Por: Gabriel Jaime Pérez SJ
Introducción
“El Señor ha estado grande con nosotros y estamos alegres”. Con este verso del Salmo 126, repetido como estribillo, compartimos todos nuestro sentimiento de gozo en esta “fecha dulce y bendecida”, -como dice el canto de entrada- en la que ustedes, queridas y queridos estudiantes del Colegio San José, se disponen a recibir por primera vez a Jesús en el Santísimo Sacramento de su Cuerpo y Sangre gloriosos.
“Esta es la mañana bella de mi vida”. Con este canto entramos hace más de 50 años un grupo de niños de Barranquilla al templo donde recibimos nuestra primera comunión, y este grato recuerdo me ha llenado también de alegría al comenzar la Eucaristía con ustedes, con sus familias, con sus profes, con quienes los han preparado para este gran día, con los demás colaboradores del Colegio aquí presentes y en compañía de mis hermanos jesuitas, todos como lo que somos: la Familia San José.
Y el motivo de esta alegría que todos compartimos es precisamente que el Señor ha estado grande con nosotros. Por eso nuestro sentimiento es a la vez de acción de gracias a Dios por todos los dones que nos ha regalado. Ante todo por el don de la vida que nos transmitió a través de nuestros padres y que sigue haciendo crecer en cada una y cada uno. La vida física, sí, pero también la vida espiritual, cuyo desarrollo, con la cooperación de los educadores y educadoras escolares, hace parte de la formación integral que les ha venido ofreciendo la Compañía de Jesús en este Colegio que está próximo a cumplir, dentro de cuatro años, su primer siglo de existencia con el propósito de contribuir, con el compromiso corresponsable de los padres y las madres de familia, a que sus estudiantes logren cada día “ser más para servir mejor” como “hombres y mujeres con los demás y para los demás”, dispuestos a “en todo amar y servir”.
Con este sentimiento, les propongo a todos que reflexionemos sobre tres invitaciones que nos hace Jesús en las lecturas que hemos escuchado:
1. “Hagan esto en memoria mía”
Cuando los primeros seguidores y seguidoras de Jesús -como cuenta el apóstol San Pablo en la primera lectura (1 Corintios 11, 23-26)- se reunían siguiendo esta invitación para compartir el pan y el vino consagrados con las palabras que Él mismo había pronunciado en la última cena la víspera de su pasión y muerte en la cruz, tenían una experiencia vivencial de su presencia resucitada y resucitadora. Nosotros también vivimos esta experiencia pascual -es decir de la “pascua”, del paso del Señor por nuestra vida para liberarnos del mal y fortalecernos espiritualmente- cada vez que celebramos como es debido la Eucaristía, el memorial que actualiza en nuestra existencia personal y comunitaria la acción salvadora de Jesús en favor de toda la humanidad mediante el sacrificio redentor de su ofrecimiento a Dios Padre en la cruz, la participación de su vida nueva por la resurrección, y la comunicación del Espíritu Santo que es la energía renovadora del amor de Dios.
Acojamos esta invitación de Jesús a vivir de verdad y a fondo el Sacramento de la Eucaristía, porque como dice un conocido refrán popular de esta tierra querida, “quien lo vive es quien lo goza”. Y esto sí que lo podemos aplicar y referir a la alegría espiritual que experimenta quien participa de la vida resucitada y resucitadora de Jesús.
2. “Ámense los unos a los otros como yo los he amado”
Esta segunda invitación de Jesús es nada más y nada menos que su mandamiento del amor (Juan 15, 12-17). En él se resume toda la ley de Dios, porque amar a Dios sobre todas las cosas sólo es posible de verdad en la medida en que cada cual reconozca a los demás, y especialmente a los más necesitados, como hermanos y hermanas, porque todos somos hijos del mismo Creador.
Y se trata de un mandamiento “nuevo” (Juan13, 34-35). Ya existía desde antes la regla de oro formulada con la frase “ama a tu prójimo como a ti mismo”, que también se expresa en la máxima “trata a los demás como quieres que los demás te traten a ti”. Ya Jesús había recordado esta regla de oro antes en su predicación, y así nos lo muestran los Evangelios. Pero en la última cena con sus discípulos antes de morir en la cruz, les dice que ese amor debe ser semejante al que Él mismo les iba a mostrar entregando su vida. “Nadie tiene un amor más grande a sus amigos que el que da la vida por ellos”.
Por eso es un mandamiento “nuevo”. Ya no es solamente amarnos unos a otros como cada cual se ama a sí mismo, sino tratarnos con el mismo amor que nos manifiesta Dios en la persona de Jesús: un amor compasivo y misericordioso que lo llevó a dar su propia vida terrena para abrir a todas las personas a la posibilidad de una vida nueva que no terminará jamás, y que podemos experimentar nosotros desde ahora mismo si nos dejamos llenar por el Espíritu Santo que Él nos comunica cuando recibimos su cuerpo y su sangre gloriosos en la Sagrada Comunión.
3. “Vayan y den fruto”
Finalmente, queridas y queridos estudiantes, queridas madres y queridos padres de familia, todos los presentes -queridos por Dios como hijos suyos-, Jesús nos invita a cumplir una misión. Todos, cada cual de una forma específica, hemos sido elegidos por Él y de Él hemos recibido la misión de salir de nosotros mismos y ponernos en camino para hacer su voluntad, realizando lo que Él nos propone de modo que nuestra vida dé fruto, es decir, que sea productiva para el bien de todos.
Por eso, después de recibir a Jesús en la Sagrada Comunión, Él mismo nos dice, a cada uno y cada una: Te he elegido y te he destinado a que des mucho fruto, contribuyendo a construir una sociedad en la que todas las personas puedan vivir mejor respetándose y ayudándose unas a otras a crecer como verdaderos hijos e hijas de Dios. Se trata entonces de un compromiso: recibimos a Jesús en la com-unión para construir com-unidad, con la fuerza creadora y renovadora de su Espíritu, que es Espíritu de Amor.
Conclusión
Al felicitarlos de todo corazón, queridos y queridas estudiantes, en unión con sus padres y madres, sus demás familiares y todos los presentes, invoco con ustedes y para ustedes la intercesión de la Santísima Virgen María, Nuestra Señora del Camino, a quien bajo este título veneraron San Ignacio de Loyola y sus primeros compañeros en los comienzos de la Compañía de Jesús. Que ella con su protección como Madre de Dios hecho hombre y Madre nuestra del cielo, los acompañe en el sendero de la vida para seguir de verdad a Jesús cumpliendo su voluntad de amor, y así producir mucho fruto.
Invoco también para ustedes y para todos los presentes la intercesión de San José, patrono del Colegio. Que Él, con su ejemplo de fe, de honestidad y de rectitud, oriente su formación integral en esta institución como lo hizo con la formación humana de su hijo Jesús en el hogar de Nazaret, en compañía de María Santísima.
Y termino evocando nuevamente la canción de la entrada a esta celebración: “Ángel de mi guarda, ángel del consuelo: dile a Jesucristo que baje del cielo”. Que ese Ángel de la guarda de cada uno y cada una, la forma tan bella con la que expresamos la compañía amorosa de Jesús que nos cuida en todos los momentos de nuestras vidas, los consuele siempre, y los ampare en la noche y en el día, hasta que los ponga en paz y alegría con todos los santos, Jesús, José y María. Amén.-