¡Bienvenidos personal de Apoyo Educativo!
Le damos una cordial bienvenida a todo el personal de Apoyo Educativo (PAE), quienes a partir del 1 de julio fueron vinculados directamente con el Colegio.
Le damos una cordial bienvenida a todo el personal de Apoyo Educativo (PAE), quienes a partir del 1 de julio fueron vinculados directamente con el Colegio.
Con la presencia de 40 personas se llevó a cabo el taller “Incidencia Política y Comunicación”, durante los días 1 y 2 de agosto en las instalaciones del Colegio San Bartolomé La Merced, Bogotá. Liderado por la Oficina de Apostolados con el apoyo de la Fundación Amar y Servir, el taller brindó a los comunicadores y webmasters de las obras de la Compañía de Jesús a nivel nacional y a los delegados de las regiones Antioquia, Bogotá, Santander, Magdalena Medio, Caribe, Eje Cafetero, Valle del Cauca y Nariño, los conceptos básicos sobre la incidencia política y su importancia para la misión de la Compañía. En el evento, se realizaron algunos ejercicios prácticos que permitieron a los asistentes, identificar temas, posibles estrategias y planes de trabajo que serán de gran utilidad para el proceso que se adelanta en cada una de las regiones. Igualmente se presentaron algunas experiencias significativas sobre incidencia adelantadas por la Compañía y algunas de sus obras a nivel nacional e internacional, las cuales han generado un impacto positivo a favor de la sociedad y el medio ambiente.
Domingo XVI del Tiempo Ordinario – Ciclo C Por: Gabriel Jaime Pérez, S.J. Cuando iban de camino hacia Jerusalén, llegó el Señor a un pueblo, y una mujer que se llamaba Marta lo recibió en su casa. Tenía ella una hermana llamada María. María se sentó a los pies del Señor a escuchar su enseñanza. Marta, en cambio, andaba ocupada en el trajín del servicio, hasta que se acercó a Jesús y le dijo: “Señor, fíjate que mi hermana me dejó sirviendo sola. Dile que me ayude”. Pero el Señor le respondió: “Marta, Marta, tú te afanas y preocupas por demasiadas cosas, cuando una sola es necesaria. María escogió la mejor parte y nadie se la quitará”. (Lucas 10, 38-42). 1. Dos formas distintas de atención al Señor Por los datos que encontramos en los otros tres evangelios, pero especialmente en el de Juan, el pueblo cercano a Jerusalén al que se refiere Lucas se llama Betania, donde vivían Lázaro, Marta y María, tres hermanos de una familia que tenía una especial amistad con Jesús. El Evangelio de Lucas dice que Marta lo recibió en su casa, lo cual parece indicar, por una parte, que ella era quien manejaba los asuntos domésticos, y, por otra, que el huésped principal era Jesús, aunque seguramente no el único, pues el evangelista menciona además a los doce apóstoles. De Lázaro no se nos dice nada en esta ocasión. Cada una de las dos hermanas atiende a los invitados de distinto modo. Marta preparándoles algo de comer y beber, y María dedicada únicamente a escuchar a Jesús. Son dos formas de ejercer la hospitalidad, pues así como hay que ofrecerles algo a los visitantes, también es preciso estar con ellos y escucharlos. Sin embargo, según el Evangelio, una de estas formas de atención es la “única necesaria”. ¿Qué nos quiere decir con esto la Palabra de Dios? Se suele interpretar este pasaje del Evangelio en el sentido de una contraposición entre la vida contemplativa -representada en María- y la vida activa -representada en Marta-, para concluir que la primera es más valiosa que la segunda. Sin embargo, en lugar de oponerlas, podemos más bien considerarlas como complementarias. En la Iglesia existen distintas formas de servir al Señor, unas caracterizadas por la dedicación intensiva a la oración (que son las propias por ejemplo de las comunidades llamadas “contemplativas”), otras dedicadas al trabajo externo en distintos frentes de la acción pastoral, educativa o social, sea en diferentes comunidades religiosas o en variadas modalidades del apostolado laical, incluso en el ejercicio de una profesión o un oficio a través del cual se presta un servicio constructivo a los demás. Todas estas formas de servir a Dios son valiosas, pero, eso sí, en todas es necesario escuchar con atención la Palabra del Señor como condición indispensable de un servicio cualificado. 