V Domingo del Tiempo Ordinario – Ciclo B
Por: Gabriel Jaime Pérez, S.J.
Al salir de la sinagoga de Cafarnaúm, Jesús fue con Santiago y Juan a casa de Simón y Andrés. La suegra de Simón estaba en cama, con fiebre. Se lo dijeron a Jesús, y él se acercó, y tomándola de la mano la levantó; al momento se le quitó la fiebre y comenzó a atenderlos. Al anochecer, cuando ya se había puesto el sol, llevaron todos los enfermos y endemoniados a Jesús, y el pueblo entero se reunió a la puerta. Jesús sanó de toda clase de enfermedades a mucha gente, y expulsó a muchos demonios; pero no dejaba que los demonios hablaran, porque ellos lo conocían.
De madrugada, cuando todavía estaba oscuro, Jesús se levantó y salió de la ciudad para ir a orar a un lugar solitario. Simón y sus compañeros fueron en busca de Jesús, y cuando lo encontraron le dijeron: Todos te están buscando. Pero él les contestó: Vamos a los otros lugares cercanos; también allí debo anunciar el mensaje, porque para esto he salido. Así que Jesús andaba por toda Galilea, anunciando el mensaje en las sinagogas de cada lugar y expulsando a los demonios. (Marcos 1, 29-39).
Hoy el Evangelio nos describe lo que en términos periodísticos podría llamarse “Un día en la vida de…”. Se trata de la Jornada de Cafarnaúm, que destaca varios aspectos de la vida cotidiana de Jesús. Veámoslos en el orden correspondiente al transcurso de un día y tratemos de aplicarlos a nuestra propia vida, teniendo en cuenta también los demás textos bíblicos de este domingo [Job 7, 1-7; Salmo 147 (146); 1 Corintios 9, 16-23].
1.- La oración diaria
“Se levantó de madrugada, fue al descampado y allí se puso a orar”. La jornada de Jesús comienza con la oración, lejos del bullicio. Él sabe que, para atender eficazmente a quienes necesitan de Él, debe ponerse en comunicación con Dios Padre y alimentar su naturaleza humana con la fuerza del Espíritu Santo, de modo que esta energía divina actúe con un poder sanador y transformador a través de sus hechos y palabras.
Los evangelios nos presentan a Jesús para que sigamos su ejemplo. ¿Cómo empieza nuestra jornada? Necesitamos espacios de silencio interior para escuchar lo que Dios nos dice a través de su Palabra y de los acontecimientos cotidianos, reflexionar sobre nuestros logros, dificultades y proyectos, darle gracias por los dones recibidos, pedirle perdón por nuestras ofensas de pensamiento, palabra, obra y omisión (Jesús pedía perdón por las de toda la humanidad, pues en Él no había pecado), poner nuestros problemas en sus manos y pedirle que nos dé la energía necesaria para afrontarlos y para que nuestra vida sea productiva en orden a su mayor gloria, que es el bien de todas las personas. Por eso es importante que dediquemos un rato diario -15 minutos, media hora o más- a la comunicación personal a solas con Dios.
2.- La comunicación de la Buena Noticia
“Recorría toda la región de Galilea, predicando en las sinagogas”. El Evangelio nos presenta a Jesús predicando y enseñando incansablemente, aprovechando todas las oportunidades que se le ofrecen para comunicar la “Buena Noticia”, el mensaje de salvación que Dios Padre le ha encomendado anunciar. Por eso no se contenta con hablarles a unos pocos, sino que su vida es un constante andar por donde viven tanto judíos como paganos, invitando a todos a recibir esa buena nueva que Él mismo encarna: la del Dios-con-nosotros, cercano, amigo, bondadoso, compasivo.
En la segunda lectura el apóstol san Pablo dice que él tiene la misión ineludible de predicar la Buena Nueva de Jesucristo: “Ay de mí si no anuncio el Evangelio”. También nosotros estamos llamados a proclamar la buena noticia en las situaciones concretas de nuestra vida. Para ello no tenemos que andar echando cháchara o “carreta” -como suele decirse en el argot popular-, sino expresar con la frase oportuna o el gesto constructivo aquello que pueda llenar de alegría, esperanza y optimismo a las personas con las que nos encontramos, especialmente las más necesitadas.
3.- La acción sanadora
Los milagros de curación realizados por Jesús tienen por objeto mostrar que en Él se hace presente el Reino de Dios, es decir, el poder del Amor infinito que es Él mismo: un poder sanador, no sólo de las dolencias físicas sino también de las psíquicas y espirituales. Esto es lo que significa la frase con la que el evangelista resume los hechos maravillosos -“milagros”- de Jesús: “Curó a muchos enfermos de diversos males y expulsó muchos demonios”.
La primera lectura de hoy, tomada del libro de Job en el Antiguo Testamento, expresa en boca del propio protagonista la realidad del sufrimiento provocado por la enfermedad, incomprensible para la razón humana cuando le sobreviene al hombre justo, y que por lo mismo sólo puede ser aceptada y asumida desde la fe. Jesús es consciente de esta realidad que viven tantos seres humanos, y con su acercamiento a los enfermos muestra que en Él se revela un Dios capaz de compasión, es decir, de con-dolerse de los que sufren, el mismo que es reconocido en el Salmo 147 (146) como Aquél que “sana los corazones destrozados”.
Para Jesús el encuentro con los que sufren es la ocasión no sólo de hablarles, sino también de realizar hechos concretos en su beneficio. Por eso el apóstol Pedro, cuya predicación refleja el Evangelio de Marcos, y cuya suegra fue curada por Jesús tal como lo relata este mismo evangelista, diría en uno de sus discursos consignados en el libro de los Hechos de los Apóstoles: “Jesús pasó haciendo el bien y sanando a todos los que sufrían bajo el poder del diablo; y esto pudo hacerlo porque Dios estaba con él” (Hechos 10, 37-38). El poder del diablo es, en el lenguaje bíblico, la fuerza del mal de la que sólo Dios puede liberarnos.
¿Y nosotros? ¿Nos contentamos sólo con hablar, o a ejemplo de Jesús nos esforzamos por mostrar lo que decimos y proclamamos con hechos concretos a favor de nuestros prójimos? Ojalá pudiera decirse de nosotros después de nuestra vida terrena algo similar a lo que dijo el apóstol san Pedro de su Maestro, y que también puede aplicarse a tantas personas que han seguido su ejemplo: “pasó haciendo el bien”.-