IV Domingo del Tiempo Ordinario – Ciclo B
Por: Gabriel Jaime Pérez, S.J.
En aquel tiempo Jesús y sus discípulos llegaron a Cafarnaúm, y el sábado Jesús entró en la sinagoga y comenzó a enseñar. La gente se admiraba de cómo les enseñaba, porque lo hacía con plena autoridad y no como los maestros de la ley. En la sinagoga había un hombre que tenía un espíritu impuro, el cual gritó: “¿Por qué te metes con nosotros, Jesús de Nazaret? ¿Has venido a destruirnos? Yo te conozco, y sé que eres el Santo de Dios.”
Jesús reprendió a aquel espíritu, diciéndole: “¡Cállate y deja a este hombre!” El espíritu impuro hizo que al hombre le diera un ataque, y gritando con gran fuerza salió de él. Todos se asustaron, y se preguntaban unos a otros: “¿Qué es esto? ¡Enseña de una manera nueva, y con plena autoridad! ¡Incluso a los espíritus impuros da órdenes, y lo obedecen!” Y muy pronto la fama de Jesús se extendió por toda la región de Galilea (Marcos 1, 21-28).
Hoy el Evangelio nos presenta a Jesús enseñando en la sinagoga de Cafarnaúm y ejerciendo su autoridad sobre las fuerzas del mal. Tratemos de descubrir el sentido de este relato y el de las otras lecturas [Deuteronomio 18, 15-29; Salmo 95 (94); 1 Corintios 7, 32-36].
1.- Jesús enseña y obra “con autoridad”
La gente empieza a ver y oír a Jesús en Cafarnaúm, centro de la industria pesquera de la región de Galilea. Allí, en la sinagoga, el lugar donde se reúnen los judíos para orar, escuchar las sagradas escrituras y ser instruidos en ellas, lo primero que les llama la atención a sus oyentes es que aquel galileo proveniente de Nazaret no les habla como los otros maestros o doctores de la Ley, que se referían a lo que estaba escrito, pero no eran creíbles porque su vida no era coherente con lo que enseñaban, y utilizaban el discurso religioso para su propio provecho, sin importarles de verdad los problemas de la gente.
Jesús, en cambio, enseña una doctrina nueva que invita a reconocer a un Dios cercano siempre dispuesto a sanarnos, librándonos de las fuerzas del mal que nos rodean y que pretenden apoderarse de nuestra existencia. Y lo que predica lo aplica en su forma de obrar, mostrando que en Él mismo se hace presente la acción salvadora de Dios. Este es el sentido del relato del milagro obrado por Jesús en la sinagoga de Cafarnaum. El término “espíritu impuro”, que corresponde a los llamados “demonios”, considerados como fuerzas malignas, podemos entenderlo hoy como una forma de denominar la energía negativa opuesta a Dios, contraria a su mensaje de liberación. Al sanar a aquel hombre dominado por esa energía negativa, Jesús muestra que tiene el poder de vencer el mal que nosotros no podemos controlar por nuestras propias fuerzas.
También los “demonios” hacen referencia a la oposición que las enseñanzas de Jesús suscitaban entre los doctores de la Ley, que veían amenazadas sus pretensiones de poder por aquél nazareno que atraía a las gentes sencillas con su predicación novedosa, amable y liberadora.
2.- Dios había anunciado que suscitaría un profeta
La primera lectura evoca la promesa hecha por Dios a Moisés 12 siglos antes de Cristo: “Suscitaré un profeta de entre tus hermanos, como tú.” Profeta es en el lenguaje bíblico el que habla en nombre de Dios, y Moisés había sido escogido por Dios para que le hablara al pueblo de Israel, comunicándole que Él lo liberaría de la esclavitud que padecía en Egipto para que se pusiera en camino hacia una tierra prometida.
Esta liberación y esta apertura hacia un nuevo porvenir fueron una prefiguración de lo que iba a suceder con la predicación y la acción salvadora de Jesús, el Profeta por excelencia que como tal hablaría en nombre de Dios, siendo Él mismo su presencia personal en la historia humana. Esto mismo es lo que reconocen en Jesús las gentes sencillas desde el inicio de su predicación, y lo que la primera lectura y el Evangelio de hoy nos invitan a reconocer.
3.- El sentido del celibato para servir a Dios y a la comunidad
El texto de la primera carta de san Pablo a los Corintios que nos trae hoy la segunda lectura nos invita a reflexionar sobre el sentido del celibato, es decir, del estado de quien renuncia a la vida conyugal para entregarse totalmente al servicio de Dios y de la comunidad. Esto no quiere decir que haya que despreciar el matrimonio, pues también en él se puede vivir de acuerdo con la voluntad de Dios, y el propio Pablo tiene en sus cartas pasajes preciosos en los que exalta el valor de la unión conyugal. Pero, de acuerdo con lo que Jesús había predicado, el apóstol reconoce el valor que tiene la entrega a Dios en el estado célibe como una forma específica y valiosa de seguir a Cristo para estar plenamente disponible al servicio del Reino de Dios.
Desafortunadamente este estado no siempre es vivido con coherencia, y a veces, en lugar de ser testimonio de servicio, se convierte en un escándalo cuando el sacerdote, el religioso o la religiosa, se comportan en contravía de lo que debería ser una verdadera entrega al Señor. Sin embargo, de ello no se deduce que haya que abolir el celibato como una opción de vida. Este estado sigue siendo válido y valioso, siempre y cuando implique un auténtico testimonio del Reino de Dios, como afortunadamente lo podemos encontrar en muchas personas que lo viven con alegría y en forma constructiva, sin frustraciones ni desviaciones, siguiendo precisamente a Jesús, que nos dio el ejemplo de una vida célibe totalmente entregada al servicio de los demás.
Conclusión
A la luz del mensaje que nos trae hoy la Palabra de Dios, pongamos en práctica lo que dice el Salmo 95 (94): “Ojalá escuchen la voz del Señor, no endurezcan su corazón”. Y al reconocer a Jesús como nuestro verdadero Maestro, que nos enseña con autoridad porque es Dios mismo en persona, no nos cerremos a sus enseñanzas como lo hicieron los soberbios que lo rechazaron, sino dejémonos transformar con humildad por la acción de su Espíritu Santo, que tiene el poder de vencer en nosotros las fuerzas del mal.-