2. No desperdiciar la presencia del Señor La primera lectura bíblica de este domingo, tomada del Génesis (18, 1-10a), nos cuenta cómo Abraham recibió a tres visitantes y se puso a atenderlos con la colaboración de su esposa Sara. Dios mismo les manifestó a Abraham y a Sara su presencia a través de aquellos visitantes, para anunciarles que tendrían un hijo. Abraham hubiera podido dejar pasar de largo a los tres caminantes, pero no desperdició la presencia de Dios, como tampoco la desperdiciaron Marta y María en Betania al recibir y atender a Jesús. Él está en el sagrario, pues en la Eucaristía ha querido dejarnos su presencia real. Pero también se nos hace presente de muchas otras formas, por ejemplo en nuestros prójimos, especialmente en los más necesitados de atención. ¿Qué hacer para no desperdiciar su presencia? Como les sucedió en Mambré a Abraham y Sara, y en Betania a Marta y María, el Señor se hace presente en la vida cotidiana de cada uno y cada una de nosotros de muchas formas. Por ello es necesaria una disposición constante a no dejarlo pasar de largo, a aprovechar al máximo su cercanía y su presencia. 3. “Sólo una cosa es necesaria…” Muchas veces el ajetreo de las preocupaciones materiales nos impide atender a nuestras necesidades espirituales y prestar la atención debida a lo que nos quiere decir el Señor. De tal manera podemos dejarnos envolver por el activismo, que no encontremos tiempo para escuchar la Palabra de Dios. El atafago cotidiano, sobre todo cuando nos dejamos llevar de la adicción al trabajo sin descanso, nos puede llevar a situaciones en las cuales no tenemos espacios de silencio interior para disfrutar de una buena lectura -y ante todo de la lectura de la Palabra de Dios-, para meditar sobre el sentido de lo que hacemos, o para prestar atención a lo que el Señor quiere decirnos a través de quienes conviven con nosotros bajo el mismo techo o laboran en nuestros mismos lugares de trabajo, o para detenernos a contemplar las maravillas de su creación, o para reflexionar sobre los acontecimientos mismos de nuestra vida cotidiana en los cuales puede estar presente un llamado especial de Dios. Pensemos por ejemplo en la familia: esposos y esposas enfrascados en sus ocupaciones, que no buscan espacios para escucharse mutuamente; padres y madres que trabajan para darles bienestar material a sus hijos, pero no ponen atención a sus necesidades afectivas e incluso se pierden de lo que podrían aprender de ellos y de las oportunidades que tendrían de ayudarles si dedicaran por lo menos algo de su tiempo a escucharlos. O pensemos también en empresas u organizaciones en las que lo único importante es trabajar, trabajar y trabajar para producir, producir y producir, sin que haya espacios para la atención a las necesidades emocionales y espirituales de las personas, para propiciar el diálogo y la re-creación (así, separado, para expresar que se trata de una renovación del espíritu, de una nueva creación). Por eso, a la luz de la Palabra de Dios, revisemos cómo estamos procediendo y dispongámonos a poner en práctica los correctivos requeridos para actuar en función de
