Colegio San José Barranquilla

El mensaje del domingo

Homilías del 15 de diciembre de 2013 al 19 de enero de 2014

Con motivo de las vacaciones de Navidad y Año Nuevo, publico seguidas las homilías dominicales y de los días festivos, del 15 de diciembre de 2013 al 19 de enero de 2014. III Domingo de Adviento – Ciclo A Por: Gabriel Jaime Pérez, S.J.    En aquel tiempo, Juan, que había oído en la cárcel las obras del Mesías, le mandó a preguntar por medio de sus discípulos: – ¿Eres tú el que ha de venir o tenemos que esperar a otro? Jesús les respondió: -Vayan a anunciar a Juan lo que están viendo y oyendo: los ciegos ven y los inválidos andan; los leprosos quedan limpios y los sordos oyen; los muertos resucitan y a los pobres se les anuncia el Evangelio. ¡Y dichoso el que no se escandalice de mí!» Al irse ellos, Jesús se puso a hablar a la gente sobre Juan: -¿Qué salieron ustedes  a contemplar en el desierto, una caña sacudida por el viento? O ¿qué fueron a ver, un hombre vestido con lujo? Los que visten con lujo habitan en los palacios. Entonces, ¿a qué salieron? ¿A ver a un profeta? Sí, les digo, y más que profeta; él es de quien está escrito: “Yo envío mi mensajero delante de ti, para que prepare el camino ante ti.” Les aseguro que no ha nacido de mujer uno más grande que Juan el Bautista; aunque el más pequeño en el reino de los cielos es más grande que él (Mateo 11, 2-11). 1. Por la fe reconocemos con gozo la presencia de Dios en Jesucristo El Evangelio de este tercer domingo del Adviento nos presenta a Juan Bautista en la cárcel, donde lo había encerrado el rey Herodes para silenciar las denuncias contra su comportamiento inmoral y corrupto. Juan iba a ser decapitado por orden de este mismo rey, y así como lo proclamó Jesús en su momento, nosotros lo reconocemos hoy como el más grande profeta anterior a Él. Sin embargo, Jesús dice además que “el más pequeño en el reino de los cielos” es más grande que el Bautista, lo cual parece significar que los seguidores de Jesús, habiendo recibido un mayor conocimiento de su persona y de sus enseñanzas, podemos participar del reino de Dios aún más y mejor de lo que le fue dado a Juan. Es como un reto que les propone Jesús a sus oyentes: si Juan Bautista fue quien fue antes del misterio pascual de la muerte y resurrección de Jesús, ¡cuánto más quienes acogen después de Cristo el mensaje del Evangelio! Pero centrémonos en la pregunta que le hace Juan a Jesús a través de dos de sus discípulos. Algunas tradiciones judaicas imaginaban a un Mesías que llegaría como vengador justiciero. Por eso la duda del Bautista: ¿Eres tú el que ha de venir o tenemos que esperar a otro? En la tónica alegre de este tercer domingo de Adviento, imaginemos a Jesús respondiendo sonriente. Su respuesta es una clara evocación de lo que había predicho varios siglos antes el profeta Isaías como un acontecimiento gozoso: los ciegos ven y los inválidos andan; los leprosos quedan limpios y los sordos oyen; los muertos resucitan y a los pobres se les anuncia el Evangelio. Para todo el que cree de verdad, lo que parece imposible se hace realidad, y este es el sentido de los milagros realizados por Jesús, precisamente en favor de las personas más necesitadas. El Evangelio o Buena Noticia, que sólo lo es para quien se reconoce necesitado de salvación, nos debe llenar de alegría espiritual y por lo mismo de una actitud plena de esperanza en Dios que está siempre dispuesto a liberarnos de todo cuanto nos impide realizarnos como personas y ser felices,  aún en medio de los problemas y dificultades de nuestra vida cotidiana, tanto en el plano individual como en el social. 2. Nuestra fe en un Dios que viene a salvarnos es fuente de alegría Ocho veces expresa directamente la alegría el pasaje profético de Isaías en la primera lectura (Isaías 35, 1-6a.10). La misma idea aparece también en las imágenes del ciego al que se le despegan los ojos, del sordo al que se le abren los oídos, del cojo que comienza a saltar. En otras palabras: Dios, que viene en persona a redimir y a salvar, hace posible un porvenir nuevo de felicidad para todo el que cree en Él: pena y aflicción se alejarán. Por eso el espíritu propio del Adviento y de la Navidad es un espíritu de alegría, y ésta debe ser precisamente la actitud característica de todo creyente en Jesucristo: una actitud gozosa. Esta alegría no es la de las borracheras ni el ruido ensordecedor de una sociedad vacía, incapaz del silencio interior para reconocer los valores espirituales. No es esa falsa alegría la que constituye el verdadero espíritu del Adviento, sino el auténtico gozo espiritual que resulta de la paz interior de quien se abre a la reconciliación con Dios y con el prójimo. 3. La fe auténtica se muestra en la firmeza de la paciencia Tres veces se nos invita en la segunda lectura a tener paciencia (Santiago 5, 7-10). Esta insistencia adquiere especial valor en la actualidad. En el mundo en que vivimos existe la tentación de la impaciencia porque impera la mentalidad del éxito rápido y sin esfuerzo. La magia de la automatización electrónica y de la satisfacción inmediata de los deseos con sólo pulsar una tecla o tocar una pantalla, nos puede llevar a una incapacidad para la espera, a desesperamos con facilidad. Contra esta mentalidad, la virtud de la esperanza a la que se nos invita de manera especial en este tiempo del Adviento implica una disposición a aguardar con paciencia la llegada del Señor con su consuelo a nuestras vidas como una luz al final del túnel cuando nos encontramos en situaciones de oscuridad.  A este respecto la palabra del Señor, por medio del apóstol Santiago, nos presenta una imagen poética aleccionadora: el labrador aguarda paciente

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El Mensaje del Domingo – 8 de diciembre

