Colegio San José Barranquilla

El mensaje del domingo

El Mensaje del Año Nuevo – 1 de enero

Enero 1 de 2012 – Santa María Madre de Dios  Imposición del Nombre de Jesús Jornada Mundial de Oración por la Paz Por: Gabriel Jaime Pérez, S.J.                    En aquel tiempo, los pastores fueron corriendo a Belén y encontraron a María y a José, y al niño acostado en el pesebre. Al verlo, contaron lo que les habían dicho de aquel niño. Todos los que lo oían se admiraban de lo que les decían los pastores. María conservaba todas estas cosas, meditándolas en su corazón.Los pastores se volvieron dando gloria y alabanza a Dios por lo que habían visto y oído; todo como les habían dicho.  Al cumplirse los ocho días, tocaba circuncidar al niño, y le pusieron por nombre Jesús, tal como lo había llamado el ángel antes de su concepción. (Lucas 2, 16-21). 1. Comenzamos el año proclamando a María Santísima como “Madre de Dios” “Madre de Dios” es el título más importante que le ha dado la Iglesia a la Virgen María. En el año 431 d.C., el Concilio de Éfeso -ciudad situada en la actual Turquía, donde según la tradición vivió María después de haber sido encomendada por el Señor desde la cruz al cuidado del apóstol Juan- definió que ella es la Madre de Dios, porque concibió y dio a luz a Jesús, verdadero Dios y verdadero hombre. El texto de la Carta del apóstol Pablo a los Gálatas o primeros cristianos de Galacia -región también situada en la actual Turquía- (Gálatas 4, 4-7), se refiere al Hijo de Dios como “nacido de una mujer” para que también nosotros fuéramos hechos hijos del mismo Dios y pudiéramos llamarlo, movidos por el Espíritu Santo, como lo hacía Jesús: “Abba”, que en arameo significa literalmente papá. También a María el Concilio Vaticano II (1962-1965) la proclamó Madre de la Iglesia, porque al ser madre del Hijo de Dios hecho hombre, lo es espiritualmente de todos los hombres y mujeres que por el bautismo hemos sido incorporados a esta comunidad de fe como hijos de Dios. Por eso podemos decirle no sólo “Santa María, Madre de Dios”, sino también “Madre nuestra”. 2. Comenzamos el año invocando el nombre de Jesús como Dios Salvador El Evangelio de hoy (Lucas 2, 16-21) indica que los bebés hebreos varones recibían su nombre en el rito de la circuncisión a los ocho días de nacidos. Así sucedió con el Niño Jesús, cuyo nombre, como se explica en los relatos de anunciación a María y José, significa Dios salva. En hebreo, el nombre con el que Dios se había revelado doce siglos antes a Moisés –Yahvé, que significa Yo soy-, está contenido en el de Jesús (Yo soy el que salva). A ejemplo de María, que como nos dice el Evangelio, “conservaba todas estas cosas meditándolas en su corazón”, y con la actitud de las gentes sencillas que saben acoger la presencia salvadora de Dios, al invocar a Jesús como Dios mismo que nos salva renovemos nuestra fe iniciando el nuevo año en su nombre, para que la acción sanadora y santificadora de su Espíritu se realice plenamente en todos y cada uno de nosotros, en nuestros hogares y familias, en nuestros lugares de trabajo, en todos los ámbitos de nuestra vida y nuestras relaciones humanas.  3. Comenzamos el año implorando la paz como don de Dios a la humanidad Con la evocación  del cántico de alabanza y de bendición asociado al misterio de la Navidad -“Gloria a Dios en el cielo y paz en la tierra a los hombres que ama el Señor” (Lucas 2,13)-, que actualiza y da su pleno sentido a la fórmula bíblica de bendición del Antiguo Testamento contenida en la primera lectura (Números 6, 22-27), la Iglesia celebra en el primer día del año civil la Jornada Mundial de Oración por la Paz. El Mensaje del Papa Benedicto XVI para la Jornada Mundial de la Paz al comenzar el año 2013 tiene como lema “Bienaventurados los que buscan la paz”. Esta frase, tomada del discurso de las bienaventuranzas de Jesús, cobra especial significadlo para nosotros precisamente cuando se han reiniciado los intentos por conseguir la paz en nuestro país. Este propósito debe estar presente siempre en la vida de todas las personas que queremos seguir a Jesús, y mostrarse con hechos concretos. Al iniciar pues este año 2013, pidámosle al Señor el don de la paz y dispongámonos a hacer lo que nos corresponde para que este don llegue efectivamente a cada uno de nosotros y a toda la humanidad: paz en los corazones, desarmando nuestros espíritus; paz en los hogares, haciendo de cada familia un lugar de convivencia constructiva; paz en nuestro país y en el mundo, como fruto del reconocimiento de la dignidad y de los derechos de todas las personas y de una sincera voluntad de reconciliación. Y compartamos nuestros deseos de paz con la fórmula de bendición contenida en la primera lectura bíblica de la liturgia del 1 de enero: Que el Señor  te bendiga y te guarde; que el Señor ilumine su rostro sobre ti y te sea propicio; que el Señor  te muestre su rostro y te conceda la paz.-

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El Mensaje del Domingo – 30 de diciembre

