EL MENSAJE DEL DOMINGO
III Domingo de Cuaresma – Ciclo A
Por: Gabriel Jaime Pérez, S.J.
En aquel tiempo llegó Jesús a un pueblo de Samaría llamado Sicar, cerca del campo que dio Jacob a su hijo José: allí estaba el manantial de Jacob. Jesús, cansado del camino, estaba sentado junto al manantial.
Era alrededor del mediodía. Llega una mujer de Samaría a sacar agua, y Jesús le dice: “Dame de beber.” Sus discípulos habían ido al pueblo a comprar comida. La samaritana le dice: “¿Cómo tú, siendo judío, me pides de beber a mí, que soy samaritana?” (porque los judíos no se tratan con los samaritanos).
Jesús le contestó: “Si conocieras el don de Dios y quién es el que te pide de beber, tú le pedirías y él te daría agua viva.” La mujer le dice: “Señor, si no tienes cubo y el pozo es hondo, ¿de dónde sacas el agua viva?, ¿eres tú más que nuestro padre Jacob, que nos dio este pozo y de él bebieron él sus hijos y sus ganados?” Jesús le contestó: “El que bebe de esta agua vuelve a tener sed; pero el que beba del agua que yo le daré, nunca más tendrá sed: el agua que yo le daré se convertirá dentro de él en un manantial del que surge la vida eterna.” La mujer le dice: “Señor, dame de esa agua: así no tendré más sed, ni tendré que venir aquí a sacarla.” Él le dice: “Anda, llama a tu marido y vuelve.” La mujer le contesta: “No tengo marido.” Jesús le dice: “Tienes razón, no tienes marido; has tenido ya cinco y el de ahora no es tu marido. En eso has dicho la verdad.” La mujer le dice: “Señor, veo que tú eres un profeta. Nuestros padres dieron culto a Dios en este monte, y ustedes dicen que el sitio donde se debe dar culto está en Jerusalén.” Jesús le dice: “Créeme, mujer: se acerca la hora en que ni en este monte, ni en Jerusalén, ustedes darán culto al Padre. Ustedes dan culto a uno que no conocen; nosotros adoramos a uno que conocemos, porque la salvación viene de los judíos. Pero se acerca la hora, y ya esta aquí, en que los que quieran dar culto verdadero adorarán al Padre en espíritu y verdad, porque el Padre desea que le den culto así. Dios es espíritu, y los que le dan culto deben hacerlo en espíritu y verdad.” La mujer le dice: “Sé que va a venir el Mesías, el Cristo; cuando venga él nos lo dirá todo.” Jesús le dice: “Yo soy, el que habla contigo.” […] La mujer entonces dejó el cántaro, se fue al pueblo y dijo a la gente: “Vengan a ver a un hombre que me ha dicho todo lo que he hecho: ¿será éste el Mesías?” Salieron del pueblo y se pusieron en camino adonde estaba él. […] Y en aquél pueblo muchos samaritanos creyeron en él por el testimonio que había dado la mujer: “Me ha dicho todo lo que he hecho”. Así, cuando llegaron a verlo los samaritanos, le rogaban que se quedara con ellos. Y se quedó allí dos días. Todavía creyeron muchos más por su predicación, y decían a la mujer: “Ya no creemos por lo que tú dices, nosotros mismos lo hemos oído y sabemos que él es de verdad el Salvador del mundo.” (Juan 4, 5-42).
1.- Jesús rompe las barreras que impiden la comunicación entre los seres humanos
Uno de los rasgos característicos de Jesús en los Evangelios es su capacidad de entrar en contacto con las personas de cualquier condición, superando los obstáculos convencionales. En esta ocasión lo encontramos de paso por la región de Samaría, cuando se dirigía con sus discípulos hacia Jerusalén. Los samaritanos eran enemigos ancestrales de los judíos, por lo cual resultaba inconcebible que se hablaran. Jesús, sin importarle las barreras ni los prejuicios, conversa con una mujer samaritana, y además pecadora, enseñándonos así a tratar a los demás sin discriminaciones. Él muestra con su actitud que Dios nos ama no precisamente porque seamos “buenos”, sino porque necesitamos ser salvados.
