jesús tiene como destinataria a toda la humanidad, sólo reciben sus efectos quienes se esfuerzan, con la ayuda de la gracia divina, por vivir de acuerdo con el contenido de sus enseñanzas, que se resumen en la Ley del Amor a Dios sobre todas las cosas y al prójimo como Jesús mismo nos mostró que Dios nos ama a todos. Como sacramento, la Eucaristía es por excelencia el signo sensible de la presencia salvadora de Jesucristo, que nos alimenta espiritualmente con su propia vida entregada y resucitada, y que por la acción del Espíritu Santo nos une en comunidad. “Comunión” significa precisamente tanto el hecho de participar por este sacramento de la vida eterna del Señor, como también el de formar con Él y entre nosotros, al compartir su Cuerpo y su Sangre -es decir, su vida- una comunidad fraterna de hijos e hijas de Dios. 2. En la Eucaristía se hace realmente presente Jesucristo resucitado La presencia de Jesús en la Eucaristía no es aparente, es real. Pero esta realidad no es la de un fenómeno material verificable por los sentidos, sino la de un misterio de orden espiritual, sólo captable por la fe. Esa presencia suya en medio de nosotros después de su muerte y resurrección, quiso invitarnos Él a reconocerla en las especies del pan y el vino consagrados con el rito que, en la última cena antes de su pasión, les dijo a sus primeros discípulos que repitieran después en conmemoración suya. En este sentido, el pan (las “hostias” hechas de pan ácimo o sin levadura) y el vino, en virtud de su consagración, se convierten para nosotros, gracias a la acción de su Espíritu Santo, en la presencia viva de Jesús. Él es la Palabra de Dios hecha carne que nos alimenta no sólo con sus enseñanzas, sino con su propia vida entregada y resucitada que está siempre disponible para nosotros en lo que llamamos el Santísimo Sacramento. Tal es el sentido de las hostias consagradas que se guardan en el sagrario para nuestra adoración y para la comunión de quienes, por enfermedad u otra razón similar, no han podido o no pueden participar presencialmente en la celebración eucarística. 3. Celebrar la Eucaristía es expresar que somos y queremos ser comunidad Al compartir en la comunión la vida entregada y resucitada de nuestro Señor Jesucristo, su Espíritu nos une en un solo cuerpo, una comunidad llamada a realizar el mandamiento del amor. La Encíclica Dios es Amor, publicada por el Papa Emérito Benedicto XVI al finalizar el año en que inició su pontificado (2005), nos ofrece una reflexión muy apropiada para meditar hoy en el significado de la Eucaristía, que a su vez guarda una estrecha relación con la fiesta del Sagrado Corazón de Jesús que celebraremos el próximo viernes: “Poner la mirada en el costado traspasado de Cristo, del que habla Juan (cf. 19, 37), ayuda a comprender lo que ha sido el punto de partida de esta Carta Encíclica: «Dios es amor» (1 Juan 4, 8). Es allí, en la cruz, donde puede

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El Mensaje del Domingo 31 de Mayo

Domingo de la Santísima Trinidad Ciclo B Por: Gabriel Jaime Pérez, S.J. En aquel tiempo, los once discípulos se fueron a Galilea y subieron al monte en el que Jesús los había citado. Al ver a Jesús se postraron, aunque algunos titubeaban. Entonces Jesús se acercó a ellos y les dijo: “Me ha sido dado todo poder en el cielo y en la tierra. Vayan, pues, y enseñen a todas las naciones, bautizándolas en el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo, y enseñándoles a cumplir todo cuanto yo les he mandado; y sepan que yo estaré con ustedes todos los días, hasta el fin del mundo” (Mt 28, 16-20). Hoy celebramos la fiesta de la Santísima Trinidad: un solo Dios en tres personas distintas. Las lecturas bíblicas (Deuteronomio 4,32-34.39-40; Romanos 8, 14-17; Mateo 28, 16-20) nos invitan a renovar nuestra fe en el misterio inefable de Dios que se nos ha revelado como el Padre creador del universo, el Hijo salvador de la humanidad y el Espíritu Santo que nos vivifica, nos renueva, nos ilumina, nos une en comunidad y nos hace posible construir relaciones de amor auténtico. 1. El Misterio de Dios trino y uno Cuenta el gran filósofo y teólogo San Agustín (354-430 d.C.) que en cierta ocasión, mientras caminaba por la playa tratando de entender la doctrina de la Santísima Trinidad, vio a un niño que intentaba vaciar toda el agua del mar en la concha de un caracol, y así pudo comprender que la mente humana, por más esfuerzos que haga, es incapaz de abarcar la infinitud del misterio de Dios. El lenguaje bíblico, al intentar describir a Dios -no para definirlo, porque el Infinito es indefinible-, lo hizo con una palabra que en su sentido auténtico y más completo corresponde a lo que mejor puede caracterizar la experiencia de Dios: “Dios es Amor” (1 Juan 4, 8.16). Ahora bien, si Dios es Amor, tiene que ser plural, pues para que exista el amor tiene que haber alguien que ama, alguien que sea amado y le corresponda también amando, y la relación misma de amor entre ambos. Este es el sentido del misterio: un solo Dios que es pluralidad en la perfecta comunidad de amor, y por lo mismo es unidad en la diversidad de personas. Es así como Dios Padre se nos revela en las enseñanzas y en la obra salvadora de su Hijo Jesucristo, su Palabra hecha carne por la acción del Espíritu Santo. Este mismo Espíritu nos mueve a reconocer el amor de Dios llamándolo “Padre” (“Abba”: palabra de origen sirio-caldeo que significa literalmente “Papá” y fue empleada originariamente por el mismo Jesús para dirigirse a Dios), y nos hace posible corresponder a él en el cumplimiento de su voluntad, que es voluntad de amor. 2. Los símbolos de la Santísima Trinidad Muchos símbolos han venido siendo empleados para tratar de expresar el misterio de Dios uno y trino, aunque en definitiva todos se quedan cortos. El Salmo 33 (32), por ejemplo, propuesto como respuesta a la primera lectura de hoy, habla tanto de la “palabra del Señor” como del “aliento de su boca”, imágenes del Hijo y del Espíritu, que con el Padre constituyen un solo Dios. Uno de los símbolos es la imagen del sol, que es fuente de energía, luz y calor. El Padre es la fuente, el Hijo es la luz que nos revela a Dios Padre y el Espíritu Santo es el fuego que nos ilumina y enciende en nosotros la llama del amor, pero las tres personas en su pluralidad son un solo Dios. Otra imagen es la del triángulo equilátero: tres ángulos o tres lados distintos, pero una sola figura geométrica. Cada ángulo o cada lado es un elemento de esta figura, y aunque ninguno de ellos es lo que son los otros dos, los tres forman un mismo y único ser. Pero la imagen que más llama la atención es la que usó san Patricio (387-461 d.C.), quien para presentarles el misterio de Dios a los paganos de Irlanda señalaba en la hoja del trébol sus tres componentes para indicar el sentido de la fe en la uni-trinidad divina: un solo Dios cuyo ser actúa y se manifiesta pluralmente. 3. Nuestra fe en la Trinidad nos impulsa a la realización de lo que ella significa “La gracia de nuestro Señor Jesucristo, el amor del Padre y la comunión del Espíritu Santo estén siempre con ustedes”, es la frase con la que el apóstol Pablo solía saludar a las comunidades a las que dirigía sus cartas. Este es el origen del saludo con el que el sacerdote que preside la Eucaristía, después de hacer la señal de la cruz invocando a Dios uno y trino, suele iniciar la celebración del amor infinito de Aquél a quien en el himno del Gloria alabamos como Padre, Hijo y Espíritu Santo. Luego, en la oración anterior a las lecturas, invocamos la mediación de Jesucristo, el Hijo, que vive y reina con el Padre en la unidad del Espíritu Santo. En el Credo proclamamos nuestra fe en la Santísima Trinidad, e inmediatamente antes de la consagración, después de haber alabado al tres veces Santo, le pedimos a Dios Padre que santifique con su Espíritu el pan y el vino para que se conviertan en el Cuerpo y la Sangre de su Hijo Jesucristo. Y al terminar la plegaria eucarística, hacemos el brindis con el que por Cristo, con Él y en Él, le reconocemos todo el honor y la gloria a Dios Padre omnipotente en la unidad del Espíritu Santo. Finalmente, al terminar la Misa el sacerdote imparte para todos la bendición de Dios uno y trino. En un libro de meditaciones escrito por el teólogo Joseph Ratzinger -hoy el Papa Emérito Benedicto XVI-, titulado El Dios de los Cristianos, en su sección subtitulada “Dios es trinitariamente uno”, leí la siguiente reflexión que se relaciona con el pasaje del Evangelio de hoy: “¿Cuántas veces hemos hecho la

