Colegio San José Barranquilla

Reflexiones

Mensaje del Domingo – Mayo 11

EL MENSAJE DEL DOMINGO Domingo IV de Pascua – Ciclo A Por: Gabriel Jaime Pérez, S.J. En aquel tiempo, dijo Jesús: -«Les aseguro que el que no entra por la puerta en el redil de las ovejas, sino que salta por otra parte, es un ladrón y un bandido; pero el que entra por la puerta es el pastor de las ovejas. A éste le abre el guarda, y las ovejas atienden a su voz, y él va llamando por el nombre a sus ovejas, las saca del redil, y cuando ha sacado todas las suyas, camina delante de ellas, y las ovejas lo siguen, porque conocen su voz; a un extraño no lo seguirán, sino que huirán de él, porque no conocen la voz de los extraños.» Jesús les puso esta comparación, pero ellos no entendieron de qué les hablaba. Por eso añadió Jesús: -«Les aseguro que yo soy la puerta de las ovejas. Todos los que han venido antes de mí fueron ladrones y bandidos, por eso las ovejas no les hicieron caso. Yo soy la puerta: quien entre por mí se salvará y podrá entrar y, salir, Y encontrará pastos. El ladrón no entra sino para robar y matar y hacer estrago; yo he venido para que tengan vida y la tengan en abundancia.» (Juan 10, 1-10). 1. La imagen del pastor en el Antiguo y en el Nuevo Testamento La imagen del pastor que cuida y conduce a las ovejas es constante en el Antiguo Testamento. El libro del Génesis describe los orígenes de Israel a partir de los patriarcas Abraham, Isaac, Jacob y sus doce hijos -de los cuales provenían las doce tribus israelitas-, quienes trashumaban en busca de agua y pastos para sus rebaños de ovejas y cabras. Varios siglos después hacia el XII a.C., encontramos en el libro del Éxodo a Moisés, quien junto al monte Sinaí aprende el oficio de pastor y es escogido por Dios como instrumento para liberar al pueblo de la esclavitud y conducirlo a través del desierto hacia la tierra prometida. Y dos siglos más tarde -hacia el siglo X a.C.-, tal como nos lo cuenta el primer libro de Samuel, Dios mismo escoge a David, un joven pastor que cuidaba el rebaño de su padre Jesé, para ser consagrado rey de Israel a quien se atribuye, entre otros el Salmo 23 (22): El Señor es mi pastor, nada me falta… También la imagen del pastor es empleada por los profetas. En el capítulo 34 de Ezequiel (siglo VI a.C.), Dios reprueba a los jefes del pueblo por haberse aprovechado de las ovejas para sus propios intereses egoístas y anuncia la promesa de un Mesías descendiente de David que será su verdadero pastor. Finalmente, en los comienzos de la era cristiana, los Evangelios anteriores al de Juan nos presentan la parábola contada por Jesús acerca del pastor que va en busca de la oveja perdida, la encuentra y la carga sobre sus hombros (Mateo 18,12-14; Lucas 15,3-7), mostrando así la misericordia infinita de Dios. Esta imagen del pastor misericordioso, pintada en las catacumbas de Roma, es la más antigua representación figurativa del cristianismo. Y en todo el capítulo 10 del Evangelio según san Juan, al que pertenece el texto de este domingo, Jesús se presenta como el Buen Pastor 2. “Camina delante de las ovejas y ellas lo siguen, porque conocen su voz” Una de las características de los pastores en el cercano oriente es que suelen ir delante del rebaño, lo cual los diferencia de los arrieros que golpean y empujan desde atrás. Por eso Jesús, al manifestarse como la presencia personal y salvadora de Dios entre nosotros, se aplica con toda razón la imagen del pastor para invitarnos a seguirlo confiando en su misericordia. Esta metáfora juega con otro de los símbolos que emplea Jesús para explicar su misión: “Les aseguro que el que no entra por la puerta en el redil de las ovejas, sino que salta por otra parte, es un ladrón y un bandido; pero el que entra por la puerta es el pastor de las ovejas (…) Yo soy la puerta de las ovejas”. Esta otra imagen podemos aplicarla a la labor pastoral que iba a continuar la Iglesia después de la muerte y resurrección de Jesús: esta labor, para ser auténtica, tiene que pasar por Él, que es la puerta. Por otra parte, existe el peligro de malentender la imagen del pastor y el rebaño cuando se hace de la Iglesia una organización autoritaria en la cual unos jefes gobiernan desde arriba a unos borregos pasivos que se comportan gregariamente, sin libertad ni iniciativa propia. Por el contrario, la Iglesia surgida de la vida y las enseñanzas de Jesucristo tiene que ser una comunidad en la que todos sus integrantes sean reconocidos como el pueblo de Dios, y en la que sus pastores vivan y actúen como verdaderos servidores, a imagen del propio Jesús. 3. “Yo he venido para que tengan vida, y la tengan abundante” Esta misión de Jesús como buen pastor corresponde a su vez a lo que dice la 1ª Carta de Pedro, en la segunda lectura de este domingo, a quienes se habían convertido a la fe en Jesucristo: Ustedes andaban como ovejas descarriadas, pero ahora han vuelto al pastor y guardián de sus vidas (1 Pedro 2, 25). El propio Pedro, que en su discurso después de haber recibido energía del Espíritu Santo el día de Pentecostés, tal como aparece en la primera lectura, anunció a Jesús resucitado como Señor y Mesías, había recibido de éste la misión de representarlo en la tierra como supremo pastor de su Iglesia, según nos lo cuenta en otro pasaje el Evangelio según san Juan: apacienta mis corderos (…), apacienta mis ovejas (Juan 21, 15-17). Este IV Domingo de Pascua o “Domingo del Buen Pastor” lo dedica la Iglesia Católica a celebrar la Jornada Mundial de Oración por las Vocaciones. Al celebrarse en esta fecha la 51ª edición de

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Mensaje del Domingo – Mayo 4

