Colegio San José Barranquilla

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Personaje Súper Chévere de Pastoral

En esta oportunidad nuestro Personaje Súper Chévere de Pastoral es: MARY ARRIETA Súper chévere porque nos enseña a asumir los desafíos de la vida con fe y esperanza. Súper chévere por sacarnos a todos una sonrisa con su buen sentido del humor. Súper chévere porque a pesar que es licenciada en Matemáticas, en nuestro Colegio es una virtuosa profesora de Educación Religiosa. Súper chévere porque su vida es un testimonio de fe en Dios y porque nos enseñas que en las buenas y en las malas vale la pena creer en Él. Gracias Señor por la vida de Mary, cuídala y bendícela  por siempre. Amén.

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El Mensaje del Domingo – 13 de enero

I Domingo del Tiempo Ordinario Bautismo del Señor – Enero 13 de 2013 Por: Gabriel Jaime Pérez, S.J.                        En aquel tiempo la gente estaba en gran expectativa, y se preguntaba si tal vez Juan sería el Mesías; pero Juan les dijo a todos: “Yo, en verdad, los bautizo con agua; pero viene uno que los bautizará con el Espíritu Santo y con fuego. Él es más poderoso que yo, que ni siquiera merezco desatarle la correa de sus sandalias”. Y sucedió que cuando Juan los estaba bautizando a todos, también Jesús fue bautizado; y mientras oraba, el cielo se abrió y el Espíritu Santo bajó sobre él en forma visible, como una paloma, y se oyó una voz del cielo, que decía: “Tú eres mi Hijo amado, a quien he elegido” (Lucas 3, 15-16.21-22). Después de las fiestas de la Navidad y la Epifanía,  la Iglesia nos invita este domingo, con el cual comienza el llamado “Tiempo Ordinario” de la liturgia, a contemplar los hechos y las enseñanzas de Jesús en el inicio de su vida pública, inaugurada con su Bautismo en el río Jordán. Tratemos de descubrir el significado de este acontecimiento a la luz de los elementos narrativos que nos presenta el relato del Evangelio (Lucas 3, 15-16.21-22) y relacionándolos con las otras lecturas de este domingo. 1. El bautismo: un rito que adquiere su pleno significado en Jesucristo El verbo “bautizar” proviene del griego y significa sumergir. El rito del bautismo consiste originariamente en sumergirse o ser sumergido en el agua, que es un elemento imprescindible de la vida, para expresar así el paso a una existencia renovada mediante un nuevo nacimiento: así como el ser humano desde el comienzo de su existencia no puede subsistir sin el agua, el bautismo manifiesta el paso a una vida nueva. Juan invitaba a la gente al ser bautizada en el río Jordán para expresar una sincera voluntad de renovación. Jesús no necesitaba convertirse porque en Él no había pecado alguno, pero recibió el bautismo de Juan para indicar que Él mismo, siendo inocente, llevaría humildemente sobre sí el pecado del mundo y así cumpliría la voluntad de Dios: hacernos posible a todos el paso a una auténtica vida nueva, a imagen de la suya como Hijo de Dios. Por eso este domingo se nos invita a revivir el sentido del Sacramento del Bautismo, por el cual hemos sido hechos hijos de Dios e incorporados a la comunidad de los discípulos de Jesús para vivir de acuerdo con sus enseñanzas. 2. “El Espíritu Santo bajó sobre él en forma visible, como una paloma” Al describir el Bautismo de Jesús, el Evangelio utiliza el lenguaje propio de las llamadas teofanías o manifestaciones especiales de Dios. Y resalta en este pasaje la imagen de la paloma, que evoca dos relatos simbólicos del libro bíblico del Génesis: Por una parte, el relato de la creación, donde se dice que “el Espíritu de Dios aleteaba sobre las aguas” (Génesis 1, 2), y por otra el del diluvio universal, cuando al terminar la tempestad Noe soltó una paloma que regresó al arca con una rama de olivo en el pico (Génesis 8, 10-12), significando no sólo que después de la tempestad vino la calma, sino también que en virtud de una nueva creación recomenzaba la vida en la tierra. La figura de una paloma que se posa sobre Jesús en el momento de su bautismo, nos remite al comienzo de esa nueva creación que Dios Padre realiza por medio de Él, y en la cual se manifiesta la acción renovadora del Espíritu Santo, simbolizado por aquella ave. El relato del Bautismo del Señor es así una proclamación del misterio de la Santísima Trinidad. 3. “Tú eres mi Hijo amado, a quien he elegido” La fiesta del Bautismo del Señor actualiza para nosotros la manifestación de Jesús como Hijo de Dios, título dado por los profetas al Mesías prometido que iniciaría el reinado de Dios mismo en las vidas de quienes estuvieran dispuestos a su acción salvadora. Tal es a su vez el sentido de la profecía de Isaías en la primera lectura de este domingo: “Este es mi servidor…, mi elegido a quien prefiero. Sobre él he puesto mi Espíritu” (Isaías 42, 1-7). Resalta aquí la correspondencia entre el título de Hijo de Dios y el de Siervo o Servidor del Señor. Aquél hombre nacido en Belén de Judá,  que provenía de una familia humilde y sencilla residente en la pequeña aldea de Nazaret, y que en el momento de su Bautismo en el río Jordán fue proclamado Hijo de Dios por su propio Padre celestial, va a presentarse a sí mismo, de palabra y de obra, como quien vino no a ser servido, sino a servir. Toda su vida, desde su nacimiento en una pesebrera hasta su muerte en una cruz, es la manifestación de esta correspondencia entre su condición de Hijo de Dios y su misión de Servidor. En efecto, Jesús iba a estar siempre en medio de los seres humanos precisamente en calidad de servidor: servidor de Dios mediante el servicio a todos los seres humanos, tal como nos lo describe el discurso del apóstol Pedro en la segunda lectura, “fue ungido por Dios con la fuerza del Espíritu Santo” y “pasó haciendo el bien” (Hechos de los Apóstoles 10, 34-38). También nosotros hemos recibido en el sacramento del Bautismo al Espíritu Santo, que hace posible en nuestra existencia una vida nueva como hijos e hijas de Dios para en todo amarlo y servirlo, participando así en su reino de amor y de paz, en esta vida y en la eterna. Que esta posibilidad se haga efectiva depende de nuestra disposición a escuchar y poner en práctica sus enseñanzas, identificándonos con Jesús de Nazaret, el Hijo de Dios y el Servidor por excelencia. Que así sea.-

