Colegio San José Barranquilla

El mensaje del domingo

El Mensaje Del Domingo 22 de Febrero

I Domingo de Cuaresma– Ciclo B Por: Gabriel Jaime Pérez, S.J. En aquel tiempo el Espíritu impulsó a Jesús hacia el desierto. Allí estuvo cuarenta días, viviendo entre las fieras y siendo tentado por Satanás, y los ángeles le servían. Y después de haber sido Juan llevado a la cárcel, Jesús fue a Galilea a anunciar la buena noticia de parte de Dios. Decía: “Ya se cumplió el plazo señalado, el Reino de Dios está cerca. Conviértanse y crean en el Evangelio” (Marcos 1, 12-15). Desde el “miércoles de ceniza”, con la señal de la santa cruz marcada sobre nuestra frente y con la frase “conviértete y cree en el Evangelio”, hemos sido exhortados a reorientarnos hacia Dios y renovar nuestra fe en su buena noticia de salvación. El Evangelio de hoy termina con la misma exhortación, y las tres lecturas bíblicas nos plantean tres temas de reflexión íntimamente relacionados entre sí: La alianza del Creador con la humanidad (Génesis 9, 8-15). Las tentaciones que enfrentó Jesús para enseñarnos a vencerlas (Marcos 1, 12-13). La renovación de la gracia que hemos recibido en el bautismo (1 Pedro 3, 18-22). 1.- Dios quiere establecer una alianza con la humanidad Los relatos de los primeros nueve capítulos del libro del Génesis, desde la creación del universo y del ser humano, pasando por el “pecado original” y sus consecuencias inmediatas, hasta el diluvio del cual fueron salvados Noé con su familia y un resto de las demás criaturas, son narraciones que nos muestran a un Dios compasivo que no quiere la destrucción del ser humano sino su renovación. Para ello establece con Noé y sus descendientes -es decir, con toda la humanidad- un pacto cuyo signo es el arco iris. Más adelante en el mismo libro del Génesis, Dios mismo insistirá en su voluntad inquebrantable de alianza con el ser humano al revelarse a los patriarcas Abraham, Isaac y Jacob, y en los libros del Éxodo y del Deuteronomio al manifestársele al pueblo de Israel por medio de Moisés y con la promulgación de los diez mandamientos. Posteriormente, a través de los profetas, el Señor recordará a su pueblo el sentido de esa alianza que Él quiere mantener, buscando siempre caminos para el logro de una plena reconciliación de sus criaturas con Él y entre ellas. Así deberíamos también actuar nosotros: nunca darnos por vencidos en la búsqueda de una sociedad reconciliada, en la que se respete la vida y sepamos todos convivir como hermanos, hijos de un mismo Creador. 2.- Jesús es sometido a la tentación para enseñarnos a vencer las fuerzas del mal Después de ser proclamado como el “Hijo amado” de Dios en el bautismo recibido de Juan, y luego del encarcelamiento de éste por orden del rey Herodes, encontramos a Jesús en el desierto de Judea, dedicado a un retiro espiritual de cuarenta días. Este número, de donde se deriva el nombre de la “cuaresma”, que es el tiempo litúrgico iniciado el miércoles de ceniza, evoca los cuarenta años de la duración del diluvio según el libro del Génesis (7, 17), como también los cuarenta días que estuvo Moisés en el monte Sinaí comunicándose con Dios (Éxodo 24, 18), los cuarenta años que duró la peregrinación del pueblo hebreo por el desierto hacia la tierra prometida (Éxodo y Deuteronomio), y los cuarenta días de camino del profeta Elías por el mismo desierto hacia el monte Horeb -otro nombre del Sinaí- para encontrarse con Dios (1 Reyes 19, 8-14). Los tres evangelistas que narran tanto el bautismo de Jesús como su retiro al desierto, (Marcos, Mateo y Lucas) indican que Jesús fue al desierto impulsado por el Espíritu. Lucas agrega el adjetivo “Santo”. Fue un retiro motivado por el aliento vital de Dios, al que luego reconocería la Iglesia como la tercera persona de la Santísima Trinidad. Y es precisamente con el poder del mismo Espíritu Santo como Jesús vence la tentación que proviene de “Satanás”, palabra que significa “el adversario” y con la que es denominado en los Evangelios el poder del mal que se opone al Reino de Dios y pretende destruirlo. El relato de Marcos es el más breve. No precisa cómo fue tentado Jesús -como sí lo hacen Mateo y Lucas narrando tres tipos de tentación-, pero incluye un detalle significativo: estuvo “viviendo entre las fieras”. Así presenta a Jesús como un nuevo Adán, capaz de triunfar sobre la tentación original: la del egoísmo que lleva al ser humano a dejar de reconocerse como criatura para pretender “ser como Dios”. También nosotros, especialmente en este tiempo de la Cuaresma, somos invitados a dejarnos mover por el Espíritu Santo hacia espacios de “desierto”, es decir, de silencio interior y desapego de todo cuanto nos impide comunicarnos con Dios, con el fin de hacer una revisión a fondo de nuestras vidas y recibir la fuerza divina requerida para resistir y vencer las tentaciones, y orientar nuestra vida hacia Él.  3.- Dispongámonos a ser renovados con la gracia de Dios recibida en el bautismo  Jesús proclamó la cercanía del Reino de Dios, es decir, del poder del Amor, disponible para nosotros si nos dejamos impulsar por el Espíritu Santo. Es Cristo mismo, quien “murió por nuestros pecados una vez para siempre (…) para conducirnos a Dios” como dice la primera carta de Pedro en la segunda lectura, el que con la misma paciencia que Dios siempre ha tenido “desde los tiempos de Noé” para ofrecer a toda la humanidad su misericordia infinita, nos invita a reconocer nuestra necesidad de salvación. Expresemos, pues, nuestra sincera voluntad de conversión dándole un sentido auténtico a la Cuaresma. Y dispongámonos a ser renovados con la gracia de Dios recibida en el bautismo mediante el al sacramento de la Reconciliación, revisando en qué tenemos que cambiar para reorientar nuestra existencia al cumplimiento de la voluntad de Dios (hágase tu voluntad así en la tierra como en el cielo), implorando su misericordia con la intención de ser también nosotros compasivos con los demás (perdona nuestras ofensas como también

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El Mensaje Del Domingo 15 de Febrero

