Colegio San José Barranquilla

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Mensaje del Domingo – 27 de julio

MENSAJE DEL DOMINGO XVII Domingo del Tiempo Ordinario Por: Gabriel Jaime Pérez, S. J Ciclo A – Julio 27 de 2014                                                                          En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos: “El reino de los cielos es como un tesoro escondido en un terreno. Un hombre encuentra el tesoro, y lo vuelve a esconder allí mismo; lleno de alegría, va y vende todo lo que tiene, y compra ese terreno. – Sucede también con el reino de los cielos como con un comerciante que andaba buscando perlas finas; cuando encontró una de mucho valor, fue y vendió todo lo que tenía, y compró esa perla.  Y ocurre asimismo con el reino de los cielos como con la red que se echa al mar y recoge toda clase de pescados. Cuando la red se llena, los pescadores la sacan a la playa, donde se sientan a escoger el pescado; guardan el bueno en canastas y tiran el malo. Así también sucederá al fin del mundo: saldrán los ángeles a separar a los malos de los buenos, y echarán a los malos en el horno de fuego. Entonces vendrán el llanto y la desesperación”. – Jesús preguntó: “¿Entienden ustedes todo esto?” “Sí”, contestaron ellos. Entonces Jesús les dijo: “Cuando un maestro de la ley se instruye acerca del reino de los cielos, se parece al dueño de una casa, que de los que tiene guardado sabe sacar cosas nuevas y cosas viejas” (Mateo 13, 44-52). Desde el domingo antepasado el Evangelio nos ha venido presentando las “Parábolas del Reino”, con las que Jesús nos enseña cómo actúa el poder liberador de Dios. Hoy nos trae cuatro muy significativas. Veamos cómo podemos aplicarlas a nuestra vida, teniendo en cuenta también las otras lecturas (1 Reyes 3, 5.7-12 y Romanos 8, 28-30).  1.- Las parábolas del tesoro escondido y de la perla fina El tesoro y la perla son imágenes del valor del Reino de los Cielos -o Reino de Dios-, es decir, del poder liberador, transformador y constructivo de su amor, cuya cercanía ha proclamado Jesús mismo desde el inicio de su predicación. Podemos resumir el sentido de ambas parábolas en dos palabras: prioridad y oportunidad. Amar a Dios sobre todas las cosas -como se suele enunciar el primer mandamiento- implica reconocer la prioridad del fin sobre los medios. San Ignacio de Loyola, cuya fiesta se celebra el 31 de julio, dice al comienzo de sus Ejercicios Espirituales [No. 23] que el fin para el cual somos creados es amar y servir a Dios y así “salvar el alma”-es decir, ser plenamente felices-, de modo que las cosas -los bienes materiales, culturales o espirituales- son medios que podemos usar tanto cuanto nos ayudan para ello, solamente deseando y eligiendo lo que más nos conduce a este fin. ¿Estamos nosotros reconociendo esta prioridad con todo lo que supone y exige? El Reino de Dios se nos ofrece además como una oportunidad. De cada quien depende aprovecharla y para ello tenemos esta vida. San Ignacio dice que es un insensato quien quiere encontrar a Dios y “no pone los medios hasta la hora de la muerte” [EE, No. 153]. El labrador que descubre el tesoro escondido y el comerciante que encuentra la perla fina, simbolizan a las personas sabias que establecen las prioridades y aprovechan las oportunidades. Para obrar nosotros de igual modo, necesitamos disponernos a que Dios nos conceda el don que le pidió Salomón, según nos cuenta la primera lectura: la sabiduría para decidir entre lo bueno y lo malo, que nos hace posible, como dice el Salmo 119 (118), caminar según la Ley del Señor. 2.- La parábola de la red repleta de pescados, unos buenos y otros malos  El escenario de las “Parábolas del Reino” es el lago de Galilea, donde Jesús predicaba desde una de las barcas que se encontraban junto a la orilla. Allí podían verse las redes de los pescadores de entre los cuales escogió a sus apóstoles. En este contexto cobra un significado especial la imagen del pescador que selecciona los peces recogidos en la red. Esta imagen es empleada por Jesús para referirse a la acción de Dios quecomienza con un llamado a muchos y termina con pocos escogidos, siendo estos últimos los que no sólo escuchan su palabra, sino además la acogen y la ponen en práctica. El mensaje de la parábola de la red llena de pescados, unos buenos y otros que no sirven, es similar al de la parábola de la buena semilla y la cizaña que leímos el domingo pasado. La acción de Dios, pacientemente misericordiosa al ofrecer a todos en el tiempo presente la oportunidad de convertirse y de acoger su Reino, es también justa y esa justicia divina se manifestará “al final de los tiempos”, es decir, cuando al terminar esta vida le corresponda a cada cual rendir cuentas ante el Señor.             A ello se refiere Jesús con la imagen, común entre sus contemporáneos, del “horno encendido donde habrá llanto y desesperación”, es decir, “el infierno”, que no es un lugar físico, sino la figuración simbólica de un estado eterno de infelicidad que padecerán quienes se hayan encerrado en su egoísmo y hayan preferido el reino del odio al del amor, el reino de la injusticia social al del reconocimiento efectivo de la dignidad de las personas y los derechos humanos, el reino de la violencia al de la convivencia pacífica. 3.- La parábola del padre de familia que saca del baúl cosas nuevas y viejas  Jesús quería que sus discípulos fueran continuadores de sus enseñanzas. Tal es el sentido de la pregunta que les hace al final: “¿Han entendido ustedes todas estas cosas?”. Y también el de la comparación que les propone cuando ellos responden que sí: en esta misión de continuar el magisterio de Jesús, deberán ser fieles a una tradición que se remonta a los orígenes de la Iglesia fundada por Él, pero también deberán saber encontrar nuevas formas de presentar su mensaje en