Domingo siguiente a la Navidad – Ciclo C La Sagrada Familia Por: Gabriel Jaime Pérez, S.J.                 Los padres de Jesús iban todos los años a Jerusalén para la fiesta de la Pascua. Y así, cuando Jesús cumplió doce años, fueron allá todos ellos, como era costumbre en esa fiesta.Pero pasados aquellos días, cuando volvían a casa, el niño Jesús se quedó en Jerusalén, sin que sus padres se dieran cuenta. Pensando que Jesús iba entre la gente, hicieron un día de camino; pero luego, al buscarlo entre los parientes y conocidos, no lo encontraron. Así que regresaron a Jerusalén para buscarlo allí. Al cabo de tres días lo encontraron en el templo, sentado entre los maestros de la ley, escuchándolos y haciéndoles preguntas. Y todos los que lo oían se admiraban de su inteligencia y de sus respuestas. Cuando sus padres lo vieron, se sorprendieron; y su madre le dijo: –Hijo mío, ¿por qué nos has hecho esto? Tu padre y yo te hemos estado buscando llenos de angustia. Jesús les contestó: –¿Por qué me buscaban? ¿No sabían que tengo que estar en la casa de mi Padre?Pero ellos no entendieron lo que les decía. Entonces volvió con ellos a Nazaret, donde vivió obedeciéndoles en todo. Su madre guardaba todo esto en su corazón. Y Jesús seguía creciendo en sabiduría y estatura, y gozaba del favor de Dios y de los hombres. La Iglesia nos invita este domingo inmediatamente posterior a la celebración del nacimiento de Jesús, a meditar sobre la Sagrada Familia compuesta por Él, María y José. Detengámonos en algunos aspectos que nos presentan los textos bíblicos correspondientes, y tratemos de aplicarlos a nuestra vida, cuando en este tiempo de  Navidad cobra especial importancia el sentido de la familia. 1. Volvió con ellos a Nazaret, donde vivió obedeciéndoles en todo El relato que nos trae hoy el Evangelio sobre la pérdida y hallazgo del niño Jesús en el Tempo de Jerusalén contiene un significado simbólico que se relaciona con lo que iba a ser el misterio de su resurrección. En este sentido, la expresión “al cabo de tres días” nos remite a la experiencia pascual que iban a vivir María santísima y los primeros discípulos de Jesús después de su pasión y muerte en la cruz. Esto quiere decir que los relatos de la infancia de Jesús que encontramos en los Evangelios según san Mateo y según san Lucas, y que fueron redactados después de los de la pasión, muerte y resurrección del Señor, se escribieron desde la perspectiva de la vivencia pascual que tuvieron sus primeros discípulos. En el relato de Lucas que corresponde al Evangelio de este domingo, encontramos a Jesús cumpliendo con sus padres María y José la costumbre religiosa de celebrar cada año la fiesta de la Pascua, con la que los judíos conmemoraban la liberación, obrada por Dios, de la esclavitud que habían sufrido sus antepasados en Egipto doce siglos atrás. María y José fueron para ello con su hijo de 12 años desde Nazaret en Galilea hasta la capital de Judea, cuyo centro de culto a Dios era el Templo de Jerusalén. Varios elementos para nuestra contemplación orante podemos encontrar en el relato de la pérdida y hallazgo del niño Jesús en el templo. Centrémonos hoy, con motivo de la fiesta de la Sagrada Familia, en la última  parte del Evangelio, en la cual se nos presenta a Jesús, después de su regreso con María y José a Nazaret, “obedeciéndoles en todo”, y contemplemos el misterio de Dios hecho hombre que, como hijo, da ejemplo de obediencia a sus padres. Pero también contemplemos a María, quien, como nos dice el Evangelio, “guardaba todo esto en su corazón”. Se trata del silencio reverente ante el misterio del desarrollo mental y físico de un niño que, sin dejar de ser Dios, se ha hecho humano hasta el punto de “crecer  en sabiduría y estatura”. 2. Honra a tu padre y a tu madre Tanto la 1ª lectura, tomada de un libro del Antiguo Testamento escrito hacia el año 180 a. C. y llamado de Ben Sirac o Eclesiástico (3, 3-7.14-17 a), como la 2ª, de la carta escrita entre los años 57 y 62 d. C. por san Pablo a la comunidad de los Colosenses (3, 12-21), habitantes de la pequeña población de Colosas, en el Asia Menor, nos recuerdan el cuarto mandamiento de la Ley de Dios: “Honrarás a tu padre y a tu madre”. Ahora bien, en la 2ª lectura encontramos un detalle interesante: la exhortación de Pablo a los padres a que traten a sus hijos como personas que merecen respeto (“padres, no exasperen a sus hijos”), tiene una actualidad especial en nuestro país, donde la violencia intrafamiliar -en especial el maltrato infantil- es una de las manifestaciones más frecuentes de la injusticia social. Así, pues, el cuarto mandamiento de la Ley de Dios no es sólo para los hijos con respecto a sus padres. Implica también que éstos sepan ganarse el respeto de sus hijos, con el testimonio de su ejemplo de buen trato. 3. La Sagrada Familia y la auténtica familia cristiana La segunda lectura nos presenta también todo un programa para la realización de la vida familiar. Resalta en este programa la disposición a la comprensión y  al perdón, indispensable para la armonía entre esposos y entre padres e hijos. Es en el seno de la familia donde se aprende a pedir perdón y a perdonar, con todo lo que ello implica en términos de reconciliación y a la vez de disposición a enmendarse y reparar los males causados. Si no existe en el hogar esta experiencia, muy difícilmente se darán después en la persona las disposiciones necesarias para contribuir a la convivencia pacífica. Pero además el texto bíblico nos presenta una doble referencia a la Acción de Gracias, término que corresponde en griego a la palabra Eucaristía. La Misa de los domingos y días festivos debe ser constante

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El Mensaje de la Navidad – 25 de diciembre

Homilía para la Misa de Navidad Por: Gabriel Jaime Pérez, S.J.                              Por aquel tiempo, el emperador Augusto ordenó que se hiciera un censo de todo el mundo. Este primer censo fue hecho siendo Quirino gobernador de Siria. Todos tenían que ir a inscribirse a su propio pueblo. Por esto, José salió del pueblo de Nazaret, de la región de Galilea, y se fue a Belén, en Judea, donde había nacido el rey David, porque José era descendiente de David. Fue allá a inscribirse, junto con María, su esposa, que se encontraba encinta. Y sucedió que mientras estaban en Belén, le llegó a María el tiempo de dar a luz. Y allí nació su hijo primogénito, y lo envolvió en pañales y lo acostó en el establo, porque no había alojamiento para ellos en el mesón. Cerca de Belén había unos pastores que pasaban la noche en el campo cuidando sus ovejas. De pronto se les apareció un ángel del Señor, y la gloria del Señor brilló alrededor de ellos; y tuvieron mucho miedo. Pero el ángel les dijo: “No tengan miedo, porque les traigo una buena noticia, que será motivo de gran alegría para todos: Hoy les ha nacido en el pueblo de David un salvador, que es el Mesías, el Señor. Como señal, encontrarán ustedes al niño envuelto en pañales y acostado en un establo.” En aquel momento aparecieron, junto al ángel, muchos otros ángeles del cielo, que alababan a Dios y decían: “¡Gloria a Dios en las alturas! ¡Paz en la tierra entre los hombres que gozan de su favor!” (Lucas 2, 1-14). En el Misal Romano la liturgia propone para esta fiesta cuatro misas, cada una con sus propias  lecturas: para el 24 de diciembre la Vespertina de la Vigilia, y para el 25 la de Medianoche, la de la Aurora y la del Día. En mi siguiente reflexión me referiré sólo a las lecturas señaladas para la de Medianoche, que puede celebrarse también desde el 24 en la tarde. Los textos bíblicos de Isaías en la primera lectura (Isaías 9, 1-3.5-6), del apóstol san Pablo en la segunda (Carta a Tito 2, 11-14) y del Evangelio según san Lucas (2,1-14), emplean la imagen de la luz que disipa las sombras para expresar el reconocimiento del niño Jesús nacido en una humilde pesebrera como el Salvador prometido por Dios, y nos invitan a disponernos con nuestra conducta para su venida gloriosa al final de los tiempos, es decir, para cuando nos encontremos definitivamente con Él en la eternidad. 1. La relación de la fiesta de la Navidad con el símbolo de la luz La Biblia no señala la fecha exacta del nacimiento de Jesucristo. Durante los primeros tres siglos de la era cristiana, la Iglesia no dedicó un tiempo especial a la Navidad. Sólo desde el siglo IV, cuando el cristianismo fue establecido como religión oficial con la conversión del emperador Constantino, se empezó a celebrar una liturgia especial la noche del 24 y durante el día 25 del último mes del año para proclamar al niño Jesús nacido como la Luz del mundo, en lugar de la fiesta pagana que se dedicaba al “nacimiento del sol invicto” con motivo del solsticio de invierno. Este es el sentido que desde nuestra fe le damos los cristianos al anuncio profético del llamado “tercer Isaías”: “El pueblo que caminaba en tinieblas vio una luz grande; habitaban tierras de sombras y una luz les brilló”. Lo que este profeta proclamaba refiriéndose al regreso de los israelitas de su destierro en Babilonia en el año 538 antes de Cristo, nosotros lo aplicamos a la manifestación visible de Dios hecho hombre como nuestro Salvador, iniciada con el acontecimiento de la Navidad hace poco más de dos mil años, que hace posible la justicia y la paz en la medida en que acojamos su “buena noticia”. 2. “Y esta es la señal: … un niño envuelto en pañales y acostado en un pesebre” La “buena noticia” -que es lo que precisamente significa la palabra “evangelio”- es precisamente el nacimiento de Jesús. Se trata de una noticia gozosa -“les anuncio una gran alegría”-, que no sólo se expresa ante todo con una alabanza a Dios, sino que implica además una bendición para todos los seres humanos que la reciban con fe, y cobra por ello un significado especial el himno litúrgico del inicio de la celebración eucarística, que resuena con  gozo en la noche de la Navidad: “Gloria a Dios en el cielo y paz en la tierra a los hombres que ama el Señor”. Hay además en el relato evangélico de Lucas un detalle muy significativo: la “señal” por la cual puede verificarse la realización de esa buena noticia es un niño envuelto en pañales y acostado en un establo, en un pesebre. En otras palabras: al Dios que ha venido a salvarnos no hay que buscarlo en las alturas inaccesibles -no obstante la exclamación “Gloria a Dios en el cielo”-, sino en la realidad cercana de lo humano, porque Él mismo ha asumido nuestra propia naturaleza para redimirla. Y no se le encuentra en medio del lujo y la fastuosidad de los palacios, sino en la pobreza, humildad y sencillez de una pesebrera. 3. “Una vida sobria, honrada y religiosa, aguardando la dicha que esperamos” Pero la celebración de la Navidad no debe quedarse para nosotros en una mera contemplación. Debe llevarnos también al compromiso de una existencia vivida de acuerdo con el plan salvador de Dios, que precisamente implica una conducta coherente con nuestra fe en Él. Esto es lo que nos dice San Pablo en la segunda lectura, tomada de su carta a Tito, uno de sus colaboradores en la proclamación de la buena noticia de la salvación “para todos los hombres”. Si nos unimos para dar gloria a Dios en el cielo y desear la paz para toda la humanidad, llevemos esta manifestación a