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El Mensaje del Domingo – 6 de enero

LA EPIFANÍA DEL SEÑOR  Por: Gabriel Jaime Pérez, S.J.                                        Jesús nació en Belén de Judá en tiempos del rey Herodes. Entonces unos Magos de Oriente se presentaron en Jerusalén preguntando: “¿Dónde está el Rey de los Judíos que ha nacido? Porque hemos visto salir su estrella y venimos a adorarlo”. Al enterarse el rey Herodes, se sobresaltó y todo Jerusalén con él; convocó a los sumos pontífices y a los letrados del país, y les preguntó dónde tenía que nacer el Mesías. Ellos le contestaron: “En Belén de Judá, porque así la ha escrito el Profeta: ‘Y tú, Belén, tierra de Judá, no eres ni mucho menos la última de las ciudades de Judá, pues de ti saldrá un jefe que será el pastor de mi pueblo Israel’”. Entonces Herodes llamó en secreto a los Magos, para que le precisaran el tiempo en que había aparecido la estrella, y los mandó a Belén diciéndoles: “Vayan y averigüen cuidadosamente por el niño, y cuando lo encuentren avísenme para ir yo también a adorarlo”. Ellos, después de oír al rey, se pusieron en camino, y de pronto la estrella que habían visto salir comenzó a guiarlos hasta que vino a pararse encima de donde estaba el niño. Al  ver la estrella, se llenaron de inmensa alegría. Entraron en la casa, vieron al niño con María, su madre, y, cayendo de rodillas, lo adoraron; después, abriendo sus cofres, le ofrecieron regalos: oro, incienso y mirra. Y habiendo recibido en sueños un oráculo para que no volvieran a Herodes, regresaron a su tierra por otro camino. (Mateo 2, 1-12). 1. La “Epifanía” como manifestación de la universalidad del reino de Dios La fiesta que en el lenguaje popular  se conoce como de los “Reyes Magos”, cuya fecha tradicional es el 6 de enero, recibe en la Iglesia el nombre oficial de Epifanía del Señor, y en varios países, entre ellos Colombia, viene desde hace algún tiempo celebrándose el domingo inmediatamente posterior al primer día del año. El vocablo griego epifanía significa manifestación espléndida, y se aplicaba antiguamente a los reyes que entraban triunfalmente a una ciudad y eran reconocidos por su poder victorioso. La Iglesia Católica lo emplea para celebrar la manifestación de Jesús que iba a ser reconocido como el Mesías que vendría al mundo para establecer el reinado de Dios, y que iba a ser reconocido como Señor por todos los pueblos de la tierra. Así lo había predicho el libro de Isaías unos cinco siglos antes en el texto bíblico de la primera lectura (Is 60, 1-6), de acuerdo con el sentido más profundo del Salmo 72 (71), que en la Misa de la fiesta de la Epifanía se recita como salmo responsorial. Este es también el sentido de lo que dice el apóstol Pablo en la segunda lectura, tomada de su carta a los primeros cristianos de Éfeso (Efesios 3, 2-6), al  referirse a los “gentiles” -los que no pertenecen a la raza judía- como igualmente destinatarios de la acción salvadora de Dios en persona por medio de Jesucristo. 2. El significado de los “Magos de Oriente” y la estrella que los guía El texto del Evangelio (Mateo 2, 1-12) no es un relato estrictamente histórico. Pertenece a un género literario llamado en hebreo “midrash”: una narración con fines didácticos. La enseñanza que corresponde al relato de los “magos” (más exactamente sabios estudiosos de las estrellas), que no dice que fueran reyes (aunque los textos bíblicos mencionados del Antiguo Testamento parecen darlo a entender), ni que fueran tres (aunque tres son los dones que ofrecen), ni cuáles eran sus nombres, razas o nacionalidades (aunque se indica que vienen “de Oriente”), consiste en una invitación a reconocer la epifanía o manifestación poderosa del comienzo del reinado universal de Dios en el misterio de la Encarnación, desde el comienzo de la vida de Jesús en la tierra como luz del mundo, a quien simboliza la estrella que los guía hacia Belén. Los nombres de Gaspar, Baltasar y Melchor, mencionados en un Evangelio apócrifo (no reconocido por la Iglesia), escrito en el siglo II d.C. y atribuido al apóstol Bartolomé, aparecen también en un Códice de la Biblioteca de París, entre los siglos V y VII d.C. Sus características raciales fueron atribuidas en el siglo XVI teniendo en cuenta la narración del libro del Génesis que se refieren a los hijos de Noe: Sem, antepasado originario de los asiáticos, es representado por Gaspar; Cam, antepasado de los africanos, por Baltasar; y Jafet, antepasado de los europeos, por Melchor. La estrella se ha explicado de diferentes maneras. Johannes Keppler dice en 1606 que fue un fenómeno astronómico debido a la conjunción de la Tierra con Saturno y Júpiter. Para la Iglesia se trata de un símbolo de la luz divina que guía a todos los pueblos para que reconozcan en Jesús al Señor del universo. 3. El significado de los dones ofrecidos a Jesús Es significativa la descripción de los dones. Además de anunciar simbólicamente lo que ocurriría en el transcurso posterior de la historia de la humanidad, cuando los poderosos y los sabios de este mundo se postrarían para reconocer y adorar en el humilde niño Jesús al Rey del Universo, los dones de oro, incienso y mirra han sido interpretados como signos respectivamente de la realeza, la divinidad y la humanidad de Jesús. (La mirra se empleaba en los ritos funerarios orientales para embalsamar los cuerpos, lo cual da pie para simbolizar con ella la humanidad mortal de Jesucristo). Acojamos la enseñanza que nos trae el relato evangélico de la Epifanía del Señor, siguiendo como los magos la estrella que nos conduce a reconocer en Jesús al Señor de nuestras vidas, y abriéndole los cofres de nuestros corazones para ofrecerle todo lo que somos y tenemos, de modo que Él reine de verdad en cada uno de nosotros y en los ambientes

