Con motivo de las vacaciones de Navidad y Año Nuevo, publico seguidas las homilías dominicales y de los días festivos, del 15 de diciembre de 2013 al 19 de enero de 2014.
III Domingo de Adviento – Ciclo A
Por: Gabriel Jaime Pérez, S.J.
En aquel tiempo, Juan, que había oído en la cárcel las obras del Mesías, le mandó a preguntar por medio de sus discípulos: – ¿Eres tú el que ha de venir o tenemos que esperar a otro? Jesús les respondió: -Vayan a anunciar a Juan lo que están viendo y oyendo: los ciegos ven y los inválidos andan; los leprosos quedan limpios y los sordos oyen; los muertos resucitan y a los pobres se les anuncia el Evangelio. ¡Y dichoso el que no se escandalice de mí!»
Al irse ellos, Jesús se puso a hablar a la gente sobre Juan: -¿Qué salieron ustedes a contemplar en el desierto, una caña sacudida por el viento? O ¿qué fueron a ver, un hombre vestido con lujo? Los que visten con lujo habitan en los palacios. Entonces, ¿a qué salieron? ¿A ver a un profeta? Sí, les digo, y más que profeta; él es de quien está escrito: “Yo envío mi mensajero delante de ti, para que prepare el camino ante ti.” Les aseguro que no ha nacido de mujer uno más grande que Juan el Bautista; aunque el más pequeño en el reino de los cielos es más grande que él (Mateo 11, 2-11).
1. Por la fe reconocemos con gozo la presencia de Dios en Jesucristo
El Evangelio de este tercer domingo del Adviento nos presenta a Juan Bautista en la cárcel, donde lo había encerrado el rey Herodes para silenciar las denuncias contra su comportamiento inmoral y corrupto. Juan iba a ser decapitado por orden de este mismo rey, y así como lo proclamó Jesús en su momento, nosotros lo reconocemos hoy como el más grande profeta anterior a Él. Sin embargo, Jesús dice además que “el más pequeño en el reino de los cielos” es más grande que el Bautista, lo cual parece significar que los seguidores de Jesús, habiendo recibido un mayor conocimiento de su persona y de sus enseñanzas, podemos participar del reino de Dios aún más y mejor de lo que le fue dado a Juan. Es como un reto que les propone Jesús a sus oyentes: si Juan Bautista fue quien fue antes del misterio pascual de la muerte y resurrección de Jesús, ¡cuánto más quienes acogen después de Cristo el mensaje del Evangelio!
Pero centrémonos en la pregunta que le hace Juan a Jesús a través de dos de sus discípulos. Algunas tradiciones judaicas imaginaban a un Mesías que llegaría como vengador justiciero. Por eso la duda del Bautista: ¿Eres tú el que ha de venir o tenemos que esperar a otro? En la tónica alegre de este tercer domingo de Adviento, imaginemos a Jesús respondiendo sonriente. Su respuesta es una clara evocación de lo que había predicho varios siglos antes el profeta Isaías como un acontecimiento gozoso: los ciegos ven y los inválidos andan; los leprosos quedan limpios y los sordos oyen; los muertos resucitan y a los pobres se les anuncia el Evangelio.
Para todo el que cree de verdad, lo que parece imposible se hace realidad, y este es el sentido de los milagros realizados por Jesús, precisamente en favor de las personas más necesitadas. El Evangelio o Buena Noticia, que sólo lo es para quien se reconoce necesitado de salvación, nos debe llenar de alegría espiritual y por lo mismo de una actitud plena de esperanza en Dios que está siempre dispuesto a liberarnos de todo cuanto nos impide realizarnos como personas y ser felices, aún en medio de los problemas y dificultades de nuestra vida cotidiana, tanto en el plano individual como en el social.
2. Nuestra fe en un Dios que viene a salvarnos es fuente de alegría
Ocho veces expresa directamente la alegría el pasaje profético de Isaías en la primera lectura (Isaías 35, 1-6a.10). La misma idea aparece también en las imágenes del ciego al que se le despegan los ojos, del sordo al que se le abren los oídos, del cojo que comienza a saltar. En otras palabras: Dios, que viene en persona a redimir y a salvar, hace posible un porvenir nuevo de felicidad para todo el que cree en Él: pena y aflicción se alejarán. Por eso el espíritu propio del Adviento y de la Navidad es un espíritu de alegría, y ésta debe ser precisamente la actitud característica de todo creyente en Jesucristo: una actitud gozosa.
Esta alegría no es la de las borracheras ni el ruido ensordecedor de una sociedad vacía, incapaz del silencio interior para reconocer los valores espirituales. No es esa falsa alegría la que constituye el verdadero espíritu del Adviento, sino el auténtico gozo espiritual que resulta de la paz interior de quien se abre a la reconciliación con Dios y con el prójimo.
3. La fe auténtica se muestra en la firmeza de la paciencia
Tres veces se nos invita en la segunda lectura a tener paciencia (Santiago 5, 7-10). Esta insistencia adquiere especial valor en la actualidad. En el mundo en que vivimos existe la tentación de la impaciencia porque impera la mentalidad del éxito rápido y sin esfuerzo. La magia de la automatización electrónica y de la satisfacción inmediata de los deseos con sólo pulsar una tecla o tocar una pantalla, nos puede llevar a una incapacidad para la espera, a desesperamos con facilidad. Contra esta mentalidad, la virtud de la esperanza a la que se nos invita de manera especial en este tiempo del Adviento implica una disposición a aguardar con paciencia la llegada del Señor con su consuelo a nuestras vidas como una luz al final del túnel cuando nos encontramos en situaciones de oscuridad. A este respecto la palabra del Señor, por medio del apóstol Santiago, nos presenta una imagen poética aleccionadora: el labrador aguarda paciente el fruto valioso de la tierra mientras recibe la lluvia temprana y tardía. En efecto, el agua que fecunda y renueva la vida, y que a su vez es imagen del Espíritu Santo, por cuya obra y gracia se hizo carne en el seno de María Santísima el Hijo y Verbo de Dios –fruto bendito de su vientre, como decimos en el Ave María y en la Salve- , también obra en quienes se abren a su acción con paciencia y sin desanimarse, aunque de momento no vean los resultados esperados.
