Colegio San José Barranquilla

El mensaje del domingo

Capilla del Colegio San José reanuda su misa dominical

A partir del domingo 6 de mayo de 2018, la Capilla Nuestra Señora del Camino del Colegio San José Barranquilla reanuda su tradicional Misa Dominical de las 6 p.m. Se espera la asistencia de la comunidad en general de la ciudad para continuar celebrando en familia el Sacramento de la Eucaristía. Haga click aquí para acceder a la homilía del P. Gabriel Jaime Pérez Montoya, S.J. del domingo 6 de mayo, llamada el Mensaje del Domingo. Por: Diana Quintero Acosta, Comunicadora y Promotora Institucional.

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Suspensión Misa Dominical del 26 de febrero en el Colegio San José

Se informa a toda la Comunidad que el próximo domingo, 26 de febrero de 2017, no habrá nuestra acostumbrada Misa Dominical en la Capilla del Colegio Nuestra Señora del Camino. Reanudará el domingo 5 de marzo, a las 6 p.m.     Puede acceder a la Homilía "El Mensaje del Domingo" del P. Gabriel Jaime Pérez Montoya, S.J, Rector haciendo click en el siguiente banner    

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EL Mensaje del Domingo 12 de Julio

XV Domingo del Tiempo Ordinario Ciclo B Por: Gabriel Jaime Pérez, S.J. Llamó Jesús a los Doce y empezó a enviarlos de dos en dos, dándoles poder sobre los espíritus malignos. Les encargó que no llevaran nada para el camino, fuera de un bastón; que no llevaran pan, ni provisiones, ni dinero. Que podían llevar sandalias, pero que no llevaran dos túnicas. Y les decía: “Cuando se hospeden en una casa, quédense allí hasta que se vayan de aquel lugar. Y si en algún lugar no los reciben ni quieren escucharlos, al salir sacudan de sus pies hasta el polvo que se les haya pegado: será una acusación contra esa gente”. Los discípulos se fueron, y con su predicación llamaron a todos a volver a Dios, expulsaban muchos demonios, y ungían con aceite a muchos enfermos y los curaban. (Marcos (6, 7-13). 1. Dios elige, llama y envía a cada cual para realizar una tarea específica En el siglo VIII antes de Cristo, un “pastor y cultivador de higos” de nombre Amós, quien nos cuenta su propia vocación en la primera lectura (Amós 7, 12-15), fue llamado y enviado por Dios para realizar la tarea de los auténticos profetas -porque también existían entonces los profetas falsos-. En dicha primera lectura se cuenta que Amasías, sacerdote del Templo de Betel (centro del culto en el reino del norte llamado Israel que después de Salomón se había separado del reino del sur llamado Judá, donde estaba el Templo de Jerusalén), le dijo a Amós que se fuera al sur porque su predicación le resultaba incómoda a Jeroboam, el rey del norte (Amós 7, 10-11). Y la respuesta de Amós significa que él no era ningún vidente o adivino ordinario -como lo eran los falsos profetas que adulaban al rey en su palacio-, sino que había sido llamado por Dios para hablar en su nombre, y esto es lo que quiere decir el término profeta, proveniente del griego. Así lo hizo, denunciando la idolatría y la injusticia, como también anunciando la salvación para quienes se convirtieran a Dios. Siete siglos después, Jesús escoge a doce de entre sus discípulos o seguidores, a quienes llama apóstoles -otro término proveniente del griego que significa enviados-, y les confía la misión de invitar a todas las personas a convertirse, es decir, a reorientar sus vidas hacia Dios, y de liberarlas del mal con el poder del Espíritu Santo. En el siglo I de la era cristiana, san Pablo, que no había formado parte de los primeros Doce, recibiría asimismo el título de apóstol al ser escogido por Cristo resucitado para proclamar su mensaje salvador a los llamados “gentiles”, es decir los que no pertenecían al pueblo judío. Entre ellos se contaban los primeros cristianos de la ciudad de Éfeso en el Asia Menor (hoy Turquía), a quienes dirigió la carta de la cual está tomada la segunda lectura (Efesios 1, 3-14) y que justamente comienza, en sus dos primeros versículos, con una presentación que hace Pablo de sí mismo como “apóstol de Cristo Jesús por voluntad de Dios” (Efesios 1, 1). También nosotros los bautizados y confirmados en la Iglesia o comunidad de los seguidores de Jesucristo en este siglo XXI, hemos sido elegidos y llamados por Él a realizar una misión concreta, una tarea específica que el Señor le ha señalado a cada cual para colaborar con Él en el cumplimiento de su plan universal de salvación. Reconozcamos esta misión y preguntémonos cómo la estamos cumpliendo. 2. Jesús envía a sus apóstoles de dos en dos, dándoles poder para predicar y sanar En la tradición jurídica del judaísmo, para que fuera válido y creíble un testimonio tenía que ser dado al menos por dos personas que coincidieran en su contenido. Este es el sentido originario de esta forma de enviar Jesús a sus discípulos -de dos en dos-, a lo que podemos agregar el de ayudarse mutuamente para la realización de la tarea. Otro tema que llama la atención es la instrucción que les da para llevar a cabo la misión. En cuanto a qué pueden y qué no deben llevar, es significativo que lo permitido sea lo relacionado con el hecho de ponerse en camino –el bastón, las sandalias y una sola túnica-, mientras que todo lo demás que necesiten se supone que van a obtenerlo de las comunidades a las que se dirigen, como contribución por el trabajo que realicen en ellas. Pero más allá de estas especificaciones, lo que en el fondo significa la instrucción de Jesús es que deben ir ligeros de equipaje, sin apegos materiales que les impidan la agilidad requerida para el camino, confiados plenamente en el poder de Dios que les da la energía espiritual necesaria. Termina la instrucción de Jesús a sus enviados con el símbolo de sacudirse el polvo de los pies. Es una forma de expresar, con un gesto, que la Buena Noticia que están llamados a proclamar puede ser rechazada en determinados ambientes, pero no por ello deben desanimarse en su trabajo. Por el contrario, deben buscar otros horizontes, con nuevos ánimos y dejando atrás todo lo que les impida proseguir su tarea. 3. Llamaron a todos a volver a Dios; expulsaban muchos demonios, ungían con aceite a muchos enfermos y los curaban El pasaje del Evangelio termina con una breve descripción de la tarea que comenzaron a realizar aquellos primeros discípulos enviados por Jesús a proclamar su mensaje de salvación. Para describir esa tarea, se hace referencia a tres elementos esenciales: la invitación a la conversión, la “expulsión de los demonios” -es decir, de las fuerzas del mal-, producida por la acción renovadora del Espíritu Santo, y la unción de los enfermos con el óleo o aceite consagrado como signo de sanación -no sólo física, sino sobre todo espiritual y que corresponde a uno de los siete sacramentos de la Iglesia-. Pidámosle al Señor que nos disponga a cumplir la misión que nos ha encomendado. En especial pidamos por el Papa y

