Queridos papás,
Hoy en nuestras ciudades se celebra el Halloween, fiesta que tiene un gran impacto comercial y que muchos de nuestros niños disfrutan por el tema de los disfraces y los dulces. Muy respetuoso de las creencias de cada uno de ustedes quiero compartirles una breve reflexión desde nuestra fe cristiana católica, que es la fe del Colegio en el que ustedes han querido matricular a sus niños. Considero que la fe nos ayuda a iluminar la vida en especial estos acontecimientos y desde ahí reconocer que Dios actúa en medio de ellos. Sé también que muchos de ustedes representan familias creyentes y con un sentido fuerte de la espiritualidad, como ese sentido trascendente que queremos dejarle a nuestros niños.
Desde hace siglos la Iglesia celebra el 1 de noviembre la fiesta de todos los santos. Es una fiesta muy especial porque los santos representan “los incondicionales de Jesús”, las personas que encontraron en Él la felicidad y ayudaron a muchos con su testimonio de vida. En nuestro Credo decimos: “Creo en la comunión de los santos”, lo que quiere decir que afirmamos que ellos después de su vida acá en la tierra siguen especialmente comunicados con nosotros esperando el día final en que todos nos encontremos con Dios. Distintas iglesias y comunidades celebraban la vigilia de esta fiesta litúrgica, la noche del 31 de octubre, lo que consistía en hermosas celebraciones que acentuaban nuestra oración con los santos hacia Dios. Sin embargo, como pasa en todas las fiestas, esa vigilia empezó a recibir otras influencias. Algunas de ellas acentuaban un cierto culto a la muerte y a los muertos, mostrando la cara fea de la muerte, y a los difuntos como seres fantasmales que estaban al acecho para asustarnos, dándole el énfasis contrario de lo que se pretendía en esa gozosa fiesta “de todos los santos”.
Ciertamente el culto a la muerte y la visión de los muertos como fantasmas que atemorizan es algo que no le pertenece a nuestra fe. Todo lo contrario: ante la muerte afirmamos que Cristo ha vencido para siempre y al vencer nos ha dado la posibilidad de resucitar con Él, los muertos que asustan los vemos como compañeros llenos de luz que se nos han adelantado en el camino y los encomendamos a la presencia de Dios. Ante un mundo de fantasmas, nosotros creemos en los ángeles y afirmamos que Dios pone todo para el bien de los que Él ha amado y respeta nuestra libertad, aún pudiendo hacer algo para que no cometamos errores. El amor, que es el sentimiento de Dios, no deja posibilidad a ningún miedo, porque “donde hay caridad y amor, allí está Dios”. No permitamos que una fiesta con otros énfasis, ponga en juego principios tan hermosos que recibimos de nuestros padres y por los que tantos han vivido felizmente y aún dado la vida
Si nuestros niños ven que les ayudamos a reconocer lo principal de nuestra espiritualidad, muy seguramente pondrán sobre roca las bases para una fe consecuente donde el amor triunfe sobre sus propios temores y donde aún en la muerte y en el miedo sientan que Dios siempre es vencedor. Recordemos la tradicional fiesta de los angelitos muy popular desde hace décadas en nuestra tierra Caribe. Ciertamente nuestros hijos son verdaderos ángeles, enviados de Dios a nuestra vida para bendecirla y nosotros también somos ángeles para ellos porque hemos de llevarlos hacia Dios. Con esa verdad tan feliz sí se justifica una buena noche llena de dulces y de fiesta en familia, el lugar donde Papá Dios los ha bendecido y quiere disipar para siempre todos los temores.
Por: José Rafael Garrido, S.J., Director de Pastoral