Colegio San José Barranquilla

Mensaje del domingo

El Mensaje Del Domingo 25 de Enero

III Domingo del Tiempo Ordinario – Ciclo B Por: Gabriel Jaime Pérez, S.J. En aquel tiempo, después de que metieron a Juan en la cárcel, Jesús fue a Galilea a anunciar las buenas noticias de parte de Dios. Decía: “Ya se cumplió el plazo señalado, y el reino de Dios está cerca. Vuélvanse a Dios y acepten con fe sus buenas noticias.” Jesús pasaba por la orilla del Lago de Galilea, cuando vio a Simón y a su hermano Andrés. Eran pescadores, y estaban echando la red al agua. Les dijo Jesús: Síganme, y yo haré que ustedes sean pescadores de hombres. Al momento dejaron sus redes y se fueron con él. Poco más adelante, Jesús vio a Santiago y a su hermano Juan, hijos de Zebedeo, que estaban en una barca arreglando las redes. En seguida los llamó, y ellos dejaron a su padre Zebedeo en la barca con sus ayudantes, y se fueron con Jesús.(Marcos 1, 14-20). El Evangelio según san Marcos, que fue el primero en escribirse de los cuatro que contiene el Nuevo Testamento y del cual se toman la mayoría de las lecturas evangélicas dominicales de todo este año litúrgico, nos presenta hoy el comienzo de la predicación de Jesús. Las otras lecturas bíblicas [Jonás 3, 1.5-10; Salmo 25 (24), 1 Corintios 7, 29-31] nos pueden ayudar a complementar nuestra reflexión sobre el sentido del mensaje central de este domingo: la Buena Noticia que proclama Jesús, consistente en la llegada y cercanía del Reino de Dios, para cuyo establecimiento y desarrollo llama como colaboradores a sus primeros discípulos. 1.- “Se ha cumplido el plazo, el Reino de Dios está cerca” Esta es la primera frase que pronuncia Jesús al iniciar su predicación, según nos cuenta el Evangelio. Dios había prometido a través de los profetas del Antiguo Testamento que vendría un “Mesías” (término proveniente del hebreo que corresponde al del griego “Cristo” y significa “Ungido”), un hombre consagrado por Él para establecer su reinado en la tierra, es decir, para hacer presente en medio de la humanidad el poder de su amor, un amor capaz de liberarnos de la injusticia y de todas las demás formas de violencia si lo acogemos con fe y nos alineamos con su proyecto de construcción de una nueva forma de relacionarnos los unos con los otros, como hermanos, porque somos todos hijos del mismo Creador.. Lo que Jesús proclama es que el tiempo de la realización de aquellas profecías ya ha llegado con Él mismo, lo cual es una buena nueva, una buena noticia, que es lo que significa el término “evangelio” proveniente del griego, la lengua en que se escribieron los textos del Nuevo Testamento. Pero, además, hay un detalle: Jesús proclama y revela, no sólo con su discurso sino con su forma de actuar, a un Dios que está cerca, que ha querido llegar hasta nosotros, un Dios próximo, muy diferente del distante y lejano que concebían las filosofías y religiones paganas. En Jesús llega a su plenitud la manifestación personal del mismo Dios que doce siglos atrás se había revelado a Moisés para decirle que había “bajado” a liberar a su pueblo de la esclavitud (Éxodo 3, 7-8; 13-15), y que en el siglo VIII a. C. había sido anunciado como el Emmanuel o “Dios-con-nosotros” (Isaías 7, 14).   2.- “Conviértanse y crean en el Evangelio” Inmediatamente después de la proclamación de la cercanía y llegada del Reino de Dios, Jesús invita a sus oyentes a la conversión y a la fe en la Buena Noticia. Hay un contraste muy claro entre el contenido de la predicación de Jonás en el Antiguo Testamento, que se nos presenta en la primera lectura de este domingo, y la predicación de Jesús. Jonás profiere una amenaza de destrucción, Jesús proclama una noticia alegre y constructiva. Si bien el Dios que se manifiesta en el relato de la predicación de Jonás en la capital del reino de Asiria, al norte de Israel, es un Dios compasivo que “se arrepintió de la catástrofe con que había amenazado a Nínive y no la ejecutó”, el Dios revelado por Jesús -que es el mismo del relato del libro de Jonás- ya no se presenta bajo el signo de la amenaza, sino invitando a colaborar con Él en la construcción de su Reino. Se trata de una invitación dirigida también a nosotros para que cambiemos las actitudes egoístas por una nueva forma de vida en la que le abramos libremente a Dios, en nuestra existencia personal y en nuestro entorno social, el espacio necesario para que el poder de su amor actúe constructivamente en nosotros y en nuestra sociedad. 3.- Les dijo: “Vengan conmigo”… Inmediatamente dejaron las redes y le siguieron El domingo pasado el Evangelio según san Juan nos presentaba el relato del inicio de la vocación los tres primeros discípulos de Jesús: Juan, Andrés y Simón Pedro. El Evangelio según san Marcos nos cuenta hoy la definición del llamamiento que el propio Jesús les hizo a los mismos tres primeros y otro más: Santiago, el hermano de Juan. La definición del llamamiento es clara y directa: “Vengan conmigo”. Pero no es una orden, es una invitación, una propuesta. Y aquellos pescadores fueron de tal modo atraídos por la invitación que Jesús les hizo, que “inmediatamente dejaron las redes y lo siguieron”. También nosotros, cada cual en sus circunstancias concretas, somos invitados por el Señor -y esa invitación puede estar repitiéndose aquí y ahora- a seguirlo de determinada manera, en un estado de vida específico para contribuir al establecimiento del Reino de Dios en el entorno social concreto en el que nos corresponde vivir. Para que ese seguimiento sea una realidad, tenemos que “dejar las redes”, como lo hicieron los primeros discípulos de Jesús, es decir, deshacernos de todo cuanto nos “en-reda” y por lo mismo nos impide emprender el camino que Dios nos indica. “La vida es corta” y “este mundo es pasajero”, dice n la segunda lectura el apóstol san Pablo

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El Mensaje Del Domingo 14 de Diciembre