Domingo de Adviento – Ciclo A Por: Gabriel Jaime Pérez, S.J.                               Por aquel tiempo, Juan Bautista se presentó en el desierto de Judea, predicando: «Conviértanse, porque está cerca el Reino de los Cielos.» Éste es el que anunció el profeta Isaías, diciendo: «Una voz grita en el desierto: “Preparen el camino del Señor, allanen sus senderos.” Juan llevaba un vestido de piel de camello, con una correa de cuero a la cintura, y se alimentaba de saltamontes y miel silvestre. Y acudía a él toda la gente de Jerusalén, de Judea y del valle del Jordán, y confesaban sus pecados, y él los bautizaba en el Jordán. Y al ver que muchos fariseos y saduceos venían a que los bautizara, les dijo: «¡Raza de víboras! ¿Quién les ha dicho a ustedes que van a escapar del castigo inminente? Den el fruto que pide la conversión, y no se hagan ilusiones, pensando: “Abraham es nuestro padre”, pues les digo que Dios es capaz de sacar hijos de Abraham de estas piedras. Ya toca el hacha la base de los árboles, y el árbol que no da buen fruto será talado y echado al fuego. Yo los bautizo con agua para que se conviertan; pero el que viene detrás de mí puede más que yo, y no merezco ni llevarle las sandalias. Él los bautizará con Espíritu Santo y fuego. Él trae su pala en la mano y limpiará el trigo, y lo separará de la paja; guardará su trigo en el granero y quemará la paja en una hoguera que no se apaga.» (Mateo 3, 1-12). La invitación a la conversión tiene como trasfondo la esperanza, tema central del tiempo del Adviento. De esta virtud es el mejor ejemplo María Santísima, la madre de Jesús, de cuya Inmaculada Concepción -libre de pecado desde el primer instante de su existencia- se celebra la fiesta el 8 de diciembre, pero en este año la liturgia correspondiente se traslada al lunes 9 por ser prioritaria la celebración propia del domingo. En las lecturas de hoy encontramos tres temas que nos muestran la relación entre la conversión y la esperanza.   1. Las promesas de Dios a los patriarcas hebreos son motivo de esperanza para toda la humanidad Los patriarcas -Abraham, su hijo Isaac y su nieto Jacob, de quien procedieron las 12 tribus de Israel-, son evocados por el apóstol san Pablo en la segunda lectura, tomada de su Carta a los cristianos de Roma (Romanos 15, 4-9). Aquellos “patriarcas” fueron los primeros creyentes en un solo Dios y por lo mismo nuestros antepasados en la fe hace unos 38 siglos. San Pablo se refiere a ellos para exhortarnos a que “mantengamos la esperanza” en el cumplimiento de las promesas que Dios les hizo, no sólo de formar a partir de ellos un pueblo numeroso, sino de realizar en su favor una acción liberadora. El cumplimiento de estas promesas no iba a ser sólo para los israelitas, sino también para los gentiles, es decir, quienes perteneciendo a distintas razas y culturas iban a creer en ese mismo Dios que, 18 siglos después de aquellos patriarcas, se hizo presente en la historia humana por medio de su Hijo Jesucristo, Dios mismo hecho hombre. 2. Los profetas anunciaron a un “Mesías” que vendría a iniciar el Reino de Dios “Aquél día brotará un renuevo del tronco de Jesé”, comienza diciendo la primera lectura, del libro de Isaías (11, 1-10). Jesé había sido un pastor de ovejas cuyo hijo David fue escogido hacia el siglo X a .C. para ser rey de Israel y como tal fue “ungido” (“Mesías” en hebreo, “Cristos” en griego). Poco más de dos siglos y medio después, Isaías anuncia la venida de un futuro Mesías -descendiente de Jesé y de su hijo David- que será consagrado por el Espíritu del Señor para establecer entre quienes quieran recibirlo un reino de justicia y de paz. En su anuncio el profeta emplea una metáfora: las fieras salvajes ya no serán temibles, pues convivirán en armonía con los animales mansos y con los niños.         El Salmo 72 (71) se cantaba en la entronización de cada rey descendiente de David, invocando a Dios para que su gobierno trajera justicia y paz no sólo a la nación sino a todo el mundo: del gran río (Jordán) hasta el confín de la tierra. Este Salmo expresa la esperanza en un nuevo orden social en el que serán liberados los pobres, o sea los que sufren las consecuencias de la injusticia y todas las demás formas de violencia: los desposeídos, marginados, excluidos, secuestrados, desplazados. Quienes creemos en Jesucristo reconocemos que Él es el Mesías anunciado por los profetas, y en su honor cantamos el Salmo que proclama su Reino de justicia y de paz. Pero esto no debe quedarse de nuestra parte en meras palabras que se leen o se cantan. Tenemos que colaborar activamente para que el Reino de Dios, inaugurado por nuestro Señor Jesucristo, se haga una realidad en nuestras vidas y en el mundo en que vivimos.  3. Para recibir el Reino de Dios es necesaria una actitud humilde de conversión El Evangelio nos presenta a san Juan Bautista que clama en el desierto de Judea, a orillas del río Jordán, invitando a la conversión: “Conviértanse, porque está cerca el Reino de los Cielos”. Es el mismo Reino de Dios del que hablan los otros evangelistas -Mateo emplea el término “Reino de los Cielos” en atención a los judíos, que evitan por respeto pronunciar el nombre de Dios-. Esta invitación es también para nosotros, y su realización sólo es posible desde el reconocimiento de nuestra necesidad de ser salvados, una actitud totalmente opuesta a la soberbia de fariseos y saduceos que critica Juan llamándolos “raza de víboras”. Quienes escuchaban a Juan Bautista y acogían su invitación a convertirse, “confesaban sus pecados y él los bautizaba en el Jordán”. Nosotros, con la confesión de nuestros pecados ante Dios y ante la comunidad -representada por el sacerdote

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El Mensaje del Domingo – 1 de diciembre

I Domingo de Adviento – Ciclo A Por: Gabriel Jaime Pérez, S.J. En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos: «Cuando venga el Hijo del hombre, pasará como en tiempo de Noé. Antes del diluvio, la gente comía y bebía y se casaba, hasta el día en que Noé entró en el arca; y cuando menos lo esperaban llegó el diluvio y se los llevó a todos; lo mismo sucederá cuando venga el Hijo del hombre: Dos hombres estarán en el campo: a uno se lo llevarán y a otro lo dejarán; dos mujeres estarán moliendo: a una se la llevarán y a otra la dejarán. Por tanto, estad en vela, porque no sabéis qué día vendrá vuestro Señor. Comprended que si supiera el dueño de casa a qué hora de la noche viene el ladrón, estaría en vela y no dejaría abrir un boquete en su casa. Por eso, estad también vosotros preparados, porque a la hora que menos penséis viene el Hijo del hombre.» (Mateo 24, 37-44). 1. El tiempo litúrgico del Adviento Comienza el tiempo litúrgico del Adviento -término procedente del vocablo latino Adventus que quiere decir advenimiento o venida– en el que nos preparamos para conmemorar la venida de Dios a la tierra en la persona de Jesús de Nazaret desde su nacimiento hace poco más de veinte siglos. Para quienes creemos en Jesucristo, su presencia de acción salvadora sigue aconteciendo en nosotros en la medida en que nos disponemos a recibirla porque nos reconocemos necesitados de Él. Por eso se nos invita en este tiempo del Adviento a prepararnos para que Jesús venga a nosotros en la Navidad, acogiéndolo en nuestros hogares, en nuestros lugares de trabajo, y sobre todo en nuestros corazones, en el interior de cada uno y cada una de nosotros, de modo que su presencia espiritual nos transforme y nos renueve. Asimismo, el tiempo litúrgico del Adviento nos remite a la venida gloriosa del Señor al final de los tiempos,  que se cumplirá para cada uno de nosotros cuando pasemos de esta vida a la eterna. Por eso en el Adviento se nos invita a estar preparados para ese encuentro definitivo con el Señor, y a expresar, desde nuestra fe en Él, la esperanza en un porvenir de felicidad plena y eterna que Él mismo ha hecho posible para todos los seres humanos. 2. La Corona del Adviento, un símbolo que expresa la esperanza vigilante La tradición cristiana ha conservado desde hace mucho tiempo un símbolo para esta época, llamado la “Corona del Adviento”: un círculo de ramas verdes del que surgen cuatro velas, que se van encendiendo cada uno de los cuatro domingos inmediatamente anteriores a la fiesta litúrgica de la Navidad. Tres son moradas  -el color litúrgico que representa la actitud de penitencia y conversión con que nos preparamos para la llegada del Señor-, una de color rosado que se enciende el tercer domingo y representa el gozo, y una de color blanco que representa a Jesús y se enciende en la noche del 24 de diciembre. Hay variaciones en este símbolo, pero lo esencial es el significado de una tradición secular que podemos seguir en nuestros hogares para expresar el espíritu propio del Adviento, que se centra en la esperanza. 3. Las lecturas de este I Domingo de Adviento nos invitan a una esperanza activa – Un personaje bíblico significativo del Adviento es el profeta Isaías, quien vivió en Jerusalén entre los años 765 y 700 a. C., cuya predicación corresponde a los primeros 39 capítulos del libro del Antiguo Testamento que lleva su nombre. (Los demás, del 40 al 66, son de otros autores posteriores llamados el segundo y el tercer Isaías). En la primera lectura bíblica de este primer domingo del Aviento (Isaías 2, 1-5), empleando simbólicamente la imagen del monte Sión, situado en Jerusalén -nombre que significa “lugar de paz”-, el profeta anuncia un porvenir en el que la humanidad caminará a la luz del Señor por senderos de justicia y de convivencia pacífica, de acuerdo con la ley de Dios. Los creyentes en Jesucristo reconocemos que en Él se ha iniciado la posibilidad del cumplimiento de esta promesa, que se hará realidad en la medida en que sigamos sus enseñanzas. Si hoy continúa la violencia en múltiples formas, esto se debe a que tales enseñanzas no han sido atendidas. – En el Evangelio (Mateo 24, 37-44), Jesús anuncia su propio advenimiento definitivo llamándose a sí mismo “el Hijo del hombre”, término que aparece en el libro de Daniel, otro profeta bíblico que vivió en tiempos del rey Nabucodonosor durante el destierro de los judíos en Babilonia -602 a 538 a.C.-, aunque dicho libro es de mediados del siglo II a.C. Daniel relata así su visión simbólica: “Vi que venía entre las nubes alguien parecido a un hijo de hombre (…), y le fue dado el poder, la gloria y el reino, y gente de todas las naciones y lenguas le servían (…) y su reino jamás será destruido” (Dn 7, 13-14). Recurre Jesús asimismo a otras imágenes, como la de quien cuida en la noche que su casa no sea asaltada, para invitarnos a permanecer vigilantes de modo que, cuando llegue el día de nuestro encuentro definitivo con Él, estemos debidamente preparados. Para ello se remite a la imagen bíblica del arca de Noé en tiempos del diluvio, según el relato también simbólico que aparece en el libro del Génesis del Antiguo Testamento, en el cual se nos invita a reconocer la acción salvadora de Dios que hace posible una nueva creación para quienes permanecen fieles a él, representados en la figura de Noé y su familia. – Y también la palabra de Dios a través del apóstol San Pablo, en la segunda lectura de hoy tomada de su carta a los primeros cristianos de Roma (Romanos 13, 11-14), nos invita a estar bien despiertos, para que el encuentro definitivo con el Señor en la eternidad no nos sorprenda desprevenidos. La imagen del contraste entre

