Colegio San José Barranquilla

El mensaje del domingo

El Mensaje del Domingo – 24 de marzo

Domingo de Ramos – Domingo de Pasión – Ciclo C Por: Gabriel Jaime Pérez, S.J. En aquel tiempo, Jesús echó a andar delante, subiendo hacia Jerusalén. Al acercarse a Betfagé y Betania, junto al monte llamado de los Olivos, mandó a dos discípulos, diciéndoles: «Vayan a la aldea de enfrente; al entrar, encontrarán un borrico atado, que nadie ha montado todavía. Desátenlo y tráiganlo. Y si alguien les pregunta: “¿Por qué lo desatan?”, contéstenle: “El Señor lo necesita”». Ellos fueron y lo encontraron como les había dicho. Mientras desataban el borrico, los dueños les preguntaron: « ¿Por qué desatan el borrico?» Ellos contestaron: «El Señor lo necesita». Se lo llevaron a Jesús, lo aparejaron con sus mantos y le ayudaron a montar. Según iba avanzando, la gente alfombraba el camino con los mantos. Y, cuando se acercaba ya la bajada del monte, toda la multitud de sus  discípulos, entusiasmados, se pusieron a alabar  a Dios a gritos, por todos los milagros que habían visto, diciendo: « ¡Bendito el Rey que viene en nombre del Señor! ¡Paz en el cielo y gloria en lo alto!» Algunos fariseos de entre la gente le dijeron: «Maestro, reprende a tus discípulos». Él replicó: «Les digo que, si éstos callan, gritarán las piedras» (Lucas 19, 28-40). La Semana Santa comienza con el Domingo de Ramos, llamado también de Pasión. En este año el texto para la bendición de los ramos es del Evangelio de Lucas (19, 28-40), y en la Misa se toma del mismo Evangelio el relato de la pasión y muerte de Jesús (Lucas 22, 14 – 23.56), antecedido por un texto de Isaías (50, 4-7), otro del Salmo 22 (21) y otro de la Carta de san Pablo a los Filipenses (2,6-11). Centremos nuestra reflexión en tres temas: 1. De la aclamación “¡Bendito el Rey que viene…!” al grito “Crucifícalo” (Lc 19, 38) Jesús entra a Jerusalén,  no con arrogancia en un carro de guerra tirado por caballos, como lo hacían los ganadores de batallas militares o los emperadores,  sino manso y humilde, en son de paz y montando un asno, como lo había anunciado hacia el año 450 A.C. el profeta Zacarías (9,9): “Mira que tu rey vendrá a ti… pobre y sentado sobre un asno…” Jesús inicialmente es recibido por “la multitud de sus discípulos” como el Mesías prometido, descendiente del rey David. Pero también la mayoría de ellos lo abandonará, hasta salirse finalmente con la suya los fariseos y los sacerdotes del Templo, que provocarán la condenación de Jesús a la cruz. A la aclamación inicial -“Bendito el Rey que viene…”- le sucederá poco después el grito “Crucifícalo” (Lc 23, 20). Pero hay un detalle: el mismo Evangelio que al narrar el nacimiento de Jesús se había referido a los ángeles que cantaban “Gloria a Dios en el cielo y paz en la tierra…” (Lc 2, 14), evoca ahora una exclamación similar de la gente que lo recibe cuando entra en Jerusalén antes de su pasión: “¡Paz en el cielo y gloria en lo alto!” A este respecto comentó el anterior Papa Benedicto XVI en su homilía del Domingo de Ramos del año 2010: “Los ángeles habían hablado de la gloria de Dios en las alturas y de la paz en la tierra para los hombres a los que Dios ama. Los peregrinos en la entrada de la ciudad santa dicen: ‘Paz en el cielo y gloria en las alturas’. Saben muy bien que en la tierra no hay paz. Y saben que el lugar de la paz es el cielo”. Lo que aquí va implícito es por ello un anuncio de la resurrección gloriosa de Jesús, prenda de nuestra resurrección futura. 2. “Esto es mi cuerpo que se entrega por ustedes. Esta copa es la nueva alianza sellada con mi sangre, que se derrama por ustedes…” (Lc 22, 19-20) El relato de la pasión según san Lucas, comienza evocando la cena pascual que Jesús celebra con los doce apóstoles la víspera de su muertes, y en esta misma cena la institución del sacramento de la Eucaristía, “fuente y cumbre de la vida y de la misión de la Iglesia”, como dice el Concilio Vaticano II en su  Constitución sobre la Sagrada Liturgia. Dentro de la Semana Mayor, la Iglesia dedica la tarde del Jueves Santo a conmemorar especialmente tal institución de la Eucaristía como “sacramento de nuestra fe”. Como lo decimos inmediatamente después de la consagración del pan y del vino que se convierten en el cuerpo y la sangre de Cristo, es decir, en su vida entregada para nuestra salvación, la Eucaristía es el sacramento de nuestra fe en el que anunciamos su muerte, proclamamos su resurrección y expresamos nuestra esperanza en su venida gloriosa (ven, Señor Jesús). Y como actualización de su sacrificio redentor, este mismo sacramento es el signo del amor de Dios que como tal implica el mandamiento del amor: amor a Dios sobre todas las cosas que debe manifestarse en el amor al prójimo, no sólo como a nosotros mismos, sino como Él nos ha mostrado que nos ama: hasta la entrega de la propia vida. 3. “Realmente, este hombre era justo” Esta expresión, que corresponde en los dos Evangelios anteriores al reconocimiento de Cristo crucificado como Hijo de Dios (Mateo 27, 54 y Marcos 15, 39), la encontramos en el Evangelio según san Lucas  inmediatamente después de la exclamación final de Jesús: “Padre, a tus manos encomiendo mi espíritu” (Lucas 23, 46). El título Hijo de Dios, que Jesús se había aplicado a sí mismo al responderles a quienes lo juzgaban en el Sanedrín (Lucas 22, 70), constituye a su vez un reconocimiento de su divinidad. Reconocer a Jesús como el hombre justo por excelencia es a su vez reconocerlo como el Hijo de Dios -con mayúscula-, porque la verdadera justicia, en el lenguaje bíblico, consiste en realizar la voluntad de Dios Padre que nos invita a ser solidarios con los que padecen la injusticia, hasta dar la vida si es

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El Mensaje del Domingo – 17 de marzo

