Colegio San José Barranquilla

El mensaje del domingo

El Mensaje Del Domingo 16 de Noviembre

XXXIII Domingo – Ciclo A – Tiempo Ordinario  Por: Gabriel Jaime Pérez, S.J. En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos esta parábola: «Un hombre, al irse de viaje, llamó a sus empleados y los dejó encargados de sus bienes: a uno le dejó cinco talentos de plata, a otro dos, a otro uno, a cada cual según su capacidad; luego se marchó. El que recibió cinco talentos fue en seguida a negociar con ellos y ganó otros cinco. El que recibió dos hizo lo mismo y ganó otros dos. En cambio, el que recibió uno hizo un hoyo en la tierra y escondió el dinero de su señor. Al cabo de mucho tiempo volvió el señor de aquellos empleados y se puso a ajustar las cuentas con ellos. Se acercó el que habla recibido cinco talentos y le presentó otros cinco, diciendo: “Señor, cinco talentos me dejaste; mira, he ganado otros cinco.” Su señor le dijo: “Muy bien. Eres un empleado fiel y cumplidor; como has sido fiel en lo poco, te daré un cargo importante; pasa al banquete de tu señor.” Se acercó luego el que habla recibido dos talentos y dijo: “Señor, dos talentos me dejaste; mira, he ganado otros dos.” Su señor le dijo: “Muy bien. Eres un empleado fiel y cumplidor; como has sido fiel en lo poco, te daré un cargo importante; pasa al banquete de tu señor.” Finalmente, se acercó el que había recibido un talento y dijo: “Señor, sabía que eres exigente, que siegas donde no siembras y recoges donde no esparces, tuve miedo y fui a esconder mi talento bajo tierra. Aquí tienes lo tuyo.” El señor le respondió: “Eres un empleado negligente y holgazán. ¿Con que sabías que siego donde no siembro y recojo donde no esparzo? Pues debías haber puesto mi dinero en el banco, para que, al volver yo, pudiera recoger lo mío con los intereses. Quítenle el talento y dénselo al que tiene diez. Porque al que tiene se le dará y le sobrará, pero al que no tiene, se le quitará hasta lo que tiene. Y a ese empleado inútil échenlo fuera, a las tinieblas; allí será el llanto y el rechinar de dientes.(Mateo 25, 14-30). Jesús nos exhorta en el Evangelio a estar preparados para el momento de nuestro encuentro con Él en la eternidad, poniendo a producir con diligencia y responsabilidad en esta vida las capacidades o talentos que hemos recibido. Revisemos entonces cómo estamos respondiendo, tomando en cuenta también las otras lecturas de este domingo [Proverbios 31, 10-13.19-20.30-31; Salmo 128 (127); I Tesalonicenses 5, 1-6].     1.- La parábola de los talentos: “al que tiene se le dará y le sobrará…”. El talento era una unidad monetaria de uso común en el imperio romano, que equivalía a una cantidad considerable de dinero. A partir de esta primera significación, y precisamente con base en la parábola del Evangelio de hoy, pasó a convertirse en sinónimo de las capacidades que cada ser humano tiene para aportar a la consecución de un objetivo personal o social. Por eso en la gestión de las organizaciones se suele hablar del “talento humano”. Cada uno de nosotros ha recibido de Dios unos talentos específicos. Todos tenemos determinadas cualidades y posibilidades. ¿Qué estoy haciendo con mis capacidades? ¿Las estoy haciendo rendir constructivamente? ¿O las estoy desperdiciando como el perezoso de la parábola que enterró su talento en vez de realizar el esfuerzo que implicaba poner a producir lo recibido? Queda resonando la reflexión final de Jesús: “al que tiene se le dará y le sobrará, pero al que no tiene se le quitará hasta lo que tiene”. Su significado corresponde a la situación en que estemos cuando tengamos que rendirle cuentas al Señor al encontrarnos con Él en le eternidad. Si tenemos y podemos presentar como producto las buenas obras resultantes de un trabajo honesto y constructivo, Dios nos dará una vida eternamente feliz. Pero a quien se presente con las manos vacías, hasta lo que había recibido le será quitado. En últimas, de lo que se trata es de la capacidad de amar que el Señor nos ha dado, a partir de los dones recibidos de Él. Quien los pone a producir, podrá vivir por toda la eternidad en la onda de Dios, que es Amor. Pero quien no lo hace, perderá hasta la misma posibilidad de amar, y permanecerá en la oscuridad sin fin del encerramiento solitario al que lo han levado su egoísmo y su pereza. 2.- El valor del trabajo productivo La primera lectura, tomada del final del libro de los Proverbios, es un poema acróstico en el que cada verso comienza por una de las letras del alfabeto hebreo en su orden. Este poema exalta a la mujer que, en vez de entregarse a la vanidad superficial y egoísta, dedica su vida al trabajo honesto y productivo para el bien de su hogar y también para abrir sus manos al necesitado. Esta imagen se opone a la del culto idolátrico a la apariencia física, tan de moda en la actualidad. Una apariencia con frecuencia engañosa, marcada por la ansiedad anoréxica, la vaciedad de la mente y la ausencia de valores espirituales. En este sentido, podemos preguntarnos cuál es el ideal de mujer que promueven las pasarelas y las imágenes de una publicidad con frecuencia más orientada al consumo superfluo que al verdadero bienestar humano. 3.- “Así, pues, no durmamos como los demás, sino estemos vigilantes…” La conclusión del texto que nos ofrece la Carta del apóstol san Pablo dirigida a los primeros cristianos de la ciudad griega de Tesalónica, se relaciona directamente con el discurso “escatológico” -es decir, referente a los últimos tiempos-, del cual forma parte la parábola evangélica de Jesús sobre los talentos. A nuestro alrededor podemos ver la insensatez de quienes viven sumidos en la oscuridad de lo vacío y lo aparente, sin pensar en la dimensión trascendente de su existencia. Nosotros, como hijos de la luz, estamos invitados a no dejarnos

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El Mensaje Del Domingo 9 de Noviembre