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El Mensaje del Domingo – 24 de noviembre

XXXIV Domingo del Tiempo Ordinario – Ciclo C Por: Gabriel Jaime Pérez, S.J.                              En aquel tiempo, cuando Jesús acababa de ser crucificado en el lugar llamado de la Calavera o Calvario, la gente estaba allí mirando; y hasta las autoridades se burlaban de él, diciendo: -Salvó a otros; que se salve a sí mismo ahora, si de veras es el Mesías de Dios y su escogido. Los soldados también se burlaban de Jesús. Se acercaban y le daban a beber vino agrio, diciéndole: -¡Si tú eres el Rey de los judíos, sálvate a ti mismo! Y había un letrero sobre su cabeza, que decía: “Este es el Rey de los judíos.” Uno de los criminales que estaban colgados, lo insultaba: -¡Si tú eres el Mesías, sálvate a ti mismo y sálvanos también a nosotros! Pero el otro reprendió a su compañero, diciéndole: -¿No tienes temor de Dios, tú que estás bajo el mismo castigo? Nosotros estamos sufriendo con toda razón, porque estamos pagando el justo castigo de lo que hemos hecho; pero este hombre no hizo nada malo. Luego añadió: -Jesús, acuérdate de mí cuando comiences a reinar. Jesús le contestó: -Te aseguro que hoy estarás conmigo en el paraíso. (Lucas 23, 35-43). La Iglesia celebra hoy la solemnidad de Nuestro Señor Jesucristo Rey del Universo, instituida en 1925 por el papa Pío XI y programada después del Concilio Vaticano II (1962-1965) para el último domingo del año litúrgico, antes de comenzar el tiempo del Adviento en el que nos preparamos para la Navidad. Reflexionemos sobre el significado de este título con el que reconocemos a Jesús, a la luz del texto anteriormente leído del Evangelio según san Lucas, y teniendo en cuenta las demás lecturas bíblicas de este domingo: 2 Samuel 5, 1-3; Salmo 122 (121), 1-2. 4-5; Colosenses 1, 12-20. 1.El reino de Cristo no es un reino de este mundo En los primeros siglos del cristianismo el arte religioso representó en murales y mosaicos la majestad del “Christos Pantocrator” (Cristo Todopoderoso). Son imágenes muy bellas que hacen alusión al Señor resucitado. Sin embargo, el Evangelio de hoy nos presenta a Jesús no sentado en un trono, sino clavado en una cruz entre dos malhechores. Y es precisamente a este mismo Jesús crucificado a quien reconocemos como Señor  Rey del universo. A medida que se han venido desarrollando las democracias modernas, ha desaparecido la realeza o se mantiene sólo como símbolo de identidad nacional. Y aunque en la historia ha habido monarcas justos, muchos han sido tiranos. Hoy, aun en países llamados democráticos, existen también gobernantes que pretenden ser amos absolutos y se han convertido en dictadores y déspotas. El reino de Cristo se opone a esta concepción del poder propia de los imperios de este mundo. Quienes creemos en Cristo reconocemos que su reino tiene como fundamento no el poder que domina a base de  fuerza y terror, sino el amor de Dios que asumió nuestra condición humana en la persona de Jesús, quien siendo inocente de toda culpa derramó hasta la última gota de su sangre por haber proclamado su solidaridad con las víctimas de los poderes opresores, con los marginados y excluidos por la injusticia social, que es la primera de todas las violencias. 2.En Cristo crucificado recocemos al Mesías anunciado por los profetas La unción de David como rey de Israel en el siglo X antes de Cristo, evocada en la primera lectura (2 Samuel 5, 1-3), significó en su momento la esperanza del paso de la tiranía del rey Saúl a un reino de justicia y de paz. Sin embargo, tanto David como su hijo Salomón, en los momentos negativos de sus gobiernos, y casi todos los reyes posteriores, traicionaron esa esperanza al engolosinarse con el poder y convertirse en tiranos. Por eso fue surgiendo la promesa de un futuro Mesías, palabra de origen hebreo que significa lo mismo que el término griego Cristos, que quiere decir ungido, y como tal consagrado por Dios para la misión de regir a su pueblo. Los profetas bíblicos del Antiguo Testamento anunciaron a un Mesías que sería consagrado no con la unción material de aceite de oliva en su cabeza, sino con la del Espíritu Santo, para instaurar el reino de Dios. Nosotros reconocemos a Jesús de Nazaret como ese Mesías en quien se cumplen las profecías, y por eso lo llamamos Cristo y proclamamos su realeza universal, no como un reinado político y pasajero, sino como el reino espiritual y eterno de Dios en persona. Este es el contenido central de la buena noticia que él nos comunica desde el inicio de su predicación, cuando dice que “el reino de Dios está cerca”: el reino del amor, la justicia y la paz. A este Mesías, a este Cristo, a este ungido y consagrado por Dios para establecer y hacer efectivo su reino, el Evangelio nos lo presenta hoy crucificado. Para los asesinos de Jesús fue una burla la inscripción puesta sobre la cruz en hebreo, griego y latín, que posteriormente sería evocada en los crucifijos con las iniciales latinas INRI (Iesus Nazarenus Rex Iudaeorum: Jesús Nazareno Rey de los Judíos). Pero para quienes creemos en Él como el Salvador de la humanidad, resucitado a una vida nueva y eterna, su título de Rey significa que lo reconocemos como Señor, no sólo de un pueblo particular, sino de toda la humanidad y de todo el universo.    3.Dios Padre “nos ha sacado del dominio de las tinieblas, y nos ha trasladado al reino de su Hijo querido” San Pablo en la 2ª lectura (Carta a los Colosenses 1, 12-20) expresa su agradecimiento a Dios Padre por habernos trasladado del dominio de las tinieblas al reino de su Hijo querido, por cuya sangre hemos recibido la redención. Esta acción salvadora de Dios implica de nuestra parte una respuesta comprometida a la invitación que Él mismo nos hace a ser partícipes de su reino que es el reino de Cristo mismo. En primer lugar, reconociendo humildemente nuestra

