X Domingo Ordinario – Ciclo C
Por: Gabriel Jaime Pérez, S.J.
En aquel tiempo, iba Jesús camino de una ciudad llamada Naím, e iban con él sus discípulos y mucho gentío. Cuando se acercaba a la entrada de la ciudad, resultó que sacaban a enterrar a un muerto, hijo único de su madre, que era viuda; y un gentío considerable de la ciudad la acompañaba. Al verla el Señor, le dio lástima y le dijo: «No llores.» Se acercó al ataúd, lo tocó (los que lo llevaban se pararon) y dijo: «Muchacho, a ti te lo digo, ¡levántate!»
El muerto se incorporó y empezó a hablar, y Jesús se lo entregó a su madre. Todos, sobrecogidos, daban gloria a Dios, diciendo: «Un gran profeta ha surgido entre nosotros. Dios ha visitado a su pueblo.» La noticia del hecho se divulgó por toda la comarca y por Judea entera (Lucas 7, 11-17).
El Evangelio de este domingo nos invita a creer en la fuerza resucitadora de Dios que obra en Jesús de Nazaret por la acción del Espíritu Santo, que como dice la versión más larga del Credo, es “Señor y dador de vida”. Meditemos sobre el significado de este relato de la resucitación del hijo de la viuda de Naím, teniendo en cuenta también las otras lecturas bíblicas: 1 Reyes 17, 17-24; Sal 29, 2. 4. 5-6. 11.12ª.13b; Gálatas 1, 11-19.
1. Sacaban a enterrar a un muerto, hijo único de su madre, que era viuda
En los Evangelios se narran tres milagros de resucitación: el de una niña -la hija de Jairo, jefe de la Sinagoga de Cafarnaúm-, el de un joven -el hijo de la viuda de Naím- y el de Lázaro, el amigo de Jesús y hermano de Marta y María, en Betania. Son resucitaciones, es decir, regresos a la vida física, como lo habían sido los milagros similares que se narran en textos del Antiguo Testamento, entre ellos el de la primera lectura de hoy, que nos muestra al profeta Elías invocando a Dios para devolverle la respiración al hijo de una viuda.
Por eso, porque se trata de un regreso a la vida física, podemos hablar más precisamente de resucitación en vez de resurrección. Reservemos el término “resurrección” para el paso a una vida nueva, distinta de la física y perteneciente al orden espiritual de lo que llamamos el “más allá”, y que afirmamos cuando proclamamos nuestra fe en el misterio pascual de nuestro Señor Jesucristo, cuya resurrección gloriosa es prenda de nuestra participación con Él en lo que el Credo llama “la vida eterna” o “la vida del mundo futuro”.
La hija de Jairo, el hijo de la viuda y el amigo Lázaro se volvieron a morir, lo mismo que muchas personas que tuvieron la experiencia del “regreso del túnel”, como suele llamarse a la resucitación. Incluso en el lenguaje médico se designa con esta palabra una técnica que devuelve las funciones vitales a quienes se les aplica con éxito. Ahora bien, esto no demerita para nada los hechos milagrosos narrados en textos bíblicos tanto del Antiguo como del Nuevo Testamento. Dios es el dueño de la vida, y por eso puede hacer que un ser humano vuelva a su existencia corporal terrena. Los tres milagros obrados en este sentido por Jesús, como también otros similares realizados por Dios a través de los antiguos profetas y de los discípulos de Jesús (relatados en el libro de los Hechos de los Apóstoles), son muestra palpable de ello.
2. «Muchacho, a ti te lo digo, ¡levántate!»
Estas palabras de Jesús podemos aplicarlas hoy a la situación de muchos jóvenes que experimentan la muerte de su existencia al estar sumidos en el abismo del alcohol o de los estupefacientes, y por eso necesitan la energía del Espíritu Santo para revivir. A cada uno y cada una Jesús se dirige personalmente para invitarles a salir de esa postración mortal y recobrar el ánimo de una vida con sentido, constructiva para sí y para la sociedad.
Jesús siente compasión de aquella viuda de Naím y la consuela devolviéndole la vida a su hijo. ¡Cuántas madres desconsoladas lloran hoy la situación de sus hijos muertos en vida! Sintámonos también nosotros solidarios con los padres y madres de tantos jóvenes deshechos por las adicciones que destruyen sus vidas, y unámonos a ellas en la oración, como también con toda la ayuda que podamos ofrecerles, para que sus hijos resuciten a una vida productiva y constructiva.
Pero la palabra de Dios en este Evangelio no sólo se dirige a los jóvenes. También va dirigida a todas las personas postradas o inmovilizadas por cualquier situación que les impide vivir positivamente. “No llores” y “levántate”, son invitaciones constantes de Jesús: a quienes lamentan las situaciones difíciles para que renazcan a la esperanza en el Dios de la vida, y a quienes han tocado fondo para que resurjan y sea renovada su existencia.
3.Todos, sobrecogidos, daban gloria a Dios
Los Evangelios nos cuentan que, al ver los milagros de Jesús, las gentes que lo seguían quedaban admiradas y alababan a Dios por lo que habían presenciado. En el lenguaje bíblico, “dar gloria a Dios” significa precisamente eso: alabar al Señor por sus obras maravillosas. Esto mismo es lo que expresan constantemente los Salmos. Pero el “dar gloria a Dios” no debe quedarse en las meras palabras, debe pasar a los hechos, como nos lo muestra por ejemplo el apóstol san Pablo, quien en la segunda lectura de este domingo nos recuerda el milagro de su conversión y reafirma el sentido de la misión que le fue confiada por nuestro Señor Jesucristo al darle un nuevo sentido a su vida: “Aquel que me escogió desde el seno de mi madre y me llamó por su gracia, se dignó revelar a su Hijo en mí, para que yo lo anunciara a los gentiles” -es decir, a los paganos, que no profesaban la religión judía-. Cumpliendo esta misión fue precisamente como Pablo le dio gloria a Dios.
Cada uno y cada una de nosotros podemos experimentar, desde la fe, la acción maravillosa y resucitadora de Jesús que está dispuesto a reanimar constantemente nuestra existencia para darle un sentido más pleno a nuestra vida. Y también cada uno y cada una de nosotros podemos y debemos darle gloria, es decir, reconocer la grandeza de su poder y de su amor, anunciando a los demás lo que Él ha hecho con nosotros, no sólo con las palabras, sino con el testimonio de los hechos. Que el Señor, por la intercesión de María santísima, la madre de Jesús y madre nuestra, nos ayude a poner en práctica sus enseñanzas identificándonos cada vez más y mejor con Él, que es la revelación del Dios compasivo, Señor y dador de vida.-