La invitación a mantenernos firmes en la esperanza implica también tenernos paciencia unos a otros: No se quejen, hermanos, unos de otros, dice también el apóstol Santiago en su carta. Y en la misma tónica, la enseñanza de la Iglesia a través de su tradición catequética nos propone, como una de las llamadas “obras de misericordia”, soportar con paciencia las adversidades y las flaquezas de nuestros prójimos. Pidámosle pues al Señor la firmeza en la esperanza, la constancia en la paciencia, y en todo momento la alegría y el buen humor a pesar de los problemas, para estar así bien dispuestos no sólo a recibir las luces y los dones del Señor, sino también a comunicar su Buena Noticia con el testimonio de nuestra vida.-
IV Domingo de Adviento – Ciclo A
Por: Gabriel Jaime Pérez, S.J.
El nacimiento de Jesucristo fue de esta manera: María, su madre, estaba desposada con José y, antes de vivir juntos, resultó que ella esperaba un hijo por obra del Espíritu Santo. José, su esposo, que era justo y no quería denunciarla, decidió repudiarla en secreto. Pero, apenas había tomado esta resolución, se le apareció en sueños un ángel del Señor que le dijo: -«José, hijo de David, no tengas reparo en llevarte a María, tu mujer, porque la criatura que hay en ella viene del Espíritu Santo. Dará a luz un hijo, y tú le pondrás por nombre Jesús, porque él salvará a su pueblo de los pecados.»
Todo esto sucedió para que se cumpliese lo que había dicho el Señor por el Profeta: «la Virgen concebirá y dará a luz un hijo y le pondrá por nombre Emmanuel, que significa “Dios-con-nosotros”.» Cuando José se despertó, hizo lo que le había mandado el ángel del Señor y se llevó a casa a su mujer (Mateo 1, 18-24).
Las acciones de Dios son misterios que el lenguaje humano no alcanza a abarcar y que sólo podemos acoger desde la fe. Uno de ellos es el de la Encarnación o humanización de Dios en la persona de nuestro Señor Jesucristo, en el seno virginal de María santísima.
1.La señal profética anunciada por Isaías: “Dios-con-nosotros”
El Evangelio de hoy evoca una profecía escrita cerca de 700 años antes del nacimiento de Jesús, cuando Isaías había anunciado el nacimiento de un hijo que sería concebido por una joven (alma = doncella en el original hebreo, parthenos = virgen en la traducción griega del Antiguo Testamento reconocida por la Iglesia Católica como inspirada). Esta profecía es la misma que nos recuerda en este IV y último Domingo del Adviento la primera lectura bíblica, tomada del libro de Isaías (7, 10-14).
El hijo anunciado por el profeta Isaías es llamado Emmanu-El (nombre hebreo que significa Dios con nosotros). El término hebreo El es la forma bíblica más antigua del nombre de Dios. Por eso el Emmanu-El, tal como nos lo presenta el Evangelio evocando la profecía de Isaías, es Dios en persona que viene a compartir nuestra condición humana en la persona de Jesús, haciéndose igual a nosotros en todo, menos en el pecado (Hebreos 4,15).
Tal es el sentido del acontecimiento de la Encarnación, que precisamente por pertenecer al orden de las realidades únicamente captables por la fe, es un misterio revelado por Dios, el mismo al que se refiere el salmo responsorial de este domingo [Salmo 24 (23)]: Del Señor es la tierra y cuanto la llena, el orbe y todos sus habitantes: él la fundó sobre los mares, él la afianzó sobre los ríos. Este mismo Dios que ha creado el universo, no es un ser lejano e inaccesible, sino un Dios cercano que asume nuestra naturaleza humana para salvarnos y comunicarnos su vida eterna.
2. La visión de José: una invitación a la fe, más allá de lo visible
El relato del Evangelio, escrito en la perspectiva de José, el esposo de la Virgen María, nos presenta la encarnación de Dios hecho hombre en Jesús como un acontecimiento realizado por obra del Espíritu Santo. Y lo que nos quiere decir este mismo relato a partir de la descripción del ángel o mensajero de Dios que se le aparece en medio de un sueño y le anuncia el nacimiento del Salvador, es que en la vida de aquel humilde carpintero de Nazaret se inició un proceso que lo llevó a reconocer y acoger desde la fe el misterio de la acción de Dios, más allá de las apariencias visibles.
A una actitud de fe similar somos invitados también nosotros para aceptar el misterio de la virginidad de María, que va más allá de la afirmación de un fenómeno físico de carácter biológico, significando que la Encarnación no es un hecho que proviene del querer humano, sino de la voluntad divina. Este es el sentido de la evocación que hace Mateo del anuncio profético de Isaías (“El Señor, por su cuenta, les dará una señal: la Virgen concebirá y dará a luz un hijo…”), correspondiente a su vez a lo que afirmaría más tarde el Evangelio según San Juan: “y son hijos de Dios, no por la naturaleza ni por los deseos humanos, sino porque Dios los ha engendrado” (Juan 1, 13).
3. La Encarnación: un proceso que culmina en la Resurrección
El apóstol Pablo, en la segunda lectura tomada de su carta a los primeros cristianos de Roma (Romanos 1, 1-7), indica el contenido central de lo que él denomina el Evangelio –la Buena Noticia– de Dios: “su Hijo Jesucristo, Nuestro Señor, quien nació, como hombre, de la descendencia de David, pero a partir de su resurrección fue constituido Hijo de Dios con plenos poderes, según el Espíritu santificador”.
Dice la nota de la traducción de la Biblia titulada Dios habla hoy, que “Pablo distingue en Jesucristo dos aspectos: como hombre (literalmente según la carne), era descendiente del rey David y cumplía con las expectativas proféticas de los textos bíblicos respecto del Mesías (Mateo 1, 1; Lucas 3, 23-32); pero después de su pasión y muerte redentora en la cruz, a partir de su resurrección empezó para Él un nuevo modo de ser y de actuar: se convirtió en fuente de santificación para los hombres, mediante el Espíritu Santo, y comenzó a ejercer los plenos poderes de Hijo de Dios (Hechos 2, 32-33)”.