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El Mensaje del Domingo 17 de Mayo

El Mensaje del Domingo VII de Pascua  Ciclo B – Ascensión del Señor Por: Gabriel Jaime Pérez, S.J. En aquel tiempo se apareció Jesús resucitado a los once y les dijo: “Vayan por todo el mundo y anuncien a todos la Buena Noticia. El que crea y sea bautizado, obtendrá la salvación; pero el que no crea, será condenado. Y estas señales acompañarán a los que creen: en mi nombre expulsarán demonios; hablarán nuevas lenguas; tomarán en las manos serpientes; y si beben algo venenoso, no les hará daño; además pondrán las manos sobre los enfermos, y estos sanarán. Después de hablarles, el Señor Jesús fue levantado al cielo y se sentó a la derecha de Dios. Ellos salieron a anunciar el mensaje por todas partes; y el Señor los ayudaba, y confirmaba el mensaje acompañándolo con señales milagrosas. Después de hablarles, el Señor Jesús fue levantado al cielo y se sentó a la derecha de Dios. Ellos salieron a anunciar el mensaje por todas partes; y el Señor los ayudaba, y confirmaba el mensaje acompañándolo con señales milagrosas. (Marcos 16, 15-20). 1. La Ascensión del Señor En esta fiesta de la Ascensión del Señor, las lecturas bíblicas [Hechos 1, 1-11; Salmo 47 (46); Efesios 1, 17-23; Marcos 16, 15-20] nos invitan a reflexionar sobre lo que decimos en la fórmula más antigua del Credo: que Jesucristo resucitado “subió al cielo y está sentado a la derecha de Dios Padre”. No se trata de la subida física a las alturas de un superhéroe como los de las historietas, sino de un misterio de orden espiritual que consiste en la exaltación o glorificación de Jesucristo en una dimensión distinta de la material. San Pablo dice en la segunda lectura que, después de haber bajado a la condición de los muertos, Jesús fue resucitado por Dios Padre para hacerlo en su naturaleza humana plenamente partícipe de la gloria divina, “sentándolo a su derecha en el cielo”. Esta imagen simbólica fue tomada de la costumbre que en aquella época tenían los reyes de hacer subir y situar a la derecha de su trono a quienes se habían distinguido por el cumplimiento cabal de una misión que se les había encomendado. Por otra parte, vale destacar la frase que oyen los discípulos al final del relato de la Ascensión del Señor en la primera lectura, tomada de los Hechos de los Apóstoles: “¿Qué hacen ustedes ahí plantados mirando al cielo?”. Se trata de una invitación a ponerse en marcha con los pies en la tierra, dispuestos a colaborar activamente en la misión que Cristo resucitado les ha encomendado: “Vayan por todo el mundo y anuncien a todos la Buena Noticia”, la misma que Jesús había proclamado desde el comienzo de su predicación: que el reino de Dios, es decir, el poder del Amor, ha llegado y se manifiesta personalmente en Él mismo como Dios hecho hombre, para liberarnos a todos de la esclavitud del egoísmo y de la injusticia, y darnos una vida nueva por la acción de su Espíritu Santo. “El que crea y sea bautizado, obtendrá la salvación; pero el que no crea, será condenado”, dice Jesús. La mejor manera de interpretar estas palabras es la siguiente, dentro del respeto a las distintas opciones religiosas: creer el en el contenido de la “Buena Noticia” implica realizar lo que en la conciencia de todo ser humano ha impreso el Creador como una ley universal: tratar a los demás como quisiéramos que ellos nos traten a nosotros. Es la llamada “regla de oro” que se traduce en el amor al prójimo como a uno mismo. Al celebrar, pues, el misterio de la Ascensión del Señor, animados por la fe en Jesucristo resucitado cuya naturaleza humana participa ya de la gloria de Dios Padre en la eternidad, renovemos nuestra esperanza en que, si procuramos seguir el ejemplo de vida y las enseñanzas de Jesús, también nosotros gozaremos del mismo estado de vida nueva y felicidad sin fin que expresamos cuando nos referimos al “cielo”. 2. Jornada Mundial de las Comunicaciones Sociales Hoy celebra también la Iglesia Católica la Jornada Mundial de las Comunicaciones Sociales. Hace 49 años, por disposición del Concilio Vaticano II (1962-1965), comenzó a celebrarse desde 1966 cada año esta Jornada para promover un recto uso de los medios de comunicación a la luz de las enseñanzas de Jesús. El Papa Francisco ha titulado su Mensaje para la Jornada de este año 2015 “Comunicar la familia: ambiente privilegiado del encuentro en la gratuidad del amor”. “La familia -dice en un aparte de este Mensaje- es, más que ningún otro, el lugar en el que, viviendo juntos la cotidianidad, se experimentan los límites propios y ajenos, los pequeños y grandes problemas de la convivencia, del ponerse de acuerdo. No existe la familia perfecta, pero no hay que tener miedo a la imperfección, a la fragilidad, ni siquiera a los conflictos; hay que aprender a afrontarlos de manera constructiva. Por eso, la familia en la que, con los propios límites y pecados, todos se quieren, se convierte en una escuela de perdón. El perdón es una dinámica de comunicación: una comunicación que se desgasta, se rompe y que, mediante el arrepentimiento expresado y acogido, se puede reanudar y acrecentar. Un niño que aprende en la familia a escuchar a los demás, a hablar de modo respetuoso, expresando su propio punto de vista sin negar el de los demás, será un constructor de diálogo y reconciliación en la sociedad”. Y al final del mismo Mensaje nos dice: “La familia más hermosa, protagonista y no problema, es la que sabe comunicar, partiendo del testimonio, la belleza y la riqueza de la relación entre hombre y mujer, y entre padres e hijos”. 3. Semana de oración por la unidad de los cristianos Hoy comienza la semana de oración por la unidad de los cristianos que culminará el domingo de Pentecostés -la gran fiesta de la comunicación lograda por el Espíritu de Dios que hace posible el entendimiento entre

