Domingo VI de Pascua – Ciclo C
Por: Gabriel Jaime Pérez, S.J.
En la cena pascual dijo Jesús a sus discípulos: “Si alguno me ama, guardará mi palabra y mi Padre lo amará, y vendremos a él y haremos morada en él. El que no me ama no guardará mis palabras. Y la palabra que ustedes están oyendo no es la mía, sino la del Padre que me envió. Les he hablado ahora que estoy a su lado, pero el Paráclito, el Espíritu Santo que les enviará el Padre en mi nombre les enseñará y les irá recordando todo lo que les he dicho. La paz les dejo, mi paz les doy. No la doy como la da el mundo.
Que no tiemble su corazón ni se acobarde. Ustedes me han oído decir: ‘me voy y vuelvo a lado de ustedes’. Si me amaran se alegrarían de que vaya al Padre, porque el Padre es más que yo. Se lo he dicho a ustedes ahora, antes de que suceda, para que cuando suceda sigan creyendo” (Evangelio según Juan 14, 23-29).
El Evangelio de este domingo nos prepara para la fiesta de la Ascensión del Señor, ya próxima a celebrarse. Los primeros discípulos, junto con la vivencia pascual de la resurrección de Jesús captada por la fe, experimentaron la realidad de su ausencia física. Ya no podían tenerlo presente en su cuerpo físico como antes, pero sabían que Él estaba espiritualmente con ellos. La predicación del apóstol Juan, recogida en el cuarto Evangelio, insiste en referirse a este nuevo modo de presencia que el mismo Jesús ya les había anunciado cuando en su última cena pascual con ellos antes de su pasión y muerte, los quiso preparar para que pudieran posteriormente comprender el sentido final del acontecimiento del Calvario.
Aunque las otras lecturas bíblicas escogidas por la liturgia de la Iglesia para este domingo encierran también enseñanzas significativas [Hechos de los Apóstoles 15, 1-2.22-29; Salmo 67 (66); Apocalipsis 21, 10-14.22-23], centrémonos en tres frases del Evangelio y tratemos de aplicarlas a nuestra vida.
1. “Si alguno me ama (…), vendremos a él y haremos morada en él”
Según los Evangelios de Marcos y Mateo, la predicación de Jesús había comenzado un anuncio inicial: “El Reino de Dios -el Reino de los Cielos– está cerca” (Mc 1, 14; Mt 4, 17). En el Evangelio de Lucas, Jesús dice: “el Reino de Dios está dentro de ustedes mismos” (Lc 17, 21). Las expresiones Reino de Dios o Reino de los Cielos, evocadas por los tres primeros evangelios, equivalen en el lenguaje bíblico de Juan al poder del Amor que es Dios mismo. Por eso, cuando Jesús dice en el Evangelio de Juan que quien guarda su palabra será morada de Dios, quiere significar que el cumplimiento del mandamiento del amor que Él mismo les dio a sus discípulos en aquella cena pascual en la que instituyó la Eucaristía, es lo que hace posible que el Reino de Dios, es decir, el poder del Amor que es Dios mismo, venga en plenitud a quienes escuchan sus enseñanzas. Y este mensaje llega hoy a cada uno y cada una de nosotros.
Jesús habla en plural: “vendremos a él y haremos morada en él”. En un primer momento esta frase se refiere a su Padre y a sí mismo, pero también un poco más adelante menciona al Espíritu Santo: “el Espíritu Santo que les enviará el Padre en mi nombre les enseñará y les irá recordando todo lo que les he dicho”. En otras palabras: Dios Padre, Dios Hijo y Dios Espíritu Santo, Dios uno y trino, habita espiritualmente donde hay AMOR. Por eso mismo uno de los himnos más antiguos y más hermosos de la liturgia de la Iglesia comienza con esta frase en latín: “Ubi caritas et amor, Deus ibi est” (“Donde hay caridad y amor, allí está Dios”).