VI Domingo del Tiempo Ordinario – Ciclo B Por: Gabriel Jaime Pérez, S.J. En aquel tiempo un leproso se acercó a Jesús, y poniéndose de rodillas le dijo: “Si quieres, puedes limpiarme”. Jesús tuvo compasión de él; lo tocó con la mano y dijo: “Quiero. ¡Queda limpio!” Al momento se le quitó la lepra al enfermo y quedó limpio. Jesús lo despidió en seguida, y le recomendó mucho: “Mira, no se lo digas a nadie; solamente ve y preséntate al sacerdote y lleva por tu purificación la ofrenda que ordenó Moisés, para que conste ante los sacerdotes”. Pero el hombre se fue y comenzó a contar a todos lo que había pasado. Por eso Jesús ya no podía entrar abiertamente en ningún pueblo, sino que se quedaba fuera, en lugares donde no había gente; pero de todas partes acudían a verlo. (Marcos 1, 40-45). Los Evangelios narran los milagros de Jesús para indicar que en Él se hace presente el Reino de Dios, es decir, el poder del Amor infinito que sana y renueva a toda persona que cree y se deja transformar por su acción salvadora, encarnando a un Dios compasivo e invitándonos con su ejemplo a tener sus mismos sentimientos. Veamos lo que nos enseña hoy el relato de la curación de leproso, teniendo en cuenta también las otras lecturas. [Levítico 13, 1-2.44-46; Salmo 32 (31); 1 Corintios 10, 31 – 11,1]. 1.- Jesús se opone a la marginación social de los seres humanos   La enfermedad en general, tanto en el Antiguo Testamento como en la época de la vida terrena de Jesús, era considerada como una consecuencia del pecado de quien la sufría, o de sus padres, o de sus antepasados. Pero había entre todas una enfermedad específica que se concebía como la peor: la lepra. El Levítico, nombre derivado de Leví, uno de los doce hijos del patriarca Jacob y que dio origen a los “levitas”, dedicados al culto religioso y al servicio del templo, es uno de los cinco libros que componen la “Torá”, término hebreo que designa al conjunto de los textos sagrados referentes a la “Ley”. Este libro, atribuido a Moisés pero escrito en realidad unos siete siglos después de él, en el V antes de Cristo, y que pertenece a la tradición bíblica llamada “sacerdotal”, contiene en sus capítulos 13 y 14 unas prescripciones que expresan el rechazo que causaba la lepra en la antigüedad y la marginación a la que eran sometidos quienes la padecían, debido a una concepción cultural que, además del temor al contagio, asociaba esa enfermedad con el pecado. Por eso, para entender ciertos pasajes como el de la primera lectura de hoy, es importante tener en cuenta que en la Biblia, si comparamos los textos del Antiguo Testamento con los del Nuevo, se refleja una evolución en la forma de entender las situaciones humanas, con respecto a las cuales Jesús muestra una actitud totalmente distinta de la tradicional hacia quienes, por una enfermedad como la lepra -que era algo así como el sida de aquel tiempo-, eran rechazados y excluidos de la sociedad.  2.- Jesús revela la cercanía y la acción compasiva de Dios en favor de los excluidos Una de las características del comportamiento de Jesús es su disposición constante a acercarse y acoger a quienes eran rechazados por los que se creían “puros” y se apartaban de los enfermos para así permanecer supuestamente “incontaminados”. Jesús, al contrario de éstos, se acerca a todos los que sufren, cualquiera que sea su condición. En el relato que nos trae hoy el Evangelio podemos apreciar precisamente cómo Jesús deja que el leproso se le acerque. Esta forma de actuar era inconcebible para sus contemporáneos, sobre todo para quienes se preciaban de seguir a la letra las prescripciones rituales: los sacerdotes y demás ministros del antiguo culto religioso hebreo, como también los “doctores de la Ley”. Pero no sólo deja que se le acerque y le diga “si quieres puedes limpiarme” -un acto humilde de fe en el poder sanador de Jesús-, sino, además, sintiendo compasión, extendió la mano y lo tocó diciendo: “quiero, queda limpio”, manifestando así que la cercanía sanadora de Dios es un hecho palpable y transformador para toda persona que reconoce su necesidad de ser liberada del mal. Es más: al tocar al leproso, Jesús estaba contraviniendo la norma que mandaba no tener contacto con quienes padecían la lepra, y con este gesto indica hasta dónde llega la misericordia divina: hasta pasar por encima de los ritos tradicionales para sanar al que sufre y reincorporarlo a la vida social. 3.- Jesús no quiere que se confunda su misión con la de un milagrero explotador Marcos es el que más insiste en lo que los estudiosos de los textos evangélicos llaman “el secreto mesiánico”, consistente en la orden que Jesús les daba, a las personas que había curado, de no divulgar sus milagros (“No se lo digas a nadie”, le ordena a quien ha sido sanado de la lepra). Con esta prohibición, trataba de evitar que sus hechos fueran malinterpretados en el sentido de un falso mesianismo, totalmente opuesto a la forma en la que Él entendía su misión. Sin embargo, quienes eran sanados no se aguantaban las ganas de proclamar lo que Él había hecho en su favor, de tal modo que, como cuenta el Evangelio, Jesús ya no podía entrar abiertamente en ningún pueblo, sino que se quedaba fuera, en lugares solitarios. Lo que quiere mostrar el evangelista es que Jesús no quería ser confundido con un curandero mágico como tantos que explotan a la gente con fines de lucro personal. El relato de la curación del leproso es una muestra de hasta dónde llega la compasión del Dios revelado en Jesús: hasta compartir Él mismo la suerte de los marginados. ¿Cuál es nuestra actitud con respecto a los que sufren? Hay situaciones que pueden ser resultado de comportamientos de los cuales son responsables quienes las padecen, pero también puede haber otras causas, y de

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El Mensaje Del Domingo 8 de Febrero

