Colegio San José Barranquilla

Reflexiones

Mensaje del domingo – Marzo 9

Mensaje del Domingo I Domingo de Cuaresma Por: Gabriel Jaime Pérez, S.J. Ciclo A – Marzo 9 de 2014 Jesús fue llevado al desierto por el Espíritu para ser tentado por el diablo. Y después de ayunar cuarenta días con sus cuarenta noches, al fin sintió hambre. El tentador se le acercó y le dijo: «Si eres el Hijo de Dios, di que estas piedras se conviertan en panes.» Jesús le contestó: «Está escrito: “No sólo de pan vive el hombre, sino de toda palabra que sale de la boca de Dios.”» Después el diablo lo llevó a la ciudad santa, lo puso en el alero del templo y le dijo: «Si eres el Hijo de Dios, tírate abajo, porque está escrito: «Encargará a los ángeles que cuiden de ti, y te sostendrán en sus manos, para que tu pie no tropiece con las piedras.”» Jesús le replicó: «También está escrito: “No tentarás al Señor, tu Dios.”» Luego el diablo lo llevó a un monte altísimo  y, mostrándole los reinos del mundo y su gloria, le dijo: «Todo esto te daré si te postras y me adoras.» Jesús le respondió: «Vete Satanás, porque está escrito: “Al Señor tu Dios adorarás y a Él solo darás culto.”» Entonces lo dejó el diablo, y se acercaron los ángeles y le servían (Mateo 4, 1-11). Desde el miércoles pasado ha comenzado el tiempo de la Cuaresma: cuarenta días durante los cuales se nos invita a prepararnos para la celebración de la Semana Santa. Junto con la señal de la cruz que nos identifica como seguidores de Cristo, marcada con la ceniza bendita sobre nuestra frente, hemos recibido la exhortación que nos dice: Conviértete y cree en el Evangelio. Es una invitación a reorientar nuestra vida hacia Dios y  a renovar nuestra fe en la Buena Noticia de nuestro Señor Jesucristo, que como lo muestra el Evangelio nos enseña con su ejemplo a vencer las tentaciones poniendo toda nuestra confianza en Dios. 1.- Las tentaciones de Jesús tienen como trasfondo la tentación original del ser humano            La humanidad desde sus orígenes ha experimentado la tentación, y es esto lo que nos muestra la primera lectura (Génesis 2, 7-9; 3,1-7). El relato del pecado original nos indica en qué consiste la tentación original: la pretensión de “ser como Dios”, presentada bajo una falsa concepción del poder divino, como si Dios determinara lo que es bueno o malo según sus propios intereses o caprichos. La tentación de comer el fruto del árbol del conocimiento del bien y del mal significa simbólicamente el deseo de determinar arbitrariamente qué es bueno y qué es malo. En este sentido, el pecado original del ser humano consiste en orientar torcidamente su conducta al determinar como bueno lo que satisface sus apetitos egoístas y como malo lo que se opone a ellos, desconociendo así su condición de criatura y oponiéndose al plan creador de Dios. 2. Jesús nos enseña a vencer la tentación con la fuerza de su Espíritu Los apetitos egoístas básicos de todo ser humano son el ansia de poseer, el ansia de aparentar y el ansia de poder. En otras palabras, el hambre del éxito fácil logrado mágicamente, la pretensión de obrar para obtener prestigio y honores, y la ambición de dominio sobre los demás para someterlos a los propios caprichos. Jesús quiso ser sometido a estas tentaciones humanas para enseñarnos a vencerlas con la fuerza de su Espíritu. Acababa de ser proclamado el Hijo de Dios en su bautismo, e inmediatamente después lo encontramos en el desierto, en un retiro de 40 días, al final de los cuales el tentador (en hebreo satán y en griego diábolos: el adversario) se dirige a Él diciéndole “Si eres el Hijo de Dios”… Al contestarle Jesús citando varios textos bíblicos, el Evangelio nos dice que Él venció las tres grandes tentaciones en las que había caído el pueblo de Israel al dejarse llevar por la triple idolatría de la ambición de riquezas, de las apariencias y del poder terrenal, cuya consecuencia es la injusticia también en todas sus formas, es decir, el desconocimiento de Dios como Creador y el de los demás seres humanos como hijos de Dios. Pero el relato de las tentaciones tiene además un significado especial con respecto a la misión de Jesús como el Mesías anunciado por los profetas. Entre sus contemporáneos existían las falsas expectativas del Mesías entendido como un líder político y guerrero que solucionaría mágicamente los problemas, que sería reconocido como caudillo supremo por todas las naciones y que se convertiría en el dominador de toda la humanidad, la cual se postraría a los pies de su trono en Jerusalén. Jesús, con su triple respuesta al tentador, rechaza de plano esas falsas expectativas mesiánicas.  3.- Del reconocimiento del pecado a la confianza en la misericordia de Dios  Jesús no cayó en las tentaciones humanas -como tampoco María, su santísima madre-, pero nosotros sí hemos caído y seguimos cayendo. Por eso nos reconocemos pecadores, no sumiéndonos en sentimientos negativos de culpabilidad, sino reconociendo la misericordia infinita de Dios. Cuando el apóstol Pablo nos dice en la segunda lectura (Romanos 5, 12-19) que donde abundó el pecado desde los orígenes del ser humano, allí mismo sobreabundó la gracia de la misericordia de Dios en virtud de la salvación obrada por Jesucristo, nos invita no sólo a reconocer nuestra realidad de pecadores, sino también a poner toda nuestra confianza en su amor infinito, dispuesto siempre a perdonarnos si nos convertimos de corazón a Él. La disposición a convertirnos, es decir, a salir de toda forma de egoísmo para reorientar nuestra  vida de acuerdo con la voluntad de Dios, que es voluntad de amor, se nos invita durante el tiempo de la Cuaresma a expresarla en formas concretas de penitencia, privándonos  significativamente de algo material para contribuir a la solidaridad efectiva con los pobres mediante lo que se denomina “la comunicación de bienes”. Expresemos por lo tanto nuestra sincera voluntad de

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Mensaje del domingo – Marzo 2