Domingo V -Tiempo de Cuaresma – Ciclo C Por: Gabriel Jaime Pérez, S.J. Jesús se dirigió al Monte de los Olivos. Y por la mañana temprano fue otra vez al templo, y  todo el pueblo se reunió junto a Él. Él se sentó y se puso a enseñarles. Entonces los escribas y los fariseos le llevaron una mujer que habían sorprendido cometiendo adulterio, la colocaron en medio y le dijeron a Jesús: “Maestro, a esta mujer la sorprendimos en el momento mismo de cometer adulterio. En la Ley nos mandó Moisés que a esas personas hay que darles muerte apedreándolas. ¿Tú qué dices?” Esto lo decían para ponerle dificultades y tener de qué acusarlo. Pero Jesús se inclinó y empezó a escribir con el dedo en el suelo. Como ellos siguieron insistiendo con la  pregunta, Él se levantó y les dijo: “¡El que no tenga pecado, que le tire la primera piedra!”. Y se volvió a inclinar y siguió escribiendo en el suelo. Ellos, al oír esto, se fueron retirando uno por uno, comenzando por los más viejos; y quedó solo Jesús, con la mujer, que seguía allí delante. Entonces se incorporó y le preguntó: “Mujer, ¿dónde están? ¿Nadie te condenó?” Ella contestó: “Nadie, Señor”. Jesús le dijo: “Pues tampoco yo te condeno. Vete, y de ahora en adelante no peques más” (Juan 8,1-11). Durante su estadía en Jerusalén, Jesús solía ir con sus discípulos al Monte de los Olivos. Allí, cerca de la ciudad que puede contemplarse desde el huerto de Getsemaní, descansaba y oraba para recibir la energía espiritual que le hacía posible afrontar la oposición cada vez más intensa de los escribas o doctores de la ley, que en su mayoría pertenecían a la secta de los fariseos, los “incontaminados”, cumplidores fanáticos de las prescripciones de una legislación rigorista que hacían derivar de Moisés, pero que en realidad era el resultado de una concepción religiosa muy alejada del Dios misericordioso y liberador que se le había revelado al mismo Moisés doce siglos atrás. Y después de rehacer sus fuerzas con el descanso y la oración, Jesús bajaba con sus discípulos nuevamente a Jerusalén para enseñar con sus acciones y palabras a las gentes que acudían a verlo y oírlo cada día en mayor cantidad, hasta el punto de llegar a decir el evangelista que “todo el pueblo se reunió junto a Él”. Y lo que les enseñaba era justamente que Dios es un Padre compasivo, siempre dispuesto a perdonar a quien se acoja sinceramente a su misericordia. 1. “En la Ley nos mandó Moisés que a esas personas -las mujeres adúlteras- hay que darles muerte apedreándolas. ¿Tú qué dices?” Además de corresponder a una posición machista según la cual se condena la infidelidad conyugal de las mujeres y no la de los hombres, esta pregunta llevaba una intención malévola. Sí Jesús respondía que no estaba de acuerdo con apedrear a aquella mujer, se pronunciaría contra lo que mandaba supuestamente la “Ley de Moisés”; y si decía que estaba de acuerdo, se manifestaría en contra del gobierno imperial de Roma, que se reservaba el poder de condenar a muerte. La respuesta de Jesús implica un rechazo frontal a la pena de muerte y contrasta con la actitud de los escribas y fariseos que habían tergiversado la Ley de Dios con unas prescripciones contrarias a lo que Él había dicho varios siglos antes a través de sus profetas “Dios no quiere la muerte del pecador, sino que se convierta y viva” (Ezequiel 33, 11). ¿Sería esto lo que Jesús escribía en el suelo antes de contestarles?… 2. “¡El que no tenga pecado, que le tire la primera piedra!” ¡Cuántas veces se condena a las personas a la destrucción de sus posibilidades de redención, convirtiendo injustamente su existencia en un infierno sin salida! Nadie tiene derecho a destruir la vida de otros sobre la base de haber éstos cometido determinados delitos, por graves que sean. Quienes los hayan cometido, en la medida en que han afectado a otras personas, deben reconocer y reparar en lo posible los daños que ha causado su comportamiento, pero su derecho a la vida sigue vigente a pesar de las posiciones propias de aquella supuesta justicia basada en el imperio de la venganza que, al destruir la vida humana, en lugar de resolver los problemas, los agrava más y más. Hay un detalle significativo: “se fueron retirando uno por uno, comenzando por los más viejos”. El Evangelio parece querer decirnos que, cuanto más se vive, más se debe vencer la tendencia a juzgar y condenar a los demás, reconociendo cada cual su propia condición de pecador y disponiéndose a reformar su propia vida en lugar de querer acabar con la de los demás. 3. “Pues tampoco yo te condeno. Vete, y de ahora en adelante no peques más” Se suele confundir a la adúltera de este relato con otra mujer cuyo nombre tampoco se menciona y que unge con perfume los pies de Jesús (Marcos 14, 3-8, Mateo 26, 6-13, Lucas 7, 36-50), y que en el pasaje de Lucas es caracterizada como una mujer de mala vida y arrepentida. A ambas se las suele también identificar con María Magdalena, otra mujer distinta de las anteriores, que acompañó a Jesús y sus discípulos en Galilea, que había sido curada por Jesús (Lucas 8, 2), que luego estaría presente en su crucifixión y sería la primera en verlo resucitado. Pero, más allá de estas distinciones, el mensaje central es el mismo: el Dios que se nos ha revelado personalmente en Jesús de Nazaret no es un juez condenador, sino un Padre siempre dispuesto a perdonar y a ofrecerle un porvenir nuevo a quien reconoce su necesidad de salvación. Este mensaje implica una invitación a mirar el futuro con esperanza: “No se queden recordando lo antiguo… ya que voy a hacer algo nuevo” (1ª lectura: Isaías 43, 16-21)… “Quedaré a paz y salvo con Dios no por mis  propios méritos y basado en la ley, sino

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El Mensaje del Domingo – 10 de marzo