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El Mensaje del Domingo – 17 de noviembre

XXXIII Domingo del Tiempo Ordinario – Ciclo C Por: Gabriel Jaime Pérez, S.J.                   En aquel tiempo, algunos ponderaban la belleza del templo por la calidad de la piedra y las ofrendas que lo adornaban. Jesús les dijo: “De esto que ustedes contemplan, llegará un día en que no quedará piedra sobre piedra, todo será destruido”. Ellos preguntaron: “Maestro, ¿cuándo va a ser eso, y cuál será la señal de que todo esto esté a punto de suceder?” Él contestó: “Cuidado con que nadie los engañe. Porque vendrán muchos usando mi nombre diciendo: ‘Yo soy’ o bien ‘el momento está cerca’; no vayan ustedes tras ellos. Cuando oigan noticias de guerras y de revoluciones, no tengan pánico. Porque eso tiene que ocurrir primero, pero el final no vendrá enseguida”. Luego les dijo: “Se alzará pueblo contra pueblo y reino contra reino, habrá grandes terremotos, y en diversos países epidemias y hambre. Habrá también espantos y grandes signos en el cielo. Pero antes de todo eso les echarán mano, los perseguirán entregándolos a los tribunales y a la cárcel, y los harán comparecer ante reyes y gobernadores por causa de mi nombre: así tendrán ocasión de dar testimonio. Hagan el propósito de no preparar su defensa, porque yo les daré palabras y sabiduría a la que no podrá hacer frente ni contradecir ningún adversario. Y hasta sus padres y parientes y hermanos y amigos los traicionarán, y matarán a algunos de ustedes, y todos los odiarán por causa de mi nombre. Pero ni un cabello de su cabeza perecerá: con su perseverancia salvarán sus almas” (Lucas 21, 5-19). 1.“Llegará un día en que no quedará piedra sobre piedra, todo será destruido” El Templo de Jerusalén, situado sobre la roca del monte Moriah, a donde según la tradición  hebrea unos 18 siglos antes Abraham había ido para ofrecerle a Dios a su hijo Isaac y en lugar de éste le había sacrificado un cordero, era para los judíos contemporáneos de Jesús el lugar más sagrado de la tierra porque guardaba el Arca de la Alianza con el texto de la Ley que 6 siglos después de Abraham había recibido Moisés del Señor. Su primera edificación, llevada a cabo por el rey israelita Salomón en el año 960 a.C., había sido destruida en el 587 bajo el imperio babilónico de Nabucodonosor. La segunda, en el mismo lugar pero más modesta, había sido iniciada en el año 535 con el permiso de Ciro, rey de Persia, por el gobernante judío Zorobabel, luego de regresar los hebreos del cautiverio en Babilonia, y completada en el 515 durante el reinado del también soberano persa Darío I. En el 167 a.C. el segundo Templo había sido profanado por el monarca seléucida Antíoco IV Epífanes, que ofreció sacrificios a Zeus Olímpico en el altar de los holocaustos de Yahvé, y luego había sido arrasado por los romanos en tiempos de Julio César y Pompeyo, el año 63 a.C. Reconstruido posteriormente por el rey idumeo Herodes el Grande entre los años 20 y 10 A.C., sería incendiado, en el año 70 de la era cristiana por el ejército romano al mando de Tito -luego designado emperador-, quedando en pie sólo el llamado Muro de las Lamentaciones. Lo que Jesús enseña al anunciar que del Templo de Jerusalén no quedará piedra sobre piedra, es que todas las cosas de este mundo, incluso las que consideramos más sagradas, son transitorias. Y el anuncio de que llegará un día en el que todo será destruido, se relaciona con lo que los profetas del Antiguo Testamento llaman el Día del Señor, que constituye un motivo de temor para quienes no viven de acuerdo con la Ley de Dios, pero una promesa para quienes la practican. La primera lectura bíblica de este domingo (Malaquías 3, 19-20), nos presenta el oráculo de un profeta que predicó en la época de la reconstrucción del Templo de Jerusalén después del regreso de los judíos de Babilonia. Su mensaje central es la promesa de un culto puro y universal a Dios y el anuncio del Día del Señor como el momento decisivo en el que triunfará la justicia de quienes obran el bien sobre la iniquidad de quienes hacen el mal. 2.“Les echarán mano a ustedes, los perseguirán a causa de mi nombre” Cuando los primeros cristianos empezaron a ser perseguidos por no postrarse ante los ídolos ni adorar al emperador romano, recordaron esta predicción de Jesús, que corresponde a una de las “bienaventuranzas” que Él mismo había proclamado al iniciar su predicación: Dichosos ustedes cuando la gente los odie, cuando los expulsen, cuando los insulten y cuando desprecien su nombre como cosa mala, por causa del Hijo del hombre. Alégrense mucho, llénense de gozo en ese día, porque ustedes recibirán un gran premio en el cielo; pues también así maltrataron los antepasados de esa gente a los profetas (Lucas 6, 22-23). Las persecuciones fueron reconocidas desde entonces como ocasiones de dar testimonio de Cristo mediante el martirio, palabra que proviene del griego y precisamente significa testimonio. Sus primeros discípulos experimentaron lo que Él ya había anunciado que les sucedería por ser sus seguidores. A este respecto es significativa la exhortación de Jesús, no sólo a sus discípulos de aquel tiempo sino también a todos los que posteriormente íbamos a creer en Él, a confiar en su poder de salvación y perseverar en la fe, a pesar de las incomprensiones y odios que padezcamos por seguir sus enseñanzas. 3.“El que no trabaja, que no coma” Por otra parte, al invitarnos la Palabra del Señor en este domingo a reflexionar sobre nuestro destino definitivo, es importante que fijemos nuestra atención en el texto de la segunda lectura. Los cristianos de la ciudad griega de Tesalónica, a quienes se dirige el apóstol San Pablo (2 Tesalonicenses 3, 7-12), tenían la tentación de la inactividad al creer inminentemente cercano el fin del mundo y la venida gloriosa del Señor. Entonces Pablo los exhorta a trabajar con una frase proverbial: “el que no

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El Mensaje del Domingo – 13 de octubre