EL MENSAJE DEL DOMINGO III Domingo  de Pascua – Ciclo A      Por: Gabriel Jaime Pérez, S.J.  Dos discípulos de Jesús iban andando aquel mismo día, el primero de la semana, a una aldea llamada Emaús, distante unas dos leguas de Jerusalén; iban comentando todo lo que había sucedido. Mientras conversaban y discutían, Jesús en persona se acercó y se puso a caminar con ellos. Pero sus ojos no eran capaces de reconocerlo. Él les dijo: «¿Qué conversación es esa que traen ustedes mientras van de camino?» Ellos se detuvieron preocupados. Y uno de ellos, que se llamaba Cleofás, le replicó: «¿Eres tú el único forastero en Jerusalén, que no sabes lo que ha pasado allí estos días?» Él les preguntó: «¿Qué?» Ellos le contestaron: «Lo de Jesús, el Nazareno, que fue un profeta poderoso en obras y palabras ante Dios y ante todo el pueblo; cómo lo entregaron los sumos sacerdotes y nuestros jefes para que lo condenaran a muerte, y lo crucificaron. Nosotros esperábamos que él fuera el futuro liberador de Israel. Y ya ves: hace dos días que sucedió esto. Es verdad que algunas mujeres de nuestro grupo nos han sobresaltado: pues fueron muy de mañana al sepulcro, no encontraron su cuerpo, e incluso vinieron diciendo que habían visto una aparición de ángeles, que les habían dicho que estaba vivo. Algunos de los nuestros fueron también al sepulcro y lo encontraron como habían dicho las mujeres; pero a él no lo vieron.» Entonces Jesús les dijo: «¡Qué necios y torpes son para  creer lo que anunciaron los profetas! ¿No era necesario que el Mesías padeciera esto para entrar en su gloria?» Y comenzando por Moisés y siguiendo por los profetas, les explicó lo que se refería a él en toda la Escritura. Ya cerca de la aldea donde iban, él hizo ademán de seguir adelante; pero ellos le apremiaron, diciendo: «Quédate con nosotros, porque ya cae la tarde.» Y entró para quedarse con ellos. Sentado a la mesa con ellos, tomó el pan, pronunció la bendición, lo partió y se lo dio. A ellos se les abrieron los ojos y lo reconocieron. Pero él desapareció. Ellos comentaron: «¿No ardía nuestro corazón mientras nos hablaba por el camino y nos explicaba las Escrituras?»  Y, levantándose al momento, volvieron a Jerusalén, donde encontraron reunidos a los Once con sus compañeros, que decían: «Era verdad, ha resucitado el Señor y se ha aparecido a Simón.» Y ellos contaron lo que les había pasado por el camino y cómo lo habían reconocido al partir el pan (Lucas 24, 13-35). Las lecturas de este domingo (Hechos 2, 14.22-33), Salmo 16 (15), 1ª Pedro 1, 17-21; Lucas 24, 13-35) nos invitan a meditar sobre el mensaje central de nuestra fe: Jesús de Nazaret, el Hijo de Dios, Dios hecho hombre, está vivo después de su muerte en la cruz y actúa por su Espíritu Santo. 1. “Jesús en persona se acercó y se  puso a caminar con ellos” Aquellos dos discípulos que se dirigían a Emaús no formaban parte de los doce iniciales o, mejor dicho, de los once que habían quedado después del suicidio de Judas Iscariote. Entre los seguidores de Jesús durante su vida terrena, además de los doce llamados apóstoles (término procedente del griego que significa enviados), hubo un buen número de hombres y mujeres. El propio Lucas, que no dice su propio nombre pero sí el de su amigo Cleofás, podría haber sido uno de los “otros 72 discípulos” (del latín discípuli que significa aprendices y corresponde al griego mathetoi), mencionados en el capítulo 10 de su Evangelio. Como a Lucas y Cleofás después de los hechos del Calvario, también a nosotros nos pueden surgir sentimientos de desánimo provenientes de experiencias dolorosas o de la sensación del fracaso, cuando las cosas no nos han salido como esperábamos. En medio de estas situaciones, Jesús resucitado viene a caminar con nosotros. A veces nos resulta inicialmente difícil reconocerlo, y por ello necesitamos de la fe para descubrir su presencia que puede manifestarse de muchas maneras, por ejemplo a través de una persona que nos quiere de verdad o de alguien que solicita nuestra atención. Pero es especialmente al celebrar la Eucaristía cuando Jesús nos sale al encuentro para que podamos escuchar y comprender en comunidad la Palabra de Dios y alimentarnos de ella. Esto es lo que ocurre en la primera parte de la Misa: escuchamos las lecturas bíblicas y Él mismo nos ayuda a entender su sentido en relación con nuestra vida. 2. “Quédate con nosotros…” Este es el título de la última carta apostólica que escribió el Papa San Juan Pablo II  al proclamar el año 2005 -último de su pontificado- como “Año de la Eucaristía”. Como los discípulos que se dirigían a Emaús, también nosotros necesitamos que el Señor permanezca con nosotros. Él ya se hizo presente en la historia humana como Palabra de Dios, mostrándonos con sus enseñanzas y su ejemplo el camino que nos conduce a la verdadera felicidad: el sendero de la vida  al que se refiere el Salmo responsorial de este domingo [Salmo 16 (15), 11]. Ahora es  necesario que Él mismo llene nuestra existencia alimentándonos con su propia vida resucitada. Por eso le decimos, como los discípulos de Emaús: “Quédate con nosotros”. Como se acostumbraba hacer con los huéspedes, al detenerse en una posada del camino aquellos dos discípulos le ofrecieron a quien todavía no habían reconocido un poco de pan y de vino. Nosotros, en el ofertorio de la Eucaristía, después de oír la Palabra de Dios, ofrecemos el pan y el vino que representan cuanto ha sido creado por Dios y fabricado por el trabajo humano para compartirlo como hermanos. Como ocurrió con los discípulos de Emaús, nuestra disposición a compartir nos prepara para reconocer la presencia real de Cristo resucitado entre nosotros y alimentarnos con su vida  nueva. 3. “Contaron lo que les había pasado y cómo lo habían reconocido al partir el pan” La fracción el pan era el nombre que

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Mensaje del Domingo – Abril 27

EL MENSAJE DEL DOMINGO II Domingo de Pascua – Ciclo A Gabriel Jaime Pérez, S.J.    Al anochecer de aquel día, el primero de la semana, estaban los discípulos en una casa, con las puertas cerradas por miedo a los judíos. Y en esto entró Jesús, se puso en medio y les dijo: -«La paz esté con ustedes» Y, diciendo esto, les enseñó las manos y el costado. Y los discípulos se llenaron de alegría al ver al Señor. Jesús repitió: -«La paz esté con ustedes. Como el Padre me ha enviado, así también los envío yo.» Y, dicho esto, exhaló su aliento sobre ellos y les dijo: -«Reciban el Espíritu Santo; a quienes les perdonen los pecados, les quedan perdonados; a quienes se los retengan, les quedan retenidos. » Tomás, uno de los Doce, llamado el Mellizo, no estaba con ellos cuando vino Jesús. Y los otros discípulos le decían: -«Hemos visto al Señor.» Pero él les contestó: -«Si no veo en sus manos la señal de los clavos, si no meto el dedo en el agujero de los clavos y no meto la mano en su costado, no lo creo.» A los ocho días, estaban otra vez dentro los discípulos y Tomás con ellos. Llegó Jesús, estando cerradas las puertas, se puso en medio y dijo: -«La paz esté con ustedes.» Luego dijo a Tomás: -«Trae tu dedo, aquí tienes mis manos; trae tu mano y métela en mi costado; y no seas incrédulo, sino creyente.» Contestó Tomás: « ¡Señor mío y Dios mío! » Jesús le dijo: « ¡Señor mío y Dios mío!» Jesús le dijo: « ¿Porque me has visto has creído?  Dichosos los que crean sin haber visto.» Muchos otros signos, que no están escritos en este libro, hizo Jesús a la vista de los discípulos.  Éstos se han escrito para que ustedes crean que Jesús es el Mesías, el Hijo de Dios, y para que, creyendo, tengan vida en su nombre. (Juan 20, 19-31). Las lecturas de este domingo [Hechos de los Apóstoles 2, 42-47; Salmo 118 (117) 1ª Carta de san Pedro (1, 3-9); Evangelio según san Juan, 20, 19-31] nos invitan a proclamar nuestra fe en la resurrección de Jesús, a dar testimonio de la esperanza que nos anima y a construir la civilización del amor en coherencia con lo que creemos y esperamos.   1. “Dichosos los que crean sin haber visto” Los relatos evangélicos de las apariciones de Cristo resucitado nos remiten a experiencias de fe que se sitúan en un nivel distinto del que captan físicamente los sentidos. Aunque emplean imágenes que se refieren a los hechos de ver, oír y tocar, la realidad a la que se refieren es de orden espiritual. Por eso nos presentan a Jesús entrando en un recinto con las puertas cerradas y realizando acciones que les permiten a sus discípulos reconocerlo en su vida nueva, ya no condicionada por la materia ni por las dimensiones del espacio y del tiempo. En su encuentro con el apóstol Tomás, la referencia a las señales de los clavos en sus manos y en sus pies, y de la lanza en su costado, significa que se trata del mismo Jesús que había muerto en la cruz, pero ahora con una presencia captable sólo por la fe. La frase de Jesús a Tomás -Dichosos los que crean sin haber visto (Juan 20, 29)-, y la que leemos en la 1ª Carta de san Pedro –Ustedes no han visto a Jesucristo y lo aman, no lo ven y creen en Él (1 Pedro 1, 8)- se hacen realidad en nosotros cuando, sin exigir pruebas de laboratorio propias de las ciencias físicas y químicas, reconocemos la presencia de Cristo resucitado en su nueva realidad espiritual y decimos ante las especies consagradas del pan y del vino: “Señor mío y Dios mío” (Juan 20, 28). 2. “Nos ha hecho nacer de nuevo para una esperanza viva” La 1ª Carta de san Pedro también nos hace una invitación a la esperanza fundada en la resurrección de Cristo, prenda de nuestra resurrección futura, que nos impulsa a vivir con alegría incluso en medio de las dificultades presentes: Por eso estén alegres, aunque por un tiempo tengan que ser afligidos con diversas pruebas (1 Pedro 1, 6). Este gozo pascual se manifiesta especialmente cuando la comunidad realiza la fracción del pan, término con el cual se designa la Eucaristía, como nos lo cuenta el libro de los Hechos de los Apóstoles: comían juntos alabando a Dios con alegría (Hechos 2, 46). Así debe ser no sólo nuestra celebración eucarística, sino también nuestra vida entera: un testimonio vivo de alabanza gozosa a Dios como en los principios de la Iglesia. En el Evangelio encontramos tres veces la frase la paz esté con ustedes. Este saludo de Cristo resucitado es especialmente significativo después de los hechos sangrientos del Calvario que habían dejado a sus discípulos sumidos en el miedo (Juan 20, 19). También nosotros, a pesar de la violencia que nos rodea, desde la fe pascual expresamos la esperanza en un porvenir de paz, la paz que nos deseamos mutuamente y que proviene del perdón, gracias al Espíritu Santo que Él mismo nos comunica: Exhaló su aliento sobre ellos y les dijo: «Reciban el Espíritu Santo; a quienes les perdonen los pecados, les quedan perdonados.» (Juan 20, 22-23). Y esta paz será posible en la medida en que cada cual desarme su corazón, para que todos nos reconciliemos y nos abramos con esperanza activa a la construcción de una sociedad en la que podamos vivir nuestra condición de hijos de Dios. 3. “Los creyentes vivían todos unidos y lo tenían todo en común” Jesús resucitado envió a sus discípulos a proclamar la Buena Noticia: «Como el Padre me ha enviado, así también los envío yo.» Acogiendo esta buena noticia, los primeros cristianos formaron una comunidad a partir del ágape, palabra que en griego significa amor, en el sentido de una disposición desinteresada a compartir, con la

