Colegio San José Barranquilla

Reflexiones

El Mensaje Del Domingo – 19 de Octubre

IX Domingo – Tiempo Ordinario – Ciclo A Por: Gabriel Jaime Pérez, S.J. En aquel tiempo, los fariseos fueron y se pusieron de acuerdo para hacerle decir a Jesús algo que les diera motivo para acusarlo. Así que mandaron a algunos de sus partidarios, junto con otros del partido de Herodes, a decirle: “Maestro, sabemos que tú dices la verdad, y que enseñas de veras el camino de Dios, sin dejarte llevar por lo que diga la gente, porque no hablas para darles gusto. Danos, pues, tu opinión: ¿Está bien que le paguemos impuestos al César, o no?” Jesús, dándose cuenta de la mala intención que llevaban, les dijo: Hipócritas, ¿por qué me tienden trampas? Enséñenme la moneda con que se paga el impuesto”. Le trajeron un denario, y Jesús les preguntó: “¿De quién es esta cara y el nombre que aquí está escrito?” Le contestaron: “Del César”. Jesús les dijo entonces: “Pues den al César lo que es del César, y a Dios lo que es de Dios. Cuando oyeron esto, se quedaron admirados; y dejándolo, se fueron (Mateo 22, 15-21). Las lecturas de hoy nos muestran la distinción entre lo estatal y lo religioso, la relatividad de los poderes terrenales frente a la soberanía de Dios, y la relación entre la fe religiosa y la justicia social. Tratemos de aplicar a nuestra situación concreta el mensaje que nos traen los textos bíblicos de este domingo: Isaías 45, 1.4-6, Salmo 96 (95), 1ª Carta de Pablo a los Tesalonicenses 1,1-5b, y el pasaje del Evangelio. 1.- “Yo soy el Señor y no hay otro, fuera de mí no hay Dios” En la primera lectura encontramos tres veces la frase “no hay otro…”. Esta es una de las expresiones más frecuentes en los textos de los profetas del Antiguo Testamento, en los que Dios se proclama como único merecedor de adoración. Los monarcas de los grandes imperios de la antigüedad eran adorados como dioses. Muchos llegaron a exigir que se les rindiera culto, como Nabucodonosor en Babilonia, de cuya tiranía liberó el rey persa Ciro a los hebreos en el año 538 a. C., acontecimiento al que hace referencia el texto del libro de Isaías en la 1ª lectura. Los césares o emperadores romanos también se creyeron dioses, y así sucedió en tiempos de Jesús, quien nació en la época de César Augusto y murió en la de su sucesor Tiberio César. Posteriormente la mayoría de sus sucesores harían morir a miles de cristianos que se negaban a reconocer la divinidad del César, título equivalente a lo que en otros idiomas significan los términos Kaiser y Zar: el Emperador. Frente a la mentalidad que diviniza a los soberanos de la tierra, los textos bíblicos proclaman de muchas formas que Dios es el único Señor. Esto es lo que expresa el Salmo 96 (95), que aclama su gloria y su poder y dice que en comparación con Él “los dioses de otros pueblos no son nada”.  2.- “Al César lo que es del César y a Dios lo que es de Dios” Esta frase de Jesús indica la existencia de dos planos: el de la relación con los poderes terrenos del Estado y el de la obediencia a la autoridad de Dios desde la fe religiosa. No en términos de dos planos necesariamente opuestos, pero sí en cuanto son distintos y no deben confundirse, como ha ocurrido con frecuencia y sigue sucediendo en todos los fundamentalismos, tanto políticos como religiosos, cuando no se respetan las competencias correspondientes. Pero esto no quiere decir que la religión no tenga nada que ver con la política. Sí tiene que ver, y mucho, por cuanto reconocer a Dios como el único Señor implica llevar a la práctica la justicia social que la misma fe exige. Los cristianos y en general los creyentes en Dios que se han negado y se siguen negando a la divinización de los poderes terrenos y a todas sus formas de tiranía, al hacerlo tomaron y toman posiciones políticas en el sentido más amplio de la palabra: el de la coherencia entre creer en Dios y practicar la justicia que esta fe implica, desde el reconocimiento de todos los seres humanos como hijos suyos, con su dignidad y sus derechos. Contra las pretensiones tiránicas o totalitarias de cualquier soberanía terrena, Jesús proclamó el Reino de Dios. No como un imperio que suplante a las autoridades terrenas, pues como Él lo dijo también, su Reino no es de este mundo, y como él mismo lo mostró en la práctica, nunca cedió a la tentación del mesianismo político haciéndose o dejándose proclamar rey. Pero sí como el reconocimiento eficaz de la soberanía absoluta de Dios -que es la soberanía del amor, porque Dios es Amor- frente a toda pretensión de tiranía por parte de los poderes terrenales. 3.- Las virtudes “teologales” en el primer texto del Nuevo Testamento La primera carta de san Pablo a la comunidad cristiana de la ciudad griega de Tesalónica, a quienes el mismo apóstol les había proclamado la Buena Nueva de Cristo en su primer viaje misionero, es el primer escrito que ha llegado hasta nosotros de entre todos los que componen el llamado “Nuevo Testamento”. En esta carta, situada por los estudiosos de la Biblia hacia el año 51, entre 20 y 25 años después de la muerte de Cristo, antes de los mismos Evangelios cuya redacción comenzaría hacia el año 64, es muy significativo que aparezcan mencionadas las tres virtudes teologales, es decir, las que corresponden directamente al reconocimiento de Dios como tal: fe, esperanza y caridad. Como lo indica Pablo, se trata de una fe activa, una esperanza que implica afrontar con paciencia las dificultades, y una caridad que supone la disposición de servicio a los demás desde el reconocimiento de todos como hijos e hijas de Dios. Pidámosle pues al Señor que conserve y aumente en nosotros la fe, la esperanza y la caridad como manifestaciones de nuestro reconocimiento de su soberanía, que implica

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El Mensaje Del Domingo – 5 de Octubre

