Colegio San José Barranquilla

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Mensaje del Domingo – 20 de septiembre 2015

EL MENSAJE DEL DOMINGO          Por: Gabriel Jaime Pérez, S.J.  XXV Domingo Tiempo Ordinario – B Septiembre 20 de 2015                       En aquel tiempo Jesús y sus discípulos iban caminando por Galilea; Él no quería que se supiera, porque iba enseñándoles, y les decía: “El Hijo del hombre será entregado en manos de los hombres; le matarán y a los tres días de haber muerto resucitará” Pero ellos no entendían lo que les decía y temían preguntarle. Llegaron a Cafarnaúm, y una vez en casa, les preguntaba: “¿De qué discutíais por el camino?” Ellos callaron, pues por el camino habían discutido entre sí quién era el mayor. Entonces se sentó, y llamó a los Doce, y les dijo: “Si uno quiere ser el primero, sea el último de todos y el servidor de todos”. Y tomando un niño, lo puso en medio de ellos, lo estrechó entre sus brazos y les dijo: “El que reciba a un niño como éste en mi nombre, a mí me recibe; y el que me reciba a mí, no me recibe a mí sino a Aquél que me ha enviado” (Marcos. 9, 30-37). Tres temas nos presenta hoy el Evangelio, aparentemente desconectados entre sí pero que en realidad tienen una relación muy significativa. Tratemos de analizarlos uno por uno y de aplicarlos a nuestra vida cotidiana, teniendo en cuenta también las otras lecturas bíblicas de este domingo (Sabiduría 2, 12. 17-20; Santiago 3, 16 – 4, 3). 1. Jesús anuncia por segunda vez su pasión, muerte y resurrección Lo primero que encontramos en el Evangelio es el segundo de los tres anuncios que los relatos evangélicos nos cuentan que les hizo Jesús a sus discípulos acerca de su pasión, su muerte en la cruz y su resurrección gloriosa. Si bien estos relatos fueron hechos y puestos por escrito después de los acontecimientos del Calvario y en el contexto de la experiencia pascual de los primeros seguidores de Jesús, es importante recordar que el significado de tales anuncios tiene que ver con el verdadero sentido de la fe en Él como el Mesías o Cristo, el Ungido o consagrado, no como un jefe político triunfante o un guerrero victorioso, sino como el servidor de Dios y por lo mismo de la humanidad para liberarnos a todos de cuanto nos impide ser verdaderamente felices. Aquellos primeros discípulos de Jesús, empezando por “los Doce” a quienes había llamado para que fueran sus apóstoles, es decir sus enviados a proclamar el evangelio, la buena noticia de esa liberación que Dios está dispuesto obrar en cada ser humano si le abre espacio en su vida a la acción transformadora de su Espíritu, tenían el peligro de malinterpretar las palabras y los hechos de su Maestro reduciéndolo a un líder terrenal que no sólo los libraría de la dominación del imperio romano que padecían, sino que además les daría a ellos, sus elegidos, una cuota importante de poder en el “reino” que les había dicho que venía a establecer. Por eso, para que se bajen de esa nube de ambiciones terrenales, Jesús les anuncia lo que verdaderamente implica el cumplimiento de su misión como Mesías: entregar su vida por completo, hasta la última gota de su sangre, como consecuencia de solidarizarse hasta lo último con los pobres, los pequeños, los oprimidos, las víctimas de la injusticia y la violencia en todas sus formas. 2. Jesús nos enseña el valor de la disposición de cada cual a servir a los demás Esa disposición de solidaridad es lo que Jesús nos muestra en su propia vida puesta al servicio desinteresado de todos los seres humanos sufrientes o necesitados. Y por eso mientras sus discípulos se pelean entre sí discutiendo quién es o va a ser el mayor o el más importante, Jesús les dice que “el que quiera ser el primero, deberá ser el último de todos…” ¿Cómo? Pues disponiéndose a ser el servidor de todos. En los otros pasajes evangélicos paralelos a éste de san Marcos, es decir, en los de los evangelios según san Mateo y san Lucas, Jesús añade una explicación refiriéndose a su propio ejemplo de vida: “porque el Hijo del Hombre -como solía llamarse a sí mismo- no vino a ser servido, sino a servir”. Y es esta actitud de servicio la que nos conecta precisamente con la imagen