Domingo IV – Tiempo de Cuaresma – Cicli C Por: Gabriel Jaime Pérez, S.J.                                   Se acercaban a Jesús los publicanos y pecadores para escucharle. Y los fariseos y los escribas murmuraban entre ellos: «Ése acoge a los pecadores y come con ellos». Jesús les dijo esta parábola: «Un hombre tenía dos hijos; el menor  dijo a su padre: “Padre, dame la parte que me toca de la herencia”. El padre les repartió los bienes. Días después, el hijo menor, juntando todo lo suyo, emigró a un país lejano, y allí derrochó su fortuna viviendo perdidamente. Cuando lo había gastado todo, vino por aquella tierra un hambre terrible y empezó él a pasar necesidad. Y tanto le insistió a un habitante de aquel país, que lo mandó a sus campos a cuidar cerdos. Sentía  ganas de llenarse el estómago de las algarrobas que comían los cerdos, y nadie le daba de comer. Recapacitando entonces, se dijo: “Cuántos jornaleros de mi padre tienen abundancia de pan, mientras yo aquí me muero de hambre. Me pondré en camino a donde está mi padre, y le diré: Padre, he pecado contra el cielo y contra ti, ya no merezco llamarme hijo tuyo, trátame como a uno de tus jornaleros”. Se puso en camino hacia donde estaba su padre; cuando todavía estaba lejos, su padre lo vio y se conmovió; y, echando a correr, lo recibió con abrazos y besos. Su hijo le dijo: “Padre, he pecado contra el cielo y contra ti, ya no merezco llamarme hijo tuyo.” Pero el padre dijo a sus criados: “Saquen en seguida el mejor traje y vístanlo; pónganle un anillo en la mano y sandalias en los pies; traigan el ternero cebado y mátenlo; celebremos un banquete, porque este hijo mío estaba muerto y ha revivido; estaba perdido, y lo hemos encontrado”. Y empezaron el banquete. Su hijo mayor estaba en el campo. Cuando al volver se acercaba a la casa, oyó la música y el baile, y llamando a uno de los mozos, le preguntó qué pasaba. Éste le contestó: “Ha vuelto tu hermano; y tu padre ha matado el ternero cebado, porque lo ha recobrado con salud”. Él se indignó y se negaba a entrar, pero su padre salió e intentaba persuadirlo. Y él replicó a su padre: “Mira: en tantos años como te sirvo sin desobedecer nunca una orden tuya, a mí nunca me has dado un cabrito para tener un banquete con mis amigos; y cuando viene ese hijo tuyo que se ha comido tus bienes con malas mujeres, le matas el ternero cebado”. El padre le dijo: “Hijo, tú siempre estás conmigo, y todo lo mío es tuyo: deberías alegrarte, porque este hermano tuyo estaba muerto y ha revivido; estaba perdido y lo hemos encontrado” » (Lucas 15, 1-3.11-32). Esta es la tercera y última de las llamadas parábolas de la misericordia contenidas en el capítulo 15 del Evangelio según san Lucas. Es conocida como la del hijo pródigo o derrochador, pero tiene en realidad tres protagonistas. Por eso deberíamos llamarla mejor Parábola del padre compasivo, el hijo arrepentido y su hermano insensible, reconociendo como protagonista principal al padre que perdona e invita a perdonar. El contexto lo marca la crítica de los escribas y fariseos contra Jesús porque acoge a publicanos y pecadores. Los publicanos o recaudadores de impuestos al servicio del imperio romano, que se caracterizaban por su conducta deshonesta, y en general todos los “pecadores”, eran despreciados por quienes presumían de justos y procuraban estar lejos de ellos para no contaminarse. De hecho el término “fariseos” significa “segregados” o “separados”. Jesús, en cambio, se acerca a todos los pecadores rechazados por quienes se creen puros, y les ofrece la posibilidad de rehacer sus vidas. El Evangelio de hoy nos invita a sentir la misericordia infinita de Dios, reconociendo con humildad nuestra debilidad y nuestra necesidad de salvación. Asimismo, a tener los mismos sentimientos que Dios tiene con quienes reconocen sus culpas y sus errores y quieren reconciliarse con Él y con la comunidad. 1.- Me pondré en camino y le diré: Padre, he pecado contra el cielo y contra ti El hijo menor malgasta su herencia y llega a una situación que lo lleva a examinarse y recapacitar, disponiéndose a volver y a pedir perdón a su padre. Este examen de conciencia, el  arrepentimiento y el propósito de cambiar, son los tres primeros pasos de un proceso efectivo de  reconciliación. Los otros dos son la confesión y la voluntad de reparación. El hijo arrepentido de la parábola es para cada uno de nosotros una figura de lo que puede también acontecer en nuestras vidas cuando nos hemos alejado de Dios, si confiamos en su misericordia. Dios mismo nos ofrece la oportunidad de recapacitar y volver a Él. 2.- Su padre lo vio, se conmovió, y echando a correr lo recibió con abrazos y besos Dios es un Padre infinitamente misericordioso. Este es el mensaje central de toda la predicación de Jesús. Él espera que el pecador recapacite y se arrepienta, siempre está dispuesto a recibirlo y perdonarlo. Jesús, con su actitud de acercamiento a los pecadores, nos muestra cómo se comporta Dios con sus hijos. Por eso lo podemos reconocer como el revelador del Padre, como el rostro compasivo de Dios que se nos ha hecho visible en su humanidad. Desde el momento en que el hijo menor se propone volver a la casa del padre y expresarle su arrepentimiento, es perdonado por él. Y lo que acontece cuando regresa es una fiesta en la que el padre quiere que participe toda la familia. Este es el sentido del sacramento de la reconciliación que instituyó nuestro Señor Jesucristo. Desde el momento en que reconocemos nuestro pecado, nos arrepentimos y decidimos volver a Dios, Él nos perdona, pero es necesario que expresemos esta disposición en el ámbito de la familia que formamos todos como hijos e hijas de Dios. Por eso decimos: “Yo confieso, ante Dios todopoderoso y ante ustedes, hermanos, que he

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El Mensaje del Domingo – 3 de marzo

Domingo III -Tiempo de Cuaresma – Ciclo C Por: Gabriel Jaime Pérez, S.J. En cierta ocasión se presentaron algunos a contar a Jesús lo de los galileos, cuya sangre derramó Pilatos con la de los sacrificios que ofrecían. Jesús les contestó: « ¿Piensan ustedes que esos galileos eran más pecadores que los demás galileos, porque acabaron así? Les digo que no; y si ustedes no se convierten, todos perecerán lo mismo. Y aquellos dieciocho que murieron aplastados por la torre de Siloé, ¿piensan ustedes que eran más culpables que los demás habitantes de Jerusalén? Les digo que no; y si ustedes no se convierten, todos perecerán de la misma manera.» Y les dijo esta parábola: «Un hombre tenía una higuera plantada en su viña, fue a buscar fruto en ella  y no lo encontró. Dijo entonces al viñador: “Ya ves: tres años llevo viniendo a buscar fruto en esta higuera, y no lo encuentro. Córtala. ¿Para qué va a ocupar terreno en balde?” Pero el viñador contestó: “Señor, déjala todavía este año;  yo cavaré alrededor y le echaré estiércol, a ver si da fruto. Si no, la cortas”» (Lucas 13, 1-9). Los textos bíblicos de este Domingo plantean temas importantes para nuestra reflexión: el de la primera lectura (Éxodo 3,1-8a. 13-15) y el salmo responsorial [Salmo 104 (103), 1-2.3-4.6-7.8 y 11]- se refieren al encuentro con Dios que nos libera; en el de la segunda lectura (1 Corintios  10, 1-6.10-12) el apóstol Pablo exhorta a la vigilancia; y en el del Evangelio Jesús nos invita a la conversión, propia de este tiempo de Cuaresma. 1.- Cuaresma: un tiempo propicio para el encuentro con Dios liberador  La primera lectura (Éxodo 3,1-8a. 13-15) nos presenta la escena en la cual el Señor se le revela a Moisés con el nombre de Yahvé, que en hebreo significa Yo soy, y cuya traducción más completa sería Yo soy el que actúa. Ser y hacer son verbos inseparables en el lenguaje bíblico, y por eso los ídolos no “son”, porque no hacen nada. Y la acción de Yahvé es una acción liberadora del Dios único, que se compadece del pueblo de Israel y decide librarlo de la esclavitud que sufre en Egipto. El nombre “Yahvé” afirma así la continuación de la actividad de Dios que cumple su promesa. La rememoración de la historia del pueblo de Israel tiene un sentido especial para nosotros en este tiempo de Cuaresma: el de invitarnos a renovar, desde la fe, nuestra experiencia de la acción salvadora de Dios, que está siempre dispuesto a librarnos de la mayor esclavitud que puede padecer un ser humano: la esclavitud del pecado, que no es otra que la del egoísmo con todas sus consecuencias. Este mismo Dios liberador viene  a nuestro encuentro personalmente en Jesús, cuyo nombre en hebreo –Yahosua– proviene a su vez del término Yahvé y significa Yo soy el que actúa salvando. Aprovechemos este tiempo de Cuaresma para tener una experiencia profunda de Él, para sentir su presencia y su acción liberadora que nos anima y nos impulsa a salir de las situaciones de pecado que nos oprimen. 2.- Cuaresma: un tiempo propicio para reforzar nuestra vigilancia “El que se cree seguro, ¡cuidado!, no caiga”, les dice el apóstol san Pablo en su primera carta a los cristianos de la ciudad griega de Corinto (1 Corintios 10, 1-6.10-12), a quienes él mismo había evangelizado en uno de sus viajes misioneros. Esta exhortación a reforzar la vigilancia constante para no caer en la tentación, la hace el apóstol evocando la historia del pueblo de Israel después de haber sido liberado de la esclavitud en Egipto, en su camino por el desierto hacia la tierra prometida. Durante ese camino, fueron muchas las tentaciones que experimentaron los hebreos y muchos los que cayeron descuidándose y dejándose seducir por los apetitos desordenados. Pero también hubo un resto de personas que permanecieron fieles a Dios, poniendo toda su confianza en él y esforzándose para no apartarse del camino del bien. También nosotros, en medio del desierto que tenemos que atravesar durante esta vida terrena, para llegar a la felicidad eterna que el Señor nos promete debemos reforzar constantemente nuestra vigilancia a fin de no dejarnos vencer por las tentaciones. ¿Cómo hacerlo? Pues acudiendo al poder liberador de Dios mediante la oración, poniendo cada cual de su parte mediante el autocuidado, y buscando también cada cual la ayuda de otra o de otras personas cuando esté en problemas. 3.- Cuaresma: un tiempo propicio para renovar nuestra actitud de conversión La parábola de la higuera que nos presenta el Evangelio (Lucas 13, 1-9), viene precedida de dos referencias a hechos que habían sucedido poco antes de que Jesús los mencionara. Ambos habían sido hechos de muerte, uno por asesinato, proveniente del gobierno de los romanos, y otro por un accidente. Jesús los menciona para indicar que ninguno de estas muertes había ocurrido porque quienes las sufrieron eran pecadores, como si los hechos trágicos o las calamidades fueran consecuencia necesaria del pecado personal o colectivo, una creencia muy difundida en la antigüedad, y que todavía es muy común. Contra esta suposición, Jesús nos dice que la muerte, sea cual fuere su causa, es el destino de todos, y por lo mismo todos debemos estar listos para que no nos sorprenda estando nosotros desprevenidos. Como a la higuera de la parábola, Dios nos concede el tiempo de vida terrena que nos queda para producir el fruto que Él espera de nosotros. Hagamos entonces en esta Cuaresma una revisión de nuestra vida, y dejémonos fertilizar por el Espíritu Santo. Como el labrador de la parábola, Jesús mismo, el Hijo de Dios, intercede por nosotros ante su Padre eterno, que es también Padre nuestro como Él mismo nos lo reveló, para que nos dé la oportunidad de vivir productivamente durante el tiempo que nos queda en este mundo. Con un examen sincero de nuestra conciencia, podemos ver en qué debemos cambiar y qué debemos hacer para aprovechar esta oportunidad que el