Esto quiere decir que el misterio de la Encarnación corresponde a un proceso por el cual Dios se fue revelando en la humanidad de Jesucristo hasta llegar a la manifestación plena de esta revelación en el acontecimiento de su resurrección gloriosa, que haría posible el envío del Espíritu Santo a todos los que íbamos a creer en su Evangelio para hacernos también con Él hijos de Dios y partícipes de su vida nueva.
Renovemos, pues, en este último domingo del Adviento, nuestra fe en Jesucristo como Dios y Hombre, como el Dios-con-nosotros precisamente porque ha querido compartir nuestra humanidad para hacernos partícipes de su gloria y de su divinidad, y pidámosle por intercesión de María santísima y de san José que aumente en nosotros esta misma fe, más allá de las percepciones meramente materiales.-
Solemnidad del Nacimiento de Jesús – Ciclo A
Por: Gabriel Jaime Pérez, S.J.
Por aquel tiempo, el emperador Augusto ordenó que se hiciera un censo de todo el mundo. Este primer censo fue hecho siendo Quirino gobernador de Siria. Todos tenían que ir a inscribirse a su propio pueblo. Por esto, José salió del pueblo de Nazaret, de la región de Galilea, y se fue a Belén, en Judea, donde había nacido el rey David, porque José era descendiente de David. Fue allá a inscribirse, junto con María, su esposa, que se encontraba encinta. Y sucedió que mientras estaban en Belén, le llegó a María el tiempo de dar a luz.
Y allí nació su hijo primogénito, y lo envolvió en pañales y lo acostó en el establo, porque no había alojamiento para ellos en el mesón. Cerca de Belén había unos pastores que pasaban la noche en el campo cuidando sus ovejas. De pronto se les apareció un ángel del Señor, y la gloria del Señor brilló alrededor de ellos; y tuvieron mucho miedo. Pero el ángel les dijo: “No tengan miedo, porque les traigo una buena noticia, que será motivo de gran alegría para todos: Hoy les ha nacido en el pueblo de David un salvador, que es el Mesías, el Señor. Como señal, encontrarán ustedes al niño envuelto en pañales y acostado en un establo.” En aquel momento aparecieron, junto al ángel, muchos otros ángeles del cielo, que alababan a Dios y decían: “¡Gloria a Dios en las alturas! ¡Paz en la tierra a los hombres que gozan de su favor!“ (Lucas 2, 1-14).
En el Misal Romano la liturgia propone para esta fiesta cuatro misas, cada una con diferentes lecturas: para el 24 de diciembre la Vespertina de la Vigilia, y para el 25 la de Medianoche, la de la Aurora y la del Día. En mi siguiente reflexión me referiré sólo a las lecturas señaladas para la Misa de Medianoche, que puede celebrarse también desde el 24 cuando comienza a anochecer.
Los textos bíblicos de Isaías en la primera lectura (Isaías 9, 1-6), del apóstol san Pablo en la segunda (Carta de Pablo a Tito 2, 11-14) y el del Evangelio según san Lucas (2, 1-14), emplean la imagen de la luz que disipa las sombras para expresar el reconocimiento del niño Jesús, el Salvador prometido por Dios, nacido en una humilde pesebrera, y nos invitan a disponernos con nuestra conducta para su venida gloriosa al final de los tiempos, es decir, para cuando nos encontremos definitivamente con Él en la eternidad.
1.“Habitaban tierras de sombras y una luz les brilló”
La Biblia no señala la fecha exacta del nacimiento de Jesús, y durante los primeros tres siglos de la era cristiana la Iglesia no dedicó un tiempo especial a la celebración de la Navidad. Sólo desde el siglo IV, cuando el cristianismo fue establecido como religión oficial en el imperio romano a partir de la conversión del emperador Constantino, se empezó a celebrar una festividad cristiana con liturgia especial la noche del 24 y durante el día 25 del último mes del año para proclamar al niño Jesús nacido en el pesebre de Belén como la Luz del mundo, en lugar de la fiesta pagana que se dedicaba al “nacimiento del sol invicto” con motivo del solsticio de invierno.
La celebración del nacimiento de Jesús como la Luz del mundo corresponde a lo que desde nuestra fe le damos los cristianos al anuncio profético del libro de Isaías: “El pueblo que caminaba en tinieblas vio una luz grande; habitaban tierras de sombras y una luz les brilló”. Lo que esta profecía proclamaba refiriéndose al regreso de los israelitas de su destierro en Babilonia en el año 538 antes de Cristo, nosotros lo aplicamos a la manifestación visible de Dios hecho hombre como nuestro Salvador, iniciada con el acontecimiento de la Navidad hace poco más de dos mil años, y que hace posible la justicia y la paz en la medida en que acojamos su “buena noticia”.
2.“Y esta es la señal: … un niño envuelto en pañales y acostado en un pesebre”
La primera vez que aparece en el texto del Evangelio según san Lucas la expresión “buena noticia” -que es lo que precisamente significa la palabra “evangelio”-, se refiere al nacimiento de Jesús. Se trata de una noticia gozosa que no sólo se expresa ante todo con una alabanza a Dios, sino que implica además una bendición para todos los seres humanos que la reciban con fe, y por ello tiene en la fiesta de la Navidad un significado especial el himno litúrgico del inicio de la celebración eucarística: Gloria a Dios en el cielo y paz en la tierra a los hombres que ama el Señor.
Hay además en el relato evangélico de Lucas un detalle muy significativo: la señal por la que puede verificarse la realización de esa buena noticia es un niño envuelto en pañales y acostado en un establo, de un pesebre. En otras palabras: al Dios que ha venido a salvarnos no hay que buscarlo en las alturas inaccesibles -no obstante la exclamación Gloria a Dios en el cielo-, sino en la realidad cercana de lo humano, porque Él mismo ha asumido nuestra propia naturaleza para redimirla. Y no se le encuentra en medio del lujo y la fastuosidad de los palacios, sino en la pobreza, humildad y sencillez de una pesebrera.
