XXXI Domingo del Tiempo Ordinario – Ciclo C
Por: Gabriel Jaime Pérez, S. J.
En aquel tiempo, entró Jesús en Jericó y atravesaba la ciudad. Un hombre llamado Zaqueo, jefe de publicanos y rico, trataba de distinguir quién era Jesús, pero la gente se lo impedía, porque era bajo de estatura. Corrió más adelante y se subió a una higuera para verlo, porque tenía que pasar por allí. Jesús, al llegar a aquel sitio, levantó los ojos y dijo: «Zaqueo, baja en seguida, porque hoy tengo que alojarme en tu casa.» Él bajó en seguida y lo recibió muy contento. Al ver esto, todos murmuraban, diciendo: «Ha entrado a hospedarse en casa de un pecador.»
Pero Zaqueo se puso en pie y dijo al Señor: «Mira, la mitad de mis bienes, Señor, se la doy a los pobres; y si de alguno me he aprovechado, le restituiré cuatro veces más.» Jesús le contestó: – «Hoy ha sido la salvación de esta casa; también éste es hijo de Abrahán. Porque el Hijo del hombre ha venido a buscar y a salvar lo que estaba perdido.» (Lucas 19, 1-10)1.“El Hijo del hombre ha venido a buscar y a salvar lo que estaba perdido”
En el Evangelio del domingo pasado Jesús nos presentaba en una parábola el contraste entre la arrogancia del fariseo y la humildad del publicano. El de hoy nos muestra la misericordia de Dios presente en la acción salvadora de Jesús, y la respuesta de conversión que proviene precisamente de un publicano. En tiempos de Jesús los publicanos o recaudadores públicos de los impuestos del imperio romano solían enriquecerse con las tajadas que sacaban a costa de los contribuyentes. Por eso eran rechazados como pecadores, especialmente por parte de los fariseos, que, como veíamos el domingo pasado, se consideraban superiores a los demás. La actitud de Jesús hacia el publicano Zaqueo en Jericó no es de rechazo, sino de invitación a un encuentro transformador con él. Varios detalles del relato evangélico nos sirven para nuestra reflexión:
– El esfuerzo de Zaqueo por conocer a Jesús: se sube a un árbol a causa de su pequeña estatura, para poder verlo cuando pase. También Jesús pasa por nuestra vida constantemente. ¿Nos esforzamos para que ese paso del Señor no nos sea indiferente?
– El gesto de Jesús que dirige su mirada a Zaqueo para proponerle que lo invite a su casa. También a nosotros el Señor nos mira y nos propone que le abramos un espacio en nuestra vida. ¿Cuál es nuestra respuesta? En la Eucaristía, Él mismo se ofrece para que lo recibamos en la comunión. Y en la medida en que nos disponemos a recibirlo reconociendo humildemente nuestra necesidad de salvación, nuestro encuentro con el Señor producirá en nosotros una transformación positiva. -La conversión de Zaqueo, manifestada en su disposición a reparar el mal que ha hecho a los demás. También de nosotros espera el Señor una actitud similar, al ser acogidos por su misericordia. Este es precisamente el sentido de la penitencia en el sacramento de la reconciliación. Aunque ya Jesucristo con su sacrificio redentor hizo posible nuestra reconciliación con Dios, es imprescindible nuestra disposición a reparar el mal que hayamos causado, en la medida de nuestras posibilidades. Esto tiene una aplicación concreta precisamente en los intentos de resolución del conflicto armado. La verdadera reconciliación no se compadece con la impunidad, pues el perdón supone de quien lo recibe una voluntad de reparación.
2. “A los que pecan, haces que reconozcan sus faltas, para que, apartándose del mal, crean en ti, Señor”
La primera lectura, del libro de la Sabiduría en el Antiguo Testamento (11,22; 12,2), exalta la compasión de Dios para con todas sus criaturas, una actitud del todo opuesta a la de quienes, creyéndose santos, critican a Jesús por entrar a la casa de un pecador. Pero, asimismo, esa actitud compasiva de Dios que se manifiesta personalmente en Jesús no implica una complicidad con el pecado, sino una invitación a la conversión. Como bien dice el mismo texto de la Sabiduría: “Porque en todos los seres está tu espíritu inmortal. Por eso, a los que pecan los corriges y reprendes poco a poco, y haces que reconozcan sus faltas, para que, apartándose del mal, crean en ti, Señor”. Es la misma idea del salmo responsorial (Salmo 144): “El Señor es tierno y compasivo, es paciente y todo amor. El Señor es bueno con todos. Y esto es precisamente lo que ocurre con Zaqueo el publicano en el relato del Evangelio: el Espíritu Santo lo mueve a una conversión sincera. También en nosotros, si lo dejamos, puede actuar el Espíritu de Dios para transformarnos al recibir a Jesús en nuestra casa, es decir, en nuestra propia existencia.
3. “Para que con su fuerza nos permita cumplir los buenos deseos y la tarea de la fe”
La segunda carta de San Pablo a los Tesalonicenses -la comunidad cristiana que él había dejado iniciada en la ciudad griega de Tesalónica-, tiene como tema central la actitud que el creyente debe tener ante la promesa de la “parusía”, palabra griega que significa el regreso glorioso de nuestro Señor Jesucristo al final de los tiempos. En el texto que escuchábamos en la segunda lectura (2 Tesalonicenses 1,11; 2,2), Pablo invita a sus destinatarios a no dejarse asustar por falsas revelaciones fatalistas.
Se trata de una invitación, también para todos nosotros, a mirar el futuro con optimismo, sin asustarnos ni quedarnos con los brazos cruzados, poniendo todo nuestro empeño en trabajar, con una esperanza activa y paciente, por la construcción de un mundo mejor en el que se vaya haciendo realidad el Reino de Dios, al que se refiere la oración que Jesús nos enseñó con la frase “venga a nosotros tu Reino”: un reino de justicia, de amor y de paz que sólo será posible en definitiva gracias al poder de Dios, pero también con nuestra colaboración, si nos disponemos a que el Señor venga a nuestra existencia y la transforme definitivamente en una vida nueva y eterna. Es la misma esperanza que nos anima a repetir en la Eucaristía, después de la consagración del pan y del vino, la plegaria con la que termina el último libro del Nuevo Testamento: “Ven, Señor Jesús” (Apocalipsis 22, 20).-