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El Mensaje del Domingo – 24 de febrero

Domingo II -Tiempo de Cuaresma – Ciclo C Por: Gabriel Jaime Pérez, S.J.  En aquel tiempo Jesús tomó a Pedro, a Juan y a Santiago y subió con ellos a lo alto de la montaña para orar. Y mientras oraba, el aspecto de su rostro cambió y sus vestidos brillaban de blancos. De repente dos hombres conversaban con él: eran Moisés y Elías, que, apareciendo con gloria, hablaban de su muerte, que iba a consumar en Jerusalén. Pedro y sus compañeros se caían de sueño; y espabilándose, vieron su gloria y a los dos hombres que estaban con él. Mientras éstos se alejaban, dijo Pedro a Jesús: “Maestro, qué bien se está aquí. Haremos tres tiendas: una para ti, otra para Moisés y otra para Elías”. No sabía lo que decía. Todavía estaba hablando, cuando llegó una nube que los cubrió. Se asustaron al entrar en la nube. Y una voz desde la nube decía: “Éste es mi Hijo, el escogido, escúchenlo”. Cuando sonó la voz, se encontró Jesús solo. Ellos guardaron silencio y, por el momento, no contaron a nadie nada de lo que habían visto. (Lucas 9, 28 b -36). 1.- Subió con ellos a lo alto de la montaña para orar El domingo pasado el Evangelio nos presentaba a Jesús solo, orando y venciendo las tentaciones en el desierto de Judea. Hoy lo encontramos con tres de sus discípulos, nuevamente en oración en otro lugar del que no se precisa el nombre, pero que presumiblemente es el monte llamado Tabor, situado en la región de Galilea al norte de Israel, y cuya cima  alcanza los 588  metros sobre el nivel del mar. La oración, tanto en la soledad del retiro personal como en compañía de otros cuando nos reunimos en comunidad, es necesaria para poder experimentar en nuestra vida la presencia transformadora de Dios. En medio de las situaciones difíciles que tenemos que afrontar, Jesús nos enseña con su ejemplo a buscar espacios de oración en los cuales vivamos el sentido trascendente de nuestra existencia y la acción renovadora de su Espíritu. 2.- Y mientras oraba, el aspecto de su rostro cambió y sus vestidos brillaban    Antes de este relato de la “Transfiguración”, Jesús les había dicho a sus discípulos que iba a ser condenado a muerte y al tercer día resucitaría (Lucas 9, 22). Así les había anunciado lo que iba a ser su sacrificio redentor, por el cual Él mismo, Dios hecho hombre, llevaría su mensaje de amor misericordioso hasta las últimas consecuencias, es decir, hasta la entrega de la propia vida para la salvación de toda la humanidad. El anuncio de su pasión y muerte, así como la exhortación a tomar la cruz y estar dispuestos a entregar la vida a imitación suya (Lucas 9, 23), habían causado en sus primeros discípulos un efecto de desaliento. Especialmente en Simón Pedro, quien había manifestado su desacuerdo con aquel anuncio de Jesús, y en Santiago y Juan, quienes tenían la ilusión de ser los preferidos en el futuro reino que su Maestro les había dicho que iba a establecer. Jesús entonces, después de reprender a Simón Pedro -quien primero lo había reconocido como el Mesías e Hijo de Dios pero luego había tratado de disuadirlo de su misión redentora-,  y de amonestar a los otros dos diciéndoles que para seguirlo a Él tenían que imitarlo estando dispuestos, no a ser servidos, sino a servir-  se los lleva a los tres a la montaña. Según la tradición bíblica, la gloria de Dios solía manifestarse en los lugares altos, como había sucedido en el monte Sinaí -también llamado Horeb-, primero al recibir Moisés la Ley de los diez mandamientos promulgada por Dios, y unos dos siglos después al ser enviado por Dios el profeta Elías para exhortar al pueblo de Israel a la conversión, es decir, a volver a Dios dejando a un lado la idolatría y la injusticia. En esta ocasión, es también en un monte donde Jesús manifiesta su gloria para fortalecer a sus discípulos en la fe, haciéndoles ver en forma luminosa lo que sería el acontecimiento pascual de su resurrección e indicándoles simbólicamente, mediante las figuras de Moisés y Elías, que en Él se cumplirán las promesas del anuncio del Mesías Salvador, contenidas en los textos bíblicos de la Ley y de los Profetas. 3.-  “Éste es mi Hijo, el escogido, escúchenlo” También nosotros necesitamos, en medio de la oscuridad y cuando nos sentimos abrumados por el peso de la cruz que a cada cual le corresponde cargar, que el Señor se nos manifieste iluminándonos con su propia luz y dándonos la fuerza que necesitamos para no desfallecer en el camino de la vida. Pero para que esto suceda, es preciso que busquemos espacios y aprovechemos los que se nos ofrecen para disponernos a atender la voz de Dios que nos dice: “Éste es mi Hijo, el escogido, escúchenlo” (Lucas 9, 36). En la primera lectura, tomada del libro del Génesis (5, 12.17-18), se cuenta cómo “Abrán” -quien luego sería llamado “Abraham”, nombre que en hebreo significa “padre de multitudes”-, le creyó al Señor, y se le contó en su haber. La historia legendaria de Abraham es la de un hombre de fe que vivió en el siglo 19 antes de Cristo y cuyos descendientes desarrollaron a partir de él las religiones monoteístas, es decir, las que reconocen a un Dios único frente a las creencias politeístas -o en muchos “dioses”- de quienes practicaban la idolatría. Abraham sale de su patria en Ur de Caldea y emprende un camino hacia el futuro que el Señor le promete como un porvenir de bendición. Este porvenir es ofrecido no sólo a Abraham y su descendencia, sino también a todos los seres humanos que crean en el único y verdadero Dios y obren de acuerdo con su voluntad, que es de voluntad de amor, de justicia y de paz. La fe en la promesa de Dios  lo impulsó a confiar en su futuro y en