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El Mensaje del Domingo – 23 de diciembre

IV Domingo de Adviento – Ciclo C Gabriel Jaime Pérez, S.J.                                 En aquellos días, María se puso en camino y fue a prisa a la montaña, a un pueblo de Judá; entró en casa de Zacarías y saludó a Isabel. En cuanto Isabel oyó el saludo de María, saltó la criatura en su vientre. Se llenó Isabel del Espíritu Santo y dijo a voz en grito: “¡Bendita tú entre las mujeres, y bendito el fruto de tu vientre! ¿Quién soy yo para que me visite la madre de mi Señor? En cuanto tu saludo llegó a mis oídos, la criatura saltó de alegría en mi vientre. Dichosa tú que has creído, porque lo que te ha dicho el Señor se cumplirá.” (Lucas 1, 39-45). En este IV y último Domingo del tiempo litúrgico del Adviento, dispongámonos a culminar nuestra preparación para la celebración del Nacimiento de nuestro Señor Jesucristo, meditando sobre lo que nos dice la Palabra de Dios en el Evangelio y teniendo en cuenta también las demás lecturas bíblicas [Miqueas 5, 1-4; Sal 80 (79); Hebreos 10, 5-10]. En el Evangelio resalta la figura de María, la madre de Jesús, Madre de Dios hecho hombre. Con ella culmina un largo proceso de preparación en la historia de la salvación para que se hiciera realidad el misterio de la Encarnación. Su fe, su esperanza y su disponibilidad total para cumplir la voluntad de Dios, son destacadas especialmente en el Evangelio de Lucas. Centrémonos en tres frases del relato de este Evangelio escogido para hoy, y veamos cómo podemos aplicarlas a nuestra vida. 1. “María se puso en camino” Lo primero que se le ocurre a María después de haber recibido en la Anunciación la noticia de que su prima Isabel lleva seis meses de embarazo, es ir a visitarla. De esta forma,  la que se acaba de reconocer a sí misma como la servidora del Señor, pone inmediatamente en práctica lo que ha dicho, mostrando con su modo de obrar que servir a Dios es ponerse al servicio del prójimo, especialmente de quienes pueden estar más necesitados. María debió recorrer unos ciento cincuenta kilómetros desde Nazaret, en Galilea, al norte de Israel, hasta una pequeña población de Judea llamada Aim-Karim, situada en la montaña a unos tres kilómetros de Jerusalén. El recorrido solía durar cuatro o cinco días, empleando el medio de transporte más común de aquella época entre los pobres, que era el asno, pues el camello y el caballo eran para los más pudientes. Al imaginar a María en camino, unámonos espiritualmente a ella y pidámosle que con su intercesión nos alcance del Señor una auténtica disposición a servir, poniéndonos nosotros también en camino hacia donde están las personas que pueden en este momento estar necesitando de nuestra solidaridad, de nuestra ayuda, de nuestra compañía en medio de situaciones difíciles. 2. “¡Bendita tú entre las mujeres y bendito el fruto de tu vientre!” La Iglesia ha consagrado esta exclamación de Isabel en la oración que conocemos con el nombre de Avemaría y que, quienes fuimos educados desde niños en la fe cristiana católica, aprendimos de nuestras madres. Esta oración, en su primera parte, está compuesta por el saludo del Ángel Gabriel en el relato de la Anunciación y la doble bendición de Isabel. Repitámosla interiormente tomando conciencia de su contenido, de modo que se constituya en nosotros como una especie de mantra, es decir, una expresión mediante la cual, al repetirla una y otra vez, el Espíritu Santo nos vaya disponiendo a cumplir como María  la voluntad de Dios en nuestra vida. El Santo Rosario, al que podemos precisamente considerar como una oración “mántrica”, tiene como uno de sus misterios gozosos el de la Visitación de María a su prima Isabel. De ordinario corremos el peligro de recitar maquinalmente unas fórmulas sin sentir de verdad lo que decimos. Al evocar hoy el saludo de Isabel a María Santísima, dispongámonos a rezar el Ave María en una tónica de meditación y contemplación que nos lleve a identificarnos con el sentido profundo de este misterio. 3. “Dichosa tú que has creído, porque lo que te ha dicho el Señor se cumplirá” Esta última frase de Isabel constituye un reconocimiento de la actitud de fe y de esperanza en Dios, de la cual María Santísima es el ejemplo máximo. María es ejemplo de fe y de esperanza, porque creyó siempre en que Dios cumpliría sus promesas de salvación, expresadas, entre otros textos bíblicos, en la profecía de Miqueas que corresponde a la primera lectura de este domingo. Belén era la más pequeña de las aldeas de Judá, en donde había nacido David para convertirse, de un sencillo pastor, en el rey de Israel. Nosotros reconocemos en Jesús, nacido en Belén, al descendiente de David anunciado por los profetas. La fe y la esperanza de María van plenamente unidas a una total disponibilidad para cumplir la voluntad de Dios, que es voluntad de amor. Ella se llamó a sí misma la servidora del Señor y nos mostró que el amor a Dios es inseparable del amor al prójimo. La segunda lectura de este domingo, tomada de la carta a los Hebreos en el Nuevo Testamento, nos presenta la disposición de Jesús a cumplir la voluntad de Dios como el único “sacrificio” válido, que remplazaría las antiguas ofrendas de animales propias del Antiguo Testamento. “Aquí estoy para hacer tu voluntad”. Esta frase, que el texto bíblico pone en boca del Mesías prometido, tiene una significativa relación con la respuesta de María en la Anunciación: “Aquí está la servidora del Señor”. Renovemos nuestra fe y nuestra esperanza en Dios, particularmente al culminar el Adviento y celebrar las fiestas de la Navidad, con una sincera disposición a cumplir la voluntad de Dios en nuestra vida. Para cumplirla es necesario antes conocerla, y sólo podremos conocerla si hacemos silencio interior y escuchamos con atención su Palabra, dejándonos interpelar