3.“Una vida sobria, honrada y religiosa, aguardando la dicha que esperamos”
Pero la celebración de la Navidad no debe quedarse para nosotros en una mera contemplación. Debe llevarnos también al compromiso de una existencia vivida de acuerdo con el plan salvador de Dios, que implica una conducta coherente con nuestra fe en Él. Esto es lo que nos dice el apóstol san Pablo en la segunda lectura, tomada de su Carta a Tito, uno de sus colaboradores en la proclamación de la buena noticia para todos los hombres.
Por eso mismo, si nos unimos para dar gloria a Dios en el cielo y desear la paz para toda la humanidad, llevemos esta manifestación a la práctica, como dice el Apóstol, a través de nuestras buenas obras. Sólo así seremos el pueblo purificado al que él apóstol se refiere y nos dispondremos para la aparición gloriosa del gran Dios y Salvador nuestro: Jesucristo. Es decir, para nuestro encuentro definitivo con él en la eternidad. Que así sea.-
Fiesta de la Sagrada Familia – Ciclo A
Por: Gabriel Jaime Pérez, S.J.
Cuando se marcharon los magos, el ángel del Señor se apareció en sueños a José y le dijo: -Levántate, toma al niño y a su madre y huye a Egipto; quédate allí hasta que yo te avise, porque Herodes va a buscar al niño para matarlo. José se levantó, tomó al niño y a su madre, de noche, se fue a Egipto y se quedó hasta la muerte de Herodes. Así se cumplió lo que dijo el Señor por el profeta: “Llamé a mi hijo, para que saliera de Egipto.” Cuando murió Herodes, el ángel del Señor se apareció de nuevo en sueños a José en Egipto y le dijo:
-Levántate, toma al niño y a su madre y vuélvete a Israel; ya han muerto los que atentaban contra la vida del niño. Se levantó, tomó al niño y a su madre y volvió a Israel. Pero, al enterarse de que Arquelao reinaba en Judea como sucesor de su padre Herodes, tuvo miedo de ir allá. Y, avisado en sueños, se retiró a Galilea y se estableció en un pueblo llamado Nazaret. Así se cumplió lo que dijeron los profetas, que sería llamado Nazareno (Mateo 2,13-15.19-23).
La Iglesia nos invita este domingo inmediatamente posterior a la celebración del Nacimiento de nuestro Señor Jesucristo a meditar sobre la Sagrada Familia compuesta por Él, María santísima y san José. Detengámonos en algunos aspectos que nos presentan de esta Sagrada Familia los textos bíblicos correspondientes, y tratemos de aplicarlos a nuestra vida, precisamente cuando en este tiempo de las conmemoraciones propias de la Navidad cobra especial importancia el sentido de las relaciones familiares.
1. Jesús perteneció a una familia desplazada
El Evangelio nos presenta al niño Jesús, a María y a José viviendo la suerte de una familia humilde sometida al desplazamiento forzado. Por eso, en medio de la realidad de tanta gente pobre arrancada de su tierra y desplazada por causa de la violencia en nuestro país y en otras partes del mundo, tiene para nosotros un especial significado el relato evangélico conocido como “la huida a Egipto”.
El sufrimiento que desde su más tierna infancia experimentó Jesús, y que con Él padecieron también su santísima madre María y su padre nutricio san José, hoy podemos verlo prolongado en el de tantas familias desarraigadas de su cultura y despojadas de lo poco que tenían, al verse obligadas a abandonar sus viviendas por la destrucción de las poblaciones y la amenaza de las masacres.
En consecuencia, nuestra conmemoración de este domingo, en el contexto de las celebraciones navideñas, tendrá un verdadero sentido si la vivimos dispuestos a una solidaridad efectiva, en cuanto nos sea posible, con nuestros hermanos y hermanas de las familias desplazadas. Veamos por lo tanto qué podemos hacer para mostrar esa solidaridad efectiva con tantas familias que sufren, aportándoles algo significativo de lo que somos y tenemos. Sólo así podremos decirnos a nosotros mismos que nuestra fe en Dios hecho niño en la persona de Jesús es coherente con nuestras obras.
2.Honra a tu padre y a tu madre
Tanto la primera lectura, tomada de un libro del Antiguo Testamento escrito hacia el año 180 a.C. y llamado el Eclesiástico (3, 2-6. 12-14), como la segunda, de la carta escrita entre los años 57 y 62 d.C. por san Pablo a la comunidad de los Colosenses (3, 12-21), habitantes de la población de Colosas, en el Asia Menor, nos recuerdan el cuarto mandamiento de la Ley de Dios: Honrarás a tu padre y a tu madre.
Pero en la segunda lectura encontramos un detalle interesante: además de la referencia al mandamiento de honrar al padre y a la madre, Pablo exhorta a los padres para que traten a sus hijos como personas que merecen respeto (padres, no exasperen a sus hijos). Esta exhortación tiene una actualidad especial en nuestro país, donde el maltrato infantil es una de las manifestaciones más trágicas de la violencia. Así, pues, el cuarto mandamiento de la Ley de Dios no es sólo para los hijos con respecto a padres y madres. Implica también que éstos sepan ganarse el respeto de sus hijos, con el testimonio de su ejemplo y su dedicación a cuidar de ellos y ser sus primeros educadores en la fe y en todos les demás aspectos del desarrollo humano, respetando su dignidad y por lo mismo sus derechos.
3.La Sagrada Familia y la auténtica familia cristiana
La segunda lectura nos presenta también todo un programa para la realización de la vida familiar de acuerdo con las enseñanzas de nuestro Señor Jesucristo.
Entre las virtudes de una auténtica familia cristiana, resalta la disposición a la comprensión y al perdón, indispensable para la armonía entre los esposos y entre padres e hijos. Es en el seno de la familia donde se aprende a ser perdonado y a perdonar, con todo lo que ello implica en términos de reconciliación y a la vez de la disposición a enmendarse y reparar los males ocasionados cuando éstos se hayan producido. Si no existe en el hogar esta experiencia, muy difícilmente se darán después en la persona las virtudes de la humildad y la compasión, tan necesarias e indispensables para la convivencia pacífica en la sociedad.