El MENSAJE DEL DOMINGO VIII Domingo del Tiempo Ordinario Gabriel Jaime Pérez, S.J. Ciclo A – Marzo  2 de 2014   En aquel tiempo dijo Jesús a sus discípulos: -Nadie puede servir a dos señores, porque odiará a uno y querrá al otro, o será fiel a uno y despreciará al otro. No se puede servir a Dios y a las riquezas. Por lo tanto, yo les digo: No se preocupen por lo que han de comer o beber para vivir, ni por la ropa que necesitan para el cuerpo. ¿No vale la vida más que la comida y el cuerpo más que la ropa? Miren las aves que vuelan por el aire: no siembran ni cosechan ni guardan la cosecha en graneros; sin embargo, el Padre de ustedes que está en el cielo les da de comer. ¡Y ustedes valen más que las aves! En todo caso, por mucho que uno se preocupe, ¿cómo podrá prolongar su vida ni siquiera una hora? ¿Y por qué se preocupan ustedes por la ropa? Fíjense cómo crecen los lirios del campo: no trabajan ni hilan. Sin embargo, les digo que ni siquiera el rey Salomón, con todo su lujo, se vestía como uno de ellos. Pues si Dios viste así a la hierba, que hoy está en el campo y mañana se quema en el horno, ¡con mayor razón los vestirá a ustedes, gente falta de fe! Así que no se preocupen, preguntándose: “¿Qué vamos a comer?” o “¿Qué vamos a beber?” o “¿Con qué vamos a vestirnos?” Todas estas cosas son las que preocupan a los paganos, pero ustedes tienen un Padre celestial que ya sabe que las necesitan. Por lo tanto, pongan toda su atención en el reino de los cielos y en hacer lo que es justo ante Dios, y recibirán también todas estas cosas. No se preocupen por el día de mañana, porque mañana habrá tiempo para preocuparse. Cada día tiene bastante con sus propios problemas” (Mateo 6, 24-34). Este pasaje pertenece al llamado Sermón de la Montaña, que comprende los capítulos 5, 6 y 7 del Evangelio de Mateo y que nos han venido presentando las lecturas de los domingos anteriores. En la de hoy Jesús les plantea a sus discípulos -y a través de ellos también a nosotros- cuáles deben ser nuestras las prioridades para lograr una vida plena y feliz. 1.- No podemos servir a Dios siendo esclavos de las riquezas materiales La opción por servir a Dios excluye el apego a los bienes materiales. Esto no quiere decir que debamos necesariamente prescindir de ellos, sino que es preciso considerarlos siempre como medios, nunca como fines. Quien orienta toda su vida en función de la búsqueda y la acumulación de riquezas terrenales termina angustiado por el miedo a perder sus posesiones, y la avidez de tener cada día más y más lo lleva a empobrecerse en su ser y a aislarse encerrándose en su egoísmo. Toda la predicación de Jesús está marcada por una invitación a establecer nuestras prioridades en la vida, de modo que cada quien pueda lograr la realización del fin para el que fue creado o creada por Dios. Ese fin consiste, como lo expresa por ejemplo san Ignacio de Loyola en el principio y fundamento de sus Ejercicios Espirituales, en “alabar, hacer reverencia y servir a Dios nuestro Señor, y mediante esto salvar su alma”, es decir, ser plenamente feliz. Y continúa diciendo san Ignacio que por eso es preciso relativizar todas las cosas empleándolas o apartándonos de ellas tanto cuanto nos ayudan o nos estorban respectivamente para conseguir ese fin. 2.- Pongan toda su atención en el reino de los cielos y en hacer lo que es justo Una de las traducciones de esta exhortación de Jesús es la que dice Busquen primero el reino de Dios y toda su justicia, y todo lo demás se les dará por añadidura. Servir a Dios implica y exige orientar todas nuestras intenciones y acciones a la realización de su reino en nuestra vida y a nuestro alrededor, colaborando con Él en la promoción de la justicia, que consiste en reconocer la dignidad y los derechos de todas las personas, empezando por los más necesitados y excluidos. Cuando leemos en los Evangelios la expresión reino de los cielos -específicamente en el de san Mateo, que por dirigirse a los judíos se abstenía como éstos de pronunciar el nombre propio de Yahvé con el que Dios se había revelado a Moisés-, podríamos pensar que se refiere a la vida eternamente feliz que esperamos para después de nuestra existencia terrena. Pero no es éste el sentido completo de esta expresión. El reino de los cielos, en el lenguaje bíblico, es la soberanía de Dios, y por lo mismo el reino del Amor, pues Dios es Amor. Orientar en función de esta soberanía todo cuanto somos y tenemos, significa por tanto disponernos a cumplir siempre y en todo su voluntad de Amor. 3.- Cada día tiene bastante con sus propios problemas “Carpe diem quam minimum credula postero” -aprovecha cada día, confiando lo más mínimo en el siguiente-, dice en latín un verso del poeta romano Horacio, nacido 8 años antes de Cristo. En otras palabras, vive al máximo el día de hoy como si fuera el último de tu vida. Jesús le da un nuevo y más profundo sentido a esta misma idea, al invitarnos a poner toda nuestra confianza en Dios viviendo el compromiso del presente. En la primera lectura, Dios se compara con una madre para invitar al pueblo de Israel, representado en el monte Sion -en el centro de Jerusalén-, a confiar plenamente en Él: Sion decía: “Me ha abandonado el Señor, mi dueño me ha olvidado”. ¿Es que puede una madre olvidarse, de su criatura, no conmoverse por el hijo de sus entrañas? Pues, aunque ella se olvide, yo no te olvidaré (Isaías 49, 14-15), Y el salmo nos invita a apoyarnos completamente en Él: Sólo en Dios encuentro paz; pues mi

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El mensaje del domingo – Febrero 16

EL MENSAJE DEL DOMINGO VI Domingo del Tiempo Ordinario Gabriel Jaime Pérez, S.J. Ciclo A – Febrero 16 de 2014   En aquel tiempo dijo Jesús a sus discípulos: -No crean ustedes que yo he venido a suprimir la ley o los profetas; no he venido a ponerles fin, sino a darles su pleno valor. Pues les aseguro que mientras existan el cielo y la tierra, no se le quitará a la ley ni un punto ni una letra, hasta que todo llegue a su cumplimiento. Por eso, el que no obedecealguno de los mandatos de la ley, aunque sea el más pequeño, ni enseña a la gente a obedecerlo, será considerado el más pequeño en el reino de los cielos. Pero el que los obedece todos y enseña a otros a hacer lo mismo, será considerado grande en el reino de los cielos. Porque les digo a ustedes que, si no superan a los maestros de la ley y a los fariseos en hacer lo que es justo ante Dios, nunca entrarán en el reino de los cielos. Ustedes han oído que a sus antepasados se les dijo: “No mates, pues el que mate será condenado”. Pero yo les digo que cualquiera que se enoje con su hermano, será condenado. Al que insulte a su hermano, lo juzgará la Junta Suprema; y el que injurie gravemente a su hermano, se hará merecedor del fuego del infierno. Así que, si al llevar tu ofrenda al altar te acuerdas de que tu hermano tiene algo contra ti, deja tu ofrenda allí mismo delante del altar y ve primero a ponerte en paz con tu hermano. Entonces podrás volver al altar y presentar tu ofrenda. Si alguien te lleva a juicio, ponte de acuerdo con él mientras todavía estés a tiempo, para que no te entregue al juez; porque si no, el juez te entregará a los guardias y te meterán en la cárcel. Te aseguro que no saldrás de allí hasta que pagues el último centavo. Ustedes han oído que se dijo: “No cometas adulterio”. Pero yo les digo que cualquiera que mira con deseo a una mujer, ya cometió adulterio con ella en su corazón. Así pues, si tu ojo derecho te hace caer en pecado, sácatelo y échalo lejos de ti; es mejor que pierdas una sola parte de tu cuerpo, y no que todo tu cuerpo sea arrojado al infierno. Y si tu mano derecha te hace caer en pecado, córtatela y échala lejos de ti; es mejor que pierdas una sola parte de tu cuerpo, y no que todo tu cuerpo vaya a parar al infierno. También se dijo: “Cualquiera que se divorcia de su esposa, debe darle un certificado de divorcio”. Pero yo les digo que si un hombre se divorcia de su esposa, a no ser en el caso de una unión ilegal,la pone en peligro de cometer adulterio. Y el que se casa con una divorciada, comete adulterio. También han oído ustedes que se dijo a los antepasados: “No dejes de cumplir lo que hayas ofrecido al Señor bajo juramento”. Pero yo les digo: simplemente, no juren. No juren por el cielo, porque es el trono de Dios; ni por la tierra, porque es el estrado de sus pies;ni por Jerusalén, porque es la ciudad del gran Rey.Ni juren ustedes tampoco por su propia cabeza, porque no pueden hacer blanco o negro ni un solo cabello. Baste con decir claramente “si” o “no”. Pues lo que se aparta de esto, es malo. (Mateo 5, 17-37). En este Evangelio Jesús les presenta a sus discípulos su propuesta de una nueva ética que, sin negar los preceptos de la ley divina contenida en los diez mandamientos, y sin desconocer las enseñanzas de los profetas del Antiguo Testamento, va más allá de la letra para proponer el espíritu del reconocimiento pleno de los valores de una vida recta. 1.-  No he venido a suprimir la ley o los profetas, sino a darles su pleno valor Jesús propone metas positivas de realización de los valores relacionados con la convivencia humana, refiriéndose respectivamente a tres de los diez mandamientos promulgados por Dios a través de Moisés en el monte Sinaí según el antiguo libro del Éxodo -el quinto (no matarás), el noveno (no desearás a la mujer de tu prójimo) y el segundo (no jurarás usando el nombre de Dios en vano)-, para invitarnos a ir más allá de la letra de los preceptos y realizar el sentido pleno y el espíritu de lo que significan. En cuanto al quinto mandamiento, no sólo no atentando contra la vida del prójimo, sino además tratándolo con respeto y procurando su bienestar integral. En cuanto al noveno, no sólo rechazando la práctica física del adulterio, sino purificando siempre espiritualmente la mirada y las intenciones hacia las personas en términos de respeto a su dignidad y sus derechos. Y en cuanto al segundo, respetando el nombre de Dios en vez de usarlo vanamente, como se suele hacer cuando se dice Señor, Señor y no se cumple su voluntad, que es voluntad de Amor. En definitiva, estas exhortaciones de Jesús a sus discípulos se centran el respeto: respeto a Dios y respeto al prójimo.        2.-  Deja tu ofrenda y ve primero a ponerte en paz con tu hermano Uno de los temas centrales de la predicación de Jesús es la reconciliación. Pedir perdón a quien se ha ofendido, y estar dispuesto siempre a perdonar, son sus dos caras inseparables. Jesús invita en este pasaje del Evangelio a reconocer los comportamientos inadecuados con los demás, y a pedirles perdón cuando se les haya ofendido. Y dice que hacerlo es tan importante, que está por encima de cualquier rito religioso. Esto es precisamente lo que quiere indicar Jesús cuando les dice a sus discípulos que dejen su ofrenda delante del altar y vayan primero a ponerse en paz con sus hermanos, es decir, a reconciliarse con las personas a quienes hayan ofendido. Porque la

