Colegio San José Barranquilla

El mensaje del domingo

El Mensaje del Domingo – 2 de junio

IX Domingo Ordinario – El Cuerpo y la Sangre de Cristo Por: Gabriel Jaime Pérez, S.J.        En aquel tiempo la gente iba en busca de Jesús, Él los acogió y comenzó a hablarles del reino de los cielos y a curar a los que lo necesitaban. Ya empezaba a caer la tarde cuando los Doce se le acercaron y le dijeron: “Despide a la multitud para que vayan a los pueblos y a los campos de los alrededores a pasar la noche y a buscar alimento, porque aquí estamos en un lugar despoblado”. Él les dijo: “Denles ustedes de comer”. Y ellos contestaron: pero no tenemos más que cinco panes y dos pescados; a no ser que fuéramos a comprar comida para todo ese gentío”. Porque había como cinco mil hombres. Entonces les dijo Jesús a sus discípulos: “Hagan que se sienten en grupos de unas cincuenta personas”. Así lo hicieron y se sentaron todos. Jesús tomó los panes y los dos pescados, alzó la mirada al cielo, los bendijo, los partió y empezó a dárselos a los discípulos, para que ellos los repartieran a la multitud. Y todos comieron y quedaron satisfechos. Después recogieron lo que sobró: doce canastos llenos (Lucas 9, 11b-17). La fiesta del Cuerpo y la Sangre de Cristo, que comenzó a celebrarse en la ciudad belga de Lieja en el año 1246, fue extendida en el 1264 a toda la Iglesia Católica por el papa Urbano IV para proclamar la presencia real de Jesucristo en la Eucaristía y contrarrestar así el error de quienes, en aquella época -como también ocurre hoy-, la negaban y decían que el pan y el vino consagrados eran simplemente un símbolo conmemorativo de la última cena del Señor con sus discípulos. Esta fiesta constituye para nosotros una oportunidad de reflexionar sobre el sentido de nuestra fe en la Eucaristía. 1.La Eucaristía es sacrificio y sacramento La Eucaristía es el memorial que no sólo recuerda, sino actualiza el misterio pascual de la pasión, muerte y resurrección de Jesucristo, nuestro Redentor. La primera lectura (Génesis 14, 18-20) relata el encuentro entre el patriarca Abraham y el rey y sacerdote Melquisedec (nombre que en hebreo significa rey justo, y cuyo reino, Salem, está relacionado lingüísticamente con la paz –shalom– y corresponde a la antigua ciudad de Jerusalén, que significa lugar de paz). Este personaje simbólico del Antiguo Testamento, que le ofrece a Abraham pan y vino, es para nosotros una prefiguración de nuestro Señor Jesucristo, quien en la última cena con sus discípulos la víspera de su pasión se ofreció a sí mismo como mediador de una nueva alianza entre Dios y la humanidad para hacer posible en la historia humana el reino de Dios, que es reino de  justicia y de paz. En la segunda lectura (1 Corintios 11, 23-26), el texto más antiguo que se conoce del relato de la institución de la Eucaristía, el apóstol san Pablo dice que cada vez que comemos del pan y bebemos del vino consagrados en memoria de Jesucristo, anunciamos su muerte redentora. En efecto, como sacramento, la Eucaristía es por excelencia el signo eficaz de la acción salvadora de Dios mediante su Palabra hecha carne, su Hijo Jesucristo, quien nos comunica su propia vida entregada y resucitada. 2.En la Eucaristía se hace realmente presente Jesucristo resucitado La presencia de Cristo en la Eucaristía no es aparente, es real. Pero esta realidad no es la de un fenómeno material verificable por los sentidos, sino la de un misterio de orden espiritual, sólo captable por la fe. Esa presencia espiritual suya después de su muerte y resurrección, nos invita Jesús a reconocerla en las especies de pan y vino consagradas con el rito y las palabras que Él mismo, en la última cena antes de su pasión, les dijo a sus primeros discípulos que repitieran después en conmemoración suya. En este sentido, el pan y el vino, en virtud de la consagración así realizada, se convierten para nosotros, gracias a la acción de su Espíritu Santo, en la presencia viva de Jesús. Él es, de esta manera,  la Palabra de Dios hecha carne que nos alimenta no sólo con sus enseñanzas, sino con su propia vida entregada y resucitada que está siempre disponible para nosotros en lo que llamamos el Santísimo Sacramento. Tal es el sentido de las hostias consagradas que se guardan en el sagrario para nuestra adoración, y para la comunión de quienes, por enfermedad u otra razón, no pueden participar presencialmente en la celebración eucarística.       3.Celebrar la Eucaristía es expresar que queremos ser una verdadera comunidad El Evangelio según san Lucas nos trae hoy el relato del milagro de la multiplicación de los panes y peces, realizado por Jesús cerca de la ciudad de Cafarnaum, a orillas del lago de Galilea. Este relato contiene una referencia muy significativa a lo que debe ser para nosotros el sacramento de la Eucaristía: el signo de que queremos ser una verdadera comunidad, en la que se parte el pan para compartirlo y así alimentarnos todos de la presencia y la vida de Jesús, que es la presencia y la vida misma de Dios, que es Amor. En efecto, el mensaje central del relato de la multiplicación de los panes y peces consiste en que, donde hay una disposición generosa a compartir lo que se tiene, aunque haya poco alcanza para todos y hasta sobra. En cambio, donde unos no quieren hacer partícipes a otros de lo que tienen, sino que se encierran en su egoísmo individualista, aunque haya muchos recursos sólo los disfrutan muy pocos, mientras la mayoría padece hambre y miseria. Esto último es lo que sucede en donde reina la ley del más fuerte y del “sálvese quien pueda”, opuesta diametralmente al Reino de Dios. Al celebrar hoy la fiesta del Cuerpo y la Sangre de Cristo, démosle gracias al Señor por su presencia real entre nosotros en el Santísimo Sacramento de la Eucaristía, y dispongámonos, con la ayuda de su gracia,

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El Mensaje del Domingo – 26 de mayo