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El Mensaje del Domingo – 16 de diciembre

III Domingo de Adviento – Ciclo C P. Gabriel Jaime Pérez, S. J.                                             En aquel tiempo, al acercarse a Juan para recibir su bautismo, la gente le preguntaba: “¿Entonces qué debemos hacer?” Él contestó: “El que tenga dos túnicas, que se las reparta con el que no tiene; y el que tenga comida, haga lo mismo”. Llegaron también a bautizarse unos publicanos o cobradores de impuestos y le preguntaron: “¿Maestro, qué debemos hacer nosotros?” El les contestó: “No exijan más de lo establecido”. Unos soldados le preguntaron: “¿Y qué debemos hacer nosotros?” El les contestó: “No hagan extorsión ni se aprovechen de nadie, sino conténtense con su salario”. El pueblo estaba en expectación, y todos se preguntaban si Juan no sería el Mesías; él tomó la palabra y les dijo a todos: “Yo los bautizo a ustedes con agua; pero viene uno que puede más que yo, y no merezco desatarle la correa de sus sandalias. Él los bautizará con el Espíritu Santo y con fuego; trae su aventador en la mano para limpiar el trigo y separarlo de la paja; guardará el trigo en su granero, pero quemará la paja en un fuego que nunca se apagará”. Añadiendo muchas otras cosas, exhortaba a la gente y anunciaba la Buena Noticia (Lucas 3,10-18). En el mensaje que para este tercer domingo de Adviento nos trae la Palabra de Dios (Sofonías 3,14-18; Cántico de Isaías 12, 2-6; Filipenses 4, 4-7; Lucas 3,10-18), podemos identificar tres notas características de lo que la Sagrada Escritura expresa como la Buena Noticia comunicada por Dios a toda la humanidad. Veamos cuáles son. 1. La Buena Noticia es que Dios en persona viene a salvarnos El término “eu-angelion”, que significa “buena noticia” o “buena nueva”, es empleado por primera vez, en la traducción griega del Antiguo Testamento, en un texto del libro de Isaías escrito hacia el siglo VI antes de Cristo. “¡Qué hermosos son sobre los montes los pies del mensajero que anuncia la paz y trae buenas nuevas, que anuncia la salvación y dice a Sión: ‘¡Ya reina tu Dios’! ” (Isaías 52, 7). Unos seis siglos después de este texto del libro de Isaías, el mismo término es empleado por los escritos del Nuevo Testamento llamados precisamente Evangelios. Así san Marcos (1,1), al iniciar su relato, lo titula Evangelio de Jesucristo, Hijo de Dios. San Mateo (4, 23), por su parte lo llama Evangelio del Reino, para indicar así que Jesús, como Dios hecho hombre, vino a salvar a la humanidad haciendo presente en la historia humana el “Reino delos Cielos”, que es lo mismo que decir “Reino de Dios”. Y cuando la palabra “Evangelio” aparece por primera vez en el de Lucas indicando el contenido de la predicación de Juan Bautista -como acabamos de escucharlo en el pasaje evangélico de este domingo-, lo que nos da a entender es que este contenido es, en definitiva, la persona de Jesús, cuyo nombre significa “Yahvé salva”, y quien constituye en sí mismo el cumplimiento y el contenido de los antiguos anuncios proféticos. 2. La Buena Noticia nos invita a estar siempre “alegres en el Señor” Lo que más resalta como elemento común en las lecturas bíblicas de este domingo es que la Buena Noticia proveniente de Dios es un motivo de alegría. En el pasaje del libro de Isaías anteriormente mencionado, como también en los otros textos bíblicos correspondientes a la primera lectura y al cántico responsorial,  la tónica predominante es una invitación al júbilo, al gozo por el acontecimiento de la liberación del destierro en Babilonia: “Regocíjate, grita de júbilo (…), alégrate de todo corazón” (primera lectura, del profeta Sofonías). “Sacarán aguas con gozo de las fuentes de la salvación…; griten jubilosos” (Cántico tomado del libro de Isaías). En el Nuevo Testamento, el motivo del gozo es la presencia salvadora de Jesucristo, a quien sus primeros discípulos reconocieron como “el Señor”: “Estén siempre alegres en el Señor; les repito, estén siempre alegres” (segunda lectura, de la carta a los Filipenses). En esta exhortación del apóstol Pablo hay dos detalles que caracterizan la alegría propia de quienes acogen debidamente la Buena Noticia: por una parte, se trata de una alegría en el Señor, que es la verdadera -no la falsa y aparente de quienes, alejándose de Dios, buscan satisfacer sus impulsos instintivos en los excesos del licor y de las pasiones materiales-; y por otra, es una alegría permanente, no fugaz como los goces mundanos que desconocen los valores espirituales. 3. La Buena Noticia nos invita a la renovación de la gracia recibida en el bautismo Juan distinguía entre el bautismo realizado por él y el que iba a realizar nuestro Señor Jesucristo. El de Juan era un rito que, como lo decía él mismo al responder a quienes le preguntaban qué debían hacer, implicaba la disposición a compartir lo que se tiene con los desposeídos, a obrar honradamente, a respetar a todas las personas y así estar preparados para recibir al Señor que viene. El bautismo de Jesús sería el sacramento o signo sensible del inicio de su acción salvadora y transformadora en cada persona que acogiera la Buena Noticia presente en Él, en sus enseñanzas y en su misma vida ordenada por entero al cumplimiento de la voluntad de Dios. Y el contenido de la voluntad de Dios es el mismo que indicaba Juan Bautista, pero ya no desde la expectativa del Salvador que vendrá, sino desde la fe en Jesucristo que en el sacramento del Bautismo nos ha comunicado su Espíritu y así nos hace posible compartir nuestros bienes con el pobre, reconocer eficazmente la dignidad y los derechos de todos y colaborar activamente en la construcción de la paz. En conclusión, acoger la Buena Noticia es acoger al propio Jesucristo en nuestra vida, lo cual exige de nosotros una disposición a dejarnos purificar de nuestro egoísmo y de nuestras inclinaciones desordenadas, dejando que actúe en

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El Mensaje del Domingo – 9 de diciembre