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El mensaje del domingo – Febrero 9

EL MENSAJE DEL DOMINGO V Domingo del Tiempo Ordinario Gabriel Jaime Pérez, S.J. Ciclo A – Febrero 9 de 2014 En aquel tiempo dijo Jesús a sus discípulos -Ustedes son la sal dela tierra. Pero si la sal deja de estar salada, ¿cómo podrá recobrar su sabor? Ya no sirve para nada, así que se la tira a la calle y la gente la pisotea.Ustedes son la luz del mundo.Una ciudad en lo alto de un cerro no puede esconderse. Ni se enciende una lámpara para ponerla bajo un cajón; antes bien, se la pone en alto para que alumbre a todos los que están en la casa. Del mismo modo, procuren ustedes que su luz brille delante de la gente, para que, viendo el bien que ustedes hacen, todos alaben a su Padre que está en el cielo (Mateo 5, 13-16) Este pasaje forma parte del llamado “Sermón de la Montaña” tal como nos lo presenta el Evangelio según san Mateo, y fue escrito inmediatamente después del discurso de las Bienaventuranzas. Lo mismo que este discurso, el que corresponde al texto del Evangelio de hoy se dirige especialmente a sus discípulos, es decir, a quienes se disponen a escuchar sus enseñanzas. Pero no sólo a los de aquel tiempo, sino también a toda persona que desde entonces quiera seguir a Jesús. Por eso, quien lee este texto evangélico y todo el Sermón de la Montaña que comprende los capítulos 5, 6 y 7 del Evangelio según san Mateo, es invitado por Jesús mismo a ponerlas en práctica. Jesús emplea imágenes de la vida cotidiana para definir lo que están llamados a ser sus seguidores: sal y luz. Para cumplir esta misión hay que profundizar en el conocimiento de Jesucristo: Él es por excelencia la sal y la luz del mundo. Por eso, al contemplar las escenas que nos relatan los evangelios y disponernos a escuchar lo que Él nos quiere enseñar, nuestra petición tiene que ser un conocimiento interno cada vez más hondo del Señor, Dios hecho hombre en la persona de Jesús. 1.- Ustedes son la sal de la tierra  La sal es un condimento sin el cual muchos de los alimentos serían insípidos. Ponerle sal a la vida es darle sabor y promover el gusto por ella en un sentido constructivo. Y esto lo hacemos no sólo cuando acogemos, sino también cuando comunicamos el mensaje de Jesús -su Buena Noticia, que es lo que significa la palabra Evangelio-, como lo que verdaderamente es: un mensaje alegre, gozoso. En medio del pesimismo de muchos ante los problemas de la existencia humana, estamos llamados a ofrecer un sabor de esperanza y optimismo desde la fe en Dios, en nosotros mismos y en la humanidad. Este es precisamente el tema central de la primera Exhortación Apostólica del Papa Francisco, que lleva por título Evangelii Gaudium (La Alegría del Evangelio). Pero la sal no sólo da sabor. También evita que los alimentos se corrompan. Ser sal de la tierra es luchar contra la corrupción. Además de las conductas corruptas en los campos político y económico, existen también las de quienes corrompen a otras personas. La exaltación de la violencia y la degradación del sexo atentan constantemente contra la convivencia respetuosa. En medio de esta situación, Jesús nos llama a ser sal que contrarreste la podredumbre moral en todas sus formas.  2.- Ustedes son la luz del mundo El paso de la oscuridad a la luz es una imagen que aparece con mucha frecuencia en los textos bíblicos. La primera lectura, tomada del libro profético de Isaías, en el Antiguo Testamento (Isaías 58, 7-10), emplea la imagen de la luz para expresar, junto con la de quien es sanado de sus heridas, el cambio espiritual y renovador que se produce en la persona que sale de su egoísmo y de su indiferencia para compartir lo que es y lo que tiene con su prójimo necesitado. “Entonces romperá tu luz como la aurora (…), brillará tu luz en las tinieblas, tu oscuridad se volverá mediodía”. Este es el sentido de lo que dice Jesús cuando define la misión de sus seguidores como la de ser luz del mundo. La lámpara encendida que no debe ocultarse, sino ponerse en el candelero de modo que podamos mostrar sin avergonzarnos nuestro comportamiento, es el testimonio de una vida luminosa puesta al servicio de los demás a través de acciones concretas de solidaridad con los pobres y los que sufren, de misericordia y compasión, de justicia social, de contribución a la paz mediante una convivencia respetuosa de la dignidad y los derechos humanos de todas las personas, como lo dice inmediatamente antes Jesús en su discurso de las Bienaventuranzas, y como Él mismo lo demostró con el ejemplo de su vida. 3.- Profundizar en el conocimiento de Jesucristo No podemos ser sal de la tierra y luz del mundo si no nos identificamos en la práctica con el modo de pensar, sentir y actuar de Jesús. San Pablo dice en la segunda lectura (1 Corintios 2, 1-5) que el mensaje anunciado por él no corresponde ni en su contenido ni en su forma a la sabiduría de este mundo, sino a la sabiduría de Dios, que se manifiesta plenamente en la persona de Jesucristo. En este sentido nuestra máxima aspiración en el orden del saber debería ser conocerlo a Él cada día más y mejor. Para ello necesitamos buscar espacios de vivencia espiritual en los que podamos experimentar lo que Él nos enseña no sólo con sus palabras, sino también con el testimonio de su vida. Todos estamos invitados a ser discípulos o discípulas de Jesús, el Maestro por excelencia. La palabra discípulo significa aprendiz. Y los primeros discípulos de Jesús aprendieron de Él no sólo lo que les decía en su predicación, sino también lo que les mostraba con los hechos: su actitud siempre acogedora hacia los pobres, los oprimidos, los sufrientes en sus cuerpos y en sus espíritus, su rechazo radical a toda forma