XV Domingo del Tiempo Ordinario – Ciclo C Por: Gabriel Jaime Pérez, S.J. En cierta ocasión, un maestro de la ley fue a hablar con Jesús, y para ponerlo a prueba le preguntó: -Maestro, ¿qué debo hacer para alcanzar la vida eterna? Jesús le contestó: -¿Qué está escrito en la Ley? ¿Qué es lo que lees? El maestro de la Ley contestó: -‘Ama al Señor tu Dios con todo tu corazón, con toda tu alma, con todas tus fuerzas y con toda tu mente’; y ‘ama a tu prójimo como a ti mismo.’ Jesús le dijo: -Has contestado bien. Si haces eso, tendrás la vida. Pero el maestro de la Ley, queriendo justificar su pregunta, dijo a Jesús: -¿Y quién es mi prójimo? Jesús entonces le contestó: Un hombre iba por el camino de Jerusalén a Jericó, y unos bandidos lo asaltaron y le quitaron hasta la ropa; lo golpearon y se fueron, dejándolo medio muerto. Por casualidad, un sacerdote pasaba por el mismo camino; pero al verlo, dio un rodeo y siguió adelante. También un levita llegó a aquel lugar, y cuando lo vio, dio un rodeo y siguió adelante. Pero un hombre de Samaria que viajaba por el mismo camino, al verlo, sintió compasión. Se acercó a él, le curó las heridas con aceite y vino, y le puso vendas. Luego lo subió en su propia cabalgadura, lo llevó a un alojamiento y lo cuidó. Al día siguiente, el samaritano sacó el equivalente al salario de dos días, se lo dio al dueño del alojamiento y le dijo: ‘Cuide a este hombre, y si gasta usted algo más, yo se lo pagaré cuando vuelva.’ Pues bien, ¿cuál de esos tres te parece que se hizo prójimo del hombre asaltado por los bandidos? El maestro de la Ley contestó: -El que tuvo compasión de él. Jesús le dijo: -Pues ve y haz tú lo mismo. (Lucas 10, 25-37). 1. “Maestro, ¿qué debo hacer para alcanzar la vida eterna?” Cuando Jesús contesta a esta pregunta del maestro de la Ley con otra que lo remite a la Sagrada Escritura (cuyos cinco primeros libros componen lo que en hebreo se llama la “Torá”, es decir, la Ley), lo invita a que este mismo, que se precia de conocerla al pie de la letra, se confronte ante lo que en ella se dice. La primera lectura de este domingo, tomada de uno de los 5 libros de la Torá, el Deuteronomio (30, 10-14), nos invita a escuchar la voz de Dios y guardar sus mandamientos, que son conocidos y están al alcance de todos. Y en el Evangelio, el maestro de la Ley al responderle a Jesús cita en primer lugar otro pasaje del mismo Deuteronomio (escrito hacia el siglo VII a. C. y que en griego significa “la segunda formulación de la ley”): Escucha Israel: El Señor, nuestro Dios, es el único Señor: Ama al Señor tu Dios, con todo tu corazón y con toda tu alma, con todas tus fuerzas y todo tu espíritu (6, 4-5). Este es el primero de los diez mandamientos, descritos anteriormente en el Éxodo (20, 1-17) -otro libro de la Torá cuyo nombre significa “salida” y que narra la liberación de Israel de la esclavitud de Egipto-, y nuevamente formulados en el Deuteronomio (5, 1-21). Pero para explicitar con mayor claridad la esencia de la Ley de Dios, es preciso citar además -y es lo que hace el mismo maestro de la Ley- otro precepto que se encuentra también en la Torá, en el libro llamado Levítico, correspondiente a la tradición sacerdotal judía según la cual los levitas o descendientes de la tribu de Leví -uno de los 12 hijos de Jacob- se ocupaban desde el siglo V a. C. de la administración del culto en el Templo de Jerusalén. En este libro, después de una nueva evocación de los diez mandamientos y de otros preceptos referentes a las relaciones humanas (19, 3-18a), se concluye diciendo: Ama a tu prójimo como a ti mismo (19, 18b). 2. “¿Y quién es mi prójimo?” Toda la Ley de Dios se resume en una sola palabra: hesed en hebreo, ágape en griego. Estos términos bíblicos equivalen en castellano a nuestro término amor (o caridad) en su sentido más completo: el amor benevolente, que supera la autosatisfacción del “ego” para querer por encima de todo el bien del otro. Su grado máximo es la compasión, es decir, la disposición efectiva a compartir el sentimiento y aliviar la situación de quien padece cualquier tipo de dolor o necesidad. Por eso la “parábola del buen samaritano” puede llamarse también parábola de la compasión y parábola del prójimo. Los judíos solían considerar prójimos -próximos o cercanos- a los de su misma raza, cultura, nación o religión. Jesús, en cambio, muestra como prójimo nada menos que a un extranjero, perteneciente a un pueblo de distinta procedencia étnica y de distinto credo, y