XXVII Domingo del Tiempo Ordinario, Ciclo A Por: Gabriel Jaime Pérez, S.J. En aquel tiempo dijo Jesús a las autoridades religiosas de los judíos: “Escuchen otra parábola: El dueño de una finca plantó un viñedoy le puso un cerco; preparó un lugar donde hacer el vino y levantó una torre para vigilarlo todo. Luego alquiló el terreno a unos labradores y se fue de viaje. Cuando llegó el tiempo de la cosecha, mandó unos criados a pedir a los labradores la parte que le correspondía. Pero los labradores echaron mano a los criados: golpearon a uno, mataron a otro y apedrearon a otro. El dueño volvió a mandar más criados que al principio, pero los labradores los trataron a todos de la misma manera. Por fin mandó a su propio hijo, pensando: ‘Sin duda, respetarán a mi hijo.’ Pero cuando vieron al hijo, los labradores se dijeron unos a otros: ‘Este es el que ha de recibir la herencia; matémoslo y nos quedaremos con su propiedad.’ Así que lo agarraron, lo sacaron del viñedo y lo mataron. Y ahora, cuando venga el dueño del viñedo, ¿qué creen ustedes que hará con esos labradores?” Le contestaron: “Matará sin compasión a esos malvados, y alquilará el viñedo a otros labradores que le entreguen a su debido tiempo la parte de la cosecha que le corresponde”. Jesús entonces les dijo: “¿Nunca han leído ustedes las Escrituras? Dicen: ‘La piedra que los constructores despreciaron se ha convertido en la piedra principal. Esto lo hizo el Señor, y estamos maravillados’. Por eso les digo que a ustedes se les quitará el Reino, y se le dará a un pueblo que produzca la debida cosecha”. (Mateo 21, 33-43). Las parábolas propuestas por Jesús junto al Templo de Jerusalén poco antes de su pasión simbolizan el rechazo a la acción amorosa de Dios por parte de los falsos creyentes, representados en las autoridades religiosas de su tiempo. Meditemos en el sentido de la parábola del Evangelio, relacionándola con los otros textos bíblicos de este domingo [Isaías 5, 1-7; Salmo 128 (127); Carta de Pablo a los Filipenses 4, 6-9].  1.- “El dueño de una finca plantó un viñedo” Las viñas o viñedos, nombre dado a los campos de cultivo de uvas para la producción de vino, eran y siguen siendo muy comunes en Israel. En la parábola de los viñadores o cultivadores homicidas que nos presenta el Evangelio hay una referencia implícita a la canción de la viña, compuesta por el profeta Isaías 8 siglos A.C. y contenida en la primera lectura (Isaías 5, 1-7). Es una imagen poética del amor de Dios al pueblo de Israel, al que en el siglo 12 A.C., por medio de Moisés, había liberado de la esclavitud en Egipto para plantarlo en una tierra en la cual le brindaría todos los cuidados, como dice asimismo el Salmo 128: Sacaste Señor una vid de Egipto y la trasplantaste. Extendió sus sarmientos –o sea sus ramas– hasta el mar -el Mediterráneo, al occidente de Jerusalén- y sus brotes hasta el gran río -el Jordán, al oriente de la misma ciudad-. El texto de Isaías expresa claramente la decepción de Dios ante la ingratitud de su pueblo: “El Señor esperaba de ellos respeto a su ley, y sólo encuentra asesinatos; esperaba justicia, y sólo escucha gritos de dolor”. También a nosotros el Señor nos ha querido liberar de la esclavitud del pecado, es decir de las cadenas del egoísmo, para plantarnos en una tierra nueva que es su Reino, un reino de amor, de justicia y de paz, la paz verdadera a la que se refiere san Pablo en la segunda lectura, y cuya realización para cada uno de nosotros depende de nuestra disposición a responder al amor infinito de Dios mediante la puesta en práctica de todo lo que es verdadero -sincero-, noble, justo, puro, amable… (Carta a los Filipenses 4,8). 2.-  “Por fin mandó a su propio hijo… lo sacaron del viñedo y lo mataron” A través de sus enviados anteriores, los profetas, Dios había invitado una y otra vez a su pueblo a la conversión, a que cambiara la adoración a los falsos dioses por el reconocimiento de su Amor, manifestado en el culto a Él como único Dios y en el amor al prójimo mediante la práctica de la justicia y la compasión. Pero una y otra vez los profetas y sus mensajes fueron rechazados por quienes preferían sus ídolos y sus intereses egoístas a la voluntad de Dios. Y el colmo de este rechazo fue precisamente la forma en que quienes se consideraban a sí mismos buenos y santos, pero en realidad se adoraban a sí mismos y se habían fabricado una imagen falsa de Dios, trataron a Jesús, el Hijo de Dios hecho hombre, condenándolo a la muerte en el suplicio de la cruz. Cada uno de nosotros es invitado a responder al amor de Dios mediante el comportamiento constructivo con los demás, reconociendo en cada quien a nuestro hermano o hermana, porque todos somos hijos e hijas de un mismo Creador. ¿Cómo estoy respondiendo a esta invitación que el Señor me hace una y otra vez? Si Jesús se presentara nuevamente hoy en la tierra como lo hizo hace poco más de veinte siglos, sin duda sería igualmente asesinado por quienes se sienten incómodos con las exigencias del amor al prójimo. ¿Sería yo uno de ellos? ¿Qué debería hacer para no serlo?  3.- “A ustedes se les quitará el reino, y se le dará a un pueblo que produzca lo debido” Esta frase con la que Jesús concluye la parábola es una clara alusión a lo que iba a ocurrir con los que se creían santos y mejores que los demás y se opusieron a Jesús hasta matarlo por el hecho de haberse puesto al lado de los excluidos por ellos. Esos que se creían superiores iban a resultar fuera, y en cambio los despreciados como paganos y pecadores iban a constituir el nuevo pueblo de Dios, en el

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El Mensaje del Domingo – 28 de septiembre

XXVI Domingo del Tiempo Ordinario, Ciclo A Por: Gabriel Jaime Pérez, S.J. En aquel tiempo, mientras enseñaba en el Templo de Jerusalén, les preguntó Jesús a las autoridades religiosas de los judíos: « ¿Qué les parece? Un hombre tenía dos hijos. Al primero le dijo: “Hijo, vete hoy a trabajar en la viña”. Y él respondió: “No quiero”, pero después se arrepintió y fue. Lo mismo le dijo al segundo y éste respondió: “Voy, Señor”, pero no fue. ¿Cuál de los dos hizo la voluntad del padre?» «El primero», le contestaron. Y Jesús les replicó: «En verdad les digo que los publicanos y las prostitutas llegarán antes que ustedes al Reino de los Cielos. Porque vino Juan a ustedes por caminos de justicia, y ustedes no creyeron en Él, mientras que los publicanos y las rameras sí le creyeron. Y ustedes, aunque vieron todo esto, no cambiaron de actitud para creerle (Mateo 21, 28-32). El mensaje del Evangelio de hoy podemos resumirlo en una frase de san Ignacio de Loyola (1491-1556): El amor se debe poner más en las obras que en las palabras [Ejercicios Espirituales, 230], que corresponde al refrán popular obras son amores, no buenas razones. Meditemos en lo que dice Jesús, teniendo en cuenta también las demás lecturas bíblicas de este domingo [Ezequiel 18, 25-28; Salmo 25 (24); Carta de Pablo a los Filipenses 2, 1-11]. 1.- Dos actitudes opuestas La parábola de los dos hijos muestra dos actitudes opuestas en la relación con Dios. El que dice “voy” y no va representa a quienes se consideran buenos pero dicen y no hacen (Mateo 23, 2-4). El otro hijo, que dice al principio “no quiero ir”, pero luego recapacita y atiende el llamado de su padre, representa a quienes se reconocen necesitados de salvación, como lo son los publicanos o recaudadores de impuestos del imperio romano y las prostitutas que venden sus cuerpos en el mercado del sexo, y al reconocer su necesidad de ser salvados y disponerse a cambiar de conducta, son acogidos por la misericordia de Dios. Dios rechaza el pecado, pero acoge a quien se reconoce pecador y se dispone sinceramente a cambiar. Por eso dice a través del profeta Ezequiel en la primera  lectura: Cuando el malvado se convierte de la maldad que hizo y practica el derecho y la justicia, él mismo salva su vida. Si recapacita y se convierte de los delitos cometidos, ciertamente vivirá. El padre José Luis Martín Descalzo, escritor y periodista español (1930-1991), además de una hermosa biografía titulada Vida y misterio de Jesús de Nazaret, dejó entre sus obras literarias un monólogo que lleva por título Las prostitutas os precederán en el reino de los cielos. Es el drama de una meretriz que se dirige a Aquél que proclamó no sólo de palabra, sino con hechos, el amor de Dios a los “últimos”, a los pecadores rechazados por una sociedad hipócrita que los relega al rincón del menosprecio y a la imposibilidad de la redención. 2.- Decir y no hacer es lo mismo que mentir La hipocresía, ligada a la soberbia de quienes se creen mejores que los demás y por eso desprecian a quienes consideran inferiores, es la actitud que más critica Jesús en los Evangelios. Esta actitud era característica de los jefes religiosos judíos en aquel tiempo: los saduceos integrantes de la casta sacerdotal del Templo de Jerusalén, y los doctores de la Ley que pertenecían a la secta de los fariseos, apelativo que significa “separados” o “incontaminados” y que se daban a sí mismos los que presumían de ser santos, y por eso se apartaban de quienes consideraban pecadores. Ya Juan el Bautista los había exhortado a que cambiaran esa actitud, pero ellos lo rechazaron, como también rechazaban ahora a Jesús precisamente porque la soberbia los hacía sordos a este llamado. El hipócrita es un mentiroso. Se la pasa murmurando, condenando, moralizando. Cumple con unos ritos externos, repitiendo “Señor, Señor”, pero sin hacer la voluntad de Dios, que es voluntad de amor (Mateo 7, 21-23). Quienes se creen perfectos y menosprecian a los demás, especialmente a los que no son de su raza, religión, cultura, condición o clase social, esconden una conciencia torcida, envidiosa, llena de intenciones y acciones malévolas. Y suelen ser ellos los mismos que a menudo manifiestan de palabra sus adhesiones a Dios, a la patria, a las instituciones, a la moral, y a la hora de la verdad pelan el cobre: su vida es toda una mentira. Dicen y no hacen (Mateo 23, 3), como el hijo de la parábola que dijo “voy” y no fue. 3.- Andar en la humildad es andar en la verdad   El apóstol san Pablo nos presenta en la segunda lectura una de las descripciones bíblicas más bellas del misterio de la Encarnación de Dios en Jesús de Nazaret: “Él, a pesar de su condición divina, no hizo alarde de su categoría de Dios; al contrario, se despojó de su rango y tomó la condición de servidor, pasando por uno de tantos…”. Por eso, al invitar a los primeros cristianos de la ciudad macedónica de Filipos, ciudad situada al norte de Grecia, a que piensen y actúen como lo hizo Jesús -una invitación también dirigida hoy a cada uno de nosotros-, lo hace en el marco de su exhortación a que se dejen guiar por la humildad. Teresa de Ávila, también conocida como Santa Teresa de Jesús (1515-1582), escribió unos 15 siglos después de Cristo: “andar en la humildad es andar en la verdad”. Porque es precisamente cuando reconocemos con humildad nuestra condición humana necesitada de salvación, cuando nos ajustamos a la verdad de nuestra existencia. Conclusión Dispongámonos pues, desde el reconocimiento sincero de nuestra necesidad de salvación e implorando la fuerza que sólo el Espíritu de Dios nos puede dar, a ser coherentes y realizar en la práctica de nuestra vida cotidiana lo que expresamos al proclamar nuestra fe, y a imitar la actitud misericordiosa de Dios que se nos revela en nuestro Señor