II Domingo de Adviento – Ciclo C  Por: Gabriel Jaime Pérez, S.J.                                        En el año quince del imperio de Tiberio César, siendo Poncio Pilato procurador de Judea, y Herodes tetrarca de Galilea; Filipo, su hermano, tetrarca de Iturea y de Traconítide, y Lisanias tetrarca de Abilene; en el pontificado de Anás y Caifás, fue dirigida la palabra de Dios a Juan, hijo de Zacarías, en el desierto. Y se fue por toda la región del Jordán proclamando un bautismo de conversión para el perdón de los pecados, como está escrito en el libro de los oráculos del profeta Isaías: “Una voz clama en el desierto: Preparen el camino del Señor, enderecen sus sendas;  todo barranco será rellenado, todo monte y colina será rebajado, lo tortuoso se hará recto y las asperezas serán caminos llanos. Y todos verán la salvación de Dios” (Lucas 3, 1-6).  1. Dios se comunica en la historia humana El Evangelio que acabamos de leer sitúa en una época específica de la historia humana el inicio de la predicación de Juan el Bautista, precursor de Jesús. El relato comienza haciendo referencia a la situación de dependencia política de la provincia de Judea, cuya capital era Jerusalén, sometida al imperio romano, para ubicar la acción de Juan que predicaba  en el desierto, a orillas del río Jordán: “un bautismo de conversión para el perdón de los pecados”. Recordemos que, en su significado ritual originario, bautizarse era sumergirse en el agua del río, que simboliza el torrente de la vida, para salir  vitalmente renovado. También hoy, en este preciso momento de la historia presente, en este tiempo litúrgico del Adviento, comenzando el último mes del año 212 y estando próximas las fiestas de Navidad, la palabra de Dios nos invita a reconocer la necesidad de convertirnos, rectificando nuestro comportamiento en todo lo que implica seguir el camino que nos conduce a Él, para que así se renueve en nosotros la vida espiritual que un día recibimos en nuestro bautismo. 2. “Preparen el camino del Señor” En nuestro lenguaje contemporáneo solemos emplear el término “voz que clama en el desierto” para referirnos a un  mensaje que nadie escucha o que no es tomado en cuenta. Sin embargo, el significado original de esta expresión, que el Evangelio toma del profeta Isaías (40, 3-5) para aplicarla a la predicación de Juan el Bautista en el desierto de Judea, es el de un anuncio que proviene de Dios y llega a todos los hombres y mujeres de buena voluntad. Tanto esta profecía de Isaías a la que hace alusión el Evangelio, como la evocada en la primera lectura (Baruc 5, 1-9), se habían escrito cinco siglos y medio antes de Jesucristo, cuando los judíos se preparaban para emprender el camino de regreso a Jerusalén después de su destierro en Babilonia. La liberación de aquel cautiverio en el que habían permanecido durante cuarenta años, fue precisamente el origen del Salmo 126 [125], que este domingo se propone como salmo responsorial y en el cual se expresa la esperanza en Dios, que para quienes sufren y se acogen a Él puede cambiar la tristeza en alegría, el llanto en canciones de gozo En el texto del profeta Baruc, es Dios mismo quien “ha ordenado que sean rebajados todo monte elevado y los collados eternos, y colmados los valles hasta allanar la tierra, para que Israel marche en seguro”. En el de Isaías, evocado por el Evangelio, hay una exhortación específica a que los beneficiarios de la acción liberadora de Dios colaboren activamente en la preparación del camino. En efecto, la traducción de este pasaje en la versión titulada “Biblia de Jerusalén” dice así: “Una voz clama: ‘En el desierto  abrid el camino a Yahvé, trazad en la estepa una calzada recta a nuestro Dios’…”. En todo caso, se trata de una imagen simbólica para indicar que el camino que conduce al reencuentro con Dios es necesario no sólo recorrerlo sino rehacerlo, allanando los senderos y enderezando lo torcido. Hoy diríamos, repitiendo el verso de los “Cantares” del poeta Antonio Machado, que tan bellamente llevó Joan Manuel Serrat a la música: “Caminante, no hay camino; se hace camino al andar”… 3. “Y todos verán la salvación de Dios” El texto del Evangelio de hoy termina con esta frase de la cita del profeta Isaías, que constituye una promesa para quienes efectivamente se dispongan a encontrarse con Dios, rectificando lo que hay que rectificar, corrigiendo lo que hay que corregir. “Ver la salvación de Dios” es, en el sentido más profundo de este texto bíblico, experimentar vitalmente su acción liberadora, que Él ha querido realizar por medio de Jesús, Dios hecho hombre, Hijo de Dios e Hijo del hombre -como Jesús mismo solía llamarse-, cuyo nacimiento nos disponemos a celebrar una vez más al terminar este año 2012. El tiempo litúrgico del Adviento en el cual nos encontramos no sólo se refiere a la primera venida de Jesús hace poco más de 20 siglos, sino que implica también una esperanza activa en su venida gloriosa y definitiva al final de los tiempos, que para cada uno de nosotros será el momento de nuestro encuentro con Él cuando pasemos a la eternidad. En la segunda lectura de este domingo (Filipenses 1, 4-6.8-11), el apóstol san Pablo les dice a los primeros cristianos de la ciudad de Filipos, ciudad situada en Macedonía, al norte de Grecia, unas palabras que también vienen dirigidas hoy a nosotros y que constituyen una plegaria a la cual podemos unirnos aquí y ahora: “Pido en mi oración que el amor de Cristo Jesús siga creciendo más y más en ustedes (…). Así podrán vivir una vida limpia y avanzar sin tropiezos hasta el día en que Cristo vuelva (…)”. Preparémonos, pues, para que en las fiestas de Navidad podamos realmente ver la salvación que quiere realizar el Señor en cada uno y cada una de

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El Mensaje del Domingo – 2 de diciembre