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Mensaje del Domingo – Abril 20

EL MENSAJE DEL DOMINGO Domingo de Resurrección – Ciclo A    Por: Gabriel Jaime Pérez, S.J. Abril 20 de 2014 El primer día de la semana, María Magdalena fue al sepulcro al amanecer, cuando aún estaba oscuro, y vio la losa quitada del sepulcro. Echó a correr y fue donde estaba Simón Pedro y el otro discípulo, a quien tanto quería Jesús, y les dijo: -«Se han llevado del sepulcro al Señor y no sabemos dónde lo han puesto.» Salieron Pedro y el otro discípulo camino del sepulcro. Los dos corrían juntos, pero el otro discípulo corría más que Pedro; se adelantó y llegó primero al sepulcro; y, asomándose, vio las vendas en el suelo; pero no entró. Llegó también Simón Pedro detrás de él y entró en el sepulcro: vio las vendas en el suelo y el sudario con que le habían cubierto la cabeza, no por el suelo con las vendas, sino enrollado en un sitio aparte. Entonces entró también el otro discípulo, el que había llegado primero al sepulcro; vio y creyó. Pues hasta entonces no habían entendido la Escritura: que él había de resucitar de entre los muertos. (Juan 20, 1-9). La Pascua de Resurrección es la más importante y alegre de todas las celebraciones de nuestra fe. Comienza en la noche del Sábado Santo con el encendimiento del Cirio Pascual que representa a Jesús resucitado, luz del mundo, principio y fin de la historia -Alfa y Omega-. En la liturgia de esa misma noche, la bendición del agua evoca el sacramento del Bautismo por el cual hemos renacido a una vida nueva en Cristo, y la Eucaristía manifiesta la presencia real y la acción salvadora del Señor que nos alimenta espiritualmente con su vida resucitada. En la siguiente reflexión me referiré a las lecturas bíblicas de la Misa del Día correspondiente al Domingo de Resurrección: Hechos de los Apóstoles 10, 34-43, Carta de san Pablo a los Colosenses 3, 1-4 y Evangelio según san Juan 20, 1-9.  1. Los discípulos de Jesús encuentran el sepulcro vacío Lo primero que experimentan los discípulos de Jesús después de su muerte en el Calvario es que no está allí donde han ido a buscar su cuerpo. “Se han llevado del sepulcro al Señor y no sabemos dónde lo han puesto“, dice María Magdalena. En todos los relatos evangélicos la narración del misterio de la resurrección de Cristo comienza por la experiencia del sepulcro vacío, y son las mujeres las primeras en notar esta ausencia, verificada luego por los demás discípulos. Ellas eran las que se habían encargado de embalsamar el cuerpo de Jesús, según las costumbres judías de la época, en aquella tumba que era una especie de cueva cuya entrada se sellaba con una piedra rodante, y no habían alcanzado a terminar su labor en la tarde del viernes por haber comenzado desde las seis el descanso sabático. El mensaje del sepulcro vacío consiste en una invitación a no buscar al Señor en la tumba, es decir, en el lugar destinado a los muertos, pues no está allí. Sólo se le puede encontrar en otra dimensión distinta de la física o material, y esto es precisamente lo que constituye el sentido de la fe de los primeros discípulos, expresada en la frase sugestiva del relato de Juan, “el otro discípulo” que, después de María Magdalena, llegó con Simón Pedro al sepulcro: “vio… y creyó”. ¿Qué vio? Un sudario, unas vendas y el sepulcro vacío. ¿Qué creyó? Lo que Jesús ya les había anunciado antes de su muerte: que iba a resucitar. 2. Jesucristo resucitado se manifiesta a sus discípulos La primera lectura bíblica nos describe la experiencia que tuvieron los primeros discípulos de Jesús, ya no de su ausencia del sepulcro, sino de su presencia resucitada: “Dios lo resucitó al tercer día e hizo que se nos apareciera a nosotros”, dice Simón Pedro en su discurso, en el texto de los Hechos de los Apóstoles (10, 34-43). Esta experiencia se da especialmente en la celebración de la Eucaristía: “Nosotros comimos y bebimos con Él después de su resurrección“. Cuando los primeros discípulos se reúnen para compartir el pan y el vino consagrados en memoria suya, experimentan su presencia resucitada, distinta de la física anterior a su muerte. Es una presencia espiritual que corresponde a una dimensión trascendente. Si bien la experiencia pascual de aquellos discípulos tuvo unas características especiales, algo similar ocurre para nosotros cuando celebramos la Eucaristía: Jesucristo resucitado se hace presente en el sacramento de su Cuerpo y Sangre gloriosos, con los que Él mismo nos alimenta comunicándonos su propia vida nueva. 3. La resurrección de Cristo, prenda de nuestra resurrección futura Los primeros cristianos vivieron el anuncio pascual de la resurrección de Jesucristo como el contenido central de la Buena Noticia que desde entonces comenzó a difundirse desde Jerusalén hasta los confines de la tierra: Jesús de Nazaret, el Hijo de Dios hecho hombre, el Mesías, el Cristo -es decir, el ungido, consagrado por Dios Padre para realizar su designio de salvación en favor de toda la humanidad-, ha resucitado y está vivo, con una vida nueva en un cuerpo glorioso que pertenece a una dimensión trascendente espiritual, y como Señor del universo ha querido hacernos partícipes de su resurrección, de modo que también nosotros vivamos y seamos eternamente felices. Esta Buena Noticia -que es lo que significa el término Evangelio (Eu-angelion) proveniente del griego- constituye a su vez para nosotros una invitación a poner nuestra mirada en las realidades eternas, no quedándonos en lo meramente terreno, que es transitorio. Tal es el sentido de la exhortación que hace san Pablo en la segunda lectura, tomada de su carta a los Colosenses –los primeros cristianos de la ciudad de Colosas, en el Asia Menor- (3, 1-4), y que reconocemos como palabra de Dios dirigida aquí y ahora a cada uno de los bautizados en la fe que proclama la resurrección de Jesucristo. Poner la mirada en las realidades eternas, que son “las de arriba” -teniendo