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El mensaje del domingo – 2 de Febrero

EL MENSAJE DEL DOMINGO La Presentación del Señor Gabriel Jaime Pérez, S.J.                                                                Febrero 2 de 2014             Cuando se cumplieron los días en que ellos debían purificarse según la ley de Moisés, llevaron al niño a Jerusalén para presentárselo al Señor. Lo hicieron así porque en la ley del Señor está escrito: «Todo primer hijo varón será consagrado al Señor.» Fueron, pues, a ofrecer en sacrificio lo que manda la ley del Señor: un par de tórtolas o dos pichones de paloma. En aquel tiempo vivía en Jerusalén un hombre que se llamaba Simeón. Era un hombre justo y piadoso, que esperaba la restauración de Israel. El Espíritu Santo estaba con Simeón, y le había hecho saber que no moriría sin ver antes al Mesías, a quien el Señor enviaría. Guiado por el Espíritu Santo, Simeón fue al templo; y cuando los padres del niño Jesús lo llevaron también a él, para cumplir con lo que la ley ordenaba, Simeón lo tomó en brazos y alabó a Dios, diciendo:   «Ahora, Señor, tu promesa está cumplida y puedes dejar que tu siervo muera en paz. Porque ya he visto la salvación que has comenzado a realizar a la vista de todos los pueblos, la luz que alumbrará a las naciones y que será la gloria de tu pueblo Israel.» El padre y la madre de Jesús se quedaron admirados al oír lo que Simeón decía del niño. Entonces Simeón les dio su bendición, y dijo a María, la madre de Jesús: —Mira, este niño está destinado a hacer que muchos en Israel caigan o se levanten. Él será una señal que muchos rechazarán, para que las intenciones de muchos corazones queden al descubierto. Pero todo esto va a ser para ti como una espada que atraviese tu propia alma. También estaba allí una profetisa llamada Ana, hija de Penuel, de la tribu de Aser. Era ya muy anciana. Se casó siendo muy joven, y había vivido con su marido siete años; hacía ya ochenta y cuatro años que se había quedado viuda. Nunca salía del templo, sino que servía día y noche al Señor, con ayunos y oraciones. Ana se presentó en aquel mismo momento, y comenzó a dar gracias a Dios y a hablar del niño Jesús a todos los que esperaban la liberación de Jerusalén. Después de haber cumplido con todo lo que manda la ley del Señor, volvieron a Galilea, a su propio pueblo de Nazaret. Y el niño crecía y se hacía más fuerte, estaba lleno de sabiduría y gozaba del favor de Dios. (Lucas 2, 22-40). Coincide este domingo con la fecha en que la Iglesia conmemora la Presentación del Niño Jesús en el Templo de Jerusalén, 40 días después de la celebración de su Nacimiento. Es una fiesta en la que a la vez se adora a Jesús presentado por María y José para ser consagrado a Dios Padre, y se venera a María como “Nuestra Señora de la Candelaria”, en referencia a la procesión que se suele hacer en las misas solemnes con cirios encendidos para evocar la profecía del anciano Simeón en el Evangelio, quien en su oración a Dios se refiere a Jesús como “la luz que alumbrará a las naciones”. Propongo que centremos nuestra reflexión en tres frases del texto del Evangelio según san Lucas, escogido para esta conmemoración.  1.     Un par de tórtolas o dos pichones de paloma Este detalle del relato evangélico es especialmente significativo. La tórtola es una variedad pequeña de paloma muy común en los territorios de Israel y Palestina. Las Escrituras dicen que provenían del sur, y que su presencia era un anticipo de la primavera (Cantares 2:11, 12; Jeremías 8:7), y se encontraban entre los animales que ofreció Abrahán cuando entró en relación de alianza con Dios (Génesis 15:9). En la Torá o Ley del Señor se establece que si la persona es muy pobre y por ello no puede ofrecer en sacrificio un cordero, debe presentar “dos tórtolas” (Levítico 5:7; 14:22). Así, pues, la ofrenda de José y María al presentar en el Templo al Niño Jesús es la propia de los que no pueden ofrecer el cordero por ser mucho más costoso. Una muestra más de la opción de Dios hecho hombre en la persona de Jesús: la opción preferencial por los pobres. Aquél que había sido concebido en la humilde aldea de Nazaret y nacido en una pesebrera de Belén, ahora es presentado con la ofrenda de quienes apenas tienen lo suficiente para comprar lo mínimo prescrito.  2.     Él será una señal que muchos rechazarán, para que las intenciones de muchos corazones queden al descubierto.   En otras traducciones del texto griego del Evangelio de Lucas se emplean los términos “signo de contradicción” o “bandera discutida”. Lo que esto significa es que Jesús les iba a resultar incómodo a muchos porque tanto sus palabras como sus acciones, con las cuales iba a manifestar su solidaridad con los pobres y oprimidos, irían en contra de quienes los explotaban o  despreciaban. “Para que las intenciones de muchos corazones queden al descubierto”. En el fondo, se trata de un mensaje contra la hipocresía. Jesús iba a ser rechazado por quienes aparentaban ser justos y santos, cumplidores exactos de las leyes, pero en realidad buscaban sus propios intereses pisoteando la dignidad de las gentes marginadas por una sociedad discriminadora y excluyente, de la cual ellos formaban parte. Ellos fueron los que al fin de cuentas determinaron que Jesús fuera eliminado. Algo similar está pasando actualmente en la Iglesia. El Papa Francisco, quiere seguir de verdad a Jesús -como también lo han querido sus antecesores en el siglo pasado y el presente-, y esto lo está llevando a tener que afrontar la oposición oscura de intenciones inmorales y corruptas que anidan como cuervos en El Vaticano en otros círculos clericales bajo la apariencia de sotanas negras, bandas moradas y cuellos blancos. Que Dios lo proteja en esta tarea de destapar las ollas podridas

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EL MENSAJE DEL DOMINGO – 26 de Enero