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El mensaje del domingo – 21 de septiembre

XXV Domingo del Tiempo Ordinario, Ciclo A Por: Gabriel Jaime Pérez, S.J. En aquel tiempo dijo Jesús a sus discípulos esta parábola: «El reino de los cielos se parece a un propietario que al amanecer salió a contratar jornaleros para su viña. Después de ajustarse con ellos en un denario por jornada, los mandó a la viña. Salió otra vez a media mañana, vio a otros que estaban en la plaza sin trabajo, y les dijo: -Vayan también ustedes a mi viña, y les pagaré lo debido. Ellos fueron. Salió de nuevo hacia mediodía y a media tarde e hizo lo mismo. Salió al caer la tarde y encontró a otros desocupados, y les dijo: -¿Cómo es que están aquí el día entero sin trabajar? Le respondieron: -Nadie nos ha contratado. Y Él les dijo: -Vayan también ustedes a mi viña.  Cuando oscureció, el dueño de la viña dijo al capataz: -Llama a los jornaleros y págales el jornal, empezando por los últimos y acabando por los primeros. -Vinieron los del atardecer y recibieron un denario cada uno. Cuando llegaron los primeros, pensaban que recibirían más, pero ellos también recibieron un denario cada uno. Entonces se pusieron a protestar contra el amo: -Estos últimos han trabajado sólo una hora, y los has tratado igual que a nosotros, que hemos aguantado el peso del día y el bochorno. Él le replicó a uno de ellos: -Amigo, no te hago ninguna injusticia. ¿No nos ajustamos en un denario? Toma lo tuyo y vete. Quiero darle a este último igual que a ti. ¿Es que no tengo libertad para hacer lo que quiera en mis asuntos? ¿O vas a tener tú envidia porque yo soy bueno? Así, los últimos serán los primeros y los primeros serán los últimos». (Mateo 20, 1-16). Una de las características más notorias de la predicación de Jesús es su insistencia en que la acción salvadora de Dios implica una total gratuidad y se debe por completo a su iniciativa amorosa. Esto quiere decir que nosotros, por buenos y justos que nos creamos, no tenemos por qué exigirle a Él la obligación de pagarnos por lo que hacemos. Este es el mensaje que nos trae el Evangelio de hoy. Meditemos en lo que nos enseña esta parábola, teniendo en cuenta también las otras lecturas del presente domingo [Isaías 55, 6-9; Salmo 142 (141), 2-3. 8-9. 17-18; Filipenses 1, 20c-24. 27]. 1.- Salió a contratar jornaleros para su viña La imagen de la recolección de las uvas había sido empleada por los profetas del Antiguo Testamento para simbolizar la acción de Dios que hizo del pueblo de Israel un campo de siembra del que esperaba frutos buenos y abundantes. Jesús retoma esta imagen para enseñarles que el Reino de Dios consiste en la acción salvadora de Dios mismo que concede la felicidad plena a todos los que acogen su invitación a convertirse y seguir el camino que Él mismo nos ha mostrado a través de su Hijo Jesucristo: el camino del Amor, que es a la vez el reconocimiento de Dios como nuestro Creador y de nuestros prójimos como hijos de Dios, cualquiera que sea su raza, cultura, credo o condición social. 2.- Los primeros pensaban que recibirían más, pero también recibieron un denario A primera vista la forma de proceder del dueño de la hacienda es injusta. ¿Cómo así que a quienes se rompieron el lomo durante todo un día les viene a pagar lo mismo que a los que apenas trabajaron la última hora? Pero la finalidad de esta parábola no es darnos una lección de derecho laboral, sino hacerles ver a quienes se creían “primeros” y consideraban que por el hecho de ser de una raza elegida Dios y por practicar unas normas rituales les debía pagar mucho más que a los otros, lo equivocados que estaban al criticar la acogida que recibían de Jesús aquellos a quienes ellos rechazaban como pecadores. Éstos, que son los “últimos” a quienes se refiere Jesús, eran los publicanos, las prostitutas, los marginados sociales, los excluidos, y en general todas las personas que, desde distintas procedencias, se habían hecho sus discípulos. 3.- “Los últimos serán primeros y los primeros serán últimos” Esta frase de Jesús aparece varias veces en los Evangelios en contextos distintos, pero siempre para hacer referencia a lo que Dios mismo había dicho a través del profeta Isaías, como escuchamos en la primera lectura: “Mis planes no son los planes de ustedes, los caminos de ustedes no son mis caminos… Como el cielo es más alto que la tierra, mis caminos son más altos que los de ustedes, mis planes que los de ustedes”. Ahora bien, esta referencia a los designios de Dios la aplica Jesús a la acogida que Él mismo les brinda a los pecadores que atienden su invitación y se convierten dejándose transformar por la acción de su Espíritu. A esto se refiere a su vez el mismo pasaje de Isaías, en el que Dios dice: “que el malvado abandone su camino y el criminal sus planes; que regrese al Señor, y de él tendrá piedad nuestro Dios, que es rico en perdón”. A tal actitud misericordiosa corresponde precisamente la justicia propia de Dios, la misma que canta el Salmo al proclamar que “El Señor es justo en todos sus caminos, es bondadoso en todas sus acciones”. En otras palabras, la “justicia divina” no es la frialdad condenatoria de un juez implacable, sino la bondad infinita de un Padre compasivo. Conclusión En la segunda lectura bíblica dice el apóstol san Pablo que lo importante es llevar una vida digna del Evangelio de Cristo. Al haber escuchado y meditado el pasaje evangélico de este domingo, dispongámonos a hacer realidad en nuestras actitudes cotidianas las enseñanzas de Jesús, en quien se nos presenta personalmente Dios hecho hombre para mostrarnos su generosidad y su misericordia infinitas. Así como él procede, también debemos proceder nosotros: con una disposición plena a la compasión, totalmente opuesta al orgullo condenador de los

