EL MENSAJE DEL DOMINGO
Domingo de Ramos – Ciclo A
Por: Gabriel Jaime Pérez, S.J.
Abril 13 de 2014
Cuando se acercaban a Jerusalén y llegaron a Betfagé, junto al monte de los Olivos, Jesús mandó a dos discípulos, diciéndoles: «Vayan a la aldea de enfrente, encontrarán en seguida una burra atada con su pollino, desátenlos y tráiganmelos. Si alguien les dice algo, contéstenle que el Señor los necesita y los devolverá pronto.» Esto ocurrió para que se cumpliese lo que dijo el profeta: «Díganle a la hija de Sión: “Mira a tu rey, que viene a ti, humilde, montado en un asno, en un pollino, hijo de una burra”.» Fueron los discípulos e hicieron lo que les había mandado Jesús: trajeron la burra y el pollino, echaron encima sus mantos, y Jesús se montó.
La multitud extendió sus mantos por el camino; algunos cortaban ramas de árboles y alfombraban la calzada. Y la gente que iba delante y detrás gritaba: « ¡Hosanna al Hijo de David! ¡Bendito el que viene en nombre del Señor! ¡Hosanna en el cielo!» Al entrar en Jerusalén, toda la ciudad preguntaba alborotada: « ¿Quién es éste?» La gente que venía con él decía: «Es Jesús, el Profeta de Nazaret de Galilea.» (Mateo 21, 1-11).
La Semana Santa o Semana Mayor comienza con el Domingo de Ramos, llamado también de Pasión. En este año, la lectura que antecede a la bendición de los ramos con los cuales se aclama a Jesús inmediatamente antes de la Misa al conmemorar su entrada en Jerusalén pocos días antes de su pasión y muerte, es la del Evangelio según san Mateo. En la Misa se toma de este mismo Evangelio el relato de la pasión y muerte de Cristo (26,14 – 27,66), precedido de los textos de Isaías 50, 4-7, el Salmo 22 [21] y la carta de san Pablo a los Filipenses (2, 6-11).
Centremos nuestra reflexión en tres temas que se relacionan con cada una de las frases que aparecen a continuación como títulos de las respectivas secciones, y que encontramos en los textos mencionados del Evangelio. El tema 1 se refiere específicamente a la entrada de Jesús en Jerusalén que conmemoramos el Domingo de Ramos. Los temas 2 y 3 de pueden también aplicarse respectivamente a las conmemoraciones de los días Jueves Santo y Viernes Santo, que tienen sus propias lecturas bíblicas pero cuya temática ya se anticipa desde este domingo.
1. “¡Hosanna! ¡Bendito el que viene en nombre del Señor!”
La palabra Hosanna, proveniente del hebreo, era también empleada en el idioma arameo, la lengua popular hablada en tiempos de Jesús, y significa originariamente Sálvanos ahora. Unida a la frase Bendito el que viene en nombre de Yahvé (o en nombre de Señor, como dice el Evangelio y también el canto litúrgico de la Misa que comienza con la invocación Santo, Santo, Santo…), está tomada del Salmo 118 (117), un himno de acción de gracias a Dios que se cantaba junto al Templo de Jerusalén en la llamada “Fiesta de las Tiendas” (es decir, de las Carpas, también llamada “Fiesta de los Tabernáculos”), y que en sus versículos 25 al 27 expresa así el reconocimiento a la acción salvadora de Dios: “Sálvanos ahora, Yahvé, haz que nos vaya bien… Bendito el que viene en el nombre de Yahvé… Yahvé es Dios, Él nos ilumina. Cierren la procesión con ramos en la mano…” Con el tiempo, la misma palabra “hosanna” se convirtió en un saludo de aclamación y bendición, frecuentemente unido al canto del “hallel-u-yah”, término que en su significado original hebreo quiere decir “alabemos a Yah”, o sea “alabemos a Yahvé” (Yahvé es el nombre con el que Dios se le reveló a Moisés al elegirlo y enviarlo como su instrumento para liberar a los israelitas de la esclavitud que sufrían en Egipto).
Un detalle significativo constituye el mensaje central del relato del Evangelio acerca de le entrada de Jesús en Jerusalén: Jesús, a quien las gentes sencillas aclaman como el Mesías esperado, descendiente del rey David, no entra arrogante en un carro de guerra tirado por caballos, sino manso y humilde, cabalgando sobre un asno. El Reino que ha anunciado desde el inicio de su predicación es distinto de los de este mundo, y eso es precisamente lo que va a manifestarse en el proceso de su pasión y muerte, que culminará con el acontecimiento pascual de la resurrección, no como un hecho espectacular sino como una experiencia espiritual que sólo viven quienes se abren con fe a la revelación de Dios.