además enemigo de los judíos. Esta forma de pensar de Jesús era inconcebible para sus contemporáneos y sigue siéndolo hoy para quienes no son capaces de reconocer la dignidad de cualquier ser humano. Por eso la parábola del buen samaritano constituye una enseñanza no sólo en el sentido de la compasión como grado máximo del amor, sino aún más: nos enseña también que el prójimo es cualquier persona, sin importar las diferencias, y especialmente toda persona necesitada; y además que Jesús mismo, representado en el samaritano, es nuestro “prójimo”, el Dios próximo, el Dios cercano, el Dios-con-nosotros, el Dios compasivo y misericordioso que se hizo hombre para salvarnos, hasta dar su vida por toda la humanidad con su sangre derramada en la cruz -como escribe san Pablo en su carta a los Colosenses, de la cual está tomada la segunda lectura-, y por eso podemos dirigirnos a él con las palabras del Salmo 69 (68), que se encuentra entre las lecturas de este domingo: Señor, con la bondad de tu gracia, por tu gran compasión vuélvete hacia mí … Yo
A todas las familias que comienzan un nuevo camino a nuestro lado, les decimos: ¡Bienvenidos a nuestra Familia San José!
Domingo XIII del Tiempo Ordinario – Ciclo C Por: Gabriel Jaime Pérez, S.J. Cuando ya se acercaba el tiempo en que Jesús había de subir al cielo, emprendió con valor su viaje a Jerusalén. Envió por delante mensajeros, que fueron a una aldea de Samaria para conseguirle alojamiento; pero los samaritanos no quisieron recibirlo, porque se daban cuenta de que se dirigía a Jerusalén. Cuando sus discípulos Santiago y Juan vieron esto, le dijeron: -Señor, ¿quieres que ordenemos que baje fuego del cielo, y que acabe con ellos? Pero Jesús se volvió y los reprendió. Luego se fueron a otra aldea. Mientras iban de camino, un hombre le dijo a Jesús: -Señor, deseo seguirte a dondequiera que vayas. Jesús le contestó: -Las zorras tienen cuevas y las aves tienen nidos; pero el Hijo del hombre no tiene donde recostar la cabeza. Jesús le dijo a otro: -Sígueme. Pero él respondió: -Señor, déjame ir primero a enterrar a mi padre. Jesús le contestó: -Deja que los muertos entierren a sus muertos; tú ve y anuncia el reino de Dios. Otro le dijo: -Señor, quiero seguirte, pero primero déjame ir a despedirme de los de mi casa. Jesús le contestó: -El que pone la mano en el arado y sigue mirando atrás, no sirve para el reino de Dios (Lucas 9, 51-62). Este pasaje del Evangelio nos propone una reflexión sobre las condiciones que exige el seguimiento de Jesús. Veamos cuáles son esas condiciones, teniendo en cuenta también las otras lecturas bíblicas de este domingo [1 Reyes 19, 16b.19-21; Salmo 16 (15); Carta de Pablo a los Gálatas 5, 1.13-18]. 1.“¿Quieres que ordenemos que baje fuego del cielo, y que acabe con ellos?” La primera condición para seguir a Jesús es la actitud de tolerancia, opuesta diametralmente al fanatismo. El relato del Evangelio nos presenta a Jesús caminando con sus discípulos de norte a sur, es decir, desde la región de Galilea hacia la provincia de Judea, cuya capital era Jerusalén. Para llegar a esta ciudad tenían que pasar por el país de Samaria, cuyos pobladores, los llamados “samaritanos”, eran enemigos de los judíos. La reacción de Santiago y Juan, que en los evangelios son apodados “los hijos del trueno” seguramente por los impulsos de su temperamento primario pero también precisamente por aquello de querer que cayera un rayo sobre los samaritanos que no habían querido recibir a Jesús, es ni más ni menos la misma de los fanáticos religiosos, que consideran que su causa tiene que triunfar mediante la destrucción o eliminación de quienes se les opongan. Esta actitud intransigente e intolerante, que tiene mucho en común con las posiciones políticas extremas -sean de “izquierda” o de “derecha”-, existen por desgracia en todas las religiones, como también en todos los grupos sectarios que se consideran a sí mismos como los buenos y