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El Mensaje del Domingo 28 de Junio

En aquel tiempo, Jesús atravesó de nuevo en barca a la otra orilla, se reunió mucha gente a su alrededor y Él se quedó junto al lago. Se acercó un jefe de la sinagoga, que se llamaba Jairo, y, al verlo, se echó a sus pies, rogándole con insistencia: -Mi niña está en las últimas; ven, pon las manos sobre ella para que se cure y viva. Jesús se fue con él, acompañado de mucha gente […]. Y llegaron de la casa del jefe de la sinagoga para decirle: -Tu hija ha muerto. ¿Para qué molestar más al Maestro? Jesús alcanzó a oír lo que hablaban y le dijo al jefe de la sinagoga: -No temas, basta que tengas fe. No permitió que lo acompañara nadie más que Pedro, Santiago y Juan, el hermano de Santiago. Llegaron a casa del jefe de la sinagoga y encontró el alboroto de los que lloraban y se lamentaban a gritos. Entró y les dijo: -¿Qué estrépito y qué lloros son éstos? La niña no está muerta, está dormida. Y se reían de Él. Pero Él los echó fuera a todos y, con el padre y la madre de la niña y sus acompañantes, entró donde estaba la niña, la tomó de la mano y le dijo: -Talitá kumi (que significa “Contigo hablo, levántate”). La niña se puso en pie inmediatamente y echó a andar; tenía como doce años. Y se quedaron viendo visiones. Les insistió en que nadie se enterase, y les dijo que le dieran de comer (Marcos 5, 21-24 y 35b-43). El mensaje central de este relato del Evangelio es la invitación a la fe en el Dios de la vida, a cuya acción resucitadora se refieren también la primera lectura (Sabiduría 1, 13-15; 2, 23-24) y el Salmo 30 (29). Al compartir esta misma fe, dispongámonos también a compartir con las personas necesitadas lo que tenemos, como se nos invita a hacerlo en la segunda lectura (2 Corintios 8, 7. 9. 13-15). 1. Jesús le dice al jefe de la sinagoga: -No temas, basta que tengas fe. La “sinagoga” era entonces y sigue siendo hoy para los judíos un recinto destinado a las reuniones de la comunidad para escuchar las sagradas escrituras, orar e instruirse acerca de las prescripciones morales y rituales de la Ley de Dios promulgada a través de Moisés. Ante la noticia que le dan al jefe de la Sinagoga de Cafarnaúm -el puerto pesquero de Galilea, donde Jesús inició su vida pública y su predicación-, Jesús lo invita a no desanimarse. Las palabras “no temas, basta que tengas fe”, son dirigidas también hoy a nosotros, especialmente en las situaciones difíciles, en las que se oscurece el horizonte de nuestra vida y nos envuelve el temor ante los problemas. 2. Jesús les dice a quienes lloran: -La niña no está muerta, está dormida […]. Luego entra donde está la niña, la toma de la mano y le dice: […] Levántate. Los relatos de milagros de resucitación obrados por Jesús durante su vida terrena (este de la hija de Jairo, el del hijo de la viuda de Naím y el de Lázaro de Betania, amigo de Jesús) -como también los de aquellos que habían sido realizados por los profetas Elías y Eliseo -narrados en el primer libro de los Reyes del Antiguo Testamento- y los que cuenta el libro de los Hechos de los Apóstoles que realizaron los apóstoles Pedro y Pablo-, difieren del misterio de la resurrección gloriosa a una vida eterna. La vida terrenal de esas personas, después de haber sido revivificadas, iba a terminar definitivamente algún día. Sin embargo, todos podemos tener la esperanza en una vida eterna después de nuestra existencia en este mundo, y éste es precisamente el núcleo del mensaje pascual de la resurrección de Cristo, prenda de nuestra resurrección futura. Jesús dice que la niña no está muerta, sino dormida. En otro pasaje de los evangelios, con respecto a la muerte de su amigo Lázaro, les comentará a sus discípulos “Nuestro amigo Lázaro se ha dormido, pero voy a despertarlo” (Juan 11, 11). La Iglesia emplea también en su liturgia la metáfora del sueño para referirse a la muerte, como cuando al rezar por los difuntos en la Misa decimos: “Acuérdate también Señor de nuestros hermanos y hermanas que durmieron en la esperanza de la resurrección”, pidiéndole por su “descanso eterno” al Dios que “creó al ser humano para la inmortalidad y lo hizo a imagen de su propio ser”, como dice la primera lectura. La resucitación de la hija de Jairo en el Evangelio de este domingo nos invita a reconocer con fe el poder creador y renovador del Espíritu de Dios, que se manifiesta presente en Jesús. Animados por la fe en este poder del Dios que da la vida, podemos decir, a pesar de nuestras experiencias dolorosas, la frase del Salmo: Cambiaste mi luto en danzas. Señor, Dios mío, te daré gracias por siempre. 3. Vida después de la vida Los relatos evangélicos de resucitación nos presentan hechos de reanimación o revivificación después de experiencias que podrían ser asimiladas a las que presentan las narraciones contemporáneas de personas que han “vuelto a la vida” y dicen que Dios les ha dado “una segunda oportunidad”. No son pocos los relatos de quienes han tenido la llamada experiencia del túnel, después de haber sido declarados muertos o haber sufrido estados de catalepsia, o de haberse detenido por un tiempo considerable los latidos de sus corazones, y han vuelto a la vida. Tales relatos, como los de un famoso libro que recopila hechos de esta índole bajo el título Vida después de la vida, tienen en común la vivencia de una especie de túnel oscuro y una luz al final que atrae a quienes están dejando la vida material. De todos modos, el paso de esta vida a la eternidad sigue siendo un misterio que sólo podremos comprender a la luz de la fe en el Dios de la vida.

