Colegio San José Barranquilla

Mensaje del domingo

EL MENSAJE DEL DOMINGO 29 MARZO 

EL MENSAJE DEL DOMINGO 29 DE MARZO Ciclo B – DOMINGO DE RAMOS Por: Gabriel Jaime Pérez, S.J. Cuando ya estaban cerca de Jerusalén, al aproximarse a los pueblos de Betfagé y Betania, en el Monte de los Olivos, Jesús envió a dos de sus discípulos, diciéndoles: -Vayan a la aldea que está enfrente, y al entrar en ella encontrarán un burro atado, que nadie ha montado todavía. Desátenlo y tráiganlo. Y si alguien les pregunta por qué lo hacen, díganle que el Señor lo necesita y que en seguida lo devolverá. Fueron, pues, y encontraron el burro atado en la calle, junto a una puerta, y lo desataron. Algunos que estaban allí les preguntaron: ¿Qué hacen ustedes? ¿Por qué desatan el burro? Ellos contestaron lo que Jesús les había dicho, y los dejaron ir. Pusieron entonces sus capas sobre el burro, y se lo llevaron a Jesús. Y Jesús montó. Muchos tendían sus capas por el camino, y otros tendían ramas que habían cortado en el campo. Y tanto los que iban delante como los que iban detrás, gritaban: -¡Hosana! ¡Bendito el que viene en el nombre del Señor! ¡Bendito el reino que viene, el reino de nuestro padre David! ¡Hosana en las alturas! (Marcos 11, 1-10). La Semana Santa comienza con el Domingo de Ramos. Hoy el texto bíblico que antecede a la bendición de los ramos antes de la Misa para conmemorar la entrada de Jesús en Jerusalén es tomado del Evangelio según san Marcos (11, 1-10), y en la Misa se toma de este mismo evangelista el relato de la pasión (Marcos 14, 1-15, 47), precedido de la profecía de Isaías (50, 4-7), el Salmo 22 (21) y la carta de san Pablo a los Filipenses (2, 6-11). Centremos nuestra reflexión en tres temas que encontramos en los textos mencionados del Evangelio según san Marcos. “¡Hosana…! ¡Bendito el que viene en el nombre del Señor!” (Marcos 11, 9) La palabra hosanna, tomada del hebreo, quiere decir salva ahora, y se emplea como un saludo de aclamación. Jesús, a quien las gentes sencillas aclaman como el Mesías descendiente del rey David y que no entra arrogante como los guerreros sobre carros tirados por caballos, sino  manso y humilde sobre un asno. El Reino que ha anunciado es distinto de los de este mundo, y esto es lo que va a manifestarse en los acontecimientos de su pasión, que culminarán con el de su resurrección no como un hecho espectacular sino como una experiencia espiritual que sólo pueden reconocer quienes se abren con fe a la revelación de Dios. “Tomen, esto es mi cuerpo… Esto es mi sangre, con la que se confirma la alianza, sangre que es derramada a favor de muchos” (Marcos 14, 22-24) El relato de la pasión del Evangelio según San Marcos nos presenta, en la cena pascual que Jesús celebra con sus discípulos la noche del primer jueves santo, la institución de la Eucaristía como memorial del sacrificio redentor de Cristo que entrega su cuerpo y su sangre  para darnos vida eterna. Cada vez que participamos activamente en la santa Misa, se actualiza para nosotros y para toda la humanidad el acontecimiento de su misterio pascual: su pasión, muerte y resurrección. En este sentido, la Eucaristía es “el sacramento de nuestra fe” en el que anunciamos su muerte, proclamamos su resurrección y expresamos nuestra esperanza en su venida gloriosa a nosotros. Y también es el sacramento del amor: en Jesucristo, Dios hecho hombre que ofrece como sacrificio su cuerpo y su sangre, es decir, su propia vida, y nos alimenta con ella en la comunión, se nos ha revelado plenamente el Dios verdadero que es Amor y que nos invita a realizar también nosotros en nuestra vida lo que este sacramento significa. “Verdaderamente este hombre era Hijo de Dios” (Marcos 15, 39) Estas palabras del centurión romano que los vio morir en la cruz, contrastan con las del Salmo que Jesús acababa de hacer suya antes de morir, manifestando así su anonadamiento total: “¡Dios mío! ¿Por qué me has abandonado?”. También nosotros proclamamos de manera especial nuestro reconocimiento de Jesús como el Hijo de Dios cuando nos santiguamos con el signo de la santa cruz, con el cual expresamos nuestra identidad como seguidores de Cristo. El título “Hijo de Dios” se aplica a Jesús para indicar que se le reconoce como Dios. Lo mismo ocurre con el término “Señor”, que encontramos constantemente en el Nuevo Testamento, por ejemplo en la segunda lectura de hoy cuando el apóstol san Pablo dice, en la segunda lectura de la Misa de hoy (Filipenses 2, 6-11), que aquél que se despojó de la gloria de su divinidad para humillarse hasta la muerte de cruz como consecuencia de su solidaridad con las víctimas de la injusticia y  la violencia, fue exaltado como “Señor” del universo. Todo lo contrario al pecado original en los comienzos de la humanidad, que ha seguido y sigue sucediendo cuando el ser humano cae en la tentación de la soberbia, desconociendo su condición de creatura de Dios. Quienes creemos en Jesucristo como Hijo de Dios y Señor del universo, reconocemos que en Él se cumplen las profecías de los cuatro cantos o poemas del “Servidor de Yahvé” (el nombre de Dios en hebreo, con el cual se le había revelado a Moisés), escritos hace unos veinticinco siglos y que encontramos en el libro de Isaías. En el segundo poema, que corresponde a la primera lectura de la Misa de este domingo, el Servidor de Yahvé dice: “Yahvé me ha instruido para que yo consuele a los cansados con palabras de aliento” (Isaías 50, 4). Dispongámonos a celebrar esta Semana Santa con una fe tal que nos impulse a identificarnos con Jesús, en quien se nos revela el mismo Dios que se solidariza hasta las últimas consecuencias con el dolor humano, con todos los que están cansados de sufrir la injusticia y la violencia. Aclamémoslo no sólo como el que viene en el nombre del

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El Mensaje Del Domingo 22 De Marzo