V Domingo del Tiempo Ordinario – Ciclo B Por: Gabriel Jaime Pérez, S.J. Al salir de la sinagoga de Cafarnaúm, Jesús fue con Santiago y Juan a casa de Simón y Andrés. La suegra de Simón estaba en cama, con fiebre. Se lo dijeron a Jesús, y él se acercó, y tomándola de la mano la levantó; al momento se le quitó la fiebre y comenzó a atenderlos. Al anochecer, cuando ya se había puesto el sol, llevaron todos los enfermos y endemoniados a Jesús, y el pueblo entero se reunió a la puerta. Jesús sanó de toda clase de enfermedades a mucha gente, y expulsó a muchos demonios; pero no dejaba que los demonios hablaran, porque ellos lo conocían. De madrugada, cuando todavía estaba oscuro, Jesús se levantó y salió de la ciudad para ir a orar a un lugar solitario. Simón y sus compañeros fueron en busca de Jesús, y cuando lo encontraron le dijeron: Todos te están buscando. Pero él les contestó: Vamos a los otros lugares cercanos; también allí debo anunciar el mensaje, porque para esto he salido. Así que Jesús andaba por toda Galilea, anunciando el mensaje en las sinagogas de cada lugar y expulsando a los demonios. (Marcos 1, 29-39). Hoy el Evangelio nos describe lo que en términos periodísticos podría llamarse “Un día en la vida de…”. Se trata de la Jornada de Cafarnaúm, que destaca varios aspectos de la vida cotidiana de Jesús. Veámoslos en el orden correspondiente al transcurso de un día y tratemos de aplicarlos a nuestra propia vida, teniendo en cuenta también los demás textos bíblicos de este domingo [Job 7, 1-7; Salmo 147 (146); 1 Corintios 9, 16-23]. 1.- La oración diaria “Se levantó de madrugada, fue al descampado y allí se puso a orar”. La jornada de Jesús comienza con la oración, lejos del bullicio. Él sabe que, para atender eficazmente a quienes necesitan de Él, debe ponerse en comunicación con Dios Padre y alimentar su naturaleza humana con la fuerza del Espíritu Santo, de modo que esta energía divina actúe con un poder sanador y transformador a través de sus hechos y palabras. Los evangelios nos presentan a Jesús para que sigamos su ejemplo. ¿Cómo empieza nuestra jornada? Necesitamos espacios de silencio interior para escuchar lo que Dios nos dice a través de su Palabra y de los acontecimientos cotidianos, reflexionar sobre nuestros logros, dificultades y proyectos, darle gracias por los dones recibidos, pedirle perdón por nuestras ofensas de pensamiento, palabra, obra y omisión (Jesús pedía perdón por las de toda la humanidad, pues en Él no había pecado), poner nuestros problemas en sus manos y pedirle que nos dé la energía necesaria para afrontarlos y para que nuestra vida sea productiva en orden a su mayor gloria, que es el bien de todas las personas. Por eso es importante que dediquemos un rato diario -15 minutos, media hora o más- a la comunicación personal a solas con Dios. 2.- La comunicación de la Buena Noticia “Recorría toda la región de Galilea, predicando en las sinagogas”. El Evangelio nos presenta a Jesús predicando y enseñando incansablemente, aprovechando todas las oportunidades que se le ofrecen para comunicar la “Buena Noticia”, el mensaje de salvación que Dios Padre le ha encomendado anunciar.  Por eso no se contenta con hablarles a unos pocos, sino que su vida es un constante andar por donde viven tanto judíos como paganos, invitando a todos a recibir esa buena nueva que Él mismo encarna: la del Dios-con-nosotros, cercano, amigo, bondadoso, compasivo. En la segunda lectura el apóstol san Pablo dice que él tiene la misión ineludible de predicar la Buena Nueva de Jesucristo: “Ay de mí si no anuncio el Evangelio”. También nosotros estamos llamados a proclamar la buena noticia en las situaciones concretas de nuestra vida. Para ello no tenemos que andar echando cháchara o “carreta” -como suele decirse en el argot popular-, sino expresar con la frase oportuna o el gesto constructivo aquello que pueda llenar de alegría, esperanza y optimismo a las personas con las que nos encontramos, especialmente las más necesitadas. 3.- La acción sanadora Los milagros de curación realizados por Jesús tienen por objeto mostrar que en Él se hace presente el Reino de Dios, es decir, el poder del Amor infinito que es Él mismo: un poder sanador, no sólo de las dolencias físicas sino también de las psíquicas y espirituales. Esto es lo que significa la frase con la que el evangelista resume los hechos maravillosos -“milagros”- de Jesús: “Curó a muchos enfermos de diversos males y expulsó muchos demonios”. La primera lectura de hoy, tomada del libro de Job en el Antiguo Testamento, expresa en boca del propio protagonista la realidad del sufrimiento provocado por la enfermedad, incomprensible para la razón humana cuando le sobreviene al hombre justo, y que por lo mismo sólo puede ser aceptada y asumida desde la fe. Jesús es consciente de esta realidad que viven tantos seres humanos, y con su acercamiento a los enfermos muestra que en Él se revela un Dios capaz de compasión, es decir, de con-dolerse de los que sufren, el mismo que es reconocido en el Salmo 147 (146) como Aquél que “sana los corazones destrozados”. Para Jesús el encuentro con los que sufren es la ocasión no sólo de hablarles, sino también de realizar hechos concretos en su beneficio. Por eso el apóstol Pedro, cuya predicación refleja el Evangelio de Marcos, y cuya suegra fue curada por Jesús tal como lo relata este mismo evangelista, diría en uno de sus discursos consignados en el libro de los Hechos de los Apóstoles: “Jesús pasó haciendo el bien y sanando a todos los que sufrían bajo el poder del diablo; y esto pudo hacerlo porque Dios estaba con él” (Hechos 10, 37-38). El poder del diablo es, en el lenguaje bíblico, la fuerza del mal de la que sólo Dios puede liberarnos. ¿Y nosotros? ¿Nos contentamos sólo con hablar, o a ejemplo de Jesús nos esforzamos por

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El Mensaje Del Domingo 1 de Febrero

IV Domingo del Tiempo Ordinario – Ciclo B Por: Gabriel Jaime Pérez, S.J. En aquel tiempo Jesús y sus discípulos llegaron a Cafarnaúm, y el sábado Jesús entró en la sinagoga y comenzó a enseñar. La gente se admiraba de cómo les enseñaba, porque lo hacía con plena autoridad y no como los maestros de la ley. En la sinagoga había un hombre que tenía un espíritu impuro, el cual gritó: “¿Por qué te metes con nosotros, Jesús de Nazaret? ¿Has venido a destruirnos? Yo te conozco, y sé que eres el Santo de Dios.” Jesús reprendió a aquel espíritu, diciéndole: “¡Cállate y deja a este hombre!” El espíritu impuro hizo que al hombre le diera un ataque, y gritando con gran fuerza salió de él. Todos se asustaron, y se preguntaban unos a otros: “¿Qué es esto? ¡Enseña de una manera nueva, y con plena autoridad! ¡Incluso a los espíritus impuros da órdenes, y lo obedecen!” Y muy pronto la fama de Jesús se extendió por toda la región de Galilea (Marcos 1, 21-28). Hoy el Evangelio nos presenta a Jesús enseñando en la sinagoga de Cafarnaúm y ejerciendo su autoridad sobre las fuerzas del mal. Tratemos de descubrir el sentido de este relato y el de las otras lecturas [Deuteronomio 18, 15-29; Salmo 95 (94); 1 Corintios 7, 32-36]. 1.- Jesús enseña y obra “con autoridad” La gente empieza a ver y oír a Jesús en Cafarnaúm, centro de la industria pesquera de la región de Galilea. Allí, en la sinagoga, el lugar donde se reúnen los judíos para orar, escuchar las sagradas escrituras y ser instruidos en ellas, lo primero que les llama la atención a sus oyentes es que aquel galileo proveniente de Nazaret no les habla como los otros maestros o doctores de la Ley, que se referían a lo que estaba escrito, pero no eran creíbles porque su vida no era coherente con lo que enseñaban, y utilizaban el discurso religioso para su propio provecho, sin importarles de verdad los problemas de la gente. Jesús, en cambio, enseña una doctrina nueva que invita a reconocer a un Dios cercano siempre dispuesto a sanarnos, librándonos de las fuerzas del mal que nos rodean y que pretenden apoderarse de nuestra existencia. Y lo que predica lo aplica en su forma de obrar, mostrando que en Él mismo se hace presente la acción salvadora de Dios. Este es el sentido del relato del milagro obrado por Jesús en la sinagoga de Cafarnaum. El término “espíritu impuro”, que corresponde a los llamados “demonios”, considerados como fuerzas malignas, podemos entenderlo hoy como una forma de denominar la energía negativa opuesta a Dios, contraria a su mensaje de liberación. Al sanar a aquel hombre dominado por esa energía negativa, Jesús muestra que tiene el poder de vencer el mal que nosotros no podemos controlar por nuestras propias fuerzas. También los “demonios” hacen referencia a la oposición que las enseñanzas de Jesús suscitaban entre los doctores de la Ley, que veían amenazadas sus pretensiones de poder por aquél nazareno que atraía a las gentes sencillas con su predicación novedosa, amable y liberadora. 2.- Dios había anunciado que suscitaría un profeta La primera lectura evoca la promesa hecha por Dios a Moisés 12 siglos antes de Cristo: “Suscitaré un profeta de entre tus hermanos, como tú.” Profeta es en el lenguaje bíblico el que habla en nombre de Dios, y Moisés había sido escogido por Dios para que le hablara al pueblo de Israel, comunicándole que Él lo liberaría de la esclavitud que padecía en Egipto para que se pusiera en camino hacia una tierra prometida. Esta liberación y esta apertura hacia un nuevo porvenir fueron una prefiguración de lo que iba a suceder con la predicación y la acción salvadora de Jesús, el Profeta por excelencia que como tal hablaría en nombre de Dios, siendo Él mismo su presencia personal en la historia humana. Esto mismo es lo que reconocen en Jesús las gentes sencillas desde el inicio de su predicación, y lo que la primera lectura y el Evangelio de hoy nos invitan a reconocer. 3.- El sentido del celibato para servir a Dios y a la comunidad El texto de la primera carta de san Pablo a los Corintios que nos trae hoy la segunda lectura nos invita a reflexionar sobre el sentido del celibato, es decir, del estado de quien renuncia a la vida conyugal para entregarse totalmente al servicio de Dios y de la comunidad. Esto no quiere decir que haya que despreciar el matrimonio, pues también en él se puede vivir de acuerdo con la voluntad de Dios, y el propio Pablo tiene en sus cartas pasajes preciosos en los que exalta el valor de la unión conyugal. Pero, de acuerdo con lo que Jesús había predicado, el apóstol reconoce el valor que tiene la entrega a Dios en el estado célibe como una forma específica y valiosa de seguir a Cristo para estar plenamente disponible al servicio del Reino de Dios. Desafortunadamente este estado no siempre es vivido con coherencia, y a veces, en lugar de ser testimonio de servicio, se convierte en un escándalo cuando el sacerdote, el religioso o la religiosa, se comportan en contravía de lo que debería ser una verdadera entrega al Señor. Sin embargo, de ello no se deduce que haya que abolir el celibato como una opción de vida. Este estado sigue siendo válido y valioso, siempre y cuando implique un auténtico testimonio del Reino de Dios, como afortunadamente lo podemos encontrar en muchas personas que lo viven con alegría y en forma constructiva, sin frustraciones ni desviaciones, siguiendo precisamente a Jesús, que nos dio el ejemplo de una vida célibe totalmente entregada al servicio de los demás. Conclusión A la luz del mensaje que nos trae hoy la Palabra de Dios, pongamos en práctica lo que dice el Salmo 95 (94): “Ojalá escuchen la voz del Señor, no endurezcan su corazón”. Y al reconocer a Jesús como nuestro