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EL Mensaje del Domingo – 21 de julio

Domingo XVI del Tiempo Ordinario – Ciclo C Por: Gabriel Jaime Pérez, S.J. Cuando iban de camino hacia Jerusalén, llegó el Señor a un pueblo, y una mujer que se llamaba Marta lo recibió en su casa. Tenía ella una hermana llamada María. María se sentó a los pies del Señor a escuchar su enseñanza. Marta, en cambio, andaba ocupada en el trajín del servicio, hasta que se acercó a Jesús y le dijo: “Señor, fíjate que mi hermana me dejó sirviendo sola. Dile que me ayude”. Pero el Señor le respondió: “Marta, Marta, tú te afanas y preocupas por demasiadas cosas, cuando una sola es necesaria. María escogió la mejor parte y nadie se la quitará”. (Lucas 10, 38-42). 1. Dos formas distintas de atención al Señor Por los datos que encontramos en los otros tres evangelios, pero especialmente en el de Juan, el pueblo cercano a Jerusalén al que se refiere Lucas se llama Betania, donde vivían Lázaro, Marta y María, tres hermanos de una familia que tenía una especial amistad con Jesús. El Evangelio de Lucas dice que Marta lo recibió en su casa, lo cual parece indicar, por una parte, que ella era quien manejaba los asuntos domésticos, y, por otra, que el huésped principal era Jesús, aunque seguramente no el único, pues el evangelista menciona además a los doce apóstoles. De Lázaro no se nos dice nada en esta ocasión. Cada una de las dos hermanas atiende a los invitados de distinto modo. Marta preparándoles algo de comer y beber, y María dedicada únicamente a escuchar a Jesús. Son dos formas de ejercer la hospitalidad, pues así como hay que ofrecerles algo a los visitantes, también es preciso estar con ellos y escucharlos. Sin embargo, según el Evangelio, una de estas formas de atención es la “única necesaria”. ¿Qué nos quiere decir con esto la Palabra de Dios? Se suele interpretar este pasaje del Evangelio en el sentido de una contraposición entre la vida contemplativa -representada en María- y la vida activa -representada en Marta-, para concluir que la primera es más valiosa que la segunda. Sin embargo, en lugar de oponerlas, podemos más bien considerarlas como complementarias. En la Iglesia existen distintas formas de servir al Señor, unas caracterizadas por la dedicación intensiva a la oración (que son las propias por ejemplo de las comunidades llamadas “contemplativas”), otras dedicadas al trabajo externo en distintos frentes de la acción pastoral, educativa o social, sea en diferentes comunidades religiosas o en variadas modalidades del apostolado laical, incluso en el ejercicio de una profesión o un oficio a través del cual se presta un servicio constructivo a los demás. Todas estas formas de servir a Dios son valiosas, pero, eso sí, en todas es necesario escuchar con atención la Palabra del Señor como condición indispensable de un servicio cualificado. 2. No desperdiciar la presencia del Señor La primera lectura bíblica de este domingo, tomada del Génesis (18, 1-10a), nos cuenta cómo Abraham recibió a tres visitantes y se puso a atenderlos con la colaboración de su esposa Sara. Dios mismo les manifestó a Abraham y a Sara su presencia a través de aquellos visitantes, para anunciarles que tendrían un hijo. Abraham hubiera podido dejar pasar de largo a los tres caminantes, pero no desperdició la presencia de Dios, como tampoco la desperdiciaron Marta y María en Betania al recibir y atender a Jesús. Él está en el sagrario, pues en la Eucaristía ha querido dejarnos su presencia real. Pero también se nos hace presente de muchas otras formas, por ejemplo en nuestros prójimos, especialmente en los más necesitados de atención. ¿Qué hacer para no desperdiciar su presencia? Como les sucedió en Mambré a Abraham y Sara, y en Betania a Marta y María, el Señor se hace presente en la vida cotidiana de cada uno y cada una de nosotros de muchas formas. Por ello es necesaria una disposición constante a no dejarlo pasar de largo, a aprovechar al máximo su cercanía y su presencia. 3. “Sólo una cosa es necesaria…” Muchas veces el ajetreo de las preocupaciones materiales nos impide atender a nuestras necesidades espirituales y prestar la atención debida a lo que nos quiere decir el Señor. De tal manera podemos dejarnos envolver por el activismo, que no encontremos tiempo para escuchar la Palabra de Dios. El atafago cotidiano, sobre todo cuando nos dejamos llevar de la adicción al trabajo sin descanso, nos puede llevar a situaciones en las cuales no tenemos espacios de silencio interior para disfrutar de una buena lectura -y ante todo de la lectura de la Palabra de Dios-, para meditar sobre el sentido de lo que hacemos, o para prestar atención a lo que el Señor quiere decirnos a través de quienes conviven con nosotros bajo el mismo techo o laboran en nuestros mismos lugares de trabajo, o para detenernos a contemplar las maravillas de su creación, o para reflexionar sobre los acontecimientos mismos de nuestra vida cotidiana en los cuales puede estar presente un llamado especial de Dios. Pensemos por ejemplo en la familia: esposos y esposas enfrascados en sus ocupaciones, que no buscan espacios para escucharse mutuamente; padres y madres que trabajan para darles bienestar material a sus hijos, pero no ponen atención a sus necesidades afectivas e incluso se pierden de lo que podrían aprender de ellos y de las oportunidades que tendrían de ayudarles si dedicaran por lo menos algo de su tiempo a escucharlos. O pensemos también en empresas u organizaciones en las que lo único importante es trabajar, trabajar y trabajar para producir, producir y producir, sin que haya espacios para la atención a las necesidades emocionales y espirituales de las personas, para propiciar el diálogo y la re-creación (así, separado, para expresar que se trata de una renovación del espíritu, de una nueva creación). Por eso, a la luz de la Palabra de Dios, revisemos cómo estamos procediendo y dispongámonos a poner en práctica los correctivos requeridos para actuar en función de