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El mensaje del domingo – 14 de septiembre

XXIV Domingo del Tiempo Ordinario Ciclo A – Septiembre 14 de 2014 Por: Gabriel Jaime Pérez, S.J. En aquel tiempo le preguntó Pedro a Jesús: “Señor, ¿cuántas veces le deberé perdonar a mi hermano si me hace algo malo? ¿Hasta siete?” Jesús le contestó: “No te digo hasta siete veces, sino hasta setenta veces siete. Sucede con el reino de los  cielos lo que con un rey que quiso hacer cuentas con sus funcionarios.  Estaba comenzando a hacerlas cuando le presentaron a uno que le debía muchos millones. Como aquel funcionario no tenía con qué pagar, el rey ordenó que lo vendieran como esclavo, junto con su esposa, sus hijos y todo lo que tenía, para que le quedara pagada la deuda. El funcionario se arrodilló delante del rey y le rogó: ‘Tenga usted paciencia conmigo, y se lo pagaré todo’. El rey tuvo compasión de él, así que le perdonó la deuda y lo puso en libertad. Pero, al salir, aquel funcionario se encontró con un compañero suyo que le debía una pequeña cantidad. Lo agarró del cuello y comenzó a estrangularlo, diciéndole: ‘¡Págame lo que me debes!’ El compañero, arrodillándose delante de él, le rogó: ‘Ten paciencia conmigo y te lo pagaré todo’. Pero el otro no quiso, sino que lo hizo meter en la cárcel hasta que le pagara la deuda. Esto les dolió mucho a los otros funcionarios, que fueron a contarle al rey todo lo sucedido. Entonces el rey lo mando llamar y le dijo: ‘¡Malvado! Yo te perdoné toda aquella deuda porque me lo rogaste. Pues tú también debiste tener compasión de tu compañero, del mismo modo que yo tuve compasión de ti.’ Y tanto se enojó el rey, que ordenó castigarlo hasta que pagara todo lo que debía”. Y Jesús añadió: “Así hará también mi Padre si cada uno de ustedes no perdona de corazón a su hermano.” (Mateo 18, 21-35).  1.- “Si mi hermano me ofende, ¿cuántas veces tengo que perdonarle?”  En el lenguaje bíblico el 7 es un número simbólico que significa plenitud y perfección. Por eso la respuesta de Jesús a Pedro en el Evangelio, significa que es preciso significa que debemos perdonar siempre. De esta forma se supera la llamada ley del talión (ojo por ojo y diente por diente -Éxodo 21, 23-25, Levítico 24, 18-20 y Deuteronomio 19, 21-), que imperaba en las costumbres de aquel tiempo, a pesar de lo que ya dos siglos antes de Cristo había escrito el autor del libro llamado Eclesiástico, del cual está tomada la primera lectura (27, 30 – 28,9): perdona las ofensas a tu prójimo, y se te perdonarán los pecados cuando lo pidas; y a pesar también de los versos del Salmo 103 (102): “El Señor es compasivo y misericordioso, lento a la ira y rico en clemencia… Él perdona todas las culpas… No está siempre acusando ni guarda rencor…”   La ley del talión (del latín talis: tal, semejante) consistía en que a cada agresión le correspondiera una pena igual, y en este sentido, cuando había sido establecida en tiempos de los sumerios y caldeos por el Código de Hammurabi en el siglo18 a.C., significó un avance moral con respecto a la práctica primitiva de la venganza sin límites, consistente en responder con un mal mayor. Pero Jesús avanza mucho más al oponerse a toda forma de venganza, invitándonos a deponer por completo el rencor que podamos sentir ante las ofensas recibidas.  2.- “Toda aquella deuda te la perdoné. ¿No debías tú también tener compasión?” La parábola del funcionario insensible que leemos en el Evangelio de hoy guarda una estrecha relación con la llamada “regla de oro” del comportamiento humano enseñada por Él en su Sermón de la Montaña: “Todo cuanto ustedes desearían de los demás, háganlo con ellos” (Mateo 7, 12). Es la formulación en positivo de lo que siglos atrás habían dicho otros maestros espirituales: “No hagas a los demás lo que a ti te dolería que te hicieran” (Hinduismo, 1500 años a.C.); no hieras a los demás con lo que a ti te hace daño” (Buda, 563-483 a.C.); “no hagas a los demás lo que no quieres que ellos te hagan a ti” (Confucio, 551 – 479 a.C.); “no hagas a nadie lo que no quieras que te hagan” (A.T. , libro de Tobías 4, 15 -300 a.C.-).  Esta regla de oro, inscrita interiormente en la conciencia de todo ser humano, equivale al mandato bíblico formulado en la frase “ama a tu prójimo como a ti mismo” (Levítico 19, 18 / Mateo 22, 39), lo cual implica la exigencia de no devolver mal por mal, que en positivo corresponde a la exigencia  de perdonar al prójimo si uno quiere ser perdonado por Dios. “Ninguno de nosotros vive para sí mismo”, dice el apóstol Pablo en la segunda lectura (Romanos 14, 7-9), invitándonos así superar nuestros egoísmos para orientarnos hacia el cumplimento de la voluntad del Señor, que es voluntad de misericordia y de perdón.  El motivo de fondo de la exhortación de Jesús a perdonar siempre es el mandamiento nuevo que Él mismo daría a sus discípulos la víspera de su muerte en la cruz: “ámense los unos a los otros como Yo los he amado” (Juan 15, 12). Precisamente Jesús es la manifestación personal del amor de Dios, que perdona siempre, y por eso el cumplimiento de este mandato corresponde a su exhortación formulada así en el Evangelio según san Mateo: “sean ustedes perfectos como su Padre celestial es perfecto” (Mateo 5, 48), que equivale a la que encontramos en el Evangelio de Lucas: “Sean  misericordiosos como su Padre es que misericordioso” (Lucas 6, 36). La perfección de Dios es la realización plena de lo Él mismo es, porque Dios es Amor (1 Juan 4, 8.16).  3.- La petición de perdón implica la disposición a perdonar  La Eucaristía es el memorial del sacrificio redentor de Cristo que entregó su vida derramando su sangre por nosotros y por toda la humanidad “para el perdón de los pecados”.