XXVIII Domingo del Tiempo Ordinario – Ciclo C    Por: Gabriel Jaime Pérez, S. J.                   En aquel tiempo, mientras iba de camino hacia Jerusalén, pasó Jesús por la frontera entre Samaria y Galilea. Y al entrar a una población, le salieron al encuentro diez leprosos que se detuvieron a distancia y empezaron a gritar: “¡Jesús, maestro, ten compasión de nosotros!” Cuando Jesús los vio, les dijo: “Vayan a presentarse a los sacerdotes”. Y al ir a presentarse, quedaron libres de la lepra. Uno de ellos, al ver que estaba curado, se volvió alabando a Dios a grandes voces y se postró a los pies de Jesús dándole gracias. Era un samaritano. Jesús preguntó: “¿Y no quedaron los diez libres de su enfermedad? ¿Dónde están los otros nueve? ¿No hubo sino este extranjero que volviera a dar gloria a Dios?” Entonces le dijo: “Levántate y vete. Tu fe te devolvió la salud” (Lucas 17, 11-19). Una de las primeras expresiones que se aprenden como resultado de una buena educación es la del agradecimiento. Cuando al niño o a la niña se les da un regalo o se les hace un favor, se les pregunta: “¿cómo se dice?”, y la respuesta esperada es “gracias”. Esto indica lo mucho que apreciamos el valor de la gratitud. Tanto, que nos duele en el alma la indiferencia de quien no sabe agradecer. Sin embargo, la ingratitud es muy frecuente, especialmente por parte de quienes se consideran superiores a los demás. Pero aun si agradecemos a los seres humanos de quienes recibimos favores y hasta le damos “gracias a la vida”, como dice la canción, podemos preguntarnos: ¿Nos acordamos de darle gracias a Dios por sus beneficios, empezando por la vida misma, o sólo nos dirigimos a Él para pedirle ayuda cuando estamos en problemas, o incluso a veces lo culpamos cuando algo malo nos sucede? 1. “¿Y los otros nueve dónde están?” En el relato que hoy nos presenta el Evangelio, al ver de lejos a Jesús que va hacia Jerusalén y pasa por Samaria, diez leprosos, marginados y excluidos socialmente por causa de su enfermedad, le piden que se compadezca de ellos. Él obra entonces el milagro de curarlos a todos, pero sólo uno se manifiesta alabando a Dios y agradeciéndole a Jesús. “¿Y los otros nueve dónde están?”, pregunta Jesús. El evangelista subraya un detalle: el único agradecido es un samaritano, perteneciente a un pueblo extranjero enemigo de los judíos de aquel tiempo, y cuyos integrantes eran rechazados especialmente por los fariseos y doctores de la Ley, quienes se oponían a Jesús y a su mensaje universal que no admitía discriminaciones.   Este relato puede interpretarse en el sentido de la contraposición entre el rechazo a Jesucristo por parte de sus propios coterráneos -especialmente los mencionados fariseos y doctores de la Ley- y la acogida de su mensaje por parte de  los “gentiles”, como son denominados en la Biblia quienes no pertenecen al pueblo ni a la religión de Israel. Sin embargo, podemos aplicar también su significado a la situación de quienes, en cualquier época o lugar, se creen superiores a los demás porque pertenecen a una  institución o a una casta determinada. El que se cree superior nunca se muestra agradecido, porque considera que todo se le debe. 2. La lección del relato de la curación de Nahamán La primera lectura, tomada del Antiguo Testamento (2 Reyes 5, 14-17) nos presenta a otro extranjero que expresa su gratitud al ser sanado de la lepra. El relato es mucho más extenso, pero el pasaje escogido nos invita a centrarnos en el gesto agradecido del sirio Nahamán. El instrumento de Dios para sanarlo fue el profeta Eliseo, que vivió en Israel hacia la segunda mitad del siglo IX antes de Cristo, y a quien la Iglesia reconoce como una prefiguración de Jesús. La gratitud de Nahamán se expresa en su oferta de un regalo que Eliseo no acepta precisamente porque se reconoce servidor e instrumento de Dios: es a Éste a quién se debe agradecer. Y hay un detalle en los versículos siguientes que no incluye la lectura: un criado de Eliseo, llamado Guejazí, se aprovecha de la situación para pedirle después dinero a Nahamán, supuestamente en nombre del profeta. Pero cuando recibe el doble de lo que ha pedido, la lepra que antes había tenido el sirio se le pega a aquél criado mentiroso y corrupto. Todo el relato nos presenta entonces una lección no sólo acerca del agradecimiento, sino también sobre la honestidad en las relaciones humanas. 3.  La Eucaristía es acción de gracias, ante todo seamos agradecidos con Dios El significado del término griego “Eucaristía” -acción de gracias-, es el de un acto comunitario de alabanza en agradecimiento a Dios por el don maravilloso de su Hijo Jesús, sacrificado por nosotros en la cruz, muerto y resucitado, que nos sana espiritualmente, nos transmite sus enseñanzas y nos comunica su propia vida cada vez que nos reunimos junto a una misma mesa para compartir el pan de vida y la bebida de salvación, realizando aquello que Él mismo nos dijo que hiciéramos en memoria suya. En la segunda lectura (2ª  Carta a Timoteo 2, 8-13) el apóstol San Pablo  le dice a su amigo y discípulo Timoteo: “Haz memoria de Jesucristo, el Señor resucitado”. Nosotros hacemos memoria del Señor resucitado especialmente cuando celebramos la Eucaristía, memorial con el que se hace presente en la Iglesia el sacrificio redentor de Jesús; pero también podemos expresar esta memoria de muchas otras formas en nuestra vida cotidiana. Que nuestra acción de gracias a Dios sea entonces una actitud consciente y constante: tanto en la oración individual como cuando nos dirigimos a Dios en familia o en comunidad, lo primero que deberíamos hacer es agradecerle su amor infinito, manifestado en tantos bienes recibidos de Él y sobre todo en su acción sanadora y salvadora por medio de Jesús. Y que esta expresión de gratitud no se quede en palabras, sino que la llevemos a la

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El Mensaje del Domingo – 6 de octubre