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El Mensaje del Año Nuevo – 1 de enero

Enero 1 de 2012 – Santa María Madre de Dios  Imposición del Nombre de Jesús Jornada Mundial de Oración por la Paz Por: Gabriel Jaime Pérez, S.J.                    En aquel tiempo, los pastores fueron corriendo a Belén y encontraron a María y a José, y al niño acostado en el pesebre. Al verlo, contaron lo que les habían dicho de aquel niño. Todos los que lo oían se admiraban de lo que les decían los pastores. María conservaba todas estas cosas, meditándolas en su corazón.Los pastores se volvieron dando gloria y alabanza a Dios por lo que habían visto y oído; todo como les habían dicho.  Al cumplirse los ocho días, tocaba circuncidar al niño, y le pusieron por nombre Jesús, tal como lo había llamado el ángel antes de su concepción. (Lucas 2, 16-21). 1. Comenzamos el año proclamando a María Santísima como “Madre de Dios” “Madre de Dios” es el título más importante que le ha dado la Iglesia a la Virgen María. En el año 431 d.C., el Concilio de Éfeso -ciudad situada en la actual Turquía, donde según la tradición vivió María después de haber sido encomendada por el Señor desde la cruz al cuidado del apóstol Juan- definió que ella es la Madre de Dios, porque concibió y dio a luz a Jesús, verdadero Dios y verdadero hombre. El texto de la Carta del apóstol Pablo a los Gálatas o primeros cristianos de Galacia -región también situada en la actual Turquía- (Gálatas 4, 4-7), se refiere al Hijo de Dios como “nacido de una mujer” para que también nosotros fuéramos hechos hijos del mismo Dios y pudiéramos llamarlo, movidos por el Espíritu Santo, como lo hacía Jesús: “Abba”, que en arameo significa literalmente papá. También a María el Concilio Vaticano II (1962-1965) la proclamó Madre de la Iglesia, porque al ser madre del Hijo de Dios hecho hombre, lo es espiritualmente de todos los hombres y mujeres que por el bautismo hemos sido incorporados a esta comunidad de fe como hijos de Dios. Por eso podemos decirle no sólo “Santa María, Madre de Dios”, sino también “Madre nuestra”. 2. Comenzamos el año invocando el nombre de Jesús como Dios Salvador El Evangelio de hoy (Lucas 2, 16-21) indica que los bebés hebreos varones recibían su nombre en el rito de la circuncisión a los ocho días de nacidos. Así sucedió con el Niño Jesús, cuyo nombre, como se explica en los relatos de anunciación a María y José, significa Dios salva. En hebreo, el nombre con el que Dios se había revelado doce siglos antes a Moisés –Yahvé, que significa Yo soy-, está contenido en el de Jesús (Yo soy el que salva). A ejemplo de María, que como nos dice el Evangelio, “conservaba todas estas cosas meditándolas en su corazón”, y con la actitud de las gentes sencillas que saben acoger la presencia salvadora de Dios, al invocar a Jesús como Dios mismo que nos salva renovemos nuestra fe iniciando el nuevo año en su nombre, para que la acción sanadora y santificadora de su Espíritu se realice plenamente en todos y cada uno de nosotros, en nuestros hogares y familias, en nuestros lugares de trabajo, en todos los ámbitos de nuestra vida y nuestras relaciones humanas.  3. Comenzamos el año implorando la paz como don de Dios a la humanidad Con la evocación  del cántico de alabanza y de bendición asociado al misterio de la Navidad -“Gloria a Dios en el cielo y paz en la tierra a los hombres que ama el Señor” (Lucas 2,13)-, que actualiza y da su pleno sentido a la fórmula bíblica de bendición del Antiguo Testamento contenida en la primera lectura (Números 6, 22-27), la Iglesia celebra en el primer día del año civil la Jornada Mundial de Oración por la Paz. El Mensaje del Papa Benedicto XVI para la Jornada Mundial de la Paz al comenzar el año 2013 tiene como lema “Bienaventurados los que buscan la paz”. Esta frase, tomada del discurso de las bienaventuranzas de Jesús, cobra especial significadlo para nosotros precisamente cuando se han reiniciado los intentos por conseguir la paz en nuestro país. Este propósito debe estar presente siempre en la vida de todas las personas que queremos seguir a Jesús, y mostrarse con hechos concretos. Al iniciar pues este año 2013, pidámosle al Señor el don de la paz y dispongámonos a hacer lo que nos corresponde para que este don llegue efectivamente a cada uno de nosotros y a toda la humanidad: paz en los corazones, desarmando nuestros espíritus; paz en los hogares, haciendo de cada familia un lugar de convivencia constructiva; paz en nuestro país y en el mundo, como fruto del reconocimiento de la dignidad y de los derechos de todas las personas y de una sincera voluntad de reconciliación. Y compartamos nuestros deseos de paz con la fórmula de bendición contenida en la primera lectura bíblica de la liturgia del 1 de enero: Que el Señor  te bendiga y te guarde; que el Señor ilumine su rostro sobre ti y te sea propicio; que el Señor  te muestre su rostro y te conceda la paz.-