Domingo de la Santísima Trinidad- Ciclo C Por: Gabriel Jaime Pérez, S.J.                               En aquel tiempo dijo Jesús a sus discípulos: “Muchas cosas me quedan por decirles, pero no pueden cargar con ellas por ahora; cuando venga él, el Espíritu de la Verdad, los guiará hasta la verdad plena. Pues lo que hable no será suyo: hablará de lo que oye, y les comunicará a ustedes lo que está por venir. Él me glorificará, porque recibirá de mí lo que les irá comunicando- Todo lo que tiene el Padre es mío. Por eso les he dicho que tomará de lo mío y lo anunciará a ustedes” (Juan 16, 12-15). Hoy celebramos la fiesta de la Santísima Trinidad: un solo Dios, tres personas distintas. Las lecturas de este domingo (Proverbios 8, 22-31; Salmo 8; Romanos 5, 1-5;  Juan 16, 12-15) nos invitan a renovar nuestra fe en el misterio inefable de Dios Padre que ha creado el universo con su Sabiduría infinita (primera lectura), Dios Hijo hecho hombre en la persona de Jesús que es precisamente la Sabiduría misma de Dios, su Palabra hecha carne, que con su testimonio de vida, sus enseñanzas y su sacrificio redentor nos ha revelado la misericordia divina, y Dios Espíritu Santo, que es la energía positiva procedente del Padre y del Hijo, “el amor de Dios derramado en nuestros corazones” (segunda lectura) para vivificarnos, renovarnos, iluminarnos, fortalecernos unirnos en comunidad y “guiarnos hasta la verdad plena” (Evangelio).  1. El Misterio de Dios trino y uno Cuenta el gran filósofo y teólogo san Agustín de Hipona (354-430 d.C.) que cuando meditaba sobre la Trinidad divina mientras caminaba por la playa, de repente vio en la orilla a un niño que intentaba vaciar toda el agua del mar en la concha de un caracol. Esta experiencia le sirvió para comprender que la mente humana, por más esfuerzos que haga, es incapaz de abarcar el misterio de Dios. Por eso nosotros, con nuestro limitado lenguaje  tenemos que recurrir a imágenes, a símbolos, a figuraciones poéticas para poder expresar de algún modo lo que Dios es, y que sólo percibimos al reconocer desde la fe sus modos de obrar. Y por eso mismo el lenguaje bíblico, al intentar describir a Dios -no para definirlo, porque el Infinito es indefinible-, lo hizo con una palabra que en su sentido más completo corresponde a lo que mejor puede caracterizar lo que es Dios: Dios es Amor (1 Juan 4, 8.16). Pero si Dios es Amor, tiene que ser plural, pues para que exista el amor tiene que haber alguien que ama, alguien que es amado y que le corresponda también amando, y la relación misma de amor entre ambos. Este es justamente el sentido del misterio de la Trinidad divina: un solo Dios que es pluralidad y diversidad de personas en la perfecta unidad de una comunidad de amor. Y es así como Dios Padre se nos revela en las enseñanzas y en la obra salvadora de su Hijo Jesucristo, que es su Palabra hecha carne y que entregó su vida en la cruz para que nosotros participáramos de su vida eterna, y nos comunica el Espíritu Santo que nos hace posible comprender y reconocer la verdad plena: el amor que Dios es y que nos tiene, que nos anima para corresponderle mediante el cumplimiento de su voluntad, es decir, amándonos unos a otros como Él mismo nos ha mostrado que nos ama.             2. Los símbolos de la Santísima Trinidad Muchos símbolos se han empleado para tratar de expresar la realidad de Dios uno y trino, aunque en definitiva todos se quedan cortos. Uno de esos símbolos es el triángulo. Otro es el sol, que en sí mismo es fuego, luz y calor. Pero el que tal vez más llama la atención es el que usó San Patricio (387-461 d.C.), quien para enseñarles la idea de un solo Dios en tres personas a los paganos que en su época habitaban la isla de Irlanda, tomaba en sus manos un trébol de tres hojas. Con este sencillo ejemplo, quienes lo escuchaban podían acercarse a la comprensión del sentido de la fe en la uni-trinidad divina, completamente distinta de las creencias politeístas por cuanto no se trata de varios dioses, sino de uno solo cuyo ser obra y se manifiesta pluralmente. 3.Nuestra fe en la Trinidad nos impulsa a la realización de lo que ella significa  La liturgia de la Iglesia, sobre todo en los sacramentos y especialmente en la Eucaristía, expresa constantemente la fe en Dios trino y uno. Esta fe implica a su vez el reconocimiento de lo que Dios Padre ha querido al crearnos a su imagen y semejanza, al revelarnos su misericordia y redimirnos por medio de su Hijo Jesucristo, y al comunicarnos el Espíritu Santo que procede de Él y de Jesús resucitado: que  reconociendo en nosotros la pluralidad y la diversidad de las personas, se vaya realizando cada vez más entre todos la unidad mediante la comunión y la participación, es decir, mediante la construcción de una verdadera com-unidad. Al iniciar la Eucaristía nos santiguamos invocando el nombre del Dios uno y trino. En el Gloria alabamos a Dios Padre, Hijo y Espíritu Santo, y en la oración inmediatamente anterior a las lecturas bíblicas, nos dirigimos a Dios Padre por medio de Jesucristo, su Hijo, que vive y reina con Él en la unidad del Espíritu Santo. Más adelante -en las misas dominicales y de las grandes fiestas religiosas-,  proclamamos con el Credo nuestra fe en Dios Padre, Hijo y Espíritu Santo, reconociendo respectivamente su acción creadora, salvadora y santificadora. Luego, después de haberle cantado nuestra alabanza al tres veces Santo, le pedimos a Dios Padre que santifique con su Espíritu el pan y el vino para que se conviertan sacramentalmente en el cuerpo y la sangre de su Hijo Jesucristo. Antes de la comunión hacemos el brindis mediante el cual expresamos nuestra disposición a que por Cristo, con Él y en Él, les sean dados

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El Mensaje del Domingo – 19 mayo