I Domingo de Adviento – Ciclo C – Dic 2 de 2012 Por: Gabriel Jaime Pérez, S.J.                                                   Estando Jesús junto al templo de Jerusalén, y habiéndole preguntado sus discípulos acerca de las cosas que Él anunciaba que iban a suceder en el futuro, les dijo: Habrá señales en el sol, en la luna y en las estrellas; y en la tierra, angustia de las gentes, perplejas por el estruendo del mar y de las olas, muriéndose los hombres de terror y de ansiedad por las cosas que vendrán sobre el mundo; porque las fuerzas de los cielos serán sacudidas. Y entonces verán venir al Hijo del hombre en una nube con gran poder y gloria. Cuando empiecen a suceder estas cosas, cobren ánimo y levanten la cabeza, porque se acerca su liberación. Guárdense de que no se hagan pesados sus corazones por el libertinaje, la embriaguez y las preocupaciones de la vida, y venga aquel día de improviso sobre ustedes, como un lazo; porque vendrá sobre todos los que habitan la faz de la tierra. Vigilen, pues, orando en todo tiempo, para que tengan fuerza y escapen a todo lo que está por venir y puedan estar en pie delante del Hijo del hombre. (Lucas 21, 25-28. 34-36). Comienza hoy un nuevo ciclo litúrgico anual con el Adviento, nombre proveniente del vocablo latino Adventus, que significa advenimiento o venida. La petición del Padrenuestro en la que decimos venga a nosotros tu Reino, es especialmente significativa en este tiempo correspondiente a 4 domingos, durante el cual nos preparamos para celebrar en la Navidad la venida de Dios hecho hombre a la tierra. 1. Un tiempo en el que se nos invita a la conversión Una costumbre tradicional para expresar el espíritu de este tiempo es la llamada Corona del Adviento, un círculo de ramas verdes del que surgen cuatro velas,  tres de ellas moradas -color que se emplea por esta época en los ornamentos litúrgicos y que representa la actitud de conversión con la que debemos prepararnos para celebrar la Navidad- y una blanca -color que significa alegría por la llegada y la presencia de Jesús con su nacimiento-. Cada domingo se va prendiendo una vela, hasta encender la blanca que simboliza a Cristo, Luz del mundo que nos libra de la oscuridad espiritual. Este símbolo, que se suele usar en muchas iglesias y podemos hacerlo también en nuestros hogares, es una forma significativa de expresar el espíritu del Adviento, tiempo en el que se nos invita a la conversión, a la esperanza y a la vigilancia. El libro del profeta Jeremías nos presenta en la primera lectura (33, 14-16) un anuncio del Mesías prometido, descendiente del rey David, cuya misión sería, como en efecto lo fue, proclamar y poner en práctica la justicia con todo lo que ella implica: el reconocimiento  efectivo de la dignidad y los derechos de todos los seres humanos, empezando por los más débiles y excluidos. Por eso el tiempo del Adviento es una ocasión muy propicia para revisar nuestra vida, examinando nuestras actitudes y comportamientos con respecto al seguimiento de eso mismo que Jesús proclamó y nos invita a nosotros a poner también en práctica, y para expresar nuestra disposición de convertirnos a Dios y dejarnos llenar del Espíritu Santo mediante el Sacramento de la Reconciliación. 2.- Un tiempo en el que se nos invita a la esperanza La venida de Dios hecho hombre a la tierra no es sólo un hecho que sucedió hace poco más de 20 siglos con el nacimiento de Jesús. Él sigue llegando a cada persona dispuesta a recibirlo. Cada vez que celebramos la Eucaristía repetimos después de la consagración la misma invocación con que los primeros cristianos expresaban la esperanza en su venida gloriosa y que quedó escrita al final del Nuevo Testamento en el penúltimo versículo del Apocalipsis: ¡Ven, Señor Jesús! (22, 20). De modo similar, en la novena de la Navidad que pronto volverá a resonar con sus gozos, le decimos al Señor: Ven a nuestras almas, ven no tardes tanto. Expresamos así nuestra esperanza en el Reino de Dios, que ya vino en la persona de Jesús, que sigue llegando a nosotros cuando lo recibimos en  la comunión, y que se manifestará plenamente en su venida gloriosa al final de los tiempos. Para cada uno de nosotros, el final de los tiempos será el momento de nuestro paso de la vida presente a la eternidad. Mientras tanto, tenemos que experimentar los problemas propios de esta vida presente. El lenguaje de la Biblia llamado apocalíptico describe el paso de este mundo al futuro con las imágenes simbólicas de un cataclismo universal, pero no para que nos sumamos en una actitud pesimista, sino para que, animados por nuestra esperanza, y escuchando lo que nos dice Jesús en el Evangelio -“levanten la cabeza, porque se acerca su liberación”-, en lugar de andar tristes y cabizbajos levantemos nuestra mirada hacia nuestro Salvador que viene a liberarnos de las cadenas del egoísmo y de todo cuanto nos oprime, y como dice el apóstol san Pablo en la segunda lectura, estemos bien preparados para “el día en que venga Jesús, nuestro Señor” (Tesalonicenses 3, 12 – 4,2).  3.- Un tiempo en el que se nos invita a la vigilancia El tiempo de las fiestas de Navidad, que la publicidad comercial inicia incluso desde antes del Adviento con sus anuncios y decoraciones, suele ser para muchos un tiempo de rumba en el que abunda el licor  y se multiplican los afanes materiales, mientras lo que verdaderamente significa la conmemoración del nacimiento y la infancia de Jesús pasa a un segundo plano o simplemente desaparece. Frente a este olvido del sentido auténtico del Adviento y la Navidad, la palabra de Dios nos invita a estar vigilantes para no dejarnos encadenar por el libertinaje, la embriaguez o el ajetreo de

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El Mensaje del Domingo – 25 de noviembre

Domingo XXXIV – del Tiempo Ordinario – Ciclo B  Por: Gabriel Jaime Pérez, S.J.             SOLEMNIDAD DE NUESTRO SEÑOR JESUCRISTO, REY DEL UNIVERSO  En aquel tiempo, después de haber llevado los jefes religiosos judíos a Jesús al despacho del gobernador Poncio Pilatos, éste le dijo a Jesús: -¿Eres tú el Rey de los judíos? Respondió Jesús: -¿Dices eso por tu cuenta, o te lo han dicho otros de mí? Pilato respondió: -¿Acaso soy yo judío? Tu pueblo y los sumos sacerdotes te han entregado a mí. ¿Qué has hecho? Respondió Jesús: -Mi Reino no es de este mundo. Si mi Reino fuera de este mundo, mi gente habría combatido para que yo no fuese entregado a los judíos; pero mi Reino no es de aquí. Entonces Pilato le dijo: -¿Luego tú eres Rey? Respondió Jesús: -Sí, como dices, soy Rey. Yo para esto he nacido y para esto he venido al mundo: para dar testimonio de la verdad. Todo el que es de la verdad, escucha mi voz. (Juan 18, 33-37).  La fiesta de Nuestro Señor Jesucristo Rey del Universo, instituida en 1925 por el Papa Pío XI y que se celebra el último domingo del tiempo ordinario del año litúrgico, proclama la soberanía de Jesús sobre todos los poderes de la tierra. Veamos qué significa esta celebración para nuestra vida, a la luz del Evangelio -que corresponde al relato de la Pasión de Jesús según San Juan- y de las demás lecturas bíblicas de hoy [Daniel 7, 13-14; Sal. (93) 92, 1-5; Apocalipsis 1, 5-8]. 1. “¿Dices eso por tu cuenta, o te lo han dicho otros de mí?” Muchas veces hemos rezado el Credo en el que proclamamos nuestra fe en Jesucristo como nuestro Señor. Siempre que lo llamamos Señor estamos diciendo que es Rey, porque ese es el significado del término griego Kyrios (Señor), con el cual los primeros discípulos comenzaron a referirse y dirigirse a Él después de su resurrección.  Lo mismo sucede cuando lo llamamos Cristo; este título proviene también del griego y corresponde al término Mesías, procedente del hebreo, que significa “Ungido” y era aplicado desde el Antiguo Testamento a quien era consagrado por Dios para ser rey. Los Evangelios de Mateo, Marcos y Lucas nos cuentan que poco antes de comparecer ante Pilato, en el remedo de juicio que le había montado a Jesús el sanedrín judío, cuando el sumo sacerdote le preguntó si era el Mesías, el Hijo de Dios (otro título que en la tradición hebrea se aplicaba únicamente al Rey), Él había respondido: “Tú lo has dicho, y (…) verán ustedes al Hijo del Hombre sentado a la derecha del Todopoderoso y viniendo en las nubes del cielo” (Mateo 26, 64 y paralelos en Marcos y Lucas). Este otro apelativo con el que Jesús se llamaba frecuentemente a sí mismo, evoca la profecía de Daniel que nos trae hoy la primera lectura y que también se relaciona con la soberanía del Mesías prometido: “Y he aquí que en las nubes del cielo venía como un Hijo de Hombre. Se dirigió hacia el anciano y fue llevado a su presencia. A él se le dio imperio, honor y reino, y todos los pueblos, naciones y lenguas le sirvieron. Su imperio es un imperio eterno, que nunca pasará, su reino no será destruido jamás”. Ahora bien, cuando nosotros empleamos los títulos bíblicos que se refieren a la soberanía de Jesús, ¿somos realmente conscientes de los que decimos? ¿Estamos de veras convencidos del señorío de Jesús sobre el universo, y más concretamente sobre nuestra propia vida? Si nuestra respuesta es que sí lo estamos, toda nuestra existencia debe ser una entrega completa y constante al cumplimiento de su voluntad. 2. “Mi Reino no es de este mundo…” Jesús había proclamado con hechos y palabras que el Reino de Dios estaba cerca. Cuando Él hablaba de “Dios” se refería a quien llamaba “mi Padre”, el mismo a quien había enseñado a sus discípulos a invocar como “Padre nuestro”, diciéndole “venga a nosotros tu reino” y “hágase tu voluntad en la tierra como en el cielo”. Ahora, dirigiéndose al representante del emperador romano en Judea, Jesús le dice  que  su Reino no es de este mundo, manifestando así que Él participa plenamente de la soberanía universal de Dios Padre, la cual difiere de los imperios terrenales. En el lenguaje del evangelista Juan, el mundo significa específicamente todo cuanto se opone al proyecto salvador de Dios. Por eso la frase mi Reino no es de este mundo, en lugar de ser entendida como si se tratara de un reinado etéreo sin nada que ver con las realidades concretas de la historia humana,  tiene que ser comprendida en su auténtico sentido. Jesús había predicado que el Reino de Dios o de los Cielos les pertenece a quienes tienen hambre y sed de justicia y se esfuerzan por construir la paz, es decir, a quienes se esfuerzan por contribuir a que podamos todos convivir sin que nadie pretenda dominar, oprimir o explotar a los demás, como suelen hacerlo los poderosos de este mundo. Él había procurando evitar que se confundiera su soberanía con los poderes del mundo, no dejándose proclamar Rey después de la multiplicación de los panes (Juan 6, 15), y les dijo claramente a sus discípulos que Él, siendo el Maestro y el Señor, no había venido a ser servido, sino a servir. En otras palabras, el Reino de Cristo no es un poder dominador y opresor, sino la soberanía del Amor en su significado más completo. 3. “Para esto he nacido y venido al mundo: para dar testimonio de la verdad” Es significativo que la respuesta de Jesús a Pilato termine con una frase que se refiere a “la verdad”. Esto concuerda con lo que dice el libro del Apocalipsis en la segunda lectura, al llamar a Jesucristo “el Testigo fiel”: aquél que da un testimonio veraz, transparente, del proyecto creador y salvador de Dios sobre la humanidad. Además, Jesús