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El Mensaje del Domingo 21 de Junio

Domingo XII del Tiempo Ordinario – Ciclo B Por: Gabriel Jaime Pérez, S.J. Al anochecer, Jesús dijo a sus discípulos: -Vamos al otro lado del lago. Entonces dejaron a la gente y llevaron a Jesús en la barca en que ya estaba; y también otras barcas lo acompañaban. En esto se desató una tormenta, con un viento tan fuerte que las olas caían sobre la barca, de modo que se llenaba de agua. Pero Jesús se había dormido en la parte de atrás, apoyado sobre una almohada. Lo despertaron y le dijeron: -Maestro: ¿no te importa que nos estemos hundiendo? Jesús se levantó y dio una orden al viento, y dijo al mar: -¡Silencio! ¡Quédate quieto! El viento se calmó y todo quedó completamente tranquilo. Después dijo Jesús a los discípulos: -¿Por qué están asustados? ¿Todavía no tienen fe? Ellos se llenaron de miedo, y se preguntaban unos a otros: -¿Quién será éste, que hasta el viento y el mar le obedecen? (Marcos 4,35-41). Este relato del Evangelio nos invita a la fe en la presencia y la acción salvadora de Jesús en los momentos difíciles. Tanto en la vida personal como en la de toda comunidad humana, pueden sobrevenir y de hecho sobrevienen tempestades que amenazan con hundirnos y destruir nuestras esperanzas. Pero como dice el refrán popular, “después de la tempestad viene la calma”, y esto se cumple cuando no nos dejamos vencer por la desesperación y recurrimos al Señor, sin dejar por ello de poner cuanto esté de nuestra parte. Meditemos en el Evangelio, teniendo en cuenta también los otros textos bíblicos de hoy [Job 38, 1. 8-11; Salmo 107 (106), 23-26.28-31; 2 Corintios 5, 14-17]. 1. Jesús dijo a sus discípulos: Vamos al otro lado del lago (…). Se desató una tormenta (…). Jesús se levantó y dio una orden (…), y todo quedó tranquilo. Cuando Jesús dice en este pasaje del Evangelio “vamos al otro lado el lago”, se refiere al pueblo pagano de los llamados “gerasenos”, situado en la orilla oriental del lago de Tiberíades, llamado también, por su tamaño y la fuerza de su oleaje, el “mar de Galilea”. Esta acción de dirigirse a la orilla opuesta es muy significativa para los estudiosos de los textos bíblicos, quienes ven en ella una referencia a la misión que Jesús le iba a dar a su Iglesia de proclamar la Buena Noticia más allá de las fronteras nacionales del pueblo de Israel. Las primeras comunidades cristianas, al escuchar este relato que encontramos con distintos matices en los Evangelios de Marcos, Mateo y Lucas, seguramente lo asociaban a la imagen de la tempestad empleada con frecuencia en los textos bíblicos, como por ejemplo en el Salmo 107 (106), que invita a dar gracias a Dios por su misericordia, evocando con la imagen de la tempestad la historia de Israel en la que, a pesar de las constantes dificultades e incluso de las infidelidades propias de la debilidad humana, se había manifestado en favor de su pueblo el poder salvador de Dios, que aplacaba los vientos y con la suave brisa de su Espíritu lo conducía seguro al puerto de la tierra prometida. El mismo poder salvador de Dios iban a reconocer los discípulos de Jesús que estaba presente y actuante en Él, pero tal reconocimiento sólo sería posible gracias a la fe pascual en Cristo resucitado, quien con la energía del Espíritu Santo les daría la fuerza necesaria para afrontar el oleaje de las persecuciones. La barca de Pedro, símbolo de la Iglesia o comunidad de los discípulos de Jesús, estaría constantemente amenazada por las tormentas del mal, pero siempre sería defendida por la presencia de su Maestro. 2. Las preguntas de los discípulos: -Maestro, ¿no te importa que nos estemos hundiendo? (…) -¿Quién será éste, que hasta el viento y el mar le obedecen? Estas dos preguntas de los discípulos son muy significativas. Muchas veces, en medio de los problemas que nos toca afrontar, nos parece que Dios se desentiende y nos deja a la deriva, como si no le importáramos. Y también otras muchas, cuando encontramos la solución a los problemas, puede suceder que no reconozcamos claramente la presencia salvadora del Señor. Eso mismo les ocurrió a los discípulos de Jesús que iban con Él en la barca, e incluso después del milagro “se llenaron de miedo”, porque juzgaban con criterios humanos, como escribe el apóstol Pablo en la segunda lectura de hoy. Necesitamos que Dios mismo abra nuestras mentes y nos haga experimentar y comprender desde la fe su presencia amorosa y su acción salvadora. Este es el sentido del pasaje bíblico de la primera lectura, cuando “El Señor le habló a Job de en medio de la tempestad (…), diciéndole: Yo le puse un límite al mar y cerré con llave sus compuertas. Y le dije “llegarás hasta aquí, y de aquí no pasarás; aquí se romperán tus olas arrogantes”. El mismo Dios todopoderoso que en todo el capítulo 38 del libro que lleva el nombre de Job le habla así a este personaje simbólico del Antiguo Testamento, es el que se nos revela en la persona de Jesús. 3. Las preguntas de Jesús: -¿Por qué están asustados? ¿Todavía no tienen fe? El miedo proviene de la falta de fe. Los primeros seguidores de Jesús tardaron un buen tiempo en tener la fe que requerían para afrontar las dificultades inherentes a la misión que iban a recibir de proclamar el Evangelio con una perspectiva universal. Iban a ser necesarias la iluminación y la energía del Espíritu Santo, después de la muerte y resurrección de Cristo, para que pudieran enfrentarse al oleaje de las incomprensiones y persecuciones confiando en el poder del amor infinito de Dios. También nosotros necesitamos de esa fe, una fe que nos haga posible luchar sin desfallecer en medio de las situaciones difíciles, siendo impulsados por el amor de Cristo, como dice el apóstol Pablo en la segunda lectura. Pidámosle al Señor que nos conceda y nos aumente la