V Domingo de Cuaresma – Ciclo B Por: Gabriel Jaime Pérez, S.J. En aquel tiempo, entre los que habían venido a celebrar la fiesta había algunos griegos; éstos, acercándose a Felipe, el de Betsaida de Galilea, le rogaban: «Señor, quisiéramos ver a Jesús.» Felipe fue a decírselo a Andrés; y Andrés y Felipe fueron a decírselo a Jesús. Jesús les contestó: «Ha llegado la hora de que sea glorificado el Hijo del hombre. Os aseguro que si el grano de trigo no cae en tierra y muere, queda infecundo; pero si muere, da mucho fruto. El que se ama a sí mismo se pierde, y el que se aborrece a sí mismo en este mundo se guardará para la vida eterna. El que quiera servirme, que me siga, y donde esté yo, allí también estará mi servidor; a quien me sirva, el Padre lo premiará. Ahora mi alma está agitada, y ¿qué diré?: Padre, líbrame de esta hora. Pero si por esto he venido, para esta hora. Padre, glorifica tu nombre.» Entonces vino una voz del cielo: «Lo he glorificado y volveré a glorificarlo.» La gente que estaba allí y lo oyó decía que había sido un trueno; otros decían que le había hablado un ángel. Jesús tomó la palabra y dijo: «Esta voz no ha venido por mí, sino por vosotros. Ahora va a ser juzgado el mundo; ahora el Príncipe de este mundo va a ser echado fuera. Y cuando yo sea elevado sobre la tierra atraeré a todos hacia mí.» Esto lo decía dando a entender la muerte de que iba a morir (Juan 12, 20-33). El episodio del Evangelio de hoy se sitúa en Jerusalén, en la proximidad de la fiesta de la Pascua, a la cual acudían personas provenientes de distintas naciones. La Palabra de Dios nos invita a disponernos para comprender desde la fe el sentido de lo que vamos a conmemorar en la Semana Santa: la pasión, muerte y resurrección de nuestro Señor Jesucristo. 1.- “Queremos ver a Jesús” Los griegos del Evangelio quieren ver a Jesús porque desean conocerlo de cerca. Nosotros también necesitamos profundizar en nuestro conocimiento de Él, y esto sólo nos es posible cuando abrimos nuestras mentes y nuestros corazones para que Él mismo, Dios hecho hombre, nos enseñe el camino hacia la vida eterna. Y el camino que Él nos muestra es su propia vida entregada al cumplimiento de la voluntad de su Padre. Dios mismo se nos da a conocer en su Hijo Jesucristo, cumpliendo su promesa hecha a través del profeta Jeremías en la primera lectura de este domingo (Jeremías (31, 31-34): “Y no tendrá que enseñar uno a su prójimo, el otro a su hermano, diciendo: reconoce al Señor. Porque todos me conocerán…” (31, 34). Y para lograr nosotros este conocimiento, es necesaria nuestra renovación interior, la que pedimos cuando rezamos el salmo responsorial también de este domingo: Crea en mí un corazón puro, renuévame por dentro con espíritu firme [Salmo 51 (50)].                             2.- “Si el grano de trigo al caer en la tierra no muere…” La imagen de la semilla, que aparece constantemente en los Evangelios, es empleada por Jesús para referirse al Reino de Dios. En el Evangelio Jesús mismo se identifica con la semilla de trigo que se hunde en la tierra y muere para producir una abundante cosecha. La semilla tiene que morir para transformarse en la planta que hace posible el crecimiento de las espigas cargadas de granos, de los que proviene la harina que luego es amasada para convertirse en pan, en alimento que da vida. En el sacramento de la Eucaristía, memorial del sacrificio redentor de Jesucristo, el producto de la semilla de trigo se convierte para nosotros en signo de la vida eterna que Él nos comunica cuando recibimos como alimento espiritual su cuerpo glorioso, “pan de vida” (Juan 6, 35), expresando así, al comulgar, nuestra intención de identificarnos con Él, lo cual implica que estamos dispuestos a entregar también nuestra vida a su servicio, es decir, al servicio del Reino de Dios que es el reinado del Amor. 3.-  “Cuando yo sea elevado sobre la tierra atraeré a todos hacia mí” Cuando Jesús dice que va a ser levantado de la tierra, se refiere tanto a su muerte en la cruz como a su resurrección gloriosa. No podemos separar lo uno de lo otro, pues se trata del misterio pascual: el paso a una vida nueva a través de la pasión redentora. La parte final del pasaje evangélico de este último domingo de Cuaresma contiene una alusión anticipada a lo que sería su oración en el huerto la víspera de su pasión. En el Evangelio, Jesús dice ¡Siento en este momento una angustia terrible! ¿Y qué voy a decir? ¿Diré: “Padre, líbrame de esta angustia”? ¡Pero precisamente para esto he venido! En los otros tres Evangelios, la oración es similar: “Padre, si es posible, líbrame de este trago amargo, pero que no se haga mi voluntad, sino la tuya”. A la misma oración se refiere la carta a los Hebreos en la segunda lectura de este domingo (Hebreos 5,7-9): Cristo… con voz fuerte y muchas lágrimas oró y suplicó a Dios, que tenía poder para librarlo de la muerte; y añade inmediatamente que por su obediencia, Dios lo escuchó, lo cual quiere decir que Dios Padre le respondió positivamente, no librándolo de la muerte, sino resucitándolo y glorificándolo después de ella, tal como lo había dicho la voz venida del cielo: “Ya lo he glorificado, y lo voy a glorificar otra vez” (Juan 12, 28). Dispongámonos nosotros a celebrar la Semana Santa de tal modo que, al identificarnos plenamente con Él poniéndonos al servicio del Reino de Dios, se realice también en nuestras vidas su misterio pascual, y se cumpla así en cada uno y cada una lo que ha dicho Jesús: “Donde yo esté, allí estará también quien me sirva”. Él, después

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VII CONGRESO INTERCOLEGIAL DE FILOSOFÍA