2. “Tomen y coman, esto es mi cuerpo… Beban, esto es mi sangre que se derrama por todos para el perdón de los pecados” (Mt 26, 27)
El relato de la pasión según San Mateo, inmediatamente después de la escena en que Judas Iscariote vende a su Maestro por treinta monedas de plata -el precio que valía un esclavo-, nos presenta, en la cena pascual que Jesús celebra con sus discípulos en la noche de la víspera de su pasión, que conmemoraremos solemnemente en la Misa vespertina del Jueves Santo: la institución de la sagrada Eucaristía, memorial del sacrificio redentor de Cristo que nos entrega su cuerpo y su sangre para darnos vida eterna. Memorial que no es un simple recuerdo, sino la actualización salvadora para nosotros de su misterio pascual -pasión, muerte y resurrección-, cada vez que participamos debidamente y con fe en la Eucaristía, alimentándonos con su propia vida.
En este sentido, la Eucaristía es “el sacramento de nuestra fe” en el que anunciamos su muerte, proclamamos su resurrección y expresamos nuestra esperanza en su venida gloriosa. Igualmente es el sacramento del amor de Dios manifestado en la ofrenda que Jesús, Dios hecho hombre, hace de sí mismo para la salvación de la humanidad, y que implica a su vez el mandamiento del amor: amor a Dios sobre todas las cosas, y a nuestros prójimos no sólo como a nosotros mismos, sino como Él nos ha mostrado que nos ama: hasta la entrega de la propia vida “para el perdón de los pecados”, es decir, un amor dispuesto a perdonar siempre y sin reservas.
3. “Verdaderamente, éste era Hijo de Dios” (Mt 27, 54)
Esta expresión del centurión romano al pie de la cruz inmediatamente después de la muerte de Jesús, que conmemoraremos de manera especial en la tarde del próximo Viernes Santo, contrasta con la invocación del Salmo que Jesús acaba de hacer suya antes de morir, manifestando su anonadamiento total: “¡Dios mío! … ¿por qué me has abandonado?” También nosotros proclamamos nuestro reconocimiento de Jesús como el Hijo de Dios cuando nos santiguamos con el signo de la santa cruz que nos identifica como seguidores de Cristo y nos compromete con la realización de lo que este seguimiento significa.
El título Hijo de Dios se aplica a Jesús para indicar que se le reconoce como Dios. Lo mismo ocurre con el término Señor, que encontramos constantemente en el Nuevo Testamento, por ejemplo en la segunda lectura de hoy cuando el apóstol san Pablo dice que Aquél que se despojó de la gloria de su divinidad para humillarse hasta la muerte de cruz -propia de los esclavos- como consecuencia de su solidaridad con las víctimas de la injusticia y la violencia, fue exaltado con el nombre de “Señor” del universo. Todo lo contrario a lo sucedido en los comienzos de la humanidad, y que sigue sucediendo hoy, cuando el ser humano cae en la tentación de la soberbia al pretender igualarse a Dios desconociendo su condición de criatura.
Conclusión
Quienes creemos en Jesucristo como Hijo de Dios y Señor del universo, reconocemos que en Él se cumplen las profecías de los cuatro cantos o poemas del “Servidor de Yahvé” escritos unos 500 años antes de Cristo y que encontramos en el libro de Isaías. En el segundo poema, correspondiente a la primera lectura de la Misa de este Domingo de Ramos, el Servidor de Yahvé dice: “El Señor me ha instruido para que yo consuele a los cansados con palabras de aliento” (Isaías 50, 4).
Dispongámonos a celebrar esta Semana Santa con una fe tal que nos impulse a identificarnos con Jesús que se solidariza hasta entregar su propia vida por todos los que están cansados de sufrir la injusticia y la violencia. Aclamémoslo no sólo como “el que viene en el nombre del Señor”, sino también como el que tiene este mismo título por haber entregado su vida para salvarnos. Y en consecuencia, renovemos nuestro compromiso de vivir de acuerdo con su mandamiento del amor significado en la santa cruz, cuyo cumplimiento es el único camino para lograr la reconciliación y la paz en nuestra vida personal y social-.