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El Mensaje del Domingo 14 de Junio

Domingo XI del Tiempo Ordinario – Ciclo B Por: Gabriel Jaime Pérez, S.J. En aquel tiempo, Jesús decía a la gente: “El Reino de Dios es como un hombre que echa el grano en la tierra; duerma o se levante, de noche o de día, el grano brota y crece, sin que él sepa cómo. La tierra da el fruto por sí misma; primero hierba, luego espiga, después trigo abundante en la espiga. Y cuando el fruto lo admite, en seguida se le mete la hoz, porque ha llegado la siega”. Decía también: “¿Con qué compararemos el Reino de Dios o con qué parábola lo expondremos? Es como un grano de mostaza que, cuando se siembra en la tierra, es más pequeña que cualquier semilla que se siembra en la tierra; pero una vez sembrada, crece y se hace mayor que todas las hortalizas y echa ramas tan grandes que las aves del cielo anidan a su sombra”. Y les anunciaba la Palabra con muchas parábolas como éstas, según podían entenderle; no les hablaba sin parábolas; pero a sus propios discípulos se lo explicaba todo en privado (Marcos 4, 26-34). Jesús proclamó desde el inicio de su predicación la llegada del Reino de Dios, y también decía que éste podía estar dentro de cada persona que acoge su buena noticia con sencillez de corazón. Y para explicarnos cómo llega a nosotros su Reino, es decir, de qué modo actúa Dios con el poder de su amor en nuestra existencia personal y en la historia humana, nos presenta sus parábolas, muchas de las cuales, como las que contiene el Evangelio de hoy, empiezan con una frase sugestiva: “El Reino de Dios se parece a…”. Veamos cómo podemos aplicar a nuestra vida lo que nos enseña Jesús en las dos parábolas del Evangelio de hoy (Marcos 4, 26-34), y tengamos también en cuenta para nuestra reflexión las otras lecturas bíblicas de este domingo (Ezequiel 27, 22-24; 2 Corintios 5, 6-10). 1. Como un hombre que echa el grano en la tierra En esta primera parábola, el Reino de Dios es Dios mismo que siembra y deja que la semilla se desarrolle. La primera lectura, tomada del libro del profeta Ezequiel, del Antiguo Testamento, nos presenta precisamente a Dios como un sembrador: “Así dice el Señor: Yo también tomaré un renuevo de lo más alto de la copa del cedro… y lo plantaré en un monte alto y eminente…; extenderá sus ramas y dará fruto, y llegará a ser un cedro majestuoso. Debajo de él anidarán toda clase de aves, a la sombra de sus ramas…” Seguramente Jesús estaba evocando esta profecía, referida originariamente a la acción de Dios en favor del pueblo de Israel, cuando les decía a sus discípulos que el Reino de Dios es como un hombre que siembra, y este mismo fue el sentido de otra de sus parábolas que aparecen en los Evangelios, la del sembrador que va esparciendo las semillas que caen unas en tierra mala y otras en tierra buena. Ahora nuestro Señor aplica el anuncio profético no sólo a aquél pueblo, sino a toda la humanidad, pues su Buena Noticia acerca de la llegada del Reino de Dios es un mensaje universal. Lo que Jesús nos quiere mostrar ante todo es la paciencia infinita de Dios. Él ha sembrado en nosotros la semilla con su Palabra encarnada, que es Jesús mismo, nos comunica su Espíritu y nos invita a seguir sus enseñanzas para que nuestra vida se desarrolle espiritualmente y produzca frutos. Sin embargo, Él mismo sabe que este desarrollo tiene su tiempo, y por eso espera pacientemente hasta que llegue el momento de la cosecha. 2. Como la tierra que da su fruto por sí misma Dios es el sembrador, pero no pretende hacerlo todo. Él deja que la tierra realice su labor dando fruto “por sí misma”. De esta forma lo que Jesús nos está enseñando es que la gracia de Dios no excluye la acción del ser humano, que es precisamente a lo que Jesús se refiere en la segunda parte de la primera parábola. Él espera que nosotros correspondamos a sus cuidados esforzándonos por cumplir su voluntad, que es voluntad de amor, porque el Reino de Dios es el poder del Amor que es Él mismo. En consecuencia, el desarrollo del plan salvador de Dios para cada uno y cada una de nosotros implica la colaboración de nuestra parte. Dios realiza lo que le corresponde y está siempre dispuesto a ayudarnos, pero deja en nosotros respetuosamente la autonomía responsable para que nos esforcemos por crecer espiritualmente y dar fruto. 3. Como la semilla más pequeña La otra de las parábola que nos trae el Evangelio de hoy tiene en común con la anterior la invitación a la paciencia, y por lo mismo a la esperanza en un Dios que sabe esperar a que lo comenzado en una semilla tan pequeña como el grano de mostaza, termine en el árbol grande y frondoso en cuyas ramas y a cuya sombra puedan anidar las aves. El Reino de Dios, en efecto, comienza por lo pequeño por lo sencillo, y va creciendo gracias a la acción continua y pacientemente transformadora de su Espíritu Santo. En este sentido, la parábola del grano de mostaza consiste en una invitación a no desanimarnos a pesar de la sensación de la lentitud con que parece obrar Dios mismo en medio de un mundo que le rinde culto a la eficiencia instantánea y mágica del éxito fácil y sin esfuerzo. Esta mentalidad nos impulsa a querer los resultados inmediatos. Pero, así como un árbol necesita tiempo para crecer y desarrollarse, así también el desarrollo de nuestra vida en el Espíritu no puede darse en plenitud de la noche a la mañana. Necesitamos tiempo para crecer en el amor, para que la acción del Espíritu Santo nos vaya transformando y vaya produciendo en nosotros los frutos esperados. Dios es paciente con nosotros. Por eso también nosotros debemos ser pacientes unos