XXXII Domingo – Ciclo A – Dedicación de la Basílica de Letrán  Por: Gabriel Jaime Pérez, S.J.   Estando cerca la Pascua de los judíos, Jesús subió a Jerusalén, y encontró en el templo a los vendedores de novillos, ovejas y palomas, y a otros sentados en sus puestos cambiando dinero. Entonces hizo un azote de cuerdas y los expulsó a todos del templo, lo mismo que a los novillos y las ovejas, y tiró al suelo las monedas de los que cambiaban dinero y les volcó las mesas. Y a los que vendían las palomas les dijo: “¡Quiten esto de aquí! ¡No sigan haciendo de la casa de mi Padre un mercado!”. Sus discípulos se acordaron de lo que está escrito: “El celo por tu casa me devorará”. Las autoridades judías se dirigieron a Jesús y le dijeron: “¿Qué prueba nos das de que tienes derecho a hacer esto?” Jesús les respondió. “Destruyan este santuario, y en tres días lo reconstruiré”. Las autoridades judías le replicaron: “Cuarenta y seis años llevan restaurando este santuario, ¿y tú lo vas a reconstruir en tres días?” Pero el santuario del que hablaba era su cuerpo. Así pues, cuando Jesús resucitó de entre los muertos, sus discípulos cayeron en la cuenta de que a eso se refería y dieron fe a la Escritura y a las palabras que había dicho Jesús (Evangelio según san Juan 2, 13-22). El 9 de noviembre la liturgia conmemora la dedicación de la Basílica de Letrán, la más antigua de Roma y de la Iglesia. El nombre de Basílica, que en griego significa Casa del Rey, lo llevan algunos templos a los que el Papa les concede ese honor. El Palacio de Letrán -preexistente a la iglesia-, que había pertenecido a una familia noble romana de nombre Laterani, le fue donado por el emperador romano Constantino, convertido al cristianismo, al Papa san Silvestre (314-355), quien lo consagró como templo católico el 9 de noviembre del año 324, y desde entonces se constituyó en Catedral del Papa como Obispo de Roma, y como tal fue su sede (o su cátedra -de donde proviene la palabra catedral-) hasta el siglo XIV en que los Papas se trasladaron al Vaticano, después de haber estado la residencia papal en la ciudad francesa de Avignon entre los años 1309 y 1377. En su entrada se lee: Madre y Cabeza de toda las Iglesias de la Ciudad y del Mundo. Aunque inicialmente fue dedicada al Divino Salvador, hoy se llama Basílica de San Juan de Letrán porque tiene dos capillas dedicadas respectivamente a san Juan Bautista y a san Juan Evangelista. En la edificación contigua llamada Palacio de Letrán,que fue la residencia papal en Roma antes del traslado de los papas al Vaticano, se celebraron cinco Concilios (reuniones de los obispos de todo el mundo). Hoy en el Palacio de Letrán vive el Vicario Episcopal de Roma, un Arzobispo delegado por el Papa para el gobierno de su Catedral-Basílica de San Juan de Letrán. Para celebrar su dedicación, la liturgia propone varios textos bíblicos relacionados con el tema del templo: Ezequiel 47, 1-12; Salmo 46 (45); 1 Corintios 3, 9-17 y Juan 2, 13-22. 1. ¡No sigan haciendo de la casa de mi Padre un mercado! El Templo de Jerusalén era para los judíos el lugar de la presencia de Dios. En él se guardaba el Arca de la Alianza, un cofre con los diez mandamientos promulgados doce siglos antes en el monte Sinaí. Un primer templo, edificado por el rey Salomón hacia el siglo X a.C., había sido arrasado en el año 587 bajo el imperio babilónico de Nabucodonosor. El segundo templo, al que se refiere el profeta Ezequiel en la primera lectura, fue construido en el mismo sitio por Zorobabel, descendiente de Salomón, del 520 al 515 a. C., después del cautiverio de los judíos en Babilonia. Unos 5 siglos más tarde el rey Herodes el Grande había iniciado su reconstrucción con mayor esplendor, En tiempos de Jesús todavía continuaba su restauración, y unos 40 años después, en el 70, iba a ser incendiado por el ejército romano, quedando en pie sólo lo que existe hoy con el nombre de “Muro de las Lamentaciones”. El Evangelio nos muestra la actitud tajante de Jesús contra toda forma de comercio de la religión. Hoy podría repetirse este mismo episodio en muchos lugares en los cuales se trafica con la fe religiosa, tanto dentro del catolicismo como de otras confesiones religiosas cristianas y no cristianas. “El celo por tu casa me devorará”, dice el texto de Juan citando el verso 9 del Salmo 69 (68); en los otros tres Evangelios (Mt 21, 12-13; Mc 11, 15-18; Lc 19, 45-46), Jesús les dice a los mercaderes, evocando al profeta Isaías (57, 9), “Mi casa es casa de oración”, y agrega: “y ustedes la han convertido en cueva de ladrones”. Estas mismas palabras pueden ser aplicadas a las formas de mercadeo religioso que encontramos con frecuencia cuando se considera la relación con Dios como un asunto de compraventa, y no pocos mercachifles se aprovechan de la credulidad ingenua de muchos para explotarlos, especialmente a los pobres. Por eso el Evangelio nos interpela de manera especial a quienes tenemos la misión de hacer de la Iglesia un espacio en el que tenga lugar la verdadera relación con Dios, que “ni se compra ni se vende”. 2. Destruyan este santuario, y en tres días lo reconstruiré Esta referencia de Jesús a su muerte y resurrección después de expulsar a los mercaderes del templo se encuentra únicamente en el relato del Evangelio de Juan, y el propio evangelista explica a renglón seguido su significado: “el santuario del que hablaba era su cuerpo”. Pues bien, así como Jesús considera su cuerpo el lugar de la presencia de Dios (Él es el “Emmanuel”, el “Dios-con-nosotros”, como había dicho Isaías refiriéndose al Mesías), también nosotros podemos reconocer en la Iglesia, Cuerpo Místico de Cristo, la continuación de esa misma presencia en la historia humana,

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El Mensaje Del Domingo 2 de Noviembre