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El Mensaje del Domingo – 17 de febrero

Domingo I -Tiempo de Cuaresma – Ciclo C Por: Gabriel Jaime Pérez, S.J.                               En aquel tiempo, Jesús, lleno del Espíritu Santo, volvió del río Jordán y, durante cuarenta días, el Espíritu lo fue llevando por el desierto, mientras era tentado por el diablo. Todo aquel tiempo estuvo sin comer, y al final sintió hambre. Entonces el diablo le dijo: “Si eres Hijo de Dios, dile a esta piedra que se convierta en pan”. Jesús le contestó:- «Está escrito: “No sólo de pan vive el hombre”». Después, llevándole a lo alto, el diablo le mostró en un instante todos los reinos del mundo y le dijo: “Te daré el poder y la gloria de todo esto, porque a mí me lo han dado, y yo lo doy a quien quiero. Si tú te arrodillas delante de mí, todo será tuyo”. Jesús le contestó: – «Está escrito: “Al Señor, tu Dios, adorarás y a Él solo darás culto”». Entonces lo llevó a Jerusalén y lo puso en el alero del templo y le dijo: «Si eres Hijo de Dios, tírate de aquí abajo, porque está escrito: “Encargará a los ángeles que cuiden de ti”, y también: “Te sostendrán en sus manos, para que tu pie no tropiece con las piedras”». Jesús le contestó: – «Está mandado: “No tentarás al Señor, tu Dios”». Completadas las tentaciones, el diablo se marchó hasta otra ocasión. (Lucas 4, 1-13). Desde el miércoles pasado ha comenzado la Cuaresma, los 40 días de preparación para la Semana Santa. Junto con la señal de la cruz que nos identifica como seguidores de Jesús, marcada en nuestra frente con ceniza bendita, hemos recibido la invitación que Él mismo nos hace: “conviértete y cree en el Evangelio”. Convertirse es cambiar la mentalidad egoísta por una disposición al amor verdadero, reorientándose uno hacia Dios, que es Amor. Y creer en el Evangelio es acoger la Buena Noticia de Dios proclamada por el mismo Jesús, una noticia de liberación de todo cuanto encadena al ser humano impidiéndole ser verdaderamente feliz. Hoy, continuando como trasfondo esta misma invitación, los textos bíblicos nos exhortan a renovar nuestra fe en Dios, a vencer las tentaciones siguiendo el ejemplo de Jesús con la fuerza del Espíritu Santo, y a reafirmar nuestra confianza en su poder de salvación. 1.- El Espíritu lo fue llevando por el desierto, mientras era tentado por el diablo Marcos, Mateo y Lucas, los tres evangelistas que narran el retiro de Jesús al desierto de Judea inmediatamente después de su bautismo, indican que lo hizo conducido por el Espíritu. Lucas lo llama Espíritu Santo para indicar más explícitamente que Jesús era movido por el aliento vital de Dios, al que reconocemos en el Credo como la tercera persona de la santísima Trinidad. Y es precisamente con el poder del Espíritu Santo como Jesús vence las tentaciones provenientes del diablo (en griego diábolos, traducción del hebreo satán o satanás), palabra que significa adversario y con la que es denominado en los textos bíblicos el poder del mal que se opone al Reino de Dios. Los apetitos desordenados básicos de todo ser humano son el ansia de poseer, el ansia de dominar y el ansia de aparentar. En otras palabras, el hambre del dinero fácil, la ambición de poder sobre los demás para someterlos a los propios caprichos y la inclinación a la vanagloria. Esta es la triple tentación original, la de los inicios de la humanidad y la de siempre, que corresponde al deseo de “ser como Dios” (Génesis 3, 5), pero no en el sentido de identificarse con lo que Él es realmente (Dios es Amor -1 Juan 4, 8.16-), sino en el de una concepción distorsionada de la divinidad, según la cual ser “dios” es tenerlo todo, someter o esclavizar a los demás y hacerse adorar. 2. Entonces el diablo le dijo: “Si eres Hijo de Dios…”   Jesús quiso ser sometido a las tentaciones para enseñarnos a vencerlas con la fuerza del Espíritu Santo. Dios Padre lo acababa de proclamar Hijo de Dios en el momento de su bautismo, y ahora lo vemos en un retiro de 40 días,  al final de los cuales el tentador le dice: “si eres Hijo de Dios”… El relato de las tentaciones a las que se sometió Jesús es interpretado por los estudiosos de los textos bíblicos como una contraposición entre lo que muchos esperaban que fuera el Mesías prometido -un superhéroe que resolvería los problemas humanos por artes de magia, en forma poderosa y espectacular-, y la verdadera misión que Dios Padre le había dado a su Hijo Jesús: hacer presente el Reino de Dios por la acción de su Espíritu, que es Espíritu de Amor, llevando hasta las últimas consecuencias el amor auténtico al entregar su propia vida en la cruz por la salvación de toda la humanidad. Las tres respuestas de Jesús son, paradójicamente, expresiones de su condición de Hijo de Dios, cumplidor cabal de la voluntad de su Padre. El evangelista termina el relato diciendo que el diablo se marchó hasta otra ocasión. En efecto, Jesús no sólo fue tentado en el marco de aquellos 40 días. Las tentaciones continuaron en toda su vida pública, como por ejemplo cuando la gente quiso proclamarlo rey después de la multiplicación de los panes y peces; o cuando los doctores de la ley le exigían una señal espectacular para creer en Él; o cuando, después de anunciar su pasión, Simón Pedro -a quien le respondería “apártate de mí  Satanás”- trató de disuadirlo para que no se sometiera a ella; o finalmente, cuando en el Calvario le gritaban que bajara de la cruz para demostrarles que era el “Hijo de Dios”. 3.- “Tú que habitas al amparo del Altísimo, di al Señor: confío en ti” (Salmo 91) La primera lectura (Deuteronomio 26, 4-10) nos presenta la profesión de fe de los israelitas, que rememoran su pasado como una historia de salvación

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El Mensaje del Domingo – 3 de febrero