III Domingo de Adviento – Ciclo B Por: Gabriel Jaime Pérez, S.J.   Hubo un hombre llamado Juan, a quien Dios envió como testigo para que diera testimonio de la luz y todos creyeran por lo que él decía. Juan no era la luz, sino enviado a dar testimonio de la luz. Este es el testimonio de Juan, cuando las autoridades judíasenviaron desde Jerusalén sacerdotes y levitas a preguntarle a Juan quién era él. Y él confesó claramente: “Yo no soy el Mesías”. Le volvieron a preguntar: “¿Quién eres, pues? ¿El profeta Elías?”Juan dijo: “No lo soy”. Ellos insistieron: “Entonces, ¿eres el profeta que ha de venir?”Contestó: “No”. Le dijeron: “¿Quién eres, pues? Tenemos que llevar una respuesta a los que nos enviaron. ¿Qué nos puedes decir de ti mismo?” Juan les contestó: “Yo soy una voz que grita en el desierto: ‘Abran un camino derecho para el Señor’, tal como dijo el profeta Isaías”.Los que fueron enviados por los fariseos a hablar con Juan, le preguntaron: “Pues si no eres el Mesías, ni Elías ni el profeta, ¿por qué bautizas?” Juan les contestó: “Yo bautizo con agua; pero entre ustedes hay uno a quien no conocen, que viene después de mí. Yo ni siquiera merezco desatarle la correa de sus sandalias.Todo esto sucedió en el lugar llamado Betania,al otro lado del río Jordán, donde Juan estaba bautizando (Juan 1, 6-8.19-28). En los textos bíblicos de este domingo [Isaías 61, 1-2.10-11; Alabanza de María (Lucas 1, 46-54);1 Tesalonicenses 5,16-24; Juan 1, 6-8.19-28] encontramos una triple invitación: a estar siempre alegres, a reconocer al Señor que viene a nosotros y a disponernos para el encuentro definitivo con Él. Preguntémonos cómo podemos responder en este tiempo del Adviento, cuando nos acercamos a la Navidad. 1.- Una invitación a estar siempre alegres en Dios, nuestro salvador La profecía del libro de Isaías en el siglo VI antes de Cristo, el canto de María Santísima -que se recita como salmo responsorial- y la primera carta de san Pablo escrita a los cristianos de Tesalónica en Grecia, hacen énfasis en la alegría como característica de la fe y la esperanza en Dios.  Desbordo de gozo y alegría en el Señor, dice el profeta; se alegra mi espíritu en Dios, mi Salvador, exclama María; vivan siempre alegres, escribe Pablo, quien asimismo les haría después una exhortación similar a los cristianos de Filipos en Macedonia: “estén siempre alegres en el Señor, les repito, estén alegres” (Filipenses 4, 4-5). Diciembre es un mes de alegría. Pero ¿qué clase de alegría? Para muchos, las fiestas navideñas consisten en el consumo desbocado de licor, las comilonas, la bulla. Pero ahí no está la verdadera alegría, es un gozo aparente y vacío debido a la ausencia de los valores espirituales. La alegría auténtica es aquella que surge del descubrimiento de la presencia salvadora del Señor en nuestra vida cuando acogemos con todo nuestro ser a Aquél que, tal como lo dijo el profeta, vendría a anunciar la “Buena Noticia”, a sanar, a proclamar el perdón, la libertad y el verdadero amor. Esta Buena Noticia (que es lo que originariamente significa en griego la palabra Evangelio) va dirigida con preferencia a los pobres y a todos los que se reconocen necesitados de salvación. Y Dios mismo nos invita a comunicarla a nuestro alrededor, practicando la justicia e identificándonos con su amor tal como éste se nos ha manifestado en nuestro Señor Jesucristo. 2.- Una invitación a reconocer al Señor que viene a nosotros En el Evangelio, los sacerdotes y levitas, es decir los encargados del culto en el Templo de Jerusalén, que por su oficio se supone que estaban llamados a reconocer la presencia de Dios, le preguntan a Juan el Bautista quién es -cuál es su misión-, y él les responde con una invitación a descubrir esa presencia y su acción salvadora en Jesús de Nazaret: “entre ustedes hay uno a quien no conocen”. Esta misma invitación llega hoy también a nosotros. ¿Realmente reconocemos su presencia? La respuesta a esta pregunta no será correcta si no sabemos descubrirlo en quienes Él nos dijo que estaría siempre: en los pobres, en los necesitados. Por eso, para celebrar auténticamente la Navidad, nuestra conducta debe mostrar que lo reconocemos no sólo en su vida terrena hace poco más de dos mil años, no sólo en la acción de su Espíritu Santo hoy a través de la Iglesia y los sacramentos, sino también y especialmente en las personas por las que Él mostró su preferencia: los rechazados, los marginados, los desposeídos, las víctimas de la injusticia y de la violencia. ¿Qué hemos hecho, qué estamos haciendo, qué podemos y debemos hacer por ellos? 3.- Una invitación a disponernos para el encuentro definitivo con el Señor Durante todo el Adviento, la preparación para celebrar la venida del Señor que se hizo presente en medio de la humanidad con el nacimiento de Jesús, va unida a la expectativa de su llamada “segunda venida” o “venida gloriosa” al final de los tiempos. Tanto en el conjunto de las lecturas bíblicas como en los “prefacios” o introducciones a la plegaria eucarística de la consagración del pan y del vino que se convierten para nosotros en el cuerpo y la sangre, en la vida del Señor que se hace presente para alimentarnos y hacernos comunidad con Él y entre nosotros, aparece durante este tiempo litúrgico la unión entre la conmemoración de la primera venida de Cristo en la humildad de nuestra carne y la esperanza activa en su venida gloriosa y definitiva, que para cada uno de nosotros sucederá cuando pasemos de este mundo a la eternidad. Tal esperanza activa consiste precisamente en comportarnos de tal modo “que todo nuestro ser (…) se conserve sin mancha hasta la venida de nuestro Señor Jesucristo”, como escribe san Pablo en la segunda lectura. Para ello es necesario, como dice también en el mismo texto bíblico el apóstol, orar sin cesar, no impedir la acción del Espíritu Santo, discernir para retener lo bueno y abstenerse

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El Mensaje Del Domingo 7 de Diciembre