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El Mensaje del Domingo 10 de Mayo

El Mensaje del Domingo VI de Pascua  Ciclo B Por: Gabriel Jaime Pérez, S.J. En la última cena Jesús les dijo a sus discípulos: “Yo los amo a ustedes como el Padre me ama a mí; permanezcan, pues, en el amor que les tengo. Si obedecen mis mandamientos, permanecerán en mi amor, así como yo obedezco los mandamientos de mi Padre y permanezco en su amor. Les hablo así para que se alegren conmigo y su alegría sea completa. Mi mandamiento es este: Que se amen unos a otros como yo los he amado a ustedes. El amor más grande que uno puede tener es dar su vida por sus amigos. Ustedes son mis amigos, si hacen lo que yo les mando. Ya no los llamo siervos, porque el siervo no sabe lo que hace su amo. Los llamo mis amigos, porque les he dado a conocer todo lo que mi Padre me ha dicho. Ustedes no me escogieron a mí, sino que yo los he escogido a ustedes y les he encargado que vayan y den mucho fruto, y que ese fruto permanezca. Así el Padre les dará todo lo que le pidan en mi nombre. Esto, pues, es lo que les mando: Que se amen unos a otros (Juan 15, 9-17) El Evangelio nos trae hoy el mandamiento que Jesús les dio a sus primeros discípulos durante la cena en la cual instituyó la Eucaristía. Este mandamiento, que aparece tres veces indicado explícitamente en el Evangelio de Juan (13, 34; 15, 12; 15, 17) constituye el núcleo de las enseñanzas de Jesucristo. Ahondemos en su significado, teniendo también en cuenta los demás lecturas de este domingo [Hechos de los Apóstoles 10, 25-26.34-35.44-48; Salmo 98 (97), 26b-28.30-32; 1ª Juan 4, 7-10]. 1. “Yo los amo a ustedes como el Padre me ama a mí” El significado del mandamiento del amor -Ámense los unos a los otros como yo los he amado- nos remite ante todo a la vivencia de Dios como un Padre que nos ama infinitamente, y que a través de su Hijo nos comunica lo que es Él mismo en su propia esencia: “Dios es amor”, dice el mismo apóstol y evangelista Juan en la segunda lectura, no dando una definición -porque el Infinito no puede ser definido-, sino intentando expresar así lo que en el lenguaje humano puede describir mejor el ser de Dios que se manifiesta en su acción salvadora. Toda la vida terrena de Jesús fue una revelación de la acción salvadora de Dios como la de un Padre amoroso, misericordioso, compasivo, bondadoso, completamente distinto de la imagen lejana y regañona que suelen presentar quienes conciben la relación del Creador con sus criaturas como la de un amo que oprime a sus esclavos. Lo que Jesús les dice a sus discípulos al emplear la contraposición entre los siervos y los amigos, implica en este sentido una elección que es iniciativa suya y no nuestra: “Ustedes no me escogieron a mí, sino que yo los escogí a ustedes”. Es la misma idea expresada en la segunda lectura: “En esto consiste el amor: no en que nosotros hayamos amado a Dios, sino en que Él nos amó y nos envió a su Hijo…”. 2. “No los llamo siervos… Los llamo mis amigos” En Jesús se manifiesta la cercanía de Dios como amigo, sin exclusiones ni discriminaciones, tal como nos lo muestra la primera lectura en el relato del bautismo del capitán romano Cornelio, quien siendo de una raza y nación distintas de la judía, fue recibido por el apóstol Pedro, en nombre del mismo Jesús y del Espíritu Santo, en la primera comunidad cristiana. Por otra parte, la explicación que en el Evangelio les da Jesús a sus apóstoles acerca de la forma en que Él se relaciona con ellos nos remite a la comunicación que se da entre los amigos: “El siervo no sabe lo que hace su amo. Yo los llamo mis amigos porque les he dado a conocer todo lo que mi Padre me ha dicho”. En otras palabras: entre los verdaderos amigos no hay secretos, trastiendas, recovecos ni tapujos, sino una transparencia total que le permite a cada cual conocer y reconocer al otro como es. Así se nos manifiesta Dios en Jesucristo, y así espera Él que nosotros le correspondamos. San Ignacio de Loyola escribió en sus Ejercicios Espirituales que “el amor consiste en la comunicación de las dos partes”, es decir, en dar y comunicar el uno al otro todo lo que tiene, sin reservarse nada, superando completamente cualquier forma de egoísmo. Por eso cuando Jesús llama “amigos” a sus primeros discípulos -y a través de ellos también lo hace con cada uno de nosotros-, nos está invitando a corresponder de esa manera a lo que Él nos ha entregado: ¡nada menos que su propia vida! 3. Mi mandamiento éste: que se amen unos a otros como yo los he amado…” Nuestra respuesta a Dios que es Amor y que se nos ha manifestado personalmente en Jesucristo, consiste en amarnos unos a otros. A primera vista esto no parece lógico. Uno supondría que la respuesta al amor de Dios es amarlo a Él sobre todas las cosas, y punto. Pero resulta que, aunque Él mismo se ha revelado en Jesucristo y está cerca y hasta dentro de nosotros por su Espíritu Santo, no lo vemos, y en cambio a nuestros prójimos los tenemos a la vista constantemente. Por otra parte, ¿qué mejor muestra de amor a un padre o a una madre que amar y respetar a sus hijos e hijas? Por eso es perfectamente lógico que amarnos unos a otros como Dios mismo en la persona de Jesús nos ha mostrado que nos ama, sea la única forma válida de nuestra correspondencia al amor de Dios. Hoy, segundo domingo del mes dedicado especialmente en la Iglesia Católica a la veneración de la Virgen María, celebramos el Día de la Madre. El lenguaje bíblico emplea la imagen de la madre