Domingo de Pentecostés Por: Gabriel Jaime Pérez, S.J.                                    Al llegar el día de Pentecostés, estaban todos reunidos en el mismo lugar. De repente, un ruido del cielo, como de un viento recio, resonó en toda la casa donde se encontraban. Vieron aparecer unas lenguas como llamaradas que se repartían, posándose encima de cada uno. Se llenaron todos de Espíritu Santo y empezaron a hablar en lenguas extranjeras, cada uno en la lengua que el Espíritu le sugería. Se encontraban entonces en Jerusalén judíos devotos de todas las naciones de la tierra. Al oír el ruido, acudieron en masa y quedaron desconcertados, porque cada uno los oía hablar en su propio idioma. Enormemente sorprendidos, preguntaban: “¿No son galileos todos esos que están hablando? Entonces, ¿cómo es que cada uno de nosotros los oye hablar en la propia lengua nativa? Entre nosotros hay partos, medos y elamitas, otros vivimos en Mesopotamia, Judea, Capadocia, en el Ponto y en Asia, en Frigia o en Panfilia, en Egipto o en la zona de Libia que limita con Cirene; algunos somos forasteros de Roma, otros judíos o prosélitos; también hay cretenses y árabes; y cada uno los oye  hablar de las maravillas de Dios en la propia lengua” (Hechos 2, 1-11). El término Pentecostés, que en griego significa Quincuagésimo Día o día número 50, proviene de una antigua fiesta anual con motivo de la cosecha del trigo y la cebada. Era llamada fiesta de la Semana de Semanas o de las 7 Semanas, y tenía lugar 50 días después de la ofrenda de los primeros frutos. Los judíos le dieron un significado histórico al conmemorar en ella la promulgación de la Ley de Dios en el monte Sinaí, 50 días después del acontecimiento de la Pascua con el que habían sido liberados los israelitas de la esclavitud en Egipto. Para quienes creemos en Jesucristo, Pentecostés es la fiesta del Espíritu Santo. El libro de los Hechos de los Apóstoles nos cuenta que, 50 días después de la Resurrección del Señor, once de los discípulos a quienes Él había llamado sus “apóstoles” o enviados, y el duodécimo que había sido designado para ocupar el puesto que había dejado vacío Judas Iscariote el traidor, reunidos en oración junto con María, la madre de Jesús, recibieron el Espíritu Santo prometido para realizar la misión de proclamar la Buena Noticia de una nueva Ley -la ley del amor universal-, ya no sólo para un pueblo particular, sino para toda la humanidad. En la fiesta de Pentecostés se utilizan ornamentos de color rojo, que simboliza el fuego del Espíritu Santo.  1. El Espíritu Santo es el aliento vital y vivificador de Dios Los relatos bíblicos de la creación dicen que “el Espíritu (en hebreo la Ruah) de Dios aleteaba sobre las aguas” (Génesis 1, 2) y que el Señor “formó al hombre de la tierra, sopló en su nariz y le dio vida” (Génesis 2, 7). La palabra ruah -en hebreo de género femenino- significa viento, aliento, soplo. En los Hechos de los Apóstoles se habla de un viento fuerte, en el Salmo 104 del aliento de Dios dador de vida, y en el pasaje del Evangelio según Juan 20, 19-23 escogido para este Domingo, del soplo de Jesús sobre sus discípulos para decirles: “reciban el Espíritu Santo”. Hay otros signos que también emplea el lenguaje bíblico para referirse al Espíritu Santo: -El fuego simboliza la energía divina que transforma, dinamiza, da luz y calor. -El agua, signo de vida, expresa el nuevo nacimiento realizado en el Bautismo. -El óleo o aceite de oliva, que significa fortaleza, se emplea en los sacramentos del Bautismo, la Confirmación, el orden y la Unción de los Enfermos. -La paloma (Génesis 8, 11), en el Bautismo de Jesús (Juan 1, 32) evoca al Espíritu que “aleteaba sobre las aguas” (Génesis 1, 2).        -Con la imposición de las manos, abiertas y unidas por los pulgares representando a un ave con las alas desplegadas, se expresa la comunicación del Espíritu Santo.  2. El Espíritu Santo produce el nacimiento de la Iglesia e impulsa su desarrollo Pentecostés es la fiesta del nacimiento de la Iglesia, nuevo Pueblo de Dios y Cuerpo Místico de Cristo compuesto por muchos y distintos miembros -todas las personas bautizadas-, animado por el Espíritu Santo, del que provienen, como dice san Pablo (1 Corintios 12, 3b-7. 12-13), los dones o carismas para realizar los servicios o ministerios que el Señor asigna según la  vocación de cada cual. Estos dones son siete: 1. Sabiduría para conocer la voluntad de Dios y tomar las decisiones correctas. 2. Entendimiento para saber interpretar y comprender el sentido de la Palabra de Dios 3. Ciencia para saber descubrir a Dios en su creación y desarrollarla.            4. Consejo para orientar a otros cuando lo solicitan o necesitan ayuda. 5. Fortaleza para luchar sin desanimarnos a pesar de los problemas y las dificultades. 6. Piedad para reconocernos como hijos de Dios y como hermanos entre nosotros. 7. Respeto a Dios (llamado también temor de Dios, pero con un sentido diferente del    miedo), para evitar las ocasiones de pecado y cumplir a cabalidad sus mandamientos. San Pablo dice (Romanos 8, 8-7) que el espíritu que recibimos en nuestro bautismo no es el de la esclavitud que nos llena de miedo, sino el de la libertad de los hijos de Dios, en virtud del cual podemos llamarlo papá, que es lo que significa abba, el término familiar con el que Jesús se dirigía a Dios Padre. Jesús mismo les había prometido a sus discípulos que Dios Padre enviaría en su nombre al Espíritu Santo, al que también llama “defensor” (Juan 14, 15-16.23b-26), el que está junto al creyente para darle fuerza. Esto fue lo que experimentaron los primeros cristianos en medio de las persecuciones que tuvieron que sufrir por causa de su fe. Y es también lo que nosotros podemos experimentar cuando, en las situaciones difíciles, reconocemos la presencia actuante del amor de Dios, que es justamente a lo que

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El Mensaje del Domingo – 12 mayo

Domingo VII de Pascua -La Ascensión del Señor – Ciclo C Por: Gabriel Jaime Pérez, S.J.                    En aquel tiempo dijo Jesús a sus discípulos: “Está escrito que el Mesías tenía que morir, y resucitar al tercer día, y que en su nombre se anunciará a todas las naciones que se vuelvan a Dios, para que él les perdone sus pecados. Comenzando desde Jerusalén, ustedes deben dar testimonio de estas cosas. Y yo enviaré sobre ustedes lo que mi Padre prometió. Pero ustedes quédense aquí, en la ciudad de Jerusalén, hasta que reciban el poder que viene del cielo. Luego Jesús los llevó fuera de la ciudad, hasta Betania, y alzando las manos los bendijo. Y mientras los bendecía, se apartó de ellos y fue llevado al cielo. Ellos, después de adorarlo, volvieron a Jerusalén muy contentos. Y estaban siempre en el templo, alabando a Dios (Lucas 24, 46-53).  1. La Ascensión del Señor En la fiesta de la Ascensión del Señor, que en Colombia se celebra el domingo  siguiente al cumplimiento de los 40 días de haberse conmemorado su Resurrección, las lecturas bíblicas [Hechos 1, 1-11; Salmo 47 (46); Efesios 1, 17-23; Lucas 24, 46-53] nos invitan a reflexionar sobre lo que decimos en el Credo: que Jesucristo resucitado “subió al cielo y está sentado a la derecha de Dios Padre”. No se trata del vuelo por los aires de un superhéroe como los de las historietas, sino de un misterio que consiste en la exaltación o glorificación de Jesús, quien como nos dice la segunda lectura, fue resucitado por Dios Padre de entre los muertos para hacerlo en su naturaleza humana plenamente partícipe de la gloria divina, “sentándolo a su derecha en el cielo”, frase que corresponde a una imagen simbólica tomada de la costumbre que en aquella época tenían los reyes de hacer subir y situar junto a su trono, a su derecha, a quienes se habían distinguido por el cumplimiento cabal de la misión que les había sido encomendada. La frase inmediatamente anterior del Credo en su versión más antigua -que es la más breve-, dice que Jesús descendió a los infiernos. La palabra “infiernos” traduce aquí literalmente los lugares inferiores y corresponde al término hebreo sheol y al griego hades, que expresa simbólicamente lo que podemos llamar el lugar de los muertos. Lo que el Credo afirma es que Jesús, después de haber “bajado” en su naturaleza humana hasta la condición de los muertos, ha “subido”, también en su naturaleza humana, al estado glorioso de una vida eternamente feliz. Este hecho, que los Evangelios narran con la imagen simbólica de una subida física, es en realidad un acontecimiento de orden espiritual.  Del relato de los Hechos de los Apóstoles en la primera lectura, podemos destacar aquella frase que oyen al final los discípulos de Jesús: ¿Qué hacen ustedes ahí plantados mirando al cielo? Se trata de una invitación hecha también a nosotros para que, con los pies bien puestos en la tierra, nos dispongamos a colaborar activamente en la misión que Jesucristo resucitado nos encomienda, tal como lo hizo con sus primeros discípulos. Para ello necesitamos el poder de Dios que nos comunica el Espíritu Santo, que es precisamente a lo que se refiere Jesús en el Evangelio cuando les dice a sus apóstoles: “Y yo enviaré sobre ustedes lo que mi Padre prometió (…); ustedes quédense aquí (…) hasta que reciban el poder que viene del cielo”. Al celebrar el misterio de la Ascensión del Señor, animados por la fe en Jesucristo resucitado cuya naturaleza humana participa ya de la gloria de Dios Padre en la eternidad, renovemos  nuestra esperanza en que, si procuramos seguir las enseñanzas de Jesús y nos identificamos así con Él, también nosotros poseeremos el mismo estado de vida nueva y felicidad plena sin fin que expresamos cuando nos referimos al “cielo”.  2. Jornada Mundial de las Comunicaciones Sociales Este domingo celebra también la Iglesia Católica la cuadragésima séptima Jornada Mundial de las Comunicaciones Sociales. Hace 47 años, siguiendo una directriz del Concilio Vaticano II, comenzó a celebrarse anualmente esta Jornada, con motivo de la cual el Papa emite un mensaje anual sobre algún tema específico relacionado con los medios de comunicación social. El tema para la Jornada de este año 2013 (ver el documento completo en www.google.com -Mensaje de la Jornada Mundial de las Comunicaciones 2013-), escogido por el papa emérito Benedicto XVI cuando todavía ejercía su ministerio como sumo pontífice de la Iglesia Católica, es “el desarrollo de las redes sociales digitales, que están contribuyendo a que surja una nueva ‘ágora’, una plaza pública y abierta en la que las personas comparten ideas, informaciones, opiniones, y donde, además, nacen nuevas relaciones y formas de comunidad”. ´ Al respecto dice el mensaje pontificio: “Estos espacios, cuando se valorizan bien y de manera equilibrada, favorecen formas de diálogo y de debate que, llevadas a cabo con respeto, salvaguarda de la intimidad, responsabilidad e interés por la verdad, pueden reforzar los lazos de unidad entre las personas y promover eficazmente la armonía de la familia humana”. Y termina diciendo: “Rezo para que el Espíritu de Dios os acompañe y os ilumine siempre, y al mismo tiempo os bendigo de corazón para que podáis ser verdaderamente mensajeros y testigos del Evangelio. «Id por todo el mundo y proclamad la Buena Nueva a toda la creación» (Mc 16,15)”. Es muy significativo en este sentido que la Santa Sede haya creado una cuenta de Twitter a finales del año pasado (la inauguró Benedicto XVI), con el fin de llegar a todos los rincones del mundo. Actualmente está disponible en 9 idiomas. Y en lo que respecta al actual Papa Francisco, su manera de actuar y de comunicar encaja perfectamente con esta era digital. El Santo Padre por ejemplo, ya cuenta con más de 5 millones de seguidores en Twitter, superando a Benedicto XVI que llegó a los 2,5 millones de usuarios hasta el día que hizo efectiva su renuncia al pontificado. 3. Semana