II Domingo de Adviento – Ciclo B Por: Gabriel Jaime Pérez, S.J. Comienzo del Evangelio de Jesucristo, Hijo de Dios. Sucedió como está escrito en el libro del profeta Isaías: “Yo envío a mi mensajero delante de ti, para que te prepare el camino. Una voz grita en el desierto: ¡Preparen el camino del Señor! ¡Ábranle vías rectas!” Así se presentó Juan Bautista en el desierto, llamando a todos a convertirse y a bautizarse para obtener el perdón de los pecados. Y empezó a acudir a él gente de toda Judea y todos los habitantes de Jerusalén; confesaban sus pecados y él los bautizaba en el río Jordán. Juan tenía una capa hecha de pelo de camello, de la cintura para abajo llevaba una prenda de cuero y comía langostas y miel silvestre. En su predicación decía: “Detrás de mí viene el que es más poderoso que yo. Ni siquiera yo merezco agacharme a desatarle la correa de las sandalias. Yo los he bautizado a ustedes con agua, pero Él los va a bautizar con Espíritu Santo” (Mc 1, 1-8). El Reino de Dios que viene en la persona de Jesús, cuyo nacimiento nos disponemos a celebrar, es la presencia del poder de su amor que nos libra de toda esclavitud. Para que esta liberación llegue efectivamente a nosotros es necesario que le preparemos el camino al Señor, procurando llevar una vida con la cual demos testimonio de nuestra esperanza. Este es, en síntesis, el mensaje que nos trae el Evangelio de hoy (Marcos 1, 1-8), lo mismo que las demás lecturas bíblicas de este II Domingo de Adviento [Isaías 40, 1-5; Salmo 85 (84); II Carta de san Pedro 3, 8-14]. 1. “Consuelen a mi pueblo, háblenle con cariño, díganle que su esclavitud terminó” El libro profético que lleva el nombre de Isaías fue escrito por tres autores distintos. La primera parte (capítulos 1 a 39) es del propio profeta cuya predicación comenzó hacia el año 740 a. C. La segunda (capítulos 40 a 55) es de otro autor de la escuela de Isaías y fue escrita cuando estaba por concluir el destierro de los judíos en Babilonia, que duró del año 578 al 538 a. C.; la tercera (capítulos 56 a 66), perteneciente a un autor de la misma escuela, fue redactada en la época inmediatamente posterior a dicho destierro. La primera lectura corresponde al inicio de la segunda parte, que empieza con una voz de consuelo. Por eso, y por el tema que desarrolla, esta parte se denomina Libro de la Consolación de Israel. Los maestros espirituales posteriores a Jesucristo, como san Ignacio de Loyola, llaman consolación al estado de gozo espiritual producido por un sentimiento vivo de la presencia de Dios que nos abre a la esperanza, todo lo contrario a la desolación, en la cual se experimentan la tristeza y el desánimo. En el Adviento se nos invita a disponernos para vivir la alegría espiritual que surge de nuestra fe en Dios que nos ama y nos habla al corazón, ofreciéndonos su consuelo en medio de las situaciones difíciles. Él mismo en persona vino en el pasado, sigue viniendo ahora y vendrá al final de los tiempos para liberar a todo ser humano dispuesto a recibirlo de todo cuanto le impide ser verdaderamente feliz. Y es significativo a este respecto el empleo que el libro de Isaías hace de la imagen del pastor que recoge los corderos y las ovejas para reunirlas y cuidarlas. 2. “Una voz grita en el desierto: ¡Preparen el camino del Señor!” En el Evangelio, Juan Bautista, el precursor de Jesús, invita a sus contemporáneos a la conversión y los bautiza a orillas del río Jordan, en el desierto de Judea. En él reconocieron los primeros cristianos la voz que grita en el desierto anunciada cinco siglos y medio antes por el texto profético del “segundo Isaías”. Y es enormemente significativo que sea en el desierto, símbolo de todos los desapegos, y junto a las aguas refrescantes del río, donde se empieza a anunciar la venida del Señor. En la antigüedad, cuando un rey o un jefe derrotaban a sus enemigos, su pueblo les preparaba un camino por el que llegaban en marcha triunfal haciendo su entrada gloriosa en la ciudad. Tanto el texto profético del libro de Isaías como los cuatro evangelios -este domingo el de Marcos-, que fue el primero que se escribió, hacia el año 60 de la era cristiana-, emplean la misma imagen para significar la disposición interior con la cual se nos invita a prepararnos para que la presencia salvadora del Señor llegue efectivamente a cada uno de nosotros. El camino que Juan Bautista invita a preparar consiste básicamente en reconocer que necesitamos ser liberados de todo tipo de esclavitud, empezando por la de nuestro propio egoísmo, la de nuestros apegos o afectos desordenados que nos atan y nos impiden llevar una vida rectamente orientada al advenimiento del “Reino de Dios” mediante el cumplimiento de su voluntad. Se trata de remover los obstáculos con los cuales podemos estarle cerrando el camino al Señor: “que los valles se levanten, que los montes y las colinas se abajen, que lo torcido se enderece y lo escabroso se iguale”. 3.- “Esperamos un cielo nuevo y una tierra nueva, en los que habite la justicia” Los primeros cristianos fueron descubriendo que la llamada “venida gloriosa del Señor” -es decir, el retorno futuro de Jesús resucitado- no sucedería tan pronto como ellos lo habían pensado en un principio. La segunda carta de Pedro, atribuida al apóstol de este nombre pero cuya autoría por parte de él es discutida por los estudiosos de la Biblia, fue escrita probablemente entre finales del siglo I y comienzos del II d. C. Sin embargo, ha sido reconocida por la Iglesia Católica como en un escrito “canónico” -y por lo tanto inspirado por Dios- y presenta una reflexión que llega hoy hasta nosotros en la segunda lectura, expresando un profundo sentido de esperanza con base en

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El Mensaje Del Domingo 30 de Noviembre

I Domingo de Adviento – Ciclo B Por: Gabriel Jaime Pérez, S.J. En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos:”Miren, vigilen: pues no saben ustedes cuando es el momento. Es igual que un hombre que se fue de viaje y dejo su casa, y le asignó a cada uno de sus servidores su tarea, encargando al portero que vigilara. Vigilen entonces ustedes, pues no saben cuándo vendrá el dueño de la casa, si al atardecer, o a medianoche, o al canto del gallo, o al amanecer; no sea que venga inesperadamente y los encuentre dormidos.Lo que les digo a ustedes lo digo a todos: ¡Vigilen!” (Marcos 13, 33-37). Comienza hoy un nuevo ciclo anual en la liturgia de la Iglesia con el Adviento, nombre proveniente del latino Adventus, que significa venida, llegada, advenimiento. La petición de Padrenuestro en la que decimos venga a nosotros tu reino -en latín adveniat regnum tuum- es la propia de este tiempo durante el cual nos preparamos para celebrar la Navidad, y en el que se nos invita a la conversión, a la esperanza y a la vigilancia.  1.- Un tiempo en el que se nos invita a la conversión El libro profético de Isaías, del cual se toman las primeras lecturas de los cuatro domingos del Adviento, nos presenta en el texto correspondiente a este primer domingo (Isaías 63, 16 – 64, 7) una oración que podemos hacer nuestra hoy, aplicándola a la situación de un mundo que, como en aquellos tiempos, experimenta el vacío de Dios porque vive de espaldas a Él, sin reconocerlo ni tenerlo en cuenta. “¡Ojalá rasgaras el cielo y bajaras!”, exclama el profeta, expresando con esta imagen el reconocimiento de la necesidad que todos tenemos de Dios como “nuestro Padre” (creador) y como “nuestro Redentor”, en medio de una realidad comparable a la sequía del desierto producida por la ausencia del único que nos puede dar la vida verdadera. Una ausencia que no es culpa de Dios mismo, sino del ser humano cuando pretende ignorarlo o desterrarlo de su existencia. Para los creyentes en Jesucristo, la oración del texto profético del libro de Isaías y la plegaria del Salmo 80 (79) -“Ven a salvarnos”- fueron respondidas con la encarnación del Hijo de Dios en Jesús de Nazaret hace poco más de veinte siglos. Sin embargo, hoy como entonces necesitamos que su acción redentora llegue hasta cada uno de nosotros como resultado de una disposición sincera a convertirnos, es decir, a volvernos a Él y dejarnos transformar por la acción de su Espíritu. ¿Cómo realizar una auténtica conversión? Pues aprovechando este tiempo del Adviento para hacer una revisión de nuestra vida y descubrir cómo debemos orientarla o reorientarla hacia Dios en el cumplimiento de su voluntad. Porque la petición “venga a nosotros tu reino” corresponde a la disposición que manifestamos cuando decimos sinceramente: “hágase tu voluntad así en la tierra como en el cielo”. 2.- Un tiempo en el que se nos invita a la esperanza  “Ustedes esperan el día en que aparezca nuestro Señor Jesucristo”, les escribe el apóstol san Pablo a los cristianos de la ciudad griega de Corinto (1 Corintios 1, 3-9). Este mensaje de la segunda lectura de este domingo llega hoy a cada uno de nosotros para que alimentemos en nuestra vida una de las tres virtudes llamadas “teologales”, es decir, las referidas a Dios -fe, esperanza y caridad-. La virtud teologal de la esperanza nos anima a mirar el porvenir con optimismo, aun en medio de las dificultades y problemas que podamos estar experimentando en el presente, porque creemos en Jesucristo y sabemos que “Él es fiel” a sus promesas. La manifestación del Reino de Dios en nuestro Señor Jesucristo desde su encarnación y su nacimiento como Dios hecho hombre, no es sólo un acontecimiento que sucedió hace veinte siglos. Él sigue llegando y manifestándose a cada persona que esté dispuesta de verdad a recibirlo, y se hace presente para alimentarnos con su propia vida en la Eucaristía. Cada vez que celebramos este “sacramento de nuestra fe”, repetimos la misma invocación con que los primeros cristianos expresaban la esperanza en su venida gloriosa: “¡Ven, Señor Jesús!” (Apocalipsis 22, 20). De modo similar, en la tradicional novena de Navidad que pronto volverá a resonar una vez más con sus gozos y villancicos, le diremos: “¡Ven a nuestras almas, ven no tardes tanto!”. En efecto, en este tiempo del Adviento se nos invita a proclamar nuestra esperanza en el Reino de Dios que ya vino hace poco más de dos mil años en la persona de Jesús, que sigue llegando a cada uno de nosotros cuando acogemos con nuestro comportamiento la palabra de Señor y recibimos a Jesús en la comunión, y que se manifestará en forma plena, definitiva y gloriosa al final de los tiempos. Para cada uno de nosotros, este final de los tiempos será el momento del paso de la vida presente a la eternidad. 3.- Un tiempo en el que se nos invita a la vigilancia “Manténganse ustedes despiertos y vigilantes”, nos dice Jesús en el Evangelio (Marcos 13, 33-37), como conclusión de la parábola de los servidores que aguardan la llegada del dueño de la casa en cualquier momento. Cada uno de nosotros, como servidor fiel del Señor, es invitado especialmente en este tiempo del Adviento a mantenerse atento a su llegada. Tres veces aparece en este texto la invitación a que estemos vigilantes. Y la invitación es no sólo para unos cuantos, sino para todos: “Lo que les digo a ustedes lo digo a todos”. ¿Cómo mantenernos despiertos y vigilantes? Pues, precisamente, uniendo nuestra actitud sincera de conversión a la renovación de nuestra esperanza activa en la manifestación plena del Reino de Dios inaugurado por nuestro Señor Jesucristo. Porque la auténtica virtud de la esperanza no es una espera pasiva en que Dios solucionará nuestros problemas sin poner nosotros de nuestra parte, sino todo lo contrario: una disposición activa a preparar el advenimiento (el “adviento”) del Reino de Dios, haciendo