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El Mensaje del Domingo – 14 de junio

XV Domingo del Tiempo Ordinario – Ciclo C Por: Gabriel Jaime Pérez, S.J. En cierta ocasión, un maestro de la ley fue a hablar con Jesús, y para ponerlo a prueba le preguntó: -Maestro, ¿qué debo hacer para alcanzar la vida eterna? Jesús le contestó: -¿Qué está escrito en la Ley? ¿Qué es lo que lees? El maestro de la Ley contestó: -‘Ama al Señor tu Dios con todo tu corazón, con toda tu alma, con todas tus fuerzas y con toda tu mente’; y ‘ama a tu prójimo como a ti mismo.’ Jesús le dijo: -Has contestado bien. Si haces eso, tendrás la vida. Pero el maestro de la Ley, queriendo justificar su pregunta, dijo a Jesús: -¿Y quién es mi prójimo? Jesús entonces le contestó: Un hombre iba por el camino de Jerusalén a Jericó, y unos bandidos lo asaltaron y le quitaron hasta la ropa; lo golpearon y se fueron, dejándolo medio muerto. Por casualidad, un sacerdote pasaba por el mismo camino; pero al verlo, dio un rodeo y siguió adelante. También un levita llegó a aquel lugar, y cuando lo vio, dio un rodeo y siguió adelante. Pero un hombre de Samaria que viajaba por el mismo camino, al verlo, sintió compasión. Se acercó a él, le curó las heridas con aceite y vino, y le puso vendas. Luego lo subió en su propia cabalgadura, lo llevó a un alojamiento y lo cuidó. Al día siguiente, el samaritano sacó el equivalente al salario de dos días, se lo dio al dueño del alojamiento y le dijo: ‘Cuide a este hombre, y si gasta usted algo más, yo se lo pagaré cuando vuelva.’ Pues bien, ¿cuál de esos tres te parece que se hizo prójimo del hombre asaltado por los bandidos? El maestro de la Ley contestó: -El que tuvo compasión de él. Jesús le dijo: -Pues ve y haz tú lo mismo. (Lucas 10, 25-37). 1. “Maestro, ¿qué debo hacer para alcanzar la vida eterna?” Cuando Jesús contesta a esta pregunta del maestro de la Ley con otra que lo remite a la Sagrada Escritura (cuyos cinco primeros libros componen lo que en hebreo se llama la “Torá”, es decir, la Ley), lo invita a que este mismo, que se precia de conocerla al pie de la letra, se confronte ante lo que en ella se dice. La primera lectura de este domingo, tomada de uno de los 5 libros de la Torá, el Deuteronomio (30, 10-14), nos invita a escuchar la voz de Dios y guardar sus mandamientos, que son conocidos y están al alcance de todos. Y en el Evangelio, el maestro de la Ley al responderle a Jesús cita en primer lugar otro pasaje del mismo Deuteronomio (escrito hacia el siglo VII a. C. y que en griego significa “la segunda formulación de la ley”): Escucha Israel: El Señor, nuestro Dios, es el único Señor: Ama al Señor tu Dios, con todo tu corazón y con toda tu alma, con todas tus fuerzas y todo tu espíritu (6, 4-5). Este es el primero de los diez mandamientos, descritos anteriormente en el Éxodo (20, 1-17) -otro libro de la Torá cuyo nombre significa “salida” y que narra la liberación de Israel de la esclavitud de Egipto-, y nuevamente formulados en el Deuteronomio (5, 1-21). Pero para explicitar con mayor claridad la esencia de la Ley de Dios, es preciso