II Domingo de Adviento – Ciclo B
Por: Gabriel Jaime Pérez, S.J.
Comienzo del Evangelio de Jesucristo, Hijo de Dios. Sucedió como está escrito en el libro del profeta Isaías: “Yo envío a mi mensajero delante de ti, para que te prepare el camino. Una voz grita en el desierto: ¡Preparen el camino del Señor! ¡Ábranle vías rectas!” Así se presentó Juan Bautista en el desierto, llamando a todos a convertirse y a bautizarse para obtener el perdón de los pecados. Y empezó a acudir a él gente de toda Judea y todos los habitantes de Jerusalén; confesaban sus pecados y él los bautizaba en el río Jordán.
Juan tenía una capa hecha de pelo de camello, de la cintura para abajo llevaba una prenda de cuero y comía langostas y miel silvestre. En su predicación decía: “Detrás de mí viene el que es más poderoso que yo. Ni siquiera yo merezco agacharme a desatarle la correa de las sandalias. Yo los he bautizado a ustedes con agua, pero Él los va a bautizar con Espíritu Santo” (Mc 1, 1-8).
El Reino de Dios que viene en la persona de Jesús, cuyo nacimiento nos disponemos a celebrar, es la presencia del poder de su amor que nos libra de toda esclavitud. Para que esta liberación llegue efectivamente a nosotros es necesario que le preparemos el camino al Señor, procurando llevar una vida con la cual demos testimonio de nuestra esperanza. Este es, en síntesis, el mensaje que nos trae el Evangelio de hoy (Marcos 1, 1-8), lo mismo que las demás lecturas bíblicas de este II Domingo de Adviento [Isaías 40, 1-5; Salmo 85 (84); II Carta de san Pedro 3, 8-14].
1. “Consuelen a mi pueblo, háblenle con cariño, díganle que su esclavitud terminó”
El libro profético que lleva el nombre de Isaías fue escrito por tres autores distintos. La primera parte (capítulos 1 a 39) es del propio profeta cuya predicación comenzó hacia el año 740 a. C. La segunda (capítulos 40 a 55) es de otro autor de la escuela de Isaías y fue escrita cuando estaba por concluir el destierro de los judíos en Babilonia, que duró del año 578 al 538 a. C.; la tercera (capítulos 56 a 66), perteneciente a un autor de la misma escuela, fue redactada en la época inmediatamente posterior a dicho destierro.
La primera lectura corresponde al inicio de la segunda parte, que empieza con una voz de consuelo. Por eso, y por el tema que desarrolla, esta parte se denomina Libro de la Consolación de Israel. Los maestros espirituales posteriores a Jesucristo, como san Ignacio de Loyola, llaman consolación al estado de gozo espiritual producido por un sentimiento vivo de la presencia de Dios que nos abre a la esperanza, todo lo contrario a la desolación, en la cual se experimentan la tristeza y el desánimo.
En el Adviento se nos invita a disponernos para vivir la alegría espiritual que surge de nuestra fe en Dios que nos ama y nos habla al corazón, ofreciéndonos su consuelo en medio de las situaciones difíciles. Él mismo en persona vino en el pasado, sigue viniendo ahora y vendrá al final de los tiempos para liberar a todo ser humano dispuesto a recibirlo de todo cuanto le impide ser verdaderamente feliz. Y es significativo a este respecto el empleo que el libro de Isaías hace de la imagen del pastor que recoge los corderos y las ovejas para reunirlas y cuidarlas.
2. “Una voz grita en el desierto: ¡Preparen el camino del Señor!”
En el Evangelio, Juan Bautista, el precursor de Jesús, invita a sus contemporáneos a la conversión y los bautiza a orillas del río Jordan, en el desierto de Judea. En él reconocieron los primeros cristianos la voz que grita en el desierto anunciada cinco siglos y medio antes por el texto profético del “segundo Isaías”. Y es enormemente significativo que sea en el desierto, símbolo de todos los desapegos, y junto a las aguas refrescantes del río, donde se empieza a anunciar la venida del Señor.
En la antigüedad, cuando un rey o un jefe derrotaban a sus enemigos, su pueblo les preparaba un camino por el que llegaban en marcha triunfal haciendo su entrada gloriosa en la ciudad. Tanto el texto profético del libro de Isaías como los cuatro evangelios -este domingo el de Marcos-, que fue el primero que se escribió, hacia el año 60 de la era cristiana-, emplean la misma imagen para significar la disposición interior con la cual se nos invita a prepararnos para que la presencia salvadora del Señor llegue efectivamente a cada uno de nosotros.
El camino que Juan Bautista invita a preparar consiste básicamente en reconocer que necesitamos ser liberados de todo tipo de esclavitud, empezando por la de nuestro propio egoísmo, la de nuestros apegos o afectos desordenados que nos atan y nos impiden llevar una vida rectamente orientada al advenimiento del “Reino de Dios” mediante el cumplimiento de su voluntad. Se trata de remover los obstáculos con los cuales podemos estarle cerrando el camino al Señor: “que los valles se levanten, que los montes y las colinas se abajen, que lo torcido se enderece y lo escabroso se iguale”.
3.- “Esperamos un cielo nuevo y una tierra nueva, en los que habite la justicia”
Los primeros cristianos fueron descubriendo que la llamada “venida gloriosa del Señor” -es decir, el retorno futuro de Jesús resucitado- no sucedería tan pronto como ellos lo habían pensado en un principio. La segunda carta de Pedro, atribuida al apóstol de este nombre pero cuya autoría por parte de él es discutida por los estudiosos de la Biblia, fue escrita probablemente entre finales del siglo I y comienzos del II d. C. Sin embargo, ha sido reconocida por la Iglesia Católica como en un escrito “canónico” -y por lo tanto inspirado por Dios- y presenta una reflexión que llega hoy hasta nosotros en la segunda lectura, expresando un profundo sentido de esperanza con base en el reconocimiento de la paciencia infinita de Dios.
La carta emplea unas imágenes propias de género literario bíblico llamado apocalíptico -referente a la revelación definitiva de Dios al final de los tiempos-, pero no para intimidar a los creyentes sino precisamente para resaltar la bondad paciente del Señor, que “no quiere que nadie perezca, sino que todos se conviertan”, y por eso mismo, para exhortarlos a la esperanza activa en “un cielo nuevo y una tierra nueva, en los que habite la justicia”. Tal esperanza activa consiste precisamente en “procurar que Dios los encuentre sin mancha ni reproche, en paz con Él”.
Dispongámonos por tanto, durante este tiempo del Adviento, a preparar el camino del Señor para que en la Navidad llegue la presencia liberadora de Jesús a nuestras vidas y a nuestros hogares, a nuestros lugares de trabajo, a nuestra ciudad y a nuestro país, y con nuestra colaboración se vaya haciendo posible en nuestra sociedad un mundo nuevo en el que, como dice el Salmo 85, se encuentren y se besen la justicia y la paz.-