“LOCURA Y SENTIDO COMÚN: ¿DOS CARAS DE LA MISMA REALIDAD?  Reciban un fraternal saludo, El Colegio San José los invita a participar en el VII Congreso Intercolegial de Filosofía que se realizará en las instalaciones de nuestra institución los días 9 y 10 de abril de 2015. Las dinámicas de la sociedad actual, como el desarrollo de la informática, la industrialización de las ciudades, la globalización, los avances en las telecomunicaciones, el cambio climático, entre otras, permiten analizar y cuestionar la manera en la que los seres humanos estamos asumiendo nuestra cotidianidad y nuestra forma de vivir. A partir de lo anterior, la temática elegida para el VII Congreso Intercolegial de Filosofía es “Locura y Sentido Común: ¿dos caras de la misma realidad?”, que se convierte en una invitación a los y las estudiantes a cuestionar qué es el sentido común en la actualidad, cómo podemos asegurar que nuestra manera de actuar va de acuerdo con nuestra naturaleza humana. Buscamos que los y las estudiantes se cuestionen sobre los límites de lo razonable, teniendo en cuenta cómo para lo que algunos es sentido común culturalmente, en otros lugares es inaceptable y raya en lo irracional. El objetivo es promover un debate amplio en el cual los y las estudiantes reflexionen sobre la existencia de un solo sentido común universal, o si existen diferencias entre lo que tiene sentido o no, y quién lo define. Sería muy grato para nosotros y nos entusiasma poder contar con la participación de estudiantes de 4° a 11° grado de su Institución en este congreso. Si es estudiante del Colegio San José, para confirmar la participación de su hijo (a) debe entregar el desprendible de autorización al acompañante grupal o al profesor de ética o filosofía, y pagar el valor correspondiente a la inscripción. Los y las docentes de aquellas Instituciones educativas que deseen participar en el Congreso, deberán confirmar su participación antes del día 20 de marzo por medio de un correo electrónico enviado a [email protected] en donde indiquen el número de asistentes, las ponencias que presentarán y cualquier otra información que consideren necesaria. El aporte de los y las estudiantes que han participado en el Congreso desde su inicio, ha sido significativo en el éxito de este evento. A continuación, podrán encontrar algunos de los subtemas que pueden ser elegidos por los (as) estudiantes para el desarrollo de sus trabajos, y las fechas importantes a tener en cuenta. Subtemas   ¿Es suficiente que algo tenga sentido sólo para mí?  ¿Qué es lo razonable en el mundo de hoy?  ¿Cuáles son los límites del sentido común?  ¿Cómo sabemos que algo es sin sentido o si tiene sentido común?  ¿Qué relación hay entre la locura y la originalidad?  ¿Es posible definir lo razonable desde lo que se imita?  La expresión del arte como acto de genialidad o de locura  ¿Se puede abordar lo razonable desde lo absurdo y surrealista?  ¿Es posible para alguien vivir en el absurdo?  Si la definición de lo razonable corresponde a cada época, ¿cómo logramos predecir qué tiene sentido o no?  ¿Nacen las predicciones más del sinsentido que del sentido común?  ¿Quién define lo razonable?  ¿Qué hacer con las personas poco razonables?: Personajes razonables y sinsentido en la historia.  La locura de ser normal  Sexto sentido Vs. Sentido común  ¿Es posible vivir en el absurdo?  ¿Qué sentido tiene ir a la Guerra?  ¿El peso de un argumento puede no venir de la razón?  Oriente Vs. Occidente: ¿quién tiene la razón?  Morir por amor (Romeo y Julieta) locura o solución  Ciencia y tecnología: ¿En busca de la evolución o de la destrucción?  Sociedad y Política: ¿las costumbres y creencias del ser humano hoy, son en realidad racionales?  Arte: La lógica invertida de los genios y artistas.  El sentido común en el Arte moderno  Existencialismo: El hombre en busca de sentido y el mito de Sísifo  ¿Qué sentido tiene el otro y su libertad?  ¿La Muerte es el fin de todo sentido?  Filosofía del lenguaje: el sentido y los metalenguajes del mundo global. ¿Qué valor tiene la palabra hoy?  Medios de comunicación: ¿Cómo juzgar el sentido de la verdad en los medios de comunicación  Los “locos” de la filosofía  Elogios a la locura  ¿Hasta cuándo tanta locura?  El pensamiento de los niños frente a la locura Formato Presentación Ponencia  El trabajo presentado por los y las estudiantes que deseen participar como ponentes en la VII versión del Congreso Intercolegial de Filosofía del Colegio San José, deberá seguir el siguiente formato: 1. Nombre (s) del (de los) ponentes 2. Título de la ponencia 3. Colegio 4. Letra Arial 12 5. Espacio 1.5 6. Máximo 4 páginas 7. Normas APA 8. Se deberán respetar los derechos de autor y hacer las referencias textuales correspondientes. INDICACIONES GENERALES  Los y las estudiantes participantes tendrán 25 minutos para presentar su ponencia ante los asistentes. Una vez terminado este tiempo tendrán 15 minutos para una sesión de preguntas y respuestas con el auditorio. En el mes de febrero de 2015, recibirán la invitación oficial que se enviará físicamente a los Colegios; en esta encontrarán más detalles sobre el Congreso y cómo participar. Además del abstract o exposición que generalmente presentan los y las estudiantes durante el desarrollo del Congreso, queremos comunicarles que para esta versión también estaremos recibiendo los trabajos escritos de los y las estudiantes participantes como ponentes, que deberán seguir un formato, el cual conocerán por medio de la invitación oficial. Lo anterior, ya que consideramos que el documento escrito es una herramienta que permite una mejor preparación de los y las estudiantes al momento de realizar su intervención. Les agradecemos tener en cuenta la información relacionada con el valor de la inscripción y las fechas importantes, presentada a continuación, para que no haya ninguna duda al respecto. VALOR DE INSCRIPCIÓN  Inscripción ponentes $85.000

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El Mensaje Del Domingo 15 De Marzo

IV Domingo de Cuaresma – Ciclo B Por: Gabriel Jaime Pérez, S.J. En aquel tiempo, dijo Jesús a Nicodemo: “Así como Moisés levantó la serpiente en el desierto, así también el hijo del hombre tiene que ser levantado, para que todo el que cree en él tenga vida eterna. Pues Dios amó tanto al mundo, que dio a su Hijo único, para que todo aquél que cree en él no muera sino que tenga vida eterna. Porque Dios no envió su Hijo al mundo para condenar al mundo, sino para salvarlo por medio de él. El que cree en el Hijo de Dios no será condenado, pero el que no cree ya ha sido condenado por no creer en el Hijo único de Dios Los que no creen ya han sido condenados, pues como hacían cosas malas, cuando la luz vino al mundo prefirieron la oscuridad a la luz. Todos los que hacen lo malo odian la luz, y no se acercan a ella para que no se descubra lo que están haciendo. Pero los que viven de acuerdo con la verdad se acercan a la luz, para que se vea que todo lo hacen de acuerdo con la voluntad de Dios (Juan 3, 14-21). La conversación de Jesús con Nicodemo, de la cual se nos presenta hoy la última parte, es relatada en el Evangelio según san Juan inmediatamente después de la expulsión de los mercaderes del templo, que leímos el domingo pasado. Nicodemo pertenecía al partido religioso de los fariseos, quienes en tiempos de Jesús y de los inicios del cristianismo se identificaban como los cumplidores perfectos de la Ley y de los ritos judaicos. Buena parte de ellos se oponían a Jesús, cegados por la soberbia y la hipocresía. Pero también había entre los fariseos hombres sinceros que buscaban la verdad, como Nicodemo, quien pertenecía además al “Sanedrín”, un tribunal en el que se decidían los asuntos religiosos de los judíos, frecuentemente con repercusiones jurídicas y políticas. Tres veces habla el Evangelio según san Juan de este personaje que llegaría a ser discípulo de Jesús. La primera, cuando va a buscarlo en la noche, tal vez por temor o por prudencia (Juan 3,2). La segunda, cuando sale en defensa de Jesús y dice: “según nuestra ley, no podemos condenar a un hombre sin antes haberlo oído” (Juan 7,50). Y la tercera, cuando él y otro personaje llamado José de Arimatea, también discípulo secreto de Jesús (secreto “por miedo a las autoridades judías”), amortajan y sepultan su cuerpo inerte después de bajarlo de la cruz (Juan 19,39). El evangelista recalca que el mismo que lo defendió y le dio sepultura es “el que una noche fue a hablar con Jesús”. Detengámonos en tres de las frases del Evangelio de este domingo, teniendo en cuenta además las otras lecturas bíblicas [2 Crónicas 36, 14-16.19-23; Salmo 137 (136); Efesios 2, 4-1]. 1.- Como Moisés levantó la serpiente en el desierto, el hijo del hombre tiene que ser levantado para que todo el que cree en él tenga vida eterna La alusión a la imagen de la serpiente en el desierto era muy familiar para quienes conocían las sagradas escrituras, como Nicodemo. El libro de los Números, uno de los primeros cinco de la Biblia que en su conjunto componen la “Torá” o Ley divina, narra el episodio que evoca Jesús, cuando Moisés, siguiendo las instrucciones de Dios, colocó la imagen de una serpiente de bronce en el asta de una bandera para que quienes habían sido mordidos por las culebras del desierto, al mirarla quedaran curados (Núm. 21, 8-9). Con esta imagen se estaba refiriendo Jesús a lo que sería su sacrificio redentor al morir crucificado, y sus palabras llegan hasta nosotros para que nos dirijamos con una mirada de fe al Señor levantado en la cruz y lo reconozcamos como el único que puede sanarnos de nuestras dolencias espirituales y darnos vida eterna. En el Evangelio según san Juan, la cruz es signo a la vez de padecimiento y de triunfo. Por eso, al santiguarnos con este signo que nos identifica como seguidores de Cristo, si lo hacemos a conciencia estamos expresando nuestra fe en el acontecimiento pascual de la muerte y resurrección de Cristo y nos disponemos así a que Él nos comunique su propia vida, que es eterna. 2.- Dios no envió su Hijo para condenar al mundo, sino para salvarlo por medio de él El mensaje central que nos trae la Palabra de Dios en las lecturas bíblicas de hoy es precisamente que el plan de Dios sobre la humanidad no es un plan de destrucción y condenación, sino de redención y salvación. Tal es el sentido de la primera lectura (2 Crónicas 36, 14-16.19-23), en la cual se hace referencia a los profetas que había enviado constantemente a su pueblo como mensajeros para invitarlo una y otra vez a convertirse apartándose de la idolatría y la injusticia. Una invitación que se renueva al volver los judíos de Babilonia, donde habían padecido desde el imperio babilonio de Nabucodonosor un destierro de 40 años que los llevó a añorar la ciudad de Jerusalén, tal como lo expresa poéticamente el Salmo 137 (136), magistralmente musicalizado en la ópera “Nabucco” de Giuseppe Verdi (1813-1901). También la segunda lectura nos presenta a Dios como rico en misericordia. Esta frase, que fue el título la encíclica inaugural del pontificado del papa San Juan Pablo II en 1978, corresponde a su vez al de la primera encíclica del papa emérito Benedicto XVI: Dios es amor. Y a esto mismo se refiere nuestro actual papa Francisco en su Exhortación Apostólica Evangelii Gaudium (La Alegría del Evangelio – 2013), cuando, precisamente al hablar del anuncio del Evangelio persona a persona –como lo hizo Jesús con Nicodemo- dice que el anuncio fundamental consiste en “el amor personal de Dios que se hizo hombre, se entregó por nosotros y está vivo ofreciendo su salvación y su amistad” (EG, 128). Dios ha querido salvarnos a los seres