En aquel tiempo, los apóstoles le pidieron al Señor: «Auméntanos la fe.» El Señor contestó: – «Si ustedes tuvieran fe como un granito de mostaza, le dirían a esa montaña: “Arráncate de raíz y plántate en el mar.” Y les obedecería. Supongan que un empleado de ustedes trabaja como labrador o como pastor; cuando vuelve del campo, ¿quién de ustedes le dice: “En seguida, ven y ponte a la mesa”? ¿No le dirán: “Prepárame de cenar, cíñete y sírveme mientras yo como y bebo, y después comerás y beberás tú”? ¿Tienen ustedes que estar agradecidos al empleado porque ha hecho lo mandado? Lo mismo ustedes: Cuando hayan hecho todo lo mandado, digan: “Somos unos pobres servidores, hemos hecho lo que teníamos que hacer.” » (Lucas 17, 5-10). Tanto el Evangelio como las otras lecturas bíblicas de este domingo, tomadas éstas del libro del profeta Habacuc (1, 2-3; 2, 2-4) y de la segunda carta del apóstol San Pablo a Timoteo (1, 6-8.13-14),  giran en torno a la fe y la humildad. La fe es una de las tres virtudes “teologales” o referidas a Dios, junto con la esperanza y la caridad. La humildad es una virtud moral opuesta al pecado capital de la soberbia o arrogancia de quienes se creen superiores a los demás. 1. “Si tuvieran fe como un granito de mostaza…” Los apóstoles le piden a Jesús que les aumente la fe, y Él aprovecha esta petición para decirles que si esa virtud la tuvieran  siquiera en un grado mínimo -de ahí la imagen del grano de mostaza, que es la más pequeña de todas las semillas-, lograrían lo que parece imposible, como hacer, con sólo dar la orden, que cambie de lugar un árbol -o un monte, como dicen los textos paralelos de los evangelistas Mateo y Marcos, de donde proviene el conocido refrán “la fe mueve montañas”-. Ahora bien, la verdadera fe no consiste en repetir un credo o recitar fórmulas rituales, sino en adherirnos de corazón a Dios sin dejarnos amilanar por los problemas. En la primera lectura, el profeta Habacuc (1, 2-3; 2, 2-4) experimenta la tentación del desánimo porque al verse rodeado de violencia y sufrimiento parece no ser escuchado por Dios, y la respuesta a su clamor es una invitación a creer: el justo vivirá por la fe. Con frecuencia nosotros tenemos la tentación de desanimarnos ante las dificultades y caer en el pesimismo. La fe auténtica implica todo lo contrario: creer en la posibilidad de salir adelante, confiando en Dios que nos creó (Salmo 94), que quiere nuestro bien y para quien nada es imposible. Pero esto no nos exime de poner cuanto esté de nuestra parte. La verdadera fe es a la vez confianza en Dios y en uno mismo: confianza en Dios como si todo dependiera de Él, pero haciendo nuestro trabajo como si todo dependiera de nosotros. Esta misma fe animó al apóstol Pablo a no tener miedo a la persecución ni a los duros trabajos del Evangelio, como él mismo lo dice en la segunda lectura (2 Timoteo 1, 6-8.13-14). 2. “Somos unos pobres servidores, hemos hecho lo que teníamos que hacer.” Jesús nos invita igualmente a ser humildes. El granito de mostaza puede ser también una imagen de la humildad. Pero Jesús agrega otra: la del servidor que no exige lo que no le corresponde. Los términos humildad y humanidad provienen del latín humus: el barro de la tierra. Reconocer lo que uno es como criatura, no es minusvalorarse o considerarse inferior a los demás, sino sencillamente aceptar nuestra realidad de seres humanos. Por eso, al hacer la voluntad de Dios, Jesús nos dice que en lugar de esperar honores reconozcamos sencillamente que hemos cumplido con nuestro deber. Esto es lo que Él mismo nos enseñó con su ejemplo: siendo Dios se hizo humano y servidor, y en otro pasaje del mismo Evangelio de Lucas les dijo a sus discípulos: “¿Quién es el mayor, el que está a la mesa o el que sirve? ¿No es el que está a la mesa? Pues yo estoy en medio de ustedes como el que sirve” (Lucas 22, 27). 3. Pidamos los dones de la fe y de la humildad Pidámosle al Señor, como sus apóstoles, que nos aumente la fe. No la falsa fe consistente en creencias vacías sin repercusión en la vida concreta, sino la auténtica  que Jesús nos invita a tener: adherirnos a Dios confiando en él y poner en práctica, sin desanimarnos ante los problemas,  las capacidades que Él mismo nos ha dado. Y pidámosle asimismo que nos haga humildes, reconocedores de nuestra realidad de creaturas. Invoquemos para ello la intercesión de María, la madre de Jesús, que se llamó a sí misma la humilde servidora del Señor (Lucas 1, 38.48). Y la de tantos otros santos y santas que se distinguieron por su humildad. En este mes de octubre la Iglesia conmemora a tres especialmente significativos: El día 1º a la religiosa francesa Santa Teresita del Niño Jesús (1873-1897), proclamada patrona universal de las misiones en razón de haber ofrecido su tuberculosis por la obra misionera de la Iglesia; el día 4 al italiano San Francisco de Asís (1182-1226), que le dio a la orden religiosa que fundó el nombre de “frailes menores” -hermanos menores-, pues quería que sus integrantes fueran los servidores de todos y buscaran siempre los sitios más humildes, y solía decir: “Soy tan sólo lo que soy ante Dios”; y el día 15 a la española Santa Teresa de Jesús (1515 – 1582), de quien vale recordar algunas de su frases, que también dejó por escrito: “La humildad es la verdad”. “La medida verdadera de nuestra proximidad a Dios, es la humildad” “El humilde se contenta con lo que le toca: si se trata de servir, sirve; si le toca trabajar fuerte, lo hace, y si le dan regalos, con admiración y agradecimiento los recibe, aunque piensa que no le corresponden. Todas sus acciones y pensamientos le parecen insignificantes

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El Mensaje del Domingo – 22 de septiembre