santos, y conciben a Dios como un juez castigador y destructor de aquellos a quienes ellos consideran los malos y pecadores. La actitud de Jesús, que con su ejemplo nos revela cómo es y como actúa Dios, es totalmente contraria al fanatismo intolerante. Revisemos entonces cuál es nuestro grado de tolerancia o de intolerancia, y saquemos nuestras propias conclusiones si de verdad queremos ser coherentes con nuestra opción de ser auténticos seguidores de Cristo. ¿Aceptamos la diferencia de pensamientos y opiniones? ¿O somos intransigentes porque nos creemos los “buenos” y consideramos “malos” a quienes no piensan como nosotros? 2.“El Hijo del hombre no tiene dónde recostar la cabeza” Una segunda condición del seguimiento de Jesús es el desapego, consistente en la disposición a no vivir instalados. Ser discípulo de Cristo exige no apegarse a las comodidades materiales y tener la fortaleza necesaria para asumir las dificultades y los sacrificios que implica cumplir la voluntad de Dios, que es voluntad de amor mostrada más en las obras que en las palabras. Esta disposición va en contra de la tentación del facilismo, tan característica de la mentalidad de quienes quieren el éxito sin esfuerzos, el dinero sin trabajo, las comodidades y los placeres propios de una existencia esclavizada por el culto a lo material. El verdadero seguidor de Jesús, por el contrario, es un ser libre de la esclavitud del egoísmo que impide realizar la ley del amor, tal como nos lo dice el apóstol san Pablo en la segunda lectura: “Cristo nos dio libertad para que seamos libres. Por lo tanto, manténganse ustedes firmes en esa libertad y no se sometan otra vez al yugo de la esclavitud.Ustedes, hermanos, han sido llamados a la libertad. Pero no usen esta libertad para dar rienda suelta a sus instintos. Más bien sírvanse los unos a los otros por amor. Porque toda la ley se resume en este solo mandato: “Ama a tu prójimo como a ti mismo” (Gálatas 5, 1. 13-14). Preguntémonos: ¿Tengo la disposición de asumir el esfuerzo que implica seguir a Jesús, con la libertad propia de quien no se deja atar por los apegos o afectos desordenados? ¿Cuáles son en mi caso esos apegos, esos afectos que me impiden seguir libremente a Jesucristo, y por lo mismo me impiden amar de verdad? 3.“El que empuña el arado y mira para atrás no sirve para el Reino de Dios” La tercera condición es no dejarse enredar por lo que pueda impedir la perseverancia en el camino emprendido. En contraste con lo que cuenta el relato de la primera lectura refiriéndose a la vocación profética de Eliseo para seguir como discípulo al profeta Elías (1 Reyes 19, 16b.19-21), a primera vista parece desconsiderado lo que le dice Jesús a quien le pide ir primero a enterrar a su padre, o al otro que quiere ir a despedirse de su familia. Sin embargo, lo que el Evangelio pretende resaltar es la radicalidad que implica la decisión prioritaria de seguir a Cristo: el Señor está por encima de todo, incluso de la propia familia, a la cual podría estar uno tan apegado que los lazos de parentesco le impidan seguirlo con
Con la frase de la Señora Martina Díaz; feligrés de la Parroquia Santa Rita de Cartagena, se dio inicio a la reunión de la Asamblea de la Región Caribe, el pasado sábado 22 de junio: “le pido al Dios del cielo y a San Ignacio Bendito, que ilumine este proyecto y lo lleve al infinito”. Los miembros de la Asamblea allí presentes, se sintieron complacidos por la bienvenida recibida por parte de la Comunidad de Santa Rita, representada por su grupo de danza “Las niñas bonitas de Santa Rita”. En dicha reunión, se trabajó sobre los avances de la gestión de los comités de fronteras, se socializaron los talleres de Regionalización, trabajados anteriormente en la ciudad de Bogotá, y dirigidos por el P. Mauricio García S.J., Asistente de Apostolados. De esa misma manera, se dio a conocer el proyecto sobre diplomados en capacidades y competencias para la vida y derechos humanos.
