Colegio San José Barranquilla

EL Mensaje del Domingo – 21 de julio

Domingo XVI del Tiempo Ordinario – Ciclo C
Por: Gabriel Jaime Pérez, S.J.

mensaje del domingo 21072013Cuando iban de camino hacia Jerusalén, llegó el Señor a un pueblo, y una mujer que se llamaba Marta lo recibió en su casa. Tenía ella una hermana llamada María. María se sentó a los pies del Señor a escuchar su enseñanza. Marta, en cambio, andaba ocupada en el trajín del servicio, hasta que se acercó a Jesús y le dijo: “Señor, fíjate que mi hermana me dejó sirviendo sola. Dile que me ayude”. Pero el Señor le respondió: “Marta, Marta, tú te afanas y preocupas por demasiadas cosas, cuando una sola es necesaria. María escogió la mejor parte y nadie se la quitará”. (Lucas 10, 38-42).

1. Dos formas distintas de atención al Señor

Por los datos que encontramos en los otros tres evangelios, pero especialmente en el de Juan, el pueblo cercano a Jerusalén al que se refiere Lucas se llama Betania, donde vivían Lázaro, Marta y María, tres hermanos de una familia que tenía una especial amistad con Jesús. El Evangelio de Lucas dice que Marta lo recibió en su casa, lo cual parece indicar, por una parte, que ella era quien manejaba los asuntos domésticos, y, por otra, que el huésped principal era Jesús, aunque seguramente no el único, pues el evangelista menciona además a los doce apóstoles. De Lázaro no se nos dice nada en esta ocasión. Cada una de las dos hermanas atiende a los invitados de distinto modo. Marta preparándoles algo de comer y beber, y María dedicada únicamente a escuchar a Jesús. Son dos formas de ejercer la hospitalidad, pues así como hay que ofrecerles algo a los visitantes, también es preciso estar con ellos y escucharlos. Sin embargo, según el Evangelio, una de estas formas de atención es la “única necesaria”. ¿Qué nos quiere decir con esto la Palabra de Dios?

Se suele interpretar este pasaje del Evangelio en el sentido de una contraposición entre la vida contemplativa -representada en María- y la vida activa -representada en Marta-, para concluir que la primera es más valiosa que la segunda. Sin embargo, en lugar de oponerlas, podemos más bien considerarlas como complementarias. En la Iglesia existen distintas formas de servir al Señor, unas caracterizadas por la dedicación intensiva a la oración (que son las propias por ejemplo de las comunidades llamadas “contemplativas”), otras dedicadas al trabajo externo en distintos frentes de la acción pastoral, educativa o social, sea en diferentes comunidades religiosas o en variadas modalidades del apostolado laical, incluso en el ejercicio de una profesión o un oficio a través del cual se presta un servicio constructivo a los demás. Todas estas formas de servir a Dios son valiosas, pero, eso sí, en todas es necesario escuchar con atención la Palabra del Señor como condición indispensable de un servicio cualificado.

2. No desperdiciar la presencia del Señor

La primera lectura bíblica de este domingo, tomada del Génesis (18, 1-10a), nos cuenta cómo Abraham recibió a tres visitantes y se puso a atenderlos con la colaboración de su esposa Sara. Dios mismo les manifestó a Abraham y a Sara su presencia a través de aquellos visitantes, para anunciarles que tendrían un hijo. Abraham hubiera podido dejar pasar de largo a los tres caminantes, pero no desperdició la presencia de Dios, como tampoco la desperdiciaron Marta y María en Betania al recibir y atender a Jesús.

Él está en el sagrario, pues en la Eucaristía ha querido dejarnos su presencia real. Pero también se nos hace presente de muchas otras formas, por ejemplo en nuestros prójimos, especialmente en los más necesitados de atención. ¿Qué hacer para no desperdiciar su presencia?

Como les sucedió en Mambré a Abraham y Sara, y en Betania a Marta y María, el Señor se hace presente en la vida cotidiana de cada uno y cada una de nosotros de muchas formas. Por ello es necesaria una disposición constante a no dejarlo pasar de largo, a aprovechar al máximo su cercanía y su presencia.

3. “Sólo una cosa es necesaria…”

Muchas veces el ajetreo de las preocupaciones materiales nos impide atender a nuestras necesidades espirituales y prestar la atención debida a lo que nos quiere decir el Señor. De tal manera podemos dejarnos envolver por el activismo, que no encontremos tiempo para escuchar la Palabra de Dios. El atafago cotidiano, sobre todo cuando nos dejamos llevar de la adicción al trabajo sin descanso, nos puede llevar a situaciones en las cuales no tenemos espacios de silencio interior para disfrutar de una buena lectura -y ante todo de la lectura de la Palabra de Dios-, para meditar sobre el sentido de lo que hacemos, o para prestar atención a lo que el Señor quiere decirnos a través de quienes conviven con nosotros bajo el mismo techo o laboran en nuestros mismos lugares de trabajo, o para detenernos a contemplar las maravillas de su creación, o para reflexionar sobre los acontecimientos mismos de nuestra vida cotidiana en los cuales puede estar presente un llamado especial de Dios.

Pensemos por ejemplo en la familia: esposos y esposas enfrascados en sus ocupaciones, que no buscan espacios para escucharse mutuamente; padres y madres que trabajan para darles bienestar material a sus hijos, pero no ponen atención a sus necesidades afectivas e incluso se pierden de lo que podrían aprender de ellos y de las oportunidades que tendrían de ayudarles si dedicaran por lo menos algo de su tiempo a escucharlos.

O pensemos también en empresas u organizaciones en las que lo único importante es trabajar, trabajar y trabajar para producir, producir y producir, sin que haya espacios para la atención a las necesidades emocionales y espirituales de las personas, para propiciar el diálogo y la re-creación (así, separado, para expresar que se trata de una renovación del espíritu, de una nueva creación).

Por eso, a la luz de la Palabra de Dios, revisemos cómo estamos procediendo y dispongámonos a poner en práctica los correctivos requeridos para actuar en función de la verdadera prioridad, que en definitiva es lo “único necesario”: abrir espacios en nuestra vida para escuchar a Dios en el silencio interior de la oración personal y en lo que pueden o necesitan decirnos las personas con quienes convivimos y trabajamos. Todo lo demás vendrá por añadidura.-

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