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El Mensaje Del Domingo 25 de Enero

III Domingo del Tiempo Ordinario – Ciclo B Por: Gabriel Jaime Pérez, S.J. En aquel tiempo, después de que metieron a Juan en la cárcel, Jesús fue a Galilea a anunciar las buenas noticias de parte de Dios. Decía: “Ya se cumplió el plazo señalado, y el reino de Dios está cerca. Vuélvanse a Dios y acepten con fe sus buenas noticias.” Jesús pasaba por la orilla del Lago de Galilea, cuando vio a Simón y a su hermano Andrés. Eran pescadores, y estaban echando la red al agua. Les dijo Jesús: Síganme, y yo haré que ustedes sean pescadores de hombres. Al momento dejaron sus redes y se fueron con él. Poco más adelante, Jesús vio a Santiago y a su hermano Juan, hijos de Zebedeo, que estaban en una barca arreglando las redes. En seguida los llamó, y ellos dejaron a su padre Zebedeo en la barca con sus ayudantes, y se fueron con Jesús.(Marcos 1, 14-20). El Evangelio según san Marcos, que fue el primero en escribirse de los cuatro que contiene el Nuevo Testamento y del cual se toman la mayoría de las lecturas evangélicas dominicales de todo este año litúrgico, nos presenta hoy el comienzo de la predicación de Jesús. Las otras lecturas bíblicas [Jonás 3, 1.5-10; Salmo 25 (24), 1 Corintios 7, 29-31] nos pueden ayudar a complementar nuestra reflexión sobre el sentido del mensaje central de este domingo: la Buena Noticia que proclama Jesús, consistente en la llegada y cercanía del Reino de Dios, para cuyo establecimiento y desarrollo llama como colaboradores a sus primeros discípulos. 1.- “Se ha cumplido el plazo, el Reino de Dios está cerca” Esta es la primera frase que pronuncia Jesús al iniciar su predicación, según nos cuenta el Evangelio. Dios había prometido a través de los profetas del Antiguo Testamento que vendría un “Mesías” (término proveniente del hebreo que corresponde al del griego “Cristo” y significa “Ungido”), un hombre consagrado por Él para establecer su reinado en la tierra, es decir, para hacer presente en medio de la humanidad el poder de su amor, un amor capaz de liberarnos de la injusticia y de todas las demás formas de violencia si lo acogemos con fe y nos alineamos con su proyecto de construcción de una nueva forma de relacionarnos los unos con los otros, como hermanos, porque somos todos hijos del mismo Creador.. Lo que Jesús proclama es que el tiempo de la realización de aquellas profecías ya ha llegado con Él mismo, lo cual es una buena nueva, una buena noticia, que es lo que significa el término “evangelio” proveniente del griego, la lengua en que se escribieron los textos del Nuevo Testamento. Pero, además, hay un detalle: Jesús proclama y revela, no sólo con su discurso sino con su forma de actuar, a un Dios que está cerca, que ha querido llegar hasta nosotros, un Dios próximo, muy diferente del distante y lejano que concebían las filosofías y religiones paganas. En Jesús llega a su plenitud la manifestación personal del mismo Dios que doce siglos atrás se había revelado a Moisés para decirle que había “bajado” a liberar a su pueblo de la esclavitud (Éxodo 3, 7-8; 13-15), y que en el siglo VIII a. C. había sido anunciado como el Emmanuel o “Dios-con-nosotros” (Isaías 7, 14).   2.- “Conviértanse y crean en el Evangelio” Inmediatamente después de la proclamación de la cercanía y llegada del Reino de Dios, Jesús invita a sus oyentes a la conversión y a la fe en la Buena Noticia. Hay un contraste muy claro entre el contenido de la predicación de Jonás en el Antiguo Testamento, que se nos presenta en la primera lectura de este domingo, y la predicación de Jesús. Jonás profiere una amenaza de destrucción, Jesús proclama una noticia alegre y constructiva. Si bien el Dios que se manifiesta en el relato de la predicación de Jonás en la capital del reino de Asiria, al norte de Israel, es un Dios compasivo que “se arrepintió de la catástrofe con que había amenazado a Nínive y no la ejecutó”, el Dios revelado por Jesús -que es el mismo del relato del libro de Jonás- ya no se presenta bajo el signo de la amenaza, sino invitando a colaborar con Él en la construcción de su Reino. Se trata de una invitación dirigida también a nosotros para que cambiemos las actitudes egoístas por una nueva forma de vida en la que le abramos libremente a Dios, en nuestra existencia personal y en nuestro entorno social, el espacio necesario para que el poder de su amor actúe constructivamente en nosotros y en nuestra sociedad. 3.- Les dijo: “Vengan conmigo”… Inmediatamente dejaron las redes y le siguieron El domingo pasado el Evangelio según san Juan nos presentaba el relato del inicio de la vocación los tres primeros discípulos de Jesús: Juan, Andrés y Simón Pedro. El Evangelio según san Marcos nos cuenta hoy la definición del llamamiento que el propio Jesús les hizo a los mismos tres primeros y otro más: Santiago, el hermano de Juan. La definición del llamamiento es clara y directa: “Vengan conmigo”. Pero no es una orden, es una invitación, una propuesta. Y aquellos pescadores fueron de tal modo atraídos por la invitación que Jesús les hizo, que “inmediatamente dejaron las redes y lo siguieron”. También nosotros, cada cual en sus circunstancias concretas, somos invitados por el Señor -y esa invitación puede estar repitiéndose aquí y ahora- a seguirlo de determinada manera, en un estado de vida específico para contribuir al establecimiento del Reino de Dios en el entorno social concreto en el que nos corresponde vivir. Para que ese seguimiento sea una realidad, tenemos que “dejar las redes”, como lo hicieron los primeros discípulos de Jesús, es decir, deshacernos de todo cuanto nos “en-reda” y por lo mismo nos impide emprender el camino que Dios nos indica. “La vida es corta” y “este mundo es pasajero”, dice n la segunda lectura el apóstol san Pablo