XXXI Domingo del Tiempo Ordinario – Conmemoración de los Difuntos  Por: Gabriel Jaime Pérez, S.J. En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos: “Cuando el Hijo del hombre venga, rodeado de esplendor y de todos sus ángeles,se sentará en su trono glorioso.La gente de todas las naciones se reunirá delante de él, y él separará unos de otros, como el pastor separa las ovejas de las cabras. Pondrá las ovejas a su derecha y las cabras a su izquierda. Y dirá el Rey a los que estén a su derecha: ‘Vengan ustedes, los que han sido bendecidos por mi Padre; reciban el reino que está preparado para ustedes desde que Dios hizo el mundo’. ‘Pues tuve hambre, y ustedes me dieron de comer; tuve sed, y me dieron de beber; anduve como forastero, y me dieron alojamiento. Estuve sin ropa, y ustedes me la dieron; estuve enfermo, y me visitaron; estuve en la cárcel, y vinieron a verme.’ Entonces los justos preguntarán: ‘Señor, ¿cuándo te vimos con hambre, y te dimos de comer? ¿O cuándo te vimos con sed, y te dimos de beber? ¿O cuándo te vimos como forastero, y te dimos alojamiento, o sin ropa, y te la dimos? ¿O cuándo te vimos enfermo o en la cárcel, y fuimos a verte?’ El Rey les contestará: ‘Les aseguro que todo lo que hicieron por uno de estos hermanos míos más humildes, por mí mismo lo hicieron.’ “Luego el Rey dirá a los que estén a su izquierda: ‘Apártense de mí, los que merecieron la condenación; váyanse al fuego eterno preparado para el diablo y sus ángeles.Pues tuve hambre, y ustedes no me dieron de comer; tuve sed, y no me dieron de beber; anduve como forastero, y no me dieron alojamiento; sin ropa, y no me la dieron; estuve enfermo, y en la cárcel, y no vinieron a visitarme.’ Entonces ellos le preguntarán: ‘Señor, ¿cuándo te vimos con hambre o con sed, o como forastero, o falto de ropa, o enfermo, o en la cárcel, y no te ayudamos?’ El Rey les contestará: ‘Les aseguro que todo lo que no hicieron por una de estas personas más humildes, tampoco por mí lo hicieron.’ Esos irán al castigo eterno, y los justos a la vida eterna.” (Mateo 25, 31-46). Un día después de la fiesta de “Todos los Santos” (no sólo los proclamados públicamente, sino también los innumerables que vivieron en la amistad de Dios a través de los tiempos -Plegaria Eucarística II-), la Iglesia celebra el 2 de noviembre la “Conmemoración de  los fieles difuntos”. En este año el calendario litúrgico indica que la Misa dominical es la de los Difuntos, respetando una tradición arraigada en la piedad cristiana y en la religiosidad popular, pero que es preciso depurar de connotaciones paganas para situarla en la perspectiva de la fe en Jesús resucitado y en nuestra futura resurrección. Al disponemos a orar por todos los que se durmieron en la esperanza de la resurrección (Plegaria Eucarística II), meditemos sobre el sentido cristiano de la muerte a la luz del Evangelio de Mateo -teniendo en cuenta asimismo el texto de Juan 11, 25-26-, y de las otras lecturas propuestas para esta conmemoración (Job 19, 23-27ª y 2ª Corintios 5, 1.6-10). 1. En el atardecer de nuestras vidas, seremos juzgados en el amor Esta frase de san Juan de la Cruz (1542-1591) resume el contenido del Evangelio. Lo que contará finalmente a favor o en contra en nuestro destino eterno al encontrarnos con el Señor después de la muerte es lo que en esta vida, según nuestras posibilidades, hayamos hecho o dejado de hacer por los demás, especialmente por los más necesitados. Atención: cuenta lo que hayamos hecho, pero también lo que hayamos dejado de hacer. Una de las fórmulas de oración penitencial en la Iglesia Católica comienza con las palabras “Yo confieso (…) que he pecado mucho de pensamiento, palabra, obra y omisión”. El mandamiento del amor a Dios sobre todas las cosas y al prójimo como a sí mismo implica no sólo evitar el mal (no hagas a los demás lo que no quieres para ti) sino también hacer el bien (trata a los demás como quisieras que ellos te traten a ti). Por eso la conmemoración de los difuntos es una oportunidad que Dios nos ofrece para revisar cómo estamos en aquello por lo cual seremos juzgados “en el atardecer de nuestra vida”. 2. Recuerde el alma dormida / avive el seso y despierte contemplando / cómo se pasa la vida / cómo se viene la muerte tan callando… Con estos versos, escritos en el siglo XV por el poeta español llamado Jorge Manrique (1440-1479) comienzan sus Coplas a la muerte de su padre, que nos invitan a estar preparados para el momento de nuestro encuentro definitivo con Dios. Estos otros del mismo poema son muy significativos: “Este mundo es el camino / para el otro, que es morada sin pesar; / mas cumple tener buen tino / para andar esta jornada sin errar. / Partimos cuando nacemos, / andamos mientras vivimos, y llegamos / al tiempo que fenecemos; así que, cuando morimos, descansamos. / Este mundo bueno fue / si bien usáremos d’él como debemos…” Hoy esta reflexión sigue vigente, y su contenido viene a ser en el fondo el mismo de la canción compuesta más recientemente por el cantautor colombiano Juanes bajo el título La vida es un ratico: No dejemos que se nos acabe, que todavía hay muchas cosas por hacer. No dejemos que se nos acabe, que la vida es un ratico, un ratico nada más. 3. Yo, en persona, veré a Dios, con mis propios ojos he de verlo Esto dice en la primera lectura el texto bíblico del libro de Job, una de las joyas más hermosas de la literatura universal. Job es un personaje simbólico que representa la pregunta existencial del ser humano al experimentar el sufrimiento y ante la realidad ineludible de la muerte. Y la respuesta que

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El Mensaje Del Domingo – 26 de Octubre

XXX Domingo – Tiempo Ordinario – Ciclo A Por: Gabriel Jaime Pérez, S.J. Los fariseos se reunieron al saber que Jesús había hecho callar a los saduceos, y uno que era maestro de la ley, para tenderle una trampa, le preguntó: “Maestro, ¿cuál es el mandamiento más importante de la Ley?” Jesús le dijo: “‘Ama al Señor tu Dios con todo tu corazón, toda tu alma y toda tu mente’.Este es el más importante y el primero de los mandamientos. Pero hay un segundo, parecido a este; dice: ‘Ama a tu prójimo como a ti mismo.’ En estos dos mandamientos se basan toda la ley y los profetas” (Mateo 22, 34-40). 1.- ¿Cuál es el mandamiento principal? En general los maestros o doctores de la Ley en tiempos de Jesús solían entender los mandamientos de Dios como obligaciones que constituían una carga bastante pesada, debido a la cantidad de formalismos y preceptos rituales que habían hecho del judaísmo una religión muy complicada. Para Jesús, en cambio, el significado de los mandamientos es la invitación de Dios a corresponder a su amor rechazando la idolatría -es decir, no endiosando las cosas ni los poderes terrenales- y tratándonos los unos a los otros como hijos e hijas de un mismo Creador. La promulgación del Decálogo comienza en el libro del Éxodo (20, 1-21) dos capítulos antes del texto de la primera lectura de este domingo (Éxodo 22, 20-26), con una introducción en la que Dios le recuerda a su pueblo lo que ha hecho por él: Yo soy el Señor tu Dios, que te sacó de Egipto, donde eras esclavo. La puesta en práctica de los 10 mandamientos -los 3 primeros referidos directamente a Dios y los otros 7 al prójimo- era para los israelitas la forma de corresponder al amor de Dios en el marco de un pacto celebrado entre Él y su pueblo en tiempos de Moisés (siglo 12 a.C.). Tal es el sentido del Código de la Alianza, del que hace parte la primera lectura y que es un desarrollo del Decálogo (Éxodo 20, 22-23.33). 2.- Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, toda tu alma y toda tu mente La respuesta de Jesús al maestro de la Ley comienza con una cita del Deuteronomio, (nombre que significa segunda promulgación de la Ley), un libro encontrado en el Templo de Jerusalén 7 siglos a.C. en el que se evoca el testamento que Moisés le dejó al pueblo de Israel antes de morir. En él aparecen de nuevo los 10 mandamientos con la misma introducción: Yo soy el Señor tu Dios, que te sacó de Egipto, donde eras esclavo” (5, 6-21). La frase con la que Jesús inicia su respuesta forma parte del texto llamado Shemá Israel, las dos primeras palabras en hebreo de dos versículos del Deuteronomio que los judíos memorizan desde niños: Escucha Israel: El Señor nuestro Dios es el único Señor. Ama al Señor con todo tu corazón, toda tu alma y toda tu mente (Deuteronomio 6, 4-5). Los versículos siguientes dicen: “Grábate en la mente todas las cosas que hoy te he dicho y enséñalas continuamente a tus hijos; háblales de ellas, tanto en tu casa como en el camino, y cuando te acuestes y cuando te levantes. Lleva estos mandamientos atados en tu mano y en tu frente como señales y escríbelos también en los postes y en las puertas de tu casa” (6, 6-7). Los fariseos que rechazaban a Jesús y querían ponerle una trampa cumplían al pie de la letra la última frase de este texto, llevando materialmente atadas en sus manos y en su frente las filacterias, unos pequeñísimos rollos de papiro que simbolizaban la Ley de Dios -en hebreo la Torá-, pero no realizaban el espíritu de lo mandado por Dios, que consiste en que el amor a Él se muestre en el respeto y la compasión para con los prójimos. 3.- Amarás a tu prójimo como a ti mismo Pablo recuerda en la segunda lectura (1ª Tesalonicenses 1, 5c-10) cómo los primeros cristianos de la ciudad griega llamada Tesalónica habían abandonado los ídolos y se habían convertido a Dios. Precisamente el primer mandamiento, amar a Dios sobre todas las cosas, significa rechazar toda forma de idolatría. Por eso amar a Dios implica no dejarse arrastrar por el culto al dinero, al prestigio o al poder, que son ídolos por los cuales se suele remplazar al verdadero Dios. Ahora bien, el amor a Dios sólo puede verificarse en el amor a los demás. Por eso Jesús no reduce su respuesta a los versículos del Shemá Israel del Deuteronomio, sino que cita además otro texto también del Antiguo Testamento, el del libro llamado Levítico, escrito hacia el siglo quinto a. C. por levitas o descendientes de Leví, uno de los doce hijos del patriarca Jacob, que colaboraban en el culto del Templo de Jerusalén. En este otro texto dice Dios: ama a tu prójimo como a ti mismo (Levítico 19, 18). Y luego concluye Jesús su respuesta con una frase que indica la unión inseparable entre el amor a Dios y el amor al prójimo: En estos dos mandamientos se basan toda la Ley y los Profetas. A primera vista, no está diciendo nada nuevo. Pero si consideramos el contexto de los Evangelios, encontramos tres detalles muy significativos que constituyen lo novedoso del mensaje de Jesús y han sido ampliamente desarrollados entre otros por el Papa Emérito Benedicto XVI en la que fue su primera Encíclica, publicada a fines del año 2005 con el título Deus caritas est (Dios es amor): 1º – Prójimo (próximo, cercano) no es sólo el de la misma raza, nación, condición o cultura, o el que piensa igual, sino todo ser humano de cualquier condición, y especialmente el más necesitado, el excluido, el marginado, el oprimido. 2º – Amar al prójimo como a sí mismo (lo cual corresponde a la llamada Regla de Oro: Traten a los demás como quieren que los demás los traten a