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Mensaje del Domingo – Junio 22

EL MENSAJE DEL DOMINGO El Cuerpo y la Sangre de Cristo Por: Gabriel Jaime Pérez, S.J. Ciclo A – Junio 22 de 2014 En aquel tiempo, dijo Jesús: «Yo soy el pan vivo que ha bajado del cielo; el que coma de este pan vivirá para siempre. Y el pan que yo daré es mi carne para la vida del mundo.» Disputaban los judíos entre sí: «¿Cómo puede éste darnos a comer su carne?» Entonces Jesús les dijo: «Les aseguro que si no comen la carne del Hijo del hombre y no beben su sangre, no tienen vida en ustedes. Quien come mi carne y bebe mi sangre tiene vida eterna, y yo le resucitaré en el último día. Mi carne es verdadera comida, y mi sangre es verdadera bebida. La persona que come mi carne y bebe mi sangre habita en mí y yo en ella. El Padre que vive me ha enviado, y yo vivo por el Padre; del mismo modo, quien me come vivirá por mí. Éste es el pan que ha bajado del cielo: no como el de los antepasados de ustedes, que lo comieron y murieron; quien come de este pan vivirá para siempre.»(Juan 6, 51-58). La fiesta del Cuerpo y la Sangre de Cristo comenzó a celebrarse el año 1246 en la ciudad belga de Lieja y fue extendida luego a toda la Iglesia por el papa Urbano IV en 1264, para proclamar la fe en la presencia real de Jesucristo en las especies de pan y de vino consagradas en la Eucaristía. Era preciso reafirmar así la adhesión a esta verdad de fe, con el fin de contrarrestar los planteamientos de quienes negaban dicha presencia y enseñaban que el pan y el vino consagrados eran sólo un símbolo conmemorativo de la cena del Señor. 1. La Eucaristía es sacrificio y sacramento La Eucaristía es un sacrificio y un sacramento. Como sacrificio es memorial que no sólo recuerda sino que además actualiza el misterio pascual de la pasión, muerte y resurrección de Jesucristo, nuestro Redentor. Como sacramento es signo sensible de la acción salvadora de Dios por medio de su hijo Jesucristo, su Palabra hecha carne que nos reveló su amor infinito con sus enseñanzas, sus actos sanadores, su compasión, su muerte en la cruz y su resurrección; que nos alimenta espiritualmente al comunicarnos su propia vida, y que nos une en comunidad con Él y con los demás por la acción del Espíritu Santo. Esto es lo que nos muestran precisamente las lecturas bíblicas en la fiesta del Cuerpo y la Sangre de Cristo (Deuteronomio 8, 2.3.14b-16a; I Corintios 10, 16-17; Juan 6, 51-58). Y el Salmo 148 (147), por su parte, dice que el Señor nos alimenta con el pan de su Palabra. 2. La Eucaristía es presencia de Cristo resucitado, la Palabra de Dios que nos alimenta La presencia de Cristo en la Eucaristía no es aparente, es real. Pero esta realidad no es la de un fenómeno material verificable por los sentidos o por una experimentación físico-química, sino la de un misterio de orden espiritual, sólo captable por la fe. Esto es precisamente lo que nos enseña el Discurso del Pan de Vida pronunciado por Jesús en el Evangelio de Juan después de la multiplicación de los panes. Los versículos con los que continúa el capítulo 6 de este Evangelio (59-63) son claros al respecto, sobre todo cuando Jesús explica que las palabras que ha dicho “son espíritu y vida” (6, 63), refiriéndose al sentido de lo que Él quiere significar cuando dice “mi carne es verdadera comida y mi sangre es verdadera bebida” (6, 55), y evocando como una prefiguración de esta realidad el “maná”, aquél “pan bajado del cielo” con el que, como nos cuenta el libro del Deuteronomio en la primera lectura, Dios había alimentado a los israelitas en su camino hacia la tierra prometida. Ahora bien, esa presencia espiritual suya después de su muerte y resurrección, quiso invitarnos el Señor a reconocerla en las especies del pan y el vino consagrados en la Eucaristía con el rito y las palabras que Él mismo, en la última cena antes de su pasión, les dijo a sus primeros discípulos que repitieran después en conmemoración suya. En este sentido, el pan y el vino, en virtud de la consagración así realizada, gracias la acción del mismo Espíritu Santo por cuya obra y gracia la Palabra se hizo carne en el seno de la Virgen María, se convierten para nosotros en el cuerpo y la sangre de Cristo, es decir, en la presencia viva de Jesús que nos entrega su vida. Él es la Palabra de Dios que nos alimenta no sólo con sus enseñanzas, sino con su propia vida resucitada, siempre disponible para nosotros en lo que llamamos el Santísimo Sacramento. Tal es el sentido de la adoración a las hostias consagradas que quedan en el Sagrario después de la celebración de la Santa Misa. 3. La Eucaristía es sacramento de Jesucristo resucitado que nos une en comunidad Al partir y comer el mismo pan, y al beber conjuntamente del mismo cáliz, compartiendo así la presencia de Jesucristo que se nos comunica alimentándonos con su vida resucitada, su Espíritu Santo nos une en un solo cuerpo, nos hace una comunidad de amor que celebra y vive la “Acción de Gracias”, que es lo que significa en griego la palabra “Eucaristía” (Segunda Lectura: 1 Corintios 10, 16). Así sucedió con los primeros discípulos de Jesús unidos en oración con María, su madre, y así también sucede con nosotros cuando en la Eucaristía se hace presente Cristo resucitado y nos alimenta con su Cuerpo y su Sangre. Terminemos evocando la última Carta Apostólica que dejó el Papa San Juan Pablo II como su testamento para el Año de la Eucaristía (2005), en el cual pasó a la vida eterna: “La Iglesia es el cuerpo de Cristo: se camina «con Cristo» en la medida en que se está en relación «con

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Mensaje del domingo – Junio 15