profética del Siervo o Servidor anunciado unos seis siglos atrás en el libro del profeta Isaías, como también con la del justo -descrito unos cincuenta años antes de Cristo en el libro de la Sabiduría del cual está tomada la primera lectura de este domingo-, quien precisamente por solidarizarse con las víctimas inocentes de la injusticia les resulta incómodo a los que obran el mal aprovechándose del pobre, oprimiéndolo y explotándolo en beneficio de sus propios intereses egoístas. Y precisamente la Carta de Santiago, de la que está tomada la segunda lectura, es muy significativa con respecto a una actitud totalmente contraria a la codicia envidiosa de quienes obran el mal: la de los “amantes de la paz “, que son “comprensivos y llenos de misericordia”.  3. Jesús nos invita a encontrar a Dios en los humildes, sencillos y pequeños En varias ocasiones los Evangelios nos muestran a Jesús resaltando la importancia de ser y hacernos como niños, en el sentido no sólo de reconocernos necesitados de la protección y la ayuda de Dios así como el niño necesita del padre y la madre para salir adelante en la vida, sino también en el de reconocer las necesidades de los demás y estar dispuestos a ayudarles. Este es el sentido de la frase de Jesús al final del texto evangélico de hoy: “El que reciba a un niño como éste en mi nombre, a mí me recibe; y el que me reciba a mí, no me recibe a mí sino a Aquél que me ha enviado”. En otras palabras, atender o acoger al desvalido y ponerse

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El Mensaje del Domingo – 14 de septiembre de 2015

EL MENSAJE DEL DOMINGO                         Por: Gabriel Jaime Pérez, S.J.        XXIV Domingo del Tiempo Ordinario Ciclo B – Septiembre 13 de 2015                     Un día Jesús, yendo de camino hacia los pueblos de Cesarea de Filipo, les preguntó a los discípulos: -¿Quién dice la gente que soy yo? Ellos le respondieron: -Unos dicen que eres Juan el Bautista, otros dicen que Elías y otros que alguno de los profetas. Él entonces les preguntó: -¿Y ustedes, quién dicen que soy yo? Pedro le contestó: -Tú eres el Mesías. Él les prohibió que se lo dijeran a otros. Después empezó a enseñarles que el Hijo del hombre debía sufrir mucho, ser condenado al sanedrín por los ancianos, los sumos sacerdotes y los escribas, padecer la muerte y resucitar a los tres días. Esto se lo decía ya claramente. Pedro lo llamó aparte y empezó a ponerle reparos. Jesús se volvió y, delante de los demás discípulos, reprendió así a Pedro: -¡Déjame seguir mi camino, Satanás, que tus ideas no son las de Dios sino las de los hombres! Entonces Jesús llamó a la gente, junto con sus discípulos, y les dijo: -Si alguien quiere venir conmigo, renuncie a sí mismo, cargue su cruz y sígame. Porque el que quiera salvar su vida, la perderá; pero el que la pierda por el Evangelio, la salvará (Marcos 8, 27-35). 1.- “¿Y quién dicen ustedes que soy yo?” Pedro le contestó: “Tú eres el Mesías” La respuesta de Pedro a la pregunta de Jesús constituye el tema central de la fe cristiana: reconocer que Jesús es el Mesías, título hebreo que corresponde al término griego Cristo y significa Ungido, consagrado para realizar la misión de hacer presente en la tierra el Reino de Dios. Con este título los antiguos profetas habían anunciado la promesa de un Salvador ungido por Dios para liberar al pueblo de Israel después de las experiencias dolorosas sufridas bajo las dominaciones extranjeras. Por eso existía la tentación de esperar un Mesías que derrotaría al imperio opresor. También por eso Jesús, después de ser reconocido por Pedro como el Mesías, les dice a sus discípulos que no se apresuren a divulgar ese reconocimiento, para que no se le confunda, no sólo con un milagrero espectacular sino con un líder político. Como este tipo de líder era el que anhelaban, no les cabía en la cabeza que Jesús les hablara de su pasión y su muerte en una cruz, aunque añadiera el anuncio de la resurrección. Tal era el motivo por el que Pedro se resistía a aceptar esas palabras de su Maestro, y la reacción de Jesús a esta resistencia es especialmente significativa al llamar a Pedro Satanás, término hebreo que significa opositor y corresponde al griego diabolos. Lo que quiere decir es que, al oponerse Pedro a la misión redentora de Aquél a quien acababa de reconocer como el Mesías, estaba actuando de la misma manera que el tentador a quien había tenido que enfrentarse Jesús en el desierto antes del comienzo de su vida pública. 