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Mensaje del Domingo – Abril 13

EL MENSAJE DEL DOMINGO Domingo de Ramos – Ciclo A Por: Gabriel Jaime Pérez, S.J. Abril 13 de 2014 Cuando se acercaban a Jerusalén y llegaron a Betfagé, junto al monte de los Olivos, Jesús mandó a dos discípulos, diciéndoles: «Vayan  a la aldea de enfrente, encontrarán en seguida una burra atada con su pollino, desátenlos y tráiganmelos. Si alguien les dice algo, contéstenle que el Señor los necesita y los devolverá pronto.» Esto ocurrió para que se cumpliese lo que dijo el profeta: «Díganle  a la hija de Sión: “Mira a tu rey, que viene a ti, humilde, montado en un asno, en un pollino, hijo de una burra”.» Fueron los discípulos e hicieron lo que les había mandado Jesús: trajeron la burra y el pollino, echaron encima sus mantos, y Jesús se montó. La multitud extendió sus mantos por el camino; algunos cortaban ramas de árboles y alfombraban la calzada. Y la gente que iba delante y detrás gritaba: « ¡Hosanna al Hijo de David! ¡Bendito el que viene en nombre del Señor! ¡Hosanna en el cielo!» Al entrar en Jerusalén, toda la ciudad preguntaba alborotada: « ¿Quién es éste?» La gente que venía con él decía: «Es Jesús, el Profeta de Nazaret de Galilea.» (Mateo 21, 1-11). La Semana Santa o Semana Mayor comienza con el Domingo de Ramos, llamado también de Pasión. En este año, la lectura que antecede a la bendición de los ramos con los cuales se aclama a Jesús inmediatamente antes de la Misa al conmemorar su entrada en Jerusalén pocos días antes de su pasión y muerte, es la del Evangelio según san Mateo. En la Misa se toma de este mismo Evangelio el relato de la pasión y muerte de Cristo (26,14 – 27,66), precedido de los textos de Isaías 50, 4-7, el Salmo 22 [21] y la carta de san Pablo a los Filipenses (2, 6-11). Centremos nuestra reflexión en tres temas que se relacionan con cada una de las frases que aparecen a continuación como títulos de las respectivas secciones, y que encontramos en los textos mencionados del Evangelio. El tema 1 se refiere específicamente a la entrada de Jesús en Jerusalén que conmemoramos el Domingo de Ramos. Los temas 2 y 3 de pueden también aplicarse respectivamente a las conmemoraciones de los días Jueves Santo y Viernes Santo, que tienen sus propias lecturas bíblicas pero cuya temática ya se anticipa desde este domingo. 1. “¡Hosanna! ¡Bendito el que viene en nombre del Señor!” La palabra Hosanna, proveniente del hebreo, era también empleada en el idioma arameo, la lengua popular hablada en tiempos de Jesús, y significa originariamente Sálvanos ahora. Unida a la frase Bendito el que viene en nombre de Yahvé (o en nombre de Señor, como dice el Evangelio y también el canto litúrgico de la Misa que comienza con la invocación Santo, Santo, Santo…), está tomada del Salmo 118 (117), un himno de acción de gracias a Dios que se cantaba junto al Templo de Jerusalén en la llamada “Fiesta de las Tiendas” (es decir, de las Carpas, también llamada “Fiesta de los Tabernáculos”), y que en sus versículos 25 al 27 expresa así el reconocimiento a la acción salvadora de Dios: “Sálvanos ahora, Yahvé, haz que nos vaya bien… Bendito el que viene en el nombre de Yahvé… Yahvé es Dios, Él nos ilumina. Cierren la procesión con ramos en la mano…” Con el tiempo, la misma palabra “hosanna” se convirtió en un saludo de aclamación y bendición, frecuentemente unido al canto del “hallel-u-yah”, término que en su significado original hebreo quiere decir “alabemos a Yah”, o sea “alabemos a Yahvé” (Yahvé es el nombre con el que Dios se le reveló a Moisés al elegirlo y enviarlo como su instrumento para liberar a los israelitas de la esclavitud que sufrían en Egipto). Un detalle significativo constituye el mensaje central del relato del Evangelio acerca de le entrada de Jesús en Jerusalén: Jesús, a quien las gentes sencillas aclaman como el Mesías esperado, descendiente del rey David, no entra arrogante en un carro de guerra tirado por caballos, sino manso y humilde, cabalgando sobre un asno. El Reino que ha anunciado desde el inicio de su predicación es distinto de los de este mundo, y eso es precisamente lo que va a manifestarse en el proceso de su pasión y muerte, que culminará con el acontecimiento pascual de la resurrección, no como un hecho espectacular sino como una experiencia espiritual que sólo viven quienes se abren con fe a la revelación de Dios. 2. “Tomen y coman, esto es mi cuerpo… Beban, esto es mi sangre que se derrama por todos para el perdón de los pecados” (Mt 26, 27) El relato de la pasión según San Mateo, inmediatamente después de la escena en que Judas Iscariote vende a su Maestro por treinta monedas de plata -el precio que valía un esclavo-, nos presenta, en la cena pascual que Jesús celebra con sus discípulos en la noche de la víspera de su pasión, que conmemoraremos solemnemente en la Misa vespertina del Jueves Santo: la institución de la sagrada Eucaristía, memorial del sacrificio redentor de Cristo que nos entrega su cuerpo y su sangre  para darnos vida eterna. Memorial que no es un simple recuerdo, sino la actualización salvadora para nosotros de su misterio pascual -pasión, muerte y resurrección-, cada vez que participamos debidamente y con fe en la Eucaristía, alimentándonos con su propia vida. En este sentido, la Eucaristía es “el sacramento de nuestra fe” en el que anunciamos su muerte, proclamamos su resurrección y expresamos nuestra esperanza en su venida gloriosa. Igualmente es el sacramento del amor de Dios manifestado en la ofrenda que Jesús, Dios hecho hombre, hace de sí mismo para la salvación de la humanidad, y que implica a su vez el mandamiento del amor: amor a Dios sobre todas las cosas, y a nuestros prójimos no sólo como a nosotros mismos, sino como Él nos ha mostrado que nos

