Colegio San José Barranquilla

El Mensaje del Domingo – 25 de agosto

Domingo XXI del Tiempo Ordinario – Ciclo C

Por: Gabriel Jaime Pérez, S.J.  

agosto25Jesús iba enseñando por ciudades y pueblos mientras se dirigía a Jerusalén. Alguien le preguntó: “Señor, ¿es verdad que son pocos los que se salvarán?” Jesús le respondió: “Esfuércense en entrar por la puerta angosta, porque yo les digo que muchos tratarán de entrar y no lo lograrán. Si ustedes se quedan afuera cuando el dueño de casa se levante y cierre la puerta, entonces se pondrán a golpearla y a gritar: -¡Señor, ábrenos! Pero él les contestará: -No sé de dónde son ustedes.

Entonces comenzarán a decir: – Nosotros hemos comido y bebido contigo, y tú has enseñado en nuestras plazas. Pero él les dirá de nuevo: -No sé de dónde son ustedes. ¡Aléjense de mí todos los malhechores! Habrá llanto y rechinar de dientes cuando vean a Abraham, a Isaac, a Jacob y a todos los profetas en el Reino de Dios, y ustedes, en cambio, sean echados fuera. Gentes del oriente y del poniente, del norte y del sur, vendrán a sentarse a la mesa en el Reino de Dios. ¡Qué sorpresa! Unos que estaban entre los últimos son ahora los primeros, mientras que los primeros han pasado a ser últimos” (Lucas 13, 22-30).   

La respuesta que le da Jesús a quien está interesado en saber si son pocos los que se van a salvar, es muy diferente de los cálculos matemáticos. Jesús aprovecha lo que se le pregunta para invitar a quienes lo escuchan a no quedarse en especulaciones, sino a esforzarse por lograr la salvación. Meditemos en lo que esta invitación significa para nosotros, teniendo en cuenta también lo que nos dicen los textos de Isaías 66, 18-21 (primera lectura) y de la Carta a los Hebreos 12, 5-7. 11-13 (segunda lectura).

1. “Esfuércense en entrar por la puerta angosta”

El Evangelio comienza diciendo que Jesús iba enseñando por ciudades y pueblos mientras se dirigía a Jerusalén. Había en sus murallas una puerta muy angosta llamada “El Ojo de la Aguja”, a la cual se refiere Jesús en otro lugar de los evangelios indicando la exigencia de desprenderse de la carga de las riquezas materiales para pasar por ella: Es más fácil para un camello pasar por el ojo de la aguja, que para un rico entrar en el Reino de los Cielos (Mt 19, 24). El texto de Lucas en el Evangelio de hoy parece hacer alusión precisamente a esto, y el paralelo de Mateo nos habla no sólo de la puerta, sino también del camino: ancha es la puerta y espacioso el camino que conduce a la ruina; pero ¡qué angosta es la puerta y qué escabroso el camino que conduce a la salvación! (Mateo 7, 13-14).

La segunda lectura dice al final: Enderecen los caminos tortuosos por donde han de pasar. Las imágenes de la puerta estrecha y del camino difícil nos indican que para lograr la salvación -para ser verdaderamente felices- debemos tener una conducta opuesta al facilismo. Hoy la publicidad suele invitar al éxito fácil y aparente, sin esfuerzo. Jesús propone todo lo contrario: la auténtica felicidad sólo podemos conseguirla desapegándonos de todo lo que nos estorba, es decir, de los afectos desordenados que nos impiden caminar y pasar por la puerta que nos conduce a la salvación.

2. “No sé de dónde son ustedes. ¡Aléjense de mí todos los malhechores!”

Entre quienes oían a Jesús cuando pasaba predicando por ciudades y pueblos, había escribas o doctores de la ley, fariseos que se preciaban de pertenecer al pueblo escogido (como puede deducirse del versículo 31 del mismo capítulo 13 del Evangelio de Lucas, que sigue inmediatamente al pasaje de este domingo: (“También entonces llegaron algunos fariseos, y le dijeron a Jesús: -Vete de aquí…”). Ellos consideraban que ya tenían asegurada la salvación, simplemente por ser descendientes de los patriarcas Abraham, Isaac y Jacob, de quienes provenía la nación de Israel, y por cumplir unos ritos externos a los cuales habían reducido el sentido de la ley de Dios promulgada antiguamente por Moisés.

Pero no sólo ellos. También entre los primeros discípulos de Jesús existió la tentación, y persiste todavía entre nosotros, de pensar que por pertenecer a la Iglesia, por haber participado con frecuencia en la Eucaristía (hemos comido y bebido contigo), por haber oído sus enseñanzas (tú has enseñado en nuestras plazas), ya tenemos asegurada la salvación. Nada de eso. No bastan los ritos, ni los rezos, ni haber escuchado la Palabra de Dios. Hay que llevarla a la acción, lo cual muchas veces resulta difícil, sobre todo cuando esa acción implica renunciar a nuestro egoísmo y desprendernos de los apegos que impiden en nuestra vida el reinado de Dios, el cumplimiento de su voluntad.

3.  “Los últimos serán primeros y los primeros serán últimos”

Esta frase, que aparece varias veces dicha por Jesús en los evangelios, puede entenderse mejor si la relacionamos con la primera lectura: “Ahora vengo a reunir a los paganos de todos los pueblos y de todos los idiomas”. Cuando Jesús dice que los últimos serán los primeros, se refiere precisamente a esos paganos, también llamados “gentiles” (en el hebreo bíblico “goyim”), a quienes los fariseos y doctores de la ley que se creían santos rechazaban y despreciaban relegándolos al último plano por no pertenecer racialmente a la descendencia de Abraham, Isaac y Jacob. Lo que Jesús quiere decir es que aquellos “gentiles” que estuvieran dispuestos a escuchar la Palabra de Dios y ponerla en práctica iban a ser los primeros beneficiarios de la acción salvadora de Dios por estar abiertos a Él. En cambio, quienes se preciaban de ser depositarios y beneficiarios únicos de las promesas del Señor y pensaban que éstas se cumplirían en ellos simplemente porque pertenecían al pueblo escogido y realizaban los ritos de una tradición religiosa que consideraban superior a las demás, quedarían en último lugar sin poder entrar en el Reino de Dios.

Esta es entonces la lección que nos trae la Palabra del Señor este domingo: tenemos que esforzarnos para lograr la verdadera felicidad, desapegándonos de todo cuanto nos impide caminar por la senda difícil que nos conduce a la salvación y pasar por la puerta estrecha que nos permite el acceso al Reino de Dios. Señor Jesucristo, Maestro y Salvador nuestro, danos la fuerza de tu Espíritu para poner en práctica tus enseñanzas y así poder entrar en el Reino de los cielos, que es el reino de la felicidad eterna al cual tú mismo nos invitas. Amén.-

 

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