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El Mensaje Del Domingo 23 de Noviembre

XXXIV  Domingo – Tiempo Ordinario – Ciclo A Jesucristo  Rey Del Universo Por: Gabriel Jaime Pérez, S.J. En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos: “Cuando el Hijo del hombre venga, rodeado de esplendor y de todos sus ángeles,se sentará en su trono glorioso.La gente de todas las naciones se reunirá delante de él, y él separará unos de otros como el pastor separa las ovejas de las cabras. Pondrá las ovejas a su derecha y las cabras a su izquierda. Y dirá el Rey a los que estén a su derecha: ‘Vengan, benditos de mi Padre y reciban el reino preparado para ustedes desde que Dios hizo el mundo. Pues tuve hambre y me dieron de comer; tuve sed y me dieron de beber; fui forastero y me dieron alojamiento; estuve sin ropa y me la dieron, enfermo y me visitaron, en la cárcel y vinieron a verme.’ Entonces los justos preguntarán: ‘Señor, ¿cuándo te vimos con hambre y te dimos de comer, con sed y te dimos de beber, como forastero y te dimos alojamiento, sin ropa y te la dimos, enfermo o en la cárcel y fuimos a verte?’ El Rey les contestará: ‘Les aseguro que todo lo que hicieron con uno de estos hermanos míos más humildes, conmigo lo hicieron.’ Luego dirá a los que estén a su izquierda: ‘Apártense de mí, los que merecieron la condenación; váyanse al fuego eterno preparado para el diablo y sus ángeles.Pues tuve hambre y no me dieron de comer; tuve sed y no me dieron de beber; fui forastero y no me dieron alojamiento, estuve sin ropa y no me la dieron, enfermo y en la cárcel y no vinieron a visitarme.’ Entonces ellos le preguntarán: ‘Señor, ¿cuándo te vimos con hambre o con sed, como forastero, falto de ropa, enfermo o en la cárcel, y no te ayudamos?’ El Rey les contestará: ‘Les aseguro que todo lo que no hicieron con uno de estos hermanos míos más humildes, tampoco conmigo lo hicieron.’ Estos irán al castigo eterno, y los justos a la vida eterna.” (Mateo 25, 31-46). 1.- “Cuando el Hijo del hombre venga rodeado de esplendor (…), se sentará en su trono glorioso y la gente de todas las naciones se reunirá delante de Él” ¿Qué significado puede tener en el mundo actual la referencia a Jesucristo como “Rey del Universo”? Él en su vida terrena se negó a dejarse proclamar rey, presentándose en cambio como el servidor de todos, especialmente de los pobres y necesitados. Justamente por ello reconocemos ahora su soberanía, no en el sentido de los poderes terrenales, sino en el plano espiritual. Proclamar a Jesucristo como Rey del Universo es relativizar todos los poderes de este mundo, porque las instituciones humanas no son fines en sí mismas sino que deben estar orientadas a la realización del Reino de Dios, que como lo dice el prefacio propio de la Misa de hoy al comienzo de la plegaria eucarística, es el “el reino de la verdad y la vida, el reino de la santidad y la gracia, el reino de la justicia, el amor y la paz”. En el Credo decimos que Jesucristo resucitado subió a los cielos y está sentado a la derecha de Dios Padre todopoderoso, y desde allí ha de venir a juzgar a los vivos y a los muertos. La imagen del trono, correspondiente a la época en que el soberano hacía sentar a su derecha a quien había triunfado sobre los enemigos, es empleada para expresar una realidad trascendente que el lenguaje humano no alcanza a abarcar: que Jesús, después de su muerte y resurrección, participa plenamente en su naturaleza divina y humana de la gloria de Dios Padre, quien le ha dado el poder para reinar sobre el universo y “aniquilar todos los poderes del mal”, como dice san Pablo en la segunda lectura (I Corintios, 15, 20-28).. 2.- “Él separará unos de otros, como el pastor separa las ovejas de las cabras…” Otra imagen simbólica del Reino de Dios es la del pastor, frecuentemente empleada en los textos bíblicos y que nos remite a la experiencia de Israel, un pueblo originariamente de pastores. En la primera lectura tomada del libro de Ezequiel (34, 11-17), este profeta del siglo VI a.C. usa la figura del pastor para referirse a Dios que guía y dirige en persona a su pueblo “como el pastor que se preocupa por sus ovejas”, en el contexto de una crítica a los jefes políticos y religiosos que habían incumplido su misión de servir como instrumentos de Dios para regirlo y orientarlo por caminos de justicia y de paz. Esta misma imagen la encontramos en uno de los Salmos más conocidos, el que comienza diciendo El Señor es mi pastor [Salmo 23 (22)]. Varios siglos más tarde, Jesús iba a referirse a sí mismo no sólo como el pastor que va en busca de las ovejas descarriadas (Mateo 18, 12-14), sino también, y así lo vemos en su última parábola antes de someterse a la pasión y muerte de cruz, como el pastor que en el juicio final separará a las ovejas de las cabras, para indicar quiénes merecerán la felicidad y quiénes la desgracia eterna. Aquí las ovejas son símbolo de bondad y las cabras del poder destructor del mal, y su ubicación respectiva a la derecha o a la izquierda se relaciona con la costumbre que tenían los reyes de situar a su derecha a quienes recompensaban por sus méritos (y por eso decimos que Cristo resucitado está sentado a la derecha de Dios Padre). 3.- “Lo que hicieron por uno de estos hermanos míos más humildes, por mí lo hicieron (…). Lo que no hicieron (…), tampoco por mí lo hicieron” Uno de los más eximios poetas y místicos de todos los tiempos, el carmelita español Juan de Yepes, quien pasó a la historia como San Juan de la Cruz (1542-1591), escribió una frase que es inevitable evocar cuando reflexionamos sobre el Evangelio