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Homilía Primeras Comuniones

Por: Gabriel Jaime Pérez SJ Introducción “El Señor ha estado grande con nosotros y estamos alegres”. Con este verso del Salmo 126, repetido como estribillo, compartimos todos nuestro sentimiento de gozo en esta “fecha dulce y bendecida”, -como dice el canto de entrada- en la que ustedes, queridas y queridos estudiantes del Colegio San José, se disponen a recibir por primera vez a Jesús en el Santísimo Sacramento de su Cuerpo y Sangre gloriosos. “Esta es la mañana bella de mi vida”. Con este canto entramos hace más de 50 años un grupo de niños de Barranquilla al templo donde recibimos nuestra primera comunión, y este grato recuerdo me ha llenado también de alegría al comenzar la Eucaristía con ustedes, con sus familias, con sus profes, con quienes los han preparado para este gran día, con los demás colaboradores del Colegio aquí presentes y en compañía de mis hermanos jesuitas, todos como lo que somos: la Familia San José. Y el motivo de esta alegría que todos compartimos es precisamente que el Señor ha estado grande con nosotros. Por eso nuestro sentimiento es a la vez de acción de gracias a Dios por todos los dones que nos ha regalado. Ante todo por el don de la vida que nos transmitió a través de nuestros padres y que sigue haciendo crecer en cada una y cada uno. La vida física, sí, pero también la vida espiritual, cuyo desarrollo, con la cooperación de los educadores y educadoras escolares, hace parte de la formación integral que les ha venido ofreciendo la Compañía de Jesús en este Colegio que está próximo a cumplir, dentro de cuatro años, su primer siglo de existencia con el propósito de contribuir, con el compromiso corresponsable de los padres y las madres de familia, a que sus estudiantes  logren cada día  “ser más para servir mejor” como “hombres y mujeres con los demás y para los demás”, dispuestos a “en todo amar y servir”. Con este sentimiento, les propongo a todos que reflexionemos sobre tres invitaciones que nos hace Jesús en las lecturas que hemos escuchado: 1. “Hagan esto en memoria mía” Cuando los primeros seguidores y seguidoras de Jesús -como cuenta el apóstol San Pablo en la primera lectura (1 Corintios 11, 23-26)- se reunían siguiendo esta invitación para compartir el pan y el vino consagrados con las palabras que Él mismo había pronunciado en la última cena la víspera de su pasión y muerte en la cruz, tenían una experiencia vivencial de su presencia resucitada y resucitadora. Nosotros también vivimos esta experiencia pascual -es decir de la “pascua”, del paso del Señor por nuestra vida para liberarnos del mal y fortalecernos espiritualmente- cada vez que celebramos como es debido la Eucaristía, el memorial que actualiza en nuestra existencia personal y comunitaria la acción salvadora de Jesús en favor de toda la humanidad mediante el sacrificio redentor de su ofrecimiento a Dios Padre en la cruz, la participación de su vida nueva por la resurrección, y la comunicación del Espíritu Santo que es la energía renovadora del amor de Dios. Acojamos esta invitación de Jesús a vivir de verdad y a fondo el Sacramento de la Eucaristía, porque como dice un conocido refrán popular de esta tierra querida, “quien lo vive es quien lo goza”. Y esto sí que lo podemos aplicar y referir a la alegría espiritual que experimenta quien participa de la vida resucitada y resucitadora de Jesús. 2. “Ámense los unos a los otros como yo los he amado” Esta segunda invitación de Jesús es nada más y nada menos que su mandamiento del amor (Juan 15, 12-17). En él se resume toda la ley de Dios, porque  amar a Dios sobre todas las cosas sólo es posible de verdad en la medida en que cada cual reconozca a los demás, y especialmente a los más necesitados,  como hermanos y hermanas, porque todos somos hijos del mismo Creador. Y se trata de un mandamiento “nuevo” (Juan13, 34-35). Ya existía desde antes la regla de oro formulada con la frase “ama a tu prójimo como a ti mismo”, que también se expresa en la máxima “trata a los demás como quieres que los demás te traten a ti”. Ya Jesús había recordado esta regla de oro antes en su predicación, y así nos lo muestran los Evangelios. Pero en la última cena con sus discípulos antes de morir en la cruz, les dice que ese amor debe ser semejante al que Él mismo les iba a mostrar entregando su vida. “Nadie tiene un amor más grande a sus amigos que el que da la vida por ellos”. Por eso es un mandamiento “nuevo”. Ya no es solamente amarnos unos a otros como cada cual se ama a sí mismo, sino tratarnos con el mismo amor que nos manifiesta Dios en la persona de Jesús: un amor compasivo y misericordioso que lo llevó a dar su propia vida terrena para abrir a todas las personas a la posibilidad de una vida nueva que no terminará jamás, y que podemos experimentar nosotros desde ahora mismo si nos dejamos llenar por el Espíritu Santo que Él nos comunica cuando recibimos su cuerpo y su sangre gloriosos en la Sagrada Comunión. 3. “Vayan y den fruto” Finalmente, queridas y queridos estudiantes, queridas madres y queridos padres de familia, todos los presentes -queridos por Dios como hijos suyos-, Jesús nos invita a cumplir una misión. Todos, cada cual de una forma específica, hemos sido elegidos por Él y de Él hemos recibido la misión de salir de nosotros mismos y ponernos en camino para hacer su voluntad, realizando lo que Él nos propone de modo que nuestra vida dé fruto, es decir, que sea productiva para el bien de todos. Por eso, después de recibir a Jesús en la Sagrada Comunión, Él mismo nos dice, a cada uno y cada una: Te he elegido y te he destinado a que des mucho fruto, contribuyendo a construir una sociedad en

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Mensaje del domingo – Abril 6