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El Mensaje del Domingo – 30 de diciembre

Domingo siguiente a la Navidad – Ciclo C La Sagrada Familia Por: Gabriel Jaime Pérez, S.J.                 Los padres de Jesús iban todos los años a Jerusalén para la fiesta de la Pascua. Y así, cuando Jesús cumplió doce años, fueron allá todos ellos, como era costumbre en esa fiesta.Pero pasados aquellos días, cuando volvían a casa, el niño Jesús se quedó en Jerusalén, sin que sus padres se dieran cuenta. Pensando que Jesús iba entre la gente, hicieron un día de camino; pero luego, al buscarlo entre los parientes y conocidos, no lo encontraron. Así que regresaron a Jerusalén para buscarlo allí. Al cabo de tres días lo encontraron en el templo, sentado entre los maestros de la ley, escuchándolos y haciéndoles preguntas. Y todos los que lo oían se admiraban de su inteligencia y de sus respuestas. Cuando sus padres lo vieron, se sorprendieron; y su madre le dijo: –Hijo mío, ¿por qué nos has hecho esto? Tu padre y yo te hemos estado buscando llenos de angustia. Jesús les contestó: –¿Por qué me buscaban? ¿No sabían que tengo que estar en la casa de mi Padre?Pero ellos no entendieron lo que les decía. Entonces volvió con ellos a Nazaret, donde vivió obedeciéndoles en todo. Su madre guardaba todo esto en su corazón. Y Jesús seguía creciendo en sabiduría y estatura, y gozaba del favor de Dios y de los hombres. La Iglesia nos invita este domingo inmediatamente posterior a la celebración del nacimiento de Jesús, a meditar sobre la Sagrada Familia compuesta por Él, María y José. Detengámonos en algunos aspectos que nos presentan los textos bíblicos correspondientes, y tratemos de aplicarlos a nuestra vida, cuando en este tiempo de  Navidad cobra especial importancia el sentido de la familia. 1. Volvió con ellos a Nazaret, donde vivió obedeciéndoles en todo El relato que nos trae hoy el Evangelio sobre la pérdida y hallazgo del niño Jesús en el Tempo de Jerusalén contiene un significado simbólico que se relaciona con lo que iba a ser el misterio de su resurrección. En este sentido, la expresión “al cabo de tres días” nos remite a la experiencia pascual que iban a vivir María santísima y los primeros discípulos de Jesús después de su pasión y muerte en la cruz. Esto quiere decir que los relatos de la infancia de Jesús que encontramos en los Evangelios según san Mateo y según san Lucas, y que fueron redactados después de los de la pasión, muerte y resurrección del Señor, se escribieron desde la perspectiva de la vivencia pascual que tuvieron sus primeros discípulos. En el relato de Lucas que corresponde al Evangelio de este domingo, encontramos a Jesús cumpliendo con sus padres María y José la costumbre religiosa de celebrar cada año la fiesta de la Pascua, con la que los judíos conmemoraban la liberación, obrada por Dios, de la esclavitud que habían sufrido sus antepasados en Egipto doce siglos atrás. María y José fueron para ello con su hijo de 12 años desde Nazaret en Galilea hasta la capital de Judea, cuyo centro de culto a Dios era el Templo de Jerusalén. Varios elementos para nuestra contemplación orante podemos encontrar en el relato de la pérdida y hallazgo del niño Jesús en el templo. Centrémonos hoy, con motivo de la fiesta de la Sagrada Familia, en la última  parte del Evangelio, en la cual se nos presenta a Jesús, después de su regreso con María y José a Nazaret, “obedeciéndoles en todo”, y contemplemos el misterio de Dios hecho hombre que, como hijo, da ejemplo de obediencia a sus padres. Pero también contemplemos a María, quien, como nos dice el Evangelio, “guardaba todo esto en su corazón”. Se trata del silencio reverente ante el misterio del desarrollo mental y físico de un niño que, sin dejar de ser Dios, se ha hecho humano hasta el punto de “crecer  en sabiduría y estatura”. 2. Honra a tu padre y a tu madre Tanto la 1ª lectura, tomada de un libro del Antiguo Testamento escrito hacia el año 180 a. C. y llamado de Ben Sirac o Eclesiástico (3, 3-7.14-17 a), como la 2ª, de la carta escrita entre los años 57 y 62 d. C. por san Pablo a la comunidad de los Colosenses (3, 12-21), habitantes de la pequeña población de Colosas, en el Asia Menor, nos recuerdan el cuarto mandamiento de la Ley de Dios: “Honrarás a tu padre y a tu madre”. Ahora bien, en la 2ª lectura encontramos un detalle interesante: la exhortación de Pablo a los padres a que traten a sus hijos como personas que merecen respeto (“padres, no exasperen a sus hijos”), tiene una actualidad especial en nuestro país, donde la violencia intrafamiliar -en especial el maltrato infantil- es una de las manifestaciones más frecuentes de la injusticia social. Así, pues, el cuarto mandamiento de la Ley de Dios no es sólo para los hijos con respecto a sus padres. Implica también que éstos sepan ganarse el respeto de sus hijos, con el testimonio de su ejemplo de buen trato. 3. La Sagrada Familia y la auténtica familia cristiana La segunda lectura nos presenta también todo un programa para la realización de la vida familiar. Resalta en este programa la disposición a la comprensión y  al perdón, indispensable para la armonía entre esposos y entre padres e hijos. Es en el seno de la familia donde se aprende a pedir perdón y a perdonar, con todo lo que ello implica en términos de reconciliación y a la vez de disposición a enmendarse y reparar los males causados. Si no existe en el hogar esta experiencia, muy difícilmente se darán después en la persona las disposiciones necesarias para contribuir a la convivencia pacífica. Pero además el texto bíblico nos presenta una doble referencia a la Acción de Gracias, término que corresponde en griego a la palabra Eucaristía. La Misa de los domingos y días festivos debe ser constante

