XXVIII Domingo del Tiempo Ordinario – Ciclo C
Por: Gabriel Jaime Pérez, S. J.
En aquel tiempo, mientras iba de camino hacia Jerusalén, pasó Jesús por la frontera entre Samaria y Galilea. Y al entrar a una población, le salieron al encuentro diez leprosos que se detuvieron a distancia y empezaron a gritar: “¡Jesús, maestro, ten compasión de nosotros!” Cuando Jesús los vio, les dijo: “Vayan a presentarse a los sacerdotes”. Y al ir a presentarse, quedaron libres de la lepra. Uno de ellos, al ver que estaba curado, se volvió alabando a Dios a grandes voces y se postró a los pies de Jesús dándole gracias. Era un samaritano.
Jesús preguntó: “¿Y no quedaron los diez libres de su enfermedad? ¿Dónde están los otros nueve? ¿No hubo sino este extranjero que volviera a dar gloria a Dios?” Entonces le dijo: “Levántate y vete. Tu fe te devolvió la salud” (Lucas 17, 11-19).
Una de las primeras expresiones que se aprenden como resultado de una buena educación es la del agradecimiento. Cuando al niño o a la niña se les da un regalo o se les hace un favor, se les pregunta: “¿cómo se dice?”, y la respuesta esperada es “gracias”. Esto indica lo mucho que apreciamos el valor de la gratitud. Tanto, que nos duele en el alma la indiferencia de quien no sabe agradecer.
Sin embargo, la ingratitud es muy frecuente, especialmente por parte de quienes se consideran superiores a los demás. Pero aun si agradecemos a los seres humanos de quienes recibimos favores y hasta le damos “gracias a la vida”, como dice la canción, podemos preguntarnos: ¿Nos acordamos de darle gracias a Dios por sus beneficios, empezando por la vida misma, o sólo nos dirigimos a Él para pedirle ayuda cuando estamos en problemas, o incluso a veces lo culpamos cuando algo malo nos sucede?
1. “¿Y los otros nueve dónde están?”
En el relato que hoy nos presenta el Evangelio, al ver de lejos a Jesús que va hacia Jerusalén y pasa por Samaria, diez leprosos, marginados y excluidos socialmente por causa de su enfermedad, le piden que se compadezca de ellos. Él obra entonces el milagro de curarlos a todos, pero sólo uno se manifiesta alabando a Dios y agradeciéndole a Jesús. “¿Y los otros nueve dónde están?”, pregunta Jesús.
El evangelista subraya un detalle: el único agradecido es un samaritano, perteneciente a un pueblo extranjero enemigo de los judíos de aquel tiempo, y cuyos integrantes eran rechazados especialmente por los fariseos y doctores de la Ley, quienes se oponían a Jesús y a su mensaje universal que no admitía discriminaciones.
Este relato puede interpretarse en el sentido de la contraposición entre el rechazo a Jesucristo por parte de sus propios coterráneos -especialmente los mencionados fariseos y doctores de la Ley- y la acogida de su mensaje por parte de los “gentiles”, como son denominados en la Biblia quienes no pertenecen al pueblo ni a la religión de Israel.
Sin embargo, podemos aplicar también su significado a la situación de quienes, en cualquier época o lugar, se creen superiores a los demás porque pertenecen a una institución o a una casta determinada. El que se cree superior nunca se muestra agradecido, porque considera que todo se le debe.
2. La lección del relato de la curación de Nahamán
La primera lectura, tomada del Antiguo Testamento (2 Reyes 5, 14-17) nos presenta a otro extranjero que expresa su gratitud al ser sanado de la lepra. El relato es mucho más extenso, pero el pasaje escogido nos invita a centrarnos en el gesto agradecido del sirio Nahamán. El instrumento de Dios para sanarlo fue el profeta Eliseo, que vivió en Israel hacia la segunda mitad del siglo IX antes de Cristo, y a quien la Iglesia reconoce como una prefiguración de Jesús. La gratitud de Nahamán se expresa en su oferta de un regalo que Eliseo no acepta precisamente porque se reconoce servidor e instrumento de Dios: es a Éste a quién se debe agradecer.
Y hay un detalle en los versículos siguientes que no incluye la lectura: un criado de Eliseo, llamado Guejazí, se aprovecha de la situación para pedirle después dinero a Nahamán, supuestamente en nombre del profeta. Pero cuando recibe el doble de lo que ha pedido, la lepra que antes había tenido el sirio se le pega a aquél criado mentiroso y corrupto. Todo el relato nos presenta entonces una lección no sólo acerca del agradecimiento, sino también sobre la honestidad en las relaciones humanas.
3. La Eucaristía es acción de gracias, ante todo seamos agradecidos con Dios
El significado del término griego “Eucaristía” -acción de gracias-, es el de un acto comunitario de alabanza en agradecimiento a Dios por el don maravilloso de su Hijo Jesús, sacrificado por nosotros en la cruz, muerto y resucitado, que nos sana espiritualmente, nos transmite sus enseñanzas y nos comunica su propia vida cada vez que nos reunimos junto a una misma mesa para compartir el pan de vida y la bebida de salvación, realizando aquello que Él mismo nos dijo que hiciéramos en memoria suya.
En la segunda lectura (2ª Carta a Timoteo 2, 8-13) el apóstol San Pablo le dice a su amigo y discípulo Timoteo: “Haz memoria de Jesucristo, el Señor resucitado”. Nosotros hacemos memoria del Señor resucitado especialmente cuando celebramos la Eucaristía, memorial con el que se hace presente en la Iglesia el sacrificio redentor de Jesús; pero también podemos expresar esta memoria de muchas otras formas en nuestra vida cotidiana.
Que nuestra acción de gracias a Dios sea entonces una actitud consciente y constante: tanto en la oración individual como cuando nos dirigimos a Dios en familia o en comunidad, lo primero que deberíamos hacer es agradecerle su amor infinito, manifestado en tantos bienes recibidos de Él y sobre todo en su acción sanadora y salvadora por medio de Jesús. Y que esta expresión de gratitud no se quede en palabras, sino que la llevemos a la práctica con nuestra entrega generosa de servicio a Dios en nuestros prójimos, especialmente en los más necesitados.-