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El Mensaje Del Domingo 9 de Noviembre

XXXII Domingo – Ciclo A – Dedicación de la Basílica de Letrán  Por: Gabriel Jaime Pérez, S.J.   Estando cerca la Pascua de los judíos, Jesús subió a Jerusalén, y encontró en el templo a los vendedores de novillos, ovejas y palomas, y a otros sentados en sus puestos cambiando dinero. Entonces hizo un azote de cuerdas y los expulsó a todos del templo, lo mismo que a los novillos y las ovejas, y tiró al suelo las monedas de los que cambiaban dinero y les volcó las mesas. Y a los que vendían las palomas les dijo: “¡Quiten esto de aquí! ¡No sigan haciendo de la casa de mi Padre un mercado!”. Sus discípulos se acordaron de lo que está escrito: “El celo por tu casa me devorará”. Las autoridades judías se dirigieron a Jesús y le dijeron: “¿Qué prueba nos das de que tienes derecho a hacer esto?” Jesús les respondió. “Destruyan este santuario, y en tres días lo reconstruiré”. Las autoridades judías le replicaron: “Cuarenta y seis años llevan restaurando este santuario, ¿y tú lo vas a reconstruir en tres días?” Pero el santuario del que hablaba era su cuerpo. Así pues, cuando Jesús resucitó de entre los muertos, sus discípulos cayeron en la cuenta de que a eso se refería y dieron fe a la Escritura y a las palabras que había dicho Jesús (Evangelio según san Juan 2, 13-22). El 9 de noviembre la liturgia conmemora la dedicación de la Basílica de Letrán, la más antigua de Roma y de la Iglesia. El nombre de Basílica, que en griego significa Casa del Rey, lo llevan algunos templos a los que el Papa les concede ese honor. El Palacio de Letrán -preexistente a la iglesia-, que había pertenecido a una familia noble romana de nombre Laterani, le fue donado por el emperador romano Constantino, convertido al cristianismo, al Papa san Silvestre (314-355), quien lo consagró como templo católico el 9 de noviembre del año 324, y desde entonces se constituyó en Catedral del Papa como Obispo de Roma, y como tal fue su sede (o su cátedra -de donde proviene la palabra catedral-) hasta el siglo XIV en que los Papas se trasladaron al Vaticano, después de haber estado la residencia papal en la ciudad francesa de Avignon entre los años 1309 y 1377. En su entrada se lee: Madre y Cabeza de toda las Iglesias de la Ciudad y del Mundo. Aunque inicialmente fue dedicada al Divino Salvador, hoy se llama Basílica de San Juan de Letrán porque tiene dos capillas dedicadas respectivamente a san Juan Bautista y a san Juan Evangelista. En la edificación contigua llamada Palacio de Letrán,que fue la residencia papal en Roma antes del traslado de los papas al Vaticano, se celebraron cinco Concilios (reuniones de los obispos de todo el mundo). Hoy en el Palacio de Letrán vive el Vicario Episcopal de Roma, un Arzobispo delegado por el Papa para el gobierno de su Catedral-Basílica de San Juan de Letrán. Para celebrar su dedicación, la liturgia propone varios textos bíblicos relacionados con el tema del templo: Ezequiel 47, 1-12; Salmo 46 (45); 1 Corintios 3, 9-17 y Juan 2, 13-22. 1. ¡No sigan haciendo de la casa de mi Padre un mercado! El Templo de Jerusalén era para los judíos el lugar de la presencia de Dios. En él se guardaba el Arca de la Alianza, un cofre con los diez mandamientos promulgados doce siglos antes en el monte Sinaí. Un primer templo, edificado por el rey Salomón hacia el siglo X a.C., había sido arrasado en el año 587 bajo el imperio babilónico de Nabucodonosor. El segundo templo, al que se refiere el profeta Ezequiel en la primera lectura, fue construido en el mismo sitio por Zorobabel, descendiente de Salomón, del 520 al 515 a. C., después del cautiverio de los judíos en Babilonia. Unos 5 siglos más tarde el rey Herodes el Grande había iniciado su reconstrucción con mayor esplendor, En tiempos de Jesús todavía continuaba su restauración, y unos 40 años después, en el 70, iba a ser incendiado por el ejército romano, quedando en pie sólo lo que existe hoy con el nombre de “Muro de las Lamentaciones”. El Evangelio nos muestra la actitud tajante de Jesús contra toda forma de comercio de la religión. Hoy podría repetirse este mismo episodio en muchos lugares en los cuales se trafica con la fe religiosa, tanto dentro del catolicismo como de otras confesiones religiosas cristianas y no cristianas. “El celo por tu casa me devorará”, dice el texto de Juan citando el verso 9 del Salmo 69 (68); en los otros tres Evangelios (Mt 21, 12-13; Mc 11, 15-18; Lc 19, 45-46), Jesús les dice a los mercaderes, evocando al profeta Isaías (57, 9), “Mi casa es casa de oración”, y agrega: “y ustedes la han convertido en cueva de ladrones”. Estas mismas palabras pueden ser aplicadas a las formas de mercadeo religioso que encontramos con frecuencia cuando se considera la relación con Dios como un asunto de compraventa, y no pocos mercachifles se aprovechan de la credulidad ingenua de muchos para explotarlos, especialmente a los pobres. Por eso el Evangelio nos interpela de manera especial a quienes tenemos la misión de hacer de la Iglesia un espacio en el que tenga lugar la verdadera relación con Dios, que “ni se compra ni se vende”. 2. Destruyan este santuario, y en tres días lo reconstruiré Esta referencia de Jesús a su muerte y resurrección después de expulsar a los mercaderes del templo se encuentra únicamente en el relato del Evangelio de Juan, y el propio evangelista explica a renglón seguido su significado: “el santuario del que hablaba era su cuerpo”. Pues bien, así como Jesús considera su cuerpo el lugar de la presencia de Dios (Él es el “Emmanuel”, el “Dios-con-nosotros”, como había dicho Isaías refiriéndose al Mesías), también nosotros podemos reconocer en la Iglesia, Cuerpo Místico de Cristo, la continuación de esa misma presencia en la historia humana,

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El Mensaje Del Domingo 2 de Noviembre