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El Mensaje Del Domingo 8 De Marzo

III Domingo de Cuaresma– Ciclo B Por: Gabriel Jaime Pérez, S.J. Como ya se acercaba la fiesta de la Pascua de los judíos, Jesús fue a Jerusalén. Y encontró en el templo a los vendedores de novillos, ovejas y palomas, y a los que estaban sentados en los puestos donde se le cambiaba el dinero a la gente. Al verlo, Jesús tomó unas cuerdas, se hizo un látigo y los echó a todos del templo, junto con sus ovejas y sus novillos. A los que cambiaban dinero les arrojó las monedas al suelo y les volcó las mesas. A los vendedores de palomas les dijo: -¡Saquen esto de aquí! ¡No hagan un mercado de la casa de mi Padre! Entonces sus discípulos se acordaron de aquella escritura que dice: “Me consume el celo por tu casa”. Los judíos le preguntaron: -¿Qué prueba nos das de tu autoridad para hacer esto? Jesús les contestó: – Destruyan este templo, y en tres días volveré a levantarlo. Los judíos le dijeron: – Cuarenta y seis años se ha trabajado en la construcción de este templo, ¿y tú en tres días lo vas a levantar? Pero el templo al que Jesús se refería era su propio cuerpo. Por eso, cuando resucitó, sus discípulos se acordaron de esto que había dicho, y creyeron en las Escrituras y en las palabras de Jesús. Mientras Jesús estaba en Jerusalén, en la fiesta de la Pascua, muchos creyeron en Él al ver las señales milagrosas que hacía. Pero Jesús no confiaba en ellos, porque los conocía a todos. No necesitaba que nadie le dijera nada acerca de la gente, pues Él mismo conocía el corazón del hombre (Juan 2, 13-25). Nuestra reflexión sobre este pasaje del Evangelio según san Juan podemos hacerla refiriéndonos sucesivamente a cada una de sus tres partes, teniendo en cuenta lo que nos dicen también los otros textos bíblicos de este domingo [Éxodo 20, 1-17; Salmo 19 (18); I Corintios 1, 22-25]. 1.- ¡No hagan un mercado de la casa de mi Padre! El templo de Jerusalén era para los judíos el lugar de la presencia de Dios significada en el “arca de la alianza”, una urna donde se guardaban los libros sagrados de la “Torá” o Ley de Dios, que contenían los diez mandamientos a los que se hace referencia en la primera lectura y en el salmo de este domingo. Estos mandamientos, como lo diría Jesús doce siglos después de haber sido proclamados en el monte Sinaí a través de Moisés, pueden sintetizarse en la ley del amor a Dios sobre todas las cosas y a nuestros prójimos como a nosotros mismos, es más, como Dios mismo nos ama. Ahora bien, los vendedores de animales para los sacrificios rituales, que estaban al servicio de los sacerdotes del templo de Jerusalén, al convertirlo en un mercado hacían de él algo totalmente opuesto a lo que debía ser: en vez de reconocerlo y respetarlo como el lugar de la presencia de Dios, un Dios cuya Ley es la del amor, lo empleaban para explotar a la gente buscando el propio provecho personal, sin importarles para nada el espíritu de aquella Ley que habían distorsionado reduciéndola a unas prácticas rituales externas desconectadas de las exigencias sociales. Lo mismo ocurre siempre que se utiliza la religión para hacer de ella un negocio lucrativo. 2.- Destruyan este templo, y en tres días volveré a levantarlo El mismo texto del Evangelio explica el sentido de esta frase de Jesús, a la que iban a hacer alusión sus acusadores, aunque tergiversándola, durante el juicio que le haría el Sanedrín la víspera de su pasión y muerte: “el templo al que Jesús se refería era su propio cuerpo. Por eso, cuando resucitó, sus discípulos se acordaron de esto que había dicho”. Jesús estaba indicando no sólo que Él se manifiesta a sí mismo como el nuevo templo, el lugar viviente de la presencia de Dios que remplaza al antiguo templo de Jerusalén, sino también que toda persona que se identifica con Él y quiere ser su discípulo está llamada asimismo a ser templo de su Espíritu. En otras palabras, Dios nos invita a ser portadores de su presencia, que es la presencia activa del Amor, porque Él mismo es Amor. Los primeros cristianos se llamaron a sí mismos en griego cristóforos: portadores de Cristo. Esto mismo estamos llamados a ser también nosotros, con mayor razón aún si recibimos en la comunión la vida de Cristo resucitado. La misma metáfora es empleada también por san Pablo, en sus cartas a los primeros cristianos de la ciudad griega de Corinto, para referirse a los bautizados como templos del Espíritu Santo: El cuerpo es templo del Espíritu Santo (I Co 6, 19); Ustedes son templo de Dios y el Espíritu de Dios mora en ustedes (I Co 3, 16); Ustedes son el templo de Dios viviente, como Dios dijo: habitaré y andaré entre ellos, y seré su Dios y ellos serán mi pueblo (2 Co 6, 16). En el texto de la primera carta a los Corintios que corresponde a la segunda lectura de hoy, Pablo dice que el Cristo del que debemos ser portadores con nuestro testimonio de vida es precisamente aquél que fue crucificado, es decir, el que mostró cómo es el amor de Dios, un amor que va hasta el extremo de entregar la propia vida. Todo el que se encuentre con cada uno de nosotros, los bautizados, debería experimentar la presencia de ese mismo Dios Amor como la experimentaban en el propio Jesús las personas necesitadas, los pobres, los rechazados, los marginados, los excluidos. ¿Somos de verdad “cristóforos”, portadores de Cristo? 3.- Él mismo conocía el corazón del hombre La última parte del relato sobre la expulsión de los mercaderes del templo, nos invita a reflexionar sobre el sentido de nuestra relación con Jesús. Cuando el evangelista dice que “Jesús no confiaba en ellos, porque los conocía a todos”, se está refiriendo precisamente a los mercachifles de la religión que

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El Mensaje Del Domingo 1 De Marzo