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El Mensaje del Domingo – 5 mayo

Domingo VI de Pascua – Ciclo C   Por: Gabriel Jaime Pérez, S.J.                                             En la cena pascual dijo Jesús a sus discípulos: “Si alguno  me ama, guardará mi palabra y mi Padre lo amará, y vendremos a él y haremos morada en él. El que no me ama no guardará mis palabras. Y la palabra que ustedes están oyendo no es la mía, sino la del Padre que me envió. Les he hablado ahora que estoy a su lado, pero el Paráclito, el Espíritu Santo que les enviará el Padre en mi nombre les enseñará y les irá recordando todo lo que les he dicho. La paz les dejo, mi paz les doy. No la doy como la da el mundo. Que no tiemble su corazón ni se acobarde. Ustedes me han oído decir: ‘me voy y vuelvo a lado de ustedes’. Si me amaran se alegrarían de que vaya al Padre, porque el Padre es más que yo. Se lo he dicho a ustedes ahora, antes de que suceda, para que cuando suceda sigan creyendo” (Evangelio según Juan 14, 23-29). El Evangelio de este domingo nos prepara para la fiesta de la Ascensión del Señor, ya próxima a celebrarse. Los primeros discípulos, junto con la vivencia pascual de la resurrección de Jesús captada por la fe, experimentaron la realidad de su ausencia física. Ya no podían tenerlo presente en su cuerpo físico como antes, pero sabían que Él estaba espiritualmente con ellos. La predicación del apóstol Juan, recogida en el cuarto Evangelio, insiste en referirse a este nuevo modo de presencia que el mismo Jesús ya les había anunciado cuando en su última cena pascual con ellos antes de su pasión y muerte,  los quiso preparar para que pudieran posteriormente comprender el sentido final del acontecimiento del Calvario.    Aunque las otras lecturas bíblicas escogidas por la liturgia de la Iglesia para este domingo encierran también enseñanzas significativas [Hechos de los Apóstoles 15, 1-2.22-29; Salmo 67 (66); Apocalipsis 21, 10-14.22-23],  centrémonos en tres frases del Evangelio y tratemos de aplicarlas a nuestra vida.    1. “Si alguno me ama (…), vendremos a él y haremos morada en él” Según los Evangelios de Marcos y Mateo, la predicación de Jesús había comenzado un anuncio inicial: “El Reino de Dios -el Reino de los Cielos– está cerca” (Mc 1, 14; Mt 4, 17). En el Evangelio de Lucas, Jesús dice: “el  Reino de Dios está dentro de ustedes mismos” (Lc 17, 21). Las expresiones Reino de Dios o Reino de los Cielos, evocadas por los tres primeros evangelios, equivalen en el lenguaje bíblico de Juan al poder del Amor que es Dios mismo. Por eso, cuando Jesús dice en el Evangelio de Juan que quien guarda su palabra será morada de Dios, quiere significar que el cumplimiento del mandamiento del amor que Él mismo les dio a sus discípulos en aquella cena pascual en la que instituyó la Eucaristía, es lo que hace posible que el Reino de Dios, es decir, el poder del Amor que es Dios mismo, venga en plenitud a quienes escuchan sus enseñanzas. Y este mensaje llega hoy a cada uno y cada una de nosotros. Jesús habla en plural: “vendremos a él y haremos morada en él”. En un primer momento esta frase se refiere a su Padre y a sí mismo, pero también un poco más adelante menciona al Espíritu Santo: “el Espíritu Santo que les enviará el Padre en mi nombre les enseñará y les irá recordando todo lo que les he dicho”. En otras palabras: Dios Padre, Dios Hijo y Dios Espíritu Santo, Dios uno y trino, habita espiritualmente donde hay AMOR. Por eso mismo uno de los himnos más antiguos y más hermosos de la liturgia de la Iglesia comienza con esta frase en latín: “Ubi caritas et amor, Deus ibi est” (“Donde hay caridad y amor, allí está Dios”).       2. “La paz les dejo, mi paz les doy” En hebreo la palabra shalom, que se traduce como paz,  significa lo máximo que le podemos desear a una persona o a una comunidad humana en términos de bienestar y felicidad. En este sentido, no se trata únicamente de la ausencia de la guerra o de cualquier forma de violencia, sino además de la presencia del Amor, con todo el gozo que produce la armonía de unas relaciones humanas constructivas, la convivencia sin  tensiones ni temores, la confianza mutua. Esta paz verdadera es el resultado de la presencia activa de Dios en nuestras vidas. Pero tal presencia activa de Dios sólo es posible si hay una disposición sincera a recibirla como un don suyo y a comunicarla a nuestro alrededor, a compartirla con los demás. Este es el sentido del saludo de paz que se nos invita a darnos los unos a los otros en la celebración de la Eucaristía, inmediatamente antes de la comunión en la cual recibimos sacramentalmente la presencia y la vida de Jesucristo resucitado. 3. “No la doy como la da el mundo” El término “mundo”, en el lenguaje de los escritos bíblicos que corresponden a la predicación del apóstol san Juan, significa todo lo que es contrario a la presencia de Dios en la vida humana y, por lo mismo, a la realización de la verdadera paz. Jesús nos dice que la paz que da el mundo es sólo una apariencia de paz: la pasividad, la inacción de una vida en la que nunca sucede nada constructivo. La indolencia ante los problemas, la ausencia de inquietud por lo que sucede a mi alrededor, por los sufrimientos y las necesidades de los demás. La falsa paz del silencio sobre lo que hay que discutir, por temor a las dificultades que pueda traer el decir lo que uno piensa o lo que siente. La falsa paz de las cadenas y los sepulcros, la falsa paz que se pretende lograr por el sometimiento al poder del más fuerte, por medio del autoritarismo y de la guerra y no por medio de