Domingo del Tiempo Ordinario – Ciclo A Por: Gabriel Jaime Pérez, S.J. Cuando Jesús oyó que habían metido a Juan en la cárcel,se dirigió a Galilea. Pero no se quedó en Nazaret, sino que se fue a vivir a Cafarnaúm, a orillas del lago, en la región de las tribus de Zabulón y Neftalí. Esto sucedió para que se cumpliera lo que había escrito el profeta Isaías: “Tierra de Zabulón y de Neftalí, al otro lado del Jordán, a la orilla del mar: Galilea, donde viven los paganos. El pueblo que andaba en la oscuridad vio una gran luz; una luz ha brillado para los que vivían en sombras de muerte.”  Desde entonces Jesús comenzó a proclamar: – Conviértanse, porque el reino de los cielos está cerca. Jesús iba caminando por la orilla del Lago de Galilea, cuando vio a dos hermanos: uno era Simón, también llamado Pedro, y el otro Andrés. Eran pescadores, y estaban echando la red al agua. Jesús les dijo: -Síganme, y yo los haré pescadores de hombres. Al momento dejaron sus redes y se fueron con él. Un poco más adelante, Jesús vio a otros dos hermanos: Santiago y Juan, hijos de Zebedeo, que estaban con su padre en una barca arreglando las redes. Jesús los llamó, y enseguida ellos dejaron la barca y a su padre, y lo siguieron. Jesús recorría toda Galilea, enseñando en la sinagoga de cada lugar. Anunciaba la buena noticia del reino y curaba a la gente de todas sus enfermedades y dolencias.Se hablaba de Jesús en toda la región de Siria, y le traían a cuantos sufrían de diferentes males, enfermedades y dolores, y a los endemoniados, a los epilépticos y a los paralíticos. Y Jesús los sanaba. (Mateo 4, 12-23). El Evangelio de este domingo (Mateo 4, 12-23) nos sitúa en la región llamada Galilea, al norte de Israel, donde se habían establecido las tribus hebreas de Zabulón y Neftalí cuyos nombres corresponden a dos de los doce hijos del patriarca Jacob, nieto de Abraham, y que como lo indica la primera lectura (Isaías 8, 23b – 9,3) era habitada también por “gentiles” o “paganos”, gentes de raza diferente que no profesaban la religión judía. El lago de Galilea, denominado asimismo Tiberíades o de Genesaret, era llamado también “mar” por su profundidad (48 metros) y su extensión (21 kilómetros). La pesca era y sigue siendo la principal actividad en las ciudades de sus orillas, la mayor de las cuales en tiempos de Jesús era Cafarnaúm -hoy en ruinas-, donde él se estableció al iniciar su vida pública. 1.- “Conviértanse, porque el reino de los cielos está cerca” La primera palabra de Jesús al iniciar su predicación es una invitación a cambiar.  Convertirse, de acuerdo con el sentido original del verbo en griego, significa cambiar de mentalidad, es decir, pensar, sentir y actuar de modo distinto del que uno está acostumbrado. Se trata de un cambio que suele compararse con el paso de la oscuridad a la luz. En este sentido es significativo el texto del profeta Isaías en la primera lectura, citado en el Evangelio: “el pueblo que caminaba en tinieblas vio una luz grande, habitaban en tierras de sombras y una luz les brilló”. La cita profética habla de “sombras de muerte”, o sea que se trata del paso a una nueva vida. Convertirnos, entonces, es disponernos a que Dios actúe de tal manera en nosotros, que su luz disipe nuestras sombras y su energía renovadora nos resucite espiritualmente. Jesús agrega el porqué de su invitación a la conversión: “porque el reino de los cielos está cerca”. “Reino de los cielos” significa lo mismo que reino de Dios. Es una forma de referirse al ser supremo propia del Evangelio según San Mateo, dirigido originariamente a los cristianos provenientes del judaísmo, en el que se evitaba por respeto pronunciar el nombre de Dios. Cuando Jesús habla de este reino se refiere no a un territorio ni a un dominio político, sino al poder salvador de Dios que quiere establecer en la humanidad un porvenir nuevo de justicia, de amor y de paz que había sido anunciado por los profetas. Y cuando dice que el reino de Dios está cerca, nos manifiesta que Dios en persona -presente en Jesús mismo como Dios hecho hombre- ha venido para hacerlo realidad. 2.- “Síganme”… Al momento dejaron sus redes y se fueron con él Para establecer el Reino de Dios, Jesús comienza llamando a sus primeros discípulos, unos pobres y humildes pescadores que luego formarán parte de sus doce apóstoles o enviados a colaborar en la misma misión que Dios Padre le ha confiado a Él. Y les hace una invitación directa: Síganme. La respuesta de aquellos pescadores es inmediata: Al momento dejaron sus redes y se fueron con él. También a cada uno de nosotros nos invita Jesús a seguirlo. Nuestra vocación cristiana es un llamamiento a colaborar con Él en el establecimiento del reino de Dios. Cada cual de una manera particular y específica, pero con una finalidad común. ¿Cómo podemos responder a ese llamado que Jesús nos renueva aquí y ahora? La respuesta a esta pregunta depende de nuestra disposición radical a dejar las redes, es decir, a des-en-redarnos de todo lo que nos impide seguirlo de verdad: inclinaciones egoístas, apegos serviles, afectos desordenados. 3.- Bien unidos, con un mismo pensar y sentir Finalmente, para que nuestra colaboración en el establecimiento del Reino de Dios sea efectiva tenemos que disponernos a trabajar en unidad. Jesús formó una primera comunidad que fue la base de lo que sería la Iglesia. Pero muy pronto vinieron las discordias y  divisiones, como las que señala el apóstol san Pablo en la segunda lectura, tomada de una de sus cartas  dirigidas a los cristianos de la ciudad griega de Corinto (1ª Corintios 1, 10-13.17). Este problema ha seguido existiendo a todo lo largo de la historia del cristianismo, y hoy, en lugar de estar bien unidos con un mismo pensar y sentir, los

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Homilías del 15 de diciembre de 2013 al 19 de enero de 2014