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El Mensaje del Domingo – 18 de noviembre

Domingo XXXIII del Tiempo Ordinario – Ciclo B – Noviembre 18 de 2012 Por: Gabriel Jaime Pérez, S.J.                    En aquel tiempo dijo Jesús a sus discípulos: “En aquellos días, después de una gran angustia, el sol se hará tinieblas, la luna no dará su resplandor, las estrellas caerán del cielo, los astros se tambalearán. Entonces verán venir al Hijo del hombre sobre las nubes con gran poder y majestad; enviará a los ángeles para reunir a sus elegidos de los cuatro vientos, de horizonte a horizonte. Aprendan de esta parábola de la higuera: Cuando las ramas se ponen tiernas y brotan las yemas, ustedes deducen que el verano está cerca; pues cuando vean suceder esto, sepan que Él está cerca, a la puerta.  Les aseguro que no pasará esta generación antes de que todo se cumpla. El cielo y la tierra pasarán, mas mis palabras no pasarán; aunque el día y la hora nadie los sabe, ni los ángeles del cielo ni el Hijo, sólo el Padre” (Marcos 13, 24-32). En este pasaje del Evangelio, situado en el contexto de las exhortaciones finales a sus discípulos, Jesús emplea un género literario llamado “apocalíptico” -término proveniente del griego apocalipsis, que significa revelación o acción de remover el velo que oculta los acontecimientos futuros-. Y valiéndose de una comparación tomada de la experiencia agrícola, con la parábola de la higuera nos invita a descubrir en los acontecimientos la acción salvadora de Dios, mostrándonos que este mundo es transitorio y por eso debemos estar preparados para cuando nos llegue el momento de pasar a lo que llamamos  “la vida eterna”. Reflexionemos sobre lo que el Señor nos enseña en este pasaje, teniendo en cuenta también las otras lecturas bíblicas de este domingo: Daniel 12, 1-3; Salmo 16 (15); Carta a los Hebreos 10, 11-14.18. 1. “Verán venir al Hijo del Hombre… con gran poder y majestad” En otro lugar distinto del que corresponde a la primera lectura de hoy, pero también propio del libro del profeta Daniel -escrito  en su redacción final hacia el año 165 antes de Cristo-, se narra una visión simbólica igualmente propia del género apocalíptico y que contiene una profecía referente al Mesías prometido: “Vi venir en las nubes del cielo como un Hijo de hombre (…). Le dieron poder real y dominio: todos los pueblos, naciones y lenguas lo respetarán. Su dominio es eterno y no pasa, su reino no tendrá fin” (Daniel 7, 11-14). Esta parece ser la razón por la que Jesús en los Evangelios se llama a sí mismo  “el Hijo del hombre”. En este mismo contexto, la primera lectura de hoy (Daniel 12, 1-3) nos presenta una visión simbólica de lo que será el fin del mundo y el juicio final, en la que aparece el arcángel Miguel, cuyo nombre en hebreo significa “Quién como Dios”, y se hace referencia al triunfo definitivo del bien sobre el mal. Este triunfo es anunciado en el pasaje evangélico de hoy, en el que Jesús, hablándoles a sus discípulos en el Monte de Los Olivos, desde donde se podía ver el Templo de Jerusalén, pocos días antes de su pasión y muerte en la cruz les anuncia a sus discípulos lo que será “el fin del mundo”. El mismo pasaje del libro de Daniel en la primera lectura dice que al final de los tiempos todos los seres humanos resucitarán: los justos para una vida eternamente feliz, y quienes se hayan empecinado en el mal para el sufrimiento eterno. En el Evangelio, a su vez, Jesús anuncia que enviará a los ángeles para reunir a sus elegidos de los cuatro vientos, de horizonte a horizonte. Por eso la esperanza cristiana implica una actitud de alerta para que no nos sorprenda desprevenidos el momento de nuestro encuentro con Cristo resucitado al terminar nuestra existencia terrena. 2. “Sepan que Él está cerca, a la puerta” Los primeros discípulos de Jesús y quienes empezaron a formar junto con ellos la Iglesia primitiva, pensaban que estaba muy próximo eso que nosotros llamamos “el fin del mundo,” y con él lo que el Nuevo Testamento denomina en griego la “parusía”: la venida gloriosa y definitiva de Jesucristo resucitado, que dará comienzo a un orden nuevo. Sin embargo, la creencia inicial en que aquello sucedería en medio de un cataclismo cósmico inminente, fue cambiando hacia una fe madura unida a la esperanza paciente en la victoria final del bien sobre el mal gracias al poder de Dios. La oración que en la Misa sucede al Padre Nuestro, en la que le pedimos a Dios que nos libre de todos los males “mientras esperamos la gloriosa venida de nuestro Salvador Jesucristo”, termina con esta frase: “Tuyo es el reino, tuyo el poder y la gloria por siempre, Señor”. Así expresamos la esperanza en que la vida triunfará sobre la muerte, y un orden nuevo y futuro de justicia, de amor y de paz sucederá al desorden establecido actual de la injusticia, el odio y la violencia. Este es el sentido de lo que dice la segunda lectura de este domingo, al afirmar que nuestro Señor Jesucristo “está sentado a la derecha de Dios y espera el tiempo que falta hasta que sus enemigos sean puestos como estrado de sus pies”. Reafirmemos pues nuestra esperanza en este triunfo definitivo de Cristo resucitado sobre todos los poderes del mal. 3. “El cielo y la tierra pasarán, mas mis palabras no pasarán” Esta frase de Jesús en el Evangelio debe ser para nosotros un motivo de esperanza gozosa en medio de la certeza de la transitoriedad del mundo presente. Y al mismo tiempo, un estímulo para desapegarnos de todo lo material, que es pasajero, y poner toda nuestra confianza en el Dios que se nos ha revelado en Jesucristo, su Palabra eterna hecha carne, que nos garantiza la certeza de una felicidad perdurable, más allá de nuestra existencia terrenal, si nos atenemos a sus enseñanzas. Toda persona que