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El Mensaje Del Domingo – 19 de Octubre

IX Domingo – Tiempo Ordinario – Ciclo A Por: Gabriel Jaime Pérez, S.J. En aquel tiempo, los fariseos fueron y se pusieron de acuerdo para hacerle decir a Jesús algo que les diera motivo para acusarlo. Así que mandaron a algunos de sus partidarios, junto con otros del partido de Herodes, a decirle: “Maestro, sabemos que tú dices la verdad, y que enseñas de veras el camino de Dios, sin dejarte llevar por lo que diga la gente, porque no hablas para darles gusto. Danos, pues, tu opinión: ¿Está bien que le paguemos impuestos al César, o no?” Jesús, dándose cuenta de la mala intención que llevaban, les dijo: Hipócritas, ¿por qué me tienden trampas? Enséñenme la moneda con que se paga el impuesto”. Le trajeron un denario, y Jesús les preguntó: “¿De quién es esta cara y el nombre que aquí está escrito?” Le contestaron: “Del César”. Jesús les dijo entonces: “Pues den al César lo que es del César, y a Dios lo que es de Dios. Cuando oyeron esto, se quedaron admirados; y dejándolo, se fueron (Mateo 22, 15-21). Las lecturas de hoy nos muestran la distinción entre lo estatal y lo religioso, la relatividad de los poderes terrenales frente a la soberanía de Dios, y la relación entre la fe religiosa y la justicia social. Tratemos de aplicar a nuestra situación concreta el mensaje que nos traen los textos bíblicos de este domingo: Isaías 45, 1.4-6, Salmo 96 (95), 1ª Carta de Pablo a los Tesalonicenses 1,1-5b, y el pasaje del Evangelio. 1.- “Yo soy el Señor y no hay otro, fuera de mí no hay Dios” En la primera lectura encontramos tres veces la frase “no hay otro…”. Esta es una de las expresiones más frecuentes en los textos de los profetas del Antiguo Testamento, en los que Dios se proclama como único merecedor de adoración. Los monarcas de los grandes imperios de la antigüedad eran adorados como dioses. Muchos llegaron a exigir que se les rindiera culto, como Nabucodonosor en Babilonia, de cuya tiranía liberó el rey persa Ciro a los hebreos en el año 538 a. C., acontecimiento al que hace referencia el texto del libro de Isaías en la 1ª lectura. Los césares o emperadores romanos también se creyeron dioses, y así sucedió en tiempos de Jesús, quien nació en la época de César Augusto y murió en la de su sucesor Tiberio César. Posteriormente la mayoría de sus sucesores harían morir a miles de cristianos que se negaban a reconocer la divinidad del César, título equivalente a lo que en otros idiomas significan los términos Kaiser y Zar: el Emperador. Frente a la mentalidad que diviniza a los soberanos de la tierra, los textos bíblicos proclaman de muchas formas que Dios es el único Señor. Esto es lo que expresa el Salmo 96 (95), que aclama su gloria y su poder y dice que en comparación con Él “los dioses de otros pueblos no son nada”.  2.- “Al César lo que es del César y a Dios lo que es de Dios” Esta frase de Jesús indica la existencia de dos planos: el de la relación con los poderes terrenos del Estado y el de la obediencia a la autoridad de Dios desde la fe religiosa. No en términos de dos planos necesariamente opuestos, pero sí en cuanto son distintos y no deben confundirse, como ha ocurrido con frecuencia y sigue sucediendo en todos los fundamentalismos, tanto políticos como religiosos, cuando no se respetan las competencias correspondientes. Pero esto no quiere decir que la religión no tenga nada que ver con la política. Sí tiene que ver, y mucho, por cuanto reconocer a Dios como el único Señor implica llevar a la práctica la justicia social que la misma fe exige. Los cristianos y en general los creyentes en Dios que se han negado y se siguen negando a la divinización de los poderes terrenos y a todas sus formas de tiranía, al hacerlo tomaron y toman posiciones políticas en el sentido más amplio de la palabra: el de la coherencia entre creer en Dios y practicar la justicia que esta fe implica, desde el reconocimiento de todos los seres humanos como hijos suyos, con su dignidad y sus derechos. Contra las pretensiones tiránicas o totalitarias de cualquier soberanía terrena, Jesús proclamó el Reino de Dios. No como un imperio que suplante a las autoridades terrenas, pues como Él lo dijo también, su Reino no es de este mundo, y como él mismo lo mostró en la práctica, nunca cedió a la tentación del mesianismo político haciéndose o dejándose proclamar rey. Pero sí como el reconocimiento eficaz de la soberanía absoluta de Dios -que es la soberanía del amor, porque Dios es Amor- frente a toda pretensión de tiranía por parte de los poderes terrenales. 3.- Las virtudes “teologales” en el primer texto del Nuevo Testamento La primera carta de san Pablo a la comunidad cristiana de la ciudad griega de Tesalónica, a quienes el mismo apóstol les había proclamado la Buena Nueva de Cristo en su primer viaje misionero, es el primer escrito que ha llegado hasta nosotros de entre todos los que componen el llamado “Nuevo Testamento”. En esta carta, situada por los estudiosos de la Biblia hacia el año 51, entre 20 y 25 años después de la muerte de Cristo, antes de los mismos Evangelios cuya redacción comenzaría hacia el año 64, es muy significativo que aparezcan mencionadas las tres virtudes teologales, es decir, las que corresponden directamente al reconocimiento de Dios como tal: fe, esperanza y caridad. Como lo indica Pablo, se trata de una fe activa, una esperanza que implica afrontar con paciencia las dificultades, y una caridad que supone la disposición de servicio a los demás desde el reconocimiento de todos como hijos e hijas de Dios. Pidámosle pues al Señor que conserve y aumente en nosotros la fe, la esperanza y la caridad como manifestaciones de nuestro reconocimiento de su soberanía, que implica

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El Mensaje Del Domingo – 5 de Octubre