 II Domingo de Cuaresma– Ciclo B Por: Gabriel Jaime Pérez, S.J. En aquel tiempo Jesús se fue a un cerro alto llevándose solamente a Pedro, a Santiago y a Juan. Allí, delante de ellos, cambió la apariencia de Jesús. Su ropa se volvió brillante y más blanca de lo que nadie podría dejarla por mucho que la lavara. Y vieron a Elías y a Moisés, que estaban conversando con Jesús. Pedro le dijo a Jesús: – Maestro, ¡qué bien estamos aquí! Vamos a hacer tres chozas: una para ti, otra para Moisés y otra para Elías. Estaban tan asustados que Pedro no sabía lo que decía. En esto, apareció una nube y se posó sobre ellos. Y de la nube salió una voz que dijo: “Este es mi hijo amado: escúchenlo”. Al momento, cuando miraron alrededor, ya no vieron a nadie con ellos, sino a Jesús solo. Mientras bajaban del cerro, Jesús les encargó que no contaran a nadie lo que habían visto, hasta que el Hijo del Hombre hubiera resucitado. Por eso guardaron el secreto entre ellos, aunque se preguntaban qué sería eso de resucitar (Marcos 9, 2-10). Éste y los demás textos bíblicos de hoy [Génesis 22, 1-18; Salmo 116 (115); Carta de Pablo a los Romanos 8, 31-34], nos invitan a meditar sobre la relación entre la fe entendida como adhesión a Dios y el “sacrificio”, cuyo sentido conviene comprender bien para superar la concepción de una divinidad sedienta de sangre, propia de los cultos paganos y que difiere diametralmente del Dios que nos presenta la Biblia. 1.- El sacrificio de Abraham, modelo de la fe en Dios La palabra “sacrificio” significa ofrenda sagrada y designa originariamente en el lenguaje religioso el acto por el cual el ser humano le entrega a Dios las primicias de todo cuanto produce, ya que éstas se consideran propiedad divina. En las prescripciones rituales de las religiones primitivas existentes en la tierra de Canaán, por la que Abraham -nombre que significa “padre de multitudes”- trasegó como pastor con sus ganados después de haber salido de Ur de Caldea en el siglo 19 antes de Cristo, y donde unos 7 siglos más tarde se establecerían los israelitas, este concepto del sacrificio se aplicaba también a los primogénitos, a quienes en los ritos antiguos se les daba muerte en “holocausto”, es decir, haciéndolos consumir totalmente por el fuego para ofrecerlos a los dioses. La primera lectura de este domingo, tomada del libro del Génesis y que narra el sacrificio de Abraham, quien en vez de dar muerte a su hijo Isaac le ofrece a Dios un carnero, constituye un rechazo a los sacrificios rituales de seres humanos propios del paganismo. En el transcurso del relato se puede ver entre líneas cómo Abraham, quien al comienzo pensó que se le exigía dar muerte a Isaac, entiende finalmente que lo que Dios quiere es su disponibilidad para cumplir la voluntad divina, que no quiere la muerte de su hijo, sino la adhesión de la fe que implica reconocer a Dios como tal. 2.- ¿Un Dios que “no perdonó a su propio Hijo”? Esta frase de san Pablo en la segunda lectura puede parecernos chocante e incomprensible. ¿Cómo así que el Dios infinitamente misericordioso, el Dios siempre dispuesto a perdonar que nos presentan tanto los Profetas y los Salmos en el Antiguo Testamento como los Evangelios en el Nuevo, “no perdonó a su propio Hijo”, a su Hijo Jesucristo? Para entender esta expresión hay que darle el sentido que Pablo mismo explica con la frase que sigue: “lo entregó por todos nosotros”. Pablo evoca simbólicamente el relato del sacrificio de Abraham que escuchamos hoy en la segunda lectura, para aplicar el significado profundo de aquél pasaje bíblico al don que Dios nos ha hecho de su Hijo, quien asumiría como “Cordero de Dios” el pecado del mundo para redimirnos, liberarnos del mal y hacernos partícipes de su resurrección. 3.- Jesús transfigurado fortalece la fe de sus discípulos Antes del relato evangélico de la Transfiguración, Jesús les había dicho a sus discípulos que lo iban a matar (Marcos 8, 31). De esta forma Jesús les había anunciado lo que iba a ser su propio sacrificio redentor, por el que Él, Dios hecho hombre, le daría un nuevo sentido a la ofrenda sagrada: el don de sí mismo hasta la entrega de la propia vida. Este nuevo sentido de la ofrenda a Dios es el que les había dicho poco antes que también ellos debían realizar si querían ser sus seguidores: “Si alguno quiere ser discípulo mío, olvídese de sí mismo, cargue con su cruz y sígame” (Marcos 8, 34). El anuncio de su pasión y muerte, así como la exhortación a tomar la cruz, causaron en aquellos primeros discípulos un efecto de desaliento. Pero también Jesús les había dicho que iba a resucitar. Por eso en la Transfiguración les manifiesta su gloria para fortalecerlos en la fe, haciéndoles ver en forma luminosa lo que sería el acontecimiento pascual de su resurrección e indicándoles que en Él se cumplirían las promesas contenidas en el Antiguo Testamento, específicamente en los textos bíblicos de la Ley y de los Profetas, simbolizados por las figuras de Moisés y Elías. Esto sólo lo entenderían en su verdadero sentido aquellos discípulos después de la muerte de Jesús, lo cual explica por qué Él les dijo que no contaran a nadie lo que habían visto, hasta que el Hijo del Hombre hubiera resucitado. También nosotros necesitamos que, en medio de la oscuridad de las circunstancias problemáticas y difíciles de nuestra existencia, cuando nos sentimos abrumados por el peso de la cruz que a cada cual le corresponde cargar, el Señor se nos manifieste iluminándonos con su propia luz y dándonos la fuerza que necesitamos para no desfallecer en el camino de la vida. Pero para que esto suceda, es preciso que busquemos espacios y aprovechemos los que se nos ofrecen para disponernos a atender, en un clima de oración, la voz de Dios que nos

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El Mensaje Del Domingo 22 de Febrero