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El Mensaje del Domingo – 28 abril

Domingo V de Pascua – Ciclo C Por: Gabriel Jaime Pérez, S.J.   En la última cena la víspera de su pasión,  cuando salió Judas del cenáculo, dijo Jesús: – «Ahora es glorificado el Hijo del hombre, y Dios es glorificado en él. Si Dios es glorificado en él, tambiglorificará en sí mismo: pronto lo glorificará. Hijos míos, me queda poco de estar con ustedes (…). Les doy un mandamiento nuevo: que se amen unos a otros; como yo los he amado, ámense también entre ustedes. La señal por la que conocerán todos que ustedes son discípulos míos, será que se amen los unos a los otros.»            (Juan 13,31-33a. 34-35). Hoy el Evangelio nos invita a meditar sobre el mandamiento nuevo que Jesús les dio a sus primeros discípulos, y a través de ellos a todas las personas que iban a creer en Él. Profundicemos en su significado, para que este mandamiento vaya calando en nuestra vida y nos identifiquemos cada día más con él.     1. “Les doy un mandamiento nuevo” En primer lugar, Jesús habla de un mandamiento. Pero ¿puede el amor ser objeto de un mandato? ¿No es más bien la consecuencia obvia del reconocimiento del amor recibido? Sin embargo, Jesús dice que es un mandamiento. ¿Por qué? La razón podemos encontrarla en su contenido. Jesús no dice ámenme a mí, sino ámense los unos a los otros. Todas las sabidurías han expresado de distintas formas la llamada regla de oro de las relaciones humanas: no le hagas a otros lo que no quieres que te hagan a ti (formulación negativa, en términos de prohibición, antes de Cristo), y trata a los demás como esperas que los demás te traten a ti, (formulación positiva en términos de exhortación, empleada por Jesús en el Sermón del Monte: “Todo cuanto queráis que os hagan los hombres, también hacedlo vosotros con ellos” -Mateo 7, 12-; “Y como queréis que hagan los hombres con vosotros, así también hacedlo vosotros con ellos” -Lucas 6, 31, dentro de la enseñanza sobre el amor hacia los enemigos-, y que equivale a la máxima bíblica ama a tu prójimo como a ti mismo -Levítico 19, 18- Pero además de formularla en positivo, Jesús le da un nuevo sentido a esta norma ética. Por eso dice que se trata de un mandamiento nuevo, porque nunca antes la regla de oro había sido expresada en los términos empleados por Él, indicando como referente definitivo no el amor que uno se tiene a si mismo, sino el ejemplo dado por Él con la entrega de su propia vida. Los amó hasta el extremo (Juan 13, 1) dice al comienzo del mismo capítulo 13 el Evangelio según san Juan del  cual se ha extractado el texto de este domingo. ¿Hasta qué extremo? Pues hasta derramar la última gota de su sangre desde su corazón abierto, como lo indica el mismo Evangelio más adelante en su capítulo 19, al concluir el relato de lo sucedido en el Calvario con la lanzada que recibió Jesús crucificado (Juan 19, 34). 2. “Así como yo los amo a ustedes, así deben amarse ustedes los unos a los otros” Hemos indicado anteriormente que Jesús no dice ámenme a mi, sino ámense los unos a los otros. Esto quiere decir que el amor, la más importante de las tres virtudes llamadas teologales -fe esperanza y amor-, en el nuevo sentido que le ha dado Jesús tiene como referente inmediato al prójimo, precisamente porque es amando al prójimo como podemos mostrar nuestro amor a Dios, y como dice  otro texto procedente del mismo apóstol Juan, si alguno dice “Yo amo a Dios” y aborrece a su hermano, es un mentiroso. Pues el que no ama a su hermano, al que ve, no es posible que ame a Dios, a quien no ve” (1ª Carta de Juan 4, 20). Ahora bien, Jesús se nos presenta a sí mismo como el modelo de este amor: como yo los amo a ustedes, como yo los he amado. Se trata del amor compasivo que canta el salmo responsorial –El Señor es tierno y compasivo, es paciente y todo amor [Salmo 145 (144), 8-9. 10-11.12-13ab]- hasta las últimas consecuencias. Ante esta muestra de su amor, ¿cómo estamos nosotros respondiendo? Siempre tendremos que reconocer que aún nos falta mucho para identificarnos con el amor de Dios manifestado en Jesucristo, y por eso sigue vigente lo que en la primera lectura (Hechos de los Apóstoles 14, 21b-27), se nos cuenta que decían los apóstoles Pablo y Bernabé: que para entrar en el Reino de Dios hay que sufrir muchas aflicciones”, es decir, hay que solidarizarse compasivamente con todos los seres humanos, en especial con los que sufren. 3. “Si se aman los unos a los otros, todo el mundo se dará cuenta de que son discípulos míos” La comunidad cristiana que empezó a formarse en Jerusalén a partir de la resurrección de Jesús se distinguió por el amor que se tenían los unos a los otros. Esta era y sigue siendo la forma más eficaz de proclamar la Buena Nueva de Jesús resucitado, consistente en el anuncio de lo que nos indica la segunda lectura de este domingo: un cielo nuevo y una tierra nueva, simbolizados en la imagen de la nueva Jerusalén descrita en el Apocalipsis (21, 1-5a), de acuerdo con lo que significa el nombre Jeru-salem: lugar de paz.   Vean cómo se aman, escribió Tertuliano -a fines del siglo II después de Cristo- que exclamaba la gente ante el testimonio vivo de la forma en que se trataban unos a otros los creyentes en Cristo. ¿Podríamos decir nosotros lo mismo hoy de nuestra Iglesia, en la que a menudo encontramos odios, envidias, intrigas, rencores, abusos y manifestaciones de violencia o de indiferencia ante la miseria y el dolor de los demás? La Palabra de Dios nos invita hoy a preguntarnos qué hemos hecho, qué estamos haciendo y qué debemos hacer para cumplir a cabalidad el mandamiento nuevo del

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El mensaje del Domingo – 21 abril