XXVII Domingo del Tiempo Ordinario, Ciclo A Por: Gabriel Jaime Pérez, S.J. En aquel tiempo dijo Jesús a las autoridades religiosas de los judíos: “Escuchen otra parábola: El dueño de una finca plantó un viñedoy le puso un cerco; preparó un lugar donde hacer el vino y levantó una torre para vigilarlo todo. Luego alquiló el terreno a unos labradores y se fue de viaje. Cuando llegó el tiempo de la cosecha, mandó unos criados a pedir a los labradores la parte que le correspondía. Pero los labradores echaron mano a los criados: golpearon a uno, mataron a otro y apedrearon a otro. El dueño volvió a mandar más criados que al principio, pero los labradores los trataron a todos de la misma manera. Por fin mandó a su propio hijo, pensando: ‘Sin duda, respetarán a mi hijo.’ Pero cuando vieron al hijo, los labradores se dijeron unos a otros: ‘Este es el que ha de recibir la herencia; matémoslo y nos quedaremos con su propiedad.’ Así que lo agarraron, lo sacaron del viñedo y lo mataron. Y ahora, cuando venga el dueño del viñedo, ¿qué creen ustedes que hará con esos labradores?” Le contestaron: “Matará sin compasión a esos malvados, y alquilará el viñedo a otros labradores que le entreguen a su debido tiempo la parte de la cosecha que le corresponde”. Jesús entonces les dijo: “¿Nunca han leído ustedes las Escrituras? Dicen: ‘La piedra que los constructores despreciaron se ha convertido en la piedra principal. Esto lo hizo el Señor, y estamos maravillados’. Por eso les digo que a ustedes se les quitará el Reino, y se le dará a un pueblo que produzca la debida cosecha”. (Mateo 21, 33-43). Las parábolas propuestas por Jesús junto al Templo de Jerusalén poco antes de su pasión simbolizan el rechazo a la acción amorosa de Dios por parte de los falsos creyentes, representados en las autoridades religiosas de su tiempo. Meditemos en el sentido de la parábola del Evangelio, relacionándola con los otros textos bíblicos de este domingo [Isaías 5, 1-7; Salmo 128 (127); Carta de Pablo a los Filipenses 4, 6-9].  1.- “El dueño de una finca plantó un viñedo” Las viñas o viñedos, nombre dado a los campos de cultivo de uvas para la producción de vino, eran y siguen siendo muy comunes en Israel. En la parábola de los viñadores o cultivadores homicidas que nos presenta el Evangelio hay una referencia implícita a la canción de la viña, compuesta por el profeta Isaías 8 siglos A.C. y contenida en la primera lectura (Isaías 5, 1-7). Es una imagen poética del amor de Dios al pueblo de Israel, al que en el siglo 12 A.C., por medio de Moisés, había liberado de la esclavitud en Egipto para plantarlo en una tierra en la cual le brindaría todos los cuidados, como dice asimismo el Salmo 128: Sacaste Señor una vid de Egipto y la trasplantaste. Extendió sus sarmientos –o sea sus ramas– hasta el mar -el Mediterráneo, al occidente de Jerusalén- y sus brotes hasta el gran río -el Jordán, al oriente de la misma ciudad-. El texto de Isaías expresa claramente la decepción de Dios ante la ingratitud de su pueblo: “El Señor esperaba de ellos respeto a su ley, y sólo encuentra asesinatos; esperaba justicia, y sólo escucha gritos de dolor”. También a nosotros el Señor nos ha querido liberar de la esclavitud del pecado, es decir de las cadenas del egoísmo, para plantarnos en una tierra nueva que es su Reino, un reino de amor, de justicia y de paz, la paz verdadera a la que se refiere san Pablo en la segunda lectura, y cuya realización para cada uno de nosotros depende de nuestra disposición a responder al amor infinito de Dios mediante la puesta en práctica de todo lo que es verdadero -sincero-, noble, justo, puro, amable… (Carta a los Filipenses 4,8). 2.-  “Por fin mandó a su propio hijo… lo sacaron del viñedo y lo mataron” A través de sus enviados anteriores, los profetas, Dios había invitado una y otra vez a su pueblo a la conversión, a que cambiara la adoración a los falsos dioses por el reconocimiento de su Amor, manifestado en el culto a Él como único Dios y en el amor al prójimo mediante la práctica de la justicia y la compasión. Pero una y otra vez los profetas y sus mensajes fueron rechazados por quienes preferían sus ídolos y sus intereses egoístas a la voluntad de Dios. Y el colmo de este rechazo fue precisamente la forma en que quienes se consideraban a sí mismos buenos y santos, pero en realidad se adoraban a sí mismos y se habían fabricado una imagen falsa de Dios, trataron a Jesús, el Hijo de Dios hecho hombre, condenándolo a la muerte en el suplicio de la cruz. Cada uno de nosotros es invitado a responder al amor de Dios mediante el comportamiento constructivo con los demás, reconociendo en cada quien a nuestro hermano o hermana, porque todos somos hijos e hijas de un mismo Creador. ¿Cómo estoy respondiendo a esta invitación que el Señor me hace una y otra vez? Si Jesús se presentara nuevamente hoy en la tierra como lo hizo hace poco más de veinte siglos, sin duda sería igualmente asesinado por quienes se sienten incómodos con las exigencias del amor al prójimo. ¿Sería yo uno de ellos? ¿Qué debería hacer para no serlo?  3.- “A ustedes se les quitará el reino, y se le dará a un pueblo que produzca lo debido” Esta frase con la que Jesús concluye la parábola es una clara alusión a lo que iba a ocurrir con los que se creían santos y mejores que los demás y se opusieron a Jesús hasta matarlo por el hecho de haberse puesto al lado de los excluidos por ellos. Esos que se creían superiores iban a resultar fuera, y en cambio los despreciados como paganos y pecadores iban a constituir el nuevo pueblo de Dios, en el

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El Mensaje del Domingo – 28 de septiembre