I Domingo de Cuaresma– Ciclo B Por: Gabriel Jaime Pérez, S.J. En aquel tiempo el Espíritu impulsó a Jesús hacia el desierto. Allí estuvo cuarenta días, viviendo entre las fieras y siendo tentado por Satanás, y los ángeles le servían. Y después de haber sido Juan llevado a la cárcel, Jesús fue a Galilea a anunciar la buena noticia de parte de Dios. Decía: “Ya se cumplió el plazo señalado, el Reino de Dios está cerca. Conviértanse y crean en el Evangelio” (Marcos 1, 12-15). Desde el “miércoles de ceniza”, con la señal de la santa cruz marcada sobre nuestra frente y con la frase “conviértete y cree en el Evangelio”, hemos sido exhortados a reorientarnos hacia Dios y renovar nuestra fe en su buena noticia de salvación. El Evangelio de hoy termina con la misma exhortación, y las tres lecturas bíblicas nos plantean tres temas de reflexión íntimamente relacionados entre sí: La alianza del Creador con la humanidad (Génesis 9, 8-15). Las tentaciones que enfrentó Jesús para enseñarnos a vencerlas (Marcos 1, 12-13). La renovación de la gracia que hemos recibido en el bautismo (1 Pedro 3, 18-22). 1.- Dios quiere establecer una alianza con la humanidad Los relatos de los primeros nueve capítulos del libro del Génesis, desde la creación del universo y del ser humano, pasando por el “pecado original” y sus consecuencias inmediatas, hasta el diluvio del cual fueron salvados Noé con su familia y un resto de las demás criaturas, son narraciones que nos muestran a un Dios compasivo que no quiere la destrucción del ser humano sino su renovación. Para ello establece con Noé y sus descendientes -es decir, con toda la humanidad- un pacto cuyo signo es el arco iris. Más adelante en el mismo libro del Génesis, Dios mismo insistirá en su voluntad inquebrantable de alianza con el ser humano al revelarse a los patriarcas Abraham, Isaac y Jacob, y en los libros del Éxodo y del Deuteronomio al manifestársele al pueblo de Israel por medio de Moisés y con la promulgación de los diez mandamientos. Posteriormente, a través de los profetas, el Señor recordará a su pueblo el sentido de esa alianza que Él quiere mantener, buscando siempre caminos para el logro de una plena reconciliación de sus criaturas con Él y entre ellas. Así deberíamos también actuar nosotros: nunca darnos por vencidos en la búsqueda de una sociedad reconciliada, en la que se respete la vida y sepamos todos convivir como hermanos, hijos de un mismo Creador. 2.- Jesús es sometido a la tentación para enseñarnos a vencer las fuerzas del mal Después de ser proclamado como el “Hijo amado” de Dios en el bautismo recibido de Juan, y luego del encarcelamiento de éste por orden del rey Herodes, encontramos a Jesús en el desierto de Judea, dedicado a un retiro espiritual de cuarenta días. Este número, de donde se deriva el nombre de la “cuaresma”, que es el tiempo litúrgico iniciado el miércoles de ceniza, evoca los cuarenta años de la duración del diluvio según el libro del Génesis (7, 17), como también los cuarenta días que estuvo Moisés en el monte Sinaí comunicándose con Dios (Éxodo 24, 18), los cuarenta años que duró la peregrinación del pueblo hebreo por el desierto hacia la tierra prometida (Éxodo y Deuteronomio), y los cuarenta días de camino del profeta Elías por el mismo desierto hacia el monte Horeb -otro nombre del Sinaí- para encontrarse con Dios (1 Reyes 19, 8-14). Los tres evangelistas que narran tanto el bautismo de Jesús como su retiro al desierto, (Marcos, Mateo y Lucas) indican que Jesús fue al desierto impulsado por el Espíritu. Lucas agrega el adjetivo “Santo”. Fue un retiro motivado por el aliento vital de Dios, al que luego reconocería la Iglesia como la tercera persona de la Santísima Trinidad. Y es precisamente con el poder del mismo Espíritu Santo como Jesús vence la tentación que proviene de “Satanás”, palabra que significa “el adversario” y con la que es denominado en los Evangelios el poder del mal que se opone al Reino de Dios y pretende destruirlo. El relato de Marcos es el más breve. No precisa cómo fue tentado Jesús -como sí lo hacen Mateo y Lucas narrando tres tipos de tentación-, pero incluye un detalle significativo: estuvo “viviendo entre las fieras”. Así presenta a Jesús como un nuevo Adán, capaz de triunfar sobre la tentación original: la del egoísmo que lleva al ser humano a dejar de reconocerse como criatura para pretender “ser como Dios”. También nosotros, especialmente en este tiempo de la Cuaresma, somos invitados a dejarnos mover por el Espíritu Santo hacia espacios de “desierto”, es decir, de silencio interior y desapego de todo cuanto nos impide comunicarnos con Dios, con el fin de hacer una revisión a fondo de nuestras vidas y recibir la fuerza divina requerida para resistir y vencer las tentaciones, y orientar nuestra vida hacia Él.  3.- Dispongámonos a ser renovados con la gracia de Dios recibida en el bautismo  Jesús proclamó la cercanía del Reino de Dios, es decir, del poder del Amor, disponible para nosotros si nos dejamos impulsar por el Espíritu Santo. Es Cristo mismo, quien “murió por nuestros pecados una vez para siempre (…) para conducirnos a Dios” como dice la primera carta de Pedro en la segunda lectura, el que con la misma paciencia que Dios siempre ha tenido “desde los tiempos de Noé” para ofrecer a toda la humanidad su misericordia infinita, nos invita a reconocer nuestra necesidad de salvación. Expresemos, pues, nuestra sincera voluntad de conversión dándole un sentido auténtico a la Cuaresma. Y dispongámonos a ser renovados con la gracia de Dios recibida en el bautismo mediante el al sacramento de la Reconciliación, revisando en qué tenemos que cambiar para reorientar nuestra existencia al cumplimiento de la voluntad de Dios (hágase tu voluntad así en la tierra como en el cielo), implorando su misericordia con la intención de ser también nosotros compasivos con los demás (perdona nuestras ofensas como también

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El Mensaje Del Domingo 15 de Febrero