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El Mensaje Del Domingo 18 de Enero

II Domingo del Tiempo Ordinario – Ciclo B Por: Gabriel Jaime Pérez, S.J. El día siguiente después del Bautismo de Jesús, Juan Bautista estaba junto al río Jordán con dos de sus seguidores. Cuando vio pasar a Jesús, Juan dijo: “¡Miren, ese es el Cordero de Dios!” Los dos seguidores de Juan lo oyeron decir esto, y siguieron a Jesús. Jesús se volvió, y al ver que lo seguían les preguntó: “¿Qué están buscando?” Ellos dijeron: “Maestro, ¿dónde vives?” Jesús les contestó: “Vengan a verlo”. Fueron, pues, y vieron dónde vivía, y pasaron con él el resto del día, porque ya eran como las cuatro de la tarde. Uno de los dos que oyeron a Juan y siguieron a Jesús, era Andrés, hermano de Simón Pedro. Al primero que Andrés se encontró fue a su hermano Simón, y le dijo: “Hemos encontrado al Mesías (que significa Cristo)”. Luego Andrés llevó a Simón a donde estaba Jesús; cuando Jesús lo vio, le dijo: “Tú eres Simón, hijo de Juan, pero tu nombre será Cefas (que significa Pedro)”.(Juan 1, 35-42). En este II Domingo del Tiempo Ordinario de la liturgia y que comenzó hace una semana con la fiesta del Bautismo del Señor, las lecturas [1 Samuel 3,3-19; Salmo 40 (39); 1 Corintios 6,13-20; Juan 1,35-42] se centran en el tema de la vocación o el llamamiento que Dios nos hace para que lo escuchemos, lo sigamos y hagamos su voluntad.    1.- “Habla Señor, que tu siervo escucha” La “vocación” consiste en un llamamiento de Dios a cada persona para que cumpla una misión en su vida. Toda persona es llamada por el Señor para realizar una tarea y así darle sentido a su existencia. La primera lectura nos presenta la vocación de Samuel. “Sem-El” en hebreo significa “en nombre de Dios” (cfr. nota de la Biblia de Jerusalén a 1 Samuel 1, 20). Su misión iba a ser la de hablar como profeta en nombre de Dios y gobernar al pueblo de Israel, también en nombre de Dios. Fue el último de los jueces o jefes suscitados por Dios antes de la institución de la monarquía en Israel, y en dos libros bíblicos (I y II de Samuel) se evoca el servicio que prestó a Dios y al pueblo cumpliendo la misión que le fue encomendada. En el relato de la vocación de Samuel se destaca una frase: “Habla Señor, que tu siervo escucha”. Con ella le dijo el sacerdote Elí a Samuel, quien todavía era un niño, que manifestara su disposición a recibir el llamamiento de Dios. Hagamos nuestra esta misma frase, disponiéndonos así también a oír interiormente la voz de Dios y lo que Él quiere de cada uno de nosotros. 2.- “Este es el Cordero de Dios” – el “Maestro” – “el Mesías” Los dos primeros seguidores o discípulos a los que se refiere el Evangelio -el propio Juan evangelista y Andrés, ambos pescadores de Galilea- oyeron la voz de Dios que les llegó a través de Juan Bautista. Esta misma voz resuena para nosotros en la Eucaristía cuando el celebrante muestra el Santísimo Sacramento inmediatamente antes de la Comunión: “Este es el Cordero de Dios…” Además del título “Cordero de Dios”, alusivo al sacrificio redentor de Jesús con la entrega de su propia vida en la cruz, aparecen en el Evangelio otros dos títulos que identifican su misión: el de “Maestro” (en arameo “Rabí”) y el de “Mesías” (que en hebreo significa lo mismo que “Cristo”, término proveniente del griego: ungido). Juan y Andrés, al responder a la pregunta de Jesús -“¿Qué están buscando?”-, lo llaman “Maestro”, expresando así su disposición a ser enseñados y orientados por Él. Poco después, Andrés le dice a su hermano Simón: “hemos encontrado al Mesías”, evocando con este título las profecías que habían anunciado a un descendiente del rey David ungido por Dios para salvar a la humanidad. Aquellos primeros discípulos comenzaron entonces a conocer quién era Jesús, aunque este conocimiento sólo llegaría a perfeccionarse después de su muerte y resurrección, gracias al Espíritu Santo que los iba a iluminar para entender, desde la fe, el sentido completo de la vida de aquél a quien habían empezado a seguir”. También nosotros somos invitados a conocer a Jesús, a descubrir el sentido que Él tiene para cada uno de nosotros en nuestra propia existencia y a vivir de acuerdo con este conocimiento. En esto consiste precisamente nuestra vocación cristiana, el llamamiento que Dios nos hace para que sigamos a Jesús, y que se concreta en la misión específica que Dios le asigna a cada cual, como la que le dio a Simón, significada en el nuevo nombre que le puso el Señor: la de ser la piedra o roca que cimentaría su Iglesia. 3.- “Aquí estoy Señor, para hacer tu voluntad” Esta frase del Salmo 40 es aplicada por la Iglesia a nuestro Señor Jesucristo, el Hijo de Dios -como fue proclamado en el momento de su Bautismo- quien por el misterio de la Encarnación es Dios hecho hombre precisamente para cumplir la misión que su Padre le encomendó. Toda la vida terrena de Jesús puede resumirse en esta frase: “Aquí estoy Señor, para hacer tu voluntad”. Él mismo dijo: “No he venido a hacer mi propia voluntad, sino la voluntad de mi Padre que me envió” (Juan 6, 38). En el Padrenuestro, la oración que Jesús nos enseñó, hay una petición –Hágase tu voluntad así en la tierra como en el cielo– que suele entenderse mal en el sentido de una resignación fatalista a todo lo que pase o de un conformismo con el orden establecido sin actitudes críticas, porque se supone que “es la voluntad de Dios”. No es éste el verdadero sentido de la petición, sino el de una disposición a orientar cada cual su propia vida en coherencia con el plan salvador de Dios que coincide con el establecimiento de su Reino: un Reino de justicia, de amor y de paz. Éste es el Reino al que se refiere la

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El Mensaje Del Domingo 14 de Diciembre