Pero además el texto bíblico nos presenta una doble referencia a la celebración de la “Acción de Gracias”, término que corresponde en griego a la palabra Eucaristía. La Misa de los domingos y de los días festivos debería ser una actividad constante de la vida familiar, además de la oración diaria en familia, por ejemplo a la hora de sentarse a la mesa para compartir el alimento, dándole gracias al Señor por él y pidiéndole que nos disponga a compartir lo que tenemos con los más necesitados.
Dispongámonos entonces a participar con la debida frecuencia en la celebración del sacramento de la Eucaristía, que no sólo nos da la oportunidad a todos de escuchar en comunidad lo que nos dice el Señor en las sagradas escrituras, sino también de ser alimentados con la Palabra de Dios hecha carne en la persona de Jesucristo, cuya vida resucitada nos fortalece espiritualmente para vivir en verdadera comunión, siguiendo el ejemplo de la Sagrada Familia.-
MENSAJE DEL 1º de ENERO – Comienzo del año 2014 D.C.
Santa María Madre de Dios
El nombre de Jesús
Jornada Mundial por la Paz
En aquel tiempo los pastores fueron corriendo a Belén y encontraron a María y a José, y al niño acostado en el pesebre. Al verlo, contaron lo que les habían dicho de aquel niño. Todos los que lo oían se admiraban de lo que les decían los pastores. María conservaba todas estas cosas, meditándolas en su corazón. Los pastores se volvieron dando gloria y alabanza a Dios por lo que habían visto y oído; todo como les habían dicho. Al cumplirse los ocho días, tocaba circuncidar al niño, y le pusieron por nombre Jesús, tal como lo había llamado el ángel antes de su concepción. (Lucas 2, 16-21).
La conmemoración de Santa María Madre de Dios, el Nombre de Jesús y la Jornada Mundial de Oraciones por la Paz, son los temas centrales del primer día del año en la Iglesia Católica. Meditemos sobre cada uno de estos temas a la luz de los textos bíblicos escogidos por la liturgia para este día: Números 6, 22-27; Carta de san Pablo a los Gálatas 4, 4-7: Evangelio de Lucas 2, 16-21.
1.Comenzamos el año proclamando a María Santísima como “Madre de Dios”
Madre de Dios es el título más importante que le ha dado la Iglesia a la santísima Virgen María. En el año 431 d.C., el Concilio de Éfeso -ciudad situada en la actual Turquía, donde según la tradición vivió ella después de haber sido encomendada por Jesús desde la cruz al cuidado del apóstol Juan- definió que María es la Madre de Dios, porque concibió y dio a luz en su naturaleza humana a Dios hecho hombre.
El texto de la Carta del apóstol Pablo a los Gálatas o primeros cristianos de Galacia -región también situada en la actual Turquía-, se refiere al Hijo de Dios como “nacido de una mujer” para que nosotros fuéramos hechos hijos del mismo Dios y pudiéramos llamarlo, movidos por el Espíritu Santo, como lo hacía Jesús: “abba”, que en arameo significa literalmente papá.
Por eso a la Virgen María el Concilio Vaticano II (1962-1965) la proclamó Madre de la Iglesia, pues al ser madre del Hijo de Dios hecho hombre, lo es espiritualmente de todos los hombres y mujeres que por el bautismo hemos sido incorporados a Él como miembros de su Cuerpo Místico que es la Iglesia. Y por eso podemos decirle a la santísima Virgen no sólo Santa María, Madre de Dios, sino también Madre nuestra
2. Comenzamos el año invocando el nombre de Jesús como Dios Salvador
El Evangelio de hoy (Lucas 2, 16-21) indica que los bebés hebreos varones recibían su nombre en el rito de la circuncisión a los ocho días de nacidos. Así sucedió con el Niño Jesús, cuyo nombre, como se explica en los respectivos relatos evangélicos de la anunciación a María en el Evangelio según san Lucas y de la visión de José en el Evangelio según san Mateo, significa Dios salva. En hebreo, el nombre con el que Dios se había revelado doce siglos antes a Moisés –Yahvé, que significa Yo soy-, está contenido en el de Jesús (Yo soy el que salva).
A ejemplo de María, que como nos dice el Evangelio, “conservaba todas estas cosas meditándolas en su corazón”, y con la actitud de las gentes sencillas que saben acoger la presencia salvadora de Dios, al invocar a Jesús como Dios mismo que nos salva renovemos nuestra fe iniciando el nuevo año en su nombre, para que la acción sanadora y santificadora de su Espíritu se realice plenamente en todos y cada uno de nosotros, en nuestros hogares y familias, en nuestros lugares de trabajo, en todos los ámbitos de nuestra vida y de nuestras relaciones humanas.
3. Comenzamos el año implorando la paz como don de Dios
Con la evocación del cántico de alabanza y de bendición asociado al misterio de la Navidad -“Gloria a Dios en el cielo y paz en la tierra a los hombres que ama el Señor” (Lucas 2,13)-, que actualiza y da su pleno sentido a la fórmula bíblica de bendición del Antiguo Testamento contenida en la primera lectura (Números 6, 22-27), la Iglesia celebra en el primer día del año civil la Jornada Mundial de Oración por la Paz, iniciada por el Papa Pablo VI con un mensaje pontificio a las Iglesias particulares y a las cancillerías del todo el mundo con el fin de “destacar el valor esencial de la paz y la necesidad de trabajar incansablemente para lograrla”.
El tema del Mensaje del Papa Francisco para esta 47ª Jornada, la primera de su pontificado, es “LA FRATERNIDAD, FUNDAMENTO Y CAMINO PARA LA PAZ”. En este mensaje del año nuevo el Papa reitera su llamado a superar la “cultura del descarte” y promover la “cultura del encuentro” para avanzar en la consecución de un mundo más justo y pacífico. “La fraternidad es una dote que todo hombre y mujer lleva consigo en cuanto ser humano, hijo de un mismo Padre. Frente a los múltiples dramas que afectan a la familia de los pueblos —pobreza, hambre, subdesarrollo, conflictos bélicos, migraciones, contaminación, desigualdad, injusticia, crimen organizado, fundamentalismos —, la fraternidad es fundamento y camino para la paz”.