Domingo IV de Pascua – Ciclo C Por: Gabriel Jaime Pérez, S.J.        En aquel tiempo, dijo Jesús: «Mis ovejas escuchan mi voz, y yo las conozco, y ellas me siguen, y yo les doy la vida eterna; no perecerán para siempre, y nadie las arrebatará de mi mano. Mi Padre, que me las ha dado, supera a todos, y nadie puede arrebatarlas de la mano de mi Padre. Yo y el Padre somos uno.»  (Evangelio según San Juan 10, 27-30). Este cuarto domingo del tiempo pascual es conocido como el Domingo del Buen Pastor, porque en el Evangelio se evoca la alegoría empleada por Jesús para designarse a sí mismo como tal. Todo el capítulo 10 del Evangelio según san Juan está dedicado a este tema. En las lecturas propias del Ciclo C de la liturgia el texto corresponde a la última parte de dicho capítulo, pero es muy conveniente leerlo y meditarlo completo para entender mejor quién es Jesucristo para nosotros y cómo Él mismo nos presenta su acción salvadora. Centrémonos en los versículos del Evangelio escogidos para este domingo, teniendo en cuenta también las otras lecturas: Hechos de los Apóstoles 13, 14.43-52; Salmo 100 (99), 2.3.5; Apocalipsis 7, 9.14b-17. 1. La figura del pastor La imagen de pastor no es cercana a los imaginarios urbanos de la civilización moderna. Sin embargo, sigue siendo muy significativa en la historia de la salvación que nos transmiten los textos bíblicos tanto del Antiguo como de Nuevo Testamento. Por eso la Iglesia conserva esta figura y la aplica a su misión, entendida como una labor pastoral que continúa la acción salvadora de Jesucristo, el Buen Pastor, como nos dice en uno de sus versículos anteriores el mismo evangelista que Jesús se llamó a si mismo (Juan 10, 14); por eso también son llamados pastores quienes por una vocación especial son escogidos y enviados por Él para realizar esta misión mediante el sacramento del Orden, y por eso precisamente este domingo se nos invita a orar de manera muy especial por los sacerdotes y por las vocaciones sacerdotales.   En la Biblia, tanto en el Antiguo como en el Nuevo Testamento, aparece constantemente la imagen del pastor para indicar cómo actúa Dios: como aquél a quien le importan de verdad las ovejas y se desvive por ellas hasta entregar su propia vida por ellas. Israel fue en sus orígenes un pueblo de pastores: Abraham, Isaac y Jacob recorrieron 18 siglos antes de Cristo las tierras de Canaán buscando pastos para sus ganados de ovejas. Moisés, quien vivió en el siglo XII a.C., aprendió el oficio de pastor  junto al monte Sinaí antes de ser llamado por Dios para ser su mediador en la liberación de los israelitas de la esclavitud que sufrían en Egipto, y su conductor por el desierto hacia la tierra prometida.   Desde entonces los israelitas reconocieron al Dios que se le había revelado a Moisés con el nombre de Yahvé, como el pastor que guiaba a su pueblo protegiéndolo y conduciéndolo hacia fuentes de agua fresca y prados de hierba abundante. Al rey David, que vivió en el siglo X a.C. y en su infancia había cuidado el rebaño de su padre Jesé, se le atribuyen los salmos que invocan a Dios como  el pastor  de Israel, como por ejemplo el escogido para este domingo: Sepan que el Señor es Dios, que él nos hizo, y somos suyos, su pueblo y ovejas de su rebaño.   Los profetas, por su parte, emplearon la imagen del pastor para referirse a la misericordia infinita de Señor que prometía liberar a sus ovejas de la opresión y el abandono a que habían sido sometidas por los falsos pastores, los jefes políticos y religiosos que las explotaban para su propio beneficio y se desentendían de ellas.          2. “Mis ovejas escuchan mi voz, y yo las conozco y ellas me siguen”        Jesús se presentó a sí mismo empleando la imagen del pastor aplicada a Dios por los salmos y los profetas, y esto fue tan significativo para los primeros cristianos, que la imagen figurativa de Jesucristo más antigua que se conoce – encontrada en una de las catacumbas de las afueras de Roma – es la de un pastor con una oveja sobre sus hombros. Esta figura, tomada de los Evangelios según san Mateo (18, 10-14) y san Lucas (15, 1-7), evoca la misericordia infinita de Dios que, en la persona de Jesús, busca a la oveja perdida, la encuentra y la lleva de vuelta al rebaño.   En el Evangelio según san Juan, por su parte, encontramos resaltada una característica del Buen Pastor: el conocimiento que Él tiene de sus ovejas: de todas las personas que escuchan su voz y lo siguen. Conocer, en el lenguaje bíblico, significa tener una experiencia vital de alguien o de algo. Por eso, cuando Jesús dice que “conoce” a sus ovejas, está refiriéndose a la experiencia vital que Él mismo ha querido tener de la realidad humana en virtud del misterio de su encarnación, pero además nos está diciendo que se ocupa personalmente de cada uno y cada una de nosotros.   3. “Y yo les doy la vida eterna; no perecerán para siempre”    Jesús hace partícipes de su resurrección gloriosa a todas las personas que escuchan su voz y lo siguen.  En la segunda lectura de este domingo encontramos también una referencia directa a la imagen del pastor, identificado de tal modo con sus ovejas, que se ha entregado en sacrificio como cordero pascual: Ya no pasarán hambre ni sed, no les hará daño el sol ni el bochorno. Porque el Cordero que está delante del trono será su pastor, y los conducirá hacia fuentes de aguas vivas.   La palabra del Señor nos hace hoy una doble invitación: por una parte, a revisar si estamos escuchando con atención su voz, es decir, aquello que Él nos dice a través de su palabra, a través del magisterio de la Iglesia, a través

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El mensaje del domingo – 14 de abril

Domingo III del Tiempo Pascual – Ciclo C Por: Gabriel Jaime Pérez, S.J.                                    En aquel tiempo Jesús se apareció otra vez a sus discípulos, a orillas del Lago de Tiberíades. Sucedió de esta manera: Estaban juntos Simón Pedro, Tomás, al que llamaban el Gemelo, Natanael, que era de Caná de Galilea, los hijos de Zebedeo y otros dos discípulos de Jesús. Simón Pedro les dijo: -Voy a pescar. Ellos contestaron: -Nosotros también vamos contigo. Fueron, pues, y subieron a una barca; pero aquella noche no pescaron nada. Cuando comenzaba a amanecer, Jesús se apareció en la orilla, pero los discípulos no sabían que era él. -Jesús les preguntó: -Muchachos, ¿no tienen pescado? Ellos le contestaron: -No. Jesús les dijo: -Echen la red a la derecha de la barca, y pescarán. Así lo hicieron, y después no podían sacar la red por los muchos pescados que tenía. Entonces el discípulo a quien Jesús quería mucho, le dijo a Pedro: -¡Es el Señor! Apenas oyó Simón Pedro que era el Señor, se vistió, porque estaba sin ropa, y se tiró al agua. Los otros discípulos llegaron a la playa con la barca, arrastrando la red llena de pescados, pues estaban a cien metros escasos de la orilla. Al bajar a tierra, encontraron un fuego encendido, con un pescado encima, y pan. 1Jesús les dijo: -Traigan algunos pescados de los que acaban de sacar. 1Simón Pedro subió a la barca y arrastró hasta la playa la red llena de grandes pescados, ciento cincuenta y tres; y aunque eran tantos, la red no se rompió. Jesús les dijo: -Vengan a desayunarse. Ninguno de los discípulos se atrevía a preguntarle quién era, porque sabían que era el Señor. Luego Jesús se acercó, tomó en sus manos el pan y se lo dio a ellos; y lo mismo hizo con el pescado. Esta fue la tercera vez que Jesús se apareció a sus discípulos después de haber resucitado. Terminado el desayuno, Jesús le preguntó a Simón Pedro: -Simón, hijo de Juan, ¿me amas más que estos? Pedro le contestó: -Sí, Señor, tú sabes que te quiero. Jesús le dijo: -Cuida de mis corderos.Volvió a preguntarle: -Simón, hijo de Juan, ¿me amas? Pedro le contestó: -Sí, Señor, tú sabes que te quiero. Jesús le dijo: -Cuida de mis ovejas. Por tercera vez le preguntó: -Simón, hijo de Juan, ¿me quieres? Pedro, triste porque le había preguntado por tercera vez si lo quería, le contestó: -Señor, tú lo sabes todo: tú sabes que te quiero. Jesús le dijo: -Cuida de mis ovejas. Te aseguro que cuando eras más joven, te vestías para ir a donde querías; pero cuando ya seas viejo, extenderás los brazos y otro te vestirá, y te llevará a donde no quieras ir. Al decir esto, Jesús estaba dando a entender de qué manera Pedro iba a morir y a glorificar con su muerte a Dios. Después le dijo: -¡Sígueme! (Juan 21, 1-19). Este relato contiene varios elementos de reflexión. Fijémonos en tres y apliquémoslos a nuestra vida, renovando nuestra fe en la resurrección de Jesús, tema central del tiempo pascual, teniendo en cuenta también las otras lecturas bíblicas de hoy: Hechos de los Apóstoles 5, 27b-32.40b-41; Salmo 30 (29); Apocalipsis 5, 11-14.  1. Cuando comenzaba a amanecer, Jesús se apareció en la orilla… La experiencia pascual de la presencia de Jesús resucitado fue un amanecer de esperanza para sus primeros discípulos, que habían quedado sumidos en la oscuridad del pesimismo luego de los sucesos de la pasión y muerte de su maestro. Los pescadores habían vuelto a sus labores cotidianas, y después de una noche de brega inútil tienen una experiencia que les devuelve el optimismo: Jesús se les manifiesta, ya no en la misma forma de su vida terrena, sino con una presencia espiritual que inicialmente no son capaces de captar (no sabían que era él), pero que poco a poco van reconociendo en la medida en que, siguiendo sus instrucciones, descubren que es posible sacar resultados positivos de las situaciones difíciles, basados en la fe a la que Él mismo los invita. Esta es para nosotros una primera enseñanza del relato evangélico de este domingo: Él nos invita a no desanimarnos en las situaciones en las cuales lo vemos todo oscuro y sin salida. Para poder ver la luz al final del túnel, para obtener el fruto esperado de nuestros esfuerzos por resolver los problemas que se nos presentan, es necesario que nos dispongamos a escuchar sus orientaciones. La oración y un acompañamiento espiritual de alguien que nos pueda aconsejar bien, son dos elementos imprescindibles para ello.  2. Ninguno se atrevía a preguntarle quién era, porque sabían que era el Señor   Seis veces aparece en el relato del Evangelio de hoy el título de Señor aplicado a Jesucristo resucitado. Este titulo constituye a la vez un reconocimiento de la divinidad de Jesús y de su humanidad glorificada. En efecto, en virtud de su resurrección, la humanidad de Jesús es exaltada hasta el punto de participar Él mismo, una vez sacrificado como Cordero de Dios, del señorío de Dios Padre todopoderoso -el Señor Dios Rey celestial a quien proclamamos como tal en el himno del “Gloria”, junto con el Espíritu Santo, en el que quien también la fórmula más extensa del Credo  reconoce a Dios como “Señor y dador de vida”-. Reconocer a Jesús resucitado como el Señor es proclamar que en Él se realiza plenamente el Reino de Dios, es decir el poder del Amor que hace posible la realización de un mundo nuevo en el que imperen la justicia y la paz. Él se nos presenta de muchas formas a través de los acontecimientos cotidianos y extraordinarios de nuestra vida, y por eso es preciso que nos mantengamos atentos para poder reconocerlo y dejar que sea Él verdaderamente el Señor de nuestras vidas, a partir de nuestra disposición sincera a cumplir su voluntad que es voluntad de justicia, de amor y de paz.  3. “Señor, tú lo