III Domingo de Adviento – Ciclo B Por: Gabriel Jaime Pérez, S.J.   Hubo un hombre llamado Juan, a quien Dios envió como testigo para que diera testimonio de la luz y todos creyeran por lo que él decía. Juan no era la luz, sino enviado a dar testimonio de la luz. Este es el testimonio de Juan, cuando las autoridades judíasenviaron desde Jerusalén sacerdotes y levitas a preguntarle a Juan quién era él. Y él confesó claramente: “Yo no soy el Mesías”. Le volvieron a preguntar: “¿Quién eres, pues? ¿El profeta Elías?”Juan dijo: “No lo soy”. Ellos insistieron: “Entonces, ¿eres el profeta que ha de venir?”Contestó: “No”. Le dijeron: “¿Quién eres, pues? Tenemos que llevar una respuesta a los que nos enviaron. ¿Qué nos puedes decir de ti mismo?” Juan les contestó: “Yo soy una voz que grita en el desierto: ‘Abran un camino derecho para el Señor’, tal como dijo el profeta Isaías”.Los que fueron enviados por los fariseos a hablar con Juan, le preguntaron: “Pues si no eres el Mesías, ni Elías ni el profeta, ¿por qué bautizas?” Juan les contestó: “Yo bautizo con agua; pero entre ustedes hay uno a quien no conocen, que viene después de mí. Yo ni siquiera merezco desatarle la correa de sus sandalias.Todo esto sucedió en el lugar llamado Betania,al otro lado del río Jordán, donde Juan estaba bautizando (Juan 1, 6-8.19-28). En los textos bíblicos de este domingo [Isaías 61, 1-2.10-11; Alabanza de María (Lucas 1, 46-54);1 Tesalonicenses 5,16-24; Juan 1, 6-8.19-28] encontramos una triple invitación: a estar siempre alegres, a reconocer al Señor que viene a nosotros y a disponernos para el encuentro definitivo con Él. Preguntémonos cómo podemos responder en este tiempo del Adviento, cuando nos acercamos a la Navidad. 1.- Una invitación a estar siempre alegres en Dios, nuestro salvador La profecía del libro de Isaías en el siglo VI antes de Cristo, el canto de María Santísima -que se recita como salmo responsorial- y la primera carta de san Pablo escrita a los cristianos de Tesalónica en Grecia, hacen énfasis en la alegría como característica de la fe y la esperanza en Dios.  Desbordo de gozo y alegría en el Señor, dice el profeta; se alegra mi espíritu en Dios, mi Salvador, exclama María; vivan siempre alegres, escribe Pablo, quien asimismo les haría después una exhortación similar a los cristianos de Filipos en Macedonia: “estén siempre alegres en el Señor, les repito, estén alegres” (Filipenses 4, 4-5). Diciembre es un mes de alegría. Pero ¿qué clase de alegría? Para muchos, las fiestas navideñas consisten en el consumo desbocado de licor, las comilonas, la bulla. Pero ahí no está la verdadera alegría, es un gozo aparente y vacío debido a la ausencia de los valores espirituales. La alegría auténtica es aquella que surge del descubrimiento de la presencia salvadora del Señor en nuestra vida cuando acogemos con todo nuestro ser a Aquél que, tal como lo dijo el profeta, vendría a anunciar la “Buena Noticia”, a sanar, a proclamar el perdón, la libertad y el verdadero amor. Esta Buena Noticia (que es lo que originariamente significa en griego la palabra Evangelio) va dirigida con preferencia a los pobres y a todos los que se reconocen necesitados de salvación. Y Dios mismo nos invita a comunicarla a nuestro alrededor, practicando la justicia e identificándonos con su amor tal como éste se nos ha manifestado en nuestro Señor Jesucristo. 2.- Una invitación a reconocer al Señor que viene a nosotros En el Evangelio, los sacerdotes y levitas, es decir los encargados del culto en el Templo de Jerusalén, que por su oficio se supone que estaban llamados a reconocer la presencia de Dios, le preguntan a Juan el Bautista quién es -cuál es su misión-, y él les responde con una invitación a descubrir esa presencia y su acción salvadora en Jesús de Nazaret: “entre ustedes hay uno a quien no conocen”. Esta misma invitación llega hoy también a nosotros. ¿Realmente reconocemos su presencia? La respuesta a esta pregunta no será correcta si no sabemos descubrirlo en quienes Él nos dijo que estaría siempre: en los pobres, en los necesitados. Por eso, para celebrar auténticamente la Navidad, nuestra conducta debe mostrar que lo reconocemos no sólo en su vida terrena hace poco más de dos mil años, no sólo en la acción de su Espíritu Santo hoy a través de la Iglesia y los sacramentos, sino también y especialmente en las personas por las que Él mostró su preferencia: los rechazados, los marginados, los desposeídos, las víctimas de la injusticia y de la violencia. ¿Qué hemos hecho, qué estamos haciendo, qué podemos y debemos hacer por ellos? 3.- Una invitación a disponernos para el encuentro definitivo con el Señor Durante todo el Adviento, la preparación para celebrar la venida del Señor que se hizo presente en medio de la humanidad con el nacimiento de Jesús, va unida a la expectativa de su llamada “segunda venida” o “venida gloriosa” al final de los tiempos. Tanto en el conjunto de las lecturas bíblicas como en los “prefacios” o introducciones a la plegaria eucarística de la consagración del pan y del vino que se convierten para nosotros en el cuerpo y la sangre, en la vida del Señor que se hace presente para alimentarnos y hacernos comunidad con Él y entre nosotros, aparece durante este tiempo litúrgico la unión entre la conmemoración de la primera venida de Cristo en la humildad de nuestra carne y la esperanza activa en su venida gloriosa y definitiva, que para cada uno de nosotros sucederá cuando pasemos de este mundo a la eternidad. Tal esperanza activa consiste precisamente en comportarnos de tal modo “que todo nuestro ser (…) se conserve sin mancha hasta la venida de nuestro Señor Jesucristo”, como escribe san Pablo en la segunda lectura. Para ello es necesario, como dice también en el mismo texto bíblico el apóstol, orar sin cesar, no impedir la acción del Espíritu Santo, discernir para retener lo bueno y abstenerse

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El Mensaje Del Domingo 7 de Diciembre