Con motivo de las vacaciones de Navidad y Año Nuevo, publico seguidas las homilías dominicales y de los días festivos, del 15 de diciembre de 2013 al 19 de enero de 2014. III Domingo de Adviento – Ciclo A Por: Gabriel Jaime Pérez, S.J.    En aquel tiempo, Juan, que había oído en la cárcel las obras del Mesías, le mandó a preguntar por medio de sus discípulos: – ¿Eres tú el que ha de venir o tenemos que esperar a otro? Jesús les respondió: -Vayan a anunciar a Juan lo que están viendo y oyendo: los ciegos ven y los inválidos andan; los leprosos quedan limpios y los sordos oyen; los muertos resucitan y a los pobres se les anuncia el Evangelio. ¡Y dichoso el que no se escandalice de mí!» Al irse ellos, Jesús se puso a hablar a la gente sobre Juan: -¿Qué salieron ustedes  a contemplar en el desierto, una caña sacudida por el viento? O ¿qué fueron a ver, un hombre vestido con lujo? Los que visten con lujo habitan en los palacios. Entonces, ¿a qué salieron? ¿A ver a un profeta? Sí, les digo, y más que profeta; él es de quien está escrito: “Yo envío mi mensajero delante de ti, para que prepare el camino ante ti.” Les aseguro que no ha nacido de mujer uno más grande que Juan el Bautista; aunque el más pequeño en el reino de los cielos es más grande que él (Mateo 11, 2-11). 1. Por la fe reconocemos con gozo la presencia de Dios en Jesucristo El Evangelio de este tercer domingo del Adviento nos presenta a Juan Bautista en la cárcel, donde lo había encerrado el rey Herodes para silenciar las denuncias contra su comportamiento inmoral y corrupto. Juan iba a ser decapitado por orden de este mismo rey, y así como lo proclamó Jesús en su momento, nosotros lo reconocemos hoy como el más grande profeta anterior a Él. Sin embargo, Jesús dice además que “el más pequeño en el reino de los cielos” es más grande que el Bautista, lo cual parece significar que los seguidores de Jesús, habiendo recibido un mayor conocimiento de su persona y de sus enseñanzas, podemos participar del reino de Dios aún más y mejor de lo que le fue dado a Juan. Es como un reto que les propone Jesús a sus oyentes: si Juan Bautista fue quien fue antes del misterio pascual de la muerte y resurrección de Jesús, ¡cuánto más quienes acogen después de Cristo el mensaje del Evangelio! Pero centrémonos en la pregunta que le hace Juan a Jesús a través de dos de sus discípulos. Algunas tradiciones judaicas imaginaban a un Mesías que llegaría como vengador justiciero. Por eso la duda del Bautista: ¿Eres tú el que ha de venir o tenemos que esperar a otro? En la tónica alegre de este tercer domingo de Adviento, imaginemos a Jesús respondiendo sonriente. Su respuesta es una clara evocación de lo que había predicho varios siglos antes el profeta Isaías como un acontecimiento gozoso: los ciegos ven y los inválidos andan; los leprosos quedan limpios y los sordos oyen; los muertos resucitan y a los pobres se les anuncia el Evangelio. Para todo el que cree de verdad, lo que parece imposible se hace realidad, y este es el sentido de los milagros realizados por Jesús, precisamente en favor de las personas más necesitadas. El Evangelio o Buena Noticia, que sólo lo es para quien se reconoce necesitado de salvación, nos debe llenar de alegría espiritual y por lo mismo de una actitud plena de esperanza en Dios que está siempre dispuesto a liberarnos de todo cuanto nos impide realizarnos como personas y ser felices,  aún en medio de los problemas y dificultades de nuestra vida cotidiana, tanto en el plano individual como en el social. 2. Nuestra fe en un Dios que viene a salvarnos es fuente de alegría Ocho veces expresa directamente la alegría el pasaje profético de Isaías en la primera lectura (Isaías 35, 1-6a.10). La misma idea aparece también en las imágenes del ciego al que se le despegan los ojos, del sordo al que se le abren los oídos, del cojo que comienza a saltar. En otras palabras: Dios, que viene en persona a redimir y a salvar, hace posible un porvenir nuevo de felicidad para todo el que cree en Él: pena y aflicción se alejarán. Por eso el espíritu propio del Adviento y de la Navidad es un espíritu de alegría, y ésta debe ser precisamente la actitud característica de todo creyente en Jesucristo: una actitud gozosa. Esta alegría no es la de las borracheras ni el ruido ensordecedor de una sociedad vacía, incapaz del silencio interior para reconocer los valores espirituales. No es esa falsa alegría la que constituye el verdadero espíritu del Adviento, sino el auténtico gozo espiritual que resulta de la paz interior de quien se abre a la reconciliación con Dios y con el prójimo. 3. La fe auténtica se muestra en la firmeza de la paciencia Tres veces se nos invita en la segunda lectura a tener paciencia (Santiago 5, 7-10). Esta insistencia adquiere especial valor en la actualidad. En el mundo en que vivimos existe la tentación de la impaciencia porque impera la mentalidad del éxito rápido y sin esfuerzo. La magia de la automatización electrónica y de la satisfacción inmediata de los deseos con sólo pulsar una tecla o tocar una pantalla, nos puede llevar a una incapacidad para la espera, a desesperamos con facilidad. Contra esta mentalidad, la virtud de la esperanza a la que se nos invita de manera especial en este tiempo del Adviento implica una disposición a aguardar con paciencia la llegada del Señor con su consuelo a nuestras vidas como una luz al final del túnel cuando nos encontramos en situaciones de oscuridad.  A este respecto la palabra del Señor, por medio del apóstol Santiago, nos presenta una imagen poética aleccionadora: el labrador aguarda paciente

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El Mensaje del Domingo – 8 de diciembre

Domingo de Adviento – Ciclo A Por: Gabriel Jaime Pérez, S.J.                               Por aquel tiempo, Juan Bautista se presentó en el desierto de Judea, predicando: «Conviértanse, porque está cerca el Reino de los Cielos.» Éste es el que anunció el profeta Isaías, diciendo: «Una voz grita en el desierto: “Preparen el camino del Señor, allanen sus senderos.” Juan llevaba un vestido de piel de camello, con una correa de cuero a la cintura, y se alimentaba de saltamontes y miel silvestre. Y acudía a él toda la gente de Jerusalén, de Judea y del valle del Jordán, y confesaban sus pecados, y él los bautizaba en el Jordán. Y al ver que muchos fariseos y saduceos venían a que los bautizara, les dijo: «¡Raza de víboras! ¿Quién les ha dicho a ustedes que van a escapar del castigo inminente? Den el fruto que pide la conversión, y no se hagan ilusiones, pensando: “Abraham es nuestro padre”, pues les digo que Dios es capaz de sacar hijos de Abraham de estas piedras. Ya toca el hacha la base de los árboles, y el árbol que no da buen fruto será talado y echado al fuego. Yo los bautizo con agua para que se conviertan; pero el que viene detrás de mí puede más que yo, y no merezco ni llevarle las sandalias. Él los bautizará con Espíritu Santo y fuego. Él trae su pala en la mano y limpiará el trigo, y lo separará de la paja; guardará su trigo en el granero y quemará la paja en una hoguera que no se apaga.» (Mateo 3, 1-12). La invitación a la conversión tiene como trasfondo la esperanza, tema central del tiempo del Adviento. De esta virtud es el mejor ejemplo María Santísima, la madre de Jesús, de cuya Inmaculada Concepción -libre de pecado desde el primer instante de su existencia- se celebra la fiesta el 8 de diciembre, pero en este año la liturgia correspondiente se traslada al lunes 9 por ser prioritaria la celebración propia del domingo. En las lecturas de hoy encontramos tres temas que nos muestran la relación entre la conversión y la esperanza.   1. Las promesas de Dios a los patriarcas hebreos son motivo de esperanza para toda la humanidad Los patriarcas -Abraham, su hijo Isaac y su nieto Jacob, de quien procedieron las 12 tribus de Israel-, son evocados por el apóstol san Pablo en la segunda lectura, tomada de su Carta a los cristianos de Roma (Romanos 15, 4-9). Aquellos “patriarcas” fueron los primeros creyentes en un solo Dios y por lo mismo nuestros antepasados en la fe hace unos 38 siglos. San Pablo se refiere a ellos para exhortarnos a que “mantengamos la esperanza” en el cumplimiento de las promesas que Dios les hizo, no sólo de formar a partir de ellos un pueblo numeroso, sino de realizar en su favor una acción liberadora. El cumplimiento de estas promesas no iba a ser sólo para los israelitas, sino también para los gentiles, es decir, quienes perteneciendo a distintas razas y culturas iban a creer en ese mismo Dios que, 18 siglos después de aquellos patriarcas, se hizo presente en la historia humana por medio de su Hijo Jesucristo, Dios mismo hecho hombre. 2. Los profetas anunciaron a un “Mesías” que vendría a iniciar el Reino de Dios “Aquél día brotará un renuevo del tronco de Jesé”, comienza diciendo la primera lectura, del libro de Isaías (11, 1-10). Jesé había sido un pastor de ovejas cuyo hijo David fue escogido hacia el siglo X a .C. para ser rey de Israel y como tal fue “ungido” (“Mesías” en hebreo, “Cristos” en griego). Poco más de dos siglos y medio después, Isaías anuncia la venida de un futuro Mesías -descendiente de Jesé y de su hijo David- que será consagrado por el Espíritu del Señor para establecer entre quienes quieran recibirlo un reino de justicia y de paz. En su anuncio el profeta emplea una metáfora: las fieras salvajes ya no serán temibles, pues convivirán en armonía con los animales mansos y con los niños.         El Salmo 72 (71) se cantaba en la entronización de cada rey descendiente de David, invocando a Dios para que su gobierno trajera justicia y paz no sólo a la nación sino a todo el mundo: del gran río (Jordán) hasta el confín de la tierra. Este Salmo expresa la esperanza en un nuevo orden social en el que serán liberados los pobres, o sea los que sufren las consecuencias de la injusticia y todas las demás formas de violencia: los desposeídos, marginados, excluidos, secuestrados, desplazados. Quienes creemos en Jesucristo reconocemos que Él es el Mesías anunciado por los profetas, y en su honor cantamos el Salmo que proclama su Reino de justicia y de paz. Pero esto no debe quedarse de nuestra parte en meras palabras que se leen o se cantan. Tenemos que colaborar activamente para que el Reino de Dios, inaugurado por nuestro Señor Jesucristo, se haga una realidad en nuestras vidas y en el mundo en que vivimos.  3. Para recibir el Reino de Dios es necesaria una actitud humilde de conversión El Evangelio nos presenta a san Juan Bautista que clama en el desierto de Judea, a orillas del río Jordán, invitando a la conversión: “Conviértanse, porque está cerca el Reino de los Cielos”. Es el mismo Reino de Dios del que hablan los otros evangelistas -Mateo emplea el término “Reino de los Cielos” en atención a los judíos, que evitan por respeto pronunciar el nombre de Dios-. Esta invitación es también para nosotros, y su realización sólo es posible desde el reconocimiento de nuestra necesidad de ser salvados, una actitud totalmente opuesta a la soberbia de fariseos y saduceos que critica Juan llamándolos “raza de víboras”. Quienes escuchaban a Juan Bautista y acogían su invitación a convertirse, “confesaban sus pecados y él los bautizaba en el Jordán”. Nosotros, con la confesión de nuestros pecados ante Dios y ante la comunidad -representada por el sacerdote