2.- “Si alguien quiere venir conmigo, renuncie a sí mismo, cargue su cruz y sígame” Si queremos ser de verdad seguidores de Cristo, tenemos que identificarnos con Él: salir cada cual de sí mismo renunciando a toda forma de egoísmo, para ponerse al servicio del Reino de Dios, reino de justicia, de amor y de paz, hasta las últimas consecuencias. En la primera lectura de este domingo, el libro que lleva el nombre de Isaías (50, 5-9) anuncia al Mesías no como un rey terreno que domina, sino como el servidor sufriente que se somete al dolor sin oponer resistencia. Los textos proféticos del libro de Isaías que, como éste, son llamados poemas del “siervo de Yahvé” o servidor de Dios, nos ofrecen un relato anticipado de la pasión redentora del Mesías prometido, la misma que Jesús les anunció a sus discípulos después de la profesión de fe de Pedro. Ahora bien, la pasión de Jesucristo y su muerte en la cruz no son presentadas por los Evangelios para nuestra contemplación pasiva, sino para que nos identifiquemos con Aquél que dio su vida por nosotros y por toda la humanidad, y nos dispongamos también, cada cual cargando su propia cruz, a realizar el Reino de Dios mediante una actitud de servicio, a imagen y semejanza del mismo Jesús, quien diría más adelante también a sus discípulos después del segundo y del tercer anuncio de su pasión: el Hijo del hombre -como solía llamarse a sí mismo- no vino a ser servido, sino a servir y dar su vida como rescate por muchos” (Marcos 10, 45).             3.- “¿De qué le sirve a uno decir que tiene fe, si no tiene obras?” Expresar nuestra fe en Jesucristo implica y exige demostrarla con las obras. Esta relación indisoluble entre el reconocimiento de Jesús como el Mesías y la realización de sus enseñanzas, es precisamente la que nos plantea la segunda lectura de hoy, tomada de la Carta de Santiago (2, 14-18). El ejemplo con que la ilustra es muy claro: ante la situación de quien carece de ropa y alimento, no basta con decir “que les vaya bien, vístanse y aliméntense”; debe hacerse algo efectivo para resolverla. ¿Cómo es nuestra relación entre la fe que proclamamos cuando reconocemos a Jesús, y las obras a través de las cuales estamos llamados a demostrar que este reconocimiento es sincero? En definitiva, lo que cuenta son las obras. Por eso dice el apóstol Santiago: muéstrame tu fe sin las obras, que yo, con las obras, te probaré mi fe. En la eternidad nos vamos a llevar sorpresas. Muchos que vivían recitando el credo pero sin llevar a la práctica lo que éste significa, no habrán logrado la felicidad. En cambio, aquellos que realizaron con sus obras más que con sus palabras lo que significa creer en Dios, que es Amor, habrán alcanzado la salvación prometida por el Señor a todo el que renuncia a su egoísmo para entregar su vida

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El Mensaje del Domingo – 6 de Septiembre de 2015

EL MENSAJE DEL DOMINGO  Por: Gabriel Jaime Pérez, S.J.     XXIII Domingo del Tiempo Ordinario  Ciclo B – Septiembre 6 de 2015 Al volver Jesús de la región de Tiro, pasó por Sidón y se fue al lago de Galilea en pleno territorio de la Decápolis. Allí le presentaron un sordo y tartamudo y le pidieron que le impusiera las manos. Jesús lo apartó de la gente. A solas con él le metió los dedos en los oídos, y con el dedo untado en saliva le tocó la lengua; y mirando al cielo suspiró y le dijo: “Effatá” (que quiere decir: Ábrete).  