EL MENSAJE DEL DOMINGO Domingo de la Santísima Trinidad Por: Gabriel Jaime Pérez, S.J.       1ª Lectura (Éxodo 34, 4 b – 6. 8-9): En aquellos días, Moisés subió de madrugada al monte Sinaí, como le había mandado el Señor, llevando en la mano las dos tablas de piedra. El Señor bajó en la nube y se quedó con él allí, y Moisés pronunció el nombre del Señor. El Señor pasó ante él, proclamando: “Señor, Señor, Dios compasivo y misericordioso, lento a la ira y rico en clemencia y lealtad”. Moisés, al momento, se inclinó y se echó por tierra. Y le dijo: “Si he obtenido tu favor, que mi Señor vaya con nosotros, aunque éste es un pueblo de cerviz dura; perdona nuestras culpas y pecados y tómanos como heredad tuya”.  2ª Lectura (2ª Corintios 13, 11-13): Alégrense, enmiéndense, anímense; tengan un mismo sentir y vivan en paz. Y el Dios del amor y de la paz estará con ustedes. Salúdense con el beso ritual. Los saludan todos los santos. La gracia del Señor Jesucristo, el amor de Dios y la comunión del Espíritu Santo estén siempre con todos ustedes.  Evangelio (Juan 3, 16-18): En aquel tiempo, dijo Jesús a Nicodemo: “Tanto amó Dios al mundo que entregó a su Hijo único para que no perezca ninguno de los que creen en él, sino que tengan vida eterna. Porque Dios no mandó su Hijo al mundo para juzgar al mundo, sino para que el mundo se salve por él”. 1. La Santísima Trinidad: un solo Dios, pero no un Dios solitario Cuenta el filósofo y teólogo san Agustín de Hipona (354-430 d.C.) que en cierta ocasión caminaba por la playa, cuando de repente vio a un niño en la orilla que intentaba vaciar toda el agua del mar en la concha de un caracol. Esta experiencia le sirvió para comprender que la mente humana, por más esfuerzos que haga, es incapaz de abarcar la infinitud del misterio de Dios. Por eso con nuestro limitado lenguaje recurrimos a imágenes, símbolos o figuras poéticas para expresar la realidad divina. Y por eso mismo el lenguaje bíblico, al intentar describir a Dios -no para definirlo, porque el Infinito es indefinible-, lo hizo con una palabra también imposible de definir, pero que corresponde a lo que mejor puede caracterizar la experiencia de Dios: Dios es Amor (1 Juan 4, 8.16). Ahora bien, si Dios es Amor, tiene que ser plural, pues para que exista el amor tiene que haber alguien que ama, alguien que es amado y que le corresponda amando, y la relación misma de amor entre ambos. Este es justamente el sentido del misterio de la Trinidad divina: Dios nuestro Creador que es el Padre ha sido revelado por su Hijo Jesucristo, el mismo Dios hecho hombre y que es nuestro Salvador- y está presente en la acción del Espíritu Santo, el mismo Dios que es Amor: un solo Dios que es pluralidad en la perfecta comunidad de amor, unidad del ser en la diversidad de personas. Es así como Dios Padre se nos revela en las enseñanzas y en la obra salvadora de su Hijo Jesucristo, su Palabra hecha carne, y en la acción del Espíritu Santo que nos anima y nos hace posible comprender y reconocer el amor que Dios nos tiene, correspondiendo a él en el cumplimiento de su voluntad, amándonos unos a otros como hermanos. 2. Los símbolos de la Santísima Trinidad Muchos símbolos se han empleado para tratar de expresar la realidad de Dios uno y trino, aunque todos se quedan cortos. Uno de esos símbolos es el triángulo. Otro es el sol, que en sí mismo es fuego, luz y calor. Pero el que tal vez más llama la atención es el que usó San Patricio (387-461 d.C.), quien para enseñarles la idea de un solo Dios en tres personas a los paganos que en su época habitaban la isla de Irlanda, tomó en sus manos un trébol y señaló en ella los tres componentes que lo forman. Con este sencillo ejemplo, quienes lo escuchaban podían acercarse a la comprensión del sentido de la fe en la unitrinidad divina, completamente distinta de las creencias politeístas por cuanto no se trata de varios dioses, sino de uno solo cuyo ser único opera y se manifiesta pluralmente. 3. La fe en Dios uno y trino nos mueve a realizar lo que significa el misterio de su ser  “La gracia de nuestro Señor Jesucristo, el amor de Dios (Padre) y la comunión del Espíritu Santo estén siempre con ustedes” (primera lectura), es la frase con que el apóstol Pablo solía saludar y despedir a los cristianos de las comunidades que había formado a partir de su predicación y a las que dirigía sus cartas. Este es el origen del saludo con el que el sacerdote que preside la Eucaristía, después de que todos nos santiguamos con la señal de la santa cruz invocando el nombre del Dios uno y trino, suele iniciar la celebración del misterio del amor infinito de Aquél a quien en el himno del Gloria alabamos, bendecimos, adoramos, glorificamos y damos gracias, llamándolo Padre, Hijo y Espíritu Santo. Luego, en la oración inmediatamente anterior a las lecturas bíblicas, nos dirigimos a Dios Padre invocando la mediación de Jesucristo, su Hijo, que vive y reina con Él en la unidad del Espíritu Santo. Más adelante, a continuación de la homilía en la Misa dominical y en las de las grandes fiestas de la Iglesia, proclamamos con el Credo nuestra fe en la Santísima Trinidad reconociendo su acción creadora, salvadora y santificadora. Asimismo, inmediatamente antes de la consagración, después de haberle cantado nuestra alabanza al tres veces Santo, le pedimos a Dios Padre que santifique con su Espíritu el pan y el vino para que se conviertan sacramentalmente en el Cuerpo y la Sangre de su Hijo Jesucristo. Y al terminar la plegaria eucarística hacemos el brindis con el que por Cristo, con Él y en Él,

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El mensaje del Domingo – Junio 8

EL MENSAJE DEL DOMINGO Domingo de Pentecostés Por: Gabriel Jaime Pérez, S.J.   Al llegar el día de Pentecostés, estaban todos reunidos en el mismo lugar. De repente, un ruido del cielo, como de un viento recio, resonó en toda la casa donde se encontraban. Vieron aparecer unas lenguas como llamaradas que se repartían, posándose encima de cada uno. Se llenaron todos de Espíritu Santo y empezaron a hablar en lenguas extranjeras, cada uno en la lengua que el Espíritu le sugería. Se encontraban entonces en Jerusalén judíos devotos de todas las naciones de la tierra. Al oír el ruido, acudieron en masa y quedaron desconcertados, porque cada uno los oía hablar en su propio idioma. Enormemente sorprendidos, preguntaban: “¿No son galileos todos esos que están hablando? Entonces, ¿cómo es que cada uno de nosotros los oye hablar en la propia lengua nativa? Entre nosotros hay partos, medos y elamitas, otros vivimos en Mesopotamia, Judea, Capadocia, en el Ponto y en Asia, en Frigia o en Panfilia, en Egipto o en la zona de Libia que limita con Cirene; algunos somos forasteros de Roma, otros judíos o prosélitos; también hay cretenses y árabes; y cada uno los oye  hablar de las maravillas de Dios en la propia lengua”(Hechos 2, 1-11). La palabra pentecostés, que en griego significa el número cincuenta, proviene de una antigua fiesta agrícola que se celebraba cada año en Israel con motivo de la cosecha del trigo y la cebada. Era llamada “Fiesta de la de las Siete Semanas” y tenía lugar 50 días después de la ofrenda de los primeros frutos. Los judíos le dieron un significado histórico al conmemorar la promulgación de la Ley de Dios en el monte Sinaí, 50 días después del acontecimiento de la Pascua con el que habían sido liberados de la esclavitud en Egipto. Para quienes creemos en Jesucristo, Pentecostés es la fiesta del Espíritu Santo. El libro de los Hechos de los Apóstoles nos cuenta que, 50 días después de la Resurrección del Señor, sus  discípulos a quienes Él había llamado “apóstoles” o enviados, reunidos en oración junto con María, la madre de Jesús, recibieron el Espíritu Santo prometido para realizar la misión de proclamar la Buena Noticia de una nueva Ley -la ley del amor universal-, ya no sólo para un pueblo particular, sino para toda la humanidad.  1. El Espíritu Santo es el aliento vital y vivificador de Dios Los relatos bíblicos de la creación dicen que “el Espíritu (en hebreo la Ruah) deDios aleteaba sobre las aguas” (Génesis 1, 2) y que el Señor “formó al hombre de la tierra, sopló en su nariz y le dio vida” (Génesis 2, 7). La palabra ruah -en hebreo de género femenino- significa viento, aliento, soplo. En los Hechos de los Apóstoles se habla de un viento fuerte, en el Salmo 104 del aliento de Dios dador de vida, y en el pasaje del Evangelio según san Juan (20, 19-23) escogido para este domingo, del soplo de Jesús sobre sus discípulos al decirles “reciban el Espíritu Santo”. Hay otros signos que también emplea el lenguaje bíblico para referirse al Espíritu Santo: El fuego significa la energía divina que da luz y calor, transforma, dinamiza. En la fiesta de Pentecostés los ornamentos de color rojo simbolizan el fuego del Espíritu Santo. El agua, signo de vida, expresa el nuevo nacimiento realizado en el Bautismo. El óleo o aceite de oliva, que significa fortaleza, se emplea en los sacramentos del Bautismo, la Confirmación, el Orden y la Unción de los Enfermos. La paloma, que aparece en el Bautismo de Jesús (Juan 1, 32), evoca al Espíritu de Dios que “aleteaba sobre las aguas” (Génesis 1, 2), y a su vez al ave que regresó al arca de Noé con una ramita de olivo en el pico a terminar el diluvio y comenzar así una nueva creación (Génesis 8, 11). Con la imposición de las manos, abiertas y unidas por los pulgares representando a un ave con las alas desplegadas, se expresa la comunicación del Espíritu Santo.  2. El Espíritu Santo produce el nacimiento de la Iglesia e impulsa su desarrollo  Pentecostés es la fiesta del nacimiento de la Iglesia, nuevo Pueblo de Dios y Cuerpo Místico de Cristo compuesto por muchos y distintos miembros –todos los bautizados-, animado por el Espíritu Santo, del que provienen, como dice san Pablo (1 Corintios 12, 3b-7. 12-13), los dones o carismas para realizar los servicios o ministerios que el Señor asigna a cada cual según su propia vocación. Estos dones son siete: Sabiduría para conocer la voluntad de Dios y tomar las decisiones correctas. Entendimiento para saber interpretar y comprender el sentido de la Palabra de Dios. Ciencia para saber descubrir a Dios en su creación y desarrollarla. Consejo para orientar a otros cuando lo solicitan o necesitan ayuda. Fortaleza para luchar sin desanimarnos a pesar de los problemas y las dificultades. Piedad para reconocernos hijos de Dios y hermanos entre nosotros. Respeto a Dios (llamado también temor de Dios, pero con un sentido diferente del miedo), para evitar las ocasiones de pecado y cumplir a cabalidad sus mandamientos. San Pablo dice también (Romanos 8, 8-7) que el Espíritu que recibimos en nuestro bautismo no es el de la esclavitud que nos llena de miedo, sino el de la libertad de los hijos de Dios, en virtud del cual podemos llamarlo papá, que es lo que significa abba, el término familiar con el que Jesús se dirigía a Dios Padre. Jesús mismo había prometido a sus discípulos que Dios Padre les enviaría en su nombre al Espíritu Santo, al que también llama “defensor” (Juan 14, 15-16.23b-26), el que está junto al creyente para darle fuerza. Esto fue lo que experimentaron los primeros cristianos en medio de las persecuciones que tuvieron que sufrir por causa de su fe, y lo que nosotros podemos experimentar nosotros al reconocer la presencia actuante del amor de Dios, que es justamente el “Espíritu  Santo”. 3. El Espíritu Santo hace

