Domingo IV de Pascua – Ciclo C
Por: Gabriel Jaime Pérez, S.J.
«Mis ovejas escuchan mi voz, y yo las conozco, y ellas me siguen, y yo les doy la vida eterna; no perecerán para siempre, y nadie las arrebatará de mi mano.
Mi Padre, que me las ha dado, supera a todos, y nadie puede arrebatarlas de la mano de mi Padre. Yo y el Padre somos uno.»
(Evangelio según San Juan 10, 27-30).
Este cuarto domingo del tiempo pascual es conocido como el Domingo del Buen Pastor, porque en el Evangelio se evoca la alegoría empleada por Jesús para designarse a sí mismo como tal. Todo el capítulo 10 del Evangelio según san Juan está dedicado a este tema. En las lecturas propias del Ciclo C de la liturgia el texto corresponde a la última parte de dicho capítulo, pero es muy conveniente leerlo y meditarlo completo para entender mejor quién es Jesucristo para nosotros y cómo Él mismo nos presenta su acción salvadora. Centrémonos en los versículos del Evangelio escogidos para este domingo, teniendo en cuenta también las otras lecturas: Hechos de los Apóstoles 13, 14.43-52; Salmo 100 (99), 2.3.5; Apocalipsis 7, 9.14b-17.
1. La figura del pastor
La imagen de pastor no es cercana a los imaginarios urbanos de la civilización moderna. Sin embargo, sigue siendo muy significativa en la historia de la salvación que nos transmiten los textos bíblicos tanto del Antiguo como de Nuevo Testamento. Por eso la Iglesia conserva esta figura y la aplica a su misión, entendida como una labor pastoral que continúa la acción salvadora de Jesucristo, el Buen Pastor, como nos dice en uno de sus versículos anteriores el mismo evangelista que Jesús se llamó a si mismo (Juan 10, 14); por eso también son llamados pastores quienes por una vocación especial son escogidos y enviados por Él para realizar esta misión mediante el sacramento del Orden, y por eso precisamente este domingo se nos invita a orar de manera muy especial por los sacerdotes y por las vocaciones sacerdotales.
En la Biblia, tanto en el Antiguo como en el Nuevo Testamento, aparece constantemente la imagen del pastor para indicar cómo actúa Dios: como aquél a quien le importan de verdad las ovejas y se desvive por ellas hasta entregar su propia vida por ellas. Israel fue en sus orígenes un pueblo de pastores: Abraham, Isaac y Jacob recorrieron 18 siglos antes de Cristo las tierras de Canaán buscando pastos para sus ganados de ovejas. Moisés, quien vivió en el siglo XII a.C., aprendió el oficio de pastor junto al monte Sinaí antes de ser llamado por Dios para ser su mediador en la liberación de los israelitas de la esclavitud que sufrían en Egipto, y su conductor por el desierto hacia la tierra prometida.
Desde entonces los israelitas reconocieron al Dios que se le había revelado a Moisés con el nombre de Yahvé, como el pastor que guiaba a su pueblo protegiéndolo y conduciéndolo hacia fuentes de agua fresca y prados de hierba abundante. Al rey David, que vivió en el siglo X a.C. y en su infancia había cuidado el rebaño de su padre Jesé, se le atribuyen los salmos que invocan a Dios como el pastor de Israel, como por ejemplo el escogido para este domingo: Sepan que el Señor es Dios, que él nos hizo, y somos suyos, su pueblo y ovejas de su rebaño.
Los profetas, por su parte, emplearon la imagen del pastor para referirse a la misericordia infinita de Señor que prometía liberar a sus ovejas de la opresión y el abandono a que habían sido sometidas por los falsos pastores, los jefes políticos y religiosos que las explotaban para su propio beneficio y se desentendían de ellas.
2. “Mis ovejas escuchan mi voz, y yo las conozco y ellas me siguen”
Jesús se presentó a sí mismo empleando la imagen del pastor aplicada a Dios por los salmos y los profetas, y esto fue tan significativo para los primeros cristianos, que la imagen figurativa de Jesucristo más antigua que se conoce – encontrada en una de las catacumbas de las afueras de Roma – es la de un pastor con una oveja sobre sus hombros. Esta figura, tomada de los Evangelios según san Mateo (18, 10-14) y san Lucas (15, 1-7), evoca la misericordia infinita de Dios que, en la persona de Jesús, busca a la oveja perdida, la encuentra y la lleva de vuelta al rebaño.
En el Evangelio según san Juan, por su parte, encontramos resaltada una característica del Buen Pastor: el conocimiento que Él tiene de sus ovejas: de todas las personas que escuchan su voz y lo siguen. Conocer, en el lenguaje bíblico, significa tener una experiencia vital de alguien o de algo. Por eso, cuando Jesús dice que “conoce” a sus ovejas, está refiriéndose a la experiencia vital que Él mismo ha querido tener de la realidad humana en virtud del misterio de su encarnación, pero además nos está diciendo que se ocupa personalmente de cada uno y cada una de nosotros.
3. “Y yo les doy la vida eterna; no perecerán para siempre”
Jesús hace partícipes de su resurrección gloriosa a todas las personas que escuchan su voz y lo siguen. En la segunda lectura de este domingo encontramos también una referencia directa a la imagen del pastor, identificado de tal modo con sus ovejas, que se ha entregado en sacrificio como cordero pascual: Ya no pasarán hambre ni sed, no les hará daño el sol ni el bochorno. Porque el Cordero que está delante del trono será su pastor, y los conducirá hacia fuentes de aguas vivas.
La palabra del Señor nos hace hoy una doble invitación: por una parte, a revisar si estamos escuchando con atención su voz, es decir, aquello que Él nos dice a través de su palabra, a través del magisterio de la Iglesia, a través de las personas por medio de las cuales también Él puede manifestarnos su voluntad o su orientación, a través los acontecimientos cotidianos que constituyen no pocas veces oportunidades de reflexión en las que Él mismo nos invita a descubrir el sentido de nuestra existencia; y por otra, a renovar nuestra fe pascual y por lo mismo la esperanza en nuestra resurrección futura, de la cual es primicia y prenda la vida nueva de Nuestro Señor Jesucristo que celebramos de manera especial en este tiempo litúrgico de Pascua.-