Inmediatamente se le abrieron los oídos y se le soltó la traba de la lengua y empezó a hablar sin dificultad. Entonces les mandó que no se lo dijeran a nadie. Pero mientras más les mandaba, más lo pregonaban ellos. Y en el colmo del asombro decían: “¡Todo lo ha hecho bien! ¡Hasta hace oír a los sordos y hablar a los mudos!” (Marcos 7, 31-37). Los relatos de milagros de Jesús contados por los evangelios nos muestran que en Él se cumplen las profecías referentes a una intervención de Dios portadora de un nuevo porvenir para toda persona se reconoce necesitada de salvación, a una acción liberadora de todo cuanto le impide al ser humano realizarse plenamente como tal, empezando por los marginados y excluidos. Así nos lo hacen entrever los textos del Antiguo Testamento correspondientes a la primera lectura y al salmo responsorial de este domingo [Isaías 35, 4-7; Salmo 146 (145). Por otra parte, la segunda lectura, tomada del Nuevo Testamento (Carta de Santiago 2, 1-5), expresa cómo los pobres, a quienes preferencialmente se dirige la acción salvadora de Jesús, son precisamente víctimas de una discriminación social en el marco de una sociedad injusta. Ahora bien, el significado del milagro que relata el Evangelio de hoy va más allá de la curación de una enfermedad física. Veamos cómo podemos aplicarlo a nuestra propia vida cotidiana. 1.- Jesús nos invita a apartarnos del bullicio para ser transformados por Él Lo primero que resalta en el relato evangélico es cómo Jesús, ante la petición que le hacen para que sane a aquel sordo y tartamudo, lo aparta de la gente y a solas con él, realiza el milagro. De ello podemos deducir que necesitamos espacios y momentos de silencio interior para que el Señor, en un encuentro personal con Él, seamos dispuestos por él a escuchar su palabra y capacitados para proclamarla. Todos necesitamos que Dios mismo abra nuestros oídos interiores para escucharlo. Pero el bullicio del mundo nos lo impide y por eso es preciso que busquemos en nuestra vida cotidiana los lugares y tiempos propicios para encontrarnos con Él personalmente en la oración, disponiéndonos así para que Él nos llene de su Espíritu. El gesto de la imposición de las manos significa precisamente la comunicación del Espíritu Santo, que nos hace posible oír, comprender, acoger y poner en práctica lo que Dios nos dice. 2.- Jesús abre nuestros oídos para que podamos escuchar Qué difícil es escuchar, sobre todo en medio del ruido ensordecedor del ajetreo cotidiano, y más todavía en el de las grandes ciudades, cuyo ritmo acelerado impide oír la voz del Señor que nos habla de múltiples formas, muchas veces desapercibidas por nosotros. Por eso es necesario un esfuerzo constante para percibir lo que Dios nos dice. En el ámbito de las familias, es necesario que el Señor abra los oídos de todos sus integrantes para que se dispongan a escucharse unos a otros, en un ambiente de diálogo que haga posible la comprensión y la ayuda mutua en todos los aspectos de la relación del esposo con la esposa, del padre y la madre con sus hijos e hijas, de los hermanos y las hermanas entre sí. Y en el ámbito social también es preciso que Jesús nos disponga a la escucha, saliendo cada cual de su egoísmo para trabajar todos juntos en la búsqueda de la convivencia pacífica mediante una disposición constante al diálogo. La verdadera comunicación es condición necesaria para la convivencia en paz y supone la disposición de cada persona a escuchar a las demás, dejándose interpelar por el otro.        3.- Jesús destraba nuestra lengua para que podamos hablar Jesús no solamente abre los oídos de quienes se dejan transformar por Él, sino también les hace posible hablar. La Palabra de Dios que escuchamos no podemos dejarla sólo para nosotros mismos, estamos llamados a comunicarla. Pero hay otro detalle en el relato del Evangelio: Jesús, después de obrar el milagro, dirigiéndose a quienes lo habían presenciado les mandó que no se lo dijeran a nadie. Esto parece contradecir el llamado a comunicar la acción de Dios. No obstante, lo que el evangelista quiere hacer notar -especialmente en el caso del Evangelio de Marcos- es que Jesús no quiere que se divulgue su acción salvadora en el sentido de un mesianismo espectacular, como el de los actos masivos de sanación que incluso hoy suelen presentarse por parte de ciertos milagreros embaucadores en las calles, en los estadios o en shows televisión. En lugar de ese falso mesianismo, sintamos nosotros como dicha a cada uno, a cada una, aquella palabra pronunciada por Jesús en arameo: Effatá, que significa Ábrete. Con ella Él quiere abrir nuestros sentidos de modo que podamos percibir