citar además -y es lo que hace el mismo maestro de la Ley- otro precepto que se encuentra también en la Torá, en el libro llamado Levítico, correspondiente a la tradición sacerdotal judía según la cual los levitas o descendientes de la tribu de Leví -uno de los 12 hijos de Jacob- se ocupaban desde el siglo V a. C. de la administración del culto en el Templo de Jerusalén. En este libro, después de una nueva evocación de los diez mandamientos y de otros preceptos referentes a las relaciones humanas (19, 3-18a), se concluye diciendo: Ama a tu prójimo como a ti mismo (19, 18b). 2. “¿Y quién es mi prójimo?” Toda la Ley de Dios se resume en una sola palabra: hesed en hebreo, ágape en griego. Estos términos bíblicos equivalen en castellano a nuestro término amor (o caridad) en su sentido más completo: el amor benevolente, que supera la autosatisfacción del “ego” para querer por encima de todo el bien del otro. Su grado máximo es la compasión, es decir, la disposición efectiva a compartir el sentimiento y aliviar la situación de quien padece cualquier tipo de dolor o necesidad. Por eso la “parábola del buen samaritano” puede llamarse también parábola de la compasión y parábola del prójimo. Los judíos solían considerar prójimos -próximos o cercanos- a los de su misma raza, cultura, nación o religión. Jesús, en cambio, muestra como prójimo nada menos que a un extranjero, perteneciente a un pueblo de distinta procedencia étnica y de distinto credo, y además enemigo de los judíos. Esta forma de pensar de Jesús era inconcebible para sus contemporáneos y sigue siéndolo hoy para quienes no son capaces de reconocer la dignidad de cualquier ser humano. Por eso la parábola del buen samaritano constituye una enseñanza no sólo en el sentido de la compasión como grado máximo del amor, sino aún más: nos enseña también que el prójimo es cualquier persona, sin importar las diferencias, y especialmente toda persona necesitada; y además que Jesús mismo, representado en el samaritano, es nuestro “prójimo”, el Dios próximo, el Dios cercano, el Dios-con-nosotros, el Dios compasivo y misericordioso que se hizo hombre para salvarnos, hasta dar su vida por toda la humanidad con su sangre derramada en la cruz -como escribe san Pablo en su carta a los Colosenses, de la cual está tomada la segunda lectura-, y por eso podemos dirigirnos a él con las palabras del Salmo 69 (68), que se encuentra entre las lecturas de este domingo: Señor, con la bondad de tu gracia, por tu gran compasión vuélvete hacia mí … Yo

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El personaje “Chévere” de Pastoral es: VICTOR CALDERÓN

El personaje “Chévere” de Pastoral es: VICTOR CALDERÓN! Chévere por compartir su tiempo con los estudiantes del SJR kids, junior and seniors. Chévere por estar siempre disponible a servir y ayudar con humildad a toda la comunidad. Chévere por ser amable, generoso, inteligente, en fin todo un “man a lo bien”. Gracias Víctor por ayudarnos en la pastoral del Colegio sin tu ayuda no hubiéramos impulsado tanto el SJR del colegio.

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