Domingo de la Santísima Trinidad Ciclo B
Por: Gabriel Jaime Pérez, S.J.
En aquel tiempo, los once discípulos se fueron a Galilea y subieron al monte en el que Jesús los había citado. Al ver a Jesús se postraron, aunque algunos titubeaban. Entonces Jesús se acercó a ellos y les dijo: “Me ha sido dado todo poder en el cielo y en la tierra. Vayan, pues, y enseñen a todas las naciones, bautizándolas en el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo, y enseñándoles a cumplir todo cuanto yo les he mandado; y sepan que yo estaré con ustedes todos los días, hasta el fin del mundo” (Mt 28, 16-20).
Hoy celebramos la fiesta de la Santísima Trinidad: un solo Dios en tres personas distintas. Las lecturas bíblicas (Deuteronomio 4,32-34.39-40; Romanos 8, 14-17; Mateo 28, 16-20) nos invitan a renovar nuestra fe en el misterio inefable de Dios que se nos ha revelado como el Padre creador del universo, el Hijo salvador de la humanidad y el Espíritu Santo que nos vivifica, nos renueva, nos ilumina, nos une en comunidad y nos hace posible construir relaciones de amor auténtico.
1. El Misterio de Dios trino y uno
Cuenta el gran filósofo y teólogo San Agustín (354-430 d.C.) que en cierta ocasión, mientras caminaba por la playa tratando de entender la doctrina de la Santísima Trinidad, vio a un niño que intentaba vaciar toda el agua del mar en la concha de un caracol, y así pudo comprender que la mente humana, por más esfuerzos que haga, es incapaz de abarcar la infinitud del misterio de Dios. El lenguaje bíblico, al intentar describir a Dios -no para definirlo, porque el Infinito es indefinible-, lo hizo con una palabra que en su sentido auténtico y más completo corresponde a lo que mejor puede caracterizar la experiencia de Dios: “Dios es Amor” (1 Juan 4, 8.16).
Ahora bien, si Dios es Amor, tiene que ser plural, pues para que exista el amor tiene que haber alguien que ama, alguien que sea amado y le corresponda también amando, y la relación misma de amor entre ambos. Este es el sentido del misterio: un solo Dios que es pluralidad en la perfecta comunidad de amor, y por lo mismo es unidad en la diversidad de personas. Es así como Dios Padre se nos revela en las enseñanzas y en la obra salvadora de su Hijo Jesucristo, su Palabra hecha carne por la acción del Espíritu Santo. Este mismo Espíritu nos mueve a reconocer el amor de Dios llamándolo “Padre” (“Abba”: palabra de origen sirio-caldeo que significa literalmente “Papá” y fue empleada originariamente por el mismo Jesús para dirigirse a Dios), y nos hace posible corresponder a él en el cumplimiento de su voluntad, que es voluntad de amor.
2. Los símbolos de la Santísima Trinidad
Muchos símbolos han venido siendo empleados para tratar de expresar el misterio de Dios uno y trino, aunque en definitiva todos se quedan cortos. El Salmo 33 (32), por ejemplo, propuesto como respuesta a la primera lectura de hoy, habla tanto de la “palabra del Señor” como del “aliento de su boca”, imágenes del Hijo y del Espíritu, que con el Padre constituyen un solo Dios.
Uno de los símbolos es la imagen del sol, que es fuente de energía, luz y calor. El Padre es la fuente, el Hijo es la luz que nos revela a Dios Padre y el Espíritu Santo es el fuego que nos ilumina y enciende en nosotros la llama del amor, pero las tres personas en su pluralidad son un solo Dios.
Otra imagen es la del triángulo equilátero: tres ángulos o tres lados distintos, pero una sola figura geométrica. Cada ángulo o cada lado es un elemento de esta figura, y aunque ninguno de ellos es lo que son los otros dos, los tres forman un mismo y único ser.
Pero la imagen que más llama la atención es la que usó san Patricio (387-461 d.C.), quien para presentarles el misterio de Dios a los paganos de Irlanda señalaba en la hoja del trébol sus tres componentes para indicar el sentido de la fe en la uni-trinidad divina: un solo Dios cuyo ser actúa y se manifiesta pluralmente.
3. Nuestra fe en la Trinidad nos impulsa a la realización de lo que ella significa
“La gracia de nuestro Señor Jesucristo, el amor del Padre y la comunión del Espíritu Santo estén siempre con ustedes”, es la frase con la que el apóstol Pablo solía saludar a las comunidades a las que dirigía sus cartas. Este es el origen del saludo con el que el sacerdote que preside la Eucaristía, después de hacer la señal de la cruz invocando a Dios uno y trino, suele iniciar la celebración del amor infinito de Aquél a quien en el himno del Gloria alabamos como Padre, Hijo y Espíritu Santo. Luego, en la oración anterior a las lecturas, invocamos la mediación de Jesucristo, el Hijo, que vive y reina con el Padre en la unidad del Espíritu Santo. En el Credo proclamamos nuestra fe en la Santísima Trinidad, e inmediatamente antes de la consagración, después de haber alabado al tres veces Santo, le pedimos a Dios Padre que santifique con su Espíritu el pan y el vino para que se conviertan en el Cuerpo y la Sangre de su Hijo Jesucristo. Y al terminar la plegaria eucarística, hacemos el brindis con el que por Cristo, con Él y en Él, le reconocemos todo el honor y la gloria a Dios Padre omnipotente en la unidad del Espíritu Santo. Finalmente, al terminar la Misa el sacerdote imparte para todos la bendición de Dios uno y trino.
En un libro de meditaciones escrito por el teólogo Joseph Ratzinger -hoy el Papa Emérito Benedicto XVI-, titulado El Dios de los Cristianos, en su sección subtitulada “Dios es trinitariamente uno”, leí la siguiente reflexión que se relaciona con el pasaje del Evangelio de hoy: “¿Cuántas veces hemos hecho la señal de la cruz sin recapacitar? Pues bien, otras tantas hemos invocado al Dios trino y uno. Por su sentido originario, esa invocación es renovación bautismal, aceptación de las palabras con las que nos hicimos cristianos y apropiación de lo que, en el bautismo, se infundió en nuestra vida (…). En aquella ocasión se derramó agua sobre nosotros mientras eran pronunciadas las palabras: ‘Yo te bautizo en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo’ (…)”.
Que esta fiesta de la Santísima Trinidad nos motive no sólo para renovar la expresión de nuestra fe en el misterio insondable e infinito de Dios, que es Amor, sino también para reactivar nuestro compromiso bautismal de realizar lo que significa proclamar a Dios como comunidad perfecta en la unidad y la pluralidad de personas: que precisamente porque hemos sido creados a su imagen y semejanza, también nosotros, empezando por la familia, llamada a seguir el modelo de la unidad trinitaria de Dios, respondamos cada día mejor a la invitación que Dios nos hace a ser una auténtica comunidad de amor.-