XXXI Domingo del Tiempo Ordinario – Conmemoración de los Difuntos  Por: Gabriel Jaime Pérez, S.J. En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos: “Cuando el Hijo del hombre venga, rodeado de esplendor y de todos sus ángeles,se sentará en su trono glorioso.La gente de todas las naciones se reunirá delante de él, y él separará unos de otros, como el pastor separa las ovejas de las cabras. Pondrá las ovejas a su derecha y las cabras a su izquierda. Y dirá el Rey a los que estén a su derecha: ‘Vengan ustedes, los que han sido bendecidos por mi Padre; reciban el reino que está preparado para ustedes desde que Dios hizo el mundo’. ‘Pues tuve hambre, y ustedes me dieron de comer; tuve sed, y me dieron de beber; anduve como forastero, y me dieron alojamiento. Estuve sin ropa, y ustedes me la dieron; estuve enfermo, y me visitaron; estuve en la cárcel, y vinieron a verme.’ Entonces los justos preguntarán: ‘Señor, ¿cuándo te vimos con hambre, y te dimos de comer? ¿O cuándo te vimos con sed, y te dimos de beber? ¿O cuándo te vimos como forastero, y te dimos alojamiento, o sin ropa, y te la dimos? ¿O cuándo te vimos enfermo o en la cárcel, y fuimos a verte?’ El Rey les contestará: ‘Les aseguro que todo lo que hicieron por uno de estos hermanos míos más humildes, por mí mismo lo hicieron.’ “Luego el Rey dirá a los que estén a su izquierda: ‘Apártense de mí, los que merecieron la condenación; váyanse al fuego eterno preparado para el diablo y sus ángeles.Pues tuve hambre, y ustedes no me dieron de comer; tuve sed, y no me dieron de beber; anduve como forastero, y no me dieron alojamiento; sin ropa, y no me la dieron; estuve enfermo, y en la cárcel, y no vinieron a visitarme.’ Entonces ellos le preguntarán: ‘Señor, ¿cuándo te vimos con hambre o con sed, o como forastero, o falto de ropa, o enfermo, o en la cárcel, y no te ayudamos?’ El Rey les contestará: ‘Les aseguro que todo lo que no hicieron por una de estas personas más humildes, tampoco por mí lo hicieron.’ Esos irán al castigo eterno, y los justos a la vida eterna.” (Mateo 25, 31-46). Un día después de la fiesta de “Todos los Santos” (no sólo los proclamados públicamente, sino también los innumerables que vivieron en la amistad de Dios a través de los tiempos -Plegaria Eucarística II-), la Iglesia celebra el 2 de noviembre la “Conmemoración de  los fieles difuntos”. En este año el calendario litúrgico indica que la Misa dominical es la de los Difuntos, respetando una tradición arraigada en la piedad cristiana y en la religiosidad popular, pero que es preciso depurar de connotaciones paganas para situarla en la perspectiva de la fe en Jesús resucitado y en nuestra futura resurrección. Al disponemos a orar por todos los que se durmieron en la esperanza de la resurrección (Plegaria Eucarística II), meditemos sobre el sentido cristiano de la muerte a la luz del Evangelio de Mateo -teniendo en cuenta asimismo el texto de Juan 11, 25-26-, y de las otras lecturas propuestas para esta conmemoración (Job 19, 23-27ª y 2ª Corintios 5, 1.6-10). 1. En el atardecer de nuestras vidas, seremos juzgados en el amor Esta frase de san Juan de la Cruz (1542-1591) resume el contenido del Evangelio. Lo que contará finalmente a favor o en contra en nuestro destino eterno al encontrarnos con el Señor después de la muerte es lo que en esta vida, según nuestras posibilidades, hayamos hecho o dejado de hacer por los demás, especialmente por los más necesitados. Atención: cuenta lo que hayamos hecho, pero también lo que hayamos dejado de hacer. Una de las fórmulas de oración penitencial en la Iglesia Católica comienza con las palabras “Yo confieso (…) que he pecado mucho de pensamiento, palabra, obra y omisión”. El mandamiento del amor a Dios sobre todas las cosas y al prójimo como a sí mismo implica no sólo evitar el mal (no hagas a los demás lo que no quieres para ti) sino también hacer el bien (trata a los demás como quisieras que ellos te traten a ti). Por eso la conmemoración de los difuntos es una oportunidad que Dios nos ofrece para revisar cómo estamos en aquello por lo cual seremos juzgados “en el atardecer de nuestra vida”. 2. Recuerde el alma dormida / avive el seso y despierte contemplando / cómo se pasa la vida / cómo se viene la muerte tan callando… Con estos versos, escritos en el siglo XV por el poeta español llamado Jorge Manrique (1440-1479) comienzan sus Coplas a la muerte de su padre, que nos invitan a estar preparados para el momento de nuestro encuentro definitivo con Dios. Estos otros del mismo poema son muy significativos: “Este mundo es el camino / para el otro, que es morada sin pesar; / mas cumple tener buen tino / para andar esta jornada sin errar. / Partimos cuando nacemos, / andamos mientras vivimos, y llegamos / al tiempo que fenecemos; así que, cuando morimos, descansamos. / Este mundo bueno fue / si bien usáremos d’él como debemos…” Hoy esta reflexión sigue vigente, y su contenido viene a ser en el fondo el mismo de la canción compuesta más recientemente por el cantautor colombiano Juanes bajo el título La vida es un ratico: No dejemos que se nos acabe, que todavía hay muchas cosas por hacer. No dejemos que se nos acabe, que la vida es un ratico, un ratico nada más. 3. Yo, en persona, veré a Dios, con mis propios ojos he de verlo Esto dice en la primera lectura el texto bíblico del libro de Job, una de las joyas más hermosas de la literatura universal. Job es un personaje simbólico que representa la pregunta existencial del ser humano al experimentar el sufrimiento y ante la realidad ineludible de la muerte. Y la respuesta que

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El Mensaje Del Domingo – 26 de Octubre