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El Mensaje del Domingo – 7 de abril

Domingo II del Tiempo Pascual – Ciclo C Por: Gabriel Jaime Pérez, S.J.                                    Al anochecer de aquel día, el primero de la semana, estaban los discípulos en una casa, con las puertas cerradas por miedo a los judíos. Y en esto entró Jesús, se puso en medio y les dijo: «La paz esté con ustedes». Y, diciendo esto, les enseñó las manos y el costado. Y los discípulos se llenaron de alegría al ver al Señor. Jesús repitió: «La paz esté con ustedes. Como el Padre me ha enviado, así también los envío yo». Y, dicho esto, exhaló su aliento sobre ellos y les dijo: «Reciban el Espíritu Santo; a quienes les perdonen los pecados, les quedan perdonados; a quienes se los retengan, les quedan retenidos». Tomás, uno de los Doce, llamado el Mellizo, no estaba con ellos cuando vino Jesús. Y los otros discípulos le decían: «Hemos visto al Señor». Pero él les contestó: «Si no veo en sus manos la señal de los clavos, si no meto el dedo en el agujero de los clavos y no meto la mano en su costado, no lo creo». A los ocho días, estaban otra vez dentro los discípulos y Tomás con ellos. Llegó Jesús, estando cerradas las puertas, se puso en medio y dijo: «La paz esté con ustedes». Luego dijo a Tomás: «Trae tu dedo, aquí tienes mis manos; trae tu mano y métela en mi costado; y no seas incrédulo, sino creyente». Contestó Tomás: «¡Señor mío y Dios mío!» Jesús le dijo: « ¿Porque me has visto has creído? Dichosos los que creen sin haber visto». Muchos otros signos, que no están escritos en este libro, hizo Jesús a la vista de los discípulos. Éstos se han escrito para que ustedes crean que Jesús es el Mesías, el Hijo de Dios, y para que, creyendo tengan vida en su nombre (Juan 20, 19-31). 1. “Dichosos los que creen sin haber visto” Los relatos de apariciones de Jesús resucitado en los Evangelios nos remiten a experiencias de FE que corresponden a una dimensión distinta de las que captan físicamente los sentidos. Si bien emplean imágenes que se refieren a los hechos de ver, oír y tocar, la realidad a la que se refieren es de orden espiritual. Por eso muestran a Jesús resucitado realizando acciones que les permitan a sus discípulos reconocerlo en su vida nueva y gloriosa, no condicionada ya por las dimensiones del espacio y del tiempo. En el encuentro del Señor resucitado con el apóstol Tomás, la referencia a las señales dejadas por los clavos y la lanza significa que se trata del mismo Jesús que había muerto en la cruz, pero ahora con una presencia distinta de la física. Una presencia real, pero sólo captable por la fe. En este sentido, la frase de Jesús a Tomás –Dichosos los que creen sin haber visto– viene dirigida a nosotros como una invitación a creer sin exigir pruebas de laboratorio, a reconocer desde la fe la presencia espiritual de Cristo resucitado. Esta misma fe nos puede llevar a repetir cada cual interiormente, como muchos solemos hacerlo después de la consagración del pan y del vino, la expresión del apóstol Tomás que a su vez es un acto de adoración a Jesús realmente presente en el  santísimo sacramento de la Eucaristía: “Señor mío y Dios mío” (Juan 20, 28). 2. “La paz esté con ustedes” Este saludo de Cristo resucitado que encontramos tres veces en el Evangelio de hoy, constituye una invitación a la ESPERANZA. Es el mismo saludo que se nos invita a darnos unos a otros inmediatamente antes de la comunión, y que cobra todo su sentido en la situación concreta que nos ha tocado vivir en medio de la violencia y de acontecimientos que llenan de dolor y de tristeza a tantas personas y las sumen en el miedo, como sucedió inicialmente con los primeros discípulos. Y en este sentido son iluminadoras las palabras con las que Jesús resucitado se presenta ante el autor  del libro del Apocalipsis: “No temas: Yo soy el primero y el último, yo soy el que vive. Estaba muerto y, ya ves, vivo por los siglos de los siglos, y tengo las llaves de la muerte y del abismo” (segunda lectura: Apocalipsis 1, 9-11a. 12-13. 17-19). Al proclamar que Cristo ha resucitado, expresamos nuestra esperanza en un porvenir nuevo en el que la vida triunfará sobre la muerte, y el amor sobre el abismo sin fondo de la maldad.  3. “Reciban el Espíritu Santo; a quienes les perdonen los pecados, les quedan perdonados…” La paz que nos da Cristo resucitado es la que proviene de la reconciliación con Dios y entre nosotros, como resultado del perdón pedido y concedido gracias al Espíritu Santo que Él nos comunica: Exhaló su aliento sobre ellos y les dijo: “Reciban el Espíritu Santo; a quienes les perdonen los pecados, les quedan perdonados…” El término espíritu, en su sentido bíblico originario, quiere decir soplo, aire, aliento vital renovador y refrescante. En el lenguaje bíblico el Espíritu Santo es el aliento vital y renovador de Dios, que es AMOR, Dios mismo que con su energía creadora hace surgir la vida y la renueva. El capítulo 2 del Génesis, el primer libro del Antiguo Testamento y de toda la Biblia, contiene un relato simbólico de la creación del ser humano en el cual se nos cuenta que Dios le comunicó su aliento vital infundiendo en él su propio Espíritu. En el Evangelio según san Juan, que con las tres Cartas y el libro de Apocalipsis, provenientes de este mismo apóstol y evangelista -o de la llamada escuela joánica-, constituye cronológicamente la culminación de los escritos bíblicos del Nuevo Testamento, encontramos la narración de un nuevo acto creador, una nueva creación: Dios Padre, a través de su Hijo Jesucristo resucitado, les comunica a sus primeros discípulos, y desde ellos también lo hace con nosotros, su Espíritu dador de una vida nueva, que nos libera del pecado