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El Mensaje del Domingo 3 de Mayo

El Mensaje del Domingo V de Pascua  Ciclo B Por: Gabriel Jaime Pérez, S.J. Durante la cena pascual, la víspera de su pasión, Jesús les dijo a sus discípulos: “Yo soy la vid verdadera, y mi Padre es el que la cultiva. Si una de mis ramas no da uvas, la corta; pero si da uvas, la poda y la limpia, para que dé más. Ustedes ya están limpios por las palabras que les he dicho. Sigan unidos a mí, como yo sigo unido a ustedes. Una rama no puede dar uvas de sí misma, si no está unida a la vid; de igual manera, ustedes no pueden dar fruto, si no permanecen unidos a mí. Yo soy la vid, y ustedes son las ramas. El que permanece unido a mí, y yo unido a él, da mucho fruto; pues sin mí no pueden ustedes hacer nada. El que no permanece unido a mí, será echado fuera y se secará como las ramas que se recogen y se queman. Si ustedes permanecen unidos a mí y fieles a mis enseñanzas, pidan lo que quieran y se les dará. En esto se muestra la gloria de mi Padre, en que den mucho fruto y lleguen así a ser verdaderos discípulos míos” (Juan 15, 1-8). Estas palabras de Jesús que nos trae el Evangelio de hoy tienen como trasfondo la canción de la viña o del cultivo de uvas que había empleado como imagen literaria el profeta Isaías para representar al pueblo de Israel (Isaías 5, 1-7), y que sería evocada ocho siglos después por Jesús para manifestar su propia fidelidad a Dios Padre en contraste con la infidelidad del pueblo escogido, y exhortar a sus discípulos a permanecer unidos a Él. Reflexionemos sobre lo que nos dice Jesús en el Evangelio, teniendo también en cuenta los demás textos bíblicos de este domingo [Hechos de los Apóstoles 9, 26-31; Salmo 22 (21), 26b-28.30-32; 1ª Carta de Juan 3, 18-24]. 1. “Yo soy la vid verdadera (…) y ustedes son las ramas La expresión “Yo soy” empleada por Jesús (“Yo soy la luz del mundo”, “Yo soy la puerta”, “Yo soy el buen pastor”, “Yo soy la resurrección y la vida”, “Yo soy el camino, la verdad y la vida”, “Yo soy el pan de vida”, “Yo soy la vid verdadera”, “Yo soy, el que habla contigo” -como le dice a la Samaritana cuando ella le pregunta por el Mesías-, “Cuando ustedes hayan levantado en alto al Hijo del hombre, entonces sabrán que Yo soy”, o simplemente “Yo soy” -como les responde a quienes llegan a apresarlo en el huerto de Getsemaní la víspera de su pasión y muerte en la cruz-) es en el Evangelio de Juan una referencia al nombre con el que se le había revelado Dios a Moisés: “Yo soy el que soy” (Éxodo 3, 14), que es lo que traduce el nombre “Yahvé”. Más exactamente: “Yo he actuado, estoy y seguiré actuando”, al contrario de los ídolos, que no actúan porque no tienen vida. Lo que Dios es y la forma en que actúa lo expresan en este pasaje del Evangelio las imágenes del viñador o cultivador de uvas que llena de todos sus cuidados la planta que él mismo sembró y de la cual espera los mejores frutos para producir el mejor vino, y de la vid verdadera que sí ha producido lo mejor, con la cual Jesús se identifica al prometer que quienes permanezcan unidos a Él como las ramas al tronco, como los sarmientos a la vid, darán mucho fruto. Hay en esta alegoría un detalle significativo: Jesús dice que al que lleva fruto lo limpia -o en otras traducciones “lo poda”- para que dé más fruto. Esto quiere decir que, en el proceso de crecimiento espiritual que implica nuestra unión o comunión con Él, debemos estar dispuestos a experiencias de purificación para arrancar de nosotros los apegos o afectos desordenados que nos impiden dar un fruto de buena calidad. Pero, ¿en qué consiste ese fruto que Jesús espera de sus discípulos, de cada uno y cada una de nosotros? Veámoslo. 2. “Quien permanece unido a mí da mucho fruto” El fruto resultante de permanecer con Jesús es la práctica del amor, cumpliendo el mandamiento por el cual son reconocidos sus seguidores, como Él mismo había dicho poco antes y lo repetiría luego en el mismo Evangelio (Juan 14, 34-35; 15, 12.17), como lo manifestaría la Iglesia primitiva de la cual se dice en la primera lectura que tenía paz y crecía espiritualmente (Hechos 9, 31), y como lo recalca la segunda (1 Juan 3, 23). Ya ustedes están limpios por mis palabras, dice Jesús. En efecto, todo el proceso formativo de sus discípulos ha implicado una purificación inicial, pero ésta debe continuar porque las tendencias desordenadas no desaparecen en forma automática, y por ello es necesario reforzar constantemente la conexión con Él. Ahora bien, para estar y permanecer unidos a Jesús tenemos que dejarnos vivificar por la savia que Él quiere comunicarnos: su Espíritu Santo, que nos mueve a escuchar y comprender la Palabra de Dios en la oración individual y comunitaria, y a conectarnos con la vida resucitada de Jesús en la comunión eucarística. Siete veces aparece en este pasaje del Evangelio la idea de estar en unión con Jesús. Por eso ella constituye el núcleo del mensaje de este domingo y nos da la clave para examinarnos preguntándonos: ¿Qué he hecho, qué hago y qué debo hacer para permanecer conectado a Jesús? 3. “Si permanecen unidos a mí y fieles a mis enseñanzas, pidan lo que quieran…” ¡Ama y haz lo que quieras! San Agustín de Hipona (siglo IV d.C.) expresó en esta frase el sentido de lo que Jesús les dice a sus discípulos en la última parte del pasaje evangélico de hoy. Es frecuente la queja de quienes se sienten desatendidos por Dios porque no oye sus peticiones o parece no tenerlas en cuenta. Lo que ocurre tal vez es

