Domingo del Tiempo Ordinario – Ciclo A
Por: Gabriel Jaime Pérez, S.J.
Cuando Jesús oyó que habían metido a Juan en la cárcel,se dirigió a Galilea. Pero no se quedó en Nazaret, sino que se fue a vivir a Cafarnaúm, a orillas del lago, en la región de las tribus de Zabulón y Neftalí. Esto sucedió para que se cumpliera lo que había escrito el profeta Isaías: “Tierra de Zabulón y de Neftalí, al otro lado del Jordán, a la orilla del mar: Galilea, donde viven los paganos. El pueblo que andaba en la oscuridad vio una gran luz; una luz ha brillado para los que vivían en sombras de muerte.”
Desde entonces Jesús comenzó a proclamar: – Conviértanse, porque el reino de los cielos está cerca. Jesús iba caminando por la orilla del Lago de Galilea, cuando vio a dos hermanos: uno era Simón, también llamado Pedro, y el otro Andrés. Eran pescadores, y estaban echando la red al agua. Jesús les dijo: -Síganme, y yo los haré pescadores de hombres. Al momento dejaron sus redes y se fueron con él. Un poco más adelante, Jesús vio a otros dos hermanos: Santiago y Juan, hijos de Zebedeo, que estaban con su padre en una barca arreglando las redes. Jesús los llamó, y enseguida ellos dejaron la barca y a su padre, y lo siguieron. Jesús recorría toda Galilea, enseñando en la sinagoga de cada lugar. Anunciaba la buena noticia del reino y curaba a la gente de todas sus enfermedades y dolencias.Se hablaba de Jesús en toda la región de Siria, y le traían a cuantos sufrían de diferentes males, enfermedades y dolores, y a los endemoniados, a los epilépticos y a los paralíticos. Y Jesús los sanaba. (Mateo 4, 12-23).
El Evangelio de este domingo (Mateo 4, 12-23) nos sitúa en la región llamada Galilea, al norte de Israel, donde se habían establecido las tribus hebreas de Zabulón y Neftalí cuyos nombres corresponden a dos de los doce hijos del patriarca Jacob, nieto de Abraham, y que como lo indica la primera lectura (Isaías 8, 23b – 9,3) era habitada también por “gentiles” o “paganos”, gentes de raza diferente que no profesaban la religión judía. El lago de Galilea, denominado asimismo Tiberíades o de Genesaret, era llamado también “mar” por su profundidad (48 metros) y su extensión (21 kilómetros). La pesca era y sigue siendo la principal actividad en las ciudades de sus orillas, la mayor de las cuales en tiempos de Jesús era Cafarnaúm -hoy en ruinas-, donde él se estableció al iniciar su vida pública.
1.- “Conviértanse, porque el reino de los cielos está cerca”
La primera palabra de Jesús al iniciar su predicación es una invitación a cambiar. Convertirse, de acuerdo con el sentido original del verbo en griego, significa cambiar de mentalidad, es decir, pensar, sentir y actuar de modo distinto del que uno está acostumbrado. Se trata de un cambio que suele compararse con el paso de la oscuridad a la luz. En este sentido es significativo el texto del profeta Isaías en la primera lectura, citado en el Evangelio: “el pueblo que caminaba en tinieblas vio una luz grande, habitaban en tierras de sombras y una luz les brilló”. La cita profética habla de “sombras de muerte”, o sea que se trata del paso a una nueva vida. Convertirnos, entonces, es disponernos a que Dios actúe de tal manera en nosotros, que su luz disipe nuestras sombras y su energía renovadora nos resucite espiritualmente.
Jesús agrega el porqué de su invitación a la conversión: “porque el reino de los cielos está cerca”. “Reino de los cielos” significa lo mismo que reino de Dios. Es una forma de referirse al ser supremo propia del Evangelio según San Mateo, dirigido originariamente a los cristianos provenientes del judaísmo, en el que se evitaba por respeto pronunciar el nombre de Dios. Cuando Jesús habla de este reino se refiere no a un territorio ni a un dominio político, sino al poder salvador de Dios que quiere establecer en la humanidad un porvenir nuevo de justicia, de amor y de paz que había sido anunciado por los profetas. Y cuando dice que el reino de Dios está cerca, nos manifiesta que Dios en persona -presente en Jesús mismo como Dios hecho hombre- ha venido para hacerlo realidad.
2.- “Síganme”… Al momento dejaron sus redes y se fueron con él
Para establecer el Reino de Dios, Jesús comienza llamando a sus primeros discípulos, unos pobres y humildes pescadores que luego formarán parte de sus doce apóstoles o enviados a colaborar en la misma misión que Dios Padre le ha confiado a Él. Y les hace una invitación directa: Síganme. La respuesta de aquellos pescadores es inmediata: Al momento dejaron sus redes y se fueron con él.
También a cada uno de nosotros nos invita Jesús a seguirlo. Nuestra vocación cristiana es un llamamiento a colaborar con Él en el establecimiento del reino de Dios. Cada cual de una manera particular y específica, pero con una finalidad común. ¿Cómo podemos responder a ese llamado que Jesús nos renueva aquí y ahora? La respuesta a esta pregunta depende de nuestra disposición radical a dejar las redes, es decir, a des-en-redarnos de todo lo que nos impide seguirlo de verdad: inclinaciones egoístas, apegos serviles, afectos desordenados.
3.- Bien unidos, con un mismo pensar y sentir
Finalmente, para que nuestra colaboración en el establecimiento del Reino de Dios sea efectiva tenemos que disponernos a trabajar en unidad. Jesús formó una primera comunidad que fue la base de lo que sería la Iglesia. Pero muy pronto vinieron las discordias y divisiones, como las que señala el apóstol san Pablo en la segunda lectura, tomada de una de sus cartas dirigidas a los cristianos de la ciudad griega de Corinto (1ª Corintios 1, 10-13.17).
Este problema ha seguido existiendo a todo lo largo de la historia del cristianismo, y hoy, en lugar de estar bien unidos con un mismo pensar y sentir, los creyentes en Cristo nos encontramos enfrentados. Pidamos por la unión de quienes creemos en Jesucristo y estamos llamados a seguirlo como nuestro Maestro y Salvador, respetando la pluralidad y la diversidad, pero formando una verdadera comunidad.-