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El Mensaje del Domingo 7 de Junio

Domingo de El Cuerpo y la Sangre de Cristo- Ciclo B Por: Gabriel Jaime Pérez, S.J. El primer día de la fiesta en que se comía el pan sin levadura, cuando se sacrificaba el cordero de Pascua, los discípulos de Jesús le preguntaron: Dónde quieres que vayamos a prepararte la cena de Pascua? Entonces envió a dos de sus discípulos, diciéndoles: Vayan a la ciudad. Allí encontrarán a un hombre que lleva un cántaro de agua; síganlo, y donde entre, digan al dueño de la casa: El Maestro pregunta: ¿Cuál es el cuarto donde voy a comer con mis discípulos la cena de Pascua? Él les mostrará en el piso alto un cuarto grande, arreglado y ya listo para la cena. Prepárennos allí lo necesario¡. Los discípulos salieron y fueron a la ciudad. Lo encontraron todo como Jesús les había dicho, y prepararon la cena de Pascua. Mientras comían, Jesús tomó en sus manos el pan y, habiendo pronunciado la bendición, lo partió y se lo dio a ellos, diciendo: -Tomen, esto es mi cuerpo. Luego tomó en sus manos una copa y, habiendo dado gracias a Dios, se la pasó a ellos, y todos bebieron. Les dijo: -Esto es mi sangre, con la que se confirma la alianza, sangre que es derramada en favor de muchos. Les aseguro que no volveré a beber del producto de la vid, hasta el día en que beba el vino nuevo en el reino de Dios. Después de cantar los salmos, se fueron al Monte de los Olivos. (Mateo 14, 12-16. 22-26). La fiesta del Cuerpo y la Sangre de Cristo, que comenzó a celebrarse en la ciudad belga de Lieja en el año 1246, fue extendida en el 1264 a toda la Iglesia Católica por el papa Urbano IV para proclamar la presencia real de Jesucristo en la Eucaristía, contrarrestando así las enseñanzas de quienes la negaban y decían que el pan y el vino consagrados eran simplemente un símbolo conmemorativo de la última cena del Señor. 1. La Eucaristía es sacrificio y sacramento Como sacrificio, la Eucaristía es el memorial que no sólo recuerda, sino además actualiza el misterio pascual de la pasión, muerte y resurrección de Jesucristo. La primera lectura (Éxodo 24, 3-8) evoca lo que desde nuestra fe reconocemos como una prefiguración de este sacrificio redentor de Jesús, quien iba a cambiar con la entrega de su propia vida el antiguo rito llamado “sacrificio de comunión” realizado con la sangre de animales para establecer la alianza o pacto de amistad entre Dios y el pueblo escogido de Israel. Con su sacrificio redentor, Jesús se constituye en “mediador de una alianza nueva”, tal como nos lo indica la segunda lectura (Hebreos 9, 11-15), y como el propio Jesús nos lo dice en el texto del Evangelio: “esta es mi sangre, sangre de la alianza, derramada en favor de muchos”. La palabra “muchos” significa aquí que, aunque la acción redentora de Jesús tiene como destinataria a toda la humanidad, sólo reciben sus efectos quienes se esfuerzan, con la ayuda de la gracia divina, por vivir de acuerdo con el contenido de sus enseñanzas, que se resumen en la Ley del Amor a Dios sobre todas las cosas y al prójimo como Jesús mismo nos mostró que Dios nos ama a todos. Como sacramento, la Eucaristía es por excelencia el signo sensible de la presencia salvadora de Jesucristo, que nos alimenta espiritualmente con su propia vida entregada y resucitada, y que por la acción del Espíritu Santo nos une en comunidad. “Comunión” significa precisamente tanto el hecho de participar por este sacramento de la vida eterna del Señor, como también el de formar con Él y entre nosotros, al compartir su Cuerpo y su Sangre -es decir, su vida- una comunidad fraterna de hijos e hijas de Dios. 2. En la Eucaristía se hace realmente presente Jesucristo resucitado La presencia de Jesús en la Eucaristía no es aparente, es real. Pero esta realidad no es la de un fenómeno material verificable por los sentidos, sino la de un misterio de orden espiritual, sólo captable por la fe. Esa presencia suya en medio de nosotros después de su muerte y resurrección, quiso invitarnos Él a reconocerla en las especies del pan y el vino consagrados con el rito que, en la última cena antes de su pasión, les dijo a sus primeros discípulos que repitieran después en conmemoración suya. En este sentido, el pan (las “hostias” hechas de pan ácimo o sin levadura) y el vino, en virtud de su consagración, se convierten para nosotros, gracias a la acción de su Espíritu Santo, en la presencia viva de Jesús. Él es la Palabra de Dios hecha carne que nos alimenta no sólo con sus enseñanzas, sino con su propia vida entregada y resucitada que está siempre disponible para nosotros en lo que llamamos el Santísimo Sacramento. Tal es el sentido de las hostias consagradas que se guardan en el sagrario para nuestra adoración y para la comunión de quienes, por enfermedad u otra razón similar, no han podido o no pueden participar presencialmente en la celebración eucarística. 3. Celebrar la Eucaristía es expresar que somos y queremos ser comunidad Al compartir en la comunión la vida entregada y resucitada de nuestro Señor Jesucristo, su Espíritu nos une en un solo cuerpo, una comunidad llamada a realizar el mandamiento del amor. La Encíclica Dios es Amor, publicada por el Papa Emérito Benedicto XVI al finalizar el año en que inició su pontificado (2005), nos ofrece una reflexión muy apropiada para meditar hoy en el significado de la Eucaristía, que a su vez guarda una estrecha relación con la fiesta del Sagrado Corazón de Jesús que celebraremos el próximo viernes: “Poner la mirada en el costado traspasado de Cristo, del que habla Juan (cf. 19, 37), ayuda a comprender lo que ha sido el punto de partida de esta Carta Encíclica: «Dios es amor» (1 Juan 4, 8). Es allí, en la cruz, donde puede