XXVI Domingo del Tiempo Ordinario, Ciclo A Por: Gabriel Jaime Pérez, S.J. En aquel tiempo, mientras enseñaba en el Templo de Jerusalén, les preguntó Jesús a las autoridades religiosas de los judíos: « ¿Qué les parece? Un hombre tenía dos hijos. Al primero le dijo: “Hijo, vete hoy a trabajar en la viña”. Y él respondió: “No quiero”, pero después se arrepintió y fue. Lo mismo le dijo al segundo y éste respondió: “Voy, Señor”, pero no fue. ¿Cuál de los dos hizo la voluntad del padre?» «El primero», le contestaron. Y Jesús les replicó: «En verdad les digo que los publicanos y las prostitutas llegarán antes que ustedes al Reino de los Cielos. Porque vino Juan a ustedes por caminos de justicia, y ustedes no creyeron en Él, mientras que los publicanos y las rameras sí le creyeron. Y ustedes, aunque vieron todo esto, no cambiaron de actitud para creerle (Mateo 21, 28-32). El mensaje del Evangelio de hoy podemos resumirlo en una frase de san Ignacio de Loyola (1491-1556): El amor se debe poner más en las obras que en las palabras [Ejercicios Espirituales, 230], que corresponde al refrán popular obras son amores, no buenas razones. Meditemos en lo que dice Jesús, teniendo en cuenta también las demás lecturas bíblicas de este domingo [Ezequiel 18, 25-28; Salmo 25 (24); Carta de Pablo a los Filipenses 2, 1-11]. 1.- Dos actitudes opuestas La parábola de los dos hijos muestra dos actitudes opuestas en la relación con Dios. El que dice “voy” y no va representa a quienes se consideran buenos pero dicen y no hacen (Mateo 23, 2-4). El otro hijo, que dice al principio “no quiero ir”, pero luego recapacita y atiende el llamado de su padre, representa a quienes se reconocen necesitados de salvación, como lo son los publicanos o recaudadores de impuestos del imperio romano y las prostitutas que venden sus cuerpos en el mercado del sexo, y al reconocer su necesidad de ser salvados y disponerse a cambiar de conducta, son acogidos por la misericordia de Dios. Dios rechaza el pecado, pero acoge a quien se reconoce pecador y se dispone sinceramente a cambiar. Por eso dice a través del profeta Ezequiel en la primera  lectura: Cuando el malvado se convierte de la maldad que hizo y practica el derecho y la justicia, él mismo salva su vida. Si recapacita y se convierte de los delitos cometidos, ciertamente vivirá. El padre José Luis Martín Descalzo, escritor y periodista español (1930-1991), además de una hermosa biografía titulada Vida y misterio de Jesús de Nazaret, dejó entre sus obras literarias un monólogo que lleva por título Las prostitutas os precederán en el reino de los cielos. Es el drama de una meretriz que se dirige a Aquél que proclamó no sólo de palabra, sino con hechos, el amor de Dios a los “últimos”, a los pecadores rechazados por una sociedad hipócrita que los relega al rincón del menosprecio y a la imposibilidad de la redención. 2.- Decir y no hacer es lo mismo que mentir La hipocresía, ligada a la soberbia de quienes se creen mejores que los demás y por eso desprecian a quienes consideran inferiores, es la actitud que más critica Jesús en los Evangelios. Esta actitud era característica de los jefes religiosos judíos en aquel tiempo: los saduceos integrantes de la casta sacerdotal del Templo de Jerusalén, y los doctores de la Ley que pertenecían a la secta de los fariseos, apelativo que significa “separados” o “incontaminados” y que se daban a sí mismos los que presumían de ser santos, y por eso se apartaban de quienes consideraban pecadores. Ya Juan el Bautista los había exhortado a que cambiaran esa actitud, pero ellos lo rechazaron, como también rechazaban ahora a Jesús precisamente porque la soberbia los hacía sordos a este llamado. El hipócrita es un mentiroso. Se la pasa murmurando, condenando, moralizando. Cumple con unos ritos externos, repitiendo “Señor, Señor”, pero sin hacer la voluntad de Dios, que es voluntad de amor (Mateo 7, 21-23). Quienes se creen perfectos y menosprecian a los demás, especialmente a los que no son de su raza, religión, cultura, condición o clase social, esconden una conciencia torcida, envidiosa, llena de intenciones y acciones malévolas. Y suelen ser ellos los mismos que a menudo manifiestan de palabra sus adhesiones a Dios, a la patria, a las instituciones, a la moral, y a la hora de la verdad pelan el cobre: su vida es toda una mentira. Dicen y no hacen (Mateo 23, 3), como el hijo de la parábola que dijo “voy” y no fue. 3.- Andar en la humildad es andar en la verdad   El apóstol san Pablo nos presenta en la segunda lectura una de las descripciones bíblicas más bellas del misterio de la Encarnación de Dios en Jesús de Nazaret: “Él, a pesar de su condición divina, no hizo alarde de su categoría de Dios; al contrario, se despojó de su rango y tomó la condición de servidor, pasando por uno de tantos…”. Por eso, al invitar a los primeros cristianos de la ciudad macedónica de Filipos, ciudad situada al norte de Grecia, a que piensen y actúen como lo hizo Jesús -una invitación también dirigida hoy a cada uno de nosotros-, lo hace en el marco de su exhortación a que se dejen guiar por la humildad. Teresa de Ávila, también conocida como Santa Teresa de Jesús (1515-1582), escribió unos 15 siglos después de Cristo: “andar en la humildad es andar en la verdad”. Porque es precisamente cuando reconocemos con humildad nuestra condición humana necesitada de salvación, cuando nos ajustamos a la verdad de nuestra existencia. Conclusión Dispongámonos pues, desde el reconocimiento sincero de nuestra necesidad de salvación e implorando la fuerza que sólo el Espíritu de Dios nos puede dar, a ser coherentes y realizar en la práctica de nuestra vida cotidiana lo que expresamos al proclamar nuestra fe, y a imitar la actitud misericordiosa de Dios que se nos revela en nuestro Señor

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El mensaje del domingo – 21 de septiembre

XXV Domingo del Tiempo Ordinario, Ciclo A Por: Gabriel Jaime Pérez, S.J. En aquel tiempo dijo Jesús a sus discípulos esta parábola: «El reino de los cielos se parece a un propietario que al amanecer salió a contratar jornaleros para su viña. Después de ajustarse con ellos en un denario por jornada, los mandó a la viña. Salió otra vez a media mañana, vio a otros que estaban en la plaza sin trabajo, y les dijo: -Vayan también ustedes a mi viña, y les pagaré lo debido. Ellos fueron. Salió de nuevo hacia mediodía y a media tarde e hizo lo mismo. Salió al caer la tarde y encontró a otros desocupados, y les dijo: -¿Cómo es que están aquí el día entero sin trabajar? Le respondieron: -Nadie nos ha contratado. Y Él les dijo: -Vayan también ustedes a mi viña.  Cuando oscureció, el dueño de la viña dijo al capataz: -Llama a los jornaleros y págales el jornal, empezando por los últimos y acabando por los primeros. -Vinieron los del atardecer y recibieron un denario cada uno. Cuando llegaron los primeros, pensaban que recibirían más, pero ellos también recibieron un denario cada uno. Entonces se pusieron a protestar contra el amo: -Estos últimos han trabajado sólo una hora, y los has tratado igual que a nosotros, que hemos aguantado el peso del día y el bochorno. Él le replicó a uno de ellos: -Amigo, no te hago ninguna injusticia. ¿No nos ajustamos en un denario? Toma lo tuyo y vete. Quiero darle a este último igual que a ti. ¿Es que no tengo libertad para hacer lo que quiera en mis asuntos? ¿O vas a tener tú envidia porque yo soy bueno? Así, los últimos serán los primeros y los primeros serán los últimos». (Mateo 20, 1-16). Una de las características más notorias de la predicación de Jesús es su insistencia en que la acción salvadora de Dios implica una total gratuidad y se debe por completo a su iniciativa amorosa. Esto quiere decir que nosotros, por buenos y justos que nos creamos, no tenemos por qué exigirle a Él la obligación de pagarnos por lo que hacemos. Este es el mensaje que nos trae el Evangelio de hoy. Meditemos en lo que nos enseña esta parábola, teniendo en cuenta también las otras lecturas del presente domingo [Isaías 55, 6-9; Salmo 142 (141), 2-3. 8-9. 17-18; Filipenses 1, 20c-24. 27]. 1.- Salió a contratar jornaleros para su viña La imagen de la recolección de las uvas había sido empleada por los profetas del Antiguo Testamento para simbolizar la acción de Dios que hizo del pueblo de Israel un campo de siembra del que esperaba frutos buenos y abundantes. Jesús retoma esta imagen para enseñarles que el Reino de Dios consiste en la acción salvadora de Dios mismo que concede la felicidad plena a todos los que acogen su invitación a convertirse y seguir el camino que Él mismo nos ha mostrado a través de su Hijo Jesucristo: el camino del Amor, que es a la vez el reconocimiento de Dios como nuestro Creador y de nuestros prójimos como hijos de Dios, cualquiera que sea su raza, cultura, credo o condición social. 2.- Los primeros pensaban que recibirían más, pero también recibieron un denario A primera vista la forma de proceder del dueño de la hacienda es injusta. ¿Cómo así que a quienes se rompieron el lomo durante todo un día les viene a pagar lo mismo que a los que apenas trabajaron la última hora? Pero la finalidad de esta parábola no es darnos una lección de derecho laboral, sino hacerles ver a quienes se creían “primeros” y consideraban que por el hecho de ser de una raza elegida Dios y por practicar unas normas rituales les debía pagar mucho más que a los otros, lo equivocados que estaban al criticar la acogida que recibían de Jesús aquellos a quienes ellos rechazaban como pecadores. Éstos, que son los “últimos” a quienes se refiere Jesús, eran los publicanos, las prostitutas, los marginados sociales, los excluidos, y en general todas las personas que, desde distintas procedencias, se habían hecho sus discípulos. 3.- “Los últimos serán primeros y los primeros serán últimos” Esta frase de Jesús aparece varias veces en los Evangelios en contextos distintos, pero siempre para hacer referencia a lo que Dios mismo había dicho a través del profeta Isaías, como escuchamos en la primera lectura: “Mis planes no son los planes de ustedes, los caminos de ustedes no son mis caminos… Como el cielo es más alto que la tierra, mis caminos son más altos que los de ustedes, mis planes que los de ustedes”. Ahora bien, esta referencia a los designios de Dios la aplica Jesús a la acogida que Él mismo les brinda a los pecadores que atienden su invitación y se convierten dejándose transformar por la acción de su Espíritu. A esto se refiere a su vez el mismo pasaje de Isaías, en el que Dios dice: “que el malvado abandone su camino y el criminal sus planes; que regrese al Señor, y de él tendrá piedad nuestro Dios, que es rico en perdón”. A tal actitud misericordiosa corresponde precisamente la justicia propia de Dios, la misma que canta el Salmo al proclamar que “El Señor es justo en todos sus caminos, es bondadoso en todas sus acciones”. En otras palabras, la “justicia divina” no es la frialdad condenatoria de un juez implacable, sino la bondad infinita de un Padre compasivo. Conclusión En la segunda lectura bíblica dice el apóstol san Pablo que lo importante es llevar una vida digna del Evangelio de Cristo. Al haber escuchado y meditado el pasaje evangélico de este domingo, dispongámonos a hacer realidad en nuestras actitudes cotidianas las enseñanzas de Jesús, en quien se nos presenta personalmente Dios hecho hombre para mostrarnos su generosidad y su misericordia infinitas. Así como él procede, también debemos proceder nosotros: con una disposición plena a la compasión, totalmente opuesta al orgullo condenador de los