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El Mensaje del Domingo – 31 de marzo

Domingo de Resurrección – Ciclo C Gabriel Jaime Pérez, S.J.                                                    El primer día de la semana, María Magdalena fue al sepulcro al amanecer, cuando aún estaba oscuro, y vio la losa quitada del sepulcro. Echó a correr y fue a donde estaban Simón Pedro y el otro discípulo, a quien quería Jesús, y les dijo: “Se han llevado del sepulcro al Señor y no sabemos dónde lo han puesto”. Salieron Pedro y el otro discípulo camino del sepulcro. Corrían los dos juntos, pero el otro discípulo corrió más que Pedro, y llegó antes al sepulcro. Se inclinó y vio las vendas en el suelo, pero no entró. Llegó también Simón Pedro detrás de él y entró en el sepulcro: vio las vendas en el suelo y el sudario con que le habían cubierto la cabeza, no por el suelo con las vendas sino enrollado en un sitio aparte. Entonces entró también el otro discípulo, el que había llegado primero al sepulcro, vio y creyó. Pues hasta entonces no habían creído la Escritura: que él había de resucitar de entre los muertos (Juan 20,1-9). La conmemoración de la Resurrección de Jesucristo es la más importante de todas las celebraciones de nuestra fe. Comienza en la noche del Sábado Santo con la bendición y el encendimiento del Cirio Pascua que representa a Jesús resucitado, luz del mundo, principio y fin de la historia -Alfa y Omega-; sigue luego en la misma liturgia la evocación bíblica de la historia de la salvación obrada por Dios desde la creación del universo, pasando por la liberación de la esclavitud del pueblo de Israel, hasta las profecías que anunciaron al Mesías; y culmina con la bendición del agua, que evoca el sacramento del Bautismo por el cual hemos renacido a una vida nueva en Cristo, y la Eucaristía, que actualiza la acción salvadora del Señor mediante su sacrificio redentor y se nos da como alimento espiritual con su vida resucitada. En la siguiente reflexión me referiré a las lecturas bíblicas de la Misa del Día del Domingo de Resurrección: Hechos de los Apóstoles 10, 34-43, Carta de San Pablo a los Colosenses 3, 1-4 y Evangelio según San Juan 20, 1-9. 1. Los discípulos de Jesús encuentran el sepulcro vacío Los primeros relatos evangélicos de la resurrección de Cristo corresponden a la experiencia del sepulcro vacío, y son las mujeres las primeras en tenerla. Ellas, según las costumbres judías, querían embalsamar el cuerpo de Jesús, pues no habían alcanzado a terminar su labor en la tarde del viernes por haber comenzado desde las seis el descanso sabático. El mensaje del sepulcro vacío consiste en una invitación a no buscar a Jesús en el lugar destinado a los muertos, pues no está allí. Sólo se le puede encontrar en otra dimensión distinta de la física o material, y esto es lo que constituye el sentido de la fe de los primeros discípulos, expresada en la frase del relato de Juan, “el otro discípulo” que, después de María Magdalena, llegó con Simón Pedro al sepulcro: “vio y creyó”. ¿Qué vio? Un sudario, unas vendas y el sepulcro vacío. ¿Qué creyó? Lo que Jesús ya les había anunciado antes de su muerte: que iba a resucitar. 2. Jesucristo resucitado se manifiesta a sus discípulos El libro de los Hechos de los Apóstoles, escrito por el mismo evangelista en el que encontramos la pregunta “¿Por qué buscan entre los muertos al que está vivo?” (Lucas 24, 5b), así como también varios relatos contenidos en los cuatro Evangelios, nos describen la experiencia que tuvieron los primeros discípulos de Jesús, ya no sólo de su ausencia del sepulcro, sino de su presencia resucitada: “Dios lo resucitó al tercer día e hizo que se nos apareciera a nosotros”, dice Simón Pedro en su discurso, en la primera lectura tomada de los Hechos de los Apóstoles.  Esta experiencia se da especialmente en la celebración de la Eucaristía: “Nosotros comimos y bebimos con Él después de su resurrección”. Cuando los primeros discípulos de Jesús se reúnen para compartir el pan y el vino en memoria suya, experimentan su presencia resucitada, distinta de la física anterior a su muerte. Es una presencia espiritual que corresponde a una dimensión trascendente. Si bien la experiencia pascual de aquellos primeros discípulos tuvo unas características especiales, algo similar ocurre para nosotros cuando celebramos la Eucaristía: Jesucristo resucitado se hace presente en el sacramento de su cuerpo y sangre gloriosos, es decir, de su vida nueva con la cual Él mismo nos alimenta y nos renueva. 3. La resurrección de Cristo, prenda de nuestra resurrección futura El anuncio pascual de la resurrección de Jesucristo es el contenido central de la Buena Noticia que desde entonces comenzó a difundirse desde Jerusalén: Jesús de Nazaret, el Hijo de Dios hecho hombre, el Mesías, el Cristo -es decir, el consagrado por Dios Padre para realizar su designio de salvación en favor de toda la humanidad-, ha resucitado y está vivo, con una vida nueva que pertenece al orden espiritual, y ha querido hacernos partícipes de su resurrección para que también nosotros seamos eternamente felices. Esta Buena Noticia constituye para nosotros una invitación a poner nuestra mirada en las realidades eternas, no quedándonos en lo terreno que es transitorio. Tal es el sentido de la exhortación de san Pablo en la segunda lectura: poner la mirada en las realidades eternas, que son las de “arriba”, -teniendo en cuenta que la oposición arriba/abajo es una forma simbólica de hablar de la superioridad de lo espiritual sobre lo material, de lo eterno sobre lo efímero-, identificándonos con Cristo, para morir a todo cuanto nos pueda apartar de Dios y para renacer a una vida nueva. Vivamos entonces con gozo esta celebración pascual de la resurrección de nuestro Señor Jesucristo, prenda de nuestra resurrección futura. Vivámosla con la fe y la esperanza en que, a pesar de las experiencias dolorosas de violencia y destrucción que ensombrecen nuestra existencia y llevan a muchos al pesimismo y la desilusión,

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