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El Mensaje del Domingo 26 de Abril

El Mensaje del Domingo IV de Pascua  Ciclo B Por: Gabriel Jaime Pérez, S.J. En aquel tiempo dijo Jesús: “Yo soy el buen pastor. El buen pastor da su vida por las ovejas; pero el que trabaja solamente por la paga, cuando ve venir al lobo deja las ovejas y huye, porque no es el pastor y porque las ovejas no son suyas. Y el lobo ataca a las ovejas y las dispersa en todas direcciones. Ese hombre huye porque lo único que le importa es la paga, y no las ovejas. Yo soy el buen pastor. Así como mi Padre me conoce a mí y yo conozco a mi Padre, así también yo conozco a mis ovejas y ellas me conocen a mí. Yo doy mi vida por las ovejas. También tengo otras ovejas que no son de este redil; y también a ellas debo traerlas. Ellas me obedecerán y formarán un solo rebaño con un solo pastor. El Padre me ama porque yo doy mi vida para volverla a recibir. Nadie me la quita, yo la doy por mi propia voluntad. Tengo el derecho de darla y de volver a recibirla. Esto es lo que me ordenó mi Padre.” (Juan 10, 11-18). La Iglesia dedica este domingo a la Jornada Mundial de Oración por las Vocaciones Sacerdotales a la luz de la imagen del Buen Pasto. Meditemos en lo que nos dice el Evangelio, teniendo en cuenta también las otras lecturas de este domingo [Hechos de los Apóstoles 4, 8-12; Salmo 118 (117); 1ª Carta de Juan 3, 1-2]. 1. “Yo soy el Buen Pastor. El buen pastor da su vida por las ovejas” La imagen del pastor es constante en la Biblia. En el Antiguo Testamento, el libro del Génesis describe los orígenes de Israel hacia el siglo XVIII a.C. a partir de Abraham, Isaac y Jacob, pastores que recorrieron los territorios desérticos del cercano oriente en busca de agua y pasto para sus ganados de ovejas y cabras. Seis siglos después -hacia el XII a.C.- Moisés, tal como nos lo presenta el libro del Éxodo, aprende el oficio de pastor junto al monte Sinaí y es escogido por Dios como instrumento para liberar al pueblo de la esclavitud que padecía en Egipto y conducirlo hacia la tierra prometida. Dos siglos más tarde -hacia el X a.C.-, según se cuenta en el primer libro de Samuel (16, 1-13), es designado rey de Israel un joven pastor que cuidaba el rebaño de su padre Jesé; este joven fue David, quien precisamente compuso los salmos que representan a Dios como el Pastor que conduce, alimenta y protege a su pueblo. Por último, los profetas Jeremías (23, 1-6) y Ezequiel (34, 1-31) -siglos 7º y 6º a.C.-, critican a los jefes políticos y religiosos de su tiempo como malos pastores que han descuidado el rebaño, y anuncian como nuevo y buen pastor a un Mesías descendiente de David. A estas profecías se refieren en el Nuevo Testamento primeramente los Evangelios de san Mateo y san Lucas, quienes presentan en boca de Jesús la parábola del pastor que encuentra a la oveja perdida y la carga sobre sus hombros, para ilustrar lo que Él mismo hacia al acoger con misericordia a los pecadores, perdonándolos, reincorporándolos a la comunidad y ofreciéndoles la posibilidad de una vida nueva (Mateo 18,12-14; Lc 15,3-7). El Evangelio de Juan, por su parte, destaca una característica esencial del Buen Pastor: dar su vida por las ovejas, en lugar de huir como los asalariados. Esta donación de su propia vida, a la que Jesús hace referencia tres veces en el Evangelio de hoy, es libre y voluntaria, y además conlleva el anuncio de su Resurrección. 2. “Yo conozco a mis ovejas y ellas me conocen a mí” El capítulo 10 del Evangelio según san Juan se sitúa en el marco de la fiesta de la Dedicación, en la que se conmemoraba la restauración y consagración del Templo de Jerusalén en el año 164 a. C. En el transcurso de esta fiesta tiene lugar entre Jesús y los jefes religiosos, precisamente en los atrios o alrededores de la entrada del Templo, una discusión en la cual les dice que Él es el buen pastor, lo que implica una crítica a sus adversarios como malos pastores. Jesús se aplica la imagen del pastor a quien sí le importa sus ovejas, y a quien éstas identifican como el que se preocupa por cada una y va delante de ellas (Juan 10, 4), abriéndoles y mostrándoles el camino. Sin embargo, existe el peligro de malentender la imagen del pastor cuando se concibe a la Iglesia como una organización autoritaria en la que los jefes imponen su poder a unos borregos pasivos sin libertad ni iniciativa propia. Por el contrario, lo que Jesús quiere es que formemos una comunidad en la que todos sus integrantes seamos reconocidos como “pueblo de Dios”, tal como lo indicó el Concilio Vaticano II (1962-1965). Por eso, en la labor “pastoral” de la Iglesia todos debemos reconocernos mutuamente como hermanos, con distintos dones o carismas y variados oficios, pero todos iguales en dignidad como “hijos de Dios”, como lo recalca la segunda lectura, tomada de la primera carta de Juan. Esta frase y las que siguen se refieren a quienes en aquel tiempo no formaban parte del pueblo judío. Para ellos es también la obra redentora de Jesús, más allá de los límites estrechos de un pueblo y de una religión específica con sus ritos tradicionales simbolizados en el Templo de Jerusalén. El mensaje de salvación del Buen Pastor es universal. Y para que sea efectivo, Jesús quiere formar una Iglesia cuya unidad sea un testimonio creíble. Ya desde fines del siglo primero, cuando con base en la predicación del apóstol Juan fue escrito el cuarto Evangelio, se habían comenzado a producir divisiones entre los cristianos y surgían grupos que se enfrentaban a los apóstoles y a sus sucesores. Hoy persiste esta situación, y a pesar de lo