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El Mensaje del Domingo 31 de Mayo

Domingo de la Santísima Trinidad Ciclo B Por: Gabriel Jaime Pérez, S.J. En aquel tiempo, los once discípulos se fueron a Galilea y subieron al monte en el que Jesús los había citado. Al ver a Jesús se postraron, aunque algunos titubeaban. Entonces Jesús se acercó a ellos y les dijo: “Me ha sido dado todo poder en el cielo y en la tierra. Vayan, pues, y enseñen a todas las naciones, bautizándolas en el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo, y enseñándoles a cumplir todo cuanto yo les he mandado; y sepan que yo estaré con ustedes todos los días, hasta el fin del mundo” (Mt 28, 16-20). Hoy celebramos la fiesta de la Santísima Trinidad: un solo Dios en tres personas distintas. Las lecturas bíblicas (Deuteronomio 4,32-34.39-40; Romanos 8, 14-17; Mateo 28, 16-20) nos invitan a renovar nuestra fe en el misterio inefable de Dios que se nos ha revelado como el Padre creador del universo, el Hijo salvador de la humanidad y el Espíritu Santo que nos vivifica, nos renueva, nos ilumina, nos une en comunidad y nos hace posible construir relaciones de amor auténtico. 1. El Misterio de Dios trino y uno Cuenta el gran filósofo y teólogo San Agustín (354-430 d.C.) que en cierta ocasión, mientras caminaba por la playa tratando de entender la doctrina de la Santísima Trinidad, vio a un niño que intentaba vaciar toda el agua del mar en la concha de un caracol, y así pudo comprender que la mente humana, por más esfuerzos que haga, es incapaz de abarcar la infinitud del misterio de Dios. El lenguaje bíblico, al intentar describir a Dios -no para definirlo, porque el Infinito es indefinible-, lo hizo con una palabra que en su sentido auténtico y más completo corresponde a lo que mejor puede caracterizar la experiencia de Dios: “Dios es Amor” (1 Juan 4, 8.16). Ahora bien, si Dios es Amor, tiene que ser plural, pues para que exista el amor tiene que haber alguien que ama, alguien que sea amado y le corresponda también amando, y la relación misma de amor entre ambos. Este es el sentido del misterio: un solo Dios que es pluralidad en la perfecta comunidad de amor, y por lo mismo es unidad en la diversidad de personas. Es así como Dios Padre se nos revela en las enseñanzas y en la obra salvadora de su Hijo Jesucristo, su Palabra hecha carne por la acción del Espíritu Santo. Este mismo Espíritu nos mueve a reconocer el amor de Dios llamándolo “Padre” (“Abba”: palabra de origen sirio-caldeo que significa literalmente “Papá” y fue empleada originariamente por el mismo Jesús para dirigirse a Dios), y nos hace posible corresponder a él en el cumplimiento de su voluntad, que es voluntad de amor. 2. Los símbolos de la Santísima Trinidad Muchos símbolos han venido siendo empleados para tratar de expresar el misterio de Dios uno y trino, aunque en definitiva todos se quedan cortos. El Salmo 33 (32), por ejemplo, propuesto como respuesta a la primera lectura de hoy, habla tanto de la “palabra del Señor” como del “aliento de su boca”, imágenes del Hijo y del Espíritu, que con el Padre constituyen un solo Dios. Uno de los símbolos es la imagen del sol, que es fuente de energía, luz y calor. El Padre es la fuente, el Hijo es la luz que nos revela a Dios Padre y el Espíritu Santo es el fuego que nos ilumina y enciende en nosotros la llama del amor, pero las tres personas en su pluralidad son un solo Dios. Otra imagen es la del triángulo equilátero: tres ángulos o tres lados distintos, pero una sola figura geométrica. Cada ángulo o cada lado es un elemento de esta figura, y aunque ninguno de ellos es lo que son los otros dos, los tres forman un mismo y único ser. Pero la imagen que más llama la atención es la que usó san Patricio (387-461 d.C.), quien para presentarles el misterio de Dios a los paganos de Irlanda señalaba en la hoja del trébol sus tres componentes para indicar el sentido de la fe en la uni-trinidad divina: un solo Dios cuyo ser actúa y se manifiesta pluralmente. 3. Nuestra fe en la Trinidad nos impulsa a la realización de lo que ella significa “La gracia de nuestro Señor Jesucristo, el amor del Padre y la comunión del Espíritu Santo estén siempre con ustedes”, es la frase con la que el apóstol Pablo solía saludar a las comunidades a las que dirigía sus cartas. Este es el origen del saludo con el que el sacerdote que preside la Eucaristía, después de hacer la señal de la cruz invocando a Dios uno y trino, suele iniciar la celebración del amor infinito de Aquél a quien en el himno del Gloria alabamos como Padre, Hijo y Espíritu Santo. Luego, en la oración anterior a las lecturas, invocamos la mediación de Jesucristo, el Hijo, que vive y reina con el Padre en la unidad del Espíritu Santo. En el Credo proclamamos nuestra fe en la Santísima Trinidad, e inmediatamente antes de la consagración, después de haber alabado al tres veces Santo, le pedimos a Dios Padre que santifique con su Espíritu el pan y el vino para que se conviertan en el Cuerpo y la Sangre de su Hijo Jesucristo. Y al terminar la plegaria eucarística, hacemos el brindis con el que por Cristo, con Él y en Él, le reconocemos todo el honor y la gloria a Dios Padre omnipotente en la unidad del Espíritu Santo. Finalmente, al terminar la Misa el sacerdote imparte para todos la bendición de Dios uno y trino. En un libro de meditaciones escrito por el teólogo Joseph Ratzinger -hoy el Papa Emérito Benedicto XVI-, titulado El Dios de los Cristianos, en su sección subtitulada “Dios es trinitariamente uno”, leí la siguiente reflexión que se relaciona con el pasaje del Evangelio de hoy: “¿Cuántas veces hemos hecho la