EL MENSAJE DEL DOMINGO IV Domingo de Cuaresma – Ciclo A Por: Gabriel Jaime Pérez, S.J. En aquel tiempo, un cierto Lázaro, de Betania, la aldea de María y de Marta, su hermana, había caído enfermo. María era la que ungió al Señor con perfume y le enjugó los pies con su cabellera; el enfermo era su hermano Lázaro. Las hermanas mandaron recado a Jesús, diciendo: «Señor, tu amigo está enfermo.» Jesús, al oírlo, dijo: «Esta enfermedad no acabará en la muerte, sino que servirá para la gloria de Dios, para que el Hijo de Dios sea glorificado por ella.» Jesús amaba a Marta, a su hermana y a Lázaro. Cuando se enteró de que estaba enfermo, se quedó todavía dos días en donde estaba. Luego les dijo a sus discípulos: «Vamos otra vez a Judea.» Los discípulos le replicaron: «Maestro, hace poco intentaban apedrearte los judíos, ¿y vas a volver allí? » Jesús contestó: « ¿No tiene el día doce horas? Si uno camina de día, no tropieza, porque ve la luz de este mundo; pero si camina de noche, tropieza, porque le falta la luz.»  Dicho esto, añadió: «Lázaro, nuestro amigo, está dormido; voy a despertarlo.» Entonces le dijeron sus discípulos: «Señor, si duerme, se salvará.» Jesús se refería a su muerte; en cambio, ellos creyeron que hablaba del sueño natural. Entonces Jesús les replicó claramente: «Lázaro ha muerto, y me alegro por ustedes de que no hayamos estado allí, para que crean. Y ahora vamos a su casa.» Entonces Tomás, apodado el Mellizo, dijo a los demás discípulos: «Vamos también nosotros y muramos con él.» Cuando Jesús llegó, Lázaro llevaba ya cuatro días enterrado. Betania distaba poco de Jerusalén: unos tres kilómetros; y muchos judíos habían ido a ver a Marta y a María, para darles el pésame por su hermano. Cuando Marta se enteró de que llegaba Jesús, salió a su encuentro, mientras María se quedaba en casa. Y dijo Marta a Jesús: «Señor, si hubieras estado aquí no habría muerto mi hermano. Pero aún ahora sé que todo lo que pidas a Dios, Dios te lo concederá.» Jesús le dijo: «Tu hermano resucitará.» Marta respondió: «Sé que resucitará en la resurrección del último día.» Jesús le dice: «Yo soy la resurrección y la vida: el que cree en mí, aunque haya muerto, vivirá; y el que está vivo y cree en mí, no morirá para siempre. ¿Crees esto?» Ella le contestó: «Sí, Señor: yo creo que tú eres el Mesías, el Hijo de Dios, el que tenía que venir al mundo.»  Y dicho esto, fue a llamar a su hermana María, diciéndole en voz baja: «El Maestro está ahí y te llama.» Apenas lo oyó, se levantó y salió adonde estaba él; porque Jesús no había entrado todavía en la aldea, sino que estaba aún donde Marta lo había encontrado. Los judíos que estaban con ella en casa consolándola, al ver que María se levantaba y salía de prisa, la siguieron, pensando que iba al sepulcro a llorar allí. Cuando llegó María adonde estaba Jesús, al verlo se echó a sus pies diciéndole: «Señor, si hubieras estado aquí no habría muerto mi hermano.» Jesús, viéndola llorar a ella y viendo llorar a los judíos que la acompañaban, sollozó y, muy conmovido, preguntó: « ¿Dónde lo han enterrado?» Le contestaron: «Señor, ven a verlo.» Jesús se echó a llorar. Los judíos comentaban: « ¡Cómo lo quería!» Pero algunos dijeron: «Y uno que le ha abierto los ojos a un ciego, ¿no podía haber impedido que muriera éste?» Jesús, sollozando de nuevo, llega al sepulcro. Era una cavidad cubierta con una losa. Dice Jesús: «Quiten la losa.» Marta, la hermana del muerto, le dice: «Señor, ya huele mal, porque lleva cuatro días.» Jesús le dice: « ¿No te he dicho que si crees verás la gloria de Dios?» Entonces quitaron la losa. Jesús, levantando los ojos a lo alto, dijo: «Padre, te doy gracias porque me has escuchado; yo sé que tú me escuchas siempre; pero lo digo por la gente que me rodea, para que crean que tú me has enviado.» Y dicho esto, gritó con voz potente «Lázaro, ven afuera.» El muerto salió, con los pies y las manos sujetos con vendas, y la cara envuelta en un sudario. Jesús les dijo: «Desátenlo y déjenlo andar.» Y muchos judíos que habían venido a casa de María, al ver lo que había hecho Jesús, creyeron en él (Juan 11, 1-45). La palabra de Dios nos invita a prepararnos para la Semana Santa situándonos en la perspectiva de la resurrección. Jesús sube con sus discípulos hacia Jerusalén y llega a Betania, a tres kilómetros de la ciudad donde va a ser condenado a morir en la cruz. El relato de la resucitación de Lázaro nos muestra varios aspectos de esta perspectiva esencial a nuestra fe, que nos abre a la esperanza en una vida futura. Reflexionemos sobre ellos teniendo en cuenta también las otras lecturas: la de un profeta que vivió entre los siglos VII y VI AC. (Ezequiel 37, 12-14), y la de la carta del apóstol san Pablo a los primeros cristianos de Roma en el siglo I de nuestra era (Romanos 8, 8-11). 1. Jesús nos muestra con su ejemplo cómo se debe compartir el dolor Uno de los rasgos característicos de Jesús en el Evangelio de Juan es el afecto especial que les tenía a sus amigos de Betania, los hermanos Lázaro, Marta y María. Jesús acude con sus discípulos a la casa de estos amigos suyos, por la que había pasado en sus viajes a Jerusalén, y comparte con Marta y María el dolor por el que están pasando. Es en los momentos difíciles cuando se muestra la verdadera amistad, y Jesús nos da un ejemplo claro de ello. Cuando lo ven llorar, los presentes dicen: ¡Cómo lo quería! Tanto entonces como hoy, existe una máxima machista que pretende negar a los varones el derecho a expresar con lágrimas sus sentimientos

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Mensaje del domingo – Marzo 30

EL MENSAJE DEL DOMINGO IV Domingo de Cuaresma – Ciclo A Por: Gabriel Jaime Pérez, S.J. Al pasar Jesús vio a un hombre que había nacido ciego. Sus discípulos le preguntaron: “Maestro, ¿por qué nació ciego este hombre? ¿Por el pecado de sus padres, o por su propio pecado?”Jesús les contestó:“Ni por su propio pecado ni por el de sus padres; fue para que en él se demuestre lo que Dios puede hacer”. Mientras es de día, tenemos que hacer el trabajo del que me envió; pues viene la noche, cuando nadie puede trabajar. Mientras estoy en este mundo, soy la luz del mundo”. Después de haber dicho esto, Jesús escupió en el suelo, hizo con la saliva un poco de lodo y se lo untó al ciego en los ojos. Luego le dijo:“Ve a lavarte al estanque de Siloé (que significa: «Enviado»)”.El ciego fue y se lavó, y cuando regresó ya podía ver. Los vecinos y los que antes lo habían visto pedir limosna se preguntaban: “¿No es éste el que se sentaba a pedir limosna?”Unos decían:“Sí, es él.” Otros decían:“No, no es él, aunque se le parece.”Pero él mismo decía:“Sí, yo soy”.Entonces le preguntaron:“¿Y cómo es que ahora puedes ver?” Él les contestó: “Ese hombre que se llama Jesús hizo lodo, me lo untó en los ojos, y me dijo: «Ve al estanque de Siloé, y lávate». Yo fui, y en cuanto me lavé, pude ver”.Entonces le preguntaron: “¿Dónde está ese hombre?”Y él les dijo:“No lo sé”.  El día en que Jesús hizo el lodo y devolvió la vista al ciego era sábado. Por eso llevaron ante los fariseos al que había sido ciego, 15 y ellos le preguntaron cómo era que ya podía ver. Y él les contestó:“Me puso lodo en los ojos, me lavé, y ahora veo”.Algunos fariseos dijeron: “El que hizo esto no puede ser de Dios, porque no respeta el sábado”.Pero otros decían: “¿Cómo puede hacer estas señales milagrosas, si es pecador?”De manera que hubo división entre ellos, y volvieron a preguntarle al que antes era ciego:“Puesto que te ha dado la vista, ¿qué dices de él?”Él contestó:“Yo digo que es un profeta”.Pero los judíos no quisieron creer que había sido ciego y que ahora podía ver, hasta que llamaron a sus padres y les preguntaron:“¿Es éste su hijo? ¿Declaran ustedes que nació ciego? ¿Cómo es que ahora puede ver?”  Sus padres contestaron:“Sabemos que éste es nuestro hijo, y que nació ciego;  pero no sabemos cómo es que ahora puede ver, ni tampoco sabemos quién le dio la vista. Pregúntenselo a él; ya es mayor de edad, y él mismo puede darles razón”.Sus padres dijeron esto por miedo, pues los judíos se habían puesto de acuerdo para expulsar de la sinagoga a cualquiera que reconociera que Jesús era el Mesías. Por eso dijeron sus padres: «Pregúntenselo a él, que ya es mayor de edad».Los judíos volvieron a llamar al que había sido ciego, y le dijeron:“Dinos la verdad delante de Dios. Nosotros sabemos que ese hombre es pecador”.Él les contestó “Si es pecador, no lo sé. Lo que sí sé es que yo era ciego y ahora veo”.Volvieron a preguntarle:“¿Qué te hizo? ¿Qué hizo para darte la vista”?Les contestó:“Ya se lo he dicho, pero no me hacen caso. ¿Por qué quieren que se lo repita? ¿Es que también ustedes quieren seguirlo?”Entonces lo insultaron, y le dijeron:“Tú serás discípulo de ese hombre; nosotros somos discípulos de Moisés. Y sabemos que Dios le habló a Moisés, pero de ése no sabemos ni siquiera de dónde ha salido”.El hombre les contestó:“¡Qué cosa tan rara! Ustedes no saben de dónde ha salido, y en cambio a mí me ha dado la vista. Bien sabemos que Dios no escucha a los pecadores; solamente escucha a los que lo adoran y hacen su voluntad. Nunca se ha oído decir de nadie que diera la vista a una persona que nació ciega. Si este hombre no viniera de Dios, no podría hacer nada”.Le dijeron entonces:“Tú, que naciste lleno de pecado, ¿quieres darnos lecciones a nosotros?”Y lo expulsaron de la sinagoga.  Jesús oyó decir que habían expulsado al ciego; y cuando se encontró con él, le preguntó:“¿Crees tú en el Hijo del hombre?”  Él le dijo:Señor, dime quién es, para que yo crea en él”.  Jesús le contestó:“Ya lo has visto: soy yo, con quien estás hablando”.Entonces el hombre se puso de rodillas delante de Jesús, y le dijo:“Creo, Señor”.Luego dijo Jesús: “Yo he venido a este mundo para hacer juicio, para que los ciegos vean y para que los que ven se vuelvan ciegos”.Algunos fariseos que estaban con él, al oír esto, le preguntaron:“¿Acaso nosotros también somos ciegos?”Jesús les contestó:“Si ustedes fueran ciegos, no tendrían culpa de sus pecados. Pero como dicen que ven, son culpables”. (Juan 9, 1-41). 1.- Dios se nos revela en Jesucristo, “luz del mundo”  La luz es un referente bíblico frecuente. En el Antiguo Testamento, es lo primero que Dios crea; una columna de fuego ilumina de noche al pueblo caminante en el desierto; el salmo 23 dice: Aunque camine por cañadas oscuras, nada temo, porque tú vas conmigo; los profetas se refieren al Mesías prometido con la imagen de la luz; en los libros sapienciales la sabiduría es luz que vence las tinieblas de la ignorancia; y en el Nuevo Testamento, especialmente en el Evangelio de Juan, es un tema central. Este Evangelio (Juan 9, 1-41)  relata la curación de un ciego de nacimiento durante la Fiesta de las Tiendas, que se celebraba anualmente en Jerusalén. Las carpas evocaban el camino por el desierto, y con antorchas se velaba cantando y danzando. Al iniciar aquella fiesta Jesús había proclamado: Yo soy la luz del mundo; quien me siga no caminará en tinieblas, sino que tendrá la luz de la vida (Juan 8, 12). Ahora, inmediatamente antes de curar al ciego, les dice a sus discípulos: Yo soy la luz del mundo. 2.- Jesús nos ilumina para que reconozcamos su acción salvadora En el relato de la elección

