EL MENSAJE DEL DOMINGO
XXV Domingo Tiempo Ordinario – B – Septiembre 23 de 2012
Por: Gabriel Jaime Pérez, S.J.
En aquel tiempo Jesús y sus discípulos iban caminando por Galilea; Él no quería que se supiera, porque iba enseñándoles, y les decía: “El Hijo del hombre será entregado en manos de los hombres; le matarán y a los tres días de haber muerto resucitará” Pero ellos no entendían lo que les decía y temían preguntarle. Llegaron a Cafarnaúm, y una vez en casa, les preguntó: “¿De qué discutíais por el camino?” Ellos callaron, pues por el camino habían discutido entre sí quién era el mayor.
Entonces se sentó, y llamó a los Doce, y les dijo: “Si uno quiere ser el primero, sea el último de todos y el servidor de todos”. Y tomando un niño, lo puso en medio de ellos, lo estrechó entre sus brazos y les dijo: “El que reciba a un niño como éste en mi nombre, a mí me recibe; y el que me reciba a mí, no me recibe a mí sino a Aquél que me ha enviado” (Marcos. 9, 30-37).
Tres temas nos presenta hoy el Evangelio, aparentemente desconectados entre sí pero que en realidad tienen una relación muy significativa. Tratemos de analizarlos uno por uno y de aplicarlos a nuestra vida cotidiana, teniendo en cuenta también las otras lecturas bíblicas de este domingo (Sabiduría 2, 12. 17-20; Santiago 3, 16 – 4, 3).
1. Jesús anuncia por segunda vez su pasión, muerte y resurrección
Lo primero que encontramos en el Evangelio es el segundo de los tres anuncios que los relatos evangélicos nos cuentan que les hizo Jesús a sus discípulos acerca de su pasión, su muerte en la cruz y su resurrección gloriosa.
Si bien estos relatos fueron hechos y puestos por escrito después de los acontecimientos del Calvario y en el contexto de la experiencia pascual de los primeros seguidores de Jesús, es importante recordar que el significado de tales anuncios tiene que ver con el verdadero sentido de la fe en Él como el Mesías o Cristo, el Ungido o consagrado, no como un jefe político triunfante o un guerrero victorioso, sino como el servidor de Dios y por lo mismo de la humanidad para liberarnos a todos de cuanto nos impide ser verdaderamente felices.
Aquellos primeros discípulos de Jesús, empezando por los “Doce” a quienes había llamado para que fueran sus apóstoles, es decir sus enviados a proclamar el evangelio, la buena noticia de esa liberación que Dios está dispuesto obrar en cada ser humano si le abre espacio en su vida a la acción transformadora de su Espíritu, tenían el peligro de malinterpretar las palabras y los hechos de su Maestro reduciéndolo a un líder terrenal que no sólo los libraría de la dominación del imperio romano que padecían, sino que además les daría a ellos, sus elegidos, una cuota importante de poder en el “reino” que les había dicho que venía a establecer.
Por eso, para que se bajen de esa nube de ambiciones terrenales, Jesús les anuncia lo que verdaderamente implica el cumplimiento de su misión como Mesías: entregar su vida por completo, hasta la última gota de su sangre, como consecuencia de solidarizarse hasta lo último con los pobres, los pequeños, los oprimidos, las víctimas de la injusticia y la violencia en todas sus formas.
2. Jesús nos enseña a el valor de la disposición de cada cual para servir a los demás
Esa disposición de solidaridad es lo que Jesús nos muestra en su propia vida puesta al servicio desinteresado de todos los seres humanos sufrientes o necesitados. Y por eso mientras sus discípulos se pelean entre sí discutiendo quién es o va a ser el mayor o el más importante, Jesús les dice que “el que quiera ser el primero, deberá ser el último de todos…” ¿Cómo? Pues disponiéndose a ser el servidor de todos.
En otros pasajes evangélicos paralelos a éste de san Marcos, es decir, en los de los evangelios según san Mateo y san Lucas, Jesús añade una explicación refiriéndose a su propio ejemplo de vida: “el Hijo del Hombre -como solía llamarse a sí mismo- no vino a ser servido, sino a servir”; “yo estoy en medio de ustedes como el que sirve”. Es esta actitud de servicio la que nos conecta precisamente con la imagen profética del Siervo o Servidor anunciado unos seis siglos atrás en el libro del profeta Isaías, como también con la del justo -descrito unos cincuenta años antes de Cristo en el libro de la Sabiduría del cual está tomada la primera lectura de este domingo-, quien, precisamente por solidarizarse con las víctimas de la injusticia, les resulta incómodo a los que obran el mal aprovechándose del pobre, oprimiéndolo y explotándolo en beneficio de sus propios intereses egoístas.
La Carta de Santiago, de la que está tomada la segunda lectura, es muy significativa con respecto a una actitud totalmente contraria a la codicia envidiosa de quienes obran el mal: la de los “amantes de la paz “, que son “comprensivos y llenos de misericordia”
3. Jesús nos invita a encontrar a Dios en los humildes, sencillos y pequeños
Los pobres, los humildes, los sencillos, suelen ser simbolizados en los Evangelios con la imagen del niño que necesita de la protección y la ayuda amorosa de sus padres y de sus mayores para salir adelante en la vida.
Este es el sentido de la frase de Jesús al final del texto evangélico de hoy: “El que reciba a un niño como éste en mi nombre, a mí me recibe; y el que me reciba a mí, no me recibe a mí sino a Aquél que me ha enviado”. En otras palabras, atender o acoger al desvalido y ponerse a su servicio es atender y acoger a Jesús mismo, y por lo tanto al Dios verdadero que quiere a todos sus hijos como un padre amoroso, como una madre amorosa.
Pidámosle entonces a Jesús que nos dé un corazón dispuesto siempre a amar y servir a nuestros hermanos y hermanas, preferentemente a quienes padecen mayor debilidad o necesidad, para que así podamos ser verdaderamente felices al participar en el reino de Dios que Él vino a proclamar y a hacer presente en nosotros, si dejamos que actúe su Espíritu Santo en nuestra vida: un reino de amor, de justicia y de paz.-