Colegio San José Barranquilla

El Mensaje del Domingo – 20 de enero

II Domingo del Tiempo Ordinario

Por: Gabriel Jaime Pérez, S.J.                               

ene20Había una boda en Caná de Galilea, y la madre de Jesús estaba allí. Jesús y sus discípulos estaban también invitados a la boda. Faltó el vino, y la madre de Jesús le dijo: “No les queda vino.” Jesús le contestó: “Mujer, déjame, todavía no ha llegado mi hora.” Su madre dijo a los sirvientes: “Hagan lo que él les diga.” Había allí colocadas seis tinajas de piedra para las purificaciones de los judíos, de unos cien litros cada una. Jesús les dijo: “Llenen las tinajas de agua.” Y las llenaron hasta arriba. Entonces les mandó: “Saquen ahora y llévenselo al mayordomo.” Ellos se lo llevaron. 

El mayordomo probó el agua convertida en vino sin saber de dónde venía (los sirvientes si lo sabían, pues habían sacado el agua), y entonces llamó al novio y le dijo: “Todo el mundo pone primero el vino bueno y cuando ya están bebidos, el peor; tú, en cambio, has guardado el vino bueno hasta ahora.” Así, en Caná de Galilea Jesús comenzó sus signos, manifestó su gloria, y creció la fe de sus discípulos en Él.  (Juan 2, 1-11).

En este segundo domingo del tiempo litúrgico llamado “ordinario”,  el Evangelio nos invita a meditar sobre lo que significa el relato de las “Bodas de Caná” para nuestra fe y nuestra vida cotidiana. Hagámoslo teniendo en cuenta también las otras lecturas bíblicas: Isaías 62, 1-5;  Salmo 96 (95); 1ª Carta de san Pablo a los Corintios 12, 4-11.

1. Jesús realiza su primer milagro en una fiesta de bodas

Los  cuatro Evangelios narran los comienzos de la vida pública de Jesús en la región de Galilea, al norte de Israel. Habían transcurrido en Nazaret, una pequeña aldea de esa misma región, los treinta años de su vida oculta de los cuales nos dan algunas referencias los Evangelios según san Mateo y san Lucas. Ahora, después de su bautismo en el río Jordán y de su retiro en el desierto, Jesús empieza a manifestarse públicamente. Mateo, Marcos y Lucas nos lo muestran iniciando con un recorrido por las distintas poblaciones de Galilea y  teniendo como centro a Cafarnaúm, una ciudad situada junto al lago de Genesaret o Tiberíades, también llamado “Mar de Galilea” por su tamaño, en donde trabajaban como pescadores varios de quienes fueron sus primeros discípulos. Lucas, por su parte, cuenta además la presentación que Jesús hizo de sí mismo ante sus coterráneos de Nazaret. Y el Evangelio según san Juan, en el texto escogido para este domingo, nos relata su primer milagro en el pequeño pueblo de Caná, muy cercano a Nazaret, en una fiesta de bodas.

La imagen de las bodas y del amor conyugal había sido empleada por los profetas del Antiguo Testamento para expresar el sentido de la alianza entre Dios y el pueblo de Israel. El libro de Isaías fue redactado en tres momentos o etapas, que corresponden respectivamente a lo que los estudiosos de la Biblia han llamado “primer Isaías” (capítulos 1 a 39), “segundo Isaías” (capítulos 40 a 55) y “tercer Isaías” (capítulos 56 a 66), siendo el segundo y el tercero muy posteriores a la muerte del profeta pero probablemente escritos por integrantes de su misma escuela o tradición. El tercero,  del que está tomada la primera lectura, emplea así el símbolo del amor conyugal para referirse a la relación de Dios con su pueblo: Como un joven se casa con su novia, así te desposa el que te construyó; la alegría que encuentra el marido con su esposa, la encontrará tu Dios contigo. Cinco siglos y medio después, el mismo Dios hecho hombre en Jesús que había querido ser miembro de una familia humana, santifica con su presencia y su acción transformadora la unión de una pareja que celebra sus bodas.

2. La madre de Jesús (…) dijo a los que servían: “Hagan lo que él les diga”

El relato del Evangelio destaca la presencia de la madre y de los primeros discípulos de Jesús, invitados con Él a la fiesta. Detengámonos un poco en el hecho de la presencia de María santísima, gracias a cuya intercesión Jesús realizó su primer milagro, según el relato del apóstol san Juan, testigo del episodio que él mismo cuenta. María, atenta a los detalles, no sólo como corresponde a su condición femenina, sino además dada la amistad que seguramente la une con las familias de los nuevos esposos, se da cuenta de un problema que podría empañar la alegría de la celebración: el vino se ha acabado. Tengamos en cuenta que, junto con el pan, el vino formaba parte de las cenas judías, pero además su importancia era esencial en las fiestas de bodas.

En forma sencilla y directa, María le comenta a Jesús el problema. No le debió ser fácil comprender la respuesta inmediata que recibió verbalmente de su hijo, como tampoco entender otras experiencias de su relación maternal con Jesús, y que sin embargo, como cuenta otro evangelista -san Lucas-, ella conservaba y meditaba en su corazón. Pero no se desanimó y mostró así su esperanza en la acción de Jesús: Hagan lo que él les diga. Esta frase de María, dirigida a los sirvientes de la fiesta, podemos también considerarla como dicha a nosotros. María intercede ante Jesús para que él obre en nuestras vidas las transformaciones que necesitamos, pero la realización de éstas supone y exige ante todo que estemos atentos a escuchar y dispuestos a poner en práctica lo que Él nos quiere decir para indicarnos cuál es su voluntad.

3. Manifestó su gloria, y creció la fe de sus discípulos en él 

El Evangelio según san Juan llama signos a los milagros de Jesús. Y eso es precisamente lo que son: señales de que Él revela el poder de Dios Creador y, por lo mismo, de que en Él se hace presente la acción transformadora del Espíritu Santo para realizar una nueva creación, simbolizada en el cambio del agua en vino. Y así como los primeros discípulos que fueron testigos de las maravillas obradas por Jesús creyeron en Él, también nosotros somos invitados a experimentar su acción transformadora y renovar nuestra fe en Jesús como el salvador que puede transformar nuestras vidas si  dejamos que su Espíritu actúe en nosotros. Él está dispuesto, también mediante la intercesión de María, a cambiar las vidas insípidas en vidas con sabor de fe, esperanza y amor, de modo que, como dice el apóstol san Pablo en la segunda lectura, en cada uno de nosotros se manifieste el Espíritu para el bien común.

Al celebrar la Eucaristía, tomemos conciencia de la presencia de Jesús que nos manifiesta personalmente el poder creador de Dios, teniendo en cuenta que María, la Madre de Dios hecho hombre, está siempre dispuesta a interceder para que Él obre en nosotros, pecadores, los cambios conducentes al logro de nuestra felicidad eterna, que puede empezar desde esta vida presente si dejamos que su Espíritu nos transforme haciendo lo que él nos diga.-

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