El pasado jueves 6 de junio, se celebró en la Capilla Nuestra Señora del Camino, la Eucaristía de acción de gracias por la culminación del año académico, y la misión realizada por el P. Alexander González S.J., durante su estadía en el Colegio, y quien a través de su trabajo evangelizador hizo sentir cercano a Jesús. En la Eucaristía estuvieron presentes directivos, subdirectores, profesores, estudiantes de la sección de Bachillerato y personal de apoyo. Le damos gracias a Dios por este año escolar que culmina, y le pedimos por el Padre Alex S.J., para que continúe con empeño en su nueva misión, el cumplimiento de los valores del reino, y alcance los frutos deseados en este año de la fe.
XII Domingo Ordinario – Ciclo C Por: Gabriel Jaime Pérez, S.J. Un día en que Jesús estaba orando solo, y sus discípulos estaban con él, les preguntó: – ¿Quién dice la gente que soy yo? Ellos contestaron: -Algunos dicen que eres Juan el Bautista, otros dicen que eres Elías, y otros dicen que eres uno de los antiguos profetas, que ha resucitado. -Y ustedes, ¿quién dicen que soy? les preguntó. Y Pedro le respondió: -Tú eres el Mesías de Dios. Pero Jesús les encargó mucho que no dijeran esto a nadie. Y luego les dijo: -El Hijo del hombre tendrá que sufrir mucho, y será rechazado por los ancianos, por los jefes de los sacerdotes y por los maestros de la ley. Lo van a matar, pero al tercer día resucitar(Lucas 9,18-24). Después les dijo a todos: -Si alguno quiere ser discípulo mío, olvídese de sí mismo, cargue con su cruz cada día y sígame. Porque el que quiera salvar su vida, la perderá; pero el que pierda la vida por causa mía, la salvará. 1.-Y ustedes, ¿quién dicen que soy? Pedro le respondió: -Eres el Mesías de Dios. El contenido de la profesión de fe de Pedro constituye el tema central de la fe cristiana: reconocer que Jesús es el Mesías o el Cristo título proveniente respectivamente de los idiomas hebreo y griego, que significa Ungido, es decir, elegido y consagrado para realizar la misión de hacer presente en la tierra el Reino de Dios. Este título había cobrado un sentido especial desde los tiempos de los profetas del Antiguo Testamento, quienes anunciaron la promesa de un Salvador que sería ungido por Dios mismo para liberar al pueblo de Israel después de las experiencias dolorosas de la opresión y la esclavitud sufridas durante las distintas dominaciones extranjeras.Por eso existía la tentación de esperar un Mesías guerrero, que por la fuerza de las armas recobraría el poder político derrotando al imperio opresor. Y por eso precisamente dice el Evangelio que Jesús, después de ser reconocido por Pedro como el Cristo o Mesías, “les encargó mucho que no dijeran esto a nadie”: para que no se confundiera su misión con la de un líder político. Este tipo de líder era el que anhelaban muchos en aquel tiempo, y por eso no les cabía en la cabeza a los primeros discípulos de Jesús que Él les hablara de su pasión y muerte, así agregara la referencia a la resurrección. 2.