VI Domingo del Tiempo Ordinario – Ciclo B Por: Gabriel Jaime Pérez, S.J. En aquel tiempo un leproso se acercó a Jesús, y poniéndose de rodillas le dijo: “Si quieres, puedes limpiarme”. Jesús tuvo compasión de él; lo tocó con la mano y dijo: “Quiero. ¡Queda limpio!” Al momento se le quitó la lepra al enfermo y quedó limpio. Jesús lo despidió en seguida, y le recomendó mucho: “Mira, no se lo digas a nadie; solamente ve y preséntate al sacerdote y lleva por tu purificación la ofrenda que ordenó Moisés, para que conste ante los sacerdotes”. Pero el hombre se fue y comenzó a contar a todos lo que había pasado. Por eso Jesús ya no podía entrar abiertamente en ningún pueblo, sino que se quedaba fuera, en lugares donde no había gente; pero de todas partes acudían a verlo. (Marcos 1, 40-45). Los Evangelios narran los milagros de Jesús para indicar que en Él se hace presente el Reino de Dios, es decir, el poder del Amor infinito que sana y renueva a toda persona que cree y se deja transformar por su acción salvadora, encarnando a un Dios compasivo e invitándonos con su ejemplo a tener sus mismos sentimientos. Veamos lo que nos enseña hoy el relato de la curación de leproso, teniendo en cuenta también las otras lecturas. [Levítico 13, 1-2.44-46; Salmo 32 (31); 1 Corintios 10, 31 – 11,1]. 1.- Jesús se opone a la marginación social de los seres humanos   La enfermedad en general, tanto en el Antiguo Testamento como en la época de la vida terrena de Jesús, era considerada como una consecuencia del pecado de quien la sufría, o de sus padres, o de sus antepasados. Pero había entre todas una enfermedad específica que se concebía como la peor: la lepra. El Levítico, nombre derivado de Leví, uno de los doce hijos del patriarca Jacob y que dio origen a los “levitas”, dedicados al culto religioso y al servicio del templo, es uno de los cinco libros que componen la “Torá”, término hebreo que designa al conjunto de los textos sagrados referentes a la “Ley”. Este libro, atribuido a Moisés pero escrito en realidad unos siete siglos después de él, en el V antes de Cristo, y que pertenece a la tradición bíblica llamada “sacerdotal”, contiene en sus capítulos 13 y 14 unas prescripciones que expresan el rechazo que causaba la lepra en la antigüedad y la marginación a la que eran sometidos quienes la padecían, debido a una concepción cultural que, además del temor al contagio, asociaba esa enfermedad con el pecado. Por eso, para entender ciertos pasajes como el de la primera lectura de hoy, es importante tener en cuenta que en la Biblia, si comparamos los textos del Antiguo Testamento con los del Nuevo, se refleja una evolución en la forma de entender las situaciones humanas, con respecto a las cuales Jesús muestra una actitud totalmente distinta de la tradicional hacia quienes, por una enfermedad como la lepra -que era algo así como el sida de aquel tiempo-, eran rechazados y excluidos de la sociedad.  2.- Jesús revela la cercanía y la acción compasiva de Dios en favor de los excluidos Una de las características del comportamiento de Jesús es su disposición constante a acercarse y acoger a quienes eran rechazados por los que se creían “puros” y se apartaban de los enfermos para así permanecer supuestamente “incontaminados”. Jesús, al contrario de éstos, se acerca a todos los que sufren, cualquiera que sea su condición. En el relato que nos trae hoy el Evangelio podemos apreciar precisamente cómo Jesús deja que el leproso se le acerque. Esta forma de actuar era inconcebible para sus contemporáneos, sobre todo para quienes se preciaban de seguir a la letra las prescripciones rituales: los sacerdotes y demás ministros del antiguo culto religioso hebreo, como también los “doctores de la Ley”. Pero no sólo deja que se le acerque y le diga “si quieres puedes limpiarme” -un acto humilde de fe en el poder sanador de Jesús-, sino, además, sintiendo compasión, extendió la mano y lo tocó diciendo: “quiero, queda limpio”, manifestando así que la cercanía sanadora de Dios es un hecho palpable y transformador para toda persona que reconoce su necesidad de ser liberada del mal. Es más: al tocar al leproso, Jesús estaba contraviniendo la norma que mandaba no tener contacto con quienes padecían la lepra, y con este gesto indica hasta dónde llega la misericordia divina: hasta pasar por encima de los ritos tradicionales para sanar al que sufre y reincorporarlo a la vida social. 3.- Jesús no quiere que se confunda su misión con la de un milagrero explotador Marcos es el que más insiste en lo que los estudiosos de los textos evangélicos llaman “el secreto mesiánico”, consistente en la orden que Jesús les daba, a las personas que había curado, de no divulgar sus milagros (“No se lo digas a nadie”, le ordena a quien ha sido sanado de la lepra). Con esta prohibición, trataba de evitar que sus hechos fueran malinterpretados en el sentido de un falso mesianismo, totalmente opuesto a la forma en la que Él entendía su misión. Sin embargo, quienes eran sanados no se aguantaban las ganas de proclamar lo que Él había hecho en su favor, de tal modo que, como cuenta el Evangelio, Jesús ya no podía entrar abiertamente en ningún pueblo, sino que se quedaba fuera, en lugares solitarios. Lo que quiere mostrar el evangelista es que Jesús no quería ser confundido con un curandero mágico como tantos que explotan a la gente con fines de lucro personal. El relato de la curación del leproso es una muestra de hasta dónde llega la compasión del Dios revelado en Jesús: hasta compartir Él mismo la suerte de los marginados. ¿Cuál es nuestra actitud con respecto a los que sufren? Hay situaciones que pueden ser resultado de comportamientos de los cuales son responsables quienes las padecen, pero también puede haber otras causas, y de

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El Mensaje Del Domingo 8 de Febrero

V Domingo del Tiempo Ordinario – Ciclo B Por: Gabriel Jaime Pérez, S.J. Al salir de la sinagoga de Cafarnaúm, Jesús fue con Santiago y Juan a casa de Simón y Andrés. La suegra de Simón estaba en cama, con fiebre. Se lo dijeron a Jesús, y él se acercó, y tomándola de la mano la levantó; al momento se le quitó la fiebre y comenzó a atenderlos. Al anochecer, cuando ya se había puesto el sol, llevaron todos los enfermos y endemoniados a Jesús, y el pueblo entero se reunió a la puerta. Jesús sanó de toda clase de enfermedades a mucha gente, y expulsó a muchos demonios; pero no dejaba que los demonios hablaran, porque ellos lo conocían. De madrugada, cuando todavía estaba oscuro, Jesús se levantó y salió de la ciudad para ir a orar a un lugar solitario. Simón y sus compañeros fueron en busca de Jesús, y cuando lo encontraron le dijeron: Todos te están buscando. Pero él les contestó: Vamos a los otros lugares cercanos; también allí debo anunciar el mensaje, porque para esto he salido. Así que Jesús andaba por toda Galilea, anunciando el mensaje en las sinagogas de cada lugar y expulsando a los demonios. (Marcos 1, 29-39). Hoy el Evangelio nos describe lo que en términos periodísticos podría llamarse “Un día en la vida de…”. Se trata de la Jornada de Cafarnaúm, que destaca varios aspectos de la vida cotidiana de Jesús. Veámoslos en el orden correspondiente al transcurso de un día y tratemos de aplicarlos a nuestra propia vida, teniendo en cuenta también los demás textos bíblicos de este domingo [Job 7, 1-7; Salmo 147 (146); 1 Corintios 9, 16-23]. 1.- La oración diaria “Se levantó de madrugada, fue al descampado y allí se puso a orar”. La jornada de Jesús comienza con la oración, lejos del bullicio. Él sabe que, para atender eficazmente a quienes necesitan de Él, debe ponerse en comunicación con Dios Padre y alimentar su naturaleza humana con la fuerza del Espíritu Santo, de modo que esta energía divina actúe con un poder sanador y transformador a través de sus hechos y palabras. Los evangelios nos presentan a Jesús para que sigamos su ejemplo. ¿Cómo empieza nuestra jornada? Necesitamos espacios de silencio interior para escuchar lo que Dios nos dice a través de su Palabra y de los acontecimientos cotidianos, reflexionar sobre nuestros logros, dificultades y proyectos, darle gracias por los dones recibidos, pedirle perdón por nuestras ofensas de pensamiento, palabra, obra y omisión (Jesús pedía perdón por las de toda la humanidad, pues en Él no había pecado), poner nuestros problemas en sus manos y pedirle que nos dé la energía necesaria para afrontarlos y para que nuestra vida sea productiva en orden a su mayor gloria, que es el bien de todas las personas. Por eso es importante que dediquemos un rato diario -15 minutos, media hora o más- a la comunicación personal a solas con Dios. 2.- La comunicación de la Buena Noticia “Recorría toda la región de Galilea, predicando en las sinagogas”. El Evangelio nos presenta a Jesús predicando y enseñando incansablemente, aprovechando todas las oportunidades que se le ofrecen para comunicar la “Buena Noticia”, el mensaje de salvación que Dios Padre le ha encomendado anunciar.  Por eso no se contenta con hablarles a unos pocos, sino que su vida es un constante andar por donde viven tanto judíos como paganos, invitando a todos a recibir esa buena nueva que Él mismo encarna: la del Dios-con-nosotros, cercano, amigo, bondadoso, compasivo. En la segunda lectura el apóstol san Pablo dice que él tiene la misión ineludible de predicar la Buena Nueva de Jesucristo: “Ay de mí si no anuncio el Evangelio”. También nosotros estamos llamados a proclamar la buena noticia en las situaciones concretas de nuestra vida. Para ello no tenemos que andar echando cháchara o “carreta” -como suele decirse en el argot popular-, sino expresar con la frase oportuna o el gesto constructivo aquello que pueda llenar de alegría, esperanza y optimismo a las personas con las que nos encontramos, especialmente las más necesitadas. 3.- La acción sanadora Los milagros de curación realizados por Jesús tienen por objeto mostrar que en Él se hace presente el Reino de Dios, es decir, el poder del Amor infinito que es Él mismo: un poder sanador, no sólo de las dolencias físicas sino también de las psíquicas y espirituales. Esto es lo que significa la frase con la que el evangelista resume los hechos maravillosos -“milagros”- de Jesús: “Curó a muchos enfermos de diversos males y expulsó muchos demonios”. La primera lectura de hoy, tomada del libro de Job en el Antiguo Testamento, expresa en boca del propio protagonista la realidad del sufrimiento provocado por la enfermedad, incomprensible para la razón humana cuando le sobreviene al hombre justo, y que por lo mismo sólo puede ser aceptada y asumida desde la fe. Jesús es consciente de esta realidad que viven tantos seres humanos, y con su acercamiento a los enfermos muestra que en Él se revela un Dios capaz de compasión, es decir, de con-dolerse de los que sufren, el mismo que es reconocido en el Salmo 147 (146) como Aquél que “sana los corazones destrozados”. Para Jesús el encuentro con los que sufren es la ocasión no sólo de hablarles, sino también de realizar hechos concretos en su beneficio. Por eso el apóstol Pedro, cuya predicación refleja el Evangelio de Marcos, y cuya suegra fue curada por Jesús tal como lo relata este mismo evangelista, diría en uno de sus discursos consignados en el libro de los Hechos de los Apóstoles: “Jesús pasó haciendo el bien y sanando a todos los que sufrían bajo el poder del diablo; y esto pudo hacerlo porque Dios estaba con él” (Hechos 10, 37-38). El poder del diablo es, en el lenguaje bíblico, la fuerza del mal de la que sólo Dios puede liberarnos. ¿Y nosotros? ¿Nos contentamos sólo con hablar, o a ejemplo de Jesús nos esforzamos por