XXV Domingo del Tiempo Ordinario – Ciclo C Por: Gabriel Jaime Pérez, S.J.                               En aquel tiempo les dijo Jesús a sus discípulos esta parábola: “Había un hombre rico que tenía un mayordomo; y fueron a decirle que éste le estaba malgastando sus bienes. El patrón lo llamó y le dijo: ‘¿Qué es esto que me dicen de ti? Dame cuenta de tu trabajo, porque ya no puedes seguir siendo mi mayordomo’. El mayordomo se puso a pensar: ‘¿Qué  voy a hacer ahora que mi patrón me deja sin trabajo? No tengo fuerzas para trabajar la tierra y me da vergüenza pedir limosna. Ya sé lo que voy a hacer, para tener quienes me reciban en sus casas cuando esté sin trabajo’. Llamó entonces uno por uno a los que le debían algo a su patrón. Al primero le preguntó: ‘¿Cuánto le debes a mi patrón?’ Le contestó: ‘Le debo cien barriles de aceite’. El mayordomo le dijo: ‘Aquí está tu vale; siéntate enseguida y haz otro por cincuenta solamente’. Después preguntó a otro: ‘Ý tú, ¿cuánto le debes?’ Éste le contestó: ‘Cien medidas de trigo’. Le dijo: ‘Aquí está tu vale; haz otro por ochenta solamente’. El amo reconoció que el mayordomo había sido listo en su manera de hacer las cosas. Y es que cuando se trata de sus propios negocios, quienes pertenecen al mundo son más listos que los que pertenecen a la luz. Les aconsejo que usen las riquezas de este mundo pecador para ganarse amigos, para que cuando las riquezas se acaben, haya quien los reciba a ustedes en las viviendas eternas. El que se porta honradamente en lo poco, también se porta honradamente en lo mucho; y el que no tiene honradez en lo poco, tampoco la tiene en lo mucho. De manera que, si con las riquezas de este mundo pecador ustedes no se portan honradamente, ¿quién les confiará las verdaderas riquezas? Y si no se portan honradamente con lo ajeno, ¿quién les dará lo que les pertenece? Ningún sirviente puede servir a dos señores, porque odiará a uno y querrá al otro, o será fiel a uno y despreciará al otro. No se puede servir a Dios y a las riquezas” (Lucas 16, 1-13).  1. La parábola del administrador astuto En esta parábola Jesús nos invita a obrar siempre con benevolencia hacia los demás, para que ellos a su vez “nos reciban en las viviendas eternas”. Pero podemos preguntarnos: ¿No es ésta una invitación a actuar por puro interés egoísta? Nada más lejos del mensaje de Jesús, pues Él mismo nos muestra con su propia vida todo lo contrario: su benevolencia y misericordia infinita hacia todo ser humano, de cualquier condición, pero especialmente hacia los pobres, marginados o excluidos, sin esperar devolución alguna de favores. Entonces ¿en qué quedamos? La clave nos la da el mismo Jesús: si los que él llama quienes pertenecen al mundo (en otras traducciones los hijos de este mundo), es decir, los que no son sus discípulos, son capaces en el mundo de los negocios de ganarse amigos haciéndoles favores con propósitos de lucro, quienes sí lo somos o queremos serlo deberíamos no dejarnos ganar en astucia, pero para actuar ya no movidos por el interés de un pago material, sino por razón de la felicidad espiritual que se logra al obrar con misericordia. Ahora bien, existe el peligro de hacer obras de caridad con la pretensión de acallar la mala conciencia, como suelen hacerlo quienes acumulado dineros mal habidos. Nada más lejos de lo que nos enseña la Palabra de Dios. Precisamente en la primera lectura (Amós 8, 4-7), el profeta critica duramente la conducta de los explotadores que hacen trampa y compran por dinero al pobre. Por lo tanto, no se puede limpiar la conciencia como pretenden hacerlo los cínicos al mostrar una pretendida caridad que nada tiene que ver con el auténtico amor al prójimo, el cual no se compadece con la injusticia ni con la deshonestidad. 2. Dos máximas para nuestra reflexión Aparecen también en el Evangelio de este domingo dos máximas para nuestra reflexión: La primera es esta: quien no tiene honradez en lo poco, tampoco la tiene en lo mucho. Jesús hace énfasis en la honradez, en medio de un mundo invadido por la corrupción. Los comportamientos se aprenden en el hogar desde la infancia, a partir del ejemplo de los padres como primeros educadores. Quien desde niño o niña aprende a respetar hasta en los más pequeños detalles a los demás viendo el ejemplo de ello en sus padres y sus mayores, será cuando crezca una persona decente y honrada; pero quien movido por el mal ejemplo aprende a robar en lo poco y no es educado para la honradez, es seguro que de adulto será un corrupto de marca mayor. La segunda máxima es esta: no se puede servir a Dios y a las riquezas. Se trata de escoger entre el verdadero Dios y el  falso dios dinero. Cuando el dinero o los bienes materiales no se usan como medios sino que se convierten en fines, sucede lo que vemos a nuestro alrededor: el ser humano es tratado como objeto de compraventa y se pisotea al pobre, instaurándose el reino de la injusticia social, opuesto diametralmente al Reino de Dios. Cuando se le rinde culto al dinero o a las riquezas materiales, se sacrifica a las personas al incrementar cada vez más el número de marginados y excluidos. 3.“Orar por los que gobiernan y por todas las autoridades” Finalmente, una reflexión sobre la segunda lectura, tomada de la primera Carta de San Pablo a Timoteo (2, 1-8). El apóstol exhorta a su amigo y discípulo para que promueva la oración “por los que gobiernan y por todas las autoridades, para que podamos gozar de una vida tranquila y pacífica”. La única forma de lograr una vida tranquila y pacífica que supere las situaciones de violencia -empezando por acabar con la injusticia social que es la primera de estas situaciones-,

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El Mensaje del Domingo – 15 de septiembre

Domingo XXIV del Tiempo Ordinario – Ciclo C Por: Gabriel Jaime Pérez, S.J.                   Solían acercarse a Jesús los publicanos o recaudadores de impuestos y los pecadores para escucharlo. Y los fariseos y los escribas doctores de la ley murmuraban entre ellos: “Ése acoge a los pecadores y come con ellos.” Jesús les dijo esta parábola: “Si uno de ustedes tiene cien ovejas y se le pierde una, ¿no deja las noventa y nueve en el campo y va tras la descarriada, hasta que la encuentra? Y, cuando la encuentra, se la carga sobre los hombros, muy contento; y, al llegar a  casa, reúne a los amigos y a los vecinos para decirles: ‘¡Felicítenme!, he encontrado la oveja que se me había perdido’. Les digo que así también habrá más alegría en el cielo por un solo pecador que se convierta que por noventa y nueve justos que no necesitan convertirse”. “Y si una mujer tiene diez monedas y se le pierde una, ¿no enciende una lámpara, barre la casa y busca con cuidado hasta que la encuentra? Y al encontrarla, reúne a las amigas y vecinas para decirles: ‘¡Felicítenme!, he encontrado la moneda que se me había perdido.’ Les digo que la misma alegría habrá entre los ángeles de Dios por un solo pecador que se convierta.” También les dijo: “Un hombre tenía dos hijos; el menor dijo a su padre: ‘Padre, dame la parte que me toca de la herencia.’ El padre les repartió los bienes. No muchos días después, el hijo menor, juntando todo lo suyo, emigró a un país lejano, y allí derrochó su fortuna viviendo perdidamente. Cuando lo había gastado todo, vino por aquella tierra un hambre terrible, y empezó a pasar necesidad. Fue entonces y tanto le insistió a un habitante de aquel país, que lo mandó a sus campos a cuidar cerdos. Le entraban ganas de llenarse el estómago de las algarrobas que comían los cerdos; y nadie le daba de  comer. Recapacitando entonces, se dijo: ‘Cuántos jornaleros de mi padre tienen abundancia de pan, mientras yo aquí me muero de hambre. Me pondré en camino adonde está mi padre, y le diré: Padre, he pecado contra el cielo y contra ti; ya no merezco llamarme hijo tuyo: trátame como a uno de tus jornaleros.’ Se puso en camino adonde estaba su padre; cuando todavía estaba lejos, su padre lo vio y se conmovió; y, echando a correr, se le echó al cuello y se puso a besarlo. Su hijo le dijo ‘Padre, he pecado contra el cielo y contra ti; ya no merezco llamarme hijo tuyo.’ Pero el padre dijo a sus criados: ‘Saquen en seguida el mejor traje y vístanlo; pónganle un anillo en la mano y sandalias en los pies; traigan el ternero cebado y mátenlo; celebremos un banquete, porque este hijo mío estaba muerto y ha revivido; estaba perdido, y lo hemos encontrado.’ Y empezaron el banquete. Su hijo mayor estaba en el campo. Cuando al volver se acercaba a la casa, oyó la música y el baile, y llamando a uno de los empleados le preguntó qué pasaba. Éste le contestó: ‘Ha vuelto tu hermano, y tu padre ha matado el ternero cebado, porque lo ha recobrado con salud.’ Él se indignó y se negaba a entrar; su padre salió e intentaba persuadirlo, y él le replicó: ‘Mira: en tantos años que llevo sirviéndote sin desobedecer una orden tuya, a mí nunca me has dado un cabrito para tener un banquete con mis amigos; y cuando viene ese hijo tuyo que se ha comido tus bienes con malas mujeres, le matas el ternero cebado.’ El padre le dijo: ‘Hijo, tú estás siempre conmigo, y todo lo mío es tuyo: deberías alegrarte, porque este hermano tuyo estaba muerto y ha revivido; estaba perdido, y lo hemos encontrado.’ ”  (Lucas 15, 1-32). 1. Jesús revela con sus hechos y palabras a un Dios compasivo La primera de estas narraciones llamadas “parábolas de la misericordia” -la de la oveja perdida y rescatada-, inspiró a los cristianos que se refugiaban en las catacumbas de las afueras de Roma durante las persecuciones desatadas contra ellos. En una de esas catacumbas, la de San Calixto, fue encontrada la imagen figurativa más antigua que se conoce de Jesús: la de un joven pastor que carga una oveja sobre sus hombros. Con esta parábola, como también con la segunda, la de la moneda perdida y hallada, Jesús quiso mostrar la misericordia infinita de Dios que busca al pecador para que se convierta. Y con la tercera, conocida como la parábola del “hijo pródigo” (o derrochador), pero que en su sentido completo debería llamarse más bien la parábola del “padre misericordioso y del hijo arrepentido”, nos muestra el amor infinito de Dios a quien, reconociendo y confesando su pecado, le pide perdón: sin dejarle terminar la confesión que había preparado, el Padre recibe con un abrazo a su hijo que ha vuelto y le celebra una fiesta. 2. Jesús nos invita a ser compasivos como Dios es compasivo Los fariseos y escribas o doctores de la ley, que se consideraban a sí mismos santos,  rechazaban a Jesús porque dejaba que se le acercaran los “publicanos” o recaudadores de impuestos del imperio romano, que eran considerados pecadores por trabajar para los opresores y enriquecerse a costa de los contribuyentes. Y murmuraban contra él  porque no sólo acogía a los pecadores, sino incluso comía con ellos. La actitud farisaica, soberbia e incapaz de compasión, que existe también actualmente en no pocas personas que se creen superiores a los demás, corresponde a la del hijo mayor de la tercera parábola.  Jesús, en cambio, con su actitud misericordiosa, no sólo nos muestra cómo se comporta el Dios verdadero, totalmente distinto del falso dios rencoroso y vengador en el que creen los fanáticos religiosos, sino que además nos invita a tener nosotros la misma actitud de compasión y la misma disposición a perdonar que Él nos ha enseñado con su propio ejemplo