XXX Domingo – Tiempo Ordinario – Ciclo A Por: Gabriel Jaime Pérez, S.J. Los fariseos se reunieron al saber que Jesús había hecho callar a los saduceos, y uno que era maestro de la ley, para tenderle una trampa, le preguntó: “Maestro, ¿cuál es el mandamiento más importante de la Ley?” Jesús le dijo: “‘Ama al Señor tu Dios con todo tu corazón, toda tu alma y toda tu mente’.Este es el más importante y el primero de los mandamientos. Pero hay un segundo, parecido a este; dice: ‘Ama a tu prójimo como a ti mismo.’ En estos dos mandamientos se basan toda la ley y los profetas” (Mateo 22, 34-40). 1.- ¿Cuál es el mandamiento principal? En general los maestros o doctores de la Ley en tiempos de Jesús solían entender los mandamientos de Dios como obligaciones que constituían una carga bastante pesada, debido a la cantidad de formalismos y preceptos rituales que habían hecho del judaísmo una religión muy complicada. Para Jesús, en cambio, el significado de los mandamientos es la invitación de Dios a corresponder a su amor rechazando la idolatría -es decir, no endiosando las cosas ni los poderes terrenales- y tratándonos los unos a los otros como hijos e hijas de un mismo Creador. La promulgación del Decálogo comienza en el libro del Éxodo (20, 1-21) dos capítulos antes del texto de la primera lectura de este domingo (Éxodo 22, 20-26), con una introducción en la que Dios le recuerda a su pueblo lo que ha hecho por él: Yo soy el Señor tu Dios, que te sacó de Egipto, donde eras esclavo. La puesta en práctica de los 10 mandamientos -los 3 primeros referidos directamente a Dios y los otros 7 al prójimo- era para los israelitas la forma de corresponder al amor de Dios en el marco de un pacto celebrado entre Él y su pueblo en tiempos de Moisés (siglo 12 a.C.). Tal es el sentido del Código de la Alianza, del que hace parte la primera lectura y que es un desarrollo del Decálogo (Éxodo 20, 22-23.33). 2.- Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, toda tu alma y toda tu mente La respuesta de Jesús al maestro de la Ley comienza con una cita del Deuteronomio, (nombre que significa segunda promulgación de la Ley), un libro encontrado en el Templo de Jerusalén 7 siglos a.C. en el que se evoca el testamento que Moisés le dejó al pueblo de Israel antes de morir. En él aparecen de nuevo los 10 mandamientos con la misma introducción: Yo soy el Señor tu Dios, que te sacó de Egipto, donde eras esclavo” (5, 6-21). La frase con la que Jesús inicia su respuesta forma parte del texto llamado Shemá Israel, las dos primeras palabras en hebreo de dos versículos del Deuteronomio que los judíos memorizan desde niños: Escucha Israel: El Señor nuestro Dios es el único Señor. Ama al Señor con todo tu corazón, toda tu alma y toda tu mente (Deuteronomio 6, 4-5). Los versículos siguientes dicen: “Grábate en la mente todas las cosas que hoy te he dicho y enséñalas continuamente a tus hijos; háblales de ellas, tanto en tu casa como en el camino, y cuando te acuestes y cuando te levantes. Lleva estos mandamientos atados en tu mano y en tu frente como señales y escríbelos también en los postes y en las puertas de tu casa” (6, 6-7). Los fariseos que rechazaban a Jesús y querían ponerle una trampa cumplían al pie de la letra la última frase de este texto, llevando materialmente atadas en sus manos y en su frente las filacterias, unos pequeñísimos rollos de papiro que simbolizaban la Ley de Dios -en hebreo la Torá-, pero no realizaban el espíritu de lo mandado por Dios, que consiste en que el amor a Él se muestre en el respeto y la compasión para con los prójimos. 3.- Amarás a tu prójimo como a ti mismo Pablo recuerda en la segunda lectura (1ª Tesalonicenses 1, 5c-10) cómo los primeros cristianos de la ciudad griega llamada Tesalónica habían abandonado los ídolos y se habían convertido a Dios. Precisamente el primer mandamiento, amar a Dios sobre todas las cosas, significa rechazar toda forma de idolatría. Por eso amar a Dios implica no dejarse arrastrar por el culto al dinero, al prestigio o al poder, que son ídolos por los cuales se suele remplazar al verdadero Dios. Ahora bien, el amor a Dios sólo puede verificarse en el amor a los demás. Por eso Jesús no reduce su respuesta a los versículos del Shemá Israel del Deuteronomio, sino que cita además otro texto también del Antiguo Testamento, el del libro llamado Levítico, escrito hacia el siglo quinto a. C. por levitas o descendientes de Leví, uno de los doce hijos del patriarca Jacob, que colaboraban en el culto del Templo de Jerusalén. En este otro texto dice Dios: ama a tu prójimo como a ti mismo (Levítico 19, 18). Y luego concluye Jesús su respuesta con una frase que indica la unión inseparable entre el amor a Dios y el amor al prójimo: En estos dos mandamientos se basan toda la Ley y los Profetas. A primera vista, no está diciendo nada nuevo. Pero si consideramos el contexto de los Evangelios, encontramos tres detalles muy significativos que constituyen lo novedoso del mensaje de Jesús y han sido ampliamente desarrollados entre otros por el Papa Emérito Benedicto XVI en la que fue su primera Encíclica, publicada a fines del año 2005 con el título Deus caritas est (Dios es amor): 1º – Prójimo (próximo, cercano) no es sólo el de la misma raza, nación, condición o cultura, o el que piensa igual, sino todo ser humano de cualquier condición, y especialmente el más necesitado, el excluido, el marginado, el oprimido. 2º – Amar al prójimo como a sí mismo (lo cual corresponde a la llamada Regla de Oro: Traten a los demás como quieren que los demás los traten a

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El Mensaje Del Domingo – 19 de Octubre

IX Domingo – Tiempo Ordinario – Ciclo A Por: Gabriel Jaime Pérez, S.J. En aquel tiempo, los fariseos fueron y se pusieron de acuerdo para hacerle decir a Jesús algo que les diera motivo para acusarlo. Así que mandaron a algunos de sus partidarios, junto con otros del partido de Herodes, a decirle: “Maestro, sabemos que tú dices la verdad, y que enseñas de veras el camino de Dios, sin dejarte llevar por lo que diga la gente, porque no hablas para darles gusto. Danos, pues, tu opinión: ¿Está bien que le paguemos impuestos al César, o no?” Jesús, dándose cuenta de la mala intención que llevaban, les dijo: Hipócritas, ¿por qué me tienden trampas? Enséñenme la moneda con que se paga el impuesto”. Le trajeron un denario, y Jesús les preguntó: “¿De quién es esta cara y el nombre que aquí está escrito?” Le contestaron: “Del César”. Jesús les dijo entonces: “Pues den al César lo que es del César, y a Dios lo que es de Dios. Cuando oyeron esto, se quedaron admirados; y dejándolo, se fueron (Mateo 22, 15-21). Las lecturas de hoy nos muestran la distinción entre lo estatal y lo religioso, la relatividad de los poderes terrenales frente a la soberanía de Dios, y la relación entre la fe religiosa y la justicia social. Tratemos de aplicar a nuestra situación concreta el mensaje que nos traen los textos bíblicos de este domingo: Isaías 45, 1.4-6, Salmo 96 (95), 1ª Carta de Pablo a los Tesalonicenses 1,1-5b, y el pasaje del Evangelio. 1.- “Yo soy el Señor y no hay otro, fuera de mí no hay Dios” En la primera lectura encontramos tres veces la frase “no hay otro…”. Esta es una de las expresiones más frecuentes en los textos de los profetas del Antiguo Testamento, en los que Dios se proclama como único merecedor de adoración. Los monarcas de los grandes imperios de la antigüedad eran adorados como dioses. Muchos llegaron a exigir que se les rindiera culto, como Nabucodonosor en Babilonia, de cuya tiranía liberó el rey persa Ciro a los hebreos en el año 538 a. C., acontecimiento al que hace referencia el texto del libro de Isaías en la 1ª lectura. Los césares o emperadores romanos también se creyeron dioses, y así sucedió en tiempos de Jesús, quien nació en la época de César Augusto y murió en la de su sucesor Tiberio César. Posteriormente la mayoría de sus sucesores harían morir a miles de cristianos que se negaban a reconocer la divinidad del César, título equivalente a lo que en otros idiomas significan los términos Kaiser y Zar: el Emperador. Frente a la mentalidad que diviniza a los soberanos de la tierra, los textos bíblicos proclaman de muchas formas que Dios es el único Señor. Esto es lo que expresa el Salmo 96 (95), que aclama su gloria y su poder y dice que en comparación con Él “los dioses de otros pueblos no son nada”.  2.- “Al César lo que es del César y a Dios lo que es de Dios” Esta frase de Jesús indica la existencia de dos planos: el de la relación con los poderes terrenos del Estado y el de la obediencia a la autoridad de Dios desde la fe religiosa. No en términos de dos planos necesariamente opuestos, pero sí en cuanto son distintos y no deben confundirse, como ha ocurrido con frecuencia y sigue sucediendo en todos los fundamentalismos, tanto políticos como religiosos, cuando no se respetan las competencias correspondientes. Pero esto no quiere decir que la religión no tenga nada que ver con la política. Sí tiene que ver, y mucho, por cuanto reconocer a Dios como el único Señor implica llevar a la práctica la justicia social que la misma fe exige. Los cristianos y en general los creyentes en Dios que se han negado y se siguen negando a la divinización de los poderes terrenos y a todas sus formas de tiranía, al hacerlo tomaron y toman posiciones políticas en el sentido más amplio de la palabra: el de la coherencia entre creer en Dios y practicar la justicia que esta fe implica, desde el reconocimiento de todos los seres humanos como hijos suyos, con su dignidad y sus derechos. Contra las pretensiones tiránicas o totalitarias de cualquier soberanía terrena, Jesús proclamó el Reino de Dios. No como un imperio que suplante a las autoridades terrenas, pues como Él lo dijo también, su Reino no es de este mundo, y como él mismo lo mostró en la práctica, nunca cedió a la tentación del mesianismo político haciéndose o dejándose proclamar rey. Pero sí como el reconocimiento eficaz de la soberanía absoluta de Dios -que es la soberanía del amor, porque Dios es Amor- frente a toda pretensión de tiranía por parte de los poderes terrenales. 3.- Las virtudes “teologales” en el primer texto del Nuevo Testamento La primera carta de san Pablo a la comunidad cristiana de la ciudad griega de Tesalónica, a quienes el mismo apóstol les había proclamado la Buena Nueva de Cristo en su primer viaje misionero, es el primer escrito que ha llegado hasta nosotros de entre todos los que componen el llamado “Nuevo Testamento”. En esta carta, situada por los estudiosos de la Biblia hacia el año 51, entre 20 y 25 años después de la muerte de Cristo, antes de los mismos Evangelios cuya redacción comenzaría hacia el año 64, es muy significativo que aparezcan mencionadas las tres virtudes teologales, es decir, las que corresponden directamente al reconocimiento de Dios como tal: fe, esperanza y caridad. Como lo indica Pablo, se trata de una fe activa, una esperanza que implica afrontar con paciencia las dificultades, y una caridad que supone la disposición de servicio a los demás desde el reconocimiento de todos como hijos e hijas de Dios. Pidámosle pues al Señor que conserve y aumente en nosotros la fe, la esperanza y la caridad como manifestaciones de nuestro reconocimiento de su soberanía, que implica