Y esto es lo que dice el apóstol san Pablo en la segunda lectura, tomada de su carta a la comunidad cristiana de Roma (Romanos 5, 1-2.5-8): “cuando todavía éramos pecadores, Cristo murió por nosotros”.
2.- Jesús nos indica cómo encontrar a Dios y tener una vivencia profunda de Él
“Si conocieras el don de Dios…”. Esta frase de Jesús se dirige también hoy a cada persona como una invitación a tener una experiencia vital de su acción salvadora, significada en el sacramento del Bautismo. El signo central de este sacramento es el agua, evocada también en el relato de la primera lectura de este domingo acerca del manantial que Dios hizo brotar de una roca en el desierto para calmar la sed del pueblo que caminaba hacia la tierra prometida (Éxodo 17, 3-7). En el encuentro de Jesús con la samaritana, el agua viva a la que Él se refiere simboliza al Espíritu Santo, que hemos recibido en el Bautismo como “el amor de Dios derramado en nuestros corazones” del que nos habla el apóstol san Pablo en la segunda lectura (Romanos 5,5), y que se convierte para nosotros en “un manantial del que surge la vida eterna” (Juan 4, 14).
“Yo soy, el que habla contigo.” En el Evangelio, las palabras Yo soy, dichas por Jesús, nos remiten al nombre con el que Dios se le había revelado a Moisés doce siglos antes: Yahvé, que traducido del hebreo quiere decir precisamente Yo soy, y forma parte del nombre del mismo Jesús, que significa originariamente en hebreo “Yo soy el que salva”. Por ello es especialmente significativo lo que los samaritanos afirman al decirle a su paisana que creen en Jesús ya no por lo que ella les ha contado de Él, sino porque ellos mismos lo han visto y oído: “y sabemos que él es de verdad el Salvador del mundo.”
“Los que quieran dar culto verdadero, adorarán al Padre en espíritu y verdad”. La samaritana comprendió que a Dios, más allá de la materialidad de un monte o de un templo, se le puede encontrar en situaciones tan sencillas como la conversación con alguien que nos invita a que le prestemos atención. También nosotros podemos tener una experiencia profunda del Señor en nuestra vida cotidiana, si buscamos y aprovechamos los tiempos en los que Él nos espera para comunicarse con nosotros, como esperó junto al pozo a la samaritana, y lo hacemos “en espíritu y verdad”, es decir, trascendiendo los ritualismos externos. Un tiempo especial para esta vivencia es precisamente éste de la Cuaresma, en el que Jesús mismo nos invita a revisar nuestra vida y reconocer la necesidad que tenemos de reorientarla hacia Dios.
3.- Jesús hace posible que su Espíritu Santo nos transforme interiormente y nos convierta en testigos de su acción salvadora
“Muchos creyeron… por el testimonio de la samaritana” (Juan 4, 39). Al dejarse interpelar por Jesús y aceptar su invitación a revisar la propia conducta y abrirse a la acción de su Espíritu, esta mujer experimentó una transformación interior que la convirtió en un testimonio viviente ante sus coterráneos, haciendo posible que muchos tuvieran la misma experiencia que ella había vivido al encontrarse con Jesús. También nosotros somos invitados, cada vez que nos encontramos con el Señor, como en la Eucaristía, a dar testimonio de su acción salvadora mediante una conducta que impulse a los demás a encontrarse con Él. Que esto sea una realidad, depende de la forma en que aprovechemos en espíritu y verdad las oportunidades de encontrarnos con Dios, de atender y escuchar lo que nos dice Jesús, para dejarnos renovar y transformar por su Espíritu Santo.-