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El Mensaje del Domingo 19 de Abril

El Mensaje del Domingo III de Pascua  Ciclo B Por: Gabriel Jaime Pérez, S.J. Después del encuentro de Jesús resucitado con sus dos discípulos que se dirigían a Emaús, éstos les contaron a los demás lo que les había pasado en el camino, y cómo lo reconocieron cuando partió el pan. Estaban todavía hablando de estas cosas, cuando Jesús se puso en medio de ellos y los saludó diciendo: -Paz a ustedes. Ellos se asustaron mucho, pensando que estaban viendo un espíritu. Pero Jesús les dijo: -¿Por qué están asustados? ¿Por qué tienen esas dudas en su corazón? Miren mis manos y mis pies. Soy yo mismo. Tóquenme y vean: un espíritu no tiene carne ni huesos, como ustedes ven que tengo yo. Al decirles esto, les enseñó las manos y los pies. Pero como ellos no acababan de creerlo, a causa de la alegría y el asombro que sentían, Jesús les preguntó: -¿Tienen aquí algo que comer? Le dieron un pedazo de pescado asado, y él lo aceptó y lo comió en su presencia. Luego les dijo: -Lo que me ha pasado es aquello que les anuncié cuando estaba todavía con ustedes: que había de cumplirse todo lo que está escrito de mí en la ley de Moisés, en los libros de los profetas y en los salmos. Entonces hizo que entendieran las Escrituras, y les dijo: -Está escrito que el Mesías tenía que morir, y resucitar al tercer día, y que en su nombre se anunciará a todas las naciones que se vuelvan a Dios, para que él les perdone sus pecados. Comenzando desde Jerusalén, ustedes deben dar testimonio de estas cosas. (Lucas 24, 35-48). Las lecturas de este domingo [Hechos de los Apóstoles 3, 13-15.17-19), Salmo 5 (4), 1ª Carta de Juan 2, 1-5ª y Evangelio según san Lucas 24, 35-48] nos invitan a meditar sobre el mensaje central de nuestra fe: Jesús de Nazaret, el Hijo de Dios, Dios hecho hombre, está vivo después de su muerte en la cruz y se hace presente en medio de nosotros por su Espíritu, iluminándonos para que comprendamos su obra salvadora y animándonos a dar testimonio de ella. Meditemos especialmente en el Evangelio y apliquémoslo a nuestra existencia cotidiana, teniendo en cuenta también los otros textos bíblicos. “Contaron lo que les había pasado en el camino, y cómo lo reconocieron cuando partió el pan” Los dos discípulos a quienes Cristo resucitado les había salido al encuentro cuando caminaban hacia la aldea de Emaús, uno llamado Cleofás y el otro seguramente el mismo evangelista Lucas (24, 13-34), no habían hecho parte del grupo inicial de los doce apóstoles pero sí pertenecían al grupo más amplio de sus seguidores. Ellos habían reconocido su presencia precisamente en la acción de partir el pan, el mismo gesto que su Maestro antes de morir había dicho que fuera repetido en memoria suya. Fueron de prisa a contar a los apóstoles y demás discípulos y discípulas que estaban en Jerusalén la experiencia pascual que habían tenido, y se encontraron con que también en esta primera comunidad, en la que se destaca a Simón Pedro, existía ya la certeza de la resurrección de Jesús. El término bíblico “partir del pan” se refiere a la Eucaristía. Cada vez que se repite en el momento de la consagración del pan y del vino aquello que Jesús dijo a sus primeros discípulos que hicieran en conmemoración suya, no sólo recordamos lo que Él mismo realizó, sino que se actualiza para nosotros su misterio pascual, es decir, su único sacrificio redentor y su paso de la muerte a la vida, una vida nueva que se hace presente en medio de nosotros y que en la comunión nos alimenta espiritualmente para que podamos continuar el camino de nuestra existencia renovados y plenos de esperanza. “Entonces hizo que entendieran las Escrituras” Aquellos discípulos que se dirigían a Emaús habían sido ilustrados en el camino por el propio Jesús resucitado, para comprender el sentido de las profecías que en el Antiguo Testamento se referían al Mesías prometido. Ahora reciben una ilustración similar todos los miembros de aquella primera comunidad conformada por sus apóstoles y sus demás discípulos y discípulas. ¿En qué radica dicho sentido? En que el Mesías tenía qué padecer y morir para resucitar, como lo indica el Evangelio y lo dice asimismo Pedro en su discurso presentado por la primera lectura de hoy. Justamente en ello consiste el misterio pascual de Jesucristo: en su paso por la muerte de cruz para resucitar a una vida nueva y gloriosa. No buscando el sufrimiento por sí mismo, sino asumiéndolo como la consecuencia de haberse entregado plenamente al servicio del Reino de Dios Padre, un reino de justicia, de amor y de paz en beneficio de toda la humanidad, empezando por los excluidos, los rechazados, los marginados. Su cruz fue así el testimonio de la solidaridad completa de Dios hecho hombre con todas las víctimas de la injusticia y de la violencia, para abrirnos a todos, si nos identificamos con Él y nos solidarizamos también con ellas, a la esperanza activa en un porvenir de vida gozosa y sin fin. “Ustedes deben dar testimonio de estas cosas” Cuando Jesús resucitado pronuncia estas palabras, les está dando a sus primeros discípulos la misión de proclamar su resurrección no sólo de palabra, sino también y ante todo con los hechos. “En esto reconocerán todos que ustedes son mis discípulos: en que se aman los unos a los otros”, les había dicho en la última cena, como nos lo cuenta el Evangelio según san Juan. Y en la 2ª lectura, tomada de la 1ª Carta de Juan, su autor escribe: “para quien guarda su palabra, ciertamente el amor de Dios ha llegado en él a su plenitud. En esto conocemos que estamos en él”. “Anunciamos tu muerte, proclamamos tu resurrección…”, decimos en la Misa después de la consagración del pan y del vino. Este anuncio y esta proclamación del misterio pascual de Cristo tenemos que manifestarlo con el