II Domingo de Adviento – Ciclo B Por: Gabriel Jaime Pérez, S.J. Comienzo del Evangelio de Jesucristo, Hijo de Dios. Sucedió como está escrito en el libro del profeta Isaías: “Yo envío a mi mensajero delante de ti, para que te prepare el camino. Una voz grita en el desierto: ¡Preparen el camino del Señor! ¡Ábranle vías rectas!” Así se presentó Juan Bautista en el desierto, llamando a todos a convertirse y a bautizarse para obtener el perdón de los pecados. Y empezó a acudir a él gente de toda Judea y todos los habitantes de Jerusalén; confesaban sus pecados y él los bautizaba en el río Jordán. Juan tenía una capa hecha de pelo de camello, de la cintura para abajo llevaba una prenda de cuero y comía langostas y miel silvestre. En su predicación decía: “Detrás de mí viene el que es más poderoso que yo. Ni siquiera yo merezco agacharme a desatarle la correa de las sandalias. Yo los he bautizado a ustedes con agua, pero Él los va a bautizar con Espíritu Santo” (Mc 1, 1-8). El Reino de Dios que viene en la persona de Jesús, cuyo nacimiento nos disponemos a celebrar, es la presencia del poder de su amor que nos libra de toda esclavitud. Para que esta liberación llegue efectivamente a nosotros es necesario que le preparemos el camino al Señor, procurando llevar una vida con la cual demos testimonio de nuestra esperanza. Este es, en síntesis, el mensaje que nos trae el Evangelio de hoy (Marcos 1, 1-8), lo mismo que las demás lecturas bíblicas de este II Domingo de Adviento [Isaías 40, 1-5; Salmo 85 (84); II Carta de san Pedro 3, 8-14]. 1. “Consuelen a mi pueblo, háblenle con cariño, díganle que su esclavitud terminó” El libro profético que lleva el nombre de Isaías fue escrito por tres autores distintos. La primera parte (capítulos 1 a 39) es del propio profeta cuya predicación comenzó hacia el año 740 a. C. La segunda (capítulos 40 a 55) es de otro autor de la escuela de Isaías y fue escrita cuando estaba por concluir el destierro de los judíos en Babilonia, que duró del año 578 al 538 a. C.; la tercera (capítulos 56 a 66), perteneciente a un autor de la misma escuela, fue redactada en la época inmediatamente posterior a dicho destierro. La primera lectura corresponde al inicio de la segunda parte, que empieza con una voz de consuelo. Por eso, y por el tema que desarrolla, esta parte se denomina Libro de la Consolación de Israel. Los maestros espirituales posteriores a Jesucristo, como san Ignacio de Loyola, llaman consolación al estado de gozo espiritual producido por un sentimiento vivo de la presencia de Dios que nos abre a la esperanza, todo lo contrario a la desolación, en la cual se experimentan la tristeza y el desánimo. En el Adviento se nos invita a disponernos para vivir la alegría espiritual que surge de nuestra fe en Dios que nos ama y nos habla al corazón, ofreciéndonos su consuelo en medio de las situaciones difíciles. Él mismo en persona vino en el pasado, sigue viniendo ahora y vendrá al final de los tiempos para liberar a todo ser humano dispuesto a recibirlo de todo cuanto le impide ser verdaderamente feliz. Y es significativo a este respecto el empleo que el libro de Isaías hace de la imagen del pastor que recoge los corderos y las ovejas para reunirlas y cuidarlas. 2. “Una voz grita en el desierto: ¡Preparen el camino del Señor!” En el Evangelio, Juan Bautista, el precursor de Jesús, invita a sus contemporáneos a la conversión y los bautiza a orillas del río Jordan, en el desierto de Judea. En él reconocieron los primeros cristianos la voz que grita en el desierto anunciada cinco siglos y medio antes por el texto profético del “segundo Isaías”. Y es enormemente significativo que sea en el desierto, símbolo de todos los desapegos, y junto a las aguas refrescantes del río, donde se empieza a anunciar la venida del Señor. En la antigüedad, cuando un rey o un jefe derrotaban a sus enemigos, su pueblo les preparaba un camino por el que llegaban en marcha triunfal haciendo su entrada gloriosa en la ciudad. Tanto el texto profético del libro de Isaías como los cuatro evangelios -este domingo el de Marcos-, que fue el primero que se escribió, hacia el año 60 de la era cristiana-, emplean la misma imagen para significar la disposición interior con la cual se nos invita a prepararnos para que la presencia salvadora del Señor llegue efectivamente a cada uno de nosotros. El camino que Juan Bautista invita a preparar consiste básicamente en reconocer que necesitamos ser liberados de todo tipo de esclavitud, empezando por la de nuestro propio egoísmo, la de nuestros apegos o afectos desordenados que nos atan y nos impiden llevar una vida rectamente orientada al advenimiento del “Reino de Dios” mediante el cumplimiento de su voluntad. Se trata de remover los obstáculos con los cuales podemos estarle cerrando el camino al Señor: “que los valles se levanten, que los montes y las colinas se abajen, que lo torcido se enderece y lo escabroso se iguale”. 3.- “Esperamos un cielo nuevo y una tierra nueva, en los que habite la justicia” Los primeros cristianos fueron descubriendo que la llamada “venida gloriosa del Señor” -es decir, el retorno futuro de Jesús resucitado- no sucedería tan pronto como ellos lo habían pensado en un principio. La segunda carta de Pedro, atribuida al apóstol de este nombre pero cuya autoría por parte de él es discutida por los estudiosos de la Biblia, fue escrita probablemente entre finales del siglo I y comienzos del II d. C. Sin embargo, ha sido reconocida por la Iglesia Católica como en un escrito “canónico” -y por lo tanto inspirado por Dios- y presenta una reflexión que llega hoy hasta nosotros en la segunda lectura, expresando un profundo sentido de esperanza con base en

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El Mensaje Del Domingo 30 de Noviembre

I Domingo de Adviento – Ciclo B Por: Gabriel Jaime Pérez, S.J. En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos:”Miren, vigilen: pues no saben ustedes cuando es el momento. Es igual que un hombre que se fue de viaje y dejo su casa, y le asignó a cada uno de sus servidores su tarea, encargando al portero que vigilara. Vigilen entonces ustedes, pues no saben cuándo vendrá el dueño de la casa, si al atardecer, o a medianoche, o al canto del gallo, o al amanecer; no sea que venga inesperadamente y los encuentre dormidos.Lo que les digo a ustedes lo digo a todos: ¡Vigilen!” (Marcos 13, 33-37). Comienza hoy un nuevo ciclo anual en la liturgia de la Iglesia con el Adviento, nombre proveniente del latino Adventus, que significa venida, llegada, advenimiento. La petición de Padrenuestro en la que decimos venga a nosotros tu reino -en latín adveniat regnum tuum- es la propia de este tiempo durante el cual nos preparamos para celebrar la Navidad, y en el que se nos invita a la conversión, a la esperanza y a la vigilancia.  1.- Un tiempo en el que se nos invita a la conversión El libro profético de Isaías, del cual se toman las primeras lecturas de los cuatro domingos del Adviento, nos presenta en el texto correspondiente a este primer domingo (Isaías 63, 16 – 64, 7) una oración que podemos hacer nuestra hoy, aplicándola a la situación de un mundo que, como en aquellos tiempos, experimenta el vacío de Dios porque vive de espaldas a Él, sin reconocerlo ni tenerlo en cuenta. “¡Ojalá rasgaras el cielo y bajaras!”, exclama el profeta, expresando con esta imagen el reconocimiento de la necesidad que todos tenemos de Dios como “nuestro Padre” (creador) y como “nuestro Redentor”, en medio de una realidad comparable a la sequía del desierto producida por la ausencia del único que nos puede dar la vida verdadera. Una ausencia que no es culpa de Dios mismo, sino del ser humano cuando pretende ignorarlo o desterrarlo de su existencia. Para los creyentes en Jesucristo, la oración del texto profético del libro de Isaías y la plegaria del Salmo 80 (79) -“Ven a salvarnos”- fueron respondidas con la encarnación del Hijo de Dios en Jesús de Nazaret hace poco más de veinte siglos. Sin embargo, hoy como entonces necesitamos que su acción redentora llegue hasta cada uno de nosotros como resultado de una disposición sincera a convertirnos, es decir, a volvernos a Él y dejarnos transformar por la acción de su Espíritu. ¿Cómo realizar una auténtica conversión? Pues aprovechando este tiempo del Adviento para hacer una revisión de nuestra vida y descubrir cómo debemos orientarla o reorientarla hacia Dios en el cumplimiento de su voluntad. Porque la petición “venga a nosotros tu reino” corresponde a la disposición que manifestamos cuando decimos sinceramente: “hágase tu voluntad así en la tierra como en el cielo”. 2.- Un tiempo en el que se nos invita a la esperanza  “Ustedes esperan el día en que aparezca nuestro Señor Jesucristo”, les escribe el apóstol san Pablo a los cristianos de la ciudad griega de Corinto (1 Corintios 1, 3-9). Este mensaje de la segunda lectura de este domingo llega hoy a cada uno de nosotros para que alimentemos en nuestra vida una de las tres virtudes llamadas “teologales”, es decir, las referidas a Dios -fe, esperanza y caridad-. La virtud teologal de la esperanza nos anima a mirar el porvenir con optimismo, aun en medio de las dificultades y problemas que podamos estar experimentando en el presente, porque creemos en Jesucristo y sabemos que “Él es fiel” a sus promesas. La manifestación del Reino de Dios en nuestro Señor Jesucristo desde su encarnación y su nacimiento como Dios hecho hombre, no es sólo un acontecimiento que sucedió hace veinte siglos. Él sigue llegando y manifestándose a cada persona que esté dispuesta de verdad a recibirlo, y se hace presente para alimentarnos con su propia vida en la Eucaristía. Cada vez que celebramos este “sacramento de nuestra fe”, repetimos la misma invocación con que los primeros cristianos expresaban la esperanza en su venida gloriosa: “¡Ven, Señor Jesús!” (Apocalipsis 22, 20). De modo similar, en la tradicional novena de Navidad que pronto volverá a resonar una vez más con sus gozos y villancicos, le diremos: “¡Ven a nuestras almas, ven no tardes tanto!”. En efecto, en este tiempo del Adviento se nos invita a proclamar nuestra esperanza en el Reino de Dios que ya vino hace poco más de dos mil años en la persona de Jesús, que sigue llegando a cada uno de nosotros cuando acogemos con nuestro comportamiento la palabra de Señor y recibimos a Jesús en la comunión, y que se manifestará en forma plena, definitiva y gloriosa al final de los tiempos. Para cada uno de nosotros, este final de los tiempos será el momento del paso de la vida presente a la eternidad. 3.- Un tiempo en el que se nos invita a la vigilancia “Manténganse ustedes despiertos y vigilantes”, nos dice Jesús en el Evangelio (Marcos 13, 33-37), como conclusión de la parábola de los servidores que aguardan la llegada del dueño de la casa en cualquier momento. Cada uno de nosotros, como servidor fiel del Señor, es invitado especialmente en este tiempo del Adviento a mantenerse atento a su llegada. Tres veces aparece en este texto la invitación a que estemos vigilantes. Y la invitación es no sólo para unos cuantos, sino para todos: “Lo que les digo a ustedes lo digo a todos”. ¿Cómo mantenernos despiertos y vigilantes? Pues, precisamente, uniendo nuestra actitud sincera de conversión a la renovación de nuestra esperanza activa en la manifestación plena del Reino de Dios inaugurado por nuestro Señor Jesucristo. Porque la auténtica virtud de la esperanza no es una espera pasiva en que Dios solucionará nuestros problemas sin poner nosotros de nuestra parte, sino todo lo contrario: una disposición activa a preparar el advenimiento (el “adviento”) del Reino de Dios, haciendo

