Colegio San José Barranquilla

El mensaje del domingo – 17 de agosto

El mensaje del domingo

En aquel tiempo, Jesús se marchó y se retiró al país de Tiro y Sidón. Entonces una mujer cananea, saliendo de uno de aquellos lugares, se puso a gritarle: «Ten compasión de mí, Señor, Hijo de David. Mi hija tiene un demonio muy malo.» Él no le respondió nada. Entonces los discípulos se le acercaron a decirle: «Atiéndela, que viene detrás gritando.» Él les contestó: «Sólo me han enviado a las ovejas descarriadas de Israel.» Ella los alcanzó y se postró ante él, y le pidió: «Señor, socórreme.» Él le contestó: «No está bien echar a los perritos el pan de los hijos.»

Y ella repuso: «Tienes razón, Señor; pero también los perritos se comen las migajas que caen de la mesa de los amos.» Jesús le respondió: «Mujer, qué grande es tu fe: que se cumpla lo que deseas.» En aquel momento quedó curada su hija (Mateo 15, 21-28).

1.- La fe logra lo que a primera vista parece imposible

Lo primero que se destaca en aquella mujer “cananea”, es decir descendiente de los antiguos habitantes paganos de la región de Canaán al que habían los hebreos después de su liberación de la esclavitud de Egipto, es la fe que la impulsa a dirigirse a Jesús, de cuya fama como obrador de milagros se había enterado, para pedirle que libere a su hija de “un demonio muy malo”-en otras palabras, de lo que hoy llamaríamos una “energía negativa”, que es lo que significa originariamente el término griego “daimon”, traducido al castellano como “demonio”-. Su petición es totalmente insólita en boca de una persona no judía: “Ten compasión de mí, Señor Hijo de David”, un reconocimiento de Jesús como el Mesías anunciado por los profetas, descendiente del rey que diez siglos atrás había iniciado la edad de oro de la historia de Israel.

Este anuncio tenía como primeros destinatarios a los propios judíos, pero se extendía a toda la humanidad, como dice la primera lectura (Isaías 56, 1.6-7): “a los extranjeros… los atraeré a mi monte santo” (el monte Sión, en Jerusalén). Desde el inicio de su predicación, Jesús había experimentado el rechazo progresivo de los escribas o doctores de la ley (fariseos), y de los sacerdotes del templo de Jerusalén (saduceos). Por eso es significativo que el episodio de la cananea, una mujer pagana, no judía, se presente después de la crítica de Jesús al ritualismo hipócrita de sus opositores. En este sentido las otras lecturas bíblicas de este domingo son también muy significativas. La primera se refiere a “los extranjeros que se han dado al Señor, para servirlo, para amar el nombre del Señor y ser sus servidores”. Y la segunda, de la Carta del apóstol san Pablo a los Romanos (11, 13-15.29-32), se refiere a la actitud de los gentiles o provenientes del paganismo que creyeron en Jesús como Mesías esperado: “Hermanos: les digo a ustedes, los gentiles: en otro tiempo ustedes eran rebeldes a Dios, pero ahora, al rebelarse ellos, ustedes han obtenido misericordia”. En el Nuevo Testamento estos “gentiles” son representados por personajes llenos de fe, como aquella mujer cananea del relato que hoy nos trae el Evangelio, a quien Jesús finalmente le dice: “Mujer, qué grande es tu fe, que se cumpla lo que deseas”.

2.- La constancia supera las dificultades que parecen invencibles

La respuesta de Jesús a sus discípulos que le piden que atienda a aquella mujer o que le diga que se vaya (según las distintas versiones del texto bíblico), hace referencia precisamente a lo que en la mentalidad de aquél tiempo pensaban del Mesías los doctores de la ley: que su misión salvadora sería sólo para los judíos. Pero, precisamente porque el contexto de este relato es el de la acogida que entre los primeros cristianos iban a tener los convertidos del paganismo pertenecientes a pueblos extranjeros, esta misma respuesta de Jesús puede ser interpretada como una introducción a lo que Él va finalmente a realizar en contra de la mentalidad excluyente de quienes se consideraban los únicos destinatarios de las promesas de Dios.

En este contexto resalta la constancia, la persistencia de aquella mujer que no se arredra ante las dificultades. A pesar de ser consciente de su condición de extranjera y de la aparente indiferencia de Jesús ante su petición, insiste hasta lograr que Jesús no sólo la atienda, sino que la felicite por su fe.

Qué gran enseñanza para nosotros, especialmente cuando en nuestras situaciones difíciles nos dirigimos a Dios. Él parece ser indiferente a nuestras plegarias, pero no es así. El Señor nunca se desentiende de nuestras necesidades, sino que espera de nosotros una perseverancia activa en la oración.

3.- La humildad atrae la atención misericordiosa de Dios

La frase de Jesús a la mujer cananea parece bastante dura: “No está bien tomar el pan de los hijos y echárselo a los perritos”. Los estudiosos de los Evangelios nos dan pistas interesantes para entenderla y asimilarla. La nota de la Biblia de Estudio – Dios habla hoy dice que los judíos llamaban“perros” a los extranjeros, y que Jesús parece emplear aquí el término con una sutil ironía, en vista de la reacción de los discípulos (“dile que se vaya”: otra posible traducción del texto en griego), y no como un rechazo a aquella mujer, que se anima a seguir insistiendo en su petición. Y otro comentario, el de la Biblia de Jerusalén, anota que la forma diminutiva empleada por Jesús (“los perritos”//) atenúa lo que el epíteto podría tener de despectivo.

En todo caso, la mujer cananea demuestra con su réplica no sólo su inteligencia para sacar lo positivo de la metáfora, sino una actitud de humildad que, junto con su fe y su constancia, le atrae la misericordia del Señor. Todo lo contrario de la actitud orgullosa de los escribas y fariseos, cuya soberbia los cerraba a la fe.

Dispongámonos nosotros a renovar nuestra fe en el Dios revelado en Jesucristo con su mensaje universal de salvación sin discriminaciones, y a dejarnos llenar de su Espíritu Santo pidiéndole por la intercesión de María santísima, cuya asunción cuerpo y alma a los cielos -o sea su vida gloriosa ya resucitada- acabamos de celebrar, que nos conceda la fe, la constancia y la humildad requeridas para que su acción salvadora obre efectivamente en cada uno de nosotros.-

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