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El mensaje del domingo – 14 de septiembre

XXIV Domingo del Tiempo Ordinario Ciclo A – Septiembre 14 de 2014 Por: Gabriel Jaime Pérez, S.J. En aquel tiempo le preguntó Pedro a Jesús: “Señor, ¿cuántas veces le deberé perdonar a mi hermano si me hace algo malo? ¿Hasta siete?” Jesús le contestó: “No te digo hasta siete veces, sino hasta setenta veces siete. Sucede con el reino de los  cielos lo que con un rey que quiso hacer cuentas con sus funcionarios.  Estaba comenzando a hacerlas cuando le presentaron a uno que le debía muchos millones. Como aquel funcionario no tenía con qué pagar, el rey ordenó que lo vendieran como esclavo, junto con su esposa, sus hijos y todo lo que tenía, para que le quedara pagada la deuda. El funcionario se arrodilló delante del rey y le rogó: ‘Tenga usted paciencia conmigo, y se lo pagaré todo’. El rey tuvo compasión de él, así que le perdonó la deuda y lo puso en libertad. Pero, al salir, aquel funcionario se encontró con un compañero suyo que le debía una pequeña cantidad. Lo agarró del cuello y comenzó a estrangularlo, diciéndole: ‘¡Págame lo que me debes!’ El compañero, arrodillándose delante de él, le rogó: ‘Ten paciencia conmigo y te lo pagaré todo’. Pero el otro no quiso, sino que lo hizo meter en la cárcel hasta que le pagara la deuda. Esto les dolió mucho a los otros funcionarios, que fueron a contarle al rey todo lo sucedido. Entonces el rey lo mando llamar y le dijo: ‘¡Malvado! Yo te perdoné toda aquella deuda porque me lo rogaste. Pues tú también debiste tener compasión de tu compañero, del mismo modo que yo tuve compasión de ti.’ Y tanto se enojó el rey, que ordenó castigarlo hasta que pagara todo lo que debía”. Y Jesús añadió: “Así hará también mi Padre si cada uno de ustedes no perdona de corazón a su hermano.” (Mateo 18, 21-35).  1.- “Si mi hermano me ofende, ¿cuántas veces tengo que perdonarle?”  En el lenguaje bíblico el 7 es un número simbólico que significa plenitud y perfección. Por eso la respuesta de Jesús a Pedro en el Evangelio, significa que es preciso significa que debemos perdonar siempre. De esta forma se supera la llamada ley del talión (ojo por ojo y diente por diente -Éxodo 21, 23-25, Levítico 24, 18-20 y Deuteronomio 19, 21-), que imperaba en las costumbres de aquel tiempo, a pesar de lo que ya dos siglos antes de Cristo había escrito el autor del libro llamado Eclesiástico, del cual está tomada la primera lectura (27, 30 – 28,9): perdona las ofensas a tu prójimo, y se te perdonarán los pecados cuando lo pidas; y a pesar también de los versos del Salmo 103 (102): “El Señor es compasivo y misericordioso, lento a la ira y rico en clemencia… Él perdona todas las culpas… No está siempre acusando ni guarda rencor…”   La ley del talión (del latín talis: tal, semejante) consistía en que a cada agresión le correspondiera una pena igual, y en este sentido, cuando había sido establecida en tiempos de los sumerios y caldeos por el Código de Hammurabi en el siglo18 a.C., significó un avance moral con respecto a la práctica primitiva de la venganza sin límites, consistente en responder con un mal mayor. Pero Jesús avanza mucho más al oponerse a toda forma de venganza, invitándonos a deponer por completo el rencor que podamos sentir ante las ofensas recibidas.  2.- “Toda aquella deuda te la perdoné. ¿No debías tú también tener compasión?” La parábola del funcionario insensible que leemos en el Evangelio de hoy guarda una estrecha relación con la llamada “regla de oro” del comportamiento humano enseñada por Él en su Sermón de la Montaña: “Todo cuanto ustedes desearían de los demás, háganlo con ellos” (Mateo 7, 12). Es la formulación en positivo de lo que siglos atrás habían dicho otros maestros espirituales: “No hagas a los demás lo que a ti te dolería que te hicieran” (Hinduismo, 1500 años a.C.); no hieras a los demás con lo que a ti te hace daño” (Buda, 563-483 a.C.); “no hagas a los demás lo que no quieres que ellos te hagan a ti” (Confucio, 551 – 479 a.C.); “no hagas a nadie lo que no quieras que te hagan” (A.T. , libro de Tobías 4, 15 -300 a.C.-).  Esta regla de oro, inscrita interiormente en la conciencia de todo ser humano, equivale al mandato bíblico formulado en la frase “ama a tu prójimo como a ti mismo” (Levítico 19, 18 / Mateo 22, 39), lo cual implica la exigencia de no devolver mal por mal, que en positivo corresponde a la exigencia  de perdonar al prójimo si uno quiere ser perdonado por Dios. “Ninguno de nosotros vive para sí mismo”, dice el apóstol Pablo en la segunda lectura (Romanos 14, 7-9), invitándonos así superar nuestros egoísmos para orientarnos hacia el cumplimento de la voluntad del Señor, que es voluntad de misericordia y de perdón.  El motivo de fondo de la exhortación de Jesús a perdonar siempre es el mandamiento nuevo que Él mismo daría a sus discípulos la víspera de su muerte en la cruz: “ámense los unos a los otros como Yo los he amado” (Juan 15, 12). Precisamente Jesús es la manifestación personal del amor de Dios, que perdona siempre, y por eso el cumplimiento de este mandato corresponde a su exhortación formulada así en el Evangelio según san Mateo: “sean ustedes perfectos como su Padre celestial es perfecto” (Mateo 5, 48), que equivale a la que encontramos en el Evangelio de Lucas: “Sean  misericordiosos como su Padre es que misericordioso” (Lucas 6, 36). La perfección de Dios es la realización plena de lo Él mismo es, porque Dios es Amor (1 Juan 4, 8.16).  3.- La petición de perdón implica la disposición a perdonar  La Eucaristía es el memorial del sacrificio redentor de Cristo que entregó su vida derramando su sangre por nosotros y por toda la humanidad “para el perdón de los pecados”.