Domingo IV – Tiempo Ordinario – Ciclo C Por: Gabriel Jaime Pérez, S.J.   En aquel tiempo, comenzó Jesús a decir en la sinagoga de Nazaret: “Hoy se cumple esta Escritura que acaban de oír”. Todos le expresaban su aprobación y se admiraban de las palabras de gracia que salían de sus labios. Y decían: “¿No es éste el hijo de José?”-  Jesús les dijo: “Sin duda me recitarán aquel refrán: ‘Médico, cúrate a ti mismo; haz también aquí en tu tierra lo que hemos oído que has hecho en Cafarnaúm’. Y añadió: “Les aseguro, ningún profeta es bien mirado en su tierra”. “Les garantizo que en Israel había muchas viudas en tiempos de Elías, cuando estuvo cerrado el cielo tres años y seis meses, y hubo una gran hambre en todo el país; sin embargo, a ninguna fue enviado Elías, sino a una viuda de Sarepta, en el territorio de Sidón. Y muchos leprosos había en Israel en tiempos del profeta Eliseo; sin embargo, ninguno de ellos fue curado, más que Naamán, el sirio”. Al oír esto, todos en la sinagoga se pusieron furiosos y, levantándose, lo empujaron fuera del pueblo hasta un barranco del monte en donde se alzaba su pueblo, con intención de despeñarlo. Pero Jesús se abrió paso entre ellos y se alejó. (Lucas 4, 21-30). El relato que nos trae el Evangelio de hoy es continuación del que leímos el domingo pasado, en el cual, al leer en la sinagoga de Nazaret un texto del libro profético de Isaías, Jesús se presentaba como el Mesías, el ungido o consagrado y enviado por Dios para darles una “buena noticia” de liberación a los pobres y oprimidos (Lucas 4, 14-21). Ahora el mismo Evangelio según san Lucas nos narra el conflicto que esta autopresentación de Jesús ocasionó entre Él y  sus oyentes. Veamos cómo podemos aplicar a nuestra situación actual lo que nos dice hoy la Palabra de Dios.      1. Y decían: “¿No es éste el hijo de José?” Esta pregunta de los paisanos de Jesús, que aparece varias veces en los Evangelios, corresponde a la incredulidad de quienes lo habían visto crecer en Nazaret como “el hijo del carpintero”, un ser humano común  y corriente que había mantenido entre sus vecinos lo que hoy llamamos “un bajo perfil” y ahora se presentaba nada menos que como el Mesías prometido. Es curioso el contraste entre la actitud inicial y el comportamiento final de quienes escuchaban a Jesús. Primero, “todos le expresaban su aprobación y se admiraban de las palabras de gracia que salían de sus labios”, y después reaccionan ante lo que Jesús les dice: “Al oír esto, todos en la sinagoga se pusieron furiosos y, levantándose, lo empujaron fuera hasta un barranco del monte en donde se alzaba su pueblo, con intención de despeñarlo”. La razón de este contraste parece ser la exigencia que le hacían sus oyentes de señales prodigiosas para creer, cuando el orden debido es al revés: es la disposición de fe la que hace posible experimentar la acción milagrosa del Señor. Algo parecido puede suceder entre nosotros. Podemos aceptar intelectualmente la palabra de Dios que encontramos en las Sagradas Escrituras, pero esto no basta. Necesitamos una disposición de fe para ponernos confiadamente en las manos de Dios sin exigirle que demuestre su poder. 2. «Les aseguro, ningún profeta es bien mirado en su tierra». Esta aseveración de Jesús se ha convertido en un refrán precisamente porque expresa una realidad verificable con mucha frecuencia  en la vida cotidiana. No resulta fácil para quienes han visto crecer a alguien desde su infancia y han conocido su familia, todavía menos si es pobre y humilde, reconocer después en esa persona algo más de lo que se supone que debería ser por su origen. No pueden ver más allá de las apariencias y prejuicios, y por eso se resisten a creerle. Jesús, presentándose a sí mismo como un profeta, es decir, como quien habla en nombre de Dios (que es lo que significa este término), evoca a dos profetas del Antiguo Testamento, conocidos por lo que se cuenta de ellos en los libros I y II de los Reyes. Se trata de Elías y su discípulo Eliseo, quienes vivieron en el siglo VIII antes de Cristo y fueron rechazados por sus coterráneos porque su mensaje les resultaba incómodo. Elías y Eliseo se habían opuesto a la idolatría que pretendía poner la divinidad al servicio de intereses egoístas de poder terrenal, lo cual llevaba inevitablemente a situaciones de injusticia social. En este sentido, aquellos dos profetas habían invitado a los habitantes de Israel a creer en el Dios único creador de todo el universo, que no abandona a sus hijos que confían en él y ajustan su comportamiento a las exigencias de justicia y de opción por los oprimidos que exige esa misma fe. Sin embargo, mientras sus propios paisanos los rechazaban, los extranjeros acogían sus enseñanzas al reconocerse necesitados de salvación, y por eso pudieron experimentar en sus vidas la acción transformadora de Dios. Y la primera lectura de este domingo, tomada del libro de Jeremías (1, 4-5-17-19), nos presenta la vocación o llamamiento que recibió este otro profeta de parte de Dios para cumplir con una misión que ciertamente no seria fácil de realizar, sino que encontraría resistencias, incomprensiones y hostilidades, y en este sentido tanto Jeremías como los demás profetas del Antiguo Testamento son prefiguraciones de lo que le iba a suceder a Jesús. 3. Jesús se abrió paso entre ellos y se alejó Este desenlace del relato del Evangelio nos muestra la autoridad de Jesús, distinta del falso poder de los milagreros o magos obradores de prodigios espectaculares. Una de las características de Jesús es su libertad frente a quienes lo criticaban, concretamente los líderes religiosos de aquel tiempo, los engreídos doctores de la Ley, que seguramente fueron quienes azuzaron al pueblo para llevarlo al despeñadero. Jesús iba a entregar más tarde su vida como consecuencia del rechazo de quienes se

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El Mensaje del Domingo – 27 de enero