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El Mensaje de la Navidad – 25 de diciembre

Homilía para la Misa de Navidad Por: Gabriel Jaime Pérez, S.J.                              Por aquel tiempo, el emperador Augusto ordenó que se hiciera un censo de todo el mundo. Este primer censo fue hecho siendo Quirino gobernador de Siria. Todos tenían que ir a inscribirse a su propio pueblo. Por esto, José salió del pueblo de Nazaret, de la región de Galilea, y se fue a Belén, en Judea, donde había nacido el rey David, porque José era descendiente de David. Fue allá a inscribirse, junto con María, su esposa, que se encontraba encinta. Y sucedió que mientras estaban en Belén, le llegó a María el tiempo de dar a luz. Y allí nació su hijo primogénito, y lo envolvió en pañales y lo acostó en el establo, porque no había alojamiento para ellos en el mesón. Cerca de Belén había unos pastores que pasaban la noche en el campo cuidando sus ovejas. De pronto se les apareció un ángel del Señor, y la gloria del Señor brilló alrededor de ellos; y tuvieron mucho miedo. Pero el ángel les dijo: “No tengan miedo, porque les traigo una buena noticia, que será motivo de gran alegría para todos: Hoy les ha nacido en el pueblo de David un salvador, que es el Mesías, el Señor. Como señal, encontrarán ustedes al niño envuelto en pañales y acostado en un establo.” En aquel momento aparecieron, junto al ángel, muchos otros ángeles del cielo, que alababan a Dios y decían: “¡Gloria a Dios en las alturas! ¡Paz en la tierra entre los hombres que gozan de su favor!” (Lucas 2, 1-14). En el Misal Romano la liturgia propone para esta fiesta cuatro misas, cada una con sus propias  lecturas: para el 24 de diciembre la Vespertina de la Vigilia, y para el 25 la de Medianoche, la de la Aurora y la del Día. En mi siguiente reflexión me referiré sólo a las lecturas señaladas para la de Medianoche, que puede celebrarse también desde el 24 en la tarde. Los textos bíblicos de Isaías en la primera lectura (Isaías 9, 1-3.5-6), del apóstol san Pablo en la segunda (Carta a Tito 2, 11-14) y del Evangelio según san Lucas (2,1-14), emplean la imagen de la luz que disipa las sombras para expresar el reconocimiento del niño Jesús nacido en una humilde pesebrera como el Salvador prometido por Dios, y nos invitan a disponernos con nuestra conducta para su venida gloriosa al final de los tiempos, es decir, para cuando nos encontremos definitivamente con Él en la eternidad. 1. La relación de la fiesta de la Navidad con el símbolo de la luz La Biblia no señala la fecha exacta del nacimiento de Jesucristo. Durante los primeros tres siglos de la era cristiana, la Iglesia no dedicó un tiempo especial a la Navidad. Sólo desde el siglo IV, cuando el cristianismo fue establecido como religión oficial con la conversión del emperador Constantino, se empezó a celebrar una liturgia especial la noche del 24 y durante el día 25 del último mes del año para proclamar al niño Jesús nacido como la Luz del mundo, en lugar de la fiesta pagana que se dedicaba al “nacimiento del sol invicto” con motivo del solsticio de invierno. Este es el sentido que desde nuestra fe le damos los cristianos al anuncio profético del llamado “tercer Isaías”: “El pueblo que caminaba en tinieblas vio una luz grande; habitaban tierras de sombras y una luz les brilló”. Lo que este profeta proclamaba refiriéndose al regreso de los israelitas de su destierro en Babilonia en el año 538 antes de Cristo, nosotros lo aplicamos a la manifestación visible de Dios hecho hombre como nuestro Salvador, iniciada con el acontecimiento de la Navidad hace poco más de dos mil años, que hace posible la justicia y la paz en la medida en que acojamos su “buena noticia”. 2. “Y esta es la señal: … un niño envuelto en pañales y acostado en un pesebre” La “buena noticia” -que es lo que precisamente significa la palabra “evangelio”- es precisamente el nacimiento de Jesús. Se trata de una noticia gozosa -“les anuncio una gran alegría”-, que no sólo se expresa ante todo con una alabanza a Dios, sino que implica además una bendición para todos los seres humanos que la reciban con fe, y cobra por ello un significado especial el himno litúrgico del inicio de la celebración eucarística, que resuena con  gozo en la noche de la Navidad: “Gloria a Dios en el cielo y paz en la tierra a los hombres que ama el Señor”. Hay además en el relato evangélico de Lucas un detalle muy significativo: la “señal” por la cual puede verificarse la realización de esa buena noticia es un niño envuelto en pañales y acostado en un establo, en un pesebre. En otras palabras: al Dios que ha venido a salvarnos no hay que buscarlo en las alturas inaccesibles -no obstante la exclamación “Gloria a Dios en el cielo”-, sino en la realidad cercana de lo humano, porque Él mismo ha asumido nuestra propia naturaleza para redimirla. Y no se le encuentra en medio del lujo y la fastuosidad de los palacios, sino en la pobreza, humildad y sencillez de una pesebrera. 3. “Una vida sobria, honrada y religiosa, aguardando la dicha que esperamos” Pero la celebración de la Navidad no debe quedarse para nosotros en una mera contemplación. Debe llevarnos también al compromiso de una existencia vivida de acuerdo con el plan salvador de Dios, que precisamente implica una conducta coherente con nuestra fe en Él. Esto es lo que nos dice San Pablo en la segunda lectura, tomada de su carta a Tito, uno de sus colaboradores en la proclamación de la buena noticia de la salvación “para todos los hombres”. Si nos unimos para dar gloria a Dios en el cielo y desear la paz para toda la humanidad, llevemos esta manifestación a