Al iniciar pues el año 2014, démosle gracias al Señor por todos sus beneficios durante el 2013 que acaba de terminar y pidámosle una vez más el don de la paz. Ofrezcámosle el año que ahora comienza y dispongámonos a hacer lo que nos corresponde para que este don llegue efectivamente a toda la humanidad: paz en los corazones, desarmando nuestros espíritus; paz en los hogares, haciendo de cada familia un lugar de convivencia constructiva; paz en nuestro país y en el mundo, como fruto del reconocimiento de la dignidad y de los derechos de todas las personas y de una sincera voluntad de reconciliación a partir del respeto. Y compartamos nuestros deseos de paz con la fórmula de bendición contenida en la primera lectura bíblica de la liturgia del 1 de enero:
Que el Señor te bendiga y te guarde;
que el Señor ilumine su rostro sobre ti y te sea propicio;
que el Señor te muestre su rostro y te conceda la paz.-
La Epifanía del Señor
Por: Gabriel Jaime Pérez, S.J.
Jesús nació en Belén, un pueblo de la región de Judea, en el tiempo en que Herodes era rey del país. Llegaron por entonces a Jerusalén unos sabios del Oriente que se dedicaban al estudio de las estrellas, y preguntaron: “¿Dónde está el rey de los judíos que ha nacido? Pues vimos salir su estrella y hemos venido a adorarlo”. El rey Herodes se inquietó mucho al oír esto, y lo mismo les pasó a todos los habitantes de Jerusalén. Mandó el rey llamar a todos los jefes de los sacerdotes y a los maestros de la ley, y les preguntó dónde había de nacer el Mesías.
Ellos le dijeron: “En Belén de Judea; porque así lo escribió el profeta: ‘Y tú, Belén, de la tierra de Judá, no eres la más pequeña entre las principales ciudades de esa tierra; porque de ti saldrá un gobernante que guiará a mi pueblo Israel’.” Entonces Herodes llamó en secreto a los sabios, y se informó por ellos del tiempo exacto en que había aparecido la estrella. Luego los mandó a Belén, y les dijo: “Vayan allá y averigüen todo lo que puedan acerca de ese niño; y cuando lo encuentren, avísenme, para que yo también vaya a rendirle homenaje”.
Con estas indicaciones del rey, los sabios se fueron. Y la estrella que habían visto salir iba delante de ellos, hasta que por fin se detuvo sobre el lugar donde estaba el niño. Cuando los sabios vieron la estrella, se alegraron mucho. Luego entraron en la casa, y vieron al niño con María, su madre; y arrodillándose le rindieron homenaje. Abrieron sus cofres y le ofrecieron oro, incienso y mirra. Después, advertidos en sueños de que no debían volver a donde estaba Herodes, regresaron a su tierra por otro camino. (Mateo 2, 1-12).
1.La “Epifanía” es una manifestación de la universalidad del reino de Dios
La fiesta que en el lenguaje popular se conoce como de los “Reyes Magos”, cuya fecha tradicional es el 6 de enero pero cuya celebración litúrgica en algunos países se ha trasladado al domingo inmediatamente posterior al 1º de este mismo mes, recibe en la Iglesia el nombre oficial de Epifanía del Señor.
El vocablo griego epi-fanía significa super-manifestación, y la liturgia lo aplica a Jesús para indicar que en Él se cumple la promesa bíblica de un Mesías que vendría al mundo para establecer el reinado de Dios, y que sería reconocido como Señor por todos los pueblos de la tierra.
Así lo había predicho el libro de Isaías unos cinco siglos antes en el texto bíblico de la primera lectura (Isaías 60, 1-6), de acuerdo con el sentido más profundo del Salmo 72 (71). Este es el sentido de lo que dice el apóstol san Pablo en la segunda lectura, tomada de su carta a los cristianos de Éfeso (Efesios 3, 2-6), al referirse a los “gentiles” -los que no pertenecen a la raza judía- como igualmente destinatarios de la acción salvadora de Dios en persona por medio de Jesucristo.
2. El significado de los “Magos de Oriente” y la estrella que los guía
El texto del Evangelio (Mateo 2, 1-12) no es un relato estrictamente histórico. Pertenece a un género literario llamado en hebreo midrash, una narración con fines didácticos. El relato evangélico, que no dice que eran reyes, ni que eran magos ni que eran tres (aunque tres son los dones que ofrecen), ni cuáles eran sus nombres, razas o nacionalidades (aunque se indica que son unos sabios que vienen de Oriente), consiste en una invitación a reconocer la epi-fanía o super-manifestación del inicio del reino universal de Dios hecho hombre desde el comienzo de la vida de Jesús en la tierra.
Los nombres de Gaspar, Baltasar y Melchor, mencionados en un Evangelio apócrifo (no reconocido oficialmente por la Iglesia), escrito en el siglo II d.C. y atribuido al apóstol Bartolomé, aparecieron en un Códice de la Biblioteca de París entre los siglos V y VII d.C. Sus características étnicas o raciales fueron atribuidas en el siglo XVI con base en una relación con los hijos del patriarca bíblico Noe: Sem, antepasado originario de los asiáticos, es representado por Gaspar; Cam, antepasado originario de los africanos, es representado por Baltasar; y Jafet, antepasado originario de los europeos, es representado por Melchor.
La estrella se ha explicado de diferentes maneras. Johannes Keppler, por ejemplo, dijo en 1606 que fue un fenómeno astronómico debido a la conjunción de la Tierra con Saturno y Júpiter. Para la Iglesia católica, más allá de las especulaciones astronómicas, se trata de la luz divina que guía a todos los pueblos para que reconozcan en Jesús al Señor del universo.