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El Mensaje del Domingo – 1 de diciembre

I Domingo de Adviento – Ciclo A Por: Gabriel Jaime Pérez, S.J. En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos: «Cuando venga el Hijo del hombre, pasará como en tiempo de Noé. Antes del diluvio, la gente comía y bebía y se casaba, hasta el día en que Noé entró en el arca; y cuando menos lo esperaban llegó el diluvio y se los llevó a todos; lo mismo sucederá cuando venga el Hijo del hombre: Dos hombres estarán en el campo: a uno se lo llevarán y a otro lo dejarán; dos mujeres estarán moliendo: a una se la llevarán y a otra la dejarán. Por tanto, estad en vela, porque no sabéis qué día vendrá vuestro Señor. Comprended que si supiera el dueño de casa a qué hora de la noche viene el ladrón, estaría en vela y no dejaría abrir un boquete en su casa. Por eso, estad también vosotros preparados, porque a la hora que menos penséis viene el Hijo del hombre.» (Mateo 24, 37-44). 1. El tiempo litúrgico del Adviento Comienza el tiempo litúrgico del Adviento -término procedente del vocablo latino Adventus que quiere decir advenimiento o venida– en el que nos preparamos para conmemorar la venida de Dios a la tierra en la persona de Jesús de Nazaret desde su nacimiento hace poco más de veinte siglos. Para quienes creemos en Jesucristo, su presencia de acción salvadora sigue aconteciendo en nosotros en la medida en que nos disponemos a recibirla porque nos reconocemos necesitados de Él. Por eso se nos invita en este tiempo del Adviento a prepararnos para que Jesús venga a nosotros en la Navidad, acogiéndolo en nuestros hogares, en nuestros lugares de trabajo, y sobre todo en nuestros corazones, en el interior de cada uno y cada una de nosotros, de modo que su presencia espiritual nos transforme y nos renueve. Asimismo, el tiempo litúrgico del Adviento nos remite a la venida gloriosa del Señor al final de los tiempos,  que se cumplirá para cada uno de nosotros cuando pasemos de esta vida a la eterna. Por eso en el Adviento se nos invita a estar preparados para ese encuentro definitivo con el Señor, y a expresar, desde nuestra fe en Él, la esperanza en un porvenir de felicidad plena y eterna que Él mismo ha hecho posible para todos los seres humanos. 2. La Corona del Adviento, un símbolo que expresa la esperanza vigilante La tradición cristiana ha conservado desde hace mucho tiempo un símbolo para esta época, llamado la “Corona del Adviento”: un círculo de ramas verdes del que surgen cuatro velas, que se van encendiendo cada uno de los cuatro domingos inmediatamente anteriores a la fiesta litúrgica de la Navidad. Tres son moradas  -el color litúrgico que representa la actitud de penitencia y conversión con que nos preparamos para la llegada del Señor-, una de color rosado que se enciende el tercer domingo y representa el gozo, y una de color blanco que representa a Jesús y se enciende en la noche del 24 de diciembre. Hay variaciones en este símbolo, pero lo esencial es el significado de una tradición secular que podemos seguir en nuestros hogares para expresar el espíritu propio del Adviento, que se centra en la esperanza. 3. Las lecturas de este I Domingo de Adviento nos invitan a una esperanza activa – Un personaje bíblico significativo del Adviento es el profeta Isaías, quien vivió en Jerusalén entre los años 765 y 700 a. C., cuya predicación corresponde a los primeros 39 capítulos del libro del Antiguo Testamento que lleva su nombre. (Los demás, del 40 al 66, son de otros autores posteriores llamados el segundo y el tercer Isaías). En la primera lectura bíblica de este primer domingo del Aviento (Isaías 2, 1-5), empleando simbólicamente la imagen del monte Sión, situado en Jerusalén -nombre que significa “lugar de paz”-, el profeta anuncia un porvenir en el que la humanidad caminará a la luz del Señor por senderos de justicia y de convivencia pacífica, de acuerdo con la ley de Dios. Los creyentes en Jesucristo reconocemos que en Él se ha iniciado la posibilidad del cumplimiento de esta promesa, que se hará realidad en la medida en que sigamos sus enseñanzas. Si hoy continúa la violencia en múltiples formas, esto se debe a que tales enseñanzas no han sido atendidas. – En el Evangelio (Mateo 24, 37-44), Jesús anuncia su propio advenimiento definitivo llamándose a sí mismo “el Hijo del hombre”, término que aparece en el libro de Daniel, otro profeta bíblico que vivió en tiempos del rey Nabucodonosor durante el destierro de los judíos en Babilonia -602 a 538 a.C.-, aunque dicho libro es de mediados del siglo II a.C. Daniel relata así su visión simbólica: “Vi que venía entre las nubes alguien parecido a un hijo de hombre (…), y le fue dado el poder, la gloria y el reino, y gente de todas las naciones y lenguas le servían (…) y su reino jamás será destruido” (Dn 7, 13-14). Recurre Jesús asimismo a otras imágenes, como la de quien cuida en la noche que su casa no sea asaltada, para invitarnos a permanecer vigilantes de modo que, cuando llegue el día de nuestro encuentro definitivo con Él, estemos debidamente preparados. Para ello se remite a la imagen bíblica del arca de Noé en tiempos del diluvio, según el relato también simbólico que aparece en el libro del Génesis del Antiguo Testamento, en el cual se nos invita a reconocer la acción salvadora de Dios que hace posible una nueva creación para quienes permanecen fieles a él, representados en la figura de Noé y su familia. – Y también la palabra de Dios a través del apóstol San Pablo, en la segunda lectura de hoy tomada de su carta a los primeros cristianos de Roma (Romanos 13, 11-14), nos invita a estar bien despiertos, para que el encuentro definitivo con el Señor en la eternidad no nos sorprenda desprevenidos. La imagen del contraste entre