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El Mensaje Del Domingo 23 de Noviembre

XXXIV  Domingo – Tiempo Ordinario – Ciclo A Jesucristo  Rey Del Universo Por: Gabriel Jaime Pérez, S.J. En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos: “Cuando el Hijo del hombre venga, rodeado de esplendor y de todos sus ángeles,se sentará en su trono glorioso.La gente de todas las naciones se reunirá delante de él, y él separará unos de otros como el pastor separa las ovejas de las cabras. Pondrá las ovejas a su derecha y las cabras a su izquierda. Y dirá el Rey a los que estén a su derecha: ‘Vengan, benditos de mi Padre y reciban el reino preparado para ustedes desde que Dios hizo el mundo. Pues tuve hambre y me dieron de comer; tuve sed y me dieron de beber; fui forastero y me dieron alojamiento; estuve sin ropa y me la dieron, enfermo y me visitaron, en la cárcel y vinieron a verme.’ Entonces los justos preguntarán: ‘Señor, ¿cuándo te vimos con hambre y te dimos de comer, con sed y te dimos de beber, como forastero y te dimos alojamiento, sin ropa y te la dimos, enfermo o en la cárcel y fuimos a verte?’ El Rey les contestará: ‘Les aseguro que todo lo que hicieron con uno de estos hermanos míos más humildes, conmigo lo hicieron.’ Luego dirá a los que estén a su izquierda: ‘Apártense de mí, los que merecieron la condenación; váyanse al fuego eterno preparado para el diablo y sus ángeles.Pues tuve hambre y no me dieron de comer; tuve sed y no me dieron de beber; fui forastero y no me dieron alojamiento, estuve sin ropa y no me la dieron, enfermo y en la cárcel y no vinieron a visitarme.’ Entonces ellos le preguntarán: ‘Señor, ¿cuándo te vimos con hambre o con sed, como forastero, falto de ropa, enfermo o en la cárcel, y no te ayudamos?’ El Rey les contestará: ‘Les aseguro que todo lo que no hicieron con uno de estos hermanos míos más humildes, tampoco conmigo lo hicieron.’ Estos irán al castigo eterno, y los justos a la vida eterna.” (Mateo 25, 31-46). 1.- “Cuando el Hijo del hombre venga rodeado de esplendor (…), se sentará en su trono glorioso y la gente de todas las naciones se reunirá delante de Él” ¿Qué significado puede tener en el mundo actual la referencia a Jesucristo como “Rey del Universo”? Él en su vida terrena se negó a dejarse proclamar rey, presentándose en cambio como el servidor de todos, especialmente de los pobres y necesitados. Justamente por ello reconocemos ahora su soberanía, no en el sentido de los poderes terrenales, sino en el plano espiritual. Proclamar a Jesucristo como Rey del Universo es relativizar todos los poderes de este mundo, porque las instituciones humanas no son fines en sí mismas sino que deben estar orientadas a la realización del Reino de Dios, que como lo dice el prefacio propio de la Misa de hoy al comienzo de la plegaria eucarística, es el “el reino de la verdad y la vida, el reino de la santidad y la gracia, el reino de la justicia, el amor y la paz”. En el Credo decimos que Jesucristo resucitado subió a los cielos y está sentado a la derecha de Dios Padre todopoderoso, y desde allí ha de venir a juzgar a los vivos y a los muertos. La imagen del trono, correspondiente a la época en que el soberano hacía sentar a su derecha a quien había triunfado sobre los enemigos, es empleada para expresar una realidad trascendente que el lenguaje humano no alcanza a abarcar: que Jesús, después de su muerte y resurrección, participa plenamente en su naturaleza divina y humana de la gloria de Dios Padre, quien le ha dado el poder para reinar sobre el universo y “aniquilar todos los poderes del mal”, como dice san Pablo en la segunda lectura (I Corintios, 15, 20-28).. 2.- “Él separará unos de otros, como el pastor separa las ovejas de las cabras…” Otra imagen simbólica del Reino de Dios es la del pastor, frecuentemente empleada en los textos bíblicos y que nos remite a la experiencia de Israel, un pueblo originariamente de pastores. En la primera lectura tomada del libro de Ezequiel (34, 11-17), este profeta del siglo VI a.C. usa la figura del pastor para referirse a Dios que guía y dirige en persona a su pueblo “como el pastor que se preocupa por sus ovejas”, en el contexto de una crítica a los jefes políticos y religiosos que habían incumplido su misión de servir como instrumentos de Dios para regirlo y orientarlo por caminos de justicia y de paz. Esta misma imagen la encontramos en uno de los Salmos más conocidos, el que comienza diciendo El Señor es mi pastor [Salmo 23 (22)]. Varios siglos más tarde, Jesús iba a referirse a sí mismo no sólo como el pastor que va en busca de las ovejas descarriadas (Mateo 18, 12-14), sino también, y así lo vemos en su última parábola antes de someterse a la pasión y muerte de cruz, como el pastor que en el juicio final separará a las ovejas de las cabras, para indicar quiénes merecerán la felicidad y quiénes la desgracia eterna. Aquí las ovejas son símbolo de bondad y las cabras del poder destructor del mal, y su ubicación respectiva a la derecha o a la izquierda se relaciona con la costumbre que tenían los reyes de situar a su derecha a quienes recompensaban por sus méritos (y por eso decimos que Cristo resucitado está sentado a la derecha de Dios Padre). 3.- “Lo que hicieron por uno de estos hermanos míos más humildes, por mí lo hicieron (…). Lo que no hicieron (…), tampoco por mí lo hicieron” Uno de los más eximios poetas y místicos de todos los tiempos, el carmelita español Juan de Yepes, quien pasó a la historia como San Juan de la Cruz (1542-1591), escribió una frase que es inevitable evocar cuando reflexionamos sobre el Evangelio

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