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El Mensaje del Domingo 24 de Mayo

Domingo de Pentecostés Ciclo B Por: Gabriel Jaime Pérez, S.J. Al llegar el día de Pentecostés, estaban todos reunidos en el mismo lugar. De repente, un ruido del cielo, como de un viento recio, resonó en toda la casa donde se encontraban. Vieron aparecer unas lenguas, como llamaradas, que se repartían, posándose encima de cada uno. Se llenaron todos del Espíritu Santo y empezaron a hablar en lenguas extranjeras, cada uno en la lengua que el Espíritu le sugería. Se encontraban entonces en Jerusalén judíos devotos de todas las naciones de la tierra. Al oír el ruido, acudieron en masa y quedaron desconcertados, porque cada uno los oía hablar en su propio idioma. Enormemente sorprendidos, preguntaban: “¿No son galileos todos esos que están hablando? Entonces, ¿cómo es que cada uno de nosotros los oye hablar en la propia lengua nativa? Entre nosotros hay partos, medos y elamitas, otros vivimos en Mesopotamia, Judea, Capadocia, en el Ponto y en Asia, en Frigia o en Panfilia, en Egipto o en la zona de Libia que limita con Cirene; algunos somos forasteros de Roma, otros judíos o prosélitos; también hay cretenses y árabes; y todos los oímos hablar de las maravillas de Dios, cada uno en la propia lengua”. (Hechos de los Apóstoles 2, 1-11) El término Pentecostés (que en griego se refiere al número cincuenta) proviene de una fiesta anual que marcaba el fin de la cosecha del trigo y la cebada en la región de Canaán, en la que se habían establecido los israelitas desde el siglo XII a. C. Era la fiesta de las Siete Semanas, 50 días después de la ofrenda de los primeros frutos. Los israelitas le dieron un significado histórico al conmemorar en ella la promulgación de la Ley de Dios en el monte Sinaí, 50 días después de la Pascua que evocaba su liberación de la esclavitud en Egipto. Para la Iglesia Católica, Pentecostés es la fiesta del Espíritu Santo. El libro de los Hechos de los Apóstoles cuenta que, 50 días después de la Pascua, los apóstoles reunidos en oración junto con María, la madre de Jesús, recibieron el Espíritu Santo para realizar la misión de proclamar, ya no sólo para un pueblo sino para toda la humanidad, la Buena Noticia de una nueva Ley: la ley del amor universal enseñada por Jesucristo nuestro Señor. 1. El Espíritu Santo es el aliento vivificante de Dios Los relatos bíblicos de la creación dicen que “el Espíritu (la Ruah, es decir el Soplo, el Viento o el Aliento) de Dios se movía (o ‘aleteaba’) sobre las aguas” (Gn 1, 2) y que Dios “formó al hombre de la tierra, sopló en su nariz y le dio vida” (Gn 2, 7). En hebreo la palabra Ruah es de género femenino, lo cual es muy significativo al expresar la acción creadora de Dios. Los Hechos de los Apóstoles (2, 1-11) hablan de un viento fuerte; el Salmo responsorial [104 (103)] se refiere al aliento de Dios dador de vida, y el Evangelio (Juan 20, 19-23) al soplo de Jesús sobre sus discípulos. Hay otros signos que también emplea el lenguaje bíblico tanto en el Antiguo como en el Nuevo Testamento para referirse al Espíritu Santo: El fuego, que simboliza la energía divina que transforma y que da luz y calor. El agua, que es signo de la vida nueva recibida en el sacramento del Bautismo. El óleo o aceite de oliva, que significa fortaleza y se emplea en los sacramentos del Bautismo, la Confirmación, el Orden y la Unción de los Enfermos. La paloma, que llega con una rama de olivo al concluir el diluvio (Gn 8, 11), y que se posa sobre Jesús bautizado, (Jn 1, 32), con quien comienza una nueva creación. La imposición de las manos, que expresa la comunicación del Espíritu Santo. 2. El Espíritu Santo hace posibles el nacimiento y el desarrollo de la Iglesia Pentecostés es la fiesta del nacimiento de la Iglesia, Pueblo de Dios y Cuerpo Místico de Cristo compuesto por muchos y distintos miembros -todas las personas bautizadas-, animado por el Espíritu Santo, del que provienen, como dice san Pablo en la segunda lectura (1 Corintios 12, 3b-7. 12-13), los dones o carismas que recibimos los bautizados, según la vocación de cada cual, para realizar nuestra misión en la vida. Con base en ese texto bíblico, la Iglesia reconoce estos 7 dones del Espíritu Santo: 1. Sabiduría, para conocer la voluntad de Dios y tomar las decisiones correctas. 2. Entendimiento, para saber interpretar y comprender el sentido de la Palabra de Dios 3. Ciencia, para saber descubrir a Dios en su creación y desarrollarla. 4. Consejo, para orientar a otros cuando nos lo solicitan o necesitan de nuestra ayuda. 5. Fortaleza, para luchar sin desanimarnos a pesar de los problemas y las dificultades. 6. Piedad, para reconocernos como hijos de Dios y como hermanos entre nosotros. 7. Respeto a Dios (llamado también temor de Dios, pero en un sentido diferente del miedo), para evitar las ocasiones de pecado y cumplir a cabalidad sus mandamientos. 3. El Espíritu Santo hace posible la comunicación gracias al lenguaje del amor Toda la historia de la acción creadora, salvadora y renovadora de Dios es un paso de la incomunicación de Babel a la comunicación de Pentecostés. Cuando la intención humana es de dominación opresora, se produce como consecuencia una confusión total que impide el entendimiento entre las personas (Gn 11, 1-9); pero cuando la intención es compartir, construir una auténtica comunidad participativa, por obra del Espíritu de Dios se produce la verdadera comunicación (Hechos 2, 1-12). En medio de la pluralidad y diversidad de lenguas y pueblos, hay un idioma que hace posible que todos los seres humanos podamos entendernos cuando lo ponemos en práctica: el lenguaje del amor. Este fue el lenguaje que expresaron los primeros seguidores de Jesús, gracias al Espíritu Santo que los llenó de la energía interior que necesitaban para proclamar el Evangelio, la Buena Noticia de la acción amorosamente