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El Mensaje del Domingo – 23 de diciembre

IV Domingo de Adviento – Ciclo C Gabriel Jaime Pérez, S.J.                                 En aquellos días, María se puso en camino y fue a prisa a la montaña, a un pueblo de Judá; entró en casa de Zacarías y saludó a Isabel. En cuanto Isabel oyó el saludo de María, saltó la criatura en su vientre. Se llenó Isabel del Espíritu Santo y dijo a voz en grito: “¡Bendita tú entre las mujeres, y bendito el fruto de tu vientre! ¿Quién soy yo para que me visite la madre de mi Señor? En cuanto tu saludo llegó a mis oídos, la criatura saltó de alegría en mi vientre. Dichosa tú que has creído, porque lo que te ha dicho el Señor se cumplirá.” (Lucas 1, 39-45). En este IV y último Domingo del tiempo litúrgico del Adviento, dispongámonos a culminar nuestra preparación para la celebración del Nacimiento de nuestro Señor Jesucristo, meditando sobre lo que nos dice la Palabra de Dios en el Evangelio y teniendo en cuenta también las demás lecturas bíblicas [Miqueas 5, 1-4; Sal 80 (79); Hebreos 10, 5-10]. En el Evangelio resalta la figura de María, la madre de Jesús, Madre de Dios hecho hombre. Con ella culmina un largo proceso de preparación en la historia de la salvación para que se hiciera realidad el misterio de la Encarnación. Su fe, su esperanza y su disponibilidad total para cumplir la voluntad de Dios, son destacadas especialmente en el Evangelio de Lucas. Centrémonos en tres frases del relato de este Evangelio escogido para hoy, y veamos cómo podemos aplicarlas a nuestra vida. 1. “María se puso en camino” Lo primero que se le ocurre a María después de haber recibido en la Anunciación la noticia de que su prima Isabel lleva seis meses de embarazo, es ir a visitarla. De esta forma,  la que se acaba de reconocer a sí misma como la servidora del Señor, pone inmediatamente en práctica lo que ha dicho, mostrando con su modo de obrar que servir a Dios es ponerse al servicio del prójimo, especialmente de quienes pueden estar más necesitados. María debió recorrer unos ciento cincuenta kilómetros desde Nazaret, en Galilea, al norte de Israel, hasta una pequeña población de Judea llamada Aim-Karim, situada en la montaña a unos tres kilómetros de Jerusalén. El recorrido solía durar cuatro o cinco días, empleando el medio de transporte más común de aquella época entre los pobres, que era el asno, pues el camello y el caballo eran para los más pudientes. Al imaginar a María en camino, unámonos espiritualmente a ella y pidámosle que con su intercesión nos alcance del Señor una auténtica disposición a servir, poniéndonos nosotros también en camino hacia donde están las personas que pueden en este momento estar necesitando de nuestra solidaridad, de nuestra ayuda, de nuestra compañía en medio de situaciones difíciles. 2. “¡Bendita tú entre las mujeres y bendito el fruto de tu vientre!” La Iglesia ha consagrado esta exclamación de Isabel en la oración que conocemos con el nombre de Avemaría y que, quienes fuimos educados desde niños en la fe cristiana católica, aprendimos de nuestras madres. Esta oración, en su primera parte, está compuesta por el saludo del Ángel Gabriel en el relato de la Anunciación y la doble bendición de Isabel. Repitámosla interiormente tomando conciencia de su contenido, de modo que se constituya en nosotros como una especie de mantra, es decir, una expresión mediante la cual, al repetirla una y otra vez, el Espíritu Santo nos vaya disponiendo a cumplir como María  la voluntad de Dios en nuestra vida. El Santo Rosario, al que podemos precisamente considerar como una oración “mántrica”, tiene como uno de sus misterios gozosos el de la Visitación de María a su prima Isabel. De ordinario corremos el peligro de recitar maquinalmente unas fórmulas sin sentir de verdad lo que decimos. Al evocar hoy el saludo de Isabel a María Santísima, dispongámonos a rezar el Ave María en una tónica de meditación y contemplación que nos lleve a identificarnos con el sentido profundo de este misterio. 3. “Dichosa tú que has creído, porque lo que te ha dicho el Señor se cumplirá” Esta última frase de Isabel constituye un reconocimiento de la actitud de fe y de esperanza en Dios, de la cual María Santísima es el ejemplo máximo. María es ejemplo de fe y de esperanza, porque creyó siempre en que Dios cumpliría sus promesas de salvación, expresadas, entre otros textos bíblicos, en la profecía de Miqueas que corresponde a la primera lectura de este domingo. Belén era la más pequeña de las aldeas de Judá, en donde había nacido David para convertirse, de un sencillo pastor, en el rey de Israel. Nosotros reconocemos en Jesús, nacido en Belén, al descendiente de David anunciado por los profetas. La fe y la esperanza de María van plenamente unidas a una total disponibilidad para cumplir la voluntad de Dios, que es voluntad de amor. Ella se llamó a sí misma la servidora del Señor y nos mostró que el amor a Dios es inseparable del amor al prójimo. La segunda lectura de este domingo, tomada de la carta a los Hebreos en el Nuevo Testamento, nos presenta la disposición de Jesús a cumplir la voluntad de Dios como el único “sacrificio” válido, que remplazaría las antiguas ofrendas de animales propias del Antiguo Testamento. “Aquí estoy para hacer tu voluntad”. Esta frase, que el texto bíblico pone en boca del Mesías prometido, tiene una significativa relación con la respuesta de María en la Anunciación: “Aquí está la servidora del Señor”. Renovemos nuestra fe y nuestra esperanza en Dios, particularmente al culminar el Adviento y celebrar las fiestas de la Navidad, con una sincera disposición a cumplir la voluntad de Dios en nuestra vida. Para cumplirla es necesario antes conocerla, y sólo podremos conocerla si hacemos silencio interior y escuchamos con atención su Palabra, dejándonos interpelar