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El Mensaje Del Domingo – 5 de Octubre

XXVII Domingo del Tiempo Ordinario, Ciclo A Por: Gabriel Jaime Pérez, S.J. En aquel tiempo dijo Jesús a las autoridades religiosas de los judíos: “Escuchen otra parábola: El dueño de una finca plantó un viñedoy le puso un cerco; preparó un lugar donde hacer el vino y levantó una torre para vigilarlo todo. Luego alquiló el terreno a unos labradores y se fue de viaje. Cuando llegó el tiempo de la cosecha, mandó unos criados a pedir a los labradores la parte que le correspondía. Pero los labradores echaron mano a los criados: golpearon a uno, mataron a otro y apedrearon a otro. El dueño volvió a mandar más criados que al principio, pero los labradores los trataron a todos de la misma manera. Por fin mandó a su propio hijo, pensando: ‘Sin duda, respetarán a mi hijo.’ Pero cuando vieron al hijo, los labradores se dijeron unos a otros: ‘Este es el que ha de recibir la herencia; matémoslo y nos quedaremos con su propiedad.’ Así que lo agarraron, lo sacaron del viñedo y lo mataron. Y ahora, cuando venga el dueño del viñedo, ¿qué creen ustedes que hará con esos labradores?” Le contestaron: “Matará sin compasión a esos malvados, y alquilará el viñedo a otros labradores que le entreguen a su debido tiempo la parte de la cosecha que le corresponde”. Jesús entonces les dijo: “¿Nunca han leído ustedes las Escrituras? Dicen: ‘La piedra que los constructores despreciaron se ha convertido en la piedra principal. Esto lo hizo el Señor, y estamos maravillados’. Por eso les digo que a ustedes se les quitará el Reino, y se le dará a un pueblo que produzca la debida cosecha”. (Mateo 21, 33-43). Las parábolas propuestas por Jesús junto al Templo de Jerusalén poco antes de su pasión simbolizan el rechazo a la acción amorosa de Dios por parte de los falsos creyentes, representados en las autoridades religiosas de su tiempo. Meditemos en el sentido de la parábola del Evangelio, relacionándola con los otros textos bíblicos de este domingo [Isaías 5, 1-7; Salmo 128 (127); Carta de Pablo a los Filipenses 4, 6-9].  1.- “El dueño de una finca plantó un viñedo” Las viñas o viñedos, nombre dado a los campos de cultivo de uvas para la producción de vino, eran y siguen siendo muy comunes en Israel. En la parábola de los viñadores o cultivadores homicidas que nos presenta el Evangelio hay una referencia implícita a la canción de la viña, compuesta por el profeta Isaías 8 siglos A.C. y contenida en la primera lectura (Isaías 5, 1-7). Es una imagen poética del amor de Dios al pueblo de Israel, al que en el siglo 12 A.C., por medio de Moisés, había liberado de la esclavitud en Egipto para plantarlo en una tierra en la cual le brindaría todos los cuidados, como dice asimismo el Salmo 128: Sacaste Señor una vid de Egipto y la trasplantaste. Extendió sus sarmientos –o sea sus ramas– hasta el mar -el Mediterráneo, al occidente de Jerusalén- y sus brotes hasta el gran río -el Jordán, al oriente de la misma ciudad-. El texto de Isaías expresa claramente la decepción de Dios ante la ingratitud de su pueblo: “El Señor esperaba de ellos respeto a su ley, y sólo encuentra asesinatos; esperaba justicia, y sólo escucha gritos de dolor”. También a nosotros el Señor nos ha querido liberar de la esclavitud del pecado, es decir de las cadenas del egoísmo, para plantarnos en una tierra nueva que es su Reino, un reino de amor, de justicia y de paz, la paz verdadera a la que se refiere san Pablo en la segunda lectura, y cuya realización para cada uno de nosotros depende de nuestra disposición a responder al amor infinito de Dios mediante la puesta en práctica de todo lo que es verdadero -sincero-, noble, justo, puro, amable… (Carta a los Filipenses 4,8). 2.-  “Por fin mandó a su propio hijo… lo sacaron del viñedo y lo mataron” A través de sus enviados anteriores, los profetas, Dios había invitado una y otra vez a su pueblo a la conversión, a que cambiara la adoración a los falsos dioses por el reconocimiento de su Amor, manifestado en el culto a Él como único Dios y en el amor al prójimo mediante la práctica de la justicia y la compasión. Pero una y otra vez los profetas y sus mensajes fueron rechazados por quienes preferían sus ídolos y sus intereses egoístas a la voluntad de Dios. Y el colmo de este rechazo fue precisamente la forma en que quienes se consideraban a sí mismos buenos y santos, pero en realidad se adoraban a sí mismos y se habían fabricado una imagen falsa de Dios, trataron a Jesús, el Hijo de Dios hecho hombre, condenándolo a la muerte en el suplicio de la cruz. Cada uno de nosotros es invitado a responder al amor de Dios mediante el comportamiento constructivo con los demás, reconociendo en cada quien a nuestro hermano o hermana, porque todos somos hijos e hijas de un mismo Creador. ¿Cómo estoy respondiendo a esta invitación que el Señor me hace una y otra vez? Si Jesús se presentara nuevamente hoy en la tierra como lo hizo hace poco más de veinte siglos, sin duda sería igualmente asesinado por quienes se sienten incómodos con las exigencias del amor al prójimo. ¿Sería yo uno de ellos? ¿Qué debería hacer para no serlo?  3.- “A ustedes se les quitará el reino, y se le dará a un pueblo que produzca lo debido” Esta frase con la que Jesús concluye la parábola es una clara alusión a lo que iba a ocurrir con los que se creían santos y mejores que los demás y se opusieron a Jesús hasta matarlo por el hecho de haberse puesto al lado de los excluidos por ellos. Esos que se creían superiores iban a resultar fuera, y en cambio los despreciados como paganos y pecadores iban a constituir el nuevo pueblo de Dios, en el

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