III Domingo del Tiempo Ordinario – Ciclo C  Por: Gabriel Jaime Pérez, S.J. Muchos han emprendido la tarea de escribir la historia de los hechos que Dios ha llevado a cabo entre nosotros, según nos los transmitieron quienes desde el comienzo fueron testigos presenciales y después recibieron el encargo de anunciar el mensaje. Yo también, excelentísimo Teófilo, lo he investigado todo con cuidado desde el principio, y me ha parecido conveniente escribirte estas cosas ordenadamente, para que conozcas bien la verdad de lo que te han enseñado. [Después de su bautismo y su retiro en el desierto] Jesús volvió a Galilea lleno del poder del Espíritu Santo, y se hablaba de él por toda la tierra de alrededor. Enseñaba en la sinagoga de cada lugar y todos le alababan. Fue a Nazaret, el pueblo donde se había criado, y el sábado entró en la sinagoga como era su costumbre  y se puso de pie para leer las Escrituras. Le dieron a leer el libro del profeta Isaías y al leerlo encontró el lugar donde estaba escrito: “El Espíritu del Señor está sobre mí, porque me ha ungido para llevar la buena noticia a los pobres; me ha enviado a anunciar la libertad a los presos y dar la vista a los ciegos; a liberar a los oprimidos; a anunciar el año favorable del Señor”. Luego cerró el libro, lo dio al ayudante de la sinagoga y se sentó. Todos tenían la vista fija en él. Y Él comenzó a hablar diciendo: -Hoy mismo se ha cumplido la Escritura que ustedes acaban de oír. (Lucas 1, 1-4; 4, 14-21). 1. “Un relato de los hechos que se han verificado entre nosotros” El texto del Evangelio de hoy comprende dos partes: la primera es un prólogo con el cual introduce Lucas todo su relato acerca de Jesús, y la segunda es el comienzo del capítulo cuarto, donde el evangelista, después de haberse referido en los tres primeros a la infancia y vida oculta de nuestro Señor, narra la inauguración de su vida pública. En el prólogo, Lucas, médico de profesión que había sido discípulo de Jesús aunque no perteneció al grupo de los doce apóstoles, y que después fue colaborador de san Pablo -como nos lo cuenta él mismo en otro de sus escritos -los “Hechos de los Apóstoles”-, indica el propósito que lo anima a escribir su Evangelio a partir de la predicación oral de los “testigos presenciales”, es decir, los apóstoles y otros discípulos y discípulas que habían seguido a Jesús desde los comienzos de su vida pública hasta su muerte y resurrección: “para que conozcas bien la verdad de lo que te han enseñado”. Como quien dice, para que quien lea o escuche su Evangelio tome conciencia de que cuanto le han dicho de Jesús se fundamenta en una realidad histórica concreta y no en fantasías. Lucas se dirige a un tal Teófilo, nombre que en griego significa amigo de Dios, por lo que bien podría tratarse de un destinatario simbólico, es decir, todo lector que se reconozca como tal. Reconozcámonos así nosotros y acerquémonos al Evangelio con la intención sincera de quien quiere profundizar en el conocimiento interno, es decir, profundo y vivencial, de Jesús de Nazaret y por lo tanto del mismo Dios que se nos reveló personalmente en sus palabras y en sus hechos. 2. “Jesús volvió a Galilea con la fuerza del Espíritu” Como los demás evangelistas, Lucas también comienza la narración de la vida pública de Jesús con una referencia general a sus inicios en la región de Galilea, al norte de Israel, después del bautismo que había recibido en el río Jordán. Desde entonces se había empezado a manifestar públicamente en Jesús la acción del Espíritu Santo, el  mismo que lo había llevado primero a retirarse en el desierto y que ahora lo impulsaba a proclamar la Buena Noticia en las sinagogas o lugares de reunión que tenían los judíos en cada población para escuchar las Sagradas Escrituras y orar en comunidad. Pero hay un episodio que sólo aparece narrado en el Evangelio de Lucas: la autopresentación de Jesús en la aldea donde se había criado. Situémonos con nuestra imaginación en la sinagoga de Nazaret y contemplemos cómo inicia allí su predicación con base en la lectura del libro profético del tercer Isaías (61, 1 y ss.), evocando lo que este texto había significado unos cinco siglos y medio antes, en la época de la liberación de los judíos de su cautiverio en Babilonia, a la cual se refiere a su vez la 1ª lectura bíblica de este domingo que nos presenta al sacerdote Esdras proclamando la Ley de Dios en Jerusalén después del regreso del exilio (Nehemías 8, 2-4a.5-6.8-10). Jesús anuncia ahora una nueva liberación y va a proclamar una nueva Ley, ambas mucho más completas, y ya no sólo en el ámbito de Israel, sino en el de toda la humanidad. 3. “El Espíritu del Señor está sobre mí, porque él me ha ungido” Con esta frase de Isaías, Jesús se presenta en el Evangelio de Lucas como el Mesías prometido y anunciado por las profecías bíblicas. En hebreo Mesías significa Ungido, lo mismo que Cristo en griego, y hace referencia al rito con el que eran consagrados los reyes,  sacerdotes y profetas en el Antiguo Testamento, recibiendo el poder del Espíritu de Dios que les hacía posible cumplir la misión para la cual el Señor los había elegido. Nosotros, desde nuestra fe, reconocemos a Jesús como ese mismo Mesías prometido, cuya misión es dar la Buena Noticia a los pobres, liberar a los oprimidos, aliviar el dolor de los que sufren. Y esto es lo que significa en la Biblia el término griego “eu-angelion”: una buena noticia no sólo de palabra, sino realizada en hechos concretos. Esa sería también la misión que Cristo les iba a dar a todos cuantos creyeran en Él y quisieran seguirlo: evangelizar, es decir, proclamar de palabra y de obra que, para todo ser humano

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El Mensaje del Domingo – 13 de enero

I Domingo del Tiempo Ordinario Bautismo del Señor – Enero 13 de 2013 Por: Gabriel Jaime Pérez, S.J.                        En aquel tiempo la gente estaba en gran expectativa, y se preguntaba si tal vez Juan sería el Mesías; pero Juan les dijo a todos: “Yo, en verdad, los bautizo con agua; pero viene uno que los bautizará con el Espíritu Santo y con fuego. Él es más poderoso que yo, que ni siquiera merezco desatarle la correa de sus sandalias”. Y sucedió que cuando Juan los estaba bautizando a todos, también Jesús fue bautizado; y mientras oraba, el cielo se abrió y el Espíritu Santo bajó sobre él en forma visible, como una paloma, y se oyó una voz del cielo, que decía: “Tú eres mi Hijo amado, a quien he elegido” (Lucas 3, 15-16.21-22). Después de las fiestas de la Navidad y la Epifanía,  la Iglesia nos invita este domingo, con el cual comienza el llamado “Tiempo Ordinario” de la liturgia, a contemplar los hechos y las enseñanzas de Jesús en el inicio de su vida pública, inaugurada con su Bautismo en el río Jordán. Tratemos de descubrir el significado de este acontecimiento a la luz de los elementos narrativos que nos presenta el relato del Evangelio (Lucas 3, 15-16.21-22) y relacionándolos con las otras lecturas de este domingo. 1. El bautismo: un rito que adquiere su pleno significado en Jesucristo El verbo “bautizar” proviene del griego y significa sumergir. El rito del bautismo consiste originariamente en sumergirse o ser sumergido en el agua, que es un elemento imprescindible de la vida, para expresar así el paso a una existencia renovada mediante un nuevo nacimiento: así como el ser humano desde el comienzo de su existencia no puede subsistir sin el agua, el bautismo manifiesta el paso a una vida nueva. Juan invitaba a la gente al ser bautizada en el río Jordán para expresar una sincera voluntad de renovación. Jesús no necesitaba convertirse porque en Él no había pecado alguno, pero recibió el bautismo de Juan para indicar que Él mismo, siendo inocente, llevaría humildemente sobre sí el pecado del mundo y así cumpliría la voluntad de Dios: hacernos posible a todos el paso a una auténtica vida nueva, a imagen de la suya como Hijo de Dios. Por eso este domingo se nos invita a revivir el sentido del Sacramento del Bautismo, por el cual hemos sido hechos hijos de Dios e incorporados a la comunidad de los discípulos de Jesús para vivir de acuerdo con sus enseñanzas. 2. “El Espíritu Santo bajó sobre él en forma visible, como una paloma” Al describir el Bautismo de Jesús, el Evangelio utiliza el lenguaje propio de las llamadas teofanías o manifestaciones especiales de Dios. Y resalta en este pasaje la imagen de la paloma, que evoca dos relatos simbólicos del libro bíblico del Génesis: Por una parte, el relato de la creación, donde se dice que “el Espíritu de Dios aleteaba sobre las aguas” (Génesis 1, 2), y por otra el del diluvio universal, cuando al terminar la tempestad Noe soltó una paloma que regresó al arca con una rama de olivo en el pico (Génesis 8, 10-12), significando no sólo que después de la tempestad vino la calma, sino también que en virtud de una nueva creación recomenzaba la vida en la tierra. La figura de una paloma que se posa sobre Jesús en el momento de su bautismo, nos remite al comienzo de esa nueva creación que Dios Padre realiza por medio de Él, y en la cual se manifiesta la acción renovadora del Espíritu Santo, simbolizado por aquella ave. El relato del Bautismo del Señor es así una proclamación del misterio de la Santísima Trinidad. 3. “Tú eres mi Hijo amado, a quien he elegido” La fiesta del Bautismo del Señor actualiza para nosotros la manifestación de Jesús como Hijo de Dios, título dado por los profetas al Mesías prometido que iniciaría el reinado de Dios mismo en las vidas de quienes estuvieran dispuestos a su acción salvadora. Tal es a su vez el sentido de la profecía de Isaías en la primera lectura de este domingo: “Este es mi servidor…, mi elegido a quien prefiero. Sobre él he puesto mi Espíritu” (Isaías 42, 1-7). Resalta aquí la correspondencia entre el título de Hijo de Dios y el de Siervo o Servidor del Señor. Aquél hombre nacido en Belén de Judá,  que provenía de una familia humilde y sencilla residente en la pequeña aldea de Nazaret, y que en el momento de su Bautismo en el río Jordán fue proclamado Hijo de Dios por su propio Padre celestial, va a presentarse a sí mismo, de palabra y de obra, como quien vino no a ser servido, sino a servir. Toda su vida, desde su nacimiento en una pesebrera hasta su muerte en una cruz, es la manifestación de esta correspondencia entre su condición de Hijo de Dios y su misión de Servidor. En efecto, Jesús iba a estar siempre en medio de los seres humanos precisamente en calidad de servidor: servidor de Dios mediante el servicio a todos los seres humanos, tal como nos lo describe el discurso del apóstol Pedro en la segunda lectura, “fue ungido por Dios con la fuerza del Espíritu Santo” y “pasó haciendo el bien” (Hechos de los Apóstoles 10, 34-38). También nosotros hemos recibido en el sacramento del Bautismo al Espíritu Santo, que hace posible en nuestra existencia una vida nueva como hijos e hijas de Dios para en todo amarlo y servirlo, participando así en su reino de amor y de paz, en esta vida y en la eterna. Que esta posibilidad se haga efectiva depende de nuestra disposición a escuchar y poner en práctica sus enseñanzas, identificándonos con Jesús de Nazaret, el Hijo de Dios y el Servidor por excelencia. Que así sea.-