- Si alguno quiere ser discípulo mío, olvídese de sí mismo, cargue con su cruz cada día y sígame. Esta exhortación de Jesús a sus discípulos es diametralmente contraria a la tentación de una vida sin esfuerzo o del éxito fácil. Por eso, si queremos nosotros ser de verdad cristianos, es decir, seguidores de Cristo, tenemos que identificarnos con Él: salir cada cual de sí mismo renunciando a toda forma de egoísmo, para ponerse al servicio del Reino de Dios, reino de justicia, de amor y de paz, hasta las últimas consecuencias. En la primera lectura de este domingo, tomada del libro del profeta Zacarías (12, 10-11; 13,1), Dios hace oír su Palabra diciendo: “Me mirarán a mí, a quien traspasaron”. Es un anuncio de lo que sucedería varios siglos después con Jesucristo crucificado y que precisamente evocaría el Evangelio según san Juan en su relato de la pasión del Señor. Pero la Palabra de Dios nos invita no sólo a dirigir nuestra mirada a la imagen de la herida causada por la lanza que traspasó el costado del cuerpo de Jesús crucificado y le hizo derramar hasta la última gota de su sangre, sino además a cargar también nosotros con nuestra cruz de cada día. En otras palabras: la pasión de Jesucristo y su muerte en la cruz no son presentadas por los Evangelios para que las contemplemos pasivamente. Los evangelistas las han narrado para que procuremos identificarnos con Aquél que dio su vida por nosotros y por toda la humanidad, y nos dispongamos a cargar nuestras cruces cotidianas. Cargar la cruz cada día significa estar dispuestos a asumir las dificultades que conlleva el diario existir para cada uno y cada una de nosotros. Y también la exhortación de Jesús a cargar con nuestra cruz de cada día implica una invitación a buscar ayuda y dejarnos ayudar, cuando sentimos que el peso de esa cruz es una carga que no podemos soportar solos. Tenemos disponible la ayuda de Dios, pero ella nos puede llegar a través de personas de las que Él se sirve como instrumentos. Igualmente nosotros podemos ser instrumentos de Dios para ayudar a otros a llevar sus cruces, solidarizándonos con el dolor de los que sufren. 3.- Porque el que quiera salvar su vida, la perderá; pero el que pierda la vida por causa mía, la salvará “Por el bautismo ustedes se han revestido de Cristo”, nos dice hoy la segunda lectura, tomada de la Carta de Pablo a la comunidad de los Gálatas (3, 26-29) en el Asia Menor, hoy Turquía. Revestirse de Cristo es precisamente identificarse con Él en su manera de pensar, en sus sentimientos, en sus actitudes. En otra de sus cartas, la dirigida a los Filipenses o integrantes de la primera comunidad cristiana de la ciudad de Filipos, en Macedonia, el mismo apóstol dice: “Tengan unos con otros la manera de pensar propia de quien está unido a Cristo Jesús, el cual, aunque existía con el mismo ser de Dios,no se aferró a su igualdad con Él, sino que renunció a lo que era suyoy tomó naturaleza de siervo. Haciéndose como todos los hombres y presentándose como un hombre cualquiera, se humilló a sí mismo, haciéndose obediente hasta la muerte, una muerte en la cruz. Por eso Dios le dio el más alto honor…” (Filipenses 2, 5-11). Por eso mismo, cuando Jesús les dice en el Evangelio a sus discípulos “el que quiera salvar su vida, la perderá, pero el que pierda la vida por causa mía, la salvará”, está refiriéndose a