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El Mensaje del Domingo – 8 de septiembre

XXIII Domingo del Tiempo Ordinario-Ciclo C   Por: Gabriel Jaime Pérez, S.J.                   Mucha gente seguía a Jesús; y él se volvió y dijo: -Si alguno viene a mí y no me ama más que a su padre, a su madre, a su esposa, a sus hijos, a sus hermanos y hermanas, y aun más que a sí mismo, no puede ser mi discípulo. Y el que no toma su propia cruz y me sigue, no puede ser mi discípulo.Si alguno de ustedes quiere construir una torre, ¿acaso no se sienta primero a calcular los gastos, para ver si tiene con qué terminarla? De otra manera, si pone los cimientos y después no puede terminarla, todos los que lo vean comenzarán a burlarse de él diciendo: ‘Este hombre empezó a construir y no pudo terminar.’ O si algún rey tiene que ir a la guerra contra otro, ¿no se sienta primero a calcular si con diez mil soldados puede hacer frente a quien va a atacarlo con veinte mil? Y si no puede hacerle frente, cuando el otro esté aún lejos le mandará mensajeros a pedir la paz. Así pues, cualquiera de ustedes que no deje todo lo que tiene, no puede ser mi discípulo. (Lucas 14, 25-33). En el Evangelio de este domingo Jesús plantea las exigencias que implica la decisión de seguirlo. Tratemos de aplicar este texto del Evangelio a nuestra vida, teniendo en cuenta también las otras lecturas bíblicas de la liturgia eucarística de hoy: Sabiduría 9, 13-18; Salmo 90 (89); Carta de san Pablo a Filemón 9b-10. 12-17. 1. La verdadera sabiduría En el lenguaje bíblico la sabiduría es entendida como la capacidad de identificar y emplear los medios que más y mejor puedan conducirnos a cumplir la voluntad de Dios y así alcanzar la verdadera felicidad, que es el fin último para el cual fuimos creados. Dios quiere que cada persona llegue a ser plenamente feliz, viviendo en armonía con su propia conciencia, con la naturaleza, con todos los seres humanos y con Él, de acuerdo con su plan creador que es un plan de amor. Jesús, con sus enseñanzas y su ejemplo, nos mostró cómo lograr este fin y nos invita a seguirlo, dándole prioridad a la voluntad de Dios por encima de cualquier lazo afectivo, incluso de la propia familia y de los propios intereses. Así lo entendieron y vivieron los primeros cristianos, cuando dentro de sus parientes encontraban oposición para el seguimiento de Jesucristo. La primera lectura (Sabiduría 9, 13-18) dice: ¿Quién conocerá tu designio, si tú no le das sabiduría, enviando tu Santo Espíritu desde el cielo? El designio de Dios es su voluntad, que se va concretando para cada persona en el transcurso de su vida. Y esta voluntad de Dios para cada cual la descubrimos mediante la oración personal.  2. La importancia de planear para el futuro Con las alegorías de la construcción de la torre y la preparación de la batalla, Jesús nos indica la importancia de la planeación del futuro. En todas las empresas humanas, en todo  proyecto que una persona decida realizar, tiene que programar no sólo los pasos o las etapas requeridas para lograr con éxito su objetivo -que además debe estar muy claro desde el principio-, sino también la utilización de los medios o recursos necesarios. Jesús les propone a sus discípulos, a toda persona que quiera seguirlo, un proyecto concreto de vida que consiste básicamente en colaborar con Él para que Dios, o sea el Amor, reine en su existencia personal, y mediante esto, conseguir la felicidad eterna. Esta tarea, que no es otra que el establecimiento y el desarrollo de lo que en los Evangelios se llama el Reino de Dios, implica un constante discernimiento, una reflexión que, desde el examen y la oración personal, nos conduzca a identificar cómo quiere el Señor que actuemos para seguirlo en nuestras opciones fundamentales y en las situaciones cotidianas de nuestra vida, con qué medios contamos y en qué forma debemos emplearlos para lograr el fin para el cual Dios nos creó, que es precisamente el de ser felices. Todo esto supone y exige que tengamos en cuenta la finitud de nuestra existencia. En el salmo responsorial -Salmo 90 (89)- encontramos esta petición: Enséñanos a calcular nuestros años, para que adquiramos un corazón sensato. Se trata de adquirir la verdadera sabiduría, de modo que aprovechemos al máximo el poco tiempo que tenemos en nuestra existencia terrena, comparado con la eternidad. 3. Hoy comienza en Colombia la Semana por la Paz Esta Semana se empezó a celebrar por iniciativa de la Compañía de Jesús, que en 1986, después de reunir recursos vendiendo al Banco de la República la custodia llamada “La Lechuga”, joya de incalculable valor de la época de la Colonia, y con otros aportes ofrecidos por cooperación nacional e internacional, dio inicio al “Programa por la Paz” y en septiembre de 1988 lanzó la primera “Semana por la Paz”. La Semana por la Paz se  celebra anualmente siendo uno de sus días el 9 de septiembre, fecha en la que se conmemora al jesuita san Pedro Claver (1580-1654), proclamado también en la Ley 95 de 1985 de la República Colombiana “Defensor de los Derechos Humanos”, y quien dedicó su vida sacerdotal en Cartagena de Indias al servicio de los esclavos provenientes del África. La convocan, junto con la Compañía de Jesús, el Secretariado Nacional de Pastoral Social de la Conferencia Episcopal de Colombia y un número significativo de organizaciones que en el presente alcanzan el medio centenar y han acuñado para este año 2013, en el contexto de los diálogos que vienen realizándose en La Habana y haciendo un llamado a extenderlos con todos los demás actores del conflicto armado,  el lema “Paz es vida: pactemos paz, construyamos convivencia”. La fecha de este domingo 8 de septiembre es a su vez la de la conmemoración del nacimiento de María, la madre de Jesús. Invoquémosla evocando su canto conocido como el “Magníficat” (Lucas 1, 46-55),

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