Domingo de la Santísima Trinidad- Ciclo C
Por: Gabriel Jaime Pérez, S.J.
En aquel tiempo dijo Jesús a sus discípulos: “Muchas cosas me quedan por decirles, pero no pueden cargar con ellas por ahora; cuando venga él, el Espíritu de la Verdad, los guiará hasta la verdad plena. Pues lo que hable no será suyo: hablará de lo que oye, y les comunicará a ustedes lo que está por venir. Él me glorificará, porque recibirá de mí lo que les irá comunicando- Todo lo que tiene el Padre es mío. Por eso les he dicho que tomará de lo mío y lo anunciará a ustedes” (Juan 16, 12-15).
Hoy celebramos la fiesta de la Santísima Trinidad: un solo Dios, tres personas distintas. Las lecturas de este domingo (Proverbios 8, 22-31; Salmo 8; Romanos 5, 1-5; Juan 16, 12-15) nos invitan a renovar nuestra fe en el misterio inefable de Dios Padre que ha creado el universo con su Sabiduría infinita (primera lectura), Dios Hijo hecho hombre en la persona de Jesús que es precisamente la Sabiduría misma de Dios, su Palabra hecha carne, que con su testimonio de vida, sus enseñanzas y su sacrificio redentor nos ha revelado la misericordia divina, y Dios Espíritu Santo, que es la energía positiva procedente del Padre y del Hijo, “el amor de Dios derramado en nuestros corazones” (segunda lectura) para vivificarnos, renovarnos, iluminarnos, fortalecernos unirnos en comunidad y “guiarnos hasta la verdad plena” (Evangelio).
1. El Misterio de Dios trino y uno
Cuenta el gran filósofo y teólogo san Agustín de Hipona (354-430 d.C.) que cuando meditaba sobre la Trinidad divina mientras caminaba por la playa, de repente vio en la orilla a un niño que intentaba vaciar toda el agua del mar en la concha de un caracol. Esta experiencia le sirvió para comprender que la mente humana, por más esfuerzos que haga, es incapaz de abarcar el misterio de Dios.
Por eso nosotros, con nuestro limitado lenguaje tenemos que recurrir a imágenes, a símbolos, a figuraciones poéticas para poder expresar de algún modo lo que Dios es, y que sólo percibimos al reconocer desde la fe sus modos de obrar. Y por eso mismo el lenguaje bíblico, al intentar describir a Dios -no para definirlo, porque el Infinito es indefinible-, lo hizo con una palabra que en su sentido más completo corresponde a lo que mejor puede caracterizar lo que es Dios: Dios es Amor (1 Juan 4, 8.16).
Pero si Dios es Amor, tiene que ser plural, pues para que exista el amor tiene que haber alguien que ama, alguien que es amado y que le corresponda también amando, y la relación misma de amor entre ambos. Este es justamente el sentido del misterio de la Trinidad divina: un solo Dios que es pluralidad y diversidad de personas en la perfecta unidad de una comunidad de amor.
Y es así como Dios Padre se nos revela en las enseñanzas y en la obra salvadora de su Hijo Jesucristo, que es su Palabra hecha carne y que entregó su vida en la cruz para que nosotros participáramos de su vida eterna, y nos comunica el Espíritu Santo que nos hace posible comprender y reconocer la verdad plena: el amor que Dios es y que nos tiene, que nos anima para corresponderle mediante el cumplimiento de su voluntad, es decir, amándonos unos a otros como Él mismo nos ha mostrado que nos ama.
2. Los símbolos de la Santísima Trinidad
Muchos símbolos se han empleado para tratar de expresar la realidad de Dios uno y trino, aunque en definitiva todos se quedan cortos. Uno de esos símbolos es el triángulo. Otro es el sol, que en sí mismo es fuego, luz y calor. Pero el que tal vez más llama la atención es el que usó San Patricio (387-461 d.C.), quien para enseñarles la idea de un solo Dios en tres personas a los paganos que en su época habitaban la isla de Irlanda, tomaba en sus manos un trébol de tres hojas.
Con este sencillo ejemplo, quienes lo escuchaban podían acercarse a la comprensión del sentido de la fe en la uni-trinidad divina, completamente distinta de las creencias politeístas por cuanto no se trata de varios dioses, sino de uno solo cuyo ser obra y se manifiesta pluralmente.
3.Nuestra fe en la Trinidad nos impulsa a la realización de lo que ella significa
La liturgia de la Iglesia, sobre todo en los sacramentos y especialmente en la Eucaristía, expresa constantemente la fe en Dios trino y uno. Esta fe implica a su vez el reconocimiento de lo que Dios Padre ha querido al crearnos a su imagen y semejanza, al revelarnos su misericordia y redimirnos por medio de su Hijo Jesucristo, y al comunicarnos el Espíritu Santo que procede de Él y de Jesús resucitado: que reconociendo en nosotros la pluralidad y la diversidad de las personas, se vaya realizando cada vez más entre todos la unidad mediante la comunión y la participación, es decir, mediante la construcción de una verdadera com-unidad.
Al iniciar la Eucaristía nos santiguamos invocando el nombre del Dios uno y trino. En el Gloria alabamos a Dios Padre, Hijo y Espíritu Santo, y en la oración inmediatamente anterior a las lecturas bíblicas, nos dirigimos a Dios Padre por medio de Jesucristo, su Hijo, que vive y reina con Él en la unidad del Espíritu Santo. Más adelante -en las misas dominicales y de las grandes fiestas religiosas-, proclamamos con el Credo nuestra fe en Dios Padre, Hijo y Espíritu Santo, reconociendo respectivamente su acción creadora, salvadora y santificadora. Luego, después de haberle cantado nuestra alabanza al tres veces Santo, le pedimos a Dios Padre que santifique con su Espíritu el pan y el vino para que se conviertan sacramentalmente en el cuerpo y la sangre de su Hijo Jesucristo. Antes de la comunión hacemos el brindis mediante el cual expresamos nuestra disposición a que por Cristo, con Él y en Él, les sean dados todo honor y toda gloria a Dios Padre omnipotente en la unidad del Espíritu Santo. Y al concluir la Eucaristía, el sacerdote imparte a los fieles la bendición de Dios uno y trino.
Que esta fiesta de la Santísima Trinidad nos motive no sólo para renovar la expresión de nuestra fe en el misterio insondable de Dios, que es Amor, sino también para que reactivemos nuestro compromiso de realizar en nuestra vida lo que significa proclamar a Dios como comunidad perfecta en la unidad y pluralidad de personas: que habiendo sido creados a su imagen y semejanza, también nosotros, empezando por la familia, llamada a seguir el modelo de la comunidad trinitaria que es Dios, respondamos cada día mejor a la invitación que Dios nos hace a ser una auténtica comunidad de amor.-