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El Mensaje Del Domingo 1 de Febrero

IV Domingo del Tiempo Ordinario – Ciclo B Por: Gabriel Jaime Pérez, S.J. En aquel tiempo Jesús y sus discípulos llegaron a Cafarnaúm, y el sábado Jesús entró en la sinagoga y comenzó a enseñar. La gente se admiraba de cómo les enseñaba, porque lo hacía con plena autoridad y no como los maestros de la ley. En la sinagoga había un hombre que tenía un espíritu impuro, el cual gritó: “¿Por qué te metes con nosotros, Jesús de Nazaret? ¿Has venido a destruirnos? Yo te conozco, y sé que eres el Santo de Dios.” Jesús reprendió a aquel espíritu, diciéndole: “¡Cállate y deja a este hombre!” El espíritu impuro hizo que al hombre le diera un ataque, y gritando con gran fuerza salió de él. Todos se asustaron, y se preguntaban unos a otros: “¿Qué es esto? ¡Enseña de una manera nueva, y con plena autoridad! ¡Incluso a los espíritus impuros da órdenes, y lo obedecen!” Y muy pronto la fama de Jesús se extendió por toda la región de Galilea (Marcos 1, 21-28). Hoy el Evangelio nos presenta a Jesús enseñando en la sinagoga de Cafarnaúm y ejerciendo su autoridad sobre las fuerzas del mal. Tratemos de descubrir el sentido de este relato y el de las otras lecturas [Deuteronomio 18, 15-29; Salmo 95 (94); 1 Corintios 7, 32-36]. 1.- Jesús enseña y obra “con autoridad” La gente empieza a ver y oír a Jesús en Cafarnaúm, centro de la industria pesquera de la región de Galilea. Allí, en la sinagoga, el lugar donde se reúnen los judíos para orar, escuchar las sagradas escrituras y ser instruidos en ellas, lo primero que les llama la atención a sus oyentes es que aquel galileo proveniente de Nazaret no les habla como los otros maestros o doctores de la Ley, que se referían a lo que estaba escrito, pero no eran creíbles porque su vida no era coherente con lo que enseñaban, y utilizaban el discurso religioso para su propio provecho, sin importarles de verdad los problemas de la gente. Jesús, en cambio, enseña una doctrina nueva que invita a reconocer a un Dios cercano siempre dispuesto a sanarnos, librándonos de las fuerzas del mal que nos rodean y que pretenden apoderarse de nuestra existencia. Y lo que predica lo aplica en su forma de obrar, mostrando que en Él mismo se hace presente la acción salvadora de Dios. Este es el sentido del relato del milagro obrado por Jesús en la sinagoga de Cafarnaum. El término “espíritu impuro”, que corresponde a los llamados “demonios”, considerados como fuerzas malignas, podemos entenderlo hoy como una forma de denominar la energía negativa opuesta a Dios, contraria a su mensaje de liberación. Al sanar a aquel hombre dominado por esa energía negativa, Jesús muestra que tiene el poder de vencer el mal que nosotros no podemos controlar por nuestras propias fuerzas. También los “demonios” hacen referencia a la oposición que las enseñanzas de Jesús suscitaban entre los doctores de la Ley, que veían amenazadas sus pretensiones de poder por aquél nazareno que atraía a las gentes sencillas con su predicación novedosa, amable y liberadora. 2.- Dios había anunciado que suscitaría un profeta La primera lectura evoca la promesa hecha por Dios a Moisés 12 siglos antes de Cristo: “Suscitaré un profeta de entre tus hermanos, como tú.” Profeta es en el lenguaje bíblico el que habla en nombre de Dios, y Moisés había sido escogido por Dios para que le hablara al pueblo de Israel, comunicándole que Él lo liberaría de la esclavitud que padecía en Egipto para que se pusiera en camino hacia una tierra prometida. Esta liberación y esta apertura hacia un nuevo porvenir fueron una prefiguración de lo que iba a suceder con la predicación y la acción salvadora de Jesús, el Profeta por excelencia que como tal hablaría en nombre de Dios, siendo Él mismo su presencia personal en la historia humana. Esto mismo es lo que reconocen en Jesús las gentes sencillas desde el inicio de su predicación, y lo que la primera lectura y el Evangelio de hoy nos invitan a reconocer. 3.- El sentido del celibato para servir a Dios y a la comunidad El texto de la primera carta de san Pablo a los Corintios que nos trae hoy la segunda lectura nos invita a reflexionar sobre el sentido del celibato, es decir, del estado de quien renuncia a la vida conyugal para entregarse totalmente al servicio de Dios y de la comunidad. Esto no quiere decir que haya que despreciar el matrimonio, pues también en él se puede vivir de acuerdo con la voluntad de Dios, y el propio Pablo tiene en sus cartas pasajes preciosos en los que exalta el valor de la unión conyugal. Pero, de acuerdo con lo que Jesús había predicado, el apóstol reconoce el valor que tiene la entrega a Dios en el estado célibe como una forma específica y valiosa de seguir a Cristo para estar plenamente disponible al servicio del Reino de Dios. Desafortunadamente este estado no siempre es vivido con coherencia, y a veces, en lugar de ser testimonio de servicio, se convierte en un escándalo cuando el sacerdote, el religioso o la religiosa, se comportan en contravía de lo que debería ser una verdadera entrega al Señor. Sin embargo, de ello no se deduce que haya que abolir el celibato como una opción de vida. Este estado sigue siendo válido y valioso, siempre y cuando implique un auténtico testimonio del Reino de Dios, como afortunadamente lo podemos encontrar en muchas personas que lo viven con alegría y en forma constructiva, sin frustraciones ni desviaciones, siguiendo precisamente a Jesús, que nos dio el ejemplo de una vida célibe totalmente entregada al servicio de los demás. Conclusión A la luz del mensaje que nos trae hoy la Palabra de Dios, pongamos en práctica lo que dice el Salmo 95 (94): “Ojalá escuchen la voz del Señor, no endurezcan su corazón”. Y al reconocer a Jesús como nuestro

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