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El Mensaje del Domingo 12 de Abril

El Mensaje del Domingo II de Pascua  Ciclo B Por: Gabriel Jaime Pérez, S.J. Al anochecer de aquel día, el primero de la semana, estaban los discípulos en una casa, con las puertas cerradas por miedo a los judíos. Y en esto entró Jesús, se puso en medio y les dijo: «La paz esté con ustedes». Y, diciendo esto, les enseñó las manos y el costado. Y los discípulos se llenaron de alegría al ver al Señor. Jesús repitió: «La paz esté con ustedes. Como el Padre me ha enviado, así también los envío yo». Y dicho esto, exhaló su aliento sobre ellos y les dijo: «Reciban el Espíritu Santo; a quienes les perdonen los pecados, les quedan perdonados; a quienes se los retengan, les quedan retenidos». Tomás, uno de los Doce, llamado el Mellizo, no estaba con ellos cuando vino Jesús. Y los otros discípulos le decían: «Hemos visto al Señor». Pero él les contestó: «Si no veo en sus manos la señal de los clavos, si no meto el dedo en el agujero de los clavos y no meto la mano en su costado, no lo creo». A los ocho días, estaban otra vez dentro los discípulos y Tomás con ellos. Llegó Jesús, estando cerradas las puertas, se puso en medio y dijo: «La paz esté con ustedes». Luego dijo a Tomás: «Trae tu dedo, aquí tienes mis manos; trae tu mano y métela en mi costado; y no seas incrédulo, sino creyente». Contestó Tomás: «¡Señor mío y Dios mío!». Jesús le dijo: «¿Porque me has visto has creído? Dichosos los que crean sin haber visto». Muchos otros signos, que no están escritos en este libro, hizo Jesús a la vista de los discípulos.  Éstos se han escrito para que ustedes crean que Jesús es el Mesías, el Hijo de Dios, y para que, creyendo, tengan vida en su nombre. (Juan 20, 19-31). Las lecturas bíblicas de este domingo (Hechos de los Apóstoles 4, 32-35, Salmo 118  [117], 1ª Carta de san Juan 5, 1-6 y Evangelio según san Juan, 20, 19-31), nos invitan a expresar nuestra fe en la resurrección de Jesús, a dar un testimonio alegre de esperanza y a construir una comunidad de amor en coherencia con lo que creemos y esperamos. “Dichosos los que creen sin haber visto” Las apariciones de Jesús resucitado narradas en los Evangelios son experiencias de fe que se sitúan en un nivel distinto del físico. Si bien los evangelistas emplean imágenes que se refieren a los hechos de ver, oír y tocar, la realidad a la que se refieren es de orden espiritual. Por eso muestran a Jesús resucitado entrando en un recinto con las puertas cerradas y realizando acciones que les permitan a sus discípulos reconocerlo en su vida nueva, diferente de la que tenía antes de su muerte, no ligada a la materia ni al espacio ni al tiempo. Y las señales dejadas por los clavos y la lanza significan que es el mismo que murió en la cruz. En este sentido, la frase final de Jesús a Tomás –Dichosos los que creen sin haber visto (Juan 20, 29)- viene dirigida a nosotros como una invitación a creer sin exigir pruebas de laboratorio propias de las ciencias físicas y químicas, reconociendo la presencia de Cristo resucitado en su nueva realidad espiritual. Movidos por esta fe, podemos decir como lo hacemos ante la consagración eucarística del pan y del vino: Señor mío y Dios mío. “Todo el que ha nacido de Dios vence al mundo” – “La paz esté con ustedes” En el lenguaje propio de los escritos bíblicos llamados “joánicos”, que son el cuarto Evangelio, las tres cartas de Juan y el Apocalipsis, el “mundo” significa las fuerzas del mal que se oponen a Dios. En este mismo lenguaje, la expresión nacido de Dios se refiere al sacramento del Bautismo, por el cual entramos a participar del misterio pascual de Jesús, consistente en el paso a una vida nueva no ligada a lo material, sino perteneciente al orden espiritual. Por ello la frase de la 1ª Carta de san Juan que dice todo el que ha nacido de Dios vence al mundo es una invitación a la esperanza en que, a pesar de todas las fuerzas del mal que nos rodean, si procuramos vivir como hijos de Dios somos capaces de triunfar sobre ellas gracias a su misericordia revelada en Jesús y al poder renovador del Espíritu santo En este mismo sentido, es un mensaje de esperanza el saludo de Cristo resucitado que encontramos tres veces en el Evangelio de hoy: La paz esté con ustedes. Este mismo saludo, dado por quien preside la Eucaristía y comunicado entre todos los que en ella participan inmediatamente antes de la comunión, tiene un significado especial en medio de las múltiples formas de violencia y que llenan de dolor a tantas personas y las sumen en el miedo, como sucedió inicialmente con los primeros discípulos después de los hechos sangrientos del Calvario (Juan 20, 19). Desde la fe en Jesucristo resucitado que vive y está presente entre nosotros, quienes creemos en Él expresamos la esperanza en un porvenir de paz, sobre la base de la convivencia justa y solidaria de todos como hermanos. Y la paz que nos da Cristo resucitado y que nos deseamos mutuamente es la que proviene de la reconciliación con Dios y entre nosotros, como resultado del perdón pedido y concedido gracias al Espíritu Santo que Él nos comunica: Exhaló su aliento sobre ellos y les dijo: ‘Reciban el Espíritu Santo; a quienes les perdonen los pecados, les quedan perdonados” (Juan 20, 22-23). El II Domingo de Pascua fue precisamente proclamado por el Papa san Juan Pablo II en el año 2000 como el de la Divina Misericordia, acogiendo la propuesta de una religiosa polaca a quien él había canonizado en ese mismo año: Santa Faustina Kowalska, quien recibió revelaciones místicas en las que Jesús le mostró su corazón, fuente de misericordia. El Papa Juan Pablo II le