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El Mensaje del Domingo – 6 de enero

LA EPIFANÍA DEL SEÑOR  Por: Gabriel Jaime Pérez, S.J.                                        Jesús nació en Belén de Judá en tiempos del rey Herodes. Entonces unos Magos de Oriente se presentaron en Jerusalén preguntando: “¿Dónde está el Rey de los Judíos que ha nacido? Porque hemos visto salir su estrella y venimos a adorarlo”. Al enterarse el rey Herodes, se sobresaltó y todo Jerusalén con él; convocó a los sumos pontífices y a los letrados del país, y les preguntó dónde tenía que nacer el Mesías. Ellos le contestaron: “En Belén de Judá, porque así la ha escrito el Profeta: ‘Y tú, Belén, tierra de Judá, no eres ni mucho menos la última de las ciudades de Judá, pues de ti saldrá un jefe que será el pastor de mi pueblo Israel’”. Entonces Herodes llamó en secreto a los Magos, para que le precisaran el tiempo en que había aparecido la estrella, y los mandó a Belén diciéndoles: “Vayan y averigüen cuidadosamente por el niño, y cuando lo encuentren avísenme para ir yo también a adorarlo”. Ellos, después de oír al rey, se pusieron en camino, y de pronto la estrella que habían visto salir comenzó a guiarlos hasta que vino a pararse encima de donde estaba el niño. Al  ver la estrella, se llenaron de inmensa alegría. Entraron en la casa, vieron al niño con María, su madre, y, cayendo de rodillas, lo adoraron; después, abriendo sus cofres, le ofrecieron regalos: oro, incienso y mirra. Y habiendo recibido en sueños un oráculo para que no volvieran a Herodes, regresaron a su tierra por otro camino. (Mateo 2, 1-12). 1. La “Epifanía” como manifestación de la universalidad del reino de Dios La fiesta que en el lenguaje popular  se conoce como de los “Reyes Magos”, cuya fecha tradicional es el 6 de enero, recibe en la Iglesia el nombre oficial de Epifanía del Señor, y en varios países, entre ellos Colombia, viene desde hace algún tiempo celebrándose el domingo inmediatamente posterior al primer día del año. El vocablo griego epifanía significa manifestación espléndida, y se aplicaba antiguamente a los reyes que entraban triunfalmente a una ciudad y eran reconocidos por su poder victorioso. La Iglesia Católica lo emplea para celebrar la manifestación de Jesús que iba a ser reconocido como el Mesías que vendría al mundo para establecer el reinado de Dios, y que iba a ser reconocido como Señor por todos los pueblos de la tierra. Así lo había predicho el libro de Isaías unos cinco siglos antes en el texto bíblico de la primera lectura (Is 60, 1-6), de acuerdo con el sentido más profundo del Salmo 72 (71), que en la Misa de la fiesta de la Epifanía se recita como salmo responsorial. Este es también el sentido de lo que dice el apóstol Pablo en la segunda lectura, tomada de su carta a los primeros cristianos de Éfeso (Efesios 3, 2-6), al  referirse a los “gentiles” -los que no pertenecen a la raza judía- como igualmente destinatarios de la acción salvadora de Dios en persona por medio de Jesucristo. 2. El significado de los “Magos de Oriente” y la estrella que los guía El texto del Evangelio (Mateo 2, 1-12) no es un relato estrictamente histórico. Pertenece a un género literario llamado en hebreo “midrash”: una narración con fines didácticos. La enseñanza que corresponde al relato de los “magos” (más exactamente sabios estudiosos de las estrellas), que no dice que fueran reyes (aunque los textos bíblicos mencionados del Antiguo Testamento parecen darlo a entender), ni que fueran tres (aunque tres son los dones que ofrecen), ni cuáles eran sus nombres, razas o nacionalidades (aunque se indica que vienen “de Oriente”), consiste en una invitación a reconocer la epifanía o manifestación poderosa del comienzo del reinado universal de Dios en el misterio de la Encarnación, desde el comienzo de la vida de Jesús en la tierra como luz del mundo, a quien simboliza la estrella que los guía hacia Belén. Los nombres de Gaspar, Baltasar y Melchor, mencionados en un Evangelio apócrifo (no reconocido por la Iglesia), escrito en el siglo II d.C. y atribuido al apóstol Bartolomé, aparecen también en un Códice de la Biblioteca de París, entre los siglos V y VII d.C. Sus características raciales fueron atribuidas en el siglo XVI teniendo en cuenta la narración del libro del Génesis que se refieren a los hijos de Noe: Sem, antepasado originario de los asiáticos, es representado por Gaspar; Cam, antepasado de los africanos, por Baltasar; y Jafet, antepasado de los europeos, por Melchor. La estrella se ha explicado de diferentes maneras. Johannes Keppler dice en 1606 que fue un fenómeno astronómico debido a la conjunción de la Tierra con Saturno y Júpiter. Para la Iglesia se trata de un símbolo de la luz divina que guía a todos los pueblos para que reconozcan en Jesús al Señor del universo. 3. El significado de los dones ofrecidos a Jesús Es significativa la descripción de los dones. Además de anunciar simbólicamente lo que ocurriría en el transcurso posterior de la historia de la humanidad, cuando los poderosos y los sabios de este mundo se postrarían para reconocer y adorar en el humilde niño Jesús al Rey del Universo, los dones de oro, incienso y mirra han sido interpretados como signos respectivamente de la realeza, la divinidad y la humanidad de Jesús. (La mirra se empleaba en los ritos funerarios orientales para embalsamar los cuerpos, lo cual da pie para simbolizar con ella la humanidad mortal de Jesucristo). Acojamos la enseñanza que nos trae el relato evangélico de la Epifanía del Señor, siguiendo como los magos la estrella que nos conduce a reconocer en Jesús al Señor de nuestras vidas, y abriéndole los cofres de nuestros corazones para ofrecerle todo lo que somos y tenemos, de modo que Él reine de verdad en cada uno de nosotros y en los ambientes

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