3. El significado de los dones ofrecidos a Jesús
Además de anunciar simbólicamente lo que ocurriría en el transcurso posterior de la historia de la humanidad, cuando los poderosos y los sabios de este mundo se postrarían para reconocer y adorar en el humilde niño Jesús al Rey del Universo, los dones de oro, incienso y mirra han sido interpretados como signos respectivamente de la realeza, la divinidad y la humanidad de Jesús (La mirra se empleaba en los ritos funerarios orientales para embalsamar los cuerpos, lo cual da pie para simbolizar con ella la condición humana mortal de Jesucristo).
Acojamos la enseñanza que nos trae el relato simbólico de la Epifanía, siguiendo como los sabios la estrella que nos conduce a reconocer en Jesús al Señor de nuestras vidas, y abriéndole nuestros corazones para ofrecerle todo lo que somos y tenemos, de modo que Él reine de verdad en cada uno de nosotros y en los ambientes en los que transcurre nuestra existencia.-
EL BAUTISMO DEL SEÑOR – Ciclo A
Por: Gabriel Jaime Pérez, S.J.
En aquél tiempo, fue Jesús desde Galilea al Jordán y se presentó ante Juan para que lo bautizara. Pero Juan intentaba disuadirlo diciéndole: “Soy yo el que necesita ser bautizado por ti, ¿y tú acudes a mí?” Jesús le contestó: “Déjalo ahora. Es conveniente cumplir todo lo que Dios ha ordenado. Entonces Juan se lo permitió. Apenas fue bautizado Jesús y salió del agua, se abrió el cielo, y vio que el Espíritu de Dios bajaba sobre una paloma y se posaba sobre él. Y vino una voz del cielo que decía: “Este es mi Hijo, el amado, mi predilecto”. (Mateo 3, 13-17).
Después de las fiestas de la Navidad y la Epifanía, la Iglesia nos invita este domingo, con el cual comienza el llamado “Tiempo Ordinario” de la liturgia, a contemplar los hechos y las enseñanzas de Jesús en el inicio de su vida pública, inaugurada con su Bautismo en el río Jordán.
Tratemos de descubrir el significado de este acontecimiento a la luz de los elementos narrativos que nos presenta el relato del Evangelio (Mt 3,13-17) y relacionándolos con las otras lecturas de este domingo
1. El bautismo: un rito que adquiere su pleno significado en Jesucristo
El verbo “bautizar” proviene del griego y significa sumergir. El rito del bautismo consiste originariamente en sumergirse en el agua, elemento imprescindible de la vida, para presar así el paso a una existencia renovada mediante un nuevo nacimiento: así como el ser humano desde el comienzo de su existencia no puede subsistir sin el agua como medio vital, el bautismo manifiesta el paso a una vida nueva.
Juan invitaba al bautismo en el río Jordán para expresar una sincera voluntad de renovación. Jesús insistió en recibir el bautismo -aunque propiamente no lo necesitaba- porque “es conveniente cumplir todo lo que Dios ha ordenado”, y de esta forma indicó claramente que había venido a hacer la voluntad de su Padre.
En esto se compendia precisamente todo el programa de su vida en la tierra: hacer la voluntad de Dios, la misma que Él nos enseñó a cumplir con una disposición total expresada justamente en la oración que nos iba a enseñar para dirigirnos a nuestro Creador: “hágase tu voluntad, así en la tierra como en el cielo”
Es más, con su presentación ante Juan para ser bautizado, Jesús quiere decir que Él mismo, siendo inocente, llevaría humildemente sobre sí el pecado del mundo para liberarnos y así cumplir la voluntad de Dios al realizar en favor de toda la humanidad su misión salvadora: hacernos posible a todos el paso a una auténtica vida nueva, a imagen de la suya como Hijo de Dios.
2. “Vio que el Espíritu de Dios bajaba como una paloma y se posaba sobre él”
Al describir el Bautismo de Jesús, el Evangelio utiliza el lenguaje propio de las llamadas teofanías o manifestaciones especiales de Dios. En este pasaje evangélico, la imagen de la paloma evoca dos relatos simbólicos del libro bíblico del Génesis:
Por una parte, el relato de la creación, donde se dice que “el Espíritu de Dios aleteaba sobre las aguas” (Génesis 1, 2), y por otra el del diluvio universal, cuando al terminar la tempestad Noé soltó una paloma que regresó al arca con una rama de olivo en el pico (Génesis 8, 10-12), significando no sólo que después de la tempestad vino la calma, sino que recomenzaba la vida en la tierra, gracias a una nueva creación.
La figura de una paloma que se posa sobre Jesús en el momento de su bautismo, nos remite entonces al comienzo de una nueva creación que Dios Padre realiza por medio de Él, en la cual se manifiesta la acción renovadora del Espíritu Santo, simbolizado por la paloma, que hará posible la paz en la existencia humana, gracias a la acción salvadora del amor de Dios. El relato del Bautismo del Señor es así una proclamación del misterio de la Santísima Trinidad.
3. “Este es mi Hijo, el amado, el predilecto”
La fiesta del Bautismo del Señor actualiza para nosotros la manifestación de Jesús como Hijo de Dios, título dado por los profetas al Mesías prometido que iniciaría el reinado de Dios mismo en los corazones de quienes estuvieran dispuestos a su acción salvadora. Tal es a su vez el sentido de la profecía de Isaías en la primera lectura: “Este es mi servidor…, mi elegido a quien prefiero. Sobre él he puesto mi Espíritu” (Isaías 42, 1-7).
Resalta aquí la correspondencia entre el título de Hijo de Dios y el de Siervo o Servidor del Señor. Aquél hombre nacido en Belén de Judá, proveniente de una familia humilde y sencilla que vivió en la pequeña aldea de Nazaret, y que en el momento de su Bautismo en el río Jordán fue proclamado por Dios como Hijo suyo, iba a presentarse a sí mismo, de palabra y de obra, como quien no vino a ser servido, sino a servir. Toda su vida, desde su nacimiento en una pesebrera hasta su muerte en una cruz, fue en efecto la manifestación de esta correspondencia entre su condición de Hijo de Dios y su misión de Servidor.