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Mensaje del Domingo – Mayo 25

EL MENSAJE DEL DOMINGO VI Domingo de Pascua – Ciclo A     Por: Gabriel Jaime Pérez, S.J. En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos: -«Si ustedes me aman, guardarán mis mandamientos. Yo le pediré al Padre que les dé otro defensor, que esté siempre con ustedes, el Espíritu de la verdad. El mundo no puede recibirlo, porque no lo ve ni lo conoce; ustedes, en cambio, lo conocen porque vive en ustedes y está con ustedes. No los dejaré huérfanos, volveré. Dentro de poco el mundo no me verá, pero ustedes me verán y vivirán, porque yo sigo viviendo. Entonces sabrán que yo estoy con mi Padre, y ustedes conmigo y yo con ustedes. El que acepta mis mandamientos y los guarda, ése me ama; al que me ama lo amará mi Padre, y yo también lo amaré y me revelaré a él.» (Juan 14, 15-21). Las lecturas bíblicas de hoy [Hechos de los Apóstoles 8, 5-8.14-17; Sal 66 (65), 1ª  Pedro 3, 15-18 y Juan 14, 15-21] nos invitan a prepararnos para las grandes fiestas de los próximos dos domingos que cierran el tiempo pascual: el de la Ascensión y el de Pentecostés. Meditemos sobre lo que en estas lecturas nos dice la Palabra de Dios, aplicándola a nuestra vida. 1. “Si ustedes me aman, guardarán mis mandamientos” Cuando Jesús alude a los que Él llama “mis mandamientos”, está hablando como el mismo Dios que no sólo les dio a los israelitas el “decálogo” hace unos 32 siglos a través de Moisés en el monte Sinaí (Ex 20, 1-17), sino que desde mucho antes había impreso interiormente su Ley en las conciencias de todos los seres humanos, en lo que constituye su esencia: hacer el bien y evitar el mal tratando cada quien a los demás como quisiera que lo trataran a sí mismo. La exhortación de Jesús a guardar sus mandamientos -que son los mismos mandamientos de Dios porque, como acababa de decirle al apóstol Felipe, “quien me ve a mí ve al Padre” (Juan 14, 9)-, forma parte del testamento de Jesús en la cena de despedida en la que nos dejó el “mandamiento nuevo” de amarnos unos a otros como Él mismo nos ha amado (Juan 13, 34; 15,12.17). Lo que también nos dice la primera carta de san Juan: “No amemos con puras palabras o de labios para afuera, sino de verdad y con hechos” (1 Juan 3, 18), corresponde a lo que Jesús les había dicho a sus discípulos en la última cena y que nos recuerda el texto del Evangelio de hoy: “Si ustedes me aman, guardarán mis mandamientos”. Poco más de quince siglos después, san Ignacio de Loyola escribiría en sus Ejercicios Espirituales: “el amor se debe poner más en las obras que en las palabras” [EE 230], lo cual equivale a su vez al conocido refrán que dice: “obras son amores, que no buenas razones”. No faltan quienes ni siquiera tienen una palabra de cariño para los demás. Pero, aun si decimos que amamos, mostrarlo en la práctica resulta cuesta arriba cuando tenemos que renunciar a nuestro egoísmo y a nuestra comodidad. Por eso tenemos que pedirle constantemente al Señor que nos dé su Espíritu, que es “el Espíritu de la Verdad”, para que haya coherencia entre lo que decimos y lo que hacemos. 2. “Les imponían las manos y recibían en Espíritu Santo”  La primera lectura de este domingo nos muestra a los apóstoles Pedro y Juan orando por los creyentes en Jesucristo resucitado que habían sido bautizados en su nombre pero todavía “no habían recibido el Espíritu Santo”, e imponiéndoles luego las manos para que lo recibieran. Esto quiere decir que habían recibido el sacramento del Bautismo, pero les faltaba el de la Confirmación, que para cada cristiano o creyente en Cristo equivale a la actualización del acontecimiento de Pentecostés en su propia vida. Teniendo esto en cuenta, preguntémonos cómo estamos viviendo nuestra Confirmación, y preparémonos interiormente para celebrar dentro de dos semanas la gran fiesta de Pentecostés, en la cual se actualiza para cada uno de los confirmados en la fe cristiana el acontecimiento de la venida del Espíritu Santo, que les hizo posible a los primeros discípulos de Jesús, y nos hace también posible a nosotros, si lo dejamos actuar en nuestra existencia concreta, el cumplimiento cabal del compromiso que significa creer en Él y proclamar su resurrección dando testimonio de esta fe con nuestras obras. 3. “Estén siempre prontos para dar razón de su esperanza” Esta exhortación de la segunda lectura de hoy, tomada de la 1ª Carta de san Pedro, constituye una invitación a dar testimonio de que nuestra fe no es irracional, sino razonable. En efecto, la fe en Jesucristo resucitado no se opone a la razón, y por lo mismo el hecho de creer en Él no implica actitudes ni conductas fanáticas. No es con sentimentalismos ni con fenómenos espectaculares como se da razón de la esperanza que nos da la fe en Jesucristo, sino con la coherencia entre lo que afirmamos que creemos y lo que hacemos, es decir, con la honestidad y la rectitud de nuestro comportamiento: un comportamiento orientado a la comprensión, a la tolerancia, a la compasión, a la construcción de la paz en nuestras relaciones cotidianas con los demás. Una de las formas de dar razón de nuestra esperanza es asumir con paciencia, sin devolver mal por mal, las dificultades que nos pueden sobrevenir como consecuencia del cumplimiento de nuestro deber de creyentes, tal como les sucedió a los primeros cristianos, que tuvieron que padecer la persecución por dar testimonio de su fe. Ellos padecieron la incomprensión siguiendo el ejemplo de Jesús, y también nosotros tenemos que estar dispuestos a afrontar todo lo que implica dar testimonio de nuestra fe. Ahora bien, pensemos cuánto sufren a la larga quienes se pasan la vida engañando, envidiando, haciendo daño, alimentando odios, desarrollando rencores, maquinando venganzas. A este respecto son significativas las palabras de la primera carta de Pedro en