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Mensaje del domingo – Marzo 23

EL MENSAJE DEL DOMINGO III Domingo de Cuaresma – Ciclo A Por: Gabriel Jaime Pérez, S.J.   En aquel tiempo llegó Jesús a un pueblo de Samaría llamado Sicar, cerca del campo que dio Jacob a su hijo José: allí estaba el manantial de Jacob. Jesús, cansado del camino, estaba sentado junto al manantial.  Era alrededor del mediodía. Llega una mujer de Samaría a sacar agua, y Jesús le dice: “Dame de beber.” Sus discípulos habían ido al pueblo a comprar comida. La samaritana le dice: “¿Cómo tú, siendo judío, me pides de beber a mí, que soy samaritana?” (porque los judíos no se tratan con los samaritanos). Jesús le contestó: “Si conocieras el don de Dios y quién es el que te pide de beber, tú le pedirías y él te daría agua viva.” La mujer le dice: “Señor, si no tienes cubo y el pozo es hondo, ¿de dónde sacas el agua viva?, ¿eres tú más que nuestro padre Jacob, que nos dio este pozo y de él bebieron él  sus hijos y sus ganados?” Jesús le contestó: “El que bebe de esta agua vuelve a tener sed; pero el que beba del agua que yo le daré, nunca más tendrá sed: el agua que yo le daré se convertirá dentro de él en un manantial del que surge la vida eterna.” La mujer le dice: “Señor, dame de esa agua: así no tendré más sed, ni tendré que venir aquí a sacarla.” Él le dice: “Anda, llama a tu marido y vuelve.” La mujer le contesta: “No tengo marido.” Jesús le dice: “Tienes razón, no tienes marido; has tenido ya cinco y el de ahora no es tu marido. En eso has dicho la verdad.” La mujer le dice: “Señor, veo que tú eres un profeta. Nuestros padres dieron culto a Dios en este monte, y ustedes dicen que el sitio donde se debe dar culto está en Jerusalén.” Jesús le dice: “Créeme, mujer: se acerca la hora en que ni en este monte, ni en Jerusalén, ustedes darán culto al Padre. Ustedes dan culto a uno que no conocen; nosotros adoramos a uno que conocemos, porque la salvación viene de los judíos. Pero se acerca la hora, y ya esta aquí, en que los que quieran dar culto verdadero adorarán al Padre en espíritu y verdad, porque el Padre desea que le den culto así. Dios es espíritu, y los que le dan culto deben hacerlo en espíritu y verdad.” La mujer le dice: “Sé que va a venir el Mesías, el Cristo; cuando venga él nos lo dirá todo.” Jesús le dice: “Yo soy, el que habla contigo.” […]  La mujer entonces dejó el cántaro, se fue al pueblo y dijo a la gente: “Vengan a ver a un hombre que me ha dicho todo lo que he hecho: ¿será éste el Mesías?” Salieron del pueblo y se pusieron en camino adonde estaba él. […] Y en aquél pueblo muchos samaritanos creyeron en él por el testimonio que había dado la mujer: “Me ha dicho todo lo que he hecho”. Así, cuando llegaron a verlo los samaritanos, le rogaban que se quedara con ellos. Y se quedó allí dos días. Todavía creyeron muchos más por su predicación, y decían a la mujer: “Ya no creemos por lo que tú dices, nosotros mismos lo hemos oído y sabemos que él es de verdad el Salvador del mundo.” (Juan 4, 5-42). 1.- Jesús rompe las barreras que impiden la comunicación entre los seres humanos Uno de los rasgos característicos de Jesús en los Evangelios es su capacidad de entrar en contacto con las personas de cualquier condición, superando los obstáculos convencionales. En esta ocasión lo encontramos de paso por la región de Samaría, cuando se dirigía con sus discípulos hacia Jerusalén. Los samaritanos eran enemigos ancestrales de los judíos, por lo cual resultaba inconcebible que se hablaran. Jesús, sin importarle las barreras ni los prejuicios, conversa con una mujer samaritana, y además pecadora, enseñándonos así a tratar a los demás sin discriminaciones. Él muestra con su actitud que Dios nos ama no precisamente porque seamos “buenos”, sino porque necesitamos ser salvados. Y esto es lo que dice el apóstol san Pablo en la segunda lectura, tomada de su carta a la comunidad cristiana de Roma (Romanos 5, 1-2.5-8): “cuando todavía éramos pecadores, Cristo murió por nosotros”. 2.- Jesús nos indica cómo encontrar a Dios y tener una vivencia profunda de Él “Si conocieras el don de Dios…”. Esta frase de Jesús se dirige también hoy a cada persona como una invitación a tener una experiencia vital de su acción salvadora, significada en el sacramento del Bautismo. El signo central de este sacramento es el agua, evocada también en el relato de la primera lectura de este domingo acerca del manantial que Dios hizo brotar de una roca en el desierto para calmar la sed del pueblo que caminaba hacia la tierra prometida (Éxodo 17, 3-7). En el encuentro de Jesús con la samaritana, el agua viva a la que Él se refiere simboliza al Espíritu Santo, que hemos recibido en el Bautismo como “el amor de Dios derramado en nuestros corazones” del que nos habla el apóstol san Pablo en la segunda lectura (Romanos 5,5), y que se convierte para nosotros en “un manantial del que surge la vida eterna” (Juan 4, 14). “Yo soy, el que habla contigo.” En el Evangelio, las palabras Yo soy, dichas por Jesús, nos remiten al nombre con el que Dios se le había revelado a Moisés doce siglos antes: Yahvé, que traducido del hebreo quiere decir precisamente Yo soy, y forma parte del nombre del mismo Jesús, que significa originariamente en hebreo “Yo soy el que salva”. Por ello es especialmente significativo lo que los samaritanos afirman al decirle a su paisana que creen en Jesús ya no por lo que ella les ha contado de Él, sino porque ellos mismos lo han visto y oído: “y sabemos que