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El Mensaje del Domingo – 16 de diciembre

III Domingo de Adviento – Ciclo C P. Gabriel Jaime Pérez, S. J.                                             En aquel tiempo, al acercarse a Juan para recibir su bautismo, la gente le preguntaba: “¿Entonces qué debemos hacer?” Él contestó: “El que tenga dos túnicas, que se las reparta con el que no tiene; y el que tenga comida, haga lo mismo”. Llegaron también a bautizarse unos publicanos o cobradores de impuestos y le preguntaron: “¿Maestro, qué debemos hacer nosotros?” El les contestó: “No exijan más de lo establecido”. Unos soldados le preguntaron: “¿Y qué debemos hacer nosotros?” El les contestó: “No hagan extorsión ni se aprovechen de nadie, sino conténtense con su salario”. El pueblo estaba en expectación, y todos se preguntaban si Juan no sería el Mesías; él tomó la palabra y les dijo a todos: “Yo los bautizo a ustedes con agua; pero viene uno que puede más que yo, y no merezco desatarle la correa de sus sandalias. Él los bautizará con el Espíritu Santo y con fuego; trae su aventador en la mano para limpiar el trigo y separarlo de la paja; guardará el trigo en su granero, pero quemará la paja en un fuego que nunca se apagará”. Añadiendo muchas otras cosas, exhortaba a la gente y anunciaba la Buena Noticia (Lucas 3,10-18). En el mensaje que para este tercer domingo de Adviento nos trae la Palabra de Dios (Sofonías 3,14-18; Cántico de Isaías 12, 2-6; Filipenses 4, 4-7; Lucas 3,10-18), podemos identificar tres notas características de lo que la Sagrada Escritura expresa como la Buena Noticia comunicada por Dios a toda la humanidad. Veamos cuáles son. 1. La Buena Noticia es que Dios en persona viene a salvarnos El término “eu-angelion”, que significa “buena noticia” o “buena nueva”, es empleado por primera vez, en la traducción griega del Antiguo Testamento, en un texto del libro de Isaías escrito hacia el siglo VI antes de Cristo. “¡Qué hermosos son sobre los montes los pies del mensajero que anuncia la paz y trae buenas nuevas, que anuncia la salvación y dice a Sión: ‘¡Ya reina tu Dios’! ” (Isaías 52, 7). Unos seis siglos después de este texto del libro de Isaías, el mismo término es empleado por los escritos del Nuevo Testamento llamados precisamente Evangelios. Así san Marcos (1,1), al iniciar su relato, lo titula Evangelio de Jesucristo, Hijo de Dios. San Mateo (4, 23), por su parte lo llama Evangelio del Reino, para indicar así que Jesús, como Dios hecho hombre, vino a salvar a la humanidad haciendo presente en la historia humana el “Reino delos Cielos”, que es lo mismo que decir “Reino de Dios”. Y cuando la palabra “Evangelio” aparece por primera vez en el de Lucas indicando el contenido de la predicación de Juan Bautista -como acabamos de escucharlo en el pasaje evangélico de este domingo-, lo que nos da a entender es que este contenido es, en definitiva, la persona de Jesús, cuyo nombre significa “Yahvé salva”, y quien constituye en sí mismo el cumplimiento y el contenido de los antiguos anuncios proféticos. 2. La Buena Noticia nos invita a estar siempre “alegres en el Señor” Lo que más resalta como elemento común en las lecturas bíblicas de este domingo es que la Buena Noticia proveniente de Dios es un motivo de alegría. En el pasaje del libro de Isaías anteriormente mencionado, como también en los otros textos bíblicos correspondientes a la primera lectura y al cántico responsorial,  la tónica predominante es una invitación al júbilo, al gozo por el acontecimiento de la liberación del destierro en Babilonia: “Regocíjate, grita de júbilo (…), alégrate de todo corazón” (primera lectura, del profeta Sofonías). “Sacarán aguas con gozo de las fuentes de la salvación…; griten jubilosos” (Cántico tomado del libro de Isaías). En el Nuevo Testamento, el motivo del gozo es la presencia salvadora de Jesucristo, a quien sus primeros discípulos reconocieron como “el Señor”: “Estén siempre alegres en el Señor; les repito, estén siempre alegres” (segunda lectura, de la carta a los Filipenses). En esta exhortación del apóstol Pablo hay dos detalles que caracterizan la alegría propia de quienes acogen debidamente la Buena Noticia: por una parte, se trata de una alegría en el Señor, que es la verdadera -no la falsa y aparente de quienes, alejándose de Dios, buscan satisfacer sus impulsos instintivos en los excesos del licor y de las pasiones materiales-; y por otra, es una alegría permanente, no fugaz como los goces mundanos que desconocen los valores espirituales. 