XII Domingo Ordinario – Ciclo C Por: Gabriel Jaime Pérez, S.J. Un día en que Jesús estaba orando solo, y sus discípulos estaban con él, les preguntó: – ¿Quién dice la gente que soy yo? Ellos contestaron: -Algunos dicen que eres Juan el Bautista, otros dicen que eres Elías, y otros dicen que eres uno de los antiguos profetas, que ha resucitado. -Y ustedes, ¿quién dicen que soy? les preguntó. Y Pedro le respondió: -Tú eres el Mesías de Dios. Pero Jesús les encargó mucho que no dijeran esto a nadie. Y luego les dijo: -El Hijo del hombre tendrá que sufrir mucho, y será rechazado por los ancianos, por los jefes de los sacerdotes y por los maestros de la ley. Lo van a matar, pero al tercer día resucitar(Lucas 9,18-24). Después les dijo a todos: -Si alguno quiere ser discípulo mío, olvídese de sí mismo, cargue con su cruz cada día y sígame. Porque el que quiera salvar su vida, la perderá; pero el que pierda la vida por causa mía, la salvará. 1.-Y ustedes, ¿quién dicen que soy? Pedro le respondió: -Eres el Mesías de Dios. El contenido de la profesión de fe de Pedro constituye el tema central de la fe cristiana: reconocer que Jesús es el Mesías o el Cristo título proveniente respectivamente de los idiomas hebreo y griego, que significa Ungido, es decir, elegido y consagrado para realizar la misión de hacer presente en la tierra el Reino de Dios. Este título había cobrado un sentido especial desde los tiempos de los profetas del Antiguo Testamento, quienes anunciaron la promesa de un Salvador que sería ungido por Dios mismo para liberar al pueblo de Israel después de las experiencias dolorosas de la opresión y la esclavitud sufridas durante las distintas dominaciones extranjeras.Por eso existía la tentación de esperar un Mesías guerrero, que por la fuerza de las armas recobraría el poder político derrotando al imperio opresor. Y por eso precisamente dice el Evangelio que Jesús, después de ser reconocido por Pedro como el Cristo o Mesías, “les encargó mucho que no dijeran esto a nadie”: para que no se confundiera su misión con la de un líder político. Este tipo de líder era el que anhelaban muchos en aquel tiempo, y por eso no les cabía en la cabeza a los primeros discípulos de Jesús que Él les hablara de su pasión y muerte, así agregara la referencia a la resurrección. 2.- Si alguno quiere ser discípulo mío, olvídese de sí mismo, cargue con su cruz cada día y sígame. Esta exhortación de Jesús a sus discípulos es diametralmente contraria a la tentación de una vida sin esfuerzo o del éxito fácil. Por eso, si queremos nosotros ser de verdad cristianos, es decir, seguidores de Cristo, tenemos que identificarnos con Él: salir cada cual de sí mismo renunciando a toda forma de egoísmo, para ponerse al servicio del Reino de Dios, reino de justicia, de amor y de paz, hasta las últimas consecuencias. En la primera lectura de este domingo, tomada del libro del profeta Zacarías (12, 10-11; 13,1), Dios hace oír su Palabra diciendo: “Me mirarán a mí, a quien traspasaron”. Es un anuncio de lo que sucedería varios siglos después con Jesucristo crucificado y que precisamente evocaría el Evangelio según san Juan en su relato de la pasión del Señor. Pero la Palabra de Dios nos invita no sólo a dirigir nuestra mirada a la imagen de la herida causada por la lanza que traspasó el costado del cuerpo de Jesús crucificado y le hizo derramar hasta la última gota de su sangre, sino además a cargar también nosotros con nuestra cruz de cada día. En otras palabras: la pasión de Jesucristo y su muerte en la cruz no son presentadas por los Evangelios para que las contemplemos pasivamente. Los evangelistas las han narrado para que procuremos identificarnos con Aquél que dio su vida por nosotros y por toda la humanidad, y nos dispongamos a cargar nuestras cruces cotidianas. Cargar la cruz cada día significa estar dispuestos a asumir las dificultades que conlleva el diario existir para cada uno y cada una de nosotros. Y también la exhortación de Jesús a cargar con nuestra cruz de cada día implica una invitación a buscar ayuda y dejarnos ayudar, cuando sentimos que el peso de esa cruz es una carga que no podemos soportar solos. Tenemos disponible la ayuda de Dios, pero ella nos puede llegar a través de personas de las que Él se sirve como instrumentos. Igualmente nosotros podemos ser instrumentos de Dios para ayudar a otros a llevar sus cruces, solidarizándonos con el dolor de los que sufren. 3.- Porque el que quiera salvar su vida, la perderá; pero el que pierda la vida por causa mía, la salvará “Por el bautismo ustedes se han revestido de Cristo”, nos dice hoy la segunda lectura, tomada de la Carta de Pablo a la comunidad de los Gálatas (3, 26-29) en el Asia Menor, hoy Turquía. Revestirse de Cristo es precisamente identificarse con Él en su manera de pensar, en sus sentimientos, en sus actitudes. En otra de sus cartas, la dirigida a los Filipenses o integrantes de la primera comunidad cristiana de la ciudad de Filipos, en Macedonia, el mismo apóstol dice: “Tengan unos con otros la manera de pensar propia de quien está unido a Cristo Jesús, el cual, aunque existía con el mismo ser de Dios,no se aferró a su igualdad con Él, sino que renunció a lo que era suyoy tomó naturaleza de siervo. Haciéndose como todos los hombres y presentándose como un hombre cualquiera, se humilló a sí mismo, haciéndose obediente hasta la muerte, una muerte en la cruz. Por eso Dios le dio el más alto honor…” (Filipenses 2, 5-11). Por eso mismo, cuando Jesús les dice en el Evangelio a sus discípulos “el que quiera salvar su vida, la perderá, pero el que pierda la vida por causa mía, la salvará”, está refiriéndose a