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El Mensaje del Domingo – 24 de noviembre

XXXIV Domingo del Tiempo Ordinario – Ciclo C Por: Gabriel Jaime Pérez, S.J.                              En aquel tiempo, cuando Jesús acababa de ser crucificado en el lugar llamado de la Calavera o Calvario, la gente estaba allí mirando; y hasta las autoridades se burlaban de él, diciendo: -Salvó a otros; que se salve a sí mismo ahora, si de veras es el Mesías de Dios y su escogido. Los soldados también se burlaban de Jesús. Se acercaban y le daban a beber vino agrio, diciéndole: -¡Si tú eres el Rey de los judíos, sálvate a ti mismo! Y había un letrero sobre su cabeza, que decía: “Este es el Rey de los judíos.” Uno de los criminales que estaban colgados, lo insultaba: -¡Si tú eres el Mesías, sálvate a ti mismo y sálvanos también a nosotros! Pero el otro reprendió a su compañero, diciéndole: -¿No tienes temor de Dios, tú que estás bajo el mismo castigo? Nosotros estamos sufriendo con toda razón, porque estamos pagando el justo castigo de lo que hemos hecho; pero este hombre no hizo nada malo. Luego añadió: -Jesús, acuérdate de mí cuando comiences a reinar. Jesús le contestó: -Te aseguro que hoy estarás conmigo en el paraíso. (Lucas 23, 35-43). La Iglesia celebra hoy la solemnidad de Nuestro Señor Jesucristo Rey del Universo, instituida en 1925 por el papa Pío XI y programada después del Concilio Vaticano II (1962-1965) para el último domingo del año litúrgico, antes de comenzar el tiempo del Adviento en el que nos preparamos para la Navidad. Reflexionemos sobre el significado de este título con el que reconocemos a Jesús, a la luz del texto anteriormente leído del Evangelio según san Lucas, y teniendo en cuenta las demás lecturas bíblicas de este domingo: 2 Samuel 5, 1-3; Salmo 122 (121), 1-2. 4-5; Colosenses 1, 12-20. 1.El reino de Cristo no es un reino de este mundo En los primeros siglos del cristianismo el arte religioso representó en murales y mosaicos la majestad del “Christos Pantocrator” (Cristo Todopoderoso). Son imágenes muy bellas que hacen alusión al Señor resucitado. Sin embargo, el Evangelio de hoy nos presenta a Jesús no sentado en un trono, sino clavado en una cruz entre dos malhechores. Y es precisamente a este mismo Jesús crucificado a quien reconocemos como Señor  Rey del universo. A medida que se han venido desarrollando las democracias modernas, ha desaparecido la realeza o se mantiene sólo como símbolo de identidad nacional. Y aunque en la historia ha habido monarcas justos, muchos han sido tiranos. Hoy, aun en países llamados democráticos, existen también gobernantes que pretenden ser amos absolutos y se han convertido en dictadores y déspotas. El reino de Cristo se opone a esta concepción del poder propia de los imperios de este mundo. Quienes creemos en Cristo reconocemos que su reino tiene como fundamento no el poder que domina a base de  fuerza y terror, sino el amor de Dios que asumió nuestra condición humana en la persona de Jesús, quien siendo inocente de toda culpa derramó hasta la última gota de su sangre por haber proclamado su solidaridad con las víctimas de los poderes opresores, con los marginados y excluidos por la injusticia social, que es la primera de todas las violencias. 2.En Cristo crucificado recocemos al Mesías anunciado por los profetas La unción de David como rey de Israel en el siglo X antes de Cristo, evocada en la primera lectura (2 Samuel 5, 1-3), significó en su momento la esperanza del paso de la tiranía del rey Saúl a un reino de justicia y de paz. Sin embargo, tanto David como su hijo Salomón, en los momentos negativos de sus gobiernos, y casi todos los reyes posteriores, traicionaron esa esperanza al engolosinarse con el poder y convertirse en tiranos. Por eso fue surgiendo la promesa de un futuro Mesías, palabra de origen hebreo que significa lo mismo que el término griego Cristos, que quiere decir ungido, y como tal consagrado por Dios para la misión de regir a su pueblo. Los profetas bíblicos del Antiguo Testamento anunciaron a un Mesías que sería consagrado no con la unción material de aceite de oliva en su cabeza, sino con la del Espíritu Santo, para instaurar el reino de Dios. Nosotros reconocemos a Jesús de Nazaret como ese Mesías en quien se cumplen las profecías, y por eso lo llamamos Cristo y proclamamos su realeza universal, no como un reinado político y pasajero, sino como el reino espiritual y eterno de Dios en persona. Este es el contenido central de la buena noticia que él nos comunica desde el inicio de su predicación, cuando dice que “el reino de Dios está cerca”: el reino del amor, la justicia y la paz. A este Mesías, a este Cristo, a este ungido y consagrado por Dios para establecer y hacer efectivo su reino, el Evangelio nos lo presenta hoy crucificado. Para los asesinos de Jesús fue una burla la inscripción puesta sobre la cruz en hebreo, griego y latín, que posteriormente sería evocada en los crucifijos con las iniciales latinas INRI (Iesus Nazarenus Rex Iudaeorum: Jesús Nazareno Rey de los Judíos). Pero para quienes creemos en Él como el Salvador de la humanidad, resucitado a una vida nueva y eterna, su título de Rey significa que lo reconocemos como Señor, no sólo de un pueblo particular, sino de toda la humanidad y de todo el universo.    3.Dios Padre “nos ha sacado del dominio de las tinieblas, y nos ha trasladado al reino de su Hijo querido” San Pablo en la 2ª lectura (Carta a los Colosenses 1, 12-20) expresa su agradecimiento a Dios Padre por habernos trasladado del dominio de las tinieblas al reino de su Hijo querido, por cuya sangre hemos recibido la redención. Esta acción salvadora de Dios implica de nuestra parte una respuesta comprometida a la invitación que Él mismo nos hace a ser partícipes de su reino que es el reino de Cristo mismo. En primer lugar, reconociendo humildemente nuestra

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