Colegio San José Barranquilla

Mensaje del Domingo – Mayo 18

EL MENSAJE DEL DOMINGO

V Domingo de Pascua – Ciclo A

Por: Gabriel Jaime Pérez, S.J.

mayo 18En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos: «No pierdan la calma, crean en Dios y crean también en mí. En la casa de mi Padre hay muchas estancias; si no fuera así, ¿les habría dicho que voy a prepararles sitio? Cuando vaya y les prepare sitio, volveré y los llevaré conmigo, para que donde estoy yo, estén también ustedes. Y adonde yo voy, ya saben el camino.» Tomás le dice: «Señor, no sabemos adónde vas, ¿cómo podemos saber el camino?»

Jesús le responde: «Yo soy el camino, y la verdad, y la vida. Nadie viene al Padre, sino por mí. Si ustedes me conocen a mí, conocerán también a mi Padre. Ahora ya lo conocen y lo han visto.» Felipe le dice: «Señor, muéstranos al Padre y nos basta.» Jesús le replica: -«Hace tanto que estoy con ustedes, ¿y no me conoces, Felipe? Quien me ha visto a mí ha visto al Padre. ¿Cómo dices tú: “Muéstranos al Padre”? ¿No crees que yo estoy en el Padre, y que el Padre está en mí? Lo que yo les digo no lo hablo por cuenta propia. El Padre, que permanece en mí, él mismo hace sus obras. Créanme: yo estoy en el Padre, y el Padre está en mí. Si no, crean a las obras. Les aseguro: el que cree en mí, también él hará las obras que yo hago, y aún mayores. Porque yo me voy al Padre.» (Juan 14, 1-12).

Hoy la palabra de Dios nos invita en el Evangelio (Juan 14, 1-12) a no perder la calma en las situaciones difíciles y a renovar nuestra esperanza, confiando en Jesús resucitado como el camino, la verdad y la vida. Las otras lecturas [Hechos 6, 1-7; Salmo 33 (32); 1 Pedro 2, 4-9] nos traen también un mensaje de optimismo a la luz de nuestra fe pascual.

1. “No pierdan la calma”

Esta frase que Jesús dirige a sus discípulos durante la cena pascual en la que instituye la Eucaristía, llega hoy hasta nosotros como una invitación a no angustiarnos ni desesperarnos en medio de los problemas que tenemos que afrontar, no sólo en el plano individual o familiar sino también en el social. Es significativo que en varios pasajes de los Evangelios, cuando los discípulos de Jesús están pasando por momentos difíciles, Él los tranquiliza animándolos a confiar en su poder sobre las fuerzas del mal: “no teman”, “no se acobarden”, “levanten la cabeza”, “no pierdan la calma”, “la paz les dejo, la paz les doy”.

Sintamos y recibamos en lo más hondo de nuestros corazones este mensaje de invitación a recibir el don de la paz interior que nos comunica el Señor resucitado y que también nosotros, como creyentes en Él, estamos llamados a comunicar a todas las personas con las que nos encontremos en nuestra vida.

2. “En la casa de mi Padre hay muchas habitaciones”  

La “casa del Padre” es una sugestiva metáfora que emplea el lenguaje bíblico para hacer referencia al futuro de felicidad eterna que el Señor nos tiene preparado si aceptamos su invitación a vivir de acuerdo con su mandamiento del amor y siguiendo sus enseñanzas. Esa vida plena y feliz en la eternidad es lo que tradicionalmente llamamos el cielo, que no es un lugar físico sino un estado de existencia en una forma de vida nueva distinta de la terrena, no ligada a las condiciones materiales.

A ese estado somos llamados todos sin discriminaciones, y esto es precisamente lo que significa la imagen de las múltiples habitaciones de la “casa del Padre”: es una casa en la que podemos caber todos, sin exclusiones ni discriminaciones, y a la que podremos llegar si seguimos el camino que nos conduce a ella. Pero, ¿cuál es ese camino?

3. “Yo soy el camino la verdad y la vida”

A la pregunta que le hace el apóstol Tomás -«Señor, no sabemos adónde vas, ¿cómo podemos saber el camino?»-, Jesús responde con una de las frases más recordadas con las que Él se describe a sí mismo: «Yo soy el camino, la verdad y la vida.»

La expresión Yo soy empleada por Jesús en el Evangelio de san Juan (Yo soy la luz del mundo, Yo soy el buen pastor, Yo soy la puerta, Yo soy la resurrección y la vida, Yo soy el pan de vida, Yo soy la vid, ustedes los sarmientos, Yo soy el árbol, ustedes las ramas, Yo soy, el que habla contigo -como le dijo a la Samaritana cuando ésta le preguntaba por el Mesías-, o simplemente Yo soy -como se identificó a sí mismo ante quienes se disponían a apresarlo en el huerto de Getsemaní-), es una referencia directa al nombre con el cual se le había revelado Dios a Moisés: Yahvé, que eh hebreo significa Yo soy.

– Jesucristo se nos presenta como el camino. Su ejemplo es el sendero que conduce a la felicidad eterna. Pero entonces, ¿quienes no lo conocen no pueden ser felices? ¿Para quienes son de otras religiones o no profesan ningún credo religioso, es imposible la felicidad? La respuesta la da el propio Jesús en otro Evangelio cuando, en la parábola del “Juicio Final” (Mateo 25, 31-46), a quienes le pregunten cuándo lo vieron a Él necesitado, les dirá: “todo lo que hicieron por uno de estos hermanos míos más humildes, por mí mismo lo hicieron.” Por tanto, seguir a Jesús como el camino conducente a la felicidad plena es poner en práctica para con nuestros prójimos el amor compasivo del que Él es ejemplo y que Dios mismo ha puesto como una ley interior en cada conciencia humana, cualquiera que sea su condición o situación con respecto a lo religioso.

– Jesucristo se nos presenta como la verdad. Él es la revelación plena de un Dios que no miente -como muchos políticos-, sino que cumple sus promesas de salvación, y a quien precisamente por eso podemos aferrarnos como a una roca firme.

– Jesucristo se nos presenta como la vida. Él tiene palabras de vida eterna, como lo reconoció Pedro (juan 6, 68) después de haberlo oído decir “Yo soy el pan de vida” (Juan 6, 36). Es Jesús quien nos abre, gracias a su resurrección, a la esperanza de una vida nueva.

Confiados pues en nuestro Señor Jesucristo que nos dice, como al apóstol Felipe en el Evangelio de hoy, “quien me ha visto a mí ha visto al Padre”, y en quien por ello reconocemos a un Dios que nos ama a todos como hijos suyos, renovemos nuestra esperanza en “la vida del mundo futuro”, como decimos en el último artículo del Credo.-

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