2. “La paz les dejo, mi paz les doy”
En hebreo la palabra shalom, que se traduce como paz, significa lo máximo que le podemos desear a una persona o a una comunidad humana en términos de bienestar y felicidad. En este sentido, no se trata únicamente de la ausencia de la guerra o de cualquier forma de violencia, sino además de la presencia del Amor, con todo el gozo que produce la armonía de unas relaciones humanas constructivas, la convivencia sin tensiones ni temores, la confianza mutua.
Esta paz verdadera es el resultado de la presencia activa de Dios en nuestras vidas. Pero tal presencia activa de Dios sólo es posible si hay una disposición sincera a recibirla como un don suyo y a comunicarla a nuestro alrededor, a compartirla con los demás. Este es el sentido del saludo de paz que se nos invita a darnos los unos a los otros en la celebración de la Eucaristía, inmediatamente antes de la comunión en la cual recibimos sacramentalmente la presencia y la vida de Jesucristo resucitado.
3. “No la doy como la da el mundo”
El término “mundo”, en el lenguaje de los escritos bíblicos que corresponden a la predicación del apóstol san Juan, significa todo lo que es contrario a la presencia de Dios en la vida humana y, por lo mismo, a la realización de la verdadera paz.
Jesús nos dice que la paz que da el mundo es sólo una apariencia de paz: la pasividad, la inacción de una vida en la que nunca sucede nada constructivo. La indolencia ante los problemas, la ausencia de inquietud por lo que sucede a mi alrededor, por los sufrimientos y las necesidades de los demás. La falsa paz del silencio sobre lo que hay que discutir, por temor a las dificultades que pueda traer el decir lo que uno piensa o lo que siente. La falsa paz de las cadenas y los sepulcros, la falsa paz que se pretende lograr por el sometimiento al poder del más fuerte, por medio del autoritarismo y de la guerra y no por medio de la justicia social, el diálogo, el perdón y la reconciliación.
La verdadera paz nos la da Cristo resucitado al comunicarnos el Espíritu Santo, al que llama Paráclito, término procedente del griego que corresponde en latín a advocatus y literalmente significa aquel que es llamado o invocado como abogado, mediador, defensor, consolador. Pidámosle al Señor que el Espíritu Santo nos haga comprender y vivir la verdadera paz, distinta de la inmovilidad y de las falsas seguridades, para que podamos contribuir constructivamente, cada cual como persona y todos como comunidad de fe y de esperanza, a que la presencia de Dios Amor sea una realidad cada vez más palpable en nuestras vidas y en nuestro entorno social.
Jornada Mundial de la “Infancia Misionera”
Este domingo celebra la Iglesia la Jornada Mundial de la Infancia Misionera que celebra este domingo la Iglesia Católica. La institución así llamada, nacida en 1843, tiene como objetivos formar a los niños en la universalidad de la misión de dar a conocer el amor de Jesús e iniciarlos en el desprendimiento y la generosidad, llamando la atención sobre los niños que sufren hambre y deficientes condiciones de salud, falta de educación, situaciones de guerra y conflictos armados, esclavitud laboral, abandono social, explotación sexual. En 1922, el Papa Pío XI la constituyó como Obra Pontificia para suscitar en los niños el deseo de ayudar a otros niños con la oración y la colaboración económica, y así promover en los más pequeños la dimensión misionera universal. La Infancia Misionera ha prestado ayuda a millones de niños y niñas de todo el mundo, y sus ofrendas se emplean cada año para colaborar con las Iglesias de destino en la ejecución de unos 4.000 proyectos a favor de los niños más necesitados del mundo.
Al iniciar este mes de mayo, dedicado especialmente a la veneración de María santísima, la Madre de Jesús y Madre de la Iglesia de la que formamos parte todos los bautizados en Cristo, invoquemos su intercesión para que ella nos ayude identificarnos cada día más con su Hijo, de modo que nos amemos de verdad los unos a los otros como Él mismo nos mostró que Dios nos ama, y así demos un auténtico testimonio de la fe que profesamos.-