y comprender sus enseñanzas, y para que nos movamos a proclamarlas y compartirlas con los demás, empezando por aquellos que pueden estar más necesitados de ellas. Animémonos pues a hablar de Dios. Pero “hablar de Dios” no es andar echando sermones aburridos, sino expresar con nuestra alegría, con nuestro testimonio constructivo y con nuestras buenas obras, que Aquél que todo lo ha hecho bien -como dice al final texto evangélico de hoy- sigue actuando a través de nuestra disposición efectiva a colaborar con Él, para hacer de este mundo un lugar donde los sordos oigan y los mudos hablen, es decir, donde se escuche sin trabas y se

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El Mensaje del Domingo – Agosto 30 de 2015

EL MENSAJE DEL DOMINGO                    Por: Gabriel Jaime Pérez, S.J.                         XXII Domingo del Tiempo Ordinario Ciclo B – Agosto 30 de 2015 Los fariseos y algunos escribas que habían llegado a Jerusalén se acercaron en grupo a Jesús y vieron que algunos de sus discípulos comían sin purificarse. Porque es de saber que los fariseos, y los judíos en general, ateniéndose a la tradición recibida de los antiguos, no comen sin antes lavarse escrupulosamente las manos; y al volver de la plaza no comen sin bañarse antes, y se aferran a otras muchas tradiciones, como es la manera de lavar los vasos, las jarras, los platos y hasta las camas. Le preguntaron, pues, a Jesús los fariseos y los escribas: ¿Por qué tus discípulos no guardan la tradición recibida de los antiguos, sino que comen sin purificarse? Él les respondió: “¡Hipócritas! Qué bien dijo de ustedes el profeta Isaías cuando escribió: ‘Este pueblo me honra con los labios, pero su corazón está lejos de mí. El culto que me dan es vacío, las leyes que enseñan son invenciones humanas’. Ustedes dejan de cumplir lo que Dios ha mandado, por aferrarse a una tradición inventada por los hombres”. Entonces volvió a llamar a la multitud y dijo: “¡Escúchenme todos y entiendan! No hay nada de fuera que, al entrar en uno, pueda hacerlo impuro. Al contrario, es lo que procede de su interior lo que hace impuro al hombre. Porque dentro, en su propio corazón, concibe él el propósito de hacer cosas malas como inmoralidad sexual, robos, asesinatos, adulterios, ambiciones, maldades, engaño, desenfreno, envidia, difamación, orgullo e insensatez. Todas estas cosas malas proceden del interior del hombre y lo hacen impuro” (Marcos 7, 1-8.14-15.21-23). En el Evangelio de hoy nos encontramos con la oposición entre dos actitudes: la de los fariseos y doctores de la ley que hacían consistir la religión -es decir, la relación con Dios- en el cumplimiento de unas tradiciones rituales, y la de Jesús, que no define esta relación por lo externo, sino por lo que procede del interior del ser humano, de su mente y su corazón. Veamos cómo podemos aplicar a nuestra vida la enseñanza de Jesús que nos presenta el Evangelio, relacionándola con las otras lecturas bíblicas [Deuteronomio 4, 1-2.6-8; Salmo 15 (14); Carta de Santiago 1, 17-18.21b-22.27] 1.- “Este pueblo me honra con los labios, pero su corazón está lejos de mí” Esta frase no sólo es aplicable a la hipocresía del culto externo existente en tiempos del profeta Isaías o posteriormente en la época de Jesús. También vale para todos los tiempos, pues siempre ha existido y aún sigue existiendo la falsa religiosidad que reduce la relación con Dios a unas prácticas rituales sin conexión con la vida concreta. Los preceptos a los que se refiere el libro del Deuteronomio en la primera lectura corresponden en su conjunto a una relación indisoluble entre el amor a Dios indicado en los tres primeros mandamientos del Decálogo y el amor al prójimo expresado en los otros siete. Sin embargo, la tradición judaica posterior había tergiversado la Ley de Dios haciendo pasar por ésta una serie de prescripciones vacías de sentido social. La verdadera ley impresa por Dios en la conciencia humana y expresada de formas similares por todos los grandes maestros espirituales de la humanidad, implica una relación indisoluble entre el culto a Dios y la justicia social, con una atención preferencial a los más necesitados. Por eso los profetas del Antiguo Testamento, hablando en nombre de Dios, denunciaron abiertamente el ritualismo vacío propio de una falsa religiosidad, condescendiente con el irrespeto a los demás y por lo mismo cómplice de la injusticia. Esta denuncia profética la evoca y la amplía Jesús para enseñarnos en qué consiste la verdadera religión, la auténtica relación con Dios. 2.