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Mensaje del Domingo – Marzo 16

MENSAJE DEL DOMINGO II Domingo de Cuaresma   Por: Gabriel Jaime Pérez, S.J. Ciclo A – Marzo 16 de 2014   En aquel tiempo, Jesús tomó consigo a Pedro, a Santiago y a su hermano Juan, y se los llevó aparte a una montaña alta. Se transfiguró delante de ellos, y su rostro resplandecía como el sol, y sus vestidos se volvieron blancos como la luz. Y se les aparecieron Moisés y Elías conversando con él. Pedro, entonces, tomó la palabra y dijo a Jesús: -«Señor, ¡qué bien se está aquí! Si quieres, haré tres tiendas: una para ti, otra para Moisés y otra para Elías.» Todavía estaba hablando cuando una nube luminosa los cubrió con su sombra, y una voz desde la nube decía: -«Éste es mi Hijo, el amado, mi predilecto. Escúchenlo.»  Al oírlo, los discípulos cayeron de bruces, llenos de espanto. Jesús se acercó y, tocándolos, les dijo: -«Levántense, no teman.» Al alzar los ojos, no vieron a nadie más que a Jesús. Cuando bajaban de la montaña, Jesús les mandó: «No cuenten a nadie la visión hasta que el Hijo del hombre resucite de entre los muertos.» (Mateo 17, 1-9). El mensaje que nos trae la palabra de Dios para este II Domingo de Cuaresma se centra en el tema de la fe. La primera lectura (Génesis 12, 1-4) nos muestra al patriarca Abraham como modelo del hombre creyente; el Evangelio (Mateo 17, 1-9) nos presenta  a Jesús transfigurado fortaleciendo la fe de sus discípulos; y el texto del apóstol san Pablo (2 Timoteo 1, 8-10) nos invita a tener fe en la fuerza que Dios nos da para no desfallecer a pesar de las dificultades que implica su seguimiento. 1.- La fe de Abraham, modelo del hombre creyente La historia de Abraham, nombre que en hebreo significa “padre de multitudes”-, narrada desde el capítulo 12 hasta el 25 del libro del Génesis, del Antiguo Testamento, es la de un hombre de fe que vivió en el siglo XIX antes de Cristo, y cuyos descendientes desarrollaron a partir de él la fe en un solo Dios, trascendente y creador del universo. Abraham sale de su patria, dejando atrás la ciudad pagana llamada Ur y situada en el país de Caldea -donde posteriormente iba a desarrollarse el imperio de Babilonia-, y emprende un camino hacia el futuro que el Señor le promete como un porvenir de felicidad, ofrecido a él y a su descendencia, como también a todos los seres humanos. También hoy cada persona es invitada por Dios a ponerse en camino hacia un futuro de felicidad, y este llamado se actualiza para cada cual cuando escucha su Palabra. Para responder positivamente a esta invitación hay que disponerse a recibir el don de la fe. Una fe que nos haga posible, como lo hizo Abraham, no sólo emprender, sino además recorrer con perseverancia el camino que Dios mismo nos muestra para alcanzar la meta prometida. 2.- Jesús transfigurado fortalece la fe de sus discípulos Inmediatamente antes del relato de la Transfiguración, Jesús les había dicho a sus discípulos que lo iban a matar y que al tercer día resucitaría (Mateo 16, 21), y luego les había hecho esta reflexión: “Si alguno quiere ser discípulo mío, olvídese de sí mismo, cargue con su cruz y sígame” (Mateo 16, 24). El anuncio de su pasión y muerte, y la exhortación a tomar la cruz y estar dispuestos a entregar la vida a imitación de Él -no obstante la promesa de que iba a resucitar-, causaron en aquellos primeros discípulos un efecto de desaliento. Entonces, para animarlos y fortalecerlos en la fe, Jesús les manifiesta su gloria haciéndoles ver en forma luminosa lo que sería el acontecimiento pascual de su resurrección, e indicándoles que en Él se cumplirían las promesas contenidas en el Antiguo Testamento, específicamente en los textos bíblicos de la Ley y de los Profetas, simbolizados por las figuras de Moisés y Elías. También nosotros necesitamos que, en medio de la oscuridad de las circunstancias problemáticas de nuestra existencia, cuando nos sentimos abrumados por el peso de la cruz que a cada cual le corresponde cargar, el Señor se nos manifieste animándonos desde la fe, iluminándonos con su propia luz y dándonos la fuerza que necesitamos para no desfallecer en el camino de esta vida, que no es un camino de rosas sino un sendero en el que debemos afrontar con valor las situaciones difíciles que se nos presentan y esforzarnos por superarlas con su ayuda. Para que esto suceda, es preciso que busquemos espacios y aprovechemos los que se nos ofrecen, de modo que podamos oír en nuestro interior, en un clima de oración, la voz de Dios que nos dice, como a aquellos primeros discípulos de Jesús: “Este es mi Hijo predilecto: escúchenlo”. 3.- Jesús nos invita a confiar en Él  para vencer los temores La palabra de Dios en la segunda carta del apóstol san Pablo a Timoteo dice que, así como ocurrió con los primeros discípulos de Jesús, también quienes ahora creemos en Él somos llamados con una “vocación santa”, y que este llamamiento es precisamente el que nos hace Jesucristo resucitado al invitarnos a seguirlo, ayudados por la fuerza de Dios que nos concede su gracia, la cual “se ha manifestado al aparecer nuestro Salvador Jesucristo, que destruyó la muerte y sacó a la luz la vida inmortal”. «Levántense, no teman.» Estas palabras de Jesús, pronunciadas inmediatamente después de su transfiguración, son también para nosotros. Él se nos acerca especialmente en la Eucaristía, alimentándonos con su propia vida resucitada y dándonos así la luz y la energía que necesitamos para recorrer sin desanimarnos, a pesar de las dificultades, el camino que Él mismo nos señala y que nos conduce a la felicidad verdadera, no sólo en esta vida sino también en la eterna, hacia la cual nos dirigimos con la esperanza que nos da la fe en la resurrección gloriosa de nuestro Señor Jesucristo, prenda de nuestra resurrección  futura.-

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