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El Mensaje del Domingo – Noviembre 11 de 2012

XXXII Domingo del Tiempo Ordinario – Ciclo B – Noviembre 11 de 2012   Por: Gabriel Jaime Pérez, S.J.                     En aquel tiempo, mientras enseñaba en Jerusalén, decía Jesús a la multitud: “¡Cuidado con los escribas! Les encanta pasearse con traje de ceremonia y que les hagan reverencias en la calle; buscan el sitio de preferencia en las sinagogas y el lugar de honor en los banquetes. ¡Esa gente que devora los bienes de las viudas, y sólo por aparentar hace largas oraciones, recibirá un castigo más severo!”. Y sentado frente al lugar donde se echaban las limosnas para el templo, observaba cómo la gente iba echando las monedas. Había muchos ricos que daban grandes limosnas. En esas llegó una viuda pobre y echó dos moneditas (o sea, ni el cincuentavo de un jornal).  Entonces llamó Jesús a sus discípulos y les dijo: “Yo les aseguro: esta viuda pobre ha dado para el templo más que esos otros. Porque los demás dieron una parte de lo que les sobraba, pero ella en su pobreza dio todo lo que tenía” (Marcos 12, 38-44). La escena que nos presenta hoy el Evangelio sucede en un lugar situado junto a las puertas del Templo de Jerusalén, donde se congregaba la gente para escuchar a Jesús en los días previos a la fiesta de la Pascua después de haber llegado Él a la ciudad con sus discípulos pocos antes de su pasión. Meditemos sobre las enseñanzas que nos trae este relato, teniendo en cuenta también las otras lecturas de este domingo: [I  Reyes 17, 10-16, Salmo 146 (145), Hebreos 9, 24-28].       1. La soberbia de quienes se creen mejores va unida siempre a la hipocresía En este relato, como en otros pasajes de los Evangelios, Jesús les echa en cara su soberbia e hipocresía a los doctores de la Ley pertenecientes al grupo de los fariseos, un término que significa originariamente separados o segregados y que ellos se aplicaban a sí mismos para indicar que eran distintos de los demás por ser cumplidores de la Ley de Dios, e incontaminados porque no se juntaban con los pecadores. Su actitud arrogante, que los llevaba a aprovecharse de sus conocimientos y de su poder para oprimir y explotar a los demás, iba siempre acompañada de un comportamiento hipócrita que ocultaba sus intenciones torcidas. La soberbia es el primero de los siete “pecados capitales”. Esta palabra proviene del término latino superbia y es la actitud propia de quienes se creen superiores a los demás y  se la pasan engañando a la opinión con el disfraz de las apariencias. Por eso Jesús en el Evangelio nos invita a todos, cualquiera que sea nuestra posición en la sociedad, a revisar nuestras actitudes y comportamientos y a rechazar tanto en nosotros como en los demás tanto la tentación de la soberbia como la de la hipocresía que siempre la acompaña. Porque las  personas arrogantes son a su vez mentirosas: se cuidan mucho de aparentar ante los demás, preocupándose constantemente por el “qué dirán”, interesados más por la opinión que tenga la gente de ellas que por hacer realmente el bien. 2. La ostentación del poder y las riquezas es un insulto a los pobres Otra de las enseñanzas que nos trae el Evangelio es que la ostentación constituye un insulto a los pobres. Esta realidad ha existido siempre, pero hoy reviste una diferencia significativa: actualmente el insulto de la opulencia a los desposeídos tiene repercusiones mucho mayores, de una parte porque con frecuencia los medios de comunicación operan como cajas de resonancia del culto al lujo y a las apariencias, y de otra porque el sistema económico imperante ha venido ensanchando cada vez más la brecha entre unos pocos que se hacen cada vez más ricos y poderosos y ostentan descaradamente su pretendida omnipotencia,  y otros muchos que se sumen cada vez más en la miseria y constituyen la masa creciente de los marginados y excluidos. A lo anterior se agrega la prepotencia de quienes creen que por tener algún tipo de poder valen más que los demás y explotan a quienes someten a su servicio. Así obran  los jefes políticos, empresarios e incluso líderes religiosos que se aprovechan de los pobres para su propio beneficio personal, buscando satisfacer sus intereses egoístas. Y asimismo se comportan los violentos: ejercen un dominio despótico sobre las personas a las que consideran inferiores, como es el caso de los capos narcotraficantes, guerrilleros, paramilitares y demás especímenes de la delincuencia. 3. Vale mucho más darnos a nosotros mismos que dar de lo que nos sobra Esta es la que podríamos considerar la “moraleja” final del relato evangélico de este domingo. La verdad que ella encierra también es aplicable a todos los tiempos. La ofrenda hecha por aquella pobre viuda que a duras penas sobrevive en medio de una pobreza extrema, es una lección que Jesús quiere hacer notar a quienes creen que están haciendo el bien al dar ostentosamente y con mucha publicidad de lo que les sobra, y por ello esperan ser reconocidos como grandes benefactores. La enseñanza que Jesús nos da a partir del ejemplo de la viuda, y que como nos cuenta la primera lectura tiene su antecedente en la actitud generosa de aquella otra mujer, también viuda, que compartió con el profeta Elías lo muy poco o casi nada que tenía (I  Reyes 17, 10-16), constituye una invitación a todos nosotros, cualquiera que sea nuestra condición económica o posición en la sociedad, a estar dispuestos siempre a compartir no sólo dando de lo que nos sobra, sino entregándonos a nosotros mismos, sea cual sea nuestra condición económica, con un  compromiso real para contribuir a la construcción de una sociedad en la que todos nos reconozcamos efectivamente como iguales en dignidad y en derechos, porque somos hijos e hijas de un mismo Creador, el mismo que quiere, con nuestra colaboración, hacer justicia a los oprimidos, como dice la primera

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