En efecto, Jesús iba a estar siempre en medio de los seres humanos precisamente en calidad de servidor: servidor de Dios mediante el servicio a todos los seres humanos con quienes se encontraba para hacerles el bien, tal como nos lo describe el discurso del apóstol Pedro en la segunda lectura, “fue ungido por Dios con la fuerza del Espíritu Santo” y “pasó haciendo el bien” (Hechos de los Apóstoles 10, 34-38).-
También nosotros hemos recibido en el sacramento del Bautismo al Espíritu Santo, que hace posible en nuestra existencia una vida nueva como hijos de Dios para en todo amarlo y servirlo, participando así en su reino de amor y de paz, en esta vida y en la eterna. Que esta posibilidad se haga efectiva depende de nuestra disposición a escuchar y poner en práctica sus enseñanzas, identificándonos con Jesús de Nazaret, el Hijo de Dios y el Servidor por excelencia. Que así sea.-
II Domingo del Tiempo Ordinario – Ciclo A
Por: Gabriel Jaime Pérez, S.J.
En aquel tiempo, al ver Juan a Jesús que venía hacia él, exclamó: “Este es el Cordero de Dios, que quita el pecado del mundo. Este es aquél de quien yo dije: “Tras de mí viene un hombre que está por delante de mí, porque existía antes que yo. Yo no lo conocía, pero he salido a bautizar con agua, para que sea manifestado a Israel.”. Y Juan dio testimonio diciendo: “He contemplado al Espíritu Santo que bajaba del cielo como una paloma y se posó sobre él. Yo no lo conocía, pero el que me envió a bautizar con agua me dijo: “Aquél sobre quien veas bajar el Espíritu y posarse sobre él, ése es aquél que ha de bautizar con Espíritu Santo.” Y yo le he visto, y he dado testimonio de que éste es el Hijo de Dios” (Juan 1, 29-34).
El Evangelio de hoy nos invita a contemplar la manifestación de Jesús en el inicio de su vida pública a partir de la presentación que hace de Él Juan Bautista como “el Cordero de Dios que quita el pecado del mundo”. Por eso vamos a centrarnos en lo que significa este título con el cual también nosotros nos dirigimos al Señor varias veces en la celebración de la Eucaristía:
– En el himno Gloria a Dios en el cielo le decimos a Jesús: “Cordero de Dios, Hijo del Padre, tú que quitas el pecado del mundo, ten piedad de nosotros”…, “atiende nuestra súplica”.
– Después del Padre Nuestro volvemos a decirle: “Cordero de Dios, que quitas el pecado del mundo, ten piedad de nosotros”…, “danos la paz”.
– E inmediatamente antes de la comunión, mostrando el Santísimo Sacramento, el sacerdote repite las palabras del Bautista: “Éste es el Cordero de Dios que quita el pecado del mundo, dichosos los invitados a la cena del Señor”.
1.- Este es el Cordero de Dios
La imagen del cordero, símbolo de mansedumbre y de la inocencia del justo -es decir, de quien vive y obra rectamente-, aparece en varios pasajes del Antiguo Testamento entre los cuales resaltan tres:
– El sacrificio de Abraham en el libro del Génesis, cuando le ofrece a Dios un cordero (Génesis 22, 12-13).
– El cordero de la cena pascual que relata el libro del Éxodo como memorial de la liberación de los hebreos de la esclavitud y de su puesta en camino hacia la tierra prometida (Ex 12, 2-11).
– La profecía del “servidor de Yahvé” o “siervo del Señor”, descrito en el libro de Isaías “como cordero llevado al matadero” (Is 53, 1-12), un anuncio de lo que sería seis siglos después la Pasión de Cristo.
2.- Que quita el pecado del mundo
La frase original en griego correspondiente al texto del Evangelio y que suele interpretarse como “que quita el pecado del mundo”, fue traducida al latín como “qui tollit peccata mundi”. El verbo tollere, de donde proviene la palabra tolerancia, significa soportar, llevar sobre sí una carga, y por eso el sentido de quitar el pecado del mundo es el que nos muestra el texto profético antes mencionado: “el Señor cargó sobre él la maldad de todos nosotros”; “el justo siervo del Señor liberará a muchos, pues cargará con la maldad de ellos”; “cargó con los pecados de muchos e intercedió por los pecadores”.
Así dice el cuarto y último de los poemas del “Servidor de Yahvé” contenidos en el libro de Isaías, de los cuales la primera lectura nos recuerda el segundo, en el que Dios reafirma la misión universal del Mesías: “Es poco que seas mi siervo sólo para restablecer las tribus de Jacob y hacer volver a los sobrevivientes de Israel; yo haré que seas luz de las naciones, para que lleves mi salvación a las partes más lejanas de la tierra” (Isaías 49, 5-6).
3.- Dichosos los invitados a la cena del Señor
Al celebrar la Eucaristía, tengamos presente la invitación que el Señor nos hace a participar en la cena pascual del Cordero de Dios que quita el pecado del mundo. Se trata de una invitación a estar en comunión con Él, acogiéndolo en nuestra vida para que nos transforme a imagen suya, como transformó a los primeros discípulos que recibieron su Espíritu. Entre éstos está el apóstol Juan, uno de los que oyeron a Juan Bautista presentándoles a Jesús y que fue autor tanto del cuarto Evangelio como del libro del Apocalipsis, en el cual no sólo leemos que “el Cordero sacrificado es digno de recibir el poder, el honor y la gloria” (Apocalipsis 5, 12), sino también esta exclamación que expresa nuestra esperanza de participar con Él en el banquete de la vida eterna: “Felices los invitados a la fiesta de bodas del Cordero” (Apocalipsis 19, 9).
Por último, con base en la segunda lectura, tomada del comienzo de la primera carta de san Pablo a los cristianos de la ciudad griega de Corinto (1 Corintios 1, 1-3), tengamos presente que cada uno de nosotros está incluido entre “los que en cualquier lugar invocan el nombre de nuestro Señor Jesucristo”.
Al invocarlo como el Cordero de Dios que quita el pecado del mundo, dispongámonos con su ayuda a ser tolerantes: si él llevó sobre sí nuestros pecados para salvarnos, nuestra comunión auténtica con Él debe llevarnos a realizar aquella obra de misericordia que consiste en “soportar con paciencia las debilidades y flaquezas de nuestros prójimos”.-