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El Mensaje del Domingo 17 de Mayo

El Mensaje del Domingo VII de Pascua  Ciclo B – Ascensión del Señor Por: Gabriel Jaime Pérez, S.J. En aquel tiempo se apareció Jesús resucitado a los once y les dijo: “Vayan por todo el mundo y anuncien a todos la Buena Noticia. El que crea y sea bautizado, obtendrá la salvación; pero el que no crea, será condenado. Y estas señales acompañarán a los que creen: en mi nombre expulsarán demonios; hablarán nuevas lenguas; tomarán en las manos serpientes; y si beben algo venenoso, no les hará daño; además pondrán las manos sobre los enfermos, y estos sanarán. Después de hablarles, el Señor Jesús fue levantado al cielo y se sentó a la derecha de Dios. Ellos salieron a anunciar el mensaje por todas partes; y el Señor los ayudaba, y confirmaba el mensaje acompañándolo con señales milagrosas. Después de hablarles, el Señor Jesús fue levantado al cielo y se sentó a la derecha de Dios. Ellos salieron a anunciar el mensaje por todas partes; y el Señor los ayudaba, y confirmaba el mensaje acompañándolo con señales milagrosas. (Marcos 16, 15-20). 1. La Ascensión del Señor En esta fiesta de la Ascensión del Señor, las lecturas bíblicas [Hechos 1, 1-11; Salmo 47 (46); Efesios 1, 17-23; Marcos 16, 15-20] nos invitan a reflexionar sobre lo que decimos en la fórmula más antigua del Credo: que Jesucristo resucitado “subió al cielo y está sentado a la derecha de Dios Padre”. No se trata de la subida física a las alturas de un superhéroe como los de las historietas, sino de un misterio de orden espiritual que consiste en la exaltación o glorificación de Jesucristo en una dimensión distinta de la material. San Pablo dice en la segunda lectura que, después de haber bajado a la condición de los muertos, Jesús fue resucitado por Dios Padre para hacerlo en su naturaleza humana plenamente partícipe de la gloria divina, “sentándolo a su derecha en el cielo”. Esta imagen simbólica fue tomada de la costumbre que en aquella época tenían los reyes de hacer subir y situar a la derecha de su trono a quienes se habían distinguido por el cumplimiento cabal de una misión que se les había encomendado. Por otra parte, vale destacar la frase que oyen los discípulos al final del relato de la Ascensión del Señor en la primera lectura, tomada de los Hechos de los Apóstoles: “¿Qué hacen ustedes ahí plantados mirando al cielo?”. Se trata de una invitación a ponerse en marcha con los pies en la tierra, dispuestos a colaborar activamente en la misión que Cristo resucitado les ha encomendado: “Vayan por todo el mundo y anuncien a todos la Buena Noticia”, la misma que Jesús había proclamado desde el comienzo de su predicación: que el reino de Dios, es decir, el poder del Amor, ha llegado y se manifiesta personalmente en Él mismo como Dios hecho hombre, para liberarnos a todos de la esclavitud del egoísmo y de la injusticia, y darnos una vida nueva por la acción de su Espíritu Santo. “El que crea y sea bautizado, obtendrá la salvación; pero el que no crea, será condenado”, dice Jesús. La mejor manera de interpretar estas palabras es la siguiente, dentro del respeto a las distintas opciones religiosas: creer el en el contenido de la “Buena Noticia” implica realizar lo que en la conciencia de todo ser humano ha impreso el Creador como una ley universal: tratar a los demás como quisiéramos que ellos nos traten a nosotros. Es la llamada “regla de oro” que se traduce en el amor al prójimo como a uno mismo. Al celebrar, pues, el misterio de la Ascensión del Señor, animados por la fe en Jesucristo resucitado cuya naturaleza humana participa ya de la gloria de Dios Padre en la eternidad, renovemos nuestra esperanza en que, si procuramos seguir el ejemplo de vida y las enseñanzas de Jesús, también nosotros gozaremos del mismo estado de vida nueva y felicidad sin fin que expresamos cuando nos referimos al “cielo”. 2. Jornada Mundial de las Comunicaciones Sociales Hoy celebra también la Iglesia Católica la Jornada Mundial de las Comunicaciones Sociales. Hace 49 años, por disposición del Concilio Vaticano II (1962-1965), comenzó a celebrarse desde 1966 cada año esta Jornada para promover un recto uso de los medios de comunicación a la luz de las enseñanzas de Jesús. El Papa Francisco ha titulado su Mensaje para la Jornada de este año 2015 “Comunicar la familia: ambiente privilegiado del encuentro en la gratuidad del amor”. “La familia -dice en un aparte de este Mensaje- es, más que ningún otro, el lugar en el que, viviendo juntos la cotidianidad, se experimentan los límites propios y ajenos, los pequeños y grandes problemas de la convivencia, del ponerse de acuerdo. No existe la familia perfecta, pero no hay que tener miedo a la imperfección, a la fragilidad, ni siquiera a los conflictos; hay que aprender a afrontarlos de manera constructiva. Por eso, la familia en la que, con los propios límites y pecados, todos se quieren, se convierte en una escuela de perdón. El perdón es una dinámica de comunicación: una comunicación que se desgasta, se rompe y que, mediante el arrepentimiento expresado y acogido, se puede reanudar y acrecentar. Un niño que aprende en la familia a escuchar a los demás, a hablar de modo respetuoso, expresando su propio punto de vista sin negar el de los demás, será un constructor de diálogo y reconciliación en la sociedad”. Y al final del mismo Mensaje nos dice: “La familia más hermosa, protagonista y no problema, es la que sabe comunicar, partiendo del testimonio, la belleza y la riqueza de la relación entre hombre y mujer, y entre padres e hijos”. 3. Semana de oración por la unidad de los cristianos Hoy comienza la semana de oración por la unidad de los cristianos que culminará el domingo de Pentecostés -la gran fiesta de la comunicación lograda por el Espíritu de Dios que hace posible el entendimiento entre

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