- “Es lo que procede del interior lo que hace impuro al hombre” El Evangelio señala una diferencia radical entre las actitudes surgidas del corazón, es decir, de la interioridad humana, y el ritualismo que reduce la relación con Dios a unos formalismos externos. Esta diferencia planteada por Jesús, quien para acercarse y ayudar a los necesitados no sólo se saltaba la prohibición de trabajar el sábado o día de descanso, sino también las demás normas rituales preventivas de supuestas contaminaciones, le acarreó el odio y el rechazo por parte de los fariseos y doctores de la ley, que se consideraban incontaminados y superiores a los demás por cumplir al pie de la letra unas tradiciones sin tener en cuenta lo más importante. Por eso Jesús dice que no es lo que entra de fuera lo que hace “impuro” a un ser humano, sino lo que sale de su interior. Este planteamiento es fundamental a la hora de evaluar el comportamiento humano. ¿Cuáles son las intenciones que me mueven a actuar o a dejar de hacer algo? ¿Hacia qué fines están orientadas mis opciones, mis decisiones? ¿Son mis prácticas religiosas coherentes con el sentido social de la verdadera ley de Dios, que es la ley del amor? 3.- Religión pura e irreprochable: socorrer a los necesitados y conservarnos limpios de la impureza de este mundo Todas las llamadas cosas malas que describe Jesús como surgidas del interior del corazón humano, se refieren en definitiva a actitudes y acciones en contra del respeto debido a la dignidad de las personas, y por ello mismo se oponen a la verdadera religión, es decir, al sentido auténtico de una relación con Dios. El Salmo 15 (14) es muy claro al respecto: sólo puede relacionarse correctamente con Dios quien procede honradamente y practica la justicia. Y como lo dice también la Palabra de Dios a través del apóstol Santiago en la segunda lectura, “religión pura e irreprochable delante de Dios Padre es esta: socorrer a los huérfanos y a las viudas cuando estén necesitados y conservarse limpio de la impureza del mundo”. La impureza del mundo de la que habla el apóstol es precisamente todo lo que Jesús llama en el

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El Mensaje del Domingo – 28 de octubre

Domingo XXX del Tiempo Ordinario Ciclo B – Octubre 28 de 2012 Por: Gabriel Jaime Pérez, S.J.                           Al salir Jesús de Jericó, acompañado por sus discípulos y una gran multitud, encontró a Bartimeo -el hijo de Timeo- un mendigo ciego que estaba sentado junto al camino. Él, al oír que era Jesús de Nazaret, empezó a gritar: “¡Jesús, Hijo de David, ten compasión de mí!”. Muchos lo reprendían y le decían que se callara. Pero él gritaba mucho más todavía: “¡Hijo de David, ten compasión de mí!”. Jesús se detuvo y mandó llamar al ciego.  Entonces lo llamaron y le dijeron: “¡Ten confianza! ¡Levántate, que te llama!”. Él tiró su capa, de un salto se puso en pie y fue adonde estaba Jesús, el cual le preguntó: “¿Qué quieres que haga por ti?”. El ciego le contestó: “Maestro, ¡que recobre la vista!”.  Jesús le dijo: “vete, tu fe te ha dado la salud”. Y en seguida recobró la vista,  y  fue  siguiendo  a  Jesús  por  el camino (Marcos 10, 46-52).  1.- “¡Jesús, Hijo de David, ten compasión de mí!”  El invidente de este relato tiene nombre propio: Bartimeo, el hijo de Timeo (en arameo, Bar significa hijo de). Es un mendigo sentado a la salida  de Jericó, por donde hay que pasar para ir de Galilea a Jerusalén. Y el título con el que se dirige Bartimeo a Jesús al llamarlo Hijo de David -con el cual sería aclamado por la multitud al entrar poco después en la capital de Judea-, tiene un significado especial. En efecto, uno de los signos de la salvación que realizaría el Mesías prometido anunciado por los profetas del Antiguo Testamento como descendiente del rey David, era el de hacer ver a los ciegos. Por eso en varias profecías, como la que nos presenta la primera lectura de hoy (Jeremías. 