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Mensaje del Domingo – Mayo 18

EL MENSAJE DEL DOMINGO V Domingo de Pascua – Ciclo A Por: Gabriel Jaime Pérez, S.J. En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos: «No pierdan la calma, crean en Dios y crean también en mí. En la casa de mi Padre hay muchas estancias; si no fuera así, ¿les habría dicho que voy a prepararles sitio? Cuando vaya y les prepare sitio, volveré y los llevaré conmigo, para que donde estoy yo, estén también ustedes. Y adonde yo voy, ya saben el camino.» Tomás le dice: «Señor, no sabemos adónde vas, ¿cómo podemos saber el camino?» Jesús le responde: «Yo soy el camino, y la verdad, y la vida. Nadie viene al Padre, sino por mí. Si ustedes me conocen a mí, conocerán también a mi Padre. Ahora ya lo conocen y lo han visto.» Felipe le dice: «Señor, muéstranos al Padre y nos basta.» Jesús le replica: -«Hace tanto que estoy con ustedes, ¿y no me conoces, Felipe? Quien me ha visto a mí ha visto al Padre. ¿Cómo dices tú: “Muéstranos al Padre”? ¿No crees que yo estoy en el Padre, y que el Padre está en mí? Lo que yo les digo no lo hablo por cuenta propia. El Padre, que permanece en mí, él mismo hace sus obras. Créanme: yo estoy en el Padre, y el Padre está en mí. Si no, crean a las obras. Les aseguro: el que cree en mí, también él hará las obras que yo hago, y aún mayores. Porque yo me voy al Padre.» (Juan 14, 1-12). Hoy la palabra de Dios nos invita en el Evangelio (Juan 14, 1-12) a no perder la calma en las situaciones difíciles y a renovar nuestra esperanza, confiando en Jesús resucitado como el camino, la verdad y la vida. Las otras lecturas [Hechos 6, 1-7; Salmo 33 (32); 1 Pedro 2, 4-9] nos traen también un mensaje de optimismo a la luz de nuestra fe pascual. 1. “No pierdan la calma” Esta frase que Jesús dirige a sus discípulos durante la cena pascual en la que instituye la Eucaristía, llega hoy hasta nosotros como una invitación a no angustiarnos ni desesperarnos en medio de los problemas que tenemos que afrontar, no sólo en el plano individual o familiar sino también en el social. Es significativo que en varios pasajes de los Evangelios, cuando los discípulos de Jesús están pasando por momentos difíciles, Él los tranquiliza animándolos a confiar en su poder sobre las fuerzas del mal: “no teman”, “no se acobarden”, “levanten la cabeza”, “no pierdan la calma”, “la paz les dejo, la paz les doy”. Sintamos y recibamos en lo más hondo de nuestros corazones este mensaje de invitación a recibir el don de la paz interior que nos comunica el Señor resucitado y que también nosotros, como creyentes en Él, estamos llamados a comunicar a todas las personas con las que nos encontremos en nuestra vida. 2. “En la casa de mi Padre hay muchas habitaciones”   La “casa del Padre” es una sugestiva metáfora que emplea el lenguaje bíblico para hacer referencia al futuro de felicidad eterna que el Señor nos tiene preparado si aceptamos su invitación a vivir de acuerdo con su mandamiento del amor y siguiendo sus enseñanzas. Esa vida plena y feliz en la eternidad es lo que tradicionalmente llamamos el cielo, que no es un lugar físico sino un estado de existencia en una forma de vida nueva distinta de la terrena, no ligada a las condiciones materiales. A ese estado somos llamados todos sin discriminaciones, y esto es precisamente lo que significa la imagen de las múltiples habitaciones de la “casa del Padre”: es una casa en la que podemos caber todos, sin exclusiones ni discriminaciones, y a la que podremos llegar si seguimos el camino que nos conduce a ella. Pero, ¿cuál es ese camino? 3. “Yo soy el camino la verdad y la vida” A la pregunta que le hace el apóstol Tomás -«Señor, no sabemos adónde vas, ¿cómo podemos saber el camino?»-, Jesús responde con una de las frases más recordadas con las que Él se describe a sí mismo: «Yo soy el camino, la verdad y la vida.» La expresión Yo soy empleada por Jesús en el Evangelio de san Juan (Yo soy la luz del mundo, Yo soy el buen pastor, Yo soy la puerta, Yo soy la resurrección y la vida, Yo soy el pan de vida, Yo soy la vid, ustedes los sarmientos, Yo soy el árbol, ustedes las ramas, Yo soy, el que habla contigo -como le dijo a la Samaritana cuando ésta le preguntaba por el Mesías-, o simplemente Yo soy -como se identificó a sí mismo ante quienes se disponían a apresarlo en el huerto de Getsemaní-), es una referencia directa al nombre con el cual se le había revelado Dios a Moisés: Yahvé, que eh hebreo significa Yo soy. – Jesucristo se nos presenta como el camino. Su ejemplo es el sendero que conduce a la felicidad eterna. Pero entonces, ¿quienes no lo conocen no pueden ser felices? ¿Para quienes son de otras religiones o no profesan ningún credo religioso, es imposible la felicidad? La respuesta la da el propio Jesús en otro Evangelio cuando, en la parábola del “Juicio Final” (Mateo 25, 31-46), a quienes le pregunten cuándo lo vieron a Él necesitado, les dirá: “todo lo que hicieron por uno de estos hermanos míos más humildes, por mí mismo lo hicieron.” Por tanto, seguir a Jesús como el camino conducente a la felicidad plena es poner en práctica para con nuestros prójimos el amor compasivo del que Él es ejemplo y que Dios mismo ha puesto como una ley interior en cada conciencia humana, cualquiera que sea su condición o situación con respecto a lo religioso. – Jesucristo se nos presenta como la verdad. Él es la revelación plena de un Dios que no miente -como muchos políticos-, sino que cumple sus promesas de salvación, y a quien precisamente por

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