En aquel tiempo, los apóstoles le pidieron al Señor: «Auméntanos la fe.» El Señor contestó: – «Si ustedes tuvieran fe como un granito de mostaza, le dirían a esa montaña: “Arráncate de raíz y plántate en el mar.” Y les obedecería. Supongan que un empleado de ustedes trabaja como labrador o como pastor; cuando vuelve del campo, ¿quién de ustedes le dice: “En seguida, ven y ponte a la mesa”? ¿No le dirán: “Prepárame de cenar, cíñete y sírveme mientras yo como y bebo, y después comerás y beberás tú”? ¿Tienen ustedes que estar agradecidos al empleado porque ha hecho lo mandado?
Lo mismo ustedes: Cuando hayan hecho todo lo mandado, digan: “Somos unos pobres servidores, hemos hecho lo que teníamos que hacer.” » (Lucas 17, 5-10).
Tanto el Evangelio como las otras lecturas bíblicas de este domingo, tomadas éstas del libro del profeta Habacuc (1, 2-3; 2, 2-4) y de la segunda carta del apóstol San Pablo a Timoteo (1, 6-8.13-14), giran en torno a la fe y la humildad. La fe es una de las tres virtudes “teologales” o referidas a Dios, junto con la esperanza y la caridad. La humildad es una virtud moral opuesta al pecado capital de la soberbia o arrogancia de quienes se creen superiores a los demás.
1. “Si tuvieran fe como un granito de mostaza…”
Los apóstoles le piden a Jesús que les aumente la fe, y Él aprovecha esta petición para decirles que si esa virtud la tuvieran siquiera en un grado mínimo -de ahí la imagen del grano de mostaza, que es la más pequeña de todas las semillas-, lograrían lo que parece imposible, como hacer, con sólo dar la orden, que cambie de lugar un árbol -o un monte, como dicen los textos paralelos de los evangelistas Mateo y Marcos, de donde proviene el conocido refrán “la fe mueve montañas”-.
Ahora bien, la verdadera fe no consiste en repetir un credo o recitar fórmulas rituales, sino en adherirnos de corazón a Dios sin dejarnos amilanar por los problemas. En la primera lectura, el profeta Habacuc (1, 2-3; 2, 2-4) experimenta la tentación del desánimo porque al verse rodeado de violencia y sufrimiento parece no ser escuchado por Dios, y la respuesta a su clamor es una invitación a creer: el justo vivirá por la fe. Con frecuencia nosotros tenemos la tentación de desanimarnos ante las dificultades y caer en el pesimismo. La fe auténtica implica todo lo contrario: creer en la posibilidad de salir adelante, confiando en Dios que nos creó (Salmo 94), que quiere nuestro bien y para quien nada es imposible.
Pero esto no nos exime de poner cuanto esté de nuestra parte. La verdadera fe es a la vez confianza en Dios y en uno mismo: confianza en Dios como si todo dependiera de Él, pero haciendo nuestro trabajo como si todo dependiera de nosotros. Esta misma fe animó al apóstol Pablo a no tener miedo a la persecución ni a los duros trabajos del Evangelio, como él mismo lo dice en la segunda lectura (2 Timoteo 1, 6-8.13-14).
2. “Somos unos pobres servidores, hemos hecho lo que teníamos que hacer.”
Jesús nos invita igualmente a ser humildes. El granito de mostaza puede ser también una imagen de la humildad. Pero Jesús agrega otra: la del servidor que no exige lo que no le corresponde. Los términos humildad y humanidad provienen del latín humus: el barro de la tierra. Reconocer lo que uno es como criatura, no es minusvalorarse o considerarse inferior a los demás, sino sencillamente aceptar nuestra realidad de seres humanos.
Por eso, al hacer la voluntad de Dios, Jesús nos dice que en lugar de esperar honores reconozcamos sencillamente que hemos cumplido con nuestro deber. Esto es lo que Él mismo nos enseñó con su ejemplo: siendo Dios se hizo humano y servidor, y en otro pasaje del mismo Evangelio de Lucas les dijo a sus discípulos: “¿Quién es el mayor, el que está a la mesa o el que sirve? ¿No es el que está a la mesa? Pues yo estoy en medio de ustedes como el que sirve” (Lucas 22, 27).
3. Pidamos los dones de la fe y de la humildad
Pidámosle al Señor, como sus apóstoles, que nos aumente la fe. No la falsa fe consistente en creencias vacías sin repercusión en la vida concreta, sino la auténtica que Jesús nos invita a tener: adherirnos a Dios confiando en él y poner en práctica, sin desanimarnos ante los problemas, las capacidades que Él mismo nos ha dado.
Y pidámosle asimismo que nos haga humildes, reconocedores de nuestra realidad de creaturas. Invoquemos para ello la intercesión de María, la madre de Jesús, que se llamó a sí misma la humilde servidora del Señor (Lucas 1, 38.48). Y la de tantos otros santos y santas que se distinguieron por su humildad. En este mes de octubre la Iglesia conmemora a tres especialmente significativos: El día 1º a la religiosa francesa Santa Teresita del Niño Jesús (1873-1897), proclamada patrona universal de las misiones en razón de haber ofrecido su tuberculosis por la obra misionera de la Iglesia; el día 4 al italiano San Francisco de Asís (1182-1226), que le dio a la orden religiosa que fundó el nombre de “frailes menores” -hermanos menores-, pues quería que sus integrantes fueran los servidores de todos y buscaran siempre los sitios más humildes, y solía decir: “Soy tan sólo lo que soy ante Dios”; y el día 15 a la española Santa Teresa de Jesús (1515 – 1582), de quien vale recordar algunas de su frases, que también dejó por escrito: “La humildad es la verdad”. “La medida verdadera de nuestra proximidad a Dios, es la humildad” “El humilde se contenta con lo que le toca: si se trata de servir, sirve; si le toca trabajar fuerte, lo hace, y si le dan regalos, con admiración y agradecimiento los recibe, aunque piensa que no le corresponden. Todas sus acciones y pensamientos le parecen insignificantes para tan gran Señor.”
Hagamos finalmente nuestra la oración de Santa Teresita del Niño Jesús para alcanzar la humildad: Tú, Señor, conoces mi debilidad. Cada mañana tomo la resolución de practicar la humildad, y por la noche reconozco que he vuelto a cometer muchas faltas de orgullo. Al ver esto, me tienta el desaliento, pero sé que el desaliento es también una forma de orgullo. Por eso, quiero, Dios mío, fundar mi esperanza sólo en ti. Ya que tú lo puedes todo, haz que nazca en mi alma la virtud que deseo. ¡Jesús manso y humilde de corazón, haz mi corazón semejante al tuyo!-