31, 7-9), ellos se cuentan entre los beneficiarios de la acción salvadora de Dios, junto con las demás personas que tenían algún impedimento para emprender el camino hacia Jerusalén después de la liberación del destierro en Babilonia, cantada por el Salmo responsorial de la misa de este domingo [126 (125)].  Ahora bien, en su significado más profundo, los ciegos a los que se refieren las profecías somos todas las personas que necesitamos que Dios nos ilumine liberándonos de la oscuridad de la ignorancia espiritual, para que podamos reconocer el camino que nos lleva a la verdadera felicidad. Por eso también nosotros podemos suplicar, como el ciego Bartimeo: ¡Jesús, Hijo de David, ten compasión de mí!  2.- “¡Ten confianza! ¡Levántate, que te llama!”…  Ante la súplica del ciego, el relato nos muestra dos reacciones sucesivas de la gente que va con Jesús –sus discípulos y una gran multitud-. La primera es de molestia ante los gritos del mendigo: Muchos lo reprendían y le decían que se callara. La segunda, producida por Jesús mismo al mostrar su compasión por aquel hombre, es de solidaridad: ¡Ten confianza! ¡Levántate, que te llama! Así, Jesús se manifiesta como quien puede compadecerse de los ignorantes y los extraviados, tal como nos lo presenta la segunda lectura de hoy (Hebreos. 5, 1-6).  Por una parte, el Evangelio nos invita a preguntarnos si estamos dispuestos a reconocer y ayudar a los verdaderamente necesitados en sus necesidades, no dándoles una limosna que los deja postrados en lugar de animarlos a levantarse, sino cooperando para que reciban una ayuda efectiva en el sentido del proverbio chino: “si tu hermano te pide pescado, no te limites a dárselo, enséñale a pescar”. Y por otra, en coherencia con el sentido más profundo del relato, podemos tomar como hecha a cada uno de nosotros la invitación que animó al ciego a tener confianza y levantarse. Jesús nos llama para realizar en nosotros maravillas que son posibles si tenemos fe en su poder, y parte de esta fe es levantarnos y desprendernos de lo que nos estorba para acercarnos a Él, como lo hizo Bartimeo cuando tiró su capa. Entonces podemos oír que Jesús nos dice: ¿Qué quieres que haga por ti? Y nosotros, reconociéndolo como el Maestro que nos hace posible ver el camino hacia la felicidad, podemos pedirle la recuperación de nuestro sentido de la vista espiritual, oscurecido por las tinieblas de nuestro egoísmo y nuestros afectos desordenados. 3.-  Y en seguida recobró la vista y fue siguiendo a Jesús por el camino Un detalle significativo: Jesús, al devolverle la vista, le dice a Bartimeo: vete, tu fe te ha dado la salud. Por una parte, ese “vete” no significa una despedida, sino una invitación, como quien dice: “anda, no sigas ahí postrado, ya puedes emprender el camino”. Y Bartimeo emprende con Jesús el camino hacia Jerusalén, signo de nuestro camino hacia la felicidad eterna, que tendrá que pasar por la cruz para culminar en la resurrección. Y por otra, una vez más como muchas otras en los Evangelios, el propio Jesús enfatiza la importancia decisiva de la fe para obtener la sanación que necesitamos. Jesús está siempre dispuesto, si nos reconocemos necesitados de salvación, a liberarnos de la ceguera espiritual que nos impide reconocer y emprender el camino hacia la verdadera felicidad. Y esto último es lo más importante, lo que en definitiva cuenta en la perspectiva de la eternidad.  Dispongámonos con fe a ser curados por Jesús de nuestra ceguera espiritual y a seguirlo como nuestro Maestro por el camino que Él nos muestra al abrirnos los ojos para reconocerlo en nuestra existencia y en cada uno de los acontecimientos de nuestra vida, especialmente en los momentos de crisis y oscuridad. Conclusión: El “Año de la Fe” El pasado 11 de octubre el Papa Benedicto XVI, con una Eucaristía celebrada en la Plaza de San Pedro para celebrar los 50 años de la convocación del Concilio Ecuménico Vaticano II por su antecesor el beato Juan XXIII, y los 20 del Catecismo de la Iglesia Católica publicado por su predecesor Juan Pablo II,

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