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El Mensaje Del Domingo 22 De Marzo

V Domingo de Cuaresma – Ciclo B Por: Gabriel Jaime Pérez, S.J. En aquel tiempo, entre los que habían venido a celebrar la fiesta había algunos griegos; éstos, acercándose a Felipe, el de Betsaida de Galilea, le rogaban: «Señor, quisiéramos ver a Jesús.» Felipe fue a decírselo a Andrés; y Andrés y Felipe fueron a decírselo a Jesús. Jesús les contestó: «Ha llegado la hora de que sea glorificado el Hijo del hombre. Os aseguro que si el grano de trigo no cae en tierra y muere, queda infecundo; pero si muere, da mucho fruto. El que se ama a sí mismo se pierde, y el que se aborrece a sí mismo en este mundo se guardará para la vida eterna. El que quiera servirme, que me siga, y donde esté yo, allí también estará mi servidor; a quien me sirva, el Padre lo premiará. Ahora mi alma está agitada, y ¿qué diré?: Padre, líbrame de esta hora. Pero si por esto he venido, para esta hora. Padre, glorifica tu nombre.» Entonces vino una voz del cielo: «Lo he glorificado y volveré a glorificarlo.» La gente que estaba allí y lo oyó decía que había sido un trueno; otros decían que le había hablado un ángel. Jesús tomó la palabra y dijo: «Esta voz no ha venido por mí, sino por vosotros. Ahora va a ser juzgado el mundo; ahora el Príncipe de este mundo va a ser echado fuera. Y cuando yo sea elevado sobre la tierra atraeré a todos hacia mí.» Esto lo decía dando a entender la muerte de que iba a morir (Juan 12, 20-33). El episodio del Evangelio de hoy se sitúa en Jerusalén, en la proximidad de la fiesta de la Pascua, a la cual acudían personas provenientes de distintas naciones. La Palabra de Dios nos invita a disponernos para comprender desde la fe el sentido de lo que vamos a conmemorar en la Semana Santa: la pasión, muerte y resurrección de nuestro Señor Jesucristo. 1.- “Queremos ver a Jesús” Los griegos del Evangelio quieren ver a Jesús porque desean conocerlo de cerca. Nosotros también necesitamos profundizar en nuestro conocimiento de Él, y esto sólo nos es posible cuando abrimos nuestras mentes y nuestros corazones para que Él mismo, Dios hecho hombre, nos enseñe el camino hacia la vida eterna. Y el camino que Él nos muestra es su propia vida entregada al cumplimiento de la voluntad de su Padre. Dios mismo se nos da a conocer en su Hijo Jesucristo, cumpliendo su promesa hecha a través del profeta Jeremías en la primera lectura de este domingo (Jeremías (31, 31-34): “Y no tendrá que enseñar uno a su prójimo, el otro a su hermano, diciendo: reconoce al Señor. Porque todos me conocerán…” (31, 34). Y para lograr nosotros este conocimiento, es necesaria nuestra renovación interior, la que pedimos cuando rezamos el salmo responsorial también de este domingo: Crea en mí un corazón puro, renuévame por dentro con espíritu firme [Salmo 51 (50)].                             2.- “Si el grano de trigo al caer en la tierra no muere…” La imagen de la semilla, que aparece constantemente en los Evangelios, es empleada por Jesús para referirse al Reino de Dios. En el Evangelio Jesús mismo se identifica con la semilla de trigo que se hunde en la tierra y muere para producir una abundante cosecha. La semilla tiene que morir para transformarse en la planta que hace posible el crecimiento de las espigas cargadas de granos, de los que proviene la harina que luego es amasada para convertirse en pan, en alimento que da vida. En el sacramento de la Eucaristía, memorial del sacrificio redentor de Jesucristo, el producto de la semilla de trigo se convierte para nosotros en signo de la vida eterna que Él nos comunica cuando recibimos como alimento espiritual su cuerpo glorioso, “pan de vida” (Juan 6, 35), expresando así, al comulgar, nuestra intención de identificarnos con Él, lo cual implica que estamos dispuestos a entregar también nuestra vida a su servicio, es decir, al servicio del Reino de Dios que es el reinado del Amor. 3.-  “Cuando yo sea elevado sobre la tierra atraeré a todos hacia mí” Cuando Jesús dice que va a ser levantado de la tierra, se refiere tanto a su muerte en la cruz como a su resurrección gloriosa. No podemos separar lo uno de lo otro, pues se trata del misterio pascual: el paso a una vida nueva a través de la pasión redentora. La parte final del pasaje evangélico de este último domingo de Cuaresma contiene una alusión anticipada a lo que sería su oración en el huerto la víspera de su pasión. En el Evangelio, Jesús dice ¡Siento en este momento una angustia terrible! ¿Y qué voy a decir? ¿Diré: “Padre, líbrame de esta angustia”? ¡Pero precisamente para esto he venido! En los otros tres Evangelios, la oración es similar: “Padre, si es posible, líbrame de este trago amargo, pero que no se haga mi voluntad, sino la tuya”. A la misma oración se refiere la carta a los Hebreos en la segunda lectura de este domingo (Hebreos 5,7-9): Cristo… con voz fuerte y muchas lágrimas oró y suplicó a Dios, que tenía poder para librarlo de la muerte; y añade inmediatamente que por su obediencia, Dios lo escuchó, lo cual quiere decir que Dios Padre le respondió positivamente, no librándolo de la muerte, sino resucitándolo y glorificándolo después de ella, tal como lo había dicho la voz venida del cielo: “Ya lo he glorificado, y lo voy a glorificar otra vez” (Juan 12, 28). Dispongámonos nosotros a celebrar la Semana Santa de tal modo que, al identificarnos plenamente con Él poniéndonos al servicio del Reino de Dios, se realice también en nuestras vidas su misterio pascual, y se cumpla así en cada uno y cada una lo que ha dicho Jesús: “Donde yo esté, allí estará también quien me sirva”. Él, después

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