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El mensaje del domingo – 7 de septiembre

XXIII Domingo Ordinario – Ciclo A Septiembre 7 de 2014 Por: Gabriel Jaime Pérez, S. J.   En aquél tiempo dijo Jesús a sus discípulos: “Si tu hermano peca, repréndelo a solas entre los dos. Si te hace caso, has salvado a tu hermano. Si no te hace caso, llama a otro o a otros dos, para que todo el asunto quede confirmado por boca de dos o tres testigos. Si no les hace caso, díselo a la comunidad, y si no hace caso ni siquiera a la comunidad, considéralo como un pagano o un publicano. Les aseguro que todo lo que ustedes aten en la tierra quedará atado en el cielo, y todo lo que desaten en la tierra quedará desatado en el cielo. Les aseguro además que si dos de ustedes se ponen de acuerdo en la tierra para pedir algo, se lo dará mi Padre del cielo. Porque donde dos o tres están reunidos en mi nombre, allí estoy yo en medio de ellos”(Mateo 18,15-20).  El mensaje de este texto del Evangelio se centra en lo que suele llamarse la corrección fraterna, ligada al amor al prójimo y a la reconciliación. Es significativo a este respecto que la instrucción de Jesús a sus discípulos sobre este tema esté situada entre las parábolas de la oveja perdida y del funcionario que no quiso perdonar, y también que en las otras dos lecturas de la liturgia de este domingo encontremos respectivamente la exhortación que nos hace la palabra de Dios a través del profeta Ezequiel a no ser cómplices del pecado (Ezequiel 33, 7-9), y a través del apóstol san Pablo a cumplir la esencia de la ley divina, que consiste en el amor (Romanos 13, 8-10).                                                                   1.- “Si tu hermano peca, repréndelo a solas entre los dos (…)”  Muchos de nosotros hemos pasado seguramente por la experiencia de observar o padecer el mal comportamiento de otras personas. O al revés, por la de ser objeto de determinadas reacciones de los demás cuando nosotros mismos hemos obrado incorrectamente. Jesús nos enseña en el Evangelio cómo debe proceder quien observa o experimenta que su prójimo obra mal.  Toda comunidad necesita que quien ha cometido una falta la reconozca (verdad), tenga la oportunidad de reconciliarse (perdón) y compense el mal que ha ocasionado (reparación). Para que esto sea posible, lo indicado es hablar siempre primero con la persona a la que tenemos que hacerle algún reproche. Y esto porque a ninguno de nosotros nos agrada que alguien a quien hemos incomodado por algo, en lugar de manifestarnos personalmente su incomodidad se dedique a divulgarla inmediatamente.  Lo que Jesús nos enseña es todo lo contrario: al hablar primero con la persona que ha obrado mal, no sólo nos libramos de la complicidad con su mala conducta, sino que además le hacemos un bien al invitarlo a que corrija su error y cambie en adelante su modo de proceder. Claro que hay situaciones en las que, para no convertirme en cómplice y evitar mayores males que afecten a la comunidad, tengo que poner en conocimiento de las autoridades los delitos de los que he sido testigo. Pero, de ordinario, comenzando por dirigirme a la persona o a las personas que han obrado mal, en la medida en que esto sea posible.  2.- “Todo lo que aten en la tierra quedará atado en el cielo, y todo lo que desaten en la tierra quedará desatado en el cielo”  “Atar y desatar” era una expresión usada en aquél tiempo en el sentido de excluir o admitir. Esta frase de Jesús, dicha poco antes en el mismo Evangelio a Simón Pedro en singular (Mateo 16, 19), va dirigida ahora en plural a todos sus discípulos. Ellos iban a constituir la comunidad a la que acababa de referirse con el término griego Ekklesía: la Iglesia convocada por Él mismo, compuesta por todas las personas que lo reconocerían como el Mesías, el Hijo de Dios vivo, y entre las cuales nos contamos hoy los bautizados en su nombre.  En esta misma Iglesia, por la acción del Espíritu Santo, se establecería el Sacramento de la Reconciliación, por el cual todos tenemos la posibilidad de recibir la absolución. Ab-solver significa originariamente des-atar y es el signo por el cual cuando hemos pecado, nos arrepentimos, confesamos nuestras faltas, somos desatados por Dios mismo, a través del sacerdote, de lo que nos encadena al mal, y readmitidos o reincorporados a la comunidad de sus discípulos y a la comunión con Él.  3.- “Donde dos o tres están reunidos en mi nombre, allí estoy yo…”  Esta afirmación de Jesús, relacionada con el poder de la oración en comunidad, podemos también aplicarla a la celebración de los sacramentos. Todos ellos son actos comunitarios a través de los cuales Dios, nuestro Creador, por medio de su Hijo Jesucristo, nos comunica eficazmente su Espíritu Santo. Esto se manifiesta de modo especial en los sacramentos de la Reconciliación y la Eucaristía. En el sacramento de la Reconciliación, entre el sacerdote y el penitente se cumple lo que dice Jesús en el Evangelio: Él se hace presente con su acción salvadora allí donde están las dos personas reunidas en su nombre. Pero también su presencia se manifiesta de un modo particular en las especies consagradas del pan y del vino, cuando la comunidad se reúne en la Eucaristía, al principio de la cual reconocemos públicamente nuestra necesidad de perdón: “yo confieso ante Dios todopoderoso, y ante ustedes hermanos, que he pecado…”. O sea que no basta con reconocer en privado delante de Dios la necesidad de ser perdonados cuando hemos obrado mal, sino que es necesario manifestar también este reconocimiento ante la comunidad, en la que el Señor mismo se hace presente para hacer posible nuestra reconciliación con Él y entre nosotros. Reunidos pues en comunidad -tal como lo estamos cada vez que celebramos la Eucaristía-, sintamos espiritualmente la presencia del Señor, y, con su luz y su auxilio, reconozcamos la necesidad que todos tenemos de

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