3. La Buena Noticia nos invita a la renovación de la gracia recibida en el bautismo Juan distinguía entre el bautismo realizado por él y el que iba a realizar nuestro Señor Jesucristo. El de Juan era un rito que, como lo decía él mismo al responder a quienes le preguntaban qué debían hacer, implicaba la disposición a compartir lo que se tiene con los desposeídos, a obrar honradamente, a respetar a todas las personas y así estar preparados para recibir al Señor que viene. El bautismo de Jesús sería el sacramento o signo sensible del inicio de su acción salvadora y transformadora en cada persona que acogiera la Buena Noticia presente en Él, en sus enseñanzas y en su misma vida ordenada por entero al cumplimiento de la voluntad de Dios. Y el contenido de la voluntad de Dios es el mismo que indicaba Juan Bautista, pero ya no desde la expectativa del Salvador que vendrá, sino desde la fe en Jesucristo que en el sacramento del Bautismo nos ha comunicado su Espíritu y así nos hace posible compartir nuestros bienes con el pobre, reconocer eficazmente la dignidad y los derechos de todos y colaborar activamente en la construcción de la paz. En conclusión, acoger la Buena Noticia es acoger al propio Jesucristo en nuestra vida, lo cual exige de nosotros una disposición a dejarnos purificar de nuestro egoísmo y de nuestras inclinaciones desordenadas, dejando que actúe en

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Revista LINK: nuevo medio de comunicación del Colegio San José

A partir del mes de diciembre la comunidad Educativa del Colegio San José disfruta de un nuevo medio de comunicación: la Revista LINK San José. Con esta nueva publicación, que se puede leer de manera impresa o digital, y que está  planeada con una frecuencia trimestral, se quiere compartir toda la información noticiosa, de actividades, eventos y campañas que tienen relación con la Institución. La revista esta bajo la coordinación de la Oficina de Comunicaciones del Colegio y cuenta con el apoyo de un grupo de profesores, estudiantes y administrativos para la elaboración y construcción de contenidos. La versión impresa de LINK San José será distribuida a las familias, estudiantes, profesores y personal administrativo del Colegio, así como a instituciones educativas  y empresas más allegadas. La versión digital se puede consultar en la página web del Colegio www.colsanjose.edu.co en la sección de publicaciones. ¡Revista LINK San José, para mantenernos conectados! Para leer la primera edición de la Revista LINK haga clic aquí [book id=’2′ /]

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Personaje Chévere de Pastoral

El Personaje Chévere de Pastoral es el GRUPO MAESTRA Chévere por ayudarnos siempre con disponibilidad y entusiasmo en las actividades de pastoral y las del Colegio. Chévere por llevar de una lado para otro sillas, mesas, instrumentos musicales, materiales, elementos de aseo,  pero sobre todo por llevar siempre una sonrisa en sus rostros. Chévere porque con su labor en el Colegio hacen realidad nuestro lema: “en todo amar y servir”. Queridos Ana, Diana, Jennifer, Claudia, Yarley, Dairis, Sandra, Adolfo, Elieser, Edinson Carlos, Jairo, Adelis, Hernando, Napoleón mil gracias por la invaluable labor